Capítulo 69
69
Kylar atravesó la niebla con prisas. Pasó un momento extraño, como si el tiempo no funcionase igual en aquel lugar, y volvió a estar en la sala indefinida, plantado una vez más ante el hombre lupino y entrecano con el mechón blanco sobre una sien.
—No puede ser dos días —dijo Kylar—. Necesito volver ya.
—Impertinencia la última vez, y ahora exigencias —dijo el hombre.
Ladeó la cabeza, como si escuchara a alguien, y Kylar volvió a cobrar conciencia de los otros. Eran invisibles cuando los miraba directamente, pero sin duda estaban allí. ¿Los veía un poco mejor esa vez?
—Sí, sí —dijo el Lobo a una voz que Kylar no pudo oír.
—¿Quiénes son? —preguntó.
—La inmortalidad es solitaria, Kylar. La locura no tiene por qué serlo.
—¿La locura?
—Saluda a la magnífica compañía de mi imaginación, destilada a partir de las almas profundas que he conocido a lo largo de los años. No son fantasmas, sino meros facsímiles, me temo. —El hombre lupino volvió a asentir en dirección a uno y soltó una risita.
—Si no son reales, ¿por qué hablas con ellos y no conmigo? —preguntó Kylar. Seguía enfadado y, en esa ocasión, no pensaba aceptar las regañinas o los misterios de su anfitrión—. Necesito tu ayuda. Ahora.
—Descubrirás que es difícil conservar esa urgencia a medida que pasen los siglos…
—Será la mar de difícil si Garoth Ursuul se queda mi inmortalidad.
El Lobo formó un triángulo con los dedos.
—Pobre Garoth. Se cree un dios. Será su ruina, como fue la mía.
—Y otra cosa —añadió Kylar—. Quiero recuperar mi brazo.
—Ya he visto que te las habías ingeniado para perderlo. Retiraste el ka’kari de todas las células del brazo que perdiste. ¿Eso fue adrede?
—No quería que el ferali se lo quedase. —¿Células?
—Un pensamiento sabio, pero una mala elección. ¿Te acuerdas de cómo llaman a tu ka’kari?
—El Devorador —respondió Kylar—. ¿Y qué?
El Lobo frunció los labios. Esperó.
—Estás de broma —dijo Kylar. Se sentía mareado.
—Me temo que no. No tenías que pelear. Lo que hizo el ka’kari recubriendo tu espada podría haberlo hecho recubriendo todo tu cuerpo. Podrías haber atravesado al ferali caminando, sin más.
—¿Así de fácil?
—Así de fácil. Como en vez de eso te cortaste el brazo, y antes retiraste de él el ka’kari, tu brazo no volverá a crecer. Lo siento. Espero que sepas pelear con el izquierdo.
—¡Vete al infierno! Mándame de vuelta o Ursuul gana.
El hombre le sonrió mostrando los dientes, como si lo divirtiese la desgracia de Kylar.
—Devolverte dos días antes me costará… —Miró hacia arriba—. Tres años y veintisiete días de mi vida. Eres como el rico que roba a los pobres, ¿no te parece, inmortal? —Levantó su mano nudosa y quemada antes de que Kylar pudiera insultarle—. Te enviaré de vuelta si me haces un juramento. Hay una espada. Se llama Curoch, y mentiría si no te dijese que la desean con locura una serie de facciones poderosas. ¿Conoces el pueblo llamado Vuelta de Torras?
—¿Vuelta del Torras?
—Ese mismo. Consigue la espada y llévala allí. Sal al campo, cruza el robledal, detente a cuarenta o cincuenta pasos del borde del bosque viejo y lanza a Curoch dentro.
—¿Allí es donde vives? —preguntó Kylar.
—Oh, yo no —respondió el hombre—. Pero otra cosa sí. Algo que protegerá a Curoch del mundo del hombre. Si haces esto, te enviaré de vuelta ahora y, cuando entregues la espada, haré que te vuelva a crecer el brazo.
—¿Quién eres? —preguntó Kylar.
—Soy uno de los buenos. Por lo menos tanto como puedo serlo. —Sus ojos dorados danzaron—. Pero quiero que entiendas una cosa que Acaelus nunca comprendió: no soy un hombre… —hizo una pausa, sonriendo, y Kylar se preguntó en verdad cuánta humanidad había tras aquellos ojos lupinos— al que convenga buscar las cosquillas.
—Ya me lo imaginaba.
—¿Trato hecho?
—Qué raro —dijo el rey dios, que se acercó al cadáver de Kylar—. ¿Dónde está el ka’kari? Percibo… ¿que está en su cuerpo?
—Sí —respondió Vi, incapaz de contenerse.
—Fascinante. ¿No me dirás que sabes todo lo que hace?
Para su horror, Vi se descubrió respondiendo. No había sido una pregunta directa, de modo que dio un golpe de timón con toda la fuerza que pudo.
—No. Sé que lo vuelve invisible. —Había intentado decir «volvía», pero no pudo obligarse a poner el verbo en pasado. Confió en que el rey dios no se diera cuenta.
—Bueno, en cualquier caso, tu amante tendrá que esperar. Debo asistir a una carnicería.
Vi gritó y agarró la espada de Kylar. Garoth la observó con curiosidad. La espada trazó un arco… y se paró. La había detenido ella misma. No podía hacerlo.
—Asombroso, ¿a que sí? —dijo él—. Lo curioso es que aprendí la compulsión de uno de vuestros rituales de apareamiento sureños, el anillado, pero vuestra gente malinterpretaba por completo su auténtico poder. En fin, ponte cómoda y disfruta de la batalla… y deja de gruñir, querida. Es indecoroso.
De repente, Garoth se quedó con los ojos en blanco. Vi intentó mover la espada, pero era imposible. La compulsión era innegable.
Mientras los brujos soltaban al ferali, Vi se sentó en los escalones del trono a observar. Sin embargo, ni siquiera ese terrible espectáculo lograba retener su atención.
Debería haberse rendido hacía mucho. Toda su lucha era una farsa. Había hecho todo lo que el rey dios había querido que hiciese. Había matado a Jarl y había matado a Kylar. En los años venideros sin duda mataría a centenares más de personas. Miles. No importaría. Nadie más podría igualar nunca lo que Jarl y Kylar habían significado para ella. Jarl, su único amigo, muerto por su mano. Kylar, un hombre que de algún modo había despertado… ¿qué? ¿Pasión? Quizá solo calidez en un corazón frío y muerto. Un hombre que podría haber sido… más.
Odiaba a todos los hombres que había conocido. Estaba en la naturaleza del hombre matar, destruir, demoler. La mujer era quien daba la vida, quien nutría. Y aun así… Kylar.
Kylar pisoteaba sus suposiciones como un coloso. Kylar, el ejecutor legendario que tendría que haber sido la quintaesencia de la destrucción, había salvado a una niña pequeña, la había adoptado, había salvado a una mujer, había salvado a unos nobles que no se lo merecían y había intentado dejar el negocio amargo. «Y lo habría dejado de no ser por mí».
De no ser por Vi, Kylar estaría en Caernarvon, llevando una vida diurna que Vi no podía ni siquiera imaginar. ¿Y qué pasaba con Elene? Kylar podría haber tenido a la mujer que quisiera, y había escogido a una chica cubierta de cicatrices. En la experiencia de Vi, los hombres optaban por la zorra más espectacular a la que pudiesen meter la polla. Si estaba buena, les daba igual que fuera una puta. Kylar no era así.
Vi tuvo un fogonazo espantoso de intuición. Vio a Elene, una mujer a la que no había conocido nunca, como su gemela y opuesta. Elene tenía cicatrices de varios centímetros de profundidad, pero por debajo era toda belleza, gracia y amor. Vi era toda fealdad salvo por el fino velo de su piel. El amor de Kylar dejaba de ser un misterio. El hombre que podía ver más allá del asesinato de Jarl podía ver fácilmente detrás de unas pocas cicatrices. Por supuesto que amaba a Elene. O la había amado, antes de que Vi lo matase.
Kylar había dicho que volvería. Pero no volvería. El rey dios había ganado.
Sacó su cuchillo de la espalda de Kylar y le dio la vuelta. Sus ojos estaban abiertos, inexpresivos, muertos. Cerró esos ojos acusadores, se subió su cabeza al regazo y se volvió para observar cómo el rey dios masacraba la última esperanza de Cenaria.