Capítulo 68
68
Las ataduras cayeron y Vi empezó a luchar. Renegaba entre dientes para activar su Talento, pero no estaba enfadada. Siempre se había tenido por una zorra fría y sin corazón. Había hecho suya esa identidad, que la había fortalecido contra el vacío nocturno, la bancarrota del alma que la afligía desde que tenía uso de razón. Con la declaración de que jamás serviría al rey dios, melodramática o no, sentía que había hecho el primer depósito de su vida en ese banco.
Ahora luchaba por algo. No, por alguien, y era el primer acto altruista de su vida.
El ferali se encorvó y sus huesos se movieron veloces bajo la piel. En el tiempo que Vi tardó en acorazarse, la criatura se había convertido en algo parecido a un centauro: torso y brazos de hombre, y cuerpo de puma en vez de caballo. Era más corto, más móvil sobre sus cuatro patas. Asió una lanza con sus manos de hombre y se lanzó a por Kylar, que corrió a refugiarse tras un pilar.
Vi subió corriendo los escalones de tres en tres, para atacar al rey dios. Iba a enterarse de lo equivocado que estaba acerca de la compulsión. Que Kylar combatiese a la bestia; ella neutralizaría su fuente.
Estaba echando atrás la espada cuando chocó con la barrera que rodeaba al rey dios como una burbuja, a tres metros de distancia. Fue como estrellarse contra una pared a la carrera. Se descubrió tumbada cuan larga era en los escalones, así que debía de haber rodado un trecho abajo sin siquiera darse cuenta. Le sangraba la nariz y le zumbaban los oídos. Miró a Kylar parpadeando.
El hombre era un virtuoso. Cuando el ferali cargó lanza en ristre, Kylar esperó hasta el último momento y entonces se lanzó adelante. Se vio un destello de cuchillos mientras pasaba por encima de la bestia, cuya lanza atravesó el aire unos centímetros por debajo de su objetivo sin hacerle daño. El ejecutor no había acabado: estiró un brazo y de algún modo se enganchó al pilar de mármol, en el que dejó un surco humeante. Mientras el ferali giraba sobre sí mismo para atraparlo, Kylar salió por el otro lado del pilar y voló por encima del lomo de la criatura, con otro destello metálico.
Aterrizó agachado, con una mano en el suelo y la otra en la espada envainada. El ferali hizo una pausa, sangrando con profusión, con aquella piel surcada de bocas rajada en el dorso de una mano, un hombro y de lado a lado de sus cuartos traseros. La sangre era roja, muy humana, pero ante los ojos de Vi los cortes empezaron a cicatrizar. El ferali arrojó su lanza contra Kylar. Este la desvió con una mano, pero la bestia ya se estaba moviendo.
Mientras Kylar saltaba hacia la pared, el ferali le lanzó un manotazo y, en el mínimo instante que el brazo tardó en moverse hacia delante, se alargó con un crujido de huesos encajando, y una enorme zarpa con forma de hoja de guadaña hendió el aire. Al rebotar contra la pared Kylar se situó directamente en la trayectoria de la zarpa, que lo empotró contra el suelo.
Vi ya lo daba por muerto pero, mientras Kylar golpeaba el suelo, la garra se partió y se deslizó por el suelo lejos del ferali. De alguna manera, el joven había logrado desenvainar su espada y bloquear el zarpazo. El ferali, con la pierna izquierda colgando flácida y deshuesada, parecía atontado. Se replegó sobre sí mismo y se convirtió en un gran felino.
Vi por fin se recobró. Antes de que la bestia pudiera atacar de nuevo, cargó contra ella, gritando. El felino dio media vuelta. Vi bailó justo fuera del alcance de las garras, cuyos laterales el monstruo había endurecido con una cresta de hueso. Kylar volvió a levantarse, pero se tambaleó de lado a lado, aturdido. El ferali se alejó corriendo de Vi y bajó su barriga hasta el suelo en el punto donde estaba su garra muerta.
En un segundo, aquella carne volvía a formar parte del ferali. Los huesos cambiaron de posición y la bestia se irguió sobre las patas traseras para adoptar la apariencia de un hombre alto y musculoso con espadas de hueso por brazos. Parecía más cómodo de esta guisa, más rápido que cualquier humano y con gran parte de la piel reforzada con placas de armadura ósea.
Juntos, Vi y Kylar lucharon. Kylar era capaz de ejecutar maniobras aéreas que Vi ni siquiera entendía, rebotando en paredes y pilares, siempre aterrizando de pie como un gato, siempre dejando surcos sanguinolentos en la carne del ferali con sus zarpas de acero. Vi tenía menos fuerza, incluso sirviéndose de su Talento, pero era rápida. El ferali se metamorfoseó de nuevo. Se convirtió en un hombre delgado con una cadena viva que hacía girar sobre su cabeza y luego enroscaba en las columnas con la esperanza de que aquellos eslabones con bocas alcanzaran a alguno de los dos. Uno de los eslabones se enganchó a la manga de Kylar en mitad de un salto. Lo desequilibró y lo hizo caer al suelo. El ferali tiró de la cadena. La espada de Vi cayó rozando el brazo de Kylar, separó la manga y lo liberó. Él ni siquiera hizo una pausa. Se levantó en el acto y siguió atacando.
Entonces el ferali se convirtió en un gigante. Blandía un martillo de guerra; cuando golpeaba las baldosas, saltaban trozos de mármol. Kylar y Vi maniobraban a través de la ilusión de batalla que ocupaba el suelo del salón del trono, luchando con la misma desesperación que aquellos hombres y mujeres.
Combatiendo juntos, empezaron a luchar no solo al unísono, sino en armonía. A medida que Vi comprendía los puntos fuertes de Kylar, podía moverse contando con que él reaccionase de la manera apropiada. Eran guerreros, eran ejecutores, y lo entendían. Para Vi, que siempre había tenido problemas con las palabras, la batalla era la verdad.
Ella y Kylar lucharon juntos. Saltaban, coincidiendo en el aire e impulsándose para salir volando en una nueva dirección antes de que el ferali pudiese reaccionar. Se cubrían uno a otro, se salvaban mutuamente la vida. Kylar cercenó la punta de una maza de hueso que Vi no podría haber esquivado nunca. La ejecutora dijo «Graakos» y unas fauces que se estaban cerrando sobre el brazo de Kylar rebotaron.
Para ella fue un momento sagrado. Nunca había entrado en comunión con otra persona, nunca había confiado en nadie de manera tan implícita como le sucedía con Kylar. En aquello, a través de aquello, lo conocía de maneras que mil millares de palabras no le habrían revelado. Estaban en total armonía, y lo más milagroso era lo natural que resultaba.
Al mismo tiempo, fue invadiéndola la desesperación. Le hicieron cien cortes al ferali. Doscientos. Le atacaron los ojos y la boca. Le cortaron partes del cuerpo. Sangró, y su masa total se redujo en unos kilos, pero eso fue todo. Lo cortaban y se curaba, pero ellos no podían cometer ningún error. En cuanto aquella piel tocase la suya, morirían.
—Yo también corto.
Kylar se posó al lado de un pilar y se detuvo. Unas runas resplandecían con el color negro del ka’kari perfilado en azul a lo largo de su brazo. Las miró.
—¿Tú qué? —preguntó.
—No he dicho nada —dijo Vi, que tenía la vista puesta en una araña descomunal que reptaba por el suelo delante de ella.
—¡Estúpido! ¿¡Seré burro!? —exclamó Kylar, dejándose caer.
—¿Es una pregunta retórica?
El ka’kari vertió un líquido negro de su mano a su espada y la cubrió como una capa uniforme. Kylar cortó a izquierda y derecha y varias patas de araña salieron volando. No era como cortar hueso, las estaba segando como si fueran de mantequilla.
Esquivó hacia atrás, y la araña encogió las patas pero, esa vez, los muñones siguieron sangrando. Humeaban y no permitían que creciese allí ninguna extremidad nueva. La bestia volvió a metamorfosearse en el hombre con espadas por brazos, pero solo logró que las heridas quedasen a la altura de su pecho, sin dejar de escupir sangre y humo. El ferali rugió y atacó a Kylar.
Kylar lanzó sendos tajos a izquierda y derecha y los brazos-espada rebotaron en el suelo. Hundió el ka’kari en el pecho del ferali. Con un movimiento brusco, lo bajó hasta la entrepierna de la criatura. Surgió una nube de humo, un chorro de sangre. Kylar tiró hacia arriba de la espada y labró otro corte enorme.
Lo vio demasiado tarde. La piel del ferali se retiró de la espada, como un estanque que forma un cráter cuando alguien tira una piedra, solo para después saltar hacia arriba.
La piel remontó la espada de improviso. Y envolvió la mano de Kylar.
Él se echó atrás, pero el ferali, ya inerte, cayó hacia delante pegado a su mano. Kylar movió la espada a un lado y a otro y el ferali expulsó humo mientras era destripado, pero no lo soltó.
Kylar buscó una daga, pero las había usado todas en el combate.
—¡Vi! —gritó—. ¡Córtamela!
Ella vaciló.
—¡Córtame la mano!
La chica no podía hacerlo.
La piel volvió a sacudirse y le trepó por el antebrazo.
Kylar gritó y se retorció. Formó un filo de ka’kari a lo largo del exterior de su mano izquierda y con él se cortó el brazo derecho. Liberado del tirón del ferali moribundo, cayó hacia atrás.
Se agarró el muñón sangrante con la mano izquierda. Al cabo de un momento, un metal negro reverberó en todas las venas expuestas y la hemorragia se detuvo. Un tapón negro enfundó el tocón. Kylar miró a Vi con cara de tonto.
A tres pasos, el cadáver del ferali estaba rezumando. Empezó a desmoronarse a medida que se deshacían las tramas de magia. La piel cubierta de bocas ondeó y se evaporó, y no quedaron más que unas sogas apestosas de carne, tendón y hueso.
—Eso —dijo la voz del rey dios— ha sido impresionante, Kylar. Me has enseñado un par de cosas que ni siquiera era consciente de que el ka’kari pudiera hacer. Muy instructivo. Y Vi, tú serás una sirvienta admirable, y no solo en mi cama.
Algo dentro de Vi cedió. En los últimos dos días, había cambiado mucho. Una Vi nueva luchaba por nacer, y allí estaba el rey dios diciendo que todo seguía igual. La nueva Vi nacería muerta. Volvería a ser una puta. Volvería a ser la misma zorra dura y fría.
Había creído que esa vida era la única a su alcance, de manera que había aguantado lo insoportable. Sin embargo, después de ver un camino para ser una mujer a la que no odiase, no podía volver atrás.
—Métetelo en la cabezota, Gar —dijo, al sentir que unas ataduras mágicas volvían a enroscarse en torno a sus extremidades y las de Kylar—. No te serviré.
Garoth sonrió con divina benevolencia.
—Las guerreras siempre me la ponen dura.
—Kylar —dijo Vi—, espabila. Tienes que ayudarme a matar a este puto tarado.
El rey dios se rio.
—La compulsión no cala en cualquiera, Vi. La magia de los Nile hubiese liberado a la mayoría de la gente. Hace unos diecinueve años, seduje a una fulana ceurí durante un viaje diplomático. Envié hombres a buscarla cuando me enteré de que estaba embarazada, pero escapó antes de que llegaran. Cuando descubrí que había alumbrado a una niña, me olvidé del asunto. Normalmente hago que ahoguen a mis hijas, así mis chicos practican y se endurecen, pero no valía la pena el esfuerzo. La compulsión, Vi, solo funciona con la familia, y a veces no en los varones. Tú…
—No eres mi padre —dijo Vi—. Solo eres un hijo de puta enfermo que está a punto de morir. ¡Kylar!
—Venga, Vi, no nos pongamos sentimentales —dijo Garoth Ursuul—. Para mí no eres nada más que cinco minutos de placer y una cucharada de semilla. Bueno, no es cierto. Verás, Vi, eres una ejecutora en la que puedo confiar. Nunca me desobedecerás, nunca me traicionarás.
Vi fue presa de un terror más atenazador que las ligaduras mágicas que la inmovilizaban. Las posibilidades se reducían a ojos vista.
Kylar se movió. Volvió a enfocar la mirada. La miró levantando y bajando las cejas, como si tratara de divertirla y seducirla. El gesto la arrancó de su parálisis. Los ojos azul pálido de Kylar decían: «¿Estás conmigo?».
Ella le respondió con una alegría fiera y desesperada que no necesitaba traducción.
Entre dientes, Kylar dijo:
—Tú reclamas su atención, yo su vida.
Sonrió y el resto del miedo de Vi se disolvió. Era una sonrisa auténtica, sin desesperación. No había duda en los ojos de Kylar. Cualquier obstáculo adicional, ya fuesen las ataduras mágicas o la pérdida de un brazo, no harían sino endulzar su victoria. Matar al rey dios era el destino de Kylar.
—No me dejas elección —dijo Garoth Ursuul. Apretó los labios—. Hija, mata a Kylar.
El ka’kari se abrió y devoró las ligaduras que sujetaban a los dos ejecutores. Vi se estaba moviendo, arrancando una maniobra vistosa para despistar.
Entonces… todo se detuvo.
Se produjo un lapso en su voluntad. En su mente, Vi saltaba por los aires, volando hacia el rey dios con la espada presta, y a él se le retorcían las facciones en un rictus de miedo al ver que sus escudos habían desaparecido, al darse cuenta de que ella había vencido a su compulsión…
Pero eso eran solo imaginaciones.
Una onda de choque subió por el brazo de Vi. Su muñeca se flexionó como para completar una estocada horizontal que atravesara un corazón, pero no vio nada, no supo nada salvo que hubo un momento en blanco.
El lapso pasó y Vi fue consciente de nuevo. Sus dedos se estaban desenroscando del familiar mango de su cuchillo favorito. Kylar —despacio, muy despacio— estaba cayendo. Se deslizaba hasta el suelo; su cabeza restalló hacia atrás en un lento arco a causa del cuchillo que Vi le había clavado en la espalda, y su pelo moreno aún ondeaba por la violencia del impacto. No fue hasta que golpeó el suelo cuando Vi cayó en la cuenta de que estaba muerto. Lo había matado ella.
—Eso, querida hija mía —dijo Garoth Ursuul—, es compulsión.