Capítulo 29

29

Elene no podía respirar. Kylar no solo la había abandonado, también se había llevado a Uly. El rechazo era absoluto. Con lo bien que parecían ir las cosas.

No, las cosas iban bien de verdad, no solo lo parecía. Elene no podía creer lo contrario, no pensaba creérselo. Registró toda la cocina buscando indicios. Encontró una mancha en los tablones del suelo, oscura sobre madera oscura, limpiada deprisa y corriendo. No parecía que se hubiese derramado ninguno de los ingredientes para la cena, pero no sabía de qué podía tratarse. Entonces encontró un surco delgado y profundo allí cerca, en el suelo.

Subió al piso de arriba. La ropa de ejecutor de Kylar no estaba, y Sentencia tampoco. Estaba volviendo a meter la caja bajo la cama cuando vio el símbolo del Sa’kagé de Cenaria tallado en la mesilla de noche. «Tenemos a la niña», rezaba un mensaje debajo del símbolo, con letra clara y pulcra. A Elene volvió a caérsele el ánimo a los pies.

Alguien se había llevado a Uly, y Kylar había salido tras ellos. La revelación le causó una mezcla de júbilo y miedo. Kylar no la había abandonado, pero Uly había sido secuestrada por alguien que sabía quién era él. Alguien intentaba tenderle una trampa a Kylar. Aun así, ¿dónde estaba Kylar cuando prendieron a Uly? Si la hubiesen capturado en la calle, habrían dejado una nota en la entrada, pero Elene no creía que se hubiesen atrevido a entrar estando Kylar en el piso de abajo.

Abajo, alguien gritó y aporreó la puerta.

—Abrid la puerta. ¡En nombre de la reina, abrid la puerta!

Cuando Elene vio que la tía Mia dejaba pasar a la guardia de la ciudad, volvió a invadirla el desánimo. En Cenaria, consideraban a los alguaciles tan corruptos que nadie confiaba en ellos. Pero entonces vio el manifiesto alivio de la tía Mia.

Tardaron casi una hora en aclarar las cosas. Un vecino había visto salir a Kylar con un cuerpo al hombro, el de un joven atractivo de piel oscura, con el pelo en microtrenzas rematadas por cuentas doradas. Elene supo al instante que tenía que ser Jarl. Después de que Kylar partiera con el cuerpo, el vecino había ido corriendo a buscar a la guardia. Los alguaciles se hallaban a medio camino de la casa cuando les salió al paso la esposa del vecino, que había visto entrar a una mujer armada con un arco más o menos un minuto antes de que Uly regresara a casa, y después la mujer había partido con la niña. Basándose en los indicios, la guardia opinaba que la mujer era la asesina, gracias al Dios, pero aun así deseaban hablar con Kylar.

Elene estuvo despierta hasta tarde esa noche, llorando a Jarl e intentando encontrar sentido a lo que sabía. ¿Por qué había venido Jarl a Caernarvon? ¿Porque estaba en peligro? ¿Porque quería encargarle un trabajo a Kylar? ¿De visita? Elene concluyó que su intención había sido encargarle un trabajo a Kylar. Jarl era demasiado importante para dejar Cenaria por un capricho y, si hubiese partido porque estaba en peligro, habría llevado guardaespaldas. De manera que Jarl había sido asesinado, quizá por accidente, mientras intentaba contratar a Kylar, que o bien había accedido a hacer el trabajo, o bien había partido para vengarse. En cualquier caso, se había marchado antes del secuestro de Uly. Quizá no supiera que se había producido.

Para mediodía del día siguiente, Kylar aún no había regresado. Llamaron a la puerta y Elene corrió a abrir. Era uno de los guardias del día anterior.

—Pensé que deberíais saberlo —dijo el joven—. Hemos hablado con los guardias de la puerta en cuanto hemos podido, pero los turnos cambian y es difícil ponerse en contacto con todo el mundo. Ayer partió una joven que concuerda con la descripción de la asesina, rumbo al norte. Viajaba con ella una niña pequeña. Ya hemos enviado hombres a perseguirla, pero les lleva una buena ventaja. Lo siento.

Cuando el guardia se fue, Braen y la tía Mia miraron a Elene como si esperasen que rompiera a llorar.

—Me voy a buscar a Uly —dijo en cambio.

—Pero… —empezó la tía Mia.

—Lo sé, créeme, sé que soy la última persona que debería ir. Pero ¿qué voy a hacer si no? Si Kylar vuelve aquí, dile adónde he ido. Me alcanzará, estoy segura. Si ya ha salido detrás de ellas, me lo encontraré en su camino de vuelta. Pero si no sabe que han secuestrado a Uly, tal vez yo sea su única esperanza.

La tía Mia abrió la boca para protestar una vez más, pero luego la cerró.

—Lo entiendo.

Las cosas de Elene cupieron en un pequeño macuto y, para cuando bajó, la tía Mia le había preparado comida suficiente para una semana.

—¿Braen piensa despedirse? —preguntó Elene.

La tía Mia llevó fuera a su sobrina.

—Braen se despide a su manera. —Había un caballo ensillado delante de la tienda. Era robusto y de aire dócil. A Elene se le llenaron los ojos de lágrimas. Había creído que tendría que ir a pie—. Dice que ha tenido unos cuantos encargos grandes últimamente —explicó la tía Mia, a todas luces orgullosa de su hijo—. Ahora vete, niña, y que el Dios te acompañe.

Kylar estaba de pie sobre la tumba que había cavado y hacía todo lo posible por emborracharse. Todavía faltaban dos horas para amanecer y en el cementerio reinaba la calma. Solo se oían las hojas azotadas por el viento y el quejido de los insectos nocturnos. Kylar había escogido aquel cementerio porque era el más rico en su camino de salida de la ciudad. Después de matar al shinga le había robado, de modo que tenía dinero de sobra, y Jarl se merecía lo mejor. Si el enterrador era fiel a su palabra, hasta tendría una lápida al cabo de una semana.

Menuda pareja hacían. Jarl tendido en el suelo junto al agujero, la sangre de un negro más oscuro que su piel, las extremidades cada vez más rígidas. Kylar tenía más salpicaduras de sangre que su amigo muerto; se habían secado, formando costras endurecidas, que se agrietaban con los movimientos y se licuaban en contacto con la transpiración. Parecía que sudara sangre.

La tumba estaba terminada. Se suponía que a Kylar le tocaba pronunciar unas palabras.

Bebió más vino. Había comprado cuatro botas y ya había vaciado dos. Un año atrás, eso lo habría tumbado, pero ni siquiera estaba achispado. Se acabó el tercer pellejo y después atacó a tragos largos y mecánicos el cuarto hasta apurarlo.

Su mirada no paraba de desviarse hacia el cadáver de Jarl. Intentó imaginar que las heridas se cerraban como habían hecho las suyas hacía tanto, pero no lo hicieron. Jarl estaba muerto. Había estado vivo hacía poco y ya no lo estaba, sin más. Kylar por fin comprendía la irónica expresión de Jarl.

Era muy propio de Jarl encontrarlo gracioso. Confesaba su amor por una mujer en el preciso instante en que ella disparaba la flecha que lo mataría.

El ejecutor cenariano al que el shinga Trampete había ordenado que matasen no era Kylar. Era Vi Sovari, y había sido Vi Sovari quien había matado a Jarl con una flecha roja y negra de traidor.

—Mierda —dijo Kylar.

No había palabras para expresar la magnitud de la ruina que tenía ante sí. Jarl ya no estaba. Lo que tenía delante era un cacho de carne. Kylar desearía poder creer en el Dios de Elene. Quería pensar que Jarl y Durzo se encontraban en un lugar mejor, pero era lo bastante sincero para admitir que eso no era más que lo que él quería: un consuelo de tres al cuarto. Aunque el Dios de Elene fuese real, Jarl y Durzo no habían creído en él. Eso significaba que les tocaría arder en el infierno, ¿no?

Se metió en la tumba y deslizó dentro el cuerpo de Jarl. Su piel estaba fría, pegajosa; el rocío se estaba condensando sobre ella. No parecía correcto. Kylar lo colocó con todo el esmero que pudo y después salió del hoyo. Todavía no se sentía borracho.

Sentado en el montón de tierra blanda junto a la tumba, cayó en la cuenta de que era culpa del ka’kari. Su cuerpo trataba el alcohol como cualquier otro veneno, y lo curaba de él. Era tan eficaz que tendría que beber cantidades ingentes para emborracharse. Justo lo que hacía Durzo.

«Y yo lo despreciaba por ser un borracho». Era otro ejemplo de lo mal que había comprendido a su maestro, de cómo lo había criticado a la ligera. Pensarlo reavivaba todos sus dolores.

—Lo siento, hermano —dijo, y en el preciso instante de decirlo se dio cuenta de que eso exactamente había sido Jarl para él: un hermano mayor que lo cuidaba. ¿Por qué estaba condenado a tener revelaciones sobre lo que las personas significaban para él solo cuando ya estaban muertas?—. Haré que sirva para algo, Jarl.

Hacer que el sacrificio de Jarl sirviera para algo significaba abandonar a Elene, a Uly y la vida que podría haber sido. Había jurado a Uly que no la abandonaría como habían hecho todos los demás adultos de su vida. Y ahora lo estaba haciendo.

«¿Así era para ti, maestro? ¿Es así como empezó aquel océano de amargura? ¿Renunciar a mi humanidad es el precio de mi inmortalidad?».

No quedaba nada que hacer, nada que decir. Ni siquiera podía llorar. Mientras los primeros pájaros de la mañana empezaban a cantar la belleza del sol naciente, Kylar llenó la tumba.