Capítulo 45

45

A Elene le dolía todo el cuerpo. Llevaba seis días cabalgando al ritmo más duro que podía mantener, y todavía no había llegado a Vuelta del Torras. Le dolían las rodillas, le dolía la espalda, tenía los muslos destrozados y aun así no ganaba terreno a Uly y su secuestradora. Lo sabía porque siempre que se cruzaba con alguien en el camino le preguntaba si había visto a una mujer y una niña galopando hacia el norte. La mayoría de los viajeros no las habían visto, pero quienes habían coincidido con ellas las recordaban seguramente. Elene incluso había perdido terreno. Y ahora todo dependía de ella.

El día anterior se había cruzado con los alguaciles de la guardia de la ciudad, que regresaban a Caernarvon. Le habían asegurado que una mujer, sobre todo una que cargase con una niña, no podría haber cabalgado más rápido que ellos. Se rendían y volvían a casa. Un vistazo a sus caras le bastó para saber que no lograría convencerlos de lo contrario. Estaban cansados y probablemente tenían órdenes de no buscarles las cosquillas a los lae’knaught que de vez en cuando se adentraban tan al este. Elene los dejó seguir su camino. Kylar era más importante que la guardia de la ciudad. Él también había seguido esa ruta. En algún momento, había adelantado a la secuestradora y a Uly, porque no las estaba buscando.

Ya estaba cerca de Vuelta del Torras. Esa noche dormiría en una cama. Se bañaría. Después averiguaría si la secuestradora llevaba rumbo a Cenaria, como Elene sospechaba. Y comería caliente. Andaba perdida en esas ensoñaciones cuando vio a los lae’knaught.

Estaban apostados en el camino que cruzaba varios de los trigales más grandes al sur del pueblo. Si Elene hubiese querido sortearlos, habría tenido que desviarse kilómetros al este y arriesgarse a entrar en el bosque de Ezra, que según decían estaba encantado. En cualquier caso, era demasiado tarde. Ya la habían visto, y los caballeros tenían monturas ensilladas y prestas para salir en persecución de quien fuera.

Elene fue directa hacia ellos, de pronto consciente de ser una mujer que viajaba sola. Había seis hombres, todos armados, que, al verla acercarse, se levantaron para salirle al paso. Por encima de sus cotas de malla llevaban tabardos negros con el blasón de un sol dorado: la luz pura de la razón que batía en retirada a la oscuridad de la superstición. Ella nunca se había cruzado con los lae’knaught, pero sabía que Kylar no les tenía mucho aprecio. Afirmaban no creer en la magia, pero al mismo tiempo detestaban todo lo que tuviera que ver con ella. Según Kylar, no eran más que unos matones. Si de verdad odiasen a los khalidoranos, decía, habrían acudido en ayuda de Cenaria cuando el rey dios la invadió. En lugar de eso, se habían abalanzado como buitres a recoger reclutas entre los cenarianos que huían y a saquear las tierras de los derrotados.

Uno de los caballeros se adelantó, sosteniendo con cuidado su lanza de fresno de cuatro metros. Parecía demasiado larga para usarse a pie, pero Elene sabía que, una vez a caballo, toda la torpeza de los caballeros desaparecería.

—Alto, en nombre de los Portadores de la Libertad de la Luz —dijo.

Elene calculó que no pasaría de los dieciséis años. Detuvo su caballo y el joven dio un paso al frente para sujetarle las riendas. No estaba segura de qué los ponía tan nerviosos, pero entonces reparó en lo que debería haber resultado obvio de buen principio. Cuando veían una mujer que viajaba sola, veían vulnerabilidad. Ninguna mujer normal viajaría sola, por tanto ella no debía de ser una mujer normal. Debía de ser una bruja. Se le formó un nudo en el estómago.

—Gracias al cielo —dijo Elene, suspirando con fingido alivio. Estuvo a punto de decir «gracias al Dios», pero le parecía que los lae’knaught tampoco creían en los dioses—. ¿Podéis ayudarme?

—¿De qué se trata? ¿Qué hacéis sola por estos caminos? —preguntó uno de los más mayores.

—¿Habéis visto a una joven, pelirroja quizá, que viaja con una niña pequeña? ¿Hace dos días, a lo mejor? ¿No? —Elene hundió los hombros, y su repentina expresión de dolor fue real aunque se añadiera al suplicio de tantos días cabalgando—. Supongo que era de esperar que os evitase, teniendo en cuenta lo que es. ¿Estáis seguros de que no visteis a nadie, tal vez intentando evitaros desviándose más al este?

—¿De qué estáis hablando, joven dama? ¿Qué ha pasado? ¿Cómo podemos ayudaros? —preguntó el caballero.

Por su cambio de tono, Elene supo que ya no la veía como una amenaza. Hacerse pasar por débil y vulnerable había funcionado.

—Vengo de Caernarvon —dijo—. Somos originarios de Cenaria, pero partimos en cuanto nos invadieron aquellos hombres espantosos y sus brujos. Estábamos empezando una nueva vida, Uly y yo… Uly es la niña pequeña, está a mi cargo. Los brujos mataron a sus padres… Nos creíamos a salvo en Caernarvon, pero la secuestraron, señores. La guardia de la ciudad salió tras ella durante un trecho, pero después dio media vuelta. Soy la única que puede salvarla, pero me temo que nunca las alcanzaré.

—Muy propio de esas malditas hermanas, secuestrar a una niña —dijo el caballero más joven—. La carta decía…

—¡Marcus! —ladró el más mayor.

Los hombres se miraban todos entre ellos, y Elene supo que sus medias verdades no solo habían funcionado, sino que los caballeros sabían algo más. Se retiraron y dejaron con ella al joven Marcus, que miraba sus cicatrices con expresión incómoda. Entonces cayó en la cuenta de que estaba siendo maleducado y se tosió en la mano.

Los caballeros más mayores regresaron al cabo de unos minutos. De nuevo tomó la palabra el más veterano.

—En circunstancias normales, nos gustaría llevaros ante el comandante para que le contaseis todo esto en persona, pero veo que hay prisa. A decir verdad, nos encantaría acompañaros para ayudaros, pero tenemos órdenes de permanecer al sur de Vuelta del Torras. La política, ya se sabe. La cuestión es que esta mañana ha llegado un mensajero. Interceptamos toda la correspondencia procedente de las brujas de la Capilla. En fin, mirad. Ya hemos hecho una copia.

Le dio una carta escrita con letra redonda y fluida.

Elene:

Ahora Uly está a salvo, se la he quitado de las manos a la mujer que te la arrebató, pero me temo que no puedo enviarla a casa. Uly tiene Talento, y se encuentra de camino a la Capilla, donde recibirá la mejor tutela del mundo y unas ventajas materiales que superan lo que tú podrías esperar aportarle. Entiendo que no tienes ningún motivo para creer que esta carta proviene de mí. Si lo deseas, puedes acudir a la Capilla para ver a Uly con tus propios ojos o incluso llevártela a casa, si tal fuera el deseo de las dos. En cuanto llegue sana y salva a la Capilla, te escribirá ella misma. Pido disculpas y, si las circunstancias no fuesen tan acuciantes, entregaría este mensaje en persona.

Sinceramente,

HERMANA ARIEL WYANT SA’FASTAE

Tuvo que leer la carta dos veces más antes de asimilar lo que decía. ¿Alguien había secuestrado a Uly de manos de su secuestradora? ¿Uly tenía Talento?

Al final, la carta no cambiaba nada. Elene seguía necesitando llegar a Vuelta del Torras para averiguar qué sabían los lugareños. Si lo escrito era cierto, tendría que dirigirse al norte y seguir hasta la Capilla. Si no, debería poner rumbo al oeste, hacia Cenaria. En todo caso, ¿cómo podía saber la secuestradora que Elene la seguía? No es que les hubiera estado ganando terreno precisamente.

—Malditas brujas —dijo el joven caballero—. Siempre secuestrando niñas pequeñas, apartándolas de la Luz para convertirlas en otras como ellas.

—¡Marcus!

Elene sintió un repentino alivio por haber dicho la verdad a esos hombres. Si su historia no hubiese casado con la carta, las cosas habrían sido muy distintas.

—No, no pasa nada —dijo—. Tendré que darme prisa si quiero encontrar a Uly antes de que caiga en sus garras.

—Tened cuidado —dijo el caballero mayor—. No todos esos aldeanos aman la Luz.

—Gracias por vuestra ayuda —dijo Elene.

Sin más dilación, se puso en marcha en dirección a Vuelta del Torras, con la cabeza hecha un lío.