Capítulo 54
54
Cuando Kaldrosa Wyn y diez de las demás chicas del Dragón Cobarde salieron de la casa segura de Mama K, las Madrigueras estaban cambiadas. Flotaba en el aire un nerviosismo emocionado. La Nocta Hemata había sido un triunfo, pero se avecinaban represalias. Todo el mundo lo sabía. Mama K había comunicado a las chicas que debían abandonar su refugio subterráneo porque se había filtrado el secreto de su existencia. De algún modo, el Ángel de la Noche las había salvado a todas de la carnicería que planeaba Hu Patíbulo.
Kaldrosa ya había oído rumores sobre el Ángel de la Noche antes, justo después de la invasión, pero no les había dado crédito. Ahora todas sabían que era real. Habían visto el cuerpo de Hu Patíbulo.
Mama K les había dicho que las sacaría a escondidas de la ciudad lo antes posible, pero evacuar a trescientas mujeres iba a llevar cierto tiempo. Tenían maneras de rodear las nuevas murallas del rey dios, o de pasar por debajo, pero no sería fácil. En teoría el grupo de Kaldrosa Wyn partía esa noche. Mama K les había dicho que, si preferían quedarse en la ciudad, si tenían maridos, novios o familias a los que volver, bastaba con no presentarse en el punto de encuentro esa noche.
Las Madrigueras estaban en calma, a la expectativa, mientras las mujeres se dirigían hacia la casa segura. Llamaban la atención, por supuesto, ya que aún iban vestidas con sus ricas prendas de prostitutas. Los diseños del maestro Piccun parecían obscenos en las calles a plena luz del día. Para empeorar el efecto, algunos de los modelitos tenían manchas parduscas y negras de sangre seca.
Sin embargo, las mujeres no se cruzaron con ningún guardia, y pronto les quedó claro que los khalidoranos ya no se arriesgaban a entrar en las Madrigueras. Los residentes con los que se cruzaban les lanzaban miradas extrañas. Una callejuela por la que intentaron avanzar estaba bloqueada por un edificio que debía de haberse derrumbado durante la Nocta Hemata, lo que obligó a Kaldrosa Wyn y las demás a atravesar directamente el mercado de Durdun.
En los puestos reinaba el ajetreo de costumbre pero, a medida que las antiguas meretrices recorrían el mercado, se hacía el silencio. Todas las miradas estaban puestas en ellas. Las chicas apretaron la mandíbula, preparadas para las burlas que sin duda provocaría su ropa, pero no pasó nada.
Una recia pescadera se inclinó por encima de su puesto y dijo:
—Muy bien hecho, chicas.
La aprobación las pilló desprevenidas y las golpeó como una bofetada. Se encontraron lo mismo en todas partes. La gente asentía en señal de saludo y aceptación, incluso mujeres que una semana atrás se habrían burlado de las chicas de alquiler aun cuando envidiaban la belleza y la vida fácil. Por mucho que se vieran venir la despiadada represalia del rey dios, que sabían cierta, los conejos compartían una unidad forjada en la persecución. Los conejos se habían sorprendido a sí mismos con su propia valentía esa noche y, en cierto sentido, las putas llevaban su estandarte.
Los dos días a caballo hasta Cenaria en gloriosa soledad solo tuvieron un inconveniente. No había niña irritante. No había bruja mandona. Nada de duelos verbales ni humillaciones. El tiempo libre, en cambio, concedió a Vi la oportunidad de ver lo endebles que eran sus planes.
El primer plan era ir a ver al rey dios. Había parecido genial durante unos cinco minutos. Le comunicaría que Kylar estaba muerto. Le diría que Jarl estaba muerto. Pediría su oro y se iría.
Ya. Las cavilaciones de la hermana Ariel sobre el conjuro al que Vi estaba sometida habían sido demasiado específicas, demasiado plausibles, para ser suposiciones. La sujetaban con una correa, corta o larga, pero correa a fin de cuentas. Garoth Ursuul había prometido domarla, y no era un hombre que olvidara las promesas de ese tipo.
A decir verdad, Vi ya se sentía domada. Estaba perdiendo facultades. Una cosa era sentirse mal por matar a Jarl. Después de todo, Jarl la había mantenido viva; había sido un amigo y alguien que nunca habría exigido el uso de su cuerpo. No había supuesto una amenaza, física o sexual.
Kylar era harina de otro costal y aun así, incluso entonces, cabalgando al paso por las calles de Cenaria, con la capucha sobre la cara, Vi no podía dejar de pensar en él. Lamentaba que hubiera muerto. Quizá hasta le apenaba.
Kylar había sido un ejecutor cojonudo. Uno de los mejores. Era una pena que lo hubiese matado una flecha, disparada probablemente desde un escondrijo. Ni siquiera un ejecutor podía parar algo así.
—Eso es —dijo Vi en voz alta—. Podría pasarle a cualquiera. Me hace consciente de mi propia mortalidad. Es una pena, ya está.
No era solo una pena. No era eso lo que sentía, y lo sabía. Kylar había sido bastante mono. Si podía pensarse en «bastante mono» con un resoplido mental. Así como encantador. Bueno, no tan encantador, aunque se esforzaba.
En realidad era culpa de Uly, que no había parado de hablar sobre lo estupendo que era. Joder.
Conque a lo mejor había albergado la fantasía de que Kylar podía ser el tipo de hombre capaz de entenderla. Había sido ejecutor y, de alguna manera, lo había dejado y se había convertido en una persona decente. Si él había podido hacerlo, a lo mejor ella también.
Sí, Kylar había sido ejecutor, pero nunca puta. «¿Te crees que entendería eso? ¿Que lo perdonaría? Ya. Sigue adelante con tu encaprichamiento, Vi. Berrea como una niña pequeña. Venga, finge que podrías haber sido una Elene, creando un pequeño hogar y llevando una vida pequeña. Seguro que te habrías divertido muchísimo amamantando a mocosos y tejiendo mantas para bebés.
»La verdad es que ni siquiera tuviste valor para reconocer que te habías colado por Kylar hasta que supiste que estaba muerto y no había peligro».
Todo lo que Vi siempre había odiado de las mujeres de repente estaba manifestándose en sí misma. Por Nysos, hasta echaba de menos a Uly. Como si fuese su puta madre o algo así.
«Vale, vale, muy bonito. Yupi. ¿Ya nos sentimos mejor? Porque seguimos teniendo un problema». Se quedó sentada en su caballo frente al establecimiento de Drissa Nile. La mala puta de Ariel había dicho que las tramas eran peligrosas, pero que Drissa quizá pudiera liberar a Vi de la magia del rey dios. Observando el modesto local, Vi pensó que el rey dios parecía una apuesta más segura.
El rey dios la convertiría en esclava. Drissa Nile la liberaría o la mataría.
Entró. Tuvo que esperar media hora mientras el matrimonio Nile, ambos menudos y con anteojos, se ocupaba de un niño que se había clavado el hacha en el pie mientras partía leña. Cuando sus padres se lo llevaron a casa, Vi informó de que la enviaba la hermana Ariel. Los Nile cerraron el establecimiento de inmediato.
Drissa la sentó en una de las salas para pacientes mientras Tevor retiraba una sección del techo para que entrase la luz del sol. Se parecían: ropas anchas sobre unos cuerpos bajitos y rechonchos, pelo castaño entrecano y liso como una gavilla de trigo, anteojos y un solo pendiente cada uno. Se movían con la fluida familiaridad de una larga relación, pero estaba claro que Tevor Nile se subordinaba a su esposa. Los dos aparentaban unos cuarenta años, pero el intelectual Tevor parecía perpetuamente despistado, mientras que Drissa no dejaba duda de que era consciente de todo y en todo momento.
Se sentaron uno a cada lado de ella, dándose la mano por detrás de su espalda. Drissa apoyó la mano libre en el cuello de Vi, y Tevor le puso los dedos sobre el antebrazo. Sintió un fresco cosquilleo en la piel.
—Y bien, ¿cómo es que conoces a Ariel? —preguntó Drissa, con ojos perspicaces tras sus anteojos. Tevor parecía haberse ensimismado por completo.
—Mató a mi caballo para impedirme entrar en el bosque de Ezra.
Drissa se aclaró la garganta.
—Ya veo…
—¡Aaagh! —chilló Tevor. Se echó para atrás de golpe, cayó del taburete y se golpeó la nuca contra la piedra de la chimenea—. ¡No toques nada!
Se puso en pie tan rápido como se había caído. Vi y Drissa lo miraron desconcertadas y Tevor se frotó la nuca.
—Por los Cien, he estado a punto de incinerarnos a todos. —Se sentó—. Drissa, mira esto.
—Ah —dijo Vi—. Ariel comentó que había varias trampas interesantes.
—¿Y ahora me lo dices? —protestó Tevor—. ¿Interesantes? ¿A esto lo llama interesante?
—Dijo que erais los mejores con las tramas pequeñas.
—¿Eso dijo? —La actitud de Tevor cambió al instante.
—Bueno, dijo que Drissa lo era.
Tevor levantó las manos al cielo.
—Claro, cómo no. Las malditas hermanas no iban a reconocer que un hombre tal vez era bueno, ni siquiera por un segundo.
—Tevor… —dijo Drissa.
El hombre se calmó de golpe.
—¿Sí, querida?
—No lo veo. ¿Puedes levantarlo…? —Drissa soltó todo el aire de golpe—. Madre mía. Madre mía. Mejor que no lo levantes.
Tevor no dijo nada. Vi se volvió para ver qué expresión ponía.
—Quédate quieta, niña, por favor —pidió Drissa.
Durante diez minutos, trabajaron en silencio. O por lo menos Vi supuso que trabajaban. Aparte de algo parecido a la caricia de una pluma en la columna vertebral, no notó nada.
Al final, Tevor gruñó como si se diera por satisfecho.
—¿Hemos acabado? —preguntó Vi.
—¿Acabado? —dijo él—. Ni hemos empezado. Estaba inspeccionando los daños. ¿Interesante? Ya te digo si es interesante. Hay tres conjuros laterales protegiendo el primario. Puedo con ellos. Romper el último va a doler, y mucho. La buena noticia es que has acudido a nosotros. La mala es que, al tocar la trama, la he alterado. Si no puedo romperla en quizá una hora, te reventará la cabeza. Podrías haber avisado de que fue un vürdmeister quien te hechizó. ¿Alguna sorpresa más?
—¿Cuál es el conjuro primario? —preguntó Vi a Drissa.
—Es un conjuro de compulsión, Vi. Adelante, Tevor.
El hombre suspiró y volvió a sumirse en sí mismo. No parecía capaz de hablar mientras trabajaba. Drissa, en cambio, no tenía ningún problema. Vi observó que sus manos empezaban a adquirir un tenue resplandor, aunque no dejó de conversar.
—Pronto empezará a doler, Vi, y no solo físicamente. No podemos insensibilizarte al dolor porque el autor del conjuro ha puesto una trampa en esa zona de tu cerebro. Insensibilizarte es de lo primero que haría un sanador, por lo general, así que lo ha vuelto letal. Ahora no te muevas.
El mundo se puso blanco y se quedó blanco. Vi estaba ciega.
—Solo escucha mi voz, Vi —dijo Drissa—. Relájate.
Vi respiraba con bocanadas rápidas y superficiales. De repente, el mundo regresó. Veía.
—Cuatro veces más y tendremos el primer conjuro —explicó Drissa—. Quizá fuera más fácil si cerraras los ojos.
Vi los cerró con fuerza.
—O sea que, eh, compulsión —dijo.
—Exacto —respondió Drissa—. La magia de compulsión es muy limitada. Para que el conjuro aguante, el conjurador debe poseer autoridad sobre ti. Tienes que sentir que le debes obediencia al autor. El peor caso sería un progenitor o mentor, o un general si estuvieras en el ejército.
O un rey. O un dios. Por todos los infiernos.
—Sea como fuere —prosiguió Drissa—, la buena noticia es que puedes quitarte de encima una compulsión si puedes quitarte de encima el ascendiente que tiene esa persona sobre ti.
—Brillante —comentó Tevor—. Brillante, caray. Retorcido y demencial, pero obra de un genio. ¿Has visto cómo ha anclado las trampas en el propio glore vyrden de la chica? Hace que ella alimente los conjuros de él. Ineficiente a más no poder, pero…
—Tevor…
—Vale. Vuelvo al trabajo.
Los músculos del estómago de Vi padecieron una convulsión, como si sufriera arcadas. Cuando pasó, dijo:
—Quitármela de encima, ¿cómo?
—Oh, ¿la compulsión? Bueno, deberíamos poder romperla esta tarde. Es un poco peliagudo, sin embargo. Si intentas desatarla por donde no toca, solo aprietas más el nudo. A ti no te supondrá ningún problema.
—¿Por qué…? —El estómago revuelto de Vi atajó el resto de la pregunta.
—Las magas tenemos prohibido el uso de compulsiones, pero aprendemos a protegernos de ellas. Si no contaras con nosotros, quitarte de encima la compulsión exigiría la manifestación externa de un cambio interno, un símbolo que demuestre que has cambiado de lealtades. Eso también lo conseguirás en cuanto te pongas el vestido blanco y el colgante.
Vi la miró desconcertada.
—Cuando entres en la Capilla —explicó Drissa—. Porque piensas entrar en la Capilla, ¿no?
—Supongo —respondió Vi. En realidad no había pensado en el futuro, pero la Capilla la pondría a salvo del rey dios.
—Dos. Ja —dijo Tevor con aire triunfal—. Háblale de Pulleta Vikrasin.
—Solo te gusta esa historia porque deja a la Capilla en mal lugar.
—Sí, claro, tú quítale la gracia —protestó Tevor.
Drissa puso los ojos en blanco.
—Por no extenderme demasiado, hace doscientos años la superiora de una de las órdenes se dedicó a usar compulsión sobre sus subordinadas, que no lo descubrieron hasta que una de las magas, Pulleta Vikrasin, se casó con un mago. Su nueva lealtad a su marido rompió la compulsión y condujo a que varias hermanas recibieran un severo castigo.
—Es la peor versión de esa historia que he oído nunca —dijo Tevor. Miró a Vi—. Aquel matrimonio no solo salvó probablemente a la Capilla, sino que, en las retorcidas mentes de esas solteronas, también confirmó que una mujer que se casaba jamás podría ser leal del todo a la Capilla. No veo la hora de que las Prendas se junten y…
—Tevor, ¿una más? —dijo Drissa. De nuevo el hombrecillo volvió al trabajo—. Lo siento, ya tendrás política de la Capilla hasta aburrirte dentro de poco. Tevor sigue resentido por cómo me trataron después de que nos anillásemos. —Se dio un tironcito del pendiente.
—¿Eso significan? —preguntó Vi. Con razón había visto tantos pendientes en Waeddryn. Eran como anillos de boda.
—Sí, además de varios miles de reinas menos en el monedero, sí. Los maestros anilleros cuentan a las mujeres que los aros volverán más sumisos a sus maridos, y cuentan a los hombres que volverán a sus esposas más, ¿cómo decirlo?, amorosas. Se dice que en la antigüedad a un marido anillado no podía excitarlo ninguna mujer salvo su esposa. Puedes imaginarte lo bien que se vendían. Pero son todo mentiras. Quizá fuera cierto antaño, pero ahora los aretes apenas contienen magia para sellarse sin dejar marca y permanecer brillantes.
«Oh, Nysos». De repente la nota de Kylar a Elene cobraba mucho más sentido. Vi no había robado unas joyas caras: había robado la promesa de amor eterno que había hecho un hombre. Volvía a notar el estómago revuelto, pero no creía que en esa ocasión tuviera nada que ver con la magia de Tevor.
—¿Estás preparada, Vi? Este va a doler de verdad, y no solo físicamente. Retirar la compulsión hará que revivas tus experiencias más significativas con la autoridad. Supongo que no serán agradables para ti.
«Buena suposición».
Drissa Nile era la única que podía ayudar a esas alturas. Logan estaba muy maltrecho. Sacarlo de la isla de Vos había resultado bastante fácil, pero había llevado tiempo y Kylar no estaba seguro de cuánto le quedaba.
Su amigo había recibido una puñalada en la espalda y tenía todo tipo de cortes, entre ellos algunos en las costillas y el brazo que estaban rojos, inflamados y supuraban.
Pocos magos se habían instalado en la ciudad en las dos últimas décadas, pero Kylar empezaba a creer que la Capilla nunca abandonaba ningún rincón del mundo. Conocía a una mujer en la ciudad que tenía muy buena reputación como sanadora y, si había una maga en la capital, era ella. Más valía que fuera así, ya que si alguien necesitaba magia curativa, ese era Logan. Sobre todo con lo del brazo.
Kylar ni siquiera estaba seguro de lo que era, pero parecía haberse soldado a fuego en la carne. Lo más raro era que parecía no haber caído al azar sobre el brazo de Logan, como cabría esperar de un chorro de sangre, sino formando un patrón. Kylar ni siquiera sabía si debía echarle agua, taparlo o qué. Cualquier cosa podría empeorarlo.
¿Y qué demonios había sido aquel bicho? Como pago por los muchos cortes que le había infligido, Kylar se había llevado un colmillo de la bestia, pero haber sobrevivido al encuentro se debía tanto a la suerte como a la habilidad. Si no hubiese habido tantas estalagmitas en la gruta, la velocidad de la criatura habría superado cualquier cosa que Kylar pudiera hacer. Su piel era impenetrable, aun con toda la fuerza del Talento. Había adivinado que sus ojos serían vulnerables, pero la bestia ya los había protegido de él tres veces antes de que Logan y el Chirríos la distrajesen. Y la travesía submarina, con aquella cosa persiguiéndolo bajo el agua, había sido terror puro. Probablemente soñaría con ello durante el resto de su vida.
A pesar de todo, salvar a Logan era lo mejor que había hecho nunca. Logan había necesitado que lo salvaran, había merecido que lo salvaran, y Kylar había sido el único capaz de hacerlo. Ese era su propósito. Eso redimía sus sacrificios. Por eso era el Ángel de la Noche.
Cruzó a las Madrigueras con su extraño cargamento y los metió a todos en un carro cubierto. Después fue con él al establecimiento de Drissa Nile.
El local se encontraba en la zona más rica de las Madrigueras, justo delante del puente de Vanden, y era bastante grande. Tenía un cartel encima que rezaba «Nile y Nile, físicos», sobre un dibujo de una varita de curación para que lo entendieran los analfabetos. Como Durzo antes que él, Kylar había evitado el lugar, por temor a que un mago reconociese lo que era. En ese momento no tenía elección. Tiró de las riendas junto a la parte de atrás del establecimiento, bajó a Logan del carro y lo llevó hasta la entrada trasera seguido por el Chirríos.
La puerta estaba cerrada.
Un pequeño golpe de Talento se ocupó de eso. El pestillo reventó y se astilló la madera. Kylar llevó a Logan adentro.
El establecimiento tenía varias habitaciones que daban a una sala de espera central. El sonido de la cerradura al saltar del marco había hecho salir a un hombre de una de las habitaciones para pacientes, donde Kylar entrevió a dos mujeres hablando antes de que el sanador cerrase la puerta. Un vistazo rápido le confirmó que la entrada principal también estaba cerrada con pasador.
—¿Qué haces? —preguntó el médico—. No puedes entrar aquí por la fuerza.
—¿Qué clase de sanador cierra sus puertas en mitad del día, joder? —replicó Kylar.
Cuando miró a los ojos del médico, supo que el hombre no era ningún criminal, pero sí captó algo más, una luz verde y cálida como un bosque tras la tormenta, cuando asoma el sol.
—Eres mago —dijo Kylar. Había pensado que el hombre era solo una tapadera, un médico varón que Drissa Nile empleaba para desviar la atención de sus curas demasiado milagrosas. Se había equivocado.
El hombre se puso rígido. Llevaba anteojos, y la lente derecha era mucho más gruesa que la otra, lo que confería a sus ojos, repentinamente abiertos como platos, una apariencia desconcertante y asimétrica.
—No sé de qué estás hablando…
El mago no terminó la frase. Kylar sintió que algo lo rozaba deprisa e intentaba sondearlo, pero el ka’kari no lo permitió.
—Eres invisible para mí. Es como… como si estuvieras muerto.
Mierda.
—¿Eres un sanador o no? Mi amigo se muere —dijo Kylar.
Por primera vez, el hombre volvió sus ojos miopes hacia Logan. Kylar había tapado al rey con una manta para protegerlo de las miradas curiosas.
—Sí —respondió—. Tevor Nile a vuestro servicio. Por favor, por favor, déjalo sobre esa mesa.
Habían entrado en una habitación vacía y Kylar dejó a Logan boca abajo sobre la mesa. Tevor Nile retiró la manta y chasqueó la lengua. Luego rasgó la andrajosa túnica encostrada de sangre, suciedad y sudor para examinar el corte de la espalda de Logan. Ya estaba meneando la cabeza.
—Es demasiado —dijo—. Ni siquiera sé por dónde empezar.
—Eres un mago, empieza por la magia.
—No soy un…
—Si me mientes una vez más, te juro que te mataré —aseveró Kylar—. ¿Por qué si no una chimenea de ese tamaño en una habitación tan pequeña? ¿Por qué si no la trampilla en el techo? Porque necesitas fuego o sol para la magia. No se lo contaré a nadie. Tienes que curar a este hombre. Míralo. ¿Sabes quién es?
Kylar volteó a Logan y tiró al suelo la túnica destrozada.
Tevor Nile ahogó un grito, pero no estaba mirando la cara de Logan. Contemplaba la marca resplandeciente de su brazo.
—¡Drissa! —gritó.
En la habitación de al lado, Kylar oía hablar a dos mujeres.
—¿… lo crees? ¿Cómo que lo crees? ¿Se ha ido o no?
—Estamos bastante seguros de que se ha ido —respondió la otra.
—¡DRISSA! —berreó Tevor.
Se abrió y cerró una puerta y luego se abrió la de ellos y apareció el rostro irritado de Drissa Nile. Tenía el mismo aspecto arrugado que su marido, aunque no debía de llegar a los cincuenta años. Los dos eran bajitos y con aire de estudiosos, gracias a sus anteojos y sus ropas holgadas. Como le había sucedido con su marido, Kylar no vio la contaminación del mal en ella, pero sin duda había ese algo de más que él atribuía a la magia.
Dos magos casados. En Cenaria. Era una anomalía, desde luego, sobre todo allí. Kylar solo podía creer que era la anomalía más afortunada posible. Si dos magos sanadores no podían curar a Logan, nadie podía.
La irritación de Drissa desapareció en el mismo instante en que vio a Logan. Abrió mucho los ojos. Se acercó y paseó la mirada del brazo resplandeciente a la cara de Logan y luego de vuelta al brazo, asombrada.
—¿Dónde se ha hecho esto? —preguntó.
—¿Podéis ayudarle? —insistió Kylar.
Drissa miró a Tevor. Él negó con la cabeza.
—No después de lo que acabamos de hacer. No creo que me quede suficiente poder. No para esto.
—Lo intentaremos —dijo Drissa.
Tevor asintió, sumiso, y Kylar reparó en los aros de sus orejas por primera vez. De oro y a juego. Los magos eran waeddryneses. En cualquier otra circunstancia, les habría preguntado si los malditos pendientes de verdad contenían conjuros.
Tevor retiró la sección del techo para dejar entrar la luz de aquella mañana nublada. Drissa tocó la madera que ya estaba apilada en la chimenea y esta empezó a arder. Ocuparon posiciones a ambos lados de Logan y el aire por encima de él reverberó.
Kylar llevó el ka’kari por dentro de su cuerpo hasta sus ojos. Fue como poner anteojos a un hombre casi ciego. Las tramas que habían resultado apenas visibles por encima de Logan de repente cobraron claridad.
—¿Sabes de hierbas? —le preguntó Drissa. Al verlo asentir, le dijo—: En la sala grande, trae hoja de tuntun, ungüento de grubel, cenizo, ambrosía y la cataplasma blanca del estante de arriba.
Kylar regresó al cabo de un minuto con los ingredientes que le habían pedido y unos cuantos más que le parecieron de posible utilidad. Tevor los miró y asintió, pero no parecía capaz de hablar.
—Bien, bien —musitó Drissa.
Kylar empezó a aplicar las hierbas y los emplastos mientras Drissa y Tevor trabajaban con la urdimbre de magia. Una y otra vez los vio posar una trama tan gruesa como un tapiz sobre Logan, ajustarla para que encajara con su cuerpo, elevarla por encima de él, repararla y volverla a bajar. Lo que le sorprendió, sin embargo, fue el modo en que respondieron algunas de las hierbas.
Nunca se había planteado que las plantas normales pudieran reaccionar a la magia, pero saltaba a la vista que lo hacían. El cenizo que Kylar había embutido en la cuchillada de la espalda se volvió negro en cuestión de segundos, algo que nunca le había visto hacer.
Para Kylar, fue como presenciar un baile. Tevor y Drissa trabajaban juntos en perfecta armonía, pero el marido se estaba cansando. Antes de que pasaran cinco minutos, empezó a flaquear. Sus partes de las tramas se estaban volviendo endebles y vacilantes. Tenía la cara pálida y sudorosa. No paraba de parpadear y de subirse los anteojos por su larga nariz. Kylar notaba el agotamiento del mago, pero no podía hacer nada al respecto. Criticar a un bailarín no era lo mismo que saltar a la pista y moverse mejor, que era lo que le gustaría poder hacer. No estaba seguro de cómo lo sabía, pero le daba la impresión de que Drissa intentaba cambios cada vez más pequeños en Logan, cuando él aún tenía problemas terriblemente graves dentro. Mirándolo a través de la trama curativa, su cuerpo entero parecía del color equivocado. Lo tocó, y estaba caliente.
Kylar se sentía impotente. Tenía Talento allí mismo. Talento de sobra, aun después de todo lo que había hecho. Con un esfuerzo de voluntad intentó replegar el ka’kari, retirar el escudo, transferir toda esa magia a Logan. No pasó nada.
«Cógelo, maldita sea. ¡Ponte bien!».
Logan no se movió. Kylar no podía usar la magia; no sabía cómo formar una trama, y mucho menos una tan compleja como la que estaban urdiendo los Nile.
Tevor miró a Kylar con aire de disculpa y le dio una palmadita en la mano.
En el momento que se tocaron, una luz cegadora llenó la habitación. Ardía más allá del espectro mágico, se tornaba visible y proyectaba sombras en las paredes. Las tramas que flotaban sobre Logan, que apenas unos instantes atrás flaqueaban tenues y amenazaban con desaparecer, brillaron incandescentes en ese momento. Kylar notó el calor que le pasaba raudo por la mano.
Tevor se quedó boquiabierto como un pez.
—¡Tevor! —dijo Drissa—. ¡Úsalo!
Kylar sintió que el Talento salía a chorro de él, que su magia pasaba por Tevor para acabar en el cuerpo de Logan. Escapaba a su control. Tevor dirigía por completo el Talento de Kylar. Se dio cuenta de que el sanador podría desviar esa magia para matarlo y que, habiéndose sometido de ese modo, sería incapaz de detenerlo.
La cara de Drissa se perló de sudor y Kylar notó que ambos magos trabajaban con una intensidad febril. Recorrieron con magia el cuerpo de Logan como si fuera un peine alisando una melena enmarañada. Tocaron la cicatriz luminosa de su brazo —que todavía brillaba, horas después— pero, extrañamente, no encontraron en ella nada malo. No era algo que pudieran arreglar. La magia curativa pasó de largo sin afectarla.
Al final, Drissa suspiró y dejó que la trama se disipase. Logan viviría; a decir verdad, probablemente estaba más sano que cuando había entrado en las Fauces.
En cambio, Tevor no liberó a Kylar. Se volvió y lo miró, con los ojos muy abiertos.
—Tevor… —dijo Drissa, con tono de advertencia.
—¿Qué eres? ¿Eres un vürdmeister? —preguntó el mago.
Kylar intentó activar el ka’kari para cercenar la conexión, pero no pudo. Intentó aprestar sus músculos con la fuerza que le daba su Talento, pero no pudo.
—Tevor… —repitió Drissa.
—¿Lo has visto? ¿Has visto eso? Nunca he…
—Tevor, suéltalo.
—Cariño, podría incinerarnos a los dos con tanto Talento. Es…
—¿O sea que usarías la magia de un hombre contra él después de que te la haya sometido? ¿Qué opinan sobre eso los hermanos? ¿Es ese el tipo de hombre con el que me casé?
Tevor dejó caer la cabeza y a la vez su control sobre el Talento de Kylar.
—Lo siento.
Kylar se estremeció, agotado, vacío, débil. Era casi tan desconcertante recuperar el control de su Talento como lo había sido renunciar a él. Se sentía como si llevase dos días sin dormir. Apenas tenía energías suficientes para alegrarse de que Logan fuese a sobrevivir.
—Creo que será mejor que os atendamos a ti y a tu amigo el simple. Vuestras heridas pueden conformarse con tratamientos más mundanos —dijo Drissa, que luego bajó la voz—: El, ejem, rey debería despertarse esta tarde. ¿Por qué no me acompañas a otra habitación?
Abrió la puerta y Kylar salió a la sala de espera. El Chirríos se había acurrucado en un rincón y estaba durmiendo. Sin embargo, directamente enfrente de Kylar había una mujer hermosa y curvilínea con el pelo largo y pelirrojo. Vi. Lo estaba mirando desde el otro extremo de una espada desnuda, cuya punta le tocó la garganta.
Kylar echó mano de su Talento, pero se le escurrió entre los dedos. Estaba demasiado cansado. Lo perdió. No podía hacer nada para detenerla.
Vi tenía los ojos hinchados y enrojecidos como si acabase de pasar el peor rato de su vida, aunque Kylar no tenía ni idea de cómo ni por qué.
La ejecutora lo miró a lo largo del acero durante un momento que pareció prolongarse una eternidad. Kylar no sabía interpretar la expresión de aquellos ojos verdes, pero era algo salvaje.
Vi retrocedió con tres pasos medidos y equilibrados, valdé docci, el Espadachín se Retira. Se arrodilló en el centro de la habitación, agachó la cabeza, se echó a un lado la cola de caballo y colocó la espada sobre sus dos manos. Luego la elevó en ofrenda.
—Mi vida es tuya, Kylar. Me someto a tu juicio.