Capítulo 2

2

La mansión de los Jadwin había sobrevivido a los incendios que redujeron a escombros buena parte de la ciudad. Kylar llegó a la vigiladísima entrada delantera y los centinelas le abrieron el portillo sin mediar palabra. Kylar solo se había parado a quitarse el disfraz de curtidor y frotarse el cuerpo con alcohol para desembarazarse del olor, y estaba seguro de haber llegado antes que la duquesa, pero la noticia de la muerte del duque se le había adelantado. Los guardias llevaban tiras de tela negra atadas al brazo.

—¿Es cierto? —preguntó uno de ellos.

Kylar asintió y se dirigió hacia la cabaña donde vivían los Cromwyll, detrás de la mansión. Elene había sido la última huérfana acogida por la familia, y todos sus hermanos se habían marchado para trabajar en otros oficios o servir en otras casas. Solo su madre adoptiva seguía trabajando para los Jadwin. Desde el golpe, Kylar, Elene y Uly se habían instalado allí. Era su única opción, ya que todas las casas seguras de Kylar habían ardido o era imposible acceder a ellas. A él lo daban por muerto, de modo que no quería alojarse en ninguna casa segura del Sa’kagé, donde podrían reconocerlo. Además, estaban todas llenas hasta la bandera. Nadie quería andar por las calles cuando merodeaban las bandas de khalidoranos.

No había nadie en la cabaña, de modo que Kylar fue a la cocina de la mansión. Uly, de once años, estaba de pie sobre un taburete, inclinada sobre una cuba de agua con jabón, fregando sartenes. Kylar entró y con un solo movimiento la agarró bajo un brazo, le dio una vuelta por los aires mientras ella chillaba y la volvió a dejar en el taburete. Después la miró con cara muy seria.

—¿Has impedido que Elene se meta en líos como te encargué? —preguntó a la niña.

Uly suspiró.

—Lo he intentado, pero creo que esa mujer no tiene remedio.

Kylar se rio, y Uly también. A la niña la habían criado los sirvientes del Castillo de Cenaria, convencidos, por el bien de ella, de que era huérfana. En realidad era hija de Mama K y Durzo Blint. Durzo no se había enterado de su existencia hasta los últimos días de su vida, y Kylar le había prometido que cuidaría de la niña. Tras el mal trago inicial de explicarle que él no era su padre, las cosas habían ido mejor de lo que se esperaba.

—¿Que no tengo remedio? Ya te enseñaré yo lo que no tiene remedio —dijo una voz.

Elene apareció con un enorme caldero con los restos pegados del estofado del día anterior, que dejó junto a la pila de platos de Uly.

La niña soltó un gemido y Elene se rio con sorna. Kylar se maravilló ante lo mucho que había cambiado en apenas una semana, aunque tal vez el cambio se había obrado en su manera de verla. Elene seguía teniendo las gruesas cicatrices que Rata le había dejado de niña: una X sobre sus labios carnosos, otra en la mejilla y una medialuna que trazaba una curva desde una ceja hasta la comisura de la boca. Sin embargo, Kylar casi no reparaba en ellas. Lo que veía era una piel radiante, unos ojos luminosos de inteligencia y felicidad, y una sonrisa ladeada no por una cicatriz sino por la próxima travesura que estuviera tramando. Encima, que una mujer pudiera estar tan guapa vestida con las humildes prendas de lana de una sirvienta y un delantal, constituía uno de los grandes misterios del universo.

Elene descolgó otro delantal de un gancho y miró a Kylar con un destello depredador en los ojos.

—Ah, no. Yo, no —protestó él.

Elene le pasó el cuello del delantal por la cabeza y lo acercó a su cuerpo con movimientos lentos y seductores. Tenía la vista puesta en los labios de Kylar, y él no pudo evitar quedarse mirando los de ella mientras se los humedecía con la lengua.

—Creo —dijo Elene en voz baja, deslizándole las manos por los costados— que…

Uly tosió sonoramente, pero ninguno de los dos le hizo caso.

Elene lo atrajo hacia sí, le puso las manos en la parte baja de la espalda y alzó un poco la boca; su aroma inundó el olfato de Kylar.

—… así está mucho mejor. —Elene anudó las dos tiras del delantal a su espalda, soltó a Kylar de golpe y se apartó hacia atrás—. Ahora puedes ayudarme. ¿Prefieres cortar las patatas o las cebollas?

Ella y Uly se rieron de su expresión indignada.

Kylar saltó adelante y Elene intentó esquivarlo, pero él usó su Talento para agarrarla. Había estado practicando durante la semana anterior y, aunque de momento solo podía proyectar su poder a un paso más allá de sus brazos, en esa ocasión fue suficiente. Tiró de Elene y la besó. Ella apenas fingió que oponía resistencia antes de devolverle el beso con el mismo fervor. Por un instante, el mundo se redujo a la blandura de los labios de Elene y el tacto de aquel cuerpo apretado contra el suyo.

En algún lugar, Uly empezó a fingir que vomitaba ruidosamente. Kylar estiró un brazo y con un manotazo lanzó agua de fregar hacia el punto donde estaba aquel incordio. Las arcadas se interrumpieron de golpe por un gritito. Elene se zafó de Kylar y se tapó la boca en un intento de no reírse.

Kylar había conseguido empapar por completo la cara de Uly, que alzó la mano y le salpicó a modo de revancha. Kylar dejó que el agua lo alcanzara. Luego revolvió el pelo mojado de la niña, algo que ella detestaba, y dijo:

—Vale, canija, me lo merecía. Ahora estamos en paz. ¿Dónde están esas patatas?

Se dejaron llevar apaciblemente por la rutina del trabajo de cocina. Elene le preguntó qué había visto y descubierto y Kylar, aunque en ningún momento dejó de vigilar por si alguien los escuchaba, le contó con pelos y señales que había espiado al barón y presenciado impotente el intento de magnicidio. Comentar la jornada era, quizá, lo más aburrido que podía hacer una pareja, pero Kylar se había visto privado durante toda su vida de los lujos aburridos del amor cotidiano. Poder compartir, decir la verdad sin más a una persona a quien le importaba, era para él algo valioso hasta extremos incalculables. Durzo le había enseñado que un ejecutor debía ser capaz de dejarlo todo en cualquier instante. Un ejecutor siempre está solo.

De modo que ese momento, esa sencilla comunión, era el motivo de que Kylar hubiese abandonado el camino de las sombras. Durante más de media vida había entrenado sin descanso para convertirse en la máquina de matar perfecta. Ya no quería matar más.

—Necesitaban a un tercer hombre para el trabajo —dijo Kylar—. Para que actuara de vigía y pudiese apuñalar en caso necesario. Podríamos haberlo conseguido. Su sincronización ha sido buenísima. Un segundo de diferencia y se habrían salido con la suya, aun siendo solo dos. Si hubiera estado yo allí, tanto Hu Patíbulo como el rey dios estarían muertos. Tendríamos cincuenta mil gunders. —Un pensamiento oscuro lo hizo detenerse—. «Gunders». Supongo que dejarán de llamarlos así, ahora que todos los Gunder han muerto. —Suspiró.

—Quieres saber si hiciste lo correcto —dijo Elene.

—Sí.

—Kylar, siempre habrá personas tan malas que pensemos que merecen morir. En el castillo, cuando Roth te estaba… haciendo daño, estuve en un tris de matarlo yo misma. Si hubiese pasado tan solo un poquito más de tiempo… no sé. Lo que sí sé, porque me lo contaste, es lo que matar provoca en tu alma. Da igual el bien que parezca hacerle al mundo, a ti te destruye. Eso no puedo presenciarlo, Kylar. No lo haré. Me importas demasiado.

Era la única condición que Elene imponía para dejar la ciudad con Kylar: que renunciase a matar y a la violencia. Kylar todavía se sentía muy confuso. No sabía si el camino de Elene era el correcto, pero había visto lo suficiente para estar seguro de que el de Durzo y Mama K no lo era.

—¿De verdad crees que la violencia engendra violencia? ¿Que al final morirán menos inocentes si renuncio a matar?

—Lo creo de verdad —respondió Elene.

—De acuerdo —dijo Kylar—. Entonces hay un trabajo que debo terminar esta noche. Si no surgen imprevistos podremos partir mañana por la mañana.