Cap ítulo 12

Ella flotaba de espaldas acercándose a él.

— ¡Está buena el agua, Clee! -gritó-. Creí que estaría tan caliente como la de la bañera pero está perfecta.

— La brisa todo lo refresca -dijo él.

Nicky no contestó y derivó hacia el extremo de la piscina, donde Clee descansaba después de nadar briosamente varios largos. De pronto, ella giró sobre sí misma y nadó hacia él.

Asiéndose con una mano al borde de la piscina, se echó el pelo hacia atrás con la otra, riendo suavemente, como para sí y moviendo la cabeza.

— ¿Qué ocurre?

— Pensaba que es extraño que a veces olvidemos que las cosas más simples de la vida pueden ser maravillosas… lo mejor de todo.

— Sé muy bien lo que quieres decir -dijo él, paseando la mirada por el jardín. Antes de salir de la casa, había encendido las luces disimuladas en la espesura y los arbustos, los árboles y las flores acentuaban su relieve en círculos de luz plateada. Gracias al talento de su hermana, las luces habían sido colocadas estratégicamente, y el efecto no tenía nada de artificial. El jardín parecía tan natural como durante el día y, para Clee, estaba infinitamente más hermoso.

El cielo había vuelto a cambiar de color; el malva y el amatista habían cedido el paso al azul oscuro de un suave crepúsculo. Había quietud en el jardín, donde los únicos sonidos eran el murmullo de las hojas del bosquecillo y el chapoteo del agua en los costados de la piscina. El aire era transparente y mucho más fresco, y olía a la madreselva y al jazmín que crecían junto a la vieja tapia.

Clee respiró profundamente y miró a Nicky.

— ¿Qué puede ser mejor que estar en este lugar maravilloso, los dos, gozando mutuamente de nuestra compañía?

— Nada, es el cielo -dijo Nicky-. Ha sido un fin de semana delicioso, Clee. He disfrutado hasta el último minuto. Y ésta es la forma perfecta de terminar un día muy hermoso.

— Todavía no ha terminado -dijo él mirándola fijamente-, todavía nos queda la noche. -Miró su reloj-. Sólo son las nueve y media. Podemos quedarnos levantados cuanto nos apetezca, no tenemos que madrugar. Ninguno tiene compromiso.

— Gracias a Dios -dijo ella riendo ligeramente-. Reconozco que ha sido estupendo hacer vacaciones. Las primeras en dos años y medio. Gracias por invitarme y gracias por venir. Ha sido… en fin, maravilloso, Clee. Eres muy bueno conmigo, un gran amigo.

Ella puso la mano en el brazo que él había apoyado en el borde de la piscina y le tomó la mano y se la retuvo con fuerza. Entonces, sin poder contenerse, la atrajo hacia si y la besó en la boca.

Al principio, ella se resistía pero luego, poco a poco, empezó a responder, su cuerpo se relajó y su boca se suavizó bajo la de él. Hasta que, bruscamente, se apartó y le miró muy seria.

Él no podía descifrar su expresión, le desconcertaba. Volviendo a asirle la mano, dijo rápidamente:

— No me huyas, Nicky. Desde Pekín siento por ti algo muy especial, diferente… no sé cómo explicarlo.

Ella no dijo nada, se desasió y se alejó nadando hasta el otro extremo de la piscina.

Él la siguió, salió de la piscina y fue donde ella estaba, cerca de las tumbonas, bajo los árboles.

Ella, sin mirarle, tiritaba a la ligera brisa.

Él cogió una de las grandes toallas de playa que había en una de las tumbonas y la envolvió.

— Tienes frío -dijo-. Nicky.

Por fin, ella volvió la cabeza y le miró pero sin decir nada todavía.

Se quedaron quietos, mirándose a los ojos intensamente, incapaces de romper el hechizo.

Clee tenía la impresión de que aquellos ojos azules lo taladraban. Interiormente vacilaba, pero no podía desviar la mirada. ¡Y, Dios, cómo la deseaba! Quería abrazarla, amarla, más aún, poseerla por completo y ser poseído por ella. Pero no podía hacer ni un solo movimiento, estaba momentáneamente paralizado y sentía un nudo en la garganta.

Fue ella la que, por fin, rompió el silencio.

— Clee… Oh, Clee… -No dijo más, como si temiera terminar su pensamiento.

Mucho tiempo después, él recordaría la inflexión de su voz, recordaría cómo ella había pronunciado su nombre en aquel momento, porque era una voz que lo decía todo. En su tono estaba implícito el deseo.

— Nicky, cariño -dijo él con una voz ronca de deseo, y fue rápidamente hacia ella en el momento en que ella se echaba en sus brazos.

Él la oprimió con fuerza. Sentía el corazón de ella en el pecho, palpitando al unísono con el suyo. Le dio un beso profundo, apasionado, casi violento, y ella respondió con ardor, con unos labios que se rendían, dúctiles, a su lengua, que encontraba la de ella y se retiraba para volver a buscarla.

Ella le acariciaba la nuca, los hombros y la espalda. A él le gustaba sentir en la piel el contacto de aquellos dedos suaves y firmes. La abrazó más estrechamente todavía, deslizando las manos por su espalda, apretando su cuerpo contra sí, acoplándola a él.

Nicky se oprimía contra Clee, tan ávida de él, como él lo estaba de ella. Sentía vértigo, las piernas flojas y un temblor en todo el cuerpo. Clee estaba muy excitado. La besó tiernamente en la garganta, le apartó la toalla del hombro y apoyó en él la boca, cubriéndolo de besos suaves.

Al fin, él aflojó el abrazo, le tomó la cara entre las manos y la miró a los ojos. A la suave luz que los envolvía, vio reflejado en su cara, un intenso deseo, un deseo de él. Y, al comprender que ella sentía lo mismo que él, se excitó más todavía.

La tomó de las manos y la llevó a la tumbona. Suavemente, la hizo echarse y se sentó a su lado, se inclinó sobre ella y le cubrió la boca con la suya, mientras apartaba la toalla y la parte de arriba del bikini. El cierre de la espalda saltó y él apartó la prenda, liberando los pechos que él cubrió de besos.

— Clee.

Inmediatamente, él se detuvo y la miró.

— ¿Nicky?

— Tengo miedo -dijo ella en voz muy baja.

— ¿De mí?

— No.

— ¿De ti misma? -preguntó él, hablando en un tono tan bajo como el de ella y alargando el brazo le rozó la mejilla con las yemas de los dedos.

— Tengo miedo de… de… del acto del amor. Hace tanto tiempo… -suspiró.

— No temas nada -dijo él abrazándola-. Confia en mí -agregó besándole el pelo-. Confía en mí.

Clee la soltó, se puso en pie y le ofreció las dos manos. Ella las tomó y le miró interrogativamente mientras él la ponía de pie.

— Ven -dijo él señalando a los árboles.

Clee extendió las toallas en la hierba. Los dos se quitaron el bañador y se tendieron juntos bajo los árboles.

Nicky temblaba interiormente, llena de deseo, pero en su deseo se mezclaba el miedo, miedo a defraudarle, ahora lo comprendía. No quería estar tan tensa y trataba de relajarse. Volvió la cabeza hacia él y le puso una mano en la cara, mirándole a los ojos.

Clee sonrió, esforzándose por tranquilizarla. Era la misma sonrisa juvenil y torcida con que la había mirado aquella primera vez, en el bar del «Commodore» de Beirut-Oeste, una sonrisa que ella conocía bien y que esta noche la conmovía de un modo nuevo. La invadió un fuerte deseo. Entonces se le ocurrió una idea curiosa. ¿Habría sentido algo especial por Clee durante los dos últimos años sin darse cuenta? ¿Era él la causa por la que durante aquel tiempo no la había interesado ningún hombre?

Clee se incorporó apoyándose en un codo, se inclinó y le acarició los senos. Acercó los labios a uno, le dio un beso en el pezón que instantáneamente se enderezó. Entonces besó el otro de la misma forma. Nicky exhaló un pequeño gemido y rodeó con los brazos a Clee pasándole los dedos lentamente por los hombros y la espalda hasta la cintura.

Al cabo de unos segundos, Clee levantó la cabeza y la besó devorando su boca mientras le acariciaba los pechos. Al fin sus manos recorrieron su vientre liso hasta los muslos rozando suavemente su piel de seda hasta disipar la tensión.

Ahora el cuerpo de ella estaba dúctil, sensible a su tacto. Él apoyó la cabeza en su vientre, besándolo mientras sus manos le acariciaban la cara interna de los muslos. Sus dedos palpaban y exploraban con suavidad, hasta que ella se abrió a sus manos y a su boca como una flor a la luz cálida del sol. Mientras saboreaba su textura de terciopelo, él se sentía consumido por deseo voraz y tenía que hacer un gran esfuerzo para no poseerla inmediatamente.

Nicky le miró, le puso las manos en los hombros y volvió a cerrar los ojos, saboreando el contacto de sus manos fuertes y sensibles en su cuerpo. Estaba aturdida. Había sido todo tan inesperado, tan repentino que aún no había podido asimilarlo. No obstante, sabía que su unión era buena, lo sentía. Ahora la había excitado plenamente, la había llevado al borde del éxtasis, tanteando con la lengua y los dedos el mismo centro de su ser. Ella, inundada de sensualidad, del erotismo que él había despertado, se entregó por completo. Se sentía transportada, ingrávida bajo sus caricias. Y él se mostraba tan seguro y tan hábil como si hubiera estado amándola así durante una eternidad.

Él le hizo doblar las rodillas y, deslizando las manos bajo las nalgas, volvió a acercarle la boca, tan suavemente que ella apenas la sentía. Una sensación exquisita le recorrió el cuerpo y empezó a temblar.

— Clee, sigue, por favor, sigue… -susurró.

Él la miró, volvió a inclinarse y su boca y sus manos siguieron amándola con sensibilidad y delicadeza, y con una habilidad consumada.

Clee estaba tan excitado al percibir la creciente excitación de Nicky que pensó que estallaría. Con todas las fibras de su ser anhelaba estar dentro de ella. Pero Nicky había dicho que había estado célibe durante mucho tiempo, y él quería hacerla gozar, para asegurarse de que estaba totalmente relajada y preparada para recibirle.

Ella volvió a gritar su nombre y le oprimió los hombros con más fuerza, mientras aumentaba el temblor de su cuerpo. Su deseo producía en él el efecto de un afrodisíaco y ahora quería hacerla culminar, para poseerla y entregarse a ella ya.

Cuando notó que el temblor de ella se acentuaba hasta hacerse espasmo violento, él se irguió y entró con una fuerza que les hizo ahogar un grito a los dos.

Nicky se abrazó a él y lo rodeó con las piernas gritando:

— Clee, oh, Clee, oh, Dios mío. -Él le tapó la boca con la suya y los dos empezaron a moverse al unísono, encontrando instantáneamente su ritmo.

Su pasión aumentaba. Él se apretaba contra ella con más fuerza, con más ímpetu, penetrando más profundamente, y Nicky, tan desinhibida como él, arqueaba el cuerpo para recibirle mejor. Y le mantenía abrazado.

Repentinamente, Clee se detuvo, se incorporó apoyándose en las palmas de las manos y la miró.

Nicky abrió los ojos y sostuvo su mirada. Sus ojos le interrogaban.

— Eres preciosa, Nicky.

— Clee…

Él la miró fijamente a los ojos; era como si volvieran a hipnotizarse mutuamente lo mismo que antes. Sus ojos se habían trabado y miraban más y más adentro, como si se asomaran al corazón, a la mente y al alma del otro.

Clee pensaba: «esto no es simple deseo sexual, aunque bien sabe Dios que el que ella me inspira es más fuerte que el que haya conocido en mi vida. La quiero. Es eso. Estoy enamorado de Nicky. Lo he estado desde Pekín».

Mientras Nicky miraba los ojos oscuros y brillantes de Clee, buscando en ellos afanosamente, empezó a descubrir que hacía meses que esperaba que él fuera a ella como amante, aunque no se había dado cuenta hasta este momento. Y pensó, con sorpresa: «por fin estoy libre de Charles. Quizá pueda volver a enamorarme, quizá me enamore de Cleeland Donovan».

Clee empezaba a moverse otra vez, al principio despacio, acariciándola con la mirada. Ella le abrió los brazos, él volvió a besarla en la boca con avidez y ella se movió contra él, siguiendo su ritmo. Él aceleró y ella también.

Nicky sintió que un calor súbito e intenso le subía desde los muslos inundando todo su ser, y se abrazó a él con más fuerza, hundiéndole los dedos en los hombros, con su nombre en los labios. Clee notó cómo el calor de ella lo envolvía y se hundió más profundamente, moviéndose más y más aprisa.

— Ven, mi vida, ven. -Y ella fue a él, y su unión se consumó, y fueron uno.

Él pronunció sü nombre y la oyó gritar él suyo, y juntos se elevaron, subiendo y subiendo, hasta que él tuvo la impresión de estar flotando en un cielo azul brillante, como los ojos de ella. Flotando hacia el infinito, abrazándola como si no hubiera de soltarla nunca. Nunca la soltaría. Era su amor. Su único amor. No había conocido otro, ni lo conocería. Le estaba destinada y él, a ella, y esto tenía que ocurrir.

Él abrió los ojos y la miró.

La luz era débil en el bosquecito; pero los pequeños focos disimulados entre los árboles le permitían verle la cara. Estaba sonrosada y risueña. Tenía los ojos muy abiertos y muy azules y le miraba sin pestañear y él observó en ellos una expresión nueva. ¿Era adoración? ¿Sentía ella lo mismo que él? Tenía que sentirlo: una unión tan íntima tenía que ser compartida.

— Nicky… -empezó, pero antes de que pudiera decir otra palabra, ella le puso las yemas de los dedos en los labios.

— No digas nada, Clee.

— Pero, Nicky, yo…

— Sssh -hizo ella, atrayendo su cara hacia sí. Lo besó suavemente y se abrazó a él. Y entonces se sintió un poco más en paz consigo misma… por primera vez desde que Charles Devereaux había salido de su vida dejándola vacía.