Cap ítulo 3
Cleeland Donovan estaba sentado en una de las cornisas que rodeaban el Monumento a los Héroes del Pueblo, llamado también Monumento a los Mártires, mirando, fijamente a la Diosa de la Democracia. La estatua, de once metros de alto, había sido levantada en el centro de la plaza por los estudiantes, frente a un retrato gigante de Mao Tsé-tung, colocado encima de la Puerta de Tiananmen. La retadora estatua blanca, de escayola y porespan, había sido hecha por los estudiantes y Facultad de la Academia Central de Bellas Artes y llevada hasta la plaza ceremoniosamente.
Clee le encontraba cierto parecido con la Estatua de la Libertad. No tanto por la cara como por la actitud, la túnica y la antorcha de libertad que sostenía en alto. La estatua era fea, pero no importaba. Lo que contaba era el símbolo.
Cleeland estaba en la plaza de Tiananmen cuando, tres días antes, los estudiantes habían levantado y descubierto la estatua. Se cantó La Internacional, hubo vítores y en toda la plaza resonó el grito de «¡Viva la democracia!». Fue una ceremonia emotiva que le conmovió profundamente. Consiguió hacer varios rollos de película, disimuladamente, a pesar de que en la plaza estaban prohibidas las cámaras; la Policía ya le había roto tres. Afortunadamente, tenía varias de repuesto, incluida la «Nikon F4» que ahora llevaba colgada del hombro, debajo de la holgada chaqueta de algodón.
La noche en que la estatua fue llevada a la plaza, cambió el tiempo: de madrugada hubo viento huracanado y lluvia, pero, asombrosamente, a la semana siguiente, la estatua estaba indemne, sin un arañazo. Cuánto tiempo seguiría así era otra cosa.
Clee sabía que la diosa había irritado y sulfurado al Gobierno más que cualquiera de las otras cosas que habían hecho los estudiantes, y algunos funcionarios habían tachado de «humillación» su aparición en lugar tan histórico y sagrado como la plaza de Tiananmen.
Por otro lado, la estatua fue el acicate que necesitaban los estudiantes. Sólo verla en lugar tan simbólico les infundía moral. Para proteger a la diosa, plantaron tiendas alrededor de su pedestal, y a su lado había siempre estudiantes dispuestos a defenderla.
«Pero el Gobierno la derribará», pensó Clee suspirando profundamente.
Luke Michaels, que estaba sentado a su lado, miró a Clee.
— ¿Ocurre algo malo?
— Sólo me preguntaba cuánto tiempo va a estar ahí -murmuró señalando a la estatua.
— No sé. -Luke se encogió de hombros, se pasó la mano por su pelo caoba y volvió hacia Clee una cara pecosa y seria-. A lo mejor, siempre.
Clee rió con tristeza.
— Le doy, como mucho, un par de días antes de que la destruyan. Te garantizo, Luke, que dentro de ocho días ya no estará ahí.
— Sí, creo que tienes razón. Es una espina clavada en el costado de Deng, mejor dicho, en el costado de todos ellos. La Banda de los Viejos la tiene atravesada, la considera un desafío. Cuando dije que tal vez estuviera ahí para siempre, como una especie de tributo a esos chicos, lo que hacía era formular un deseo en voz alta.
— Aquí nadie va a ofrecerles tributo por nada, salvo nosotros, la Prensa internacional. Nosotros tenemos que hablar al mundo de estos chicos y de su lucha. A todo trance.
Luke asintió, se apoyó en la piedra que tenía a su espalda y cerró los ojos. Los fotógrafos como Clee y los corresponsales como Nicky arriesgaban la vida para decir la verdad al público y, para él, eran el modelo a emular. Él admiraba sobre todo a Nicky Wells, que era lo que su madre llamaba «toda una mujer». Luke no estaba casado ni salía con ninguna chica en particular, pero, cuando llegara el momento de buscar pareja, esperaba encontrar a una mujer como Nicky. Respiraba simpatía y serenidad, y no trataba desdeñosamente a los hombres.
Él formaba parte del equipo desde hacía poco más de un año y había visto y aprendido mucho a su lado. Tenía veintisiete años y sólo hacía cinco que estaba en la televisión. Sabía que, en muchos aspectos, le faltaba experiencia. Pero Nicky le había ayudado desde el principio, tratándole con deferencia, como si fuera todo un veterano. Era muy exigente en según qué cosas, como la puntualidad, por ejemplo, y una perfeccionista que tenía sus prontos; pero era toda una profesional y él haría cualquier cosa por ella.
Ojalá Nicky encontrara a un buen sujeto. A veces, parecía triste y sus ojos tenían una expresión ausente, como si recordara algo doloroso. Había extraños rumores acerca de un hombre del que había estado enamorada antes de que Luke entrara en el equipo. Al parecer, él se había portado como un canalla. Arch y Jimmy no soltaban prenda, y él no era preguntón. De todos modos, le parecía una pena que ella estuviera sola. Lástima de preciosa mujer…
— ¡Luke! ¡Luke!
El técnico de sonido tuvo un sobresalto al oír su nombre. Miró abajo. En la base del monumento había el acostumbrado ir y venir de gente, ya que allí estaba el puesto de mando del movimiento estudiantil y también los representantes de la Prensa solían congregarse en aquel punto, por lo que la animación era constante. Su colega Tony Marsden le hacía señas.
Luke agitó la mano y se levantó.
— Voy a ver qué quiere Tony -dijo a Clee-. A lo mejor, sabe algo nuevo. Hasta ahora.
— No tengas prisa -dijo Clee contemplando la plaza. Sabía que no tardaría en marcharse de China; el fin estaba cerca. Con los codos en las rodillas y la cara entre las manos, pensaba tristemente en aquellos chicos, tan idealistas, tan inocentes, tan valerosos. Cuando, hacía casi seis semanas, llegó a Pekín, los vio llenos de entusiasmo e ilusiones. Decían hermosas frases de libertad y democracia, cantaban canciones y tocaban guitarras.
Pero esta noche las guitarras estaban mudas y pronto enmudecerían también las gargantas. Se estremeció ligeramente y sintió el cosquilleo de la piel de gallina. No quería pensar en lo que iba a ser de ellos, sabía que corrían grave peligro. No lo había dicho a Nicky ni a nadie, pero no era necesario; todos sabían que a los estudiantes estaba acabándoseles el tiempo.
De promo, Clee vio a Nicky cruzar la plaza en dirección al monumento. Al igual que la avenida Changan, la plaza de Tiananmen estaba muy bien iluminada, con altas farolas de nueve brazos y globos de vidrio opal. Había en la plaza tanta luz que casi parecía de día; se veía a todo el mundo y hasta podías leer un libro cómodamente.
Al ver a Nicky, asomó a sus ojos una sonrisa. Clee saltó del escalón, se abrió paso entre la gente y fue rápidamente a su encuentro. Ella, al verle, agitó la mano.
— Sabía que no tardarías en aparecer -sonrió él al llegar a su lado.
— Tenía que venir, Clee -asintió Nicky-. Mi instinto me dice que la situación está a punto de estallar.
— Desde luego -convino Clee, y la apartó del monumento-. Vamos a dar una vuelta. Necesito estirar las piernas. Llevo una hora ahí sentado.
— Sí, también a mí me apetece. A lo mejor, vemos a Yoyo. Suele estar con Chai Ling y los otros líderes. Quizá tenga alguna novedad.
— Siempre anda con los Tigres Voladores. He visto pasar a varios de un lado a otro, en sus motos -dijo Clee refiriéndose a una brigada motorizada de emprendedores jóvenes a los que la Prensa norteamericana llamaba también los Paul Revere de Pekín, en recuerdo del patriota que, en abril de 1775, cabalgó desde Boston hasta Lexington para avisar a los independentistas de la llegada de las tropas inglesas. Circulaban por todo Pekín, llevando mensajes, observando los movimientos del Ejército y de la Policía y, en general, actuando de exploradores para los estudiantes.
— Probablemente, Yoyo estará en el campamento. ¿Vamos para allá? -propuso Nicky.
— Buena idea.
— ¿Y Luke? Arch dijo que estaba contigo.
— Acaba de marcharse con Tony Marsden, ese chico de la «BBC». Estará por ahí. ¿Lo necesitas?
— No; era simple curiosidad. A propósito de la «BBC», ¿has visto a Kate Adie esta noche?
Clee movió negativamente la cabeza y Nicky dijo:
— Qué raro. Generalmente, va un paso por delante de mí.
Clee rió entre dientes.
— Tu colega británica, generalmente, va a tu mismo paso y, a veces, un paso más atrás, nunca delante de ti.
— Eso son prejuicios -rió Nicky-. Pero me gusta.
— Tal vez. De todos modos, Kate andará por ahí entre la gente. Esta noche hay un montón de periodistas. Sin duda presienten acontecimientos.
Nicky se volvió a mirarle rápidamente.
— Yo pienso que el palo está al caer -prosiguió Clee-, ¿no te parece?
— Opino lo mismo. Y, antes de que lo digas, sí, tendré cuidado. -Nicky esbozó una sonrisa-. Tanto como tú.
— Yo no corro riesgos innecesarios, aunque Arch parece opinar lo contrario. Siempre trato de reducir al mínimo las probabilidades en contra.
— Es uno de los rasgos que tenemos en común -dijo Clee.
— ¿Hay alguno más?
— Sí. Los dos tenemos nervios de acero.
— Imagino que tienes razón -convino Nicky, riendo-. Y más nos vale, en este oficio. Como también hay que tener un sexto sentido que te avise del peligro.
Clee asintió, pero no dijo nada, y siguieron andando en amigable silencio unos minutos. Cuando llegaron al campamento, Nicky dijo:
— Realmente, este sitio ha tomado vida propia, con las tiendas y los autobuses. Es como una ciudad en pequeño y…
— Una ciudad de chabolas -atajó Clee.
— Tienes razón. ¿Huele también esta noche?
— Probablemente, ya se habrán llevado los desperdicios. De todos modos, hoy corre una brisa muy agradable.
— El otro día, cuando vine en busca de Yoyo, todo esto apestaba. Es la única palabra. El hedor revolvía el estómago: comida podrida, humanidad sin lavar y sabe Dios qué más. Daba náuseas.
Cuando entraron en el campamento y pasaron por entre los autobuses en los que vivían algunos de los estudiantes, advirtieron que el aire era sorprendentemente puro y toda la zona parecía haber sido barrida y limpiada. No se veían basuras.
Nicky se admiró una vez más de la meticulosidad con que estaban alineadas las tiendas verde oliva, impermeables y espaciosas, enviadas desde Hong Kong. Estaban dispuestas en hilera, con precisión casi militar y se veían carteles que indicaban la procedencia de cada uno de los distintos contingentes. Porque allí se habían reunido delegaciones de universitarios de casi todas las provincias de China.
Semanas atrás, Nicky había descubierto que la mayoría de los estudiantes dormían de día, porque era de noche cuando había acción. Ahora la mayoría de las tiendas estaban vacías y sólo se veía a los rezagados que se preparaban para el resto de la noche y la madrugada.
En la plaza había gente que vendía soda, agua mineral, helados, polos y bocadillos.
Clee miró a Nicky.
— ¿Quieres un polo?
Ella hizo una mueca y movió negativamente la cabeza.
Ching Yong Yu, el estudiante al que llamaban Yoyo, estaba en el centro del campamento, cerca de su tienda, hablando con una muchacha. Los dos vestían pantalón vaquero y camisa blanca de algodón. La muchacha era atractiva y aparentaba la misma edad que Yoyo, veintidós años. Nicky se preguntó si sería su novia, de la que había dicho que había pasado las últimas semanas en Shanghai, en casa de unos familiares. Yoyo conversaba animadamente, pero al ver a Nicky se interrumpió y agitó la mano vivamente. Luego dijo algo a la muchacha y corrió hacia ellos.
Nicky había conocido a Yoyo, estudiante de Bellas Artes, en la plaza de Tiananmen, nada más llegar a Pekín. Ella preguntaba a unos y otros, buscando a un estudiante que hablara inglés y Yoyo, acercándosele, le dijo, en un inglés muy comprensible, que estaría encantado en ayudarla. Y le había sido muy útil; le había dado información, le había presentado a otros líderes, como Chai Ling y Wier Kaixi y la mantenía al corriente de lo que ocurría entre los estudiantes y los líderes del movimiento. Yoyo no sólo era amable sino muy inteligente, y ella había llegado a apreciarle, lo mismo que todo el equipo y que Clee. Todos estaban preocupados por Yoyo, por lo que pudiera ocurrirle cuando aquello acabara.
— ¡Nicky! -gritó Yoyo acercándose con una amplia sonrisa y la mano extendida.
— ¡Hola, Yoyo! -dijo ella estrechándole la mano-. Clee y yo te buscábamos.
— Buenas noches, Clee -dijo Yoyo.
— ¡Hola, Yoyo! ¿Qué pasa? -preguntó Clee estrechando la mano del estudiante.
Yoyo cambió de expresión y dijo tristemente:
— Cosas malas pasan. El Ejército lanzó botes de humo desde helicópteros. En la plaza. Esta noche. Ya verán. ¿Tienen máscaras? También vienen soldados.
— ¿Esta noche? ¿Los soldados vienen esta noche? -preguntó Nicky.
— Dicen que hay soldados escondidos en casas. Cerca de la plaza. Vienen. Seguro. Cosas malas. Vosotros decir al mundo, ¿verdad?
— Descuida, Yoyo, seguiremos diciéndolo al mundo -le aseguró Nicky-. Pero, ¿tú crees que el Ejército de Liberación del Pueblo disparará contra la gente?
— ¡Oh, sí! Sí. -El joven movió la cabeza con énfasis-. Unos estudiantes dicen no, no es posible. El Ejército de Liberación del Pueblo es nuestro ejército, dicen. No nos matará. Estúpidos. El Ejército tiene disciplina. El Ejército obedece órdenes. Lo sé.
Nicky le miraba fijamente a la cara con sus ojos claros e inteligentes.
— Tenéis que marcharos. Ahora mismo. Mientras aún sea posible; mientras sea seguro.
— Es prudente, sí -convino Yoyo-. Pero no todos querrán, Nicky. Difícil que se marchen todos. Esta noche, sangre.
Nicky se estremeció y miró significativamente a Clee.
— ¿Y Chai Ling y los otros líderes? -preguntó Clee-. ¿No pueden obligar a los estudiantes a marcharse?
Yoyo se encogió de hombros.
— No sé.
— ¿Dónde están? -preguntó Clee.
— No los vi esta noche. ¿Queréis agua, soda?
— No, gracias -respondió Clee. Nicky movió negativamente la cabeza.
El chino se quedó pensativo y observó:
— El movimiento perdió fuerza cuando se declaró la ley marcial. Los estudiantes, tristes. Cierto, deberían marchar. Pero no quieren. Esto acabará mal.
— Ven con nosotros -dijo Nicky con vehemencia-. Ven con nosotros al Monumento a los Mártires. Coge un megáfono y pasa el mensaje a los estudiantes. A ti te escucharán. Eres uno de sus líderes. Pídeles que se marchen. Suplícaselo si es necesario. Y tú márchate también. Si tú y los demás estudiantes salís de Tiananmen ahora, salvaréis la vida. Por favor, Yoyo. Será un acto de valentía llevarte de la plaza a los estudiantes. Será una buena acción.
Impulsivamente, Nicky le oprimió el brazo.
— Por favor, Yoyo, no te quedes. Podrías morir.
Pareció que sus palabras hacían mella en el estudiante.
— Voy al monumento. En seguida. Traeré a Mai. Ves, Nicky, yo voy en seguida. Prometido.
— Te esperamos, pero no tardes, Yoyo. No queda mucho tiempo.
Cuando Nicky y Clee llegaron al Monumento a los Mártires encontraron a Luke esperándoles y Nicky le repitió lo que les había dicho Yoyo, que los soldados llegarían aquella noche o de madrugada.
— ¡Ay, Dios! -exclamó Luke-. Entonces esos chicos no tienen ni la menor posibilidad.
— Son un blanco inmóvil -dijo Nicky-. Están concentrados en una zona relativamente pequeña en relación con las dimensiones de la plaza que ahora está vacía en sus tres cuartas partes. Si el Ejército entra por el lado, nada se opondrá a su avance.
— Cierto -dijo Luke.
— Ojalá Yoyo pueda convencerles de que tienen que marcharse -dijo Clee.
Nicky guarda silencio, con expresión angustiada. De pronto, se animó.
— Ahí viene. Menos mal. Tal vez podamos hacer que se suba al monumento con un megáfono. Por lo menos, podría advertir a los chicos.
Yoyo y Mai se reunieron con, ellos. Venían cogidos de la mano.
— Mi amiga Mai -dijo Yoyo-. Su inglés no es muy excelente.
— No hay por qué disculparse -repuso Nicky con afabilidad y, al mirar a Mai, quedó sorprendida. La primera vez que había visto a la muchacha no se había dado cuenta de lo bonita que era. Tenía las facciones finas, unos enormes ojos negros almendrados y una expresión dulce e inocente, pelo largo y brillante y figura pequeña. Todo en ella era delicado. Nicky pensó que era como una muñeca.
Nicky extendió la mano y dijo con amplia sonrisa:
— Me alegro mucho de conocerte, Mai.
La muchacha sonrió con timidez, mostrando unos dientes perfectos. Nicky se sorprendió de la firmeza con que le estrechaba la mano mientras decía suavemente:
— ¡Hola!
Mai estrechó las manos de Clee y Luke, que también estaban visiblemente impresionados por su belleza.
— ¿Tienes el megáfono? -preguntó Nicky a Yoyo.
— No es necesario. No hablaré yo. Hablará Chai Ling. Después.
— ¿La has visto? -preguntó Nicky con voz súbitamente áspera.
— Sí, cerca de la diosa. Chai Ling hablará por el megáfono. Les dirá que se vayan a casa. Lo ha prometido.
— Ojalá cumpla su promesa -murmuró Clee-. Mientras tanto, vamos a sentarnos.
Los cinco se instalaron en los escalones que rodeaban la base del monumento, a esperar a Arch y a Jimmy y también a Chai Ling, la respetada líder del movimiento estudiantil, comandante en jefe de los manifestantes de Tiananmen y estudiante graduada de Psicología en la Universidad Normal de Pekín.
Era casi la una de la madrugada del tres de junio cuando por fin aparecieron Arch y Jimmy. Entraron en la plaza corriendo y, cuando se acercaban al monumento, Nicky advirtió su expresión sombría.
— ¿Qué ocurre? -preguntó arqueando las cejas y mirando a los recién llegados.
Jadeando, Arch dijo:
— ¡Los soldados! Vienen por la avenida Changan. Los vimos cuando veníamos y…
— La gente los ha detenido -le interrumpió Jimmy.
— ¡Qué dices! -exclamó Nicky con sorpresa.
— Los ciudadanos de Pekín han formado una barrera con sus cuerpos -dijo Jimmy-, una barrera humana, para impedir que los soldados llegaran hasta los estudiantes de la plaza. ¡Mantienen al Ejército fuera de la plaza!
— Ésta sí que es buena -dijo Luke.
Clee no esperó a oír otra palabra, y Nicky tampoco.
Saltaron del escalón al mismo tiempo y echaron a correr hacia la Puerta de Tiananmen desde donde arrancaba la avenida Changan. Los seguía de cerca Yoyo que llevaba de la mano a Mai y detrás iba Luke, a tanta velocidad que no tardó en dar alcance a Clee y a Nicky. Arch y Jimmy, al cabo de unos segundos, cuando hubieron recuperado el aliento, también corrieron hacia la embocadura de la avenida.
Nick y Clee fueron los primeros en llegar a la masa que inundaba Changan. Casi instantáneamente, fueron separados por los remolinos de la gente.
Nicky nunca había visto algo semejante. Lo que había dicho Jimmy era verdad, los ciudadanos tenían bloqueado al Ejército, impidiendo avanzar a los soldados, conteniéndolos literalmente con sus cuerpos. Eran un escudo humano. De pronto, Nicky se dio cuenta de que, en realidad, la muchedumbre, más que contener, empujaba al Ejército. ¡Y qué ejército! Mozalbetes, pensó con asombro. Parecían todavía más jóvenes que los estudiantes.
Sin pensar en su seguridad, Nicky se mezcló con la muchedumbre. Necesitaba estar cerca de la acción. A los pocos segundos, se sintió arrastrada por la avalancha. Todo el mundo empujaba. Nicky se tambaleó y estuvo a punto de caer. Hubo un momento en el que la presión de la masa que tenía detrás fue tan fuerte que extendió la mano y se asió con desesperación al brazo de un hombre; él se volvió airadamente, pero, al verla, la ayudó a recobrar el equilibrio. Una joven se agarró a su chaqueta cuando la multitud volvía a lanzarse hacia delante en otra oleada, llevándolos a todos más cerca de las tropas. Nicky estuvo a punto de caer, porque la mujer no la soltaba, pero consiguió mantenerse en pie y a partir de aquel momento ella y la mujer se apoyaban mutuamente, pero la masa seguía empujando y Nicky pensó que en cualquier momento podía caer y ser pisoteada.
En aquel instante, sintió un primer aleteo de pánico y se preguntó si iría a morir aplastada. Entonces sintió que una mano la asía fuertemente del codo, volvió ligeramente la cabeza y vio a Arch que estaba inmediatamente detrás de ella.
— Gracias -jadeó con alivio. Y gritando para hacerse oír entre el clamor de la gente, agregó-: Parece que los soldados están desarmados.
— Y, también, muertos de miedo.
Hubo más empujones, más tirones y gritos de enojo mientras los ciudadanos de Pekín avanzaban en masa. Eran como un violento maremoto que arrastrara a Nicky y a Arch.
Inmediatamente delante, estaban los soldados, ninguno de los cuales parecía tener más de dieciocho años. La gente los golpeaba, arañaba e increpaba. Nicky advirtió que los airados ciudadanos de la capital reprendían a los soldados como si se tratara de sus propios hijos. La tropa rebullía en total confusión y muchos de los soldados se habían hundido y lloraban.
Nicky, asiéndose con fuerza a Arch, exclamó:
— ¡Esos chicos no tienen idea de lo que está pasando!
— Seguro -convino Arch, pasándole el brazo por la cintura, para protegerla de la mêlée.
Entonces Nicky vio que Jimmy iba hacia ellos, repartiendo empujones. Nunca sabría cómo los había encontrado en medio de la muchedumbre. Parecía haberse materializado de la nada. Tomándola del brazo, dijo:
— Ven. Salgamos de aquí.
Con una agresividad feroz, Jimmy y Arch empezaron a abrirse paso entre el hervidero de gente hasta que, por fin, salieron tambaleándose al extremo de la avenida Changan. Se quedaron muy juntos debajo de los árboles a un lado del ancho bulevar, respirando con alivio y arreglándose la ropa.
— Por el aspecto de esos chicos -dijo Arch-, no había peligro de que nos dispararan, pero sí de que nos aplastaran.
— Será preferible quedarse aquí y ver los acontecimientos desde la grada -dijo Nicky.
— ¡Eh! -exclamó Jimmy con asombro-. No te conozco, Nick. ¿Desde cuándo te quedas tú en la grada? -Sin esperar respuesta, agregó-: Tienes razón. Estamos más seguros aquí. Ahí dentro me sentía en medio de una estampida. ¡Y qué ejército! Llevan equipo de campaña, cantimploras y mochilas, pero no armas. -Sacudía la cabeza con perplejidad.
— Ya te dije que no estaban armados, Arch -dijo Nicky.
Clee se reunió con ellos minutos después. Tenía el pelo revuelto y la chaqueta rasgada, pero parecía ileso. Llevaba la «Nikon», colgada del cuello y en sus ojos oscuros había una expresión triunfal.
— He conseguido unas fotos estupendas -dijo.
— ¿No es peligroso llevar la cámara a la vista? -preguntóJimmy mirando la «Nikon»-. Pueden arrancártela del cuello y romperla.
— Esa gente, no. Están de mi parte. De nuestra parte. Ellos quieren fotos. Repiten la frase acostumbrada: ¡Decidlo al mundo! ¡Decidlo al mundo!
— Pero la Policía antidisturbios… -empezó Arch, y se interrumpió-. Supongo que por aquí no hay Policía.
— Lo dudo -dijo Clee-. Por lo menos, en este momento.
— Tal vez debería traer las cámaras e intentar algo en directo con Nicky -sugirió Jimmy mirando a Arch-. A lo mejor, lo conseguimos.
— No -dijo Arch.
— Filmaremos después, desde el balcón, Jimmy, tal como lo hemos planeado. Yo enviaré una crónica por teléfono -dijo Nicky, porque sabía que era inútil discutir con Arch cuando se sentía cauto. Ella había estado en la línea de fuego en campos de batalla sin que él ni parpadeara. Pero, desde que estaban en Pekín, no hacía más que lanzar advertencias, y ella se preguntaba por qué. Tendría que hacer que se lo explicara después; ahora no era el momento. Buscaba a Luke con la mirada, pero no lo veía, y a Yoyo y Mai, tampoco. Se los había tragado la masa.
Al fin, con gran alegría, vio aparecer a Luke y a Yoyo y Mai, detrás de él. La joven cojeaba y Yoyo la ayudaba a caminar.
— ¿Qué ha pasado? -preguntó Nicky adelantándose rápidamente hacia ellos.
— No es grave -dijo Yoyo-. Un hombre pisó a Mai. Está bien.
Nicky pasó el brazo por los hombros de la china y los cuatro se reunieron con los otros.
— Es sorprendente que a ninguno de los demás nos haya pasado nada. ¿Tú estás bien, Nicky?
— Muy bien, Luke, gracias.
Se sentaron debajo de los árboles de la avenida Changan a descansar y refrescarse. A pesar de la brisa, hacía calor y tanto Nicky como Clee se quitaron la chaqueta. Arch sacó un paquete de cigarrillos, pero todos, excepto Yoyo, rehusaron.
Inclinando el cuerpo hacia delante, Nicky dijo a Yoyo:
— ¿Habéis averiguado algo? ¿De dónde vienen esas tropas? ¿Qué sucede?
Yoyo dio una chupada al cigarrillo y dijo:
— Las tropas vienen de lejos. Fuera de Pekín. Muchas horas de marcha. Les dicen que van de maniobras. Luego dicen a las tropas que calmen a revoltosos. Los soldados no comprenden. Tienen miedo. Son jóvenes. La gente les riñe. Les dice que no hagan daño a los estudiantes. Los soldados no conocen Pekín. No saben dónde están. Ellos no lucharán. Están asustados.
— Gracias a Dios. De todos modos, ¡qué anticlímax! -exclamó Nicky.
— ¿Dónde están los helicópteros? -preguntó Clee mirando al cielo de la noche y a Yoyo.
— No vienen -dijo Yoyo con acento de enterado-. No hay botes de humo.
Se hizo un breve silencio, que Nicky rompió para decir:
— El Ejército de Liberación del Pueblo venía a Pekín para dispersar a los estudiantes y ha sido derrotado por los ciudadanos. No se ha disparado ni un solo tiro.
Y, horas después, así empezó Nicky su crónica para los Estados Unidos.
El sábado amaneció despejado y con sol.
Los soldados, todavía confusos y desmoralizados, se retiraron a media mañana por la avenida Changan.
Los ciudadanos de Pekín se fueron a sus casas o al trabajo. Los estudiantes se metieron en las tiendas y autobuses, en busca de un muy necesario descanso y la calma envolvió la avenida Changan y la plaza de Tiananmen: de pronto, todo adquirió una apariencia de orden y normalidad.
Nicky estaba convencida de que la calma era sólo aparente y que la situación estaba contenida momentáneamente. Unas doce horas a lo sumo. A su modo de ver, el Gobierno chino adoptaría una línea dura porque consideraría que la retirada del Ejército era una humillación. Los oficiales echarían la culpa a los estudiantes, a pesar de que fueron los ciudadanos los que se enfrentaron a las tropas impidiéndoles entrar en la plaza. Y actuarían con fuerza y contundencia.
Después de dormir unas horas y de hacer su crónica, Nicky había ido varias veces a la plaza durante el día. Instintivamente, advertía que, bajo la atmósfera de calma, había tensión y miedo y así lo dijo a Clee mientras estaban en el Comedor Occidental del «Hotel Pekín» el sábado por la tarde. Inclinándose sobre la mesa, ella agregó:
— El golpe vendrá. Estoy segura.
— Yo también -dijo Clee tomando un sorbo de café. Dejó la taza y agregó a media voz-: El Gobierno desea ahora más que nunca que esos chicos se vayan de la plaza. Es un desprestigio ante Occidente que no pueden tolerar. Te diré otra cosa, Nick: cuando llegue el golpe, será fulminante. El lunes todo habrá terminado y las secuelas serán horribles. Arrestos, juicios, represión y sabe Dios qué más.
— Me preocupa Yoyo -dijo Nicky-. Está metido hasta el cuello, es uno de los líderes. Me gustaría poder hacerle salir de Pekín.
— Podemos hacerle salir -dijo Clee-. Y, por cierto, me has sacado las palabras de la boca. Iba a decirte que he estado pensando en darle dinero para que saque pasaje para Hong Kong. Lo llevaremos con nosotros cuando nos marchemos. Puede quedarse allí unos días, mientras decide qué quiere hacer.
— Yo pago la mitad del pasaje.
— No es necesario -dijo él, pero al ver la expresión de Nicky, rectificó-: De acuerdo. Trato hecho.
— Hay otro problema.
— ¿Qué problema?
— Mai. Yoyo no saldrá de Pekín sin Mai.
— Pues le daremos dinero para dos pasajes. Yo no estaría tranquilo si dejáramos aquí a esos dos chicos. Y estoy seguro de que tú, tampoco, Nicky. Arch y los otros pensarán lo mismo, que es lo menos que podemos hacer. -Le sonrió-. De modo que, decidido, Mai vendrá con nosotros. Cuanta más gente, más jarana.
— Eres una buena persona, Clee Donovan -dijo Nicky.
— Y tú, también, Nicky Wells. -Después de un breve silencio, Clee preguntó-: ¿A dónde irás cuando nos marchemos de aquí?
— ¿Quieres decir después de Hong Kong? A Nueva York. ¿Y tú?
— Regreso a París. Pero quizás esté en Nueva York a últimos de mes. Anoche, cuando hablé con la oficina, mejor dicho, esta mañana, Jean-Claude me dijo que se ha recibido un encargo de la revista Life. Si lo quiero. Estoy pensando en aceptarlo. No me importaría volver a los Estados Unidos unas semanas.
— Vamos -dijo Nicky-. Volvamos a la plaza, a ver qué ocurre. Me pongo nerviosa si estoy mucho rato lejos de allí.