Prólogo

 

Para: el coronel Bruno Braeuer, comandante del Primer Regimiento Aerotransportado, Séptima División Flieger, confidencial

De: el oficial médico Dr. Hellmuth Unger, Wehrmacht Untersuchungsstelle

«Coronel:

»Mientras verificaba los informes sobre crímenes de guerra cometidos contra el personal militar alemán durante la recientemente finalizada operación en Creta, llegó a mi conocimiento el siguiente relato. Como verá, es de naturaleza completamente distinta —yo diría, opuesta— y, en vista de posibles presiones futuras por parte de los señores Brunel y Lambert, de la Cruz Roja Internacional, parece requerir atención inmediata.

»Ayer, 31 de mayo, un prisionero de guerra británico con rango de oficial insistió repetidamente en hablar con la autoridad competente. Cuando fue traído a mi presencia, me entregó una cámara fotográfica, cuyo contenido nos pidió que revelásemos urgentemente. La cámara se la había confiado otro prisionero, un suboficial que había conseguido escapar del punto de reunión de Kato Kalesia. Las fotografías (que encontrará adjuntas) dan testimonio de una atrocidad supuestamente cometida por tropas pertenecientes al Primer Regimiento Aerotransportado. De aquí que le escriba esta nota preliminar.

»Según el oficial, cuyo nombre, rango y unidad incluiré en mi informe completo, el suboficial le contó que, tras quedarse rezagado durante la retirada, se había encontrado solo y se había ocultado de nuestras tropas, que avanzaban, victoriosas, en una zanja a lo largo de una carretera algunas millas al sur de la puerta que llaman de Chaniá, que conduce hacia el este desde las murallas de Heraclión. Como fotógrafo aficionado, llevaba consigo una cámara portátil. Desde su escondite, dice haber visto a ocho paracaidistas alemanes aproximarse a pie por la carretera y entrar en una finca que hemos conseguido identificar como Ampelokastro, la residencia de un destacado ciudadano suizo. Los hombres, provistos de subfusiles MAB38 y Schmeisser, supuestamente abrieron la puerta de un empujón y se perdieron de vista tras la tapia del jardín. Al encontrarse desarmado y en inferioridad numérica, el testigo no se atrevió a acercarse. Transcurridos unos minutos, inmediatamente después de un único tiro de pistola, oyó un alboroto seguido de varias ráfagas de fuego. La completa ausencia de ruido tras el tiroteo —“ni siquiera voces que gritaran en alemán”, con las que plenamente contaba— le llevó a pensar que “ojalá los paracaidistas hubieran caído en una trampa” tendida por unos soldados aliados apostados en la finca o por habitantes de la zona equipados por el ejército británico.

»Según se informó al oficial, transcurrió casi un cuarto de hora antes de que el suboficial decidiese reptar hasta el jardín para echar un vistazo. Allí no encontró signos de vida. Un perro guardián yacía muerto de un disparo sobre los escalones que llevan al interior del edificio, donde el completo silencio le convenció de que los paracaidistas debían de haber muerto o ya no se encontraban en la casa. De hecho, el jardín —como pude corroborar en persona ese mismo día, al visitar la escena— consta de una puerta trasera que, según el suboficial, en aquel momento estaba abierta de par en par. En cuanto entró en el edificio, el fotógrafo se encontró con el aterrador espectáculo de una familia civil entera exterminada por arma de fuego.

»Aunque el testigo ocular ha conseguido eludir su detención hasta ahora, el oficial que informó del caso se encuentra actualmente retenido en el campo de Galatas.

»En aras de la verdad, y dadas las posibles repercusiones de un incidente tan grave, en el que se ha visto implicado un ciudadano ilustre de un país neutral, decidí ponerme directamente en contacto con usted y con toda urgencia. Mi informe completo, rotulado “Ampelokastro, confidencial”, se depositará en su oficina para que pueda decidir cómo proceder».