Garth permanecía en el estudio mientras Celeste dormía, con la mirada fija en el diario de Red. Durante las últimas dos semanas, había intentado romperlo al menos cien veces. Lo aterrorizaba que el ama de llaves o Celeste pudieran encontrarlo mientras limpiaban. Pero no había sido capaz de quemarlo, como en un principio pretendía… Recordó a Lucky en esa misma habitación y suspiró. Desde que aquella chica había vuelto, había oído todo tipo de comentarios despectivos sobre ella. Comentarios que había utilizado para justificar sus propios sentimientos y su conducta. Pero él no era una persona que se mostrara habitualmente de acuerdo con los rumores. Y el hecho de que Mike Hill la apoyara indicaba algo.
Mike… Garth sacudió la cabeza. ¿Cómo era posible que el mejor amigo de Gabe se hubiera visto involucrado en uno de los mayores escándalos que había sacudido Dundee desde hacía años? Cuando el verdadero escándalo, el escándalo que debería haber salido a la luz, no lo había hecho.
Volvió a hojear el diario, buscando su nombre, las fechas de sus visitas a Red, los regalos que le había hecho. ¿Cómo podía haber sido tan débil? Las anotaciones de Red sobre sus comidas, sus películas o sus vinos favoritos lo hacían parecer todo completamente impersonal; era como si se acostara con tantos hombres que tuviera problemas para recordarlos.
Cerró el diario bruscamente y volvió a guardarlo en un cajón. El hecho de que no lo hubiera destruido lo llevaba a preguntarse si, parte de él al menos, no estaba deseando que Celeste lo encontrara. Entonces ya no tendría nada que esconder.
Una suave llamada a la puerta interrumpió sus pensamientos. Cerró con llave el cajón en el que había dejado el diario y colocó un montón de cartas frente a él para fingir que había estado revisando la correspondencia.
—Pasa.
Celeste abrió la puerta y entró vestida con un camisón de franela.
—Has vuelto a quedarte a trabajar hasta tarde.
—Sí, siempre tengo algo que hacer.
—Pero todavía no han empezado las sesiones de la próxima legislatura, ¿no puedes intentar relajarte un poco?
—Estoy bien, Celeste.
—Ya nunca te acuestas conmigo.
—Prefiero utilizar la habitación de invitados, así no te molesto.
—¿Estás saliendo con alguna otra mujer? —le preguntó de pronto.
Garth la miró boquiabierto.
—¿Perdón?
—¿Estás enamorado de otra mujer, Garth?
—No, claro que no.
—Me alegro —Celeste sonrió, evidentemente aliviada—. Eres un buen hombre, Garth.
¿Un buen hombre? Un buen hombre no mentía y asumía la responsabilidad de sus actos.
—Buenas noches —Celeste se dirigió hacia la puerta.
Garth elevó el rostro hacia el cielo y luchó contra el pánico que lo atenazaba. Sabía que tenía que decir la verdad, que no tenía otra opción si quería continuar respetándose a sí mismo.
—Hay algo que deberías saber, Celeste.
Vio la sombra del miedo en la expresión de su esposa cuando se volvió hacia él.
—¿Qué ocurre?
—Tuve una aventura, una vez, hace veinticinco años.
—Eso es mucho tiempo —contestó Celeste con evidente alivio—. ¿Y ella significaba algo para ti?
—No. Estaba confundido y cometí un terrible error del que he estado arrepintiéndome desde entonces. Pero nunca me había atrevido a hablarte de ello. Debería habértelo dicho hace mucho tiempo.
Celeste cruzó la habitación, le rodeó el cuello con los brazos y lo atrajo hacia ella.
—No pasa nada, Garth, no siempre somos como queremos ser.
Garth tuvo la impresión de que estaba reconociendo en ese momento sus propios errores, además de los suyos, y la quiso todavía más. Celeste lo sabía, sabía que había aspectos de su matrimonio que para él eran decepcionantes y asumía su responsabilidad en ello.
Qué gran persona. Era una mujer a la que, definitivamente, tenía que admirar.
Estuvo a punto de hablarle de Lucky, pero se contuvo. No quería tener que enfrentarse a algo que quizá ni siquiera fuera un problema. Antes de decirle nada, tenía que averiguar si realmente era su hija.
—Gracias, Celeste —musitó.
—Te quiero, Garth.
—Yo también te quiero.
Mike entró en el despacho de su hermano.
—Ya han pasado dos semanas.
Josh dejó el bolígrafo en la mesa, colocó los brazos detrás de la cabeza y estiró las piernas.
—¿Se puede saber de qué demonios estás hablando?
—Ya sabes de lo que estoy hablando. No he sabido nada de ella. ¿Se ha puesto en contacto contigo?
—¿Ella?
—Lucky. Y si se ha puesto en contacto contigo, quiero que me lo digas inmediatamente, ¿de acuerdo?
—Eh, tranquilo, tranquilo. Jamás te ocultaría algo así. Si Lucky hubiera llamado, te lo habría dicho, pero no ha llamado.
Mike comenzó a caminar nervioso por el despacho. No había dormido bien ni una sola noche desde que Lucky se había marchado.
—Pero a estas alturas tiene que haberse quedado sin dinero —le dijo—. Su cheque mensual está esperando en mi despacho y no puedo enviárselo porque no tengo ninguna dirección.
—Probablemente esté bien. Consiguió un préstamo para arreglar la casa, ¿recuerdas? Seguramente estará viviendo de ese dinero.
—Fred Sharp me ha dicho que le dejó un cheque en un sobre. A él ya le ha pagado todo lo que le debía.
—A lo mejor pidió más dinero del qué le ha pagado a él.
—Según Byron Reese, no pidió mucho más.
—¿Byron Reese te ha dado ese tipo de información?
—Vamos, estamos en Dundee, aquí la intimidad no cuenta. ¿De qué estará viviendo?
—No lo sé —dijo Josh encogiéndose de hombros—. Desde que Lucky desapareció, estás cada día peor, pero no puedo ayudarte. Se fue sin dejar ninguna dirección.
Mike había intentando localizarla en Boise, pero en ningún hotel de la zona sabían nada de ella. Incluso había conducido hasta allí y había estado buscándola por las calles. Sabía que era un vano esfuerzo, pero era preferible a continuar sentado en Dundee sin hacer nada.
—¿Qué quieres que haga en el caso de que llame?
—Retenerla al teléfono y pasarme la llamada. O intentar localizar el número desde el que llama.
—¿Y si sólo llama para intentar vender la casa?
—Si Lucky quiere vender la casa, tendrá que tratar directamente conmigo.
—Siempre puede llegar a un acuerdo con Fred Winston y vendérsela a cualquier otro.
A Mike no le gustaba nada que Lucky pudiera hacer algo que no fuera volver. Pero estaba convencido de que a la larga terminaría poniéndose en contacto con él para venderle la casa. A pesar de lo que él en un principio pensaba, Lucky quería aquella casa tanto como él. Y además, lo quería a él.
—Llamará —dijo, intentando conservar la esperanza.
¿Aquello era Phoenix? Porque en ese caso, no estaba en la mejor parte de la ciudad. Lucky miraba a través de la ventana el aparcamiento del hotel, en el que apenas había coches. A juzgar por el parque de caravanas que había en la calle de enfrente y las piedras claras que había debajo de la ventana, no estaba en Oregón. Había estado ya en Oregón, y en Utah, y en California. No podía recordar ningún otro estado. Los paisajes se fundían en su mente. Las señales de la carretera dejaban de tener sentido cuando uno no tenía adonde ir. Lucky se había limitado a conducir con la música del coche a todo volumen, a parar para tomar café y a seguir conduciendo hasta encontrar un hotel. Apenas podía recordar nada de las tres semanas anteriores, salvo el dolor que sentía cada vez que se despertaba y comprendía que no volvería a ver nunca más a Mike.
Cerró las cortinas para olvidarse de aquel día gris y se tumbó en la cama. Inmediatamente poblaron su mente las imágenes de Mike acariciándola, besándola, cuidándola.
Cada vez que cerraba los ojos veía su rostro, sentía el calor de su piel contra la suya…
Tiempo de marcharse. Obligándose a levantarse de la cama para que el dolor no la inmovilizara, comenzó a guardar sus cosas en la mochila. No podía continuar allí ni un día más. Ni siquiera podía quedarse el tiempo suficiente para comenzar a trabajar como voluntaria. Tenía que continuar moviéndose, conduciendo… intentando olvidar.
Quizá en Nuevo México consiguiera sentirse como en casa.
Aunque, realmente, lo dudaba.
—¿Dónde está Mike? —preguntó Barbara, dirigiéndole a Josh una mirada escrutadora en cuanto éste, su esposa y Brian entraron en casa.
—Me ha dicho que no va a venir a comer.
Durante las últimas semanas, Mike no se había presentado a ninguna de las comidas que celebraban los domingos en familia. Barbara había intentado disimular su desilusión, pero aquel día no fue capaz de dominarse.
—¿Otra vez? Hace semanas que no viene.
—Está muy ocupado. Comienza la temporada de cría y…
—La temporada de cría nunca ha supuesto ningún obstáculo.
—Si quieres saber la verdad, mamá, estoy un poco preocupado por él.
—¿Por qué?
—Está triste.
—¿Triste? Mike siempre ha sido un hombre feliz.
—Bueno, pues ahora está triste. Creo que está enamorado de Lucky.
Barbara se llevó la mano al pecho. Imaginaba que Josh diría algo de Lucky. Había estado hablando de la hija de Red desde que ésta había abandonado la ciudad. Decía que Mike no era el mismo, que estaba enamorado de esa chica, pero Barbara no lo creía. Estaba segura de que Mike se olvidaría de ella en cuestión de semanas.
—«Amor» es una palabra muy fuerte, Josh.
—Lo sé, pero así es —replicó—. No creo que Mike se dé cuenta, pero es incapaz de pensar en ninguna otra cosa. Estoy seguro de que en parte, ésa es una de las razones por las que no ha venido. Está esperando que Lucky lo llame y no quiere perderse esa llamada.
—Tonterías. Está así porque todavía está enfadado con tu padre, ¿verdad, Larry? Todavía no lo ha perdonado.
—No estoy tan seguro de que sea eso —respondió Josh.
Barbara recordó entonces lo que le había dicho Lucky en la puerta de su casa: «No, Mike no me quiere». La conversación con Lucky había estado aguijoneándola desde hacía unos cuantos días, al igual que la expresión enamorada que había visto en sus ojos. Pero no podía pensar en ello. Lucky se había ido para siempre. Mike nunca se había enamorado y mucho menos de la hija de Red. Y si Lucky lo quería tanto como le había dicho, pues mala suerte.
Se ató con fuerza el delantal y por fin consiguió esbozar una sonrisa.
—Ya la olvidará —insistió—. Venga, vamos a comer antes de que se enfríe la comida.