Trece

Lucky tenía la cabeza y parte superior del cuerpo metida en el armario que había al lado de la cocina cuando sonó el teléfono. Como el señor Sharp había dejado de trabajar por las fiestas, ella había empezado a limpiar.

—¿Diga? —contestó a la quinta llamada.

—¿Señorita Caldwell?

Lucky contuvo la respiración. No reconocía aquella voz, pero era una voz grave, de un hombre mayor. Estaba segura de que era la voz del senador.

—¿Sí?

—Soy Garth Holbrook.

Dios, tenía razón. Y aquel hombre podía ser su padre. De las tres posibilidades, aquélla era la que más la atraía. ¿Pero qué podía decirle?

—¿Señorita Caldwell? ¿Está usted ahí?

—Sí, estoy, aquí.

—He recibido su mensaje.

—Senador Holbrook, ¿sabe quién soy?

—Sí.

—Bueno, pues en primer lugar quiero asegurarle que no pretendo causarle problemas ni a usted ni a nadie.

—Por supuesto que no.

El sarcasmo que reflejaba su voz hizo que Lucky intentara explicarse rápidamente.

—Encontré su nombre en un diario que escribió mi madre hace veinticinco años y…

—¿Tenía un diario?

—Sí.

Garth maldijo suavemente y Lucky hizo un gesto de dolor. ¿A qué hombre le gustaría que le recordaran que había sido infiel? Y los políticos, además, eran especialmente vulnerables.

—¿Cuánto quiere?

—¿Perdón?

—¿Cuánto dinero quiere por ese diario?

—Ese diario no está en venta.

—¿Entonces por qué me ha llamado?

Lucky reunió valor.

—Esperaba que… que quizá estuviera dispuesto a hacerse la prueba de paternidad —apretó los ojos mientras esperaba una respuesta.

—Tiene que estar de broma. Cree que hay alguna posibilidad de que… No, no es posible.

—En realidad, usted estaba con mi madre cuando fui concebida y…

—Escucha, yo no soy tu padre. Es posible que fuera un estúpido, pero no fui tan irresponsable como para dejarla embarazada.

—Ella le dijo que estaba tomando la píldora, ¿verdad?

El miedo se clavaba en lo más profundo del alma de Holbrook, Lucky podía sentirlo a través del teléfono. Casi podía oírlo.

—¿Es que no tienes bastante con el dinero de Morris? ¿Ahora tienes que venir a por el mío?

—Yo…

—Dime cuánto quieres y déjame en paz. ¿Cien mil? ¿Doscientos mil?

Lucky no pudo responder directamente. A pesar de todo lo que se había dicho a sí misma durante los meses anteriores, seguramente esperaba una respuesta mejor, porque el desprecio y la ira de Holbrook la estaban destrozando.

—No quiero su dinero —dijo suavemente, y colgó.

 

 

La música del Honky Tonk rebasaba sus puertas cada vez que alguien las abría. Lucky permanecía en las sombras del porche, preguntándose si habría hecho bien en ir hasta allí. El Honky Tonk era un local muy frecuentado en el que podía encontrarse con cualquiera, y ése era el motivo por el que lo había evitado hasta entonces. Pero sabía que no era sensato quedarse sola en casa después de su decepcionante conversación con Garth Holbrook. Llevaba demasiado tiempo aislada. Necesitaba estar rodeada de gente, aunque esa gente fuera de Dundee y no le tuvieran un especial afecto.

—¿No quieres entrar, damita? —le preguntó un hombre con un sombrero vaquero de color marrón, y sostuvo la puerta abierta con expresión expectante.

Lucky sonrió sin ganas mientras emergía por fin de las profundas oscuridades del porche.

—Gracias —tomó aire antes de dar un paso al interior de la ruidosa taberna.

Alguien sentado en una de las mesas saludó al hombre que le estaba sosteniendo la puerta. Éste se llevó la mano al sombrero y Lucky aprovechó para ir a toda velocidad hacia la barra, donde pensaba fundirse entre la multitud y disfrutar del calor y la energía de aquel lugar. Pero no había terminado de sentarse cuando Jon Small le palmeó el hombro.

—Eh, estaba deseando verte otra vez, ¿cómo va todo?

—Bien, ¿tú cómo estás?

—Mi exmujer me ha denunciado por no pasarle la pensión de los niños, pero aparte de eso…

—Siento que tu divorcio esté siendo tan difícil.

El semblante de Small se oscureció.

—Jamás lo habría pensado de Leah. Ella siempre ha sido tan… tan poca cosa. Ni siquiera era capaz de decidir dónde podíamos salir a cenar —sacudió la cabeza—. Pero supongo que la gente cambia, ¿verdad?

Lucky no hizo ningún comentario. No conocía a Leah y en aquel momento el camarero se estaba acercando a ella.

—¿Quiere tomar algo?

Pidió una copa de vino, pero en cuanto el camarero se retiró a servírsela, Small la invitó a bailar.

A Lucky no le apetecía salir delante de tanta gente. Ansiaba el anonimato del que había disfrutado en otros muchos lugares, pero Small ya le estaba tirando de la mano.

—Vamos, eres la chica más guapa del pueblo y me vendría bien un poco de distracción.

Su manera de arrastrar las palabras le indicó a Lucky que estaba borracho y temió llevarle la contraria. No quería que le montara una escena. De modo que le permitió llevarla hasta la pista y le rodeó el cuello con los brazos.

—¿Te ha gustado volver al pueblo? —le preguntó Small.

—Sí, ha sido magnífico —mintió.

—No hay otro lugar como Dundee.

—No, supongo que no.

—En este pueblo se puede respirar, ser uno mismo.

—Quizá si el padre de uno se llama Dave Small —contestó Lucky en un susurro.

—Sí, supongo que no viene mal que mi padre sea una celebridad local.

—¿Lo admiras mucho? —preguntó Lucky, esperando de pronto que Garth Holbrook no fuera su padre.

—Supongo que sí. Ha sido un hombre muy estricto, pero el tiempo lo ha suavizado.

—La verdad es que no lo conozco.

—Está aquí esta noche, si quieres puedo presentártelo.

Lucky pensó que antes debería darse tiempo para asimilar el rechazo del senador, pero no se encontraba una oportunidad de hablar con Dave Small todos los días. Y tampoco iba a mencionar directamente el diario de su madre. Después de lo de aquella mañana, había renunciado a cualquier forma de aproximación directa. Se limitaría a intercambiar unas cuantas palabras con él, a ver cómo era Dave…

—De acuerdo.

Apenas hablaron durante el resto del baile, pero cuando terminó la canción, Jon la condujo hacia la mesa en la que estaba sentado su padre. Los otros dos hombres que minutos antes lo acompañaban acababan de levantarse para ir a jugar al billar. Jon señaló una de las sillas vacías, indicándole a Lucky que se sentara.

—¿A quién tenemos aquí? —preguntó Dave cuando Lucky se sentó.

—Lucky Caldwell —dijo Jon—, quiere conocerte.

Dave tensó la sonrisa en cuanto oyó su nombre.

—Tú debes de ser la hija de Red.

Lucky advirtió la condescendencia que reflejaba su voz, pero se negó a bajar la mirada.

—Sí, soy la hija de Red.

—Me comentaron que habías vuelto.

—¿Quién?

—No lo recuerdo. Pero estoy obligado a enterarme de todo lo que pasa en el pueblo.

Lucky no podía comprender de qué manera podía afectar su llegada a la vida del pueblo; estaba comprendiendo rápidamente los motivos por los que Booker Robinson había definido a aquel hombre como arrogante.

El misterioso Eugene Thompson le parecía de pronto el mejor candidato para padre.

—¿Acaso mi estancia en el pueblo es un motivo de preocupación pública? —preguntó.

Dave bebió un sorbo de tequila.

—Supongo que al menos es un motivo de preocupación para los Hill.

—¿Usted es amigo suyo?

—Hablamos de vez en cuando —se inclinó hacia ella—. Y tengo que decirte que yo tampoco entiendo para qué demonios has venido.

Por fin Jon pareció advertir que la conversación de su padre con Lucky no estaba siendo en absoluto amistosa y dejó de sonreír como un estúpido.

—Bueno, voy a invitarte a una copa —le dijo a Lucky agarrándola del codo.

Lucky le apartó bruscamente la mano.

—Tengo todo el derecho del mundo a volver. Soy propietaria de una casa.

—Una casa que deberías devolverles —Dave bebió otro trago.

—Supongo que Morris quería que yo me quedara esa casa. En caso contrario no me la habría dejado.

Dave se echó a reír.

—Sí, desde luego tu madre era una mujer inteligente, ¿verdad? Sabía cómo aprovecharse de la situación.

—Y usted lo sabe mejor que nadie —dijo Lucky, bajando la voz—, al fin y al cabo, la visitaba muy a menudo.

Cuando Dave palideció, Jon comprendió que se había perdido algo importante y se inclinó hacia delante.

—¿Qué has dicho? —le preguntó a Lucky, mirándola con curiosidad.

—No tienes ni idea de lo que estás diciendo —replicó Dave furioso—. Y no quiero volver a oírte decir nunca nada parecido. Y pienso negarlo hasta el día de mi muerte.

Lucky se levantó y se acercó a él para susurrarle algo al oído. No pensaba utilizar el diario de su madre como arma, pero no podía resistir la tentación de poner a Dave Small en su lugar.

—Niéguelo todo lo que quiera. Tengo pruebas.

Estaba tan enfadada que podía sentir la sangre rugiendo por sus venas. Quería salir cuanto antes de allí, regresar a casa, hacer las maletas y marcharse para siempre. Pero se negaba a permitir que un hipócrita como Dave Small la echara del pueblo. Y sabía que, después de haber estado dando tumbos de un lugar a otro, no se sentiría mucho mejor en ninguna otra parte.

Podía sentir la mirada de odio de Dave en la espalda, mientras se sentaba en la barra fingiendo indiferencia y comenzaba a tomarse el vino. Miró varias veces por encima del hombro para devolverle desafiante la mirada, para hacerle saber que no estaba asustada, pero en las dos ocasiones, su mirada se cruzó con la de Jon. Éste había intentado seguirla cuando había abandonado la mesa, pero su padre le había ordenado que se quedara donde estaba.

—¿Puedo servirle algo más? —le preguntó el camarero.

Lucky no era una mujer que bebiera, pero aquella noche iba a hacerlo. No podía salir de allí antes que los Small y necesitaba tener las manos ocupadas. Especialmente cuando se dio cuenta de que Mike Hill estaba al lado de la mesa de billar. No sabía cuándo había llegado, pero estaba segura de que la había visto. Y cada vez que levantaba la mirada, veía sus ojos en el espejo de la barra.

Menuda noche, pensó, deseando haberse quedado en casa. Pidió otro bourbon y cuando un joven vaquero se acercó para invitarla a bailar, decidió fingir que se lo estaba pasando como nunca.

 

 

Era Mike el encargado de entretener a los clientes del rancho cuando éstos tenían que quedarse en el pueblo.

Desde que Josh se había casado, Mike tenía más tiempo libre que su hermano y, normalmente, disfrutaba sacando a sus clientes a tomar algo al Honky Tonk. Pero aquella noche no estaba de humor para jugar al billar. Ni siquiera estaba de humor para hablar. Se le habían quitado las ganas desde que había visto a Lucky.

Dejó que su mirada vagara de nuevo por la pista de baile, donde Lucky estaba bailando con un atractivo vaquero que debía de tener por lo menos diez años menos que él… Y deseó que no lo molestara verlos bailar tan pegados.

—¿Por qué estás tan callado? —le preguntó Gabe, mirándolo con recelo.

Mike desvió la mirada de Lucky. Gabe no había vuelto a hacer ningún comentario sobre el incidente de la cafetería, pero continuaba habiendo mucha tensión entre ellos. Mike sospechaba que aquella noche había aceptado acompañarlo únicamente porque sus invitados eran un padre y un hijo propietarios de una gran cantidad de tierra y de mucho más dinero, lo que los convertía en blancos perfectos para la obtención de fondos para la campaña de su padre.

—Estoy un poco cansado —contestó Mike, y se sentía viejo, añadió para sí.

No dejaba de mirar a Lucky moverse en los brazos de aquel joven que, involuntariamente, le recordaba los quince años de diferencia entre Lucky y él; una década y media.

—¿Crees que contribuirán a la campaña? —le preguntó a Gabe, señalando con la mirada a sus invitados, que estaban jugando al billar con Vern Pruit y Cliff Peterson.

Gabe se encogió de hombros.

—Han dicho que les gustaría conocer a mi padre mañana por la mañana. Supongo que lo averiguaremos entonces.

—Me parece justo —Mike volvió a mirar hacia la pista de baile y vio a Lucky comenzando a bailar de nuevo con su pareja.

Maldita fuera. Lo odiaba.

—¿Mike?

—¿Qué?

—La pelirroja a la que estás mirando es Lucky Caldwell. Lo sabes, ¿verdad?

—Sí, lo sé. He coincidido con ella en un par de ocasiones.

—¿Y por qué parece fascinarte tanto?

—No me fascina en absoluto.

Los ojos de Gabe resplandecían por primera vez desde hacía meses, pero a Mike le costaba considerar su expresión como una victoria sobre la silla de ruedas cuando su amigo se estaba divirtiendo a sus expensas.

—Es muy atractiva, ¿no te parece?

—Es muy joven.

—No te he preguntado por su edad.

—Pero la edad importa, ¿no crees?

—Lo que yo creo es que estás evitando la verdadera cuestión.

—¿Que es?

—Que en realidad no puedes tener ninguna relación con ella. Tu familia te dejaría de hablar.

Mike se preguntaba qué diría Gabe si supiera la verdad. Él ya había tenido con Lucky la relación más íntima posible. Y Lucky podría haberlo proclamado a los cuatro vientos. Pero no lo había hecho. Se lo había guardado para sí y se había comportado como si nunca hubiera ocurrido. Mike todavía no había conseguido comprender qué la había llevado a su cama. ¿Por qué habría estado esperando durante todos esos años para acostarse con él?

—Tengo casi cuarenta años. No voy a dejar que mi familia me diga lo que tengo que hacer.

—Un hombre nunca deja de pertenecer a su familia, Mike. Especialmente en un lugar como éste. Cuando te ocurre algo como esto —apretó la mandíbula mientras señalaba la silla de ruedas—, te das cuenta de que casi todo son espejismos: la fama, el dinero, el éxito. Te das cuenta de que lo verdaderamente importante es la familia y todo lo que la rodea.

Mike se frotó el cuello, sintiéndose culpable por no haber guardado las distancias con Lucky cuando sabía el daño que su relación con ella podía hacerle a todas las personas a las que quería. Pero como no capituló inmediatamente, Gabe giró la silla hacia él y le dijo en voz baja:

—Si llegas a tener algo con Lucky, terminarás dividiendo a este pueblo. Créeme, Mike, por atractiva que sea Lucky, no merece la pena. Mira lo que le pasó a tu abuelo. Se enamoró ciegamente e hizo sufrir muchísimo a tu familia. Y si Morris estuviera aquí, estoy seguro de que me daría la razón.

—Morris quería a Lucky.

—Estoy seguro. Pero Lucky no es mujer para ti.

—¿Y si todo el mundo estuviera equivocado con ella?

—¿En qué sentido?

—Todo el mundo cree que es una mujer… materialista, interesada, que intenta aprovecharse de todo el mundo.

—¿Como su madre? —Gabe volvió a separarse de él y bebió un sorbo de cerveza.

—Exactamente, como su madre.

—Hace seis años, Lucky se marchó de aquí con un buen porcentaje de tu herencia. Así que me pregunto de dónde habrá sacado la gente esa idea.

Mike arqueó las cejas ante el sarcasmo de su amigo.

—En cualquier caso, he sobrevivido.

—No gracias a ella.

—Hablas como toda mi familia.

—Estoy haciendo de abogado del diablo. Antes solías estar de acuerdo con ellos en todo lo relativo a Red y a sus hijos. Me pregunto por qué habrás cambiado de pronto de opinión.

—Estoy empezando a ver las cosas de manera diferente, eso es todo.

—¿Estás diciéndome que Lucky es una joven dulce e inocente?

—No dulce, precisamente. Está enfadada, y resentida.

—Qué agradable.

—¿Te sentirías tú de otra manera si estuvieras en su lugar? Se ha sentido rechazada durante la mayor parte de su vida. A lo mejor ha tenido que ponerse a la defensiva para poder sobrevivir.

—¿Así que ahora la admiras?

Mike no sabía cómo describir lo que sentía por ella. Había continuado diciéndose que no sentía nada, o, por lo menos, que no sentía nada realmente profundo. Lucky era muy distinta de las otras mujeres a las que había conocido. Era difícil de conocer, de alcanzar; unas veces se mostraba beligerante, otras distante. Desde luego, había mujeres mucho menos complicadas que ella. Pero pensó en la noche en la que la había ayudado a decorar el árbol, Lucky lo necesitaba y él quería estar a su lado.

Dios, ¿en qué estaba pensando? Debía de estar borracho.

Se levantó de la mesa y se acercó al billar antes de que se le ocurriera hacer alguna tontería.