Quince

—¿Has dejado que Fernando saliera antes de su hora?

Mike, que estaba frente a la fotocopiadora, se volvió hacia Josh cuando éste entró en su despacho.

—Me ha parecido justo. Esta noche es Nochebuena y les he dado el día libre a todos los empleados de la oficina.

—¿Quieres que me quede para darles de comer a los caballos?

—Ya lo haré yo.

—¿Cuándo vas a ir a casa de mamá y papá?

—Hemos quedado a las cinco, ¿no?

—Rebecca quiere pasarse un poco antes para ayudar y si tú te haces cargo de los caballos, supongo que iré con ella.

—Buena idea.

Estaba deseando poder pasar unas cuantas horas solo, que dedicaría a ordenar su escritorio. Pero en cuanto se fue Josh, sonó el teléfono. Mike agarró el teléfono de la mesa de Polly.

—¿Diga?

—Me alegro de encontrarte —era Garth Holbrook.

Mike también reconoció su voz inmediatamente.

—¿Qué tal está, senador?

—Bien, ¿y tú?

—Ocupado, como siempre. ¿Qué puedo hacer por usted?

—Quería saber si conoces bien a tu vecina.

—¿A mi vecina? —Mike había dado por sentado que llamaba para hablar de la campaña.

—¿No está viviendo Lucky Caldwell en al casa de tu abuelo?

—Ella es la propietaria de la casa.

—Sí, lo recuerdo. Se quedó con una buena parte de tu herencia.

—Sí, supongo que podría decirse así.

—Por lo que tengo entendido, llevas años queriendo comprarle esa casa.

¿Adonde querría ir a parar?

—Sí, es cierto.

—¿Hay alguna posibilidad de que esté dispuesta a vender la casa y se marche?

—Creo que todavía no está dispuesta a vender. Hasta el momento, ha rechazado todas las ofertas que le he hecho.

—¿Y qué ocurriría si yo aportara unos cuantos miles de dólares para que fuera imposible rechazar tu oferta?

Mike alzó la cabeza sorprendido.

—¿Que usted qué?

—Me gustaría convencer a Gabe para que se olvidara de esa cabaña en la que está viviendo y se fuera a vivir a tu lado durante unos cuantos años. No he logrado que venga a vivir al pueblo. Desde que tuvo ese accidente, prefiere la soledad y los espacios abiertos, pero yo me sentiría mucho mejor si supiera que al menos te tiene a ti cerca.

Así que esa llamada tenía que ver con Gabe. Sí, aquello tenía sentido. Gabe estaba socializando algo más, pero sólo en lo relativo a la consecución de fondos para la campaña de su padre. Mike pensaba que todavía se mostraba demasiado distante como para que pudiera decirse que estaba bien y era evidente que Garth estaba de acuerdo con él.

—Me encantaría tener a Gabe de vecino, pero no estoy seguro de que él esté dispuesto. ¿Ha hablado con él?

—Todavía no. He pensado que antes deberías comprar la casa. Ya sabes lo cabezota que puede llegar a ser.

—Sí, lo sé —Mike se frotó la barbilla.

—¿Entonces llamarás a Lucky?

—Ahora mismo no puedo llamarla, creo que está fuera del pueblo.

En realidad, lo sabía. Al ver que el coche de Lucky había desaparecido, había experimentado un enorme alivio. Ya no tendría que preocuparse de que pasara la Navidad sola, ni de que su madre o algún miembro de su familia se encontrara con ella y le dijera algo desagradable. Mejor todavía, podía olvidarse de la tentación de protagonizar el próximo escándalo del pueblo. El hecho de que Lucky hubiera reconocido sus sentimientos a pesar de que luego hubiera intentado decir lo contrario había hecho que le resultaran las cosas mucho más difíciles.

—¿Adonde ha ido? —preguntó Holbrook.

—Me comentó que iba a pasar la Navidad con sus hermanos en Washington.

—Bueno, a ver qué puedes hacer cuando vuelva.

Mike estiró los músculos del cuello mientras se imaginaba a sí mismo haciéndole a Lucky una nueva oferta.

—¿Tiene mucha prisa, senador? Porque quizá sea más fácil convencerla cuando haya arreglado la casa.

—Preferiría no esperar.

—¿Está muy preocupado por Gabe?

Se produjo una larga pausa.

—Sí, estoy muy preocupado. Y esa solución sería la mejor para todo el mundo. Por lo que he oído decir, Lucky es una verdadera fuente de problemas.

—Para serle sincero, no creo que lo sea tanto como todo el mundo pretende —contestó Mike.

—Hablé con tu tía Cori el otro día. Me dijo que Lucky manipulaba a Morris.

—En aquella época, Lucky era sólo una niña. Creo que más que manipuladora, era una niña necesitada.

—Todo el mundo está de acuerdo con tu tía.

—Quizá —Mike pensó en lo difícil que resultaba acercarse verdaderamente a Lucky y en cómo se negaba ella a refutar la opinión que todo el mundo tenía sobre ella, desafiando a los demás incluso a pensar lo peor—. Pero realmente no la conocen.

—¿Y tú sí?

Mike comprendió que se estaba mostrando demasiado compasivo, pero estaba cansado de todos aquellos chismes y de que nadie estuviera dispuesto a ver la situación desde la perspectiva de Lucky.

—Sé que es una chica orgullosa y muy independiente —y vulnerable, a pesar de que fingía que nada la afectaba—. También es muy sensible, aunque intenta no parecerlo.

—Le tienes simpatía.

Era una afirmación, no una pregunta. Una afirmación que le habría gustado negar. Pero se negaba a sumarse a los ataques a Lucky.

—Soy su vecino, senador, así que es normal que ahora tenga más contacto con ella.

El senador suspiró pesadamente.

—¿Ocurre algo, senador?

—No —se produjo un nuevo silencio—. Sencillamente, intenta ver qué puedes conseguir.

—De acuerdo.

Después de colgar el teléfono, Mike se sentó en una esquina de la mesa con la mirada perdida, preguntándose por qué la llamada del senador no le había provocado un mayor entusiasmo. Él siempre había querido aquella casa. Y pensaba que era mejor para Gabe estar cerca del pueblo. Y quería que Lucky se marchara, ¿no? Debería estar dando saltos de alegría después de aquella propuesta. Pero entonces, ¿por qué era tan reacio a presionarla?

Con un juramento, se levantó y se dirigió a su despacho. Jamás había sido capaz de preocuparse por mujeres que le habrían convenido. Y de pronto, estaba preocupado por una mujer que no le convenía en absoluto.

 

 

La víspera de Navidad, cayó una ligera nevada. Lucky permanecía asomada a las ventanas de la casa mientras el sol comenzaba a ocultarse, contemplando la caída perezosa de los copos como si su belleza fuera la única razón de su existencia. Se había imaginado deprimida y triste en su soledad, pero se sentía extrañamente tranquila. Quizá no se llevara bien con los habitantes de Dundee, pero su paisaje no tenía nada contra ella…

Miró hacia el rancho de Mike. Su propiedad había sido como un paraíso para ella en el que defenderse de los gritos de su madre y sus constantes demandas. Todavía podía oír el relinchar de los caballos, o sentir la caricia de sus hocicos contra la palma de la mano mientras les ofrecía manzanas y zanahorias. Incluso para el sonido de las voces de los vaqueros guardaba un recuerdo cariñoso en su memoria, a pesar de que siempre los oía a una larga distancia.

Todas las cosas buenas de la vida las había disfrutado a distancia. Excepto el tiempo que había vivido con Morris y la noche que había pasado en los brazos de Mike.

Apoyó un hombro contra el marco de la ventana, cerró los ojos e imaginó sus manos acariciándola otra vez. Descendiendo lentamente sobre su piel mojada bajo el agua de la ducha. Sus labios moviéndose sobre los suyos, animándola a entregarse sin reservas. Y ella…

Abrió los ojos para mirar el rancho. Mike olía como la escena que tenía ante ella, a nieve, a tierra, al aire de las montañas… Y sabía como el chocolate con menta.

Sonó la alarma del horno y cruzó la cocina para sacar la tarta de calabaza. No tenía un interés especial en comer. Últimamente no tenía demasiado apetito. Pero se había pasado el día cocinando porque no tenía otra cosa que hacer y porque le gustaba que la casa oliera a comida. El olor del clavo y la canela le recordaba que aquella tranquila y hermosa noche era Nochebuena.

Después de dejar la tarta sobre el mostrador para que se enfriara, se sirvió una taza de zumo de manzana caliente y se dirigió al cuarto de estar. No había podido encender las luces del árbol desde hacía un par de días por miedo a que Mike pudiera verlas y supiera que estaba en casa.

Enchufó las luces y se envolvió en una manta blanca. Después, se sentó sobre la alfombra que había comprado y contempló el árbol. Aquél había sido el regalo de Mike. La belleza y la tranquilidad de aquella noche eran otro regalo. Y también las tarjetas navideñas que le habían enviado sus hermanos y que la esperaban sobre el mostrador de la cocina para ser abiertas al día siguiente.

Se preguntó por un instante por la noche navideña que estaría celebrando Garth Holbrook, e imaginó a Dave Small reunido con su familia. Seguramente había sido una estúpida al acercarse a ellos… pero continuaba deseando saber quién era su padre.

Lucky consideró la posibilidad de cambiar el zumo de manzana por una copa de vino para celebrar la fiesta más importante del año. Pero los ojos se le estaban cerrando y no podía moverse.

 

 

—¿Quieres más ponche, Mike?

Mike se volvió después de echar un tronco a la chimenea y vio a su tía Cori sosteniendo una jarra de ponche casero.

—No, gracias.

—¿No está suficientemente fuerte? —bromeó su tía.

—Está perfecto, pero ya no me entra más.

Su tío Bunk se palmeó la barriga.

—Ha sido una cena increíble.

—Es una suerte que la Navidad sólo se celebre una vez al año —contestó su esposa.

Mike sonrió mientras se sentaba en el sofá. Sus dos tíos y sus esposas, sus primos Blake y Mandy, su tía Cori y su padre fueron tomando asiento poco a poco. El resto de sus tíos y el marido de la tía Cori estaban en la otra habitación, jugando con la PlayStation que había llevado uno de sus primos más pequeños.

—Espero haber escrito suficientes títulos de películas —dijo su madre mientras llevaba el cuenco de cristal que utilizaban todos los años para jugar a las películas.

—A mi me parecen más que suficientes.

—Siempre podríamos jugar al Pictionary —sugirió su madre con dulzura.

El padre de Mike odiaba el Pictionary incluso más que jugar a las películas.

—No, con las películas es suficiente.

Barbara soltó una carcajada.

—Ya me lo imaginaba. Pero no importa, de todas formas ganaremos las mujeres, ¿verdad, chicas?

Josh bajó su vaso de ponche.

—Creo que este año deberíamos hacer equipos mixtos —dijo, mientras acunaba a su hijo—. Estoy cansado de perder.

Rebecca miró a su marido arqueando una ceja con expresión traviesa.

—Lo siento, cariño, vamos en busca del récord.

Un brillo desafiante iluminó la mirada de Josh. Josh y Rebecca se amaban apasionadamente, pero ambos eran de lo más competitivos.

—Podríamos probar el pastel antes de empezar —sugirió la madre de Mike.

Toda la habitación gimió al unísono.

—Estamos demasiado llenos —protestó tía Cori.

—De acuerdo —la madre de Mike se sentó en el brazo del sofá en el que estaba sentado su marido—, ¿quién empieza?

Estuvieron jugando durante más de una hora y no pararon hasta que todo el mundo estuvo llorando de risa al ver la imitación que hacía Rebecca de un samurái.

Mientras las mujeres se deleitaban con la última copa de vino, Mike se dirigió a la cocina para servirse, pero tía Aunt lo agarró del brazo antes de que hubiera podido dar un par de pasos.

—Eh, Mike, ¿cómo va tu vida amorosa últimamente?

—Bastante mal. He estado demasiado ocupado para tener citas.

—Eso no es lo que me han dicho. Ayer mismo Sparky Douglas me preguntó por qué te habías quedado hace dos semanas en el hotel Timberline, cuando tienes tanta familia en el pueblo —le dio un codazo—. Le dije que sólo se me ocurría una razón.

Mike tosió para intentar disimular su sorpresa.

—Las carreteras estaban cortadas por culpa de la tormenta y dio la casualidad de que conocía a alguien que estaba de paso por la ciudad.

—¿A alguien?

—Alguien de McCall —mintió.

—Oh, ¿esa mujer con la que estuviste saliendo?

Mike asintió.

—Tu madre y yo seguimos esperando a que te cases.

—Quizá algún día —intentó escapar, pero su tía continuaba agarrándolo del brazo.

—Sparky me comentó que Lucky Caldwell se había quedado en el hotel esa misma noche, ¿lo sabías?

Mike no pudo evitar mirar a su hermano de soslayo.

—La verdad es que sí. La llevé yo al pueblo. Se había quedado atrapada en casa sin agua ni luz.

—Sí, ya lo sé, tu madre me llamó ese día —sacudió la cabeza—. Es una pena que Lucky haya vuelto.

—Creo que ahora está fuera del pueblo.

Mike mantenía la voz baja, no quería que los demás miembros de la familia los oyeran hablar de Lucky y se sumaran a la conversación.

—Sí, debe de estar fuera del pueblo —intervino su tío Bunk, que a pesar de los intentos de Mike los estaba oyendo—. Hace un par de días que nadie la ve.

Mike ahogó un gemido cuando su madre se unió a la conversación.

—¿Alguien ha dicho que Lucky se ha ido?

—Va a pasar fuera la Navidad —contestó Mike. Lo irritaba el alivio que había percibido en la voz de su madre.

—¿Y por qué crees que está fuera? —preguntó Rebecca mientras iba a por su hijo, que se había despertado y estaba pidiendo comida.

—Tiene familia por la zona de Washington.

Rebecca se sentó con Brian en brazos y comenzó a darle de mamar.

—¿Y cómo habrá ido al aeropuerto?

Mike hundió las manos en los bolsillos, intentando no mostrar ningún interés.

—Supongo que habrá ido en coche.

—Imposible. Tiene el coche aparcado detrás de la casa.

Mike parpadeó mientras intentaba asimilar aquella información.

—¿Dónde has dicho que tiene el coche?

—Detrás de su casa, lo hemos visto esta mañana, cuando hemos ido a montar, ¿verdad, Josh?

Josh frunció el ceño, como si él prefiriera no decir nada.

—¿Josh? —repitió Rebecca.

Josh asintió a regañadientes.

Su madre sacudió la cabeza.

—Sabía que era demasiado bueno para ser verdad.

Mike intentó aparentar indiferencia, pero no pudo evitar fruncir el ceño.

—A lo mejor la ha llevado alguien —dijo.

—Quizá —añadió Josh, pero Mike estaba muy lejos de estar convencido.

Y empezaba a comprender que la única razón por la que Lucky había escondido su coche era que quería que la gente pensara que no estaba allí. No quería que nadie supiera que iba a pasar sola la Navidad.

 

 

En cuanto supo que Lucky estaba en su casa, Mike comenzó a ponerse nervioso. Lucky siempre fingía ser tan dura… ¿por qué no habría sido capaz de admitir que no tenía ningún plan para Navidad? En ese caso podría…

¿Qué?, se preguntó a sí mismo. ¿Haberle hecho compañía? No, imposible. No podría haber hecho nada por ella.

Se pasó una mano por el pelo mientras intentaba ignorar que había dejado de disfrutar de la fiesta. Pero al cabo de otros treinta minutos, la sensación comenzó a ser claustrofóbica.

Musitando que no sé encontraba bien, se disculpó por marcharse tan pronto y se dirigió hacia la puerta. Pero su madre lo interceptó antes de que la hubiera alcanzado.

—Mike, ¿es cierto lo que ha dicho tu padre? Me ha comentado que no te encuentras bien, ¿qué te pasa?

—Creo que estoy agarrando algo —musitó.

—Pero si te vas ahora a casa, no podrás abrir los regalos con nosotros.

—Si quieres, vendré mañana por la mañana a abrir el mío.

Su madre le puso la mano en la frente. Mike odiaba que lo tratara como si todavía fuera un niño, pero se alegró de haberlo soportado cuando el veredicto fue que tenía fiebre.

—Será mejor que descanses si no quieres pasar el resto de las fiestas enfermo —le dijo.

Mike salió de casa intentando convencerse a sí mismo de que ignoraría los extraños sentimientos que lo invadían e iría directamente al rancho, pero en el fondo sabía que no iba a volver a su casa.

Iba a ir a casa de Lucky.

 

 

A Lucky la despertó un ruido. Contuvo la respiración esperando a que se repitiera. Un segundo después, oyó una llamada a la puerta.

Alguien estaba llamando a su puerta, ¿pero quién? ¿Quién podía haberse dejado caer por su casa la víspera de Navidad a las diez de la noche?

Fuera quien fuera, no pensaba abrir. Para empezar, se suponía que no estaba en casa. Y además, tenía miedo de que hubiera vuelto Smalley.

Agachada para que no la vieran, fue sigilosamente hasta la pared que estaba al lado de la puerta. Las palmas le sudaban mientras esperaba a que su visitante se fuera, pero éste no parecía tener intención de marcharse. Otra llamada a la puerta, en aquella ocasión más intensa, y llegó hasta ella una voz:

—Lucky, soy Mike.

Lucky se tapó la boca con la mano. Habría preferido que fuera Smalley. ¿Por qué no estaba Mike con su familia? ¿Habría vuelto a casa antes de tiempo y habría visto las luces del árbol?

—Sé que estás ahí y no voy a marcharme hasta que te vea, así que deberías abrir la puerta.

Evidentemente, no tenía sentido seguir fingiendo. Con un suspiro, Lucky abrió la puerta. Odiaba parecer patética, y más aún ante Mike o ante su familia, pero aquella noche iba a ser imposible evitarlo. ¿Cuántas otras personas pasaban solas la Navidad? Probablemente no muchas, por lo menos no en Dundee.

Abrió la puerta y forzó una sonrisa.

—¿Necesitas un huevo o un poco de azúcar?

Mike no respondió. Permanecía en el porche, con los pulgares en los bolsillos.

—¿Ocurre algo? —preguntó Lucky.

—¿Por qué me dijiste que ibas a pasar las fiestas fuera?

—Porque era cierto. Pero en el último momento decidí que sería más agradable…

—¿Qué? —la urgió Mike cuando vio que no parecía capaz de encontrar las palabras adecuadas.

—Ya sabes, pasar la Navidad en casa.

—Sola.

—Claro, ¿por qué no? —contestó Lucky, alzando la barbilla con expresión desafiante.

Mike dio un paso hacia ella.

—En realidad en ningún momento tenías pensado ir a Washington, ¿verdad?

Lucky dejó escapar una bocanada de aire entre los dientes y se reclinó contra el marco de la puerta.

—¿Qué quieres de mí, Mike? ¿Quieres oírme decir que no tengo ningún lugar adonde ir? ¿Que no estoy tan unida a mis hermanos como lo estás tú a tu familia? De acuerdo, es cierto, pero no me importa.

—Tonterías.

—¿Qué se supone que significa eso?

—Significa que tú eres tan humana como todos los demás.

Los ojos de Mike resplandecían en la oscuridad, haciéndola sentirse como si pudiera verle el alma. Intentando reunir el poco orgullo que le quedaba, Lucky señaló hacia la camioneta de Mike con la cabeza.

—De acuerdo, soy humana. Y ahora será mejor que te vayas antes de que alguien pueda verte por aquí. Es posible que no se crean que sólo has venido para regodearte viéndome pasar sola la Navidad.

—No he venido aquí para regodearme de nada.

—¿Entonces por qué has venido?

Mike se quedó mirándola fijamente durante varios segundos.

—Porque me apetecía venir.

Sus ojos se encontraron.

—Dentro de un par de meses ya no estaré por aquí —no estaba segura de por qué necesitaba recordárselo.

Mike dio un paso hacia ella, acortando los pocos centímetros que los separaban.

—En ese caso, quizá debamos dejar de perder el tiempo.

A Lucky le dio un vuelco el corazón al reconocer la promesa que encerraba su voz.

—Mike…

Mike se pasó la mano por la barbilla, inclinó la cabeza y la silenció con un beso. Lucky cerró los ojos ante aquel dulce y delicado contacto.

—He venido para quedarme a pasar la noche contigo.

Lucky contuvo la respiración, pero abrió los ojos y dijo lo que sabía era mejor para ambos.

—Deberías irte a casa.

Mike debió de reconocer la falta de convicción de su voz, porque la abrazó.

—Si me fuera a casa, terminaría volviendo.

Lucky curvó sus labios en una seductora sonrisa.

—¿Y si no te dejara volver?

—Te lo suplicaría —replicó Mike, cubriendo su cuello de besos.

—No, no eres capaz.

—Vendría de rodillas —respondió Mike sin dejar de besarla—. ¿Aun así serías capaz de rechazarme?

—Si supiera que es lo mejor para mí, lo haría.

Mike posó la mano posesivamente sobre su trasero.

—Ya nos preocuparemos más tarde de lo que es mejor para ambos.

La poca cordura que a Lucky le quedaba reconocía la brevedad de lo que le estaba proponiendo y le aconsejaba que le pidiera que se marchara. ¿Qué sentido tenía enamorarse más profundamente de un hombre al que no podía tener?

Pero era Navidad. Una noche mágica en la que podía ocurrir cualquier cosa.

Le quitó el sombrero a Mike, le pasó la mano por el pelo y deslizó la lengua entre sus labios para darle un apasionado beso, un beso con el que quería expresar todo lo que no era capaz de decir.

—Interpreto esto como un «sí» —respondió Mike con una sonrisa traviesa.

La levantó en brazos, la estrechó contra su pecho y cerró la puerta de una patada.

—¿Y qué me dices de la camioneta? —le preguntó Lucky.

—No lo sé. Pregúntamelo cuando sea capaz de pensar otra vez.