Seis

Lucky estaba sentada en la cama del motel, mirando los nombres que aparecían en el diario de su madre. Dave Small, Eugene Thompson, Garth Holbrook… Por lo poco que podía recordar, Dave Small era un hombre bajito, robusto, con una gran familia. Tenía una pizzería cerca del Honky Tonk y dos hijos mayores que ella. Ambos hijos estaban casados, o al menos lo estaban cuando Lucky había dejado Dundee. Pero no podía recordar mucho más. Se había cruzado con Dave en alguna ocasión, pero nunca había hablado con él. La única relación que había tenido con los Small había sido cuando Smalley y Jon estaba cabalgando un día por delante de su casa y habían visto el cartel que Red había colocado, apoyando la candidatura de Dave Small para concejal. Antes de marcharse, habían descubierto a Red mirándolos desde el porche y le habían gritado que su padre no necesitaba el apoyo de una prostituta. Lucky había quitado inmediatamente el cartel.

Cerró los ojos y apartó el diario. Seguramente, no guardaba ningún parentesco con los Small. En cualquier caso, podía imaginarse perfectamente el calor con el que la recibirían en la familia. Teniendo en cuenta la posición que Dave ocupaba en el pueblo, le resultaba difícil creer que estuviera dispuesto siquiera a reconocer su existencia.

Por la misma razón, no creía que tuviera mejor suerte con Garth Holbrook. Había sido elegido como senador varios años atrás. Antes de regresar al pueblo, Lucky había consultado en Internet su página web, en la que aparecían su biografía y algunas fotografías. De los tres posibles candidatos, aquél era el que representaba todo lo que a Lucky le gustaría que fuera su padre: era un hombre alto y elegante, con el pelo negro y ondulado y algunas canas en las sienes. Tenía un rostro de facciones clásicas y los ojos grises. Y parecía inteligente y honrado.

Por supuesto, un político tenía que parecer honrado, de modo que quizá todo fuera una ilusión. En Internet también había descubierto que Holbrook llevaba cuarenta años casado, lo que quería decir que ya tenía una familia cuando visitaba regularmente a Red. Según el diario de su madre, habían estado viéndose durante unos tres meses.

Lucky se levantó de la cama para ir al baño a mirarse en el espejo. ¿Se parecería a alguno de esos hombres? Recordaba vagamente a Eugene Thompson, un viejo vaquero de manos callosas y pantalones desgastados. Pero no había encontrado ninguna información sobre él en Internet y no había vuelto a verlo desde que Red se había casado con Morris. Quizá se había ido del pueblo… O había muerto.

Con un suspiro, se inclinó hacia delante para observar de cerca su reflejo. No se veía el parecido con nadie, excepto con Red. Tenía el rostro ovalado de su madre, los ojos verdes y ligeramente rasgados y los pómulos altos y marcados. Pero el pelo no lo tenía de un rojo tan encendido como el de su madre, ni tenía tanto pecho como ella…

Recordó de pronto el comentario de Mike. «Eres maravillosa», le había dicho. Inmediatamente, le restó importancia a aquel cumplido, atribuyéndolo a su excitación. Cuando se emborrachaba, a su madre siempre le gustaba dar consejos. Y su advertencia favorita era: «Un hombre es capaz de decirte cualquier cosa para que te acuestes con él, Lucky. Así que no te creas ni una sola palabra».

Pero Mike parecía sincero. Aunque a lo mejor sólo pretendía ser amable. Le gustara o no, tenía que admitir que había sido amable en muchos sentidos la noche anterior.

Pero ya estaba bien de pensar en Mike, de modo que intentó encaminar sus pensamientos en otra dirección mientras se desnudaba para darse una ducha.

El teléfono la interrumpió. Pensando que la llamaban de recepción, corrió a contestar.

—¿Diga?

—¿Lucky?

Mike. Un escalofrío le recorrió la espalda y se sintió completamente expuesta, a pesar de estar sola y encerrada en la habitación del hotel.

—¿Sí? —preguntó.

—No tienes coche.

—Lo sé.

—¿Cómo vas a volver a tu casa tras la tormenta?

—Yo… Llamaré a un taxi o haré autostop.

—¿Haces autostop muy a menudo?

—A veces, ¿por qué?

En realidad sólo lo había hecho una vez, en Kansas.

—No me parece seguro.

—Estamos en Dundee.

—Como si estamos en Tombuctú. No quiero ser responsable de que te ocurra algo.

—¿Pero cómo vas a ser tú el responsable?

—He sido yo el que te ha dejado en el hotel.

Lucky no pudo evitar una carcajada.

—¿Y? Si encontraran mi cadáver en la cuneta, se organizaría una fiesta en el pueblo. Y seguro que tú y tu familia encabezaríais el desfile.

—¿Eso es lo que piensas?

—Sé lo que sientes hacia mí.

Silencio.

—¿Entonces por qué viniste anoche a mi cama?

—Tenía frío —contestó lo primero que se le ocurrió.

Sólo después de decirlo comprendió que era cierto. Tenía frío, frío por dentro. Había sido estúpida por pensar que Mike podría ayudarla a entrar en calor.

—¿Eso era todo?

—Sí, eso era todo —volvió a mirarse en el espejo, intentando verse con los ojos de Mike—. ¿Te importaría contestar una pregunta?

—Depende.

—¿Era verdad lo que dijiste cuando… cuando me quité la sudadera?

—¿Qué te dije?

Lucky estaba segura de que se acordaba. Pero estaba desafiándola otra vez.

—Que yo era… bueno, ya lo sabes.

—No, no lo sé, ¿por qué no me dices?

—Dijiste que era maravillosa —contestó por fin.

—Ah, sí, ahora me acuerdo —dijo Mike con la voz ligeramente ronca.

—¿Y… lo decías en serio?

—¿Quieres que sea sincero?

A Lucky se le tensó el estómago, provocando una queja de su úlcera. Por supuesto que lo decía en serio.

—Déjalo, no importa.

Se hicieron unos segundos de silencio.

—¿Me llamarás cuando tengas que volver a tu casa? —preguntó Mike por fin.

—Claro —no iba a ponerse en contacto con él, pero quería colgar cuanto antes—. Ya hablaremos.

—¿Lucky?

—¿Sí?

—Lo decía en serio —y colgó el teléfono.

 

 

Mike no sabía qué hacer. Tenía mucho trabajo en el rancho, pero todavía no le apetecía volver. Sabía que Lucky tenía algo que ver con sus ganas de merodear por el pueblo, y también Gabe. Ambos lo habían dejado frustrado, aunque de formas muy diferentes, y él odiaba aquel sentimiento. No estaba acostumbrado a que los sentimientos negativos interfirieran en su vida diaria, porque siempre se había esforzado en ser prudente y educado, fueran cuales fueran las circunstancias. No le gustaba crear falsas expectativas, sobre todo a las mujeres. No hacía promesas que no pudiera cumplir. Nunca se había enamorado y le desagradaba pensar siquiera en una ruptura amarga.

«Si encontraran mi cadáver en la cuneta, se celebraría una fiesta en el pueblo. Y seguro que tú y tu familia encabezaríais el desfile».

El hecho de que Lucky creyera realmente que le importaba tan poco a todo el mundo lo inquietaba. Quizá hubiera estado resentido con ella durante todos aquellos años, pero ni siquiera esperaba que Lucky lo notara. Siempre había sido tan condenadamente dura que no se había parado ni un solo segundo a pensar en cómo podría sentirse.

Y de pronto se descubría considerando la posibilidad de que no fuera tan dura. Quizá aquella actitud fuera solamente una fachada. Después de lo ocurrido la noche anterior, se sentía inclinado a pensarlo. Lucky parecía haber puesto todo su corazón y su alma en el momento que habían empezado a hacer el amor. Ésa era la razón por la que él había perdido temporalmente el control.

Le ardía la sangre cuando recordaba cómo había respondido Lucky a sus caricias. Se había abandonado sin reservas, había confiado completamente en él. Y no le había dicho nunca que no… Mike interrumpió sus pensamientos al ver a la izquierda la calle en la que estaba la casa de sus padres y aminoró la velocidad para girar hacia allí. Su madre siempre le decía que tenía que ir a verlos más a menudo y decidió que aquél podía ser un buen día para hacerles una visita.

—¿Hay alguien en casa? —había entrado sin llamar.

—¿Mike? ¿Eres tú?

Oyó la voz de su madre en el sótano y bajó por la barandilla, como cuando era niño.

—¿Qué pasa?

Agachó la cabeza para entrar en el taller de costura de su madre. Allí el techo era más bajo que en ningún otro lugar de la casa.

Su madre alzó la mirada de la máquina de coser.

—Estoy haciendo un vestido de dama de honor para Melanie Jamison, la hija de la vecina.

—Oh, muy bien.

—Adoro las bodas —dijo su madre, con intención.

Mike se sentó en una de las sillas que rodeaban la mesa del taller.

—Lo sé, y no tienes hijas. Creo que esto ya lo he oído.

—Evidentemente, no lo suficiente. Ya podría tener dos nueras si mi hijo mayor se compadeciera de su pobre madre, sentara cabeza y formara una familia.

—Josh ya se está ocupando de esas cosas.

—Rebecca tiene problemas para quedarse embarazada, lo sabes. Es un milagro que haya podido tener a Brian. De hecho, es posible que no vuelvan a tener hijos.

—¿No te basta con uno?

—No. Y tú ya tienes casi cuarenta años, Mike.

—No me hagas arrepentirme de haber venido.

—No te arrepentirás porque voy a darte de comer antes de que te vayas.

—Me gustan tus tácticas.

—Utilizo las que funcionan.

—¿Dónde está papá? No me digas que ha ido a entrenar al equipo del instituto un día como hoy.

—No, se han cancelado las clases. Tenemos una gotera en el tejado y está intentando averiguar por dónde entra el agua.

—¿Crees que necesitará que le eche una mano?

La madre de Mike se inclinó sobre la máquina de coser y la puso de nuevo en marcha.

—Podrías preguntárselo tú mismo.

—¿Preguntarme qué?

Mike se volvió y vio a su padre entrar en la habitación.

—¿Has localizado la gotera?

—Sí. Y en cuanto pase la tormenta, me subiré al tejado para arreglarla.

—No te subas tú. Ya lo haré yo este fin de semana.

—¿Qué te trae por casa a esta hora del día? Y con una tormenta como ésta —preguntó su padre—. ¿Os habéis quedado sin luz en el rancho?

Su madre detuvo la máquina de coser y lo miró por encima de la montura de las gafas, esperando su respuesta. Mike se aclaró la garganta.

—No, he venido a dejar a Lucky en el pueblo porque estaba en casa del abuelo sin luz y sin agua.

—¿Has dicho Lucky? —su madre parpadeó como si acabara de decirle una locura. Su padre frunció marcadamente el ceño.

—Lucky Caldwell ha vuelto —anunció Mike.

—Estás bromeando.

—No.

—¿Pero por qué ha vuelto después de tanto tiempo?

—Supongo que porque es la propietaria de esa casa.

—Esa casa nos pertenece —replicó su madre.

Su padre se acercó a ella y comenzó a acariciarle los hombros.

—¿Sabes si piensa quedarse mucho tiempo? —le preguntó a Mike.

—No creo.

—Al menos eso es esperanzador —su padre se inclinó para dirigirle a Barbara una sonrisa de aliento, pero su madre no cambió de expresión.

—Me gustaría que nos vendiera la casa y se fuera para siempre. Pero no lo hará. Es una persona tan mezquina y desagradable como su madre.

Mike había ido a ver a sus padres con la esperanza de reforzar sus sentimientos negativos hacia Lucky, pero no le sentaron bien las duras palabras de su madre.

—No está utilizando esa casa. Ni siquiera le gusta Dundee. En cuanto heredó, se marchó de aquí y nadie ha vuelto a saber nada de ella desde entonces.

—Se marchó de aquí cuando se graduó —le aclaró Mike—, no cuando heredó.

—Sucedió todo al mismo tiempo. El caso es que se marchó, dejando la casa completamente abandonada.

—A lo mejor no se sentía aceptada en el pueblo.

Su madre negó con la cabeza.

—El problema era que quería viajar por todo el país y pegarse la gran vida con el dinero de mi padre.

Había sido Mike el que les había hablado a sus padres de la vida nómada de Lucky, pero después de enterarse de que no se había acostado con ningún hombre, no creía que se hubiera pasado la vida de fiesta en fiesta.

—Las mensualidades que le ha dejado el abuelo no le dan para pegarse la gran vida.

—Tiene dinero más que suficiente para mantenerse —señaló su padre.

—Es cierto, pero yo le he ofrecido más de medio millón de dólares por la casa. Si realmente quisiera vivir bien, ¿no crees que la habría vendido cuanto antes?

Su madre se levantó y se acercó a él con las mejillas encendidas.

—¿Por qué la defiendes?

—No la estoy defendiendo —se encogió de hombros, como si no lo preocupara de forma particular—. Simplemente, me pregunto si no habrá alguna parte de la historia que no conozcamos.

—Fuiste su vecino durante muchos años, sabes cómo es esa chica. Josh me contó que en una ocasión se desnudó delante de ti.

—Sólo se quitó la parte de arriba del biquini y…

—¡Sólo la parte de arriba! No tenía ningún derecho a hacer una cosa así… A esa edad y ya era una… mujerzuela.

A pesar de todos sus esfuerzos, Mike no fue capaz de contenerse.

—Lucky no es una mujerzuela.

—A lo mejor no estás acostumbrado a oír hablar así a tu madre —terció su padre—, pero ya sabes la reputación que tiene Lucky, Mike.

Mike sabía la reputación que tenía Lucky, de acuerdo. Él mismo había hecho ciertas suposiciones basadas en esa reputación que habían demostrado ser completamente falsas. Pero no tenía forma de explicarles a sus padres los motivos por los que sabía que estaban equivocados.

—Mirad, tampoco es mi persona favorita, ¿de acuerdo? Yo quiero quedarme con la casa del abuelo y todavía albergo la esperanza de que se vaya del pueblo y me la venda. Pero si no se va…

—¿Qué? —lo azuzó su madre.

—Tampoco podemos darle demasiada importancia al hecho de que se quede aquí. Habrá que vivir y dejar vivir…

—¿Cuándo le hemos hecho daño a esa chica? No creo que haya cruzado nunca más de dos palabras con ella.

—Lo único que estoy intentando decir es que quizá deberíamos distender un poco la situación. En realidad, todo este desastre fue culpa de su madre.

—Lucky formó parte de todo ello —replicó Barbara—, recuerdo perfectamente las zalamerías que le hacía a mi padre: «Papá, hace mucho frío fuera, no te olvides de ponerte el abrigo», «papá, acabo de sacarle brillo a tus botas». Estaba pendiente de cada palabra de tu abuelo y le sonreía como si pensara que era lo más valioso del universo, y todo con la esperanza de arrebatarle algún día su dinero.

—Mamá, no sabemos cuáles eran sus motivos. Sólo era una niña.

—No cuando la llevaste a los tribunales.

Mike no pudo evitar fruncir el ceño.

—Morris le dejó la casa en herencia. ¿Qué querías que hiciera? ¿Pedirnos perdón y devolvérnosla?

—¡Sí! ¿Por qué no? ¿Qué te hace pensar que tiene derecho a ella? Esa chica sólo formó parte de la vida de mi padre durante diez años. ¡Y su madre intentó matarlo!

—De eso no estamos seguros.

—Claro que estamos seguros. A lo mejor no pudimos demostrarlo, pero eso no significa que no ocurriera.

—Aunque sea cierto, Lucky no tuvo nada que ver.

—¿Quién puede saberlo?

Mike estiró el cuello. Después de lo que había pasado la noche anterior, estaba convencido de que Lucky no había tenido nada que ver con aquella sobredosis de insulina.

—Mira mamá, siento que Lucky haya vuelto, pero no tiene por qué afectarte tanto. Todo saldrá bien.

Una lágrima rodó por la mejilla de su madre.

—Yo no creo que nada vaya a salir bien —susurró—. Jamás en mi vida he odiado a nadie, pero odiaba a Red y odio a Lucky —se volvió para refugiarse en el pecho de Larry, que la envolvió en sus brazos.

—Y tienes derecho a ello, cariño —la consoló—. Has sufrido mucho por su culpa.

Mike no podía creer que hubiera hecho llorar a su madre. Ella normalmente sólo lloraba en las bodas y en los funerales. Primero había herido a Lucky, después a Gabe, y al final a su madre. Evidentemente, a lo largo de aquel día, estaba arrasando con todos cuantos se encontraba.