Mike salió de casa de sus padres en cuanto pudo, aunque tuvo que quedarse a comer. Durante el almuerzo, la conversación fue muy poco fluida. Mike sabía que su padre no estaba contento con la postura que había adoptado en la discusión sobre Lucky. Y cada vez que recordaba la palabra «mujerzuela», se sentía culpable por permitir que continuaran juzgándola de esa manera cuando él sabía que no era cierto.
Sacudió la cabeza mientras se dirigía a la camioneta. Teniendo en cuenta lo mucho que su relación con Lucky podía afectar a todas las personas a las que quería, lo mejor que podía hacer era mantener la boca cerrada, volver a casa y dormir un poco. Quizá después pudiera considerar todo aquel asunto con cierta perspectiva.
Pero al pasar por el hotel Timberline, en el que Lucky estaba alojada, no pudo evitar echar un vistazo a la puerta de su unidad. ¿Era una luz lo que se distinguía entre las cortinas? ¿Qué estaría haciendo? ¿Leyendo aquella libreta con las tapas negras? ¿Habría comido algo desde el desayuno?
Probablemente no. Era imposible ir a pie a cualquier parte con aquella ventisca.
¡Ése no era su problema!, se recordó. Pero cuando descubrió que la autopista que salía del pueblo estaba cerrada a causa de la tormenta, no lo sorprendió. Y aunque Lucky no fuera su problema, fue a comprar una hamburguesa con patatas fritas y se dirigió directamente al Timberline.
Cuando oyó que llamaban a la puerta, Lucky levantó la cabeza de diario de su madre y se levantó para mirar por la mirilla.
—¿Quién demonios…?
Mike otra vez. No podía creer lo que veían sus ojos. ¿Qué estaba haciendo allí? No abriría, se dijo. No estaba adecuadamente vestida. Después de la ducha, se había puesto encima una camiseta sin sujetador y los pantalones del chándal.
Pero Mike llevaba algo que podía ser comida. Y ya había visto mucho más de lo que estaba mostrando en aquel momento. De modo que al final abrió la puerta y lo miró fijamente.
—No me digas que te has quedado atrapado en el pueblo.
—Pues la verdad es que sí.
—¿Por qué no has vuelto antes a tu casa?
—Supongo que antes tenía que causar algunos problemas.
—¿Qué clase de problemas?
—Eso ahora no importa. ¿Tienes hambre?
—La verdad es que no —contestó, por encima del sonido del viento, pero su mirada la traicionó volando hacia la bolsa que llevaba Mike en la mano.
Mike sonrió.
—Una hamburguesa doble con queso y beicon.
Lucky estaba salivando sólo de olerla.
—Bueno, no me gustaría que se echara a perder —contestó, intentando parecer indiferente—. Pero déjame ir a buscar el bolso para pagártela.
El viento habría cerrado la puerta, así que le pidió a Mike que la sujetara mientras ella iba a buscar el dinero, esperando que se quedara donde estaba. Pero en cuanto giró, Mike entró en la habitación.
Lucky se volvió al oír que la puerta se cerraba y vio a Mike sacudiéndose la nieve y el frío.
—Toma —agarró el primer billete que tenía en la cartera y se lo tendió—. Y gracias por la comida.
Ignorando el dinero, Mike le pasó la bolsa, se quitó el abrigo y se sentó en la cama.
—¿Estabas viendo el canal deportivo?
—Sí, me gustan los deportes —miró con el ceño fruncido el abrigo que Mike acababa de dejar sobre una silla.
—¿Viste el partido de la Noche del Fútbol?
—La mitad. No soportaba ver perder a Green Bay.
—¿Eres admiradora de los Packers?
En realidad le gustaba Brett Favre, pero no creía que tuviera por qué especificar. Los hombres no solían elegir a su equipo favorito basándose en el cuerpo que tenía su capitán.
—También me gustan los Raiders.
—¿Y en baloncesto?
—El equipo que más me gusta es el de los Kings, aunque el Denver Nuggets tiene muy buenos jugadores.
—¿Y el béisbol también te gusta?
—No tanto como el fútbol o el baloncesto, pero si no hay nada más en…
—¿Qué equipo te gusta?
—Los Mariners sobre todo.
Mike la miró con atención.
—¿Cómo has aprendido tanto de deportes?
—Supongo que viendo partidos.
—Desde luego, eres muy distinta a como te imaginaba —comentó Mike.
—Sí, bueno, ser mala a tiempo completo no es fácil. De vez en cuando necesito descansar y relajarme.
Ignorando su sarcasmo, Mike tomó el mando a distancia y subió el volumen de la televisión.
—En, ¿no tienes otro sitio adonde ir? —le preguntó Lucky.
—¿Con este tiempo?
—¿Por qué no? Estoy segura de que a tus padres les encantaría verte.
—Lo siento, acabo de venir de allí.
A Lucky le dio un vuelco el corazón al imaginarse a la familia confabulando para echarla de la casa de Morris. Vender era una cosa y verse obligada a marcharse otra muy diferente.
—Genial. ¿Les has dicho que he vuelto al pueblo?
—Por supuesto.
—¿Y qué han dicho?
—Mi madre ha empezado a llorar.
A pesar del hambre que tenía, Lucky dejó la hamburguesa encima de la mesa.
—Vaya, gracias por animarme.
—No sabía que te importara.
Lucky alzó la barbilla y lo fulminó con la mirada.
—No me importa.
El borde del sombrero ensombrecía el rostro de Mike, haciéndole difícil ver su expresión. No hizo ningún comentario más, así que Lucky tomó el dinero que Mike había rechazado, se lo guardó en el bolsillo y miró la comida de reojo. Quería comer, pero tenía que convencer a Mike de que se fuera.
—¿No piensas marcharte? —le preguntó.
Mike se quitó el sombrero y se estiró en la cama.
—La verdad es que después de lo que me hiciste anoche, estoy cansado y…
—¿Qué te hice?
—… y no tengo adonde ir, por lo menos hasta que amaine la tormenta.
—Estoy segura de que quedan habitaciones libres en el hotel.
—¿Qué te pasa, Lucky, te pongo nerviosa?
Estaban en una habitación de cuatro metros cuadrados con dos camas dobles, por supuesto que la ponía nerviosa. Pero no iba a admitirlo.
—¿Qué te hace pensar que podrías ponerme nerviosa?
—El hecho de que no dejes de estirarte la camiseta, por ejemplo.
—Es una costumbre. Lo hago aunque no esté nerviosa.
—Muy bien —Mike señaló hacia la comida con la cabeza—. Come y mira el partido. Cuando termine la tormenta, te llevaré a tu casa.
Mike se durmió a los pocos minutos, dejando a Lucky pensando malhumorada en la forma en la que había entrado en su habitación. Aquel hombre estaba cargado de dinero, ¿por qué tenía que imponerle su presencia?
Después de intentar sin éxito concentrarse en el partido, decidió que también ella necesitaba dormir. Con la televisión encendida para que amortiguara el sonido de la tormenta, se tumbó en la otra cama, se volvió de cara a la pared y se acurrucó. Pero a los pocos segundos, no pudo evitar volverse para mirar a Mike. Hacer el amor con él no había sido en absoluto como esperaba, pero en el fondo, sabía que la culpa había sido suya.
Y tenía que admitir que nunca había conocido a un hombre tan atractivo.
La despertó el silencio. El viento había cesado, la televisión estaba apagada y la habitación estaba tan oscura que no sabía si estaba Mike o no a su lado. De modo que se apoyó sobre un codo y se inclinó hacia la otra cama.
—¿Te ocurre algo? —preguntó Mike.
Lucky se sobresaltó al oír su voz. Sí, todavía estaba allí. Tan cerca que le bastaría alargar el brazo para tocarlo.
La idea de volver a acariciarlo hizo que le latiera violentamente el corazón. Inmediatamente se apartó.
—No.
—He apagado la televisión, espero que no te importe. Estabas moviéndote mucho, no parecías dormir bien.
—¿Qué hora es?
—Casi las dos.
—¿Ha terminado la tormenta?
—Creo que sí, pero todavía tardarán algún tiempo en despejar las carreteras.
—Probablemente podremos volver a casa mañana por la mañana.
—Probablemente.
De modo que no podía hacer otra cosa que dormir. Pero, por alguna extraña razón, Lucky estaba tan nerviosa que no era capaz de permanecer tumbada, así que decidió levantarse.
—¿Adonde vas? —le preguntó Mike.
—Tengo los músculos un poco tensos, creo que voy a darme una ducha.
Mike no dijo nada, Lucky se metió en baño y cerró la puerta.
Mike le oyó abrir el grifo del agua. Y la imaginó quitándose la camiseta y dejándola caer descuidadamente al suelo. Podía ver el agua deslizándose por su cabeza y por sus hombros, y rodando entre aquellos senos que había besado la noche anterior.
Su cuerpo reaccionó con fuerza y Mike interrumpió inmediatamente aquellos pensamientos. Cuando se había despertado, hacía ya casi una hora, había comprendido de pronto lo que lo había afectado tanto la noche anterior. Sentía que no le había hecho justicia a Lucky. Lucky era una mujer hermosa que había esperado durante mucho tiempo el momento de hacer el amor con un hombre. Le había ofrecido su virginidad y él había hecho el amor con ella como si no tuviera ninguna importancia. Le habría gustado poder dar marcha atrás en el tiempo y mostrarle lo que podía sentir al ser debidamente acariciada. Y era ésa también la razón por la que no había querido abandonar el pueblo. Estaba buscando una oportunidad de enmendar su error. Pero Lucky se mantenía tan distante que ni siquiera había permitido que sus dedos se rozaran cuando le había pasado la bolsa de la comida.
Aun así, tenía que haber alguna razón por la que Lucky había confiado en él en un primer momento.
Mike se levantó de la cama y decidió que lo único que podía hacer era arriesgarse como lo había hecho ella. Si Lucky lo rechazaba, no ocurriría nada. Pero en caso contrario, podrían intentar revivir de nuevo la otra noche. Quizá así dejaría de sentirse en deuda con ella y pondría fin a aquella atracción de una vez por todas.
Lucky se quedó helada cuando oyó que se abría la puerta. Estaba segura de que había echado el cerrojo. Aunque no era un cerrojo suficientemente resistente. Bastaría una moneda para abrirlo desde fuera. Y era evidente que Mike había utilizado algún truco para abrirlo, porque estaba casi segura de que lo había oído entrar al cuarto de baño. Todas sus dudas desaparecieron cuando la puerta se cerró y se apagaron las luces.
Definitivamente, Mike estaba en el cuarto de baño.
—¿Mike?
—Sí, soy yo.
Lucky se pegó a la esquina más alejada de la bañera, aunque sabía que Mike no podía verla. Era tal la oscuridad que ninguno de ellos podía ver nada.
—Si quieres ducharte, ahora mismo salgo —Mike no contestó—. ¿Todavía estás ahí?
—Sí.
Lucky suspiró aliviada al comprobar que no se había movido de la puerta.
—¿Qué quieres?
—A ti.
A ella. A Lucky le subió el corazón a la garganta. Eso era exactamente lo que sospechaba.
—Si quieres que me vaya, dímelo. Si no dices nada, pensaré que quieres que me quede —le advirtió, como si quisiera dejarlo todo perfectamente claro.
Lucky se mordió el labio. Su mente corría a toda velocidad. Si quería evitar que se repitiera lo de la noche anterior, tenía que decir algo, pero no se lo ocurría una sola palabra. Y no sabía si era por lo que Mike había dicho o porque realmente quería que se quedara. Y de pronto ya fue demasiado tarde. Lo oyó correr la cortina de la ducha y sintió sus manos en la cintura.
Mike no había sido tan presuntuoso como para desnudarse, advirtió mientras su boca se fundía con sus labios en la oscuridad. Mike la besaba con delicadeza, como habría besado un joven a una chica en su primera cita. Su segundo beso fue aún mejor, como el beso que había visto ella en el establo. Era un beso real, y lo estaba viviendo ella.
Mike no volvió a decir nada después de aquello, pero con sus caricias, con sus besos, parecía estar preguntándole: «¿Quieres que volvamos a intentarlo, Lucky? Déjame intentarlo otra vez. Confía en mí una vez más».
Lucky se dijo a sí misma que era una locura, pero Mike estaba venciendo todas sus resistencias al demostrarle lo mucho que la deseaba. Ella apenas podía pensar mientras Mike le mordisqueaba el labio inferior. Cuando sus lenguas se encontraron, se extendió por su cuerpo una agradable sensación de calor. Se sentía lánguida, ardiente y palpitante al mismo tiempo.
A Mike no parecía importarle mojarse. La besó más profundamente y Lucky se reclinó contra él mientras iba olvidándose lentamente de lo que había ocurrido la noche anterior, de todo lo que había ocurrido hasta entonces… pero cuando Mike comenzó a deslizar las manos hacia sus senos lo detuvo.
—No te haré daño —musitó Mike por encima del susurro del agua.
—Creo que no deberíamos…
—Chss. Esta vez tendré mucho cuidado, lo prometo.
En aquel espacio tan reducido y oscuro, Lucky casi podía convencerse de que aquello era un sueño, uno de los muchos sueños en los que aparecía ella con Mike. Pero sus manos y sus labios eran mucho más dulces de lo que nunca había imaginado.
En algún momento, se desprendió de la ropa; Lucky no sabía exactamente cuándo porque su mente parecía estar flotando, no funcionaba correctamente. El sonido de un papel al rasgarse le indicó que Mike había ido preparado, así que no tuvo que preocuparse cuando Mike la levantó y, con mucho más cuidado que la noche anterior, se deslizó dentro de ella.
—¿Estás bien? —le preguntó en un susurro.
—Sí, estoy bien —en realidad, no había sido más feliz en toda su vida.
Mike comenzó a moverse, lenta, pausadamente al principio, para que Lucky pudiera disfrutar de todas y cada una de aquellas sensaciones exquisitas. Después, todo pareció girar y la velocidad fue aumentando y aumentando hasta que al final, Lucky se estremeció contra él.
—Eso es —la animó Mike—, eso era lo que quería.
Lucky continuó aferrada a él cuando Mike la dejó en el suelo; se sentía tan débil que temía resbalarse en la bañera. Aquella experiencia había superado todas sus expectativas, pero Mike no había terminado todavía. Tras dejarle unos segundos para recuperarse, le dijo:
—Vamos, otra vez.
—No, ahora te toca a ti.
Pero Mike la ignoró y volvió a besarla y a acariciarla. En aquella ocasión, sólo necesitó unos segundos para que el cuerpo entero de Lucky se tensara y ella gritara su nombre, arrastrada por un placer que la derretía por completo.
—¿Te ha gustado? —musitó Mike, presionando la frente contra ella e intentando recuperar la respiración.
—Sí, me ha gustado.
—Entonces vamos a hacerlo otra vez.
—¿Y tú?
—Chss…
Mike le mordisqueó el labio inferior y ella ya no protestó. Mike la sostenía contra él como si temiera que desapareciera en el caso de que la soltara. Lucky tenía la impresión de que le estaba entregando algo de sí mismo que hasta entonces nunca había dado. No estaba segura de lo que era, pero iba más allá de lo puramente físico.
—Ya basta —dijo con voz ronca. Estaba tan sensible que ya no podía soportar ni un segundo más.
Mike dejó que el agua continuara cayendo sobre ellos durante un par de minutos. Recorrió después con el dedo una gota de agua que descendía por el cuello de Lucky hasta sus senos y comenzó a moverse otra vez. Pero aquella vez le tocaba disfrutar a él y Lucky sabía que jamás en su vida volvería a sentirse tan poderosa como en aquel momento. Le rodeó las caderas con las piernas y lo atrajo hacia ella, instándolo a hundirse más profundamente en su interior. Mike gimió con absoluto abandono.