Nueve

Cuando pasó por delante de la casa de su abuelo después del desayuno, Mike no podía decir si Lucky había vuelto o no. Tampoco sabía si tenía luz y agua, pero lo dudaba, puesto que la casa estaba a oscuras.

Pronto le conectarían ambos suministros, decidió, y pasó la tarde en su despacho, dedicado a hacer llamadas para la campaña del padre de Gabe y a intentar convencerse de que Lucky podría arreglárselas sola.

Pero hasta el momento no parecía haber sido muy capaz de cuidar de sí misma y, a medida que iba cayendo la noche, Mike comenzó a imaginarse lo peor. Seguro que no se le había ocurrido comprar comida. Y si necesitaba cualquier cosa, ni siquiera tenía teléfono para llamar.

Se había prometido a sí mismo no volver a tener ningún contacto con Lucky, pero había otras maneras de averiguar lo que estaba pasando en su casa.

Rob Strickland contestó inmediatamente a su llamada cuando se puso en contacto con la compañía de teléfonos. Mike había crecido con Rob y reconoció su voz inmediatamente. Estuvieron hablando de la esposa de Rob y de sus cuatro hijos, y después Mike desvió la conversación hacia el verdadero propósito de su llamada.

—¿Podrías decirme si en el número doscientos quince de la carretera White Rock tiene dada de alta la línea telefónica?

—¿No era ésa la casa de tu abuelo?

—Sí.

—Ahora lo compruebo —Rob lo tuvo algunos minutos al teléfono—. No, todavía no, y parece que no van a hacerlo pronto. Está dado el aviso, pero Eloise Greenwalt me ha dicho que en cuanto se ha enterado de quién había solicitado el servicio, ha dejado esa solicitud para el final.

—¿Que Eloise Greenwalt ha dicho qué?

—Que ha dejado esa solicitud para el final —dijo Rob, riendo—. Lucky Caldwell puede haberse quedado con la casa de tu abuelo y un buen puñado de su dinero, pero nadie le va hacer las cosas fáciles. Apuesto a que no durará en el pueblo ni un mes.

Mike apretó con fuerza el auricular.

—Pero está viviendo sola en esa casa.

—¿Y?

—Hace un frío terrible. Necesita ciertos servicios.

Mike advirtió que a Rob parecía extrañarle que no le hubiera hecho gracia la rencorosa jugarreta de Eloise.

—¿Quieres que le conectemos el teléfono? Caramba, Mike, ¿qué te pasa? Ya es muy tarde y no creo que se vaya a morir por no tener teléfono.

—Tú asegúrate de que le conecten la línea lo antes posible, ¿de acuerdo? —le dijo—. Y dile a Eloise que…

¿Decirle qué? ¿Que no tenía derecho a tomar una decisión de ese tipo? Habría apostado cualquier cosa a que ni siquiera conocía a Lucky, pero si él intervenía para defenderla, lo único que conseguiría sería sembrar más resentimiento contra ella, como le había ocurrido con su madre esa misma mañana, y todo el mundo acabaría tratándola mucho peor.

De modo que apretó los dientes e hizo todo lo posible para dominarse.

—Dile a Eloise que no hace falta que se desquite con Lucky. Mi familia y yo ya nos encargaremos de ella.

Mike colgó, pensando en todas las personas de la compañía eléctrica y de la compañía del agua a las que conocía. Volvió a descolgar el teléfono y fue hablando con todo el mundo hasta conseguir arrancarles la promesa de que Lucky tendría agua y luz esa misma noche.

 

 

Lucky apenas se lo podía creer cuando la luz se encendió. A las seis de la tarde, ya había decidido que aquel día no tendría luz y se había resignado a pasar otra noche en una casa helada. Gracias a Booker, que había insistido en quedarse hasta terminar de cubrir las ventanas rotas con plástico, ya no había tantas corrientes de aire en la casa. Lucky no estaba cómoda del todo, pero tenía agua, comida, velas, un fuego y el saco de dormir.

Y acababa de prepararse la cama en el suelo del cuarto de estar cuando las luces se encendieron.

—¡Aleluya! —gritó, y corrió al piso de arriba para encender la calefacción.

La caldera tardó varios minutos en calentar el aire de las tuberías y unos cuantos más en subir la temperatura de toda la casa, pero por lo menos tenía agua y luz. Descolgó el teléfono para ver si también allí le esperaba una sorpresa, pero no tenía tono. Evidentemente, tendría que esperar un poco más.

Regresó de nuevo a su improvisada cama y decidió dormir. Todavía era pronto, pero hacía demasiado frío para hacer cualquier otra cosa y estaba agotada porque la noche anterior apenas había dormido. Después de que Mike y ella hubieran hecho el amor hasta quedar prácticamente exhaustos, Mike se había quedado dormido casi inmediatamente. Pero Lucky no quería desperdiciar ni uno sólo de los minutos que iba a pasar junto a él. Quizá hacer el amor con ella no significara nada para Mike, pero Lucky le había dado todo lo que tenía, le había entregado todo lo que era. Estando a su lado, le parecía una pérdida de tiempo dormir, de modo que había continuado despierta, estudiando su perfil, sintiendo el calor de su cuerpo y oyéndolo respirar.

Pero una vez había conocido todo lo que se estaba perdiendo, se sentía más sola incluso que antes. Y mientras estuviera en aquella casa, en aquel pueblo, no podría dejar de pensar en Morris y en lo injustamente que su madre lo había tratado. Se arrepentía de haber desperdiciado la oportunidad de presentarle sus últimos respetos, aunque sabía que había hecho bien en no regresar a Dundee al enterarse de su muerte; no le habría gustado convertir el funeral de Morris en un campo de batalla. Ella quería que todo fuera tranquilo, que Morris recibiera el panegírico que merecía. De modo que, mientras se celebraba su funeral, había estado en una iglesia, en Texas, suplicándole a Dios que cuidara de él por todo lo que había hecho por ella.

Decididamente, el invierno era especialmente duro en Dundee, se dijo. Pero las pocas horas de felicidad de las que había disfrutado en los brazos de Mike hacían que todo mereciera la pena. No se molestó en discutírselo. Por primera vez desde que podía recordar, había tomado exactamente lo que quería. Durante algunas horas, se había sentido satisfecha. Había sido la chica a la que Mike había besado en el establo; había disfrutado de la atención de Mike en exclusiva. Y después de aquello, le tocaba hacer lo mismo que al final había hecho con Morris: alejarse para siempre de él.

 

 

Barbara Hill apagó los faros del coche y fue avanzando lentamente hacia la antigua casa victoriana antes de detenerse en la cuneta. Mike le había dicho que Lucky había vuelto, pero ella todavía no se lo podía creer. Después de todo lo que habían pasado, no le parecía justo.

Pero el Mustang azul que había quedado atrapado en medio de la nieve y la luz de las ventanas indicaban que había alguien dentro. Y, por supuesto, tenía que ser Lucky. Al fin y al cabo, el propio Mike la había visto.

Y saber que Lucky había vuelto a vivir en la casa en la que ella había crecido le hacía revivir todos los sentimientos negativos que había experimentado durante los últimos años de vida de su padre. Todavía podía ver a Red revoloteando en la cafetería, haciendo ostentación del enorme diamante que Morris le había regalado mientras Barbara intentaba desayunar con una madre con el corazón destrozado. Todavía podía oír a Red repitiendo delante de todo el mundo lo mucho que Morris la quería a ella y a sus hijos y hablando de la felicidad que por fin había encontrado a su lado. Red le había contado a todo el mundo que estaban pensando en adoptar un bebé. ¡Un bebé! ¡Cuando Morris tenía casi ochenta años! Era tan absurdo que Barbara ni siquiera había sabido cómo responder. Ella siempre había admirado a su padre. Había sido un astuto hombre de negocios en los tiempos en los que uno podía confiar en la palabra de un hombre. Pero al parecer, se había convertido en una persona diferente cuando Red lo había atrapado. Se había teñido el pelo de un chabacano color castaño, llevaba camisas no menos vulgares, había decorado la casa con colores estridentes y Red lo besaba y lo abrazaba delante de todo el mundo. ¿Cómo era posible que no se hubiera dado cuenta de que estaba haciendo el ridículo?

Y después habían llegado las infidelidades, las mentiras, la codicia, y el intento de asesinarlo con una sobredosis de insulina.

Dolida por aquellos recuerdos, Barbara apoyó la frente en el volante. Ya no podía mirar siquiera hacia la casa. Morris esperaba que su familia les diera la bienvenida a Red y a sus hijos con los brazos abiertos. Durante algún tiempo, Barbara lo había intentado. Aunque sufría terriblemente por su madre, que se sentía triste y perdida sin Morris, viviendo en un pequeño adosado. Y aunque la reputación de Red fuera funesta y ella supiera que sólo andaba detrás del dinero de su padre. A pesar de todo, Barbara y su hermana Cori habían ido a cenar con Morris y con Red en una ocasión. Pero aquella noche había sido la peor de su vida. Red hacía continua ostentación del control que tenía sobre Morris, lo hacía parecer un estúpido. Y no mucho tiempo después, Bunk, su hermano, les había contado que había intentado seducirlo.

Barbara era consciente de que Red debía de tener un serio problema de autoestima para necesitar aquel constante reconocimiento de su sensualidad, pero le resultaba difícil ser comprensiva después de los estragos que aquella mujer había causado en la vida de las personas a las que Barbara más quería durante tantos años. Como Red tenía unos ataques de celos terribles cada vez que Morris se ponía en contacto con su familia, éste había dejado de relacionarse con ellos. Su padre había permitido que una mujer como Red lo distanciara de la gente que realmente lo quería. ¿Cómo podía haber hecho algo así? Aquella traición le dolía tan profundamente que Barbara sólo fue capaz de golpear el volante con el puño. ¡Maldito fuera! ¡Y malditos fueran Red y sus codiciosos e interesados hijos!

Y, al cabo de los años, Lucky había vuelto… para vivir en la casa que Barbara había habitado durante su infancia y convertirse en un recuerdo constante de todo aquello.

 

 

El teléfono despertó a Mike cuando estaba en medio de un profundo sueño. Alzó la cabeza y advirtió que eran ya casi las doce y se había quedado dormido en el estudio. Otro timbrazo quebró el silencio de la noche y le hizo descolgar rápidamente el teléfono.

—¿Diga?

—¿Mike?

Josh. Mike se frotó los ojos.

—Sí, soy yo, ¿qué tal las vacaciones?

—Pues estamos descubriendo que no es fácil viajar con un niño.

Mike se echó a reír al oír a su hermano tan malhumorado.

—Deberías haber dejado a Brian con mamá. Lo echa terriblemente de menos.

—Rebecca no me habría dejado. Además, Brian todavía está mamando.

—Por supuesto, lo había olvidado.

—Hablando de mamá… —Mike advirtió el cambio que se había producido en el tono de su hermano—, me ha comentado que Lucky Caldwell ha vuelto.

Evidentemente, las noticias corrían muy rápido.

—Sí, es cierto.

—¿Y qué pretende?

—Por lo que yo sé, arreglar la casa.

—¿Y por qué ahora?

—¿Cómo voy a saberlo?

—Mamá me ha dicho que la llevaste el otro día al pueblo, ¿no hablaste con ella?

—No hablamos mucho.

—¿Pero te ha dicho si piensa vender la casa cuando termine de arreglarla?

—Sí, es posible que la venda.

—¿A nosotros?

—Quizá, pero no ha prometido nada.

—No, supongo que no —contestó Josh—. Dice mamá que lo que le gusta es estar en una posición de poder, saber que tiene algo que nosotros queremos.

A pesar de sí mismo, Mike se sintió en la necesidad de defender a Lucky.

—Supongo que eso era cierto en el caso de Red, pero creo que Lucky no es así, Josh.

—Quizá no. Pero mamá quiere que vayamos a verla e intentemos convencerla de que nos venda la casa antes de arreglarla. Dice que no puede pasar la Navidad sabiendo que la hija de Red está en esa casa.

—Faltan menos de tres semanas para Navidad.

—Lo sé y para serte sincero, preferiría olvidarme de que Lucky ha vuelto al pueblo. El abuelo le dejó la casa en herencia y no se puede hacer nada al respecto, pero mamá no lo ve así.

—Josh…

—¿Qué?

—No quiero que vayas a verla.

—¿Por qué?

—Tú déjala en paz, ¿de acuerdo?

—¿Por qué? —repitió Josh.

—Porque te lo digo yo.

Las palabras de Mike provocaron un largo silencio.

—¿Qué está pasando por ahí? —preguntó por fin Mike.

—Nada.

—Mentira, te conozco demasiado bien.

Mike apoyó la cabeza en la frente.

—¿Dónde está Rebecca?

—En la otra habitación, viendo la televisión y dando de mamar al bebé, ¿por qué?

—Porque voy a contarte algo que quiero que quede entre nosotros.

—¿Y qué es? —Josh parecía vacilante.

—Ayer por la noche me acosté con Lucky.

—No te creo.

—Es verdad.

Josh soltó un juramento.

—¿Pero en qué demonios estabas pensando?

—Yo… sencillamente, ocurrió, ¿de acuerdo?

—¿Estabas borracho? Porque espero que por lo menos estuvieras borracho, Mike. Al menos eso podría ser una excusa.

—No estaba borracho.

—¿Pero no es muy joven? ¿No tiene unos veinte años? Y si no recuerdo mal, no era muy atractiva.

—Tiene veinticuatro años.

—¡Y tú tienes casi cuarenta!

—Baja la voz, que te va a oír Rebecca. No me estás ayudando nada.

Josh suspiró pesadamente.

—Lo estoy intentando. Me estoy concentrando en la diferencia de edad y en su aspecto porque, tal como yo lo veo, eso es lo que menos tiene que preocuparte. Espera a que Lucky comience a hablar. La noticia de que te has acostado con ella se extenderá como la pólvora y ya puedes imaginarte cómo se sentirá mamá.

—Lo que ha ocurrido entre Lucky y yo no tiene nada que ver con mamá —gruñó Mike.

—Pero ella se lo tomará como una traición personal, lo sabes, ¿verdad?

Mike se levantó de su escritorio y comenzó a caminar.

—Lucky no va a decírselo a nadie.

—¿Cómo lo sabes?

No lo sabía. Sabía que ninguno de ellos había planeado lo que había pasado, pero no podía estar seguro de que Lucky no fuera a intentar aprovecharse de la situación.

En cualquier caso, no tardaría mucho en averiguarlo.

 

 

Faltando solamente tres semanas para Navidad, Lucky sabía que tendría que emplearse a fondo si pretendía haber hecho algún progreso en la casa para entonces. Primero tenía que arreglar las ventanas. Después, pedir un crédito para financiar las obras, que le costarían por lo menos treinta mil dólares. Y luego tendría que alquilar muebles, pedir un presupuesto para la rehabilitación y conseguir un albañil.

En cuanto pudo sacar el coche de la nieve condujo hasta el banco. Afortunadamente, no tuvo ningún problema para conseguir el crédito. Al día siguiente ya se lo habían aprobado. Aquélla fue la primera llamada que recibió después de que le hubieran instalado el teléfono.

No tuvo ninguna dificultad para que fueran a arreglarle las ventanas ni para alquilar los muebles, pero no le resultó tan fácil encontrar un albañil. En invierno no había muchas obras en Idaho, de modo que tampoco había mucha gente que se dedicara a hacer ese trabajo.

Para finales de la semana, había conseguido ponerse en contacto con un hombre llamado Frederick Sharp, que al parecer estaba dispuesto a comenzar las obras el diecisiete de diciembre, pero se negaba a continuar trabajando después del veinte porque su familia iba a ir a verlo al pueblo.

—Eso quiere decir que sólo podrá trabajar durante cuatro días —dijo Lucky, incapaz de disimular su desilusión el sábado por la mañana, cuando quedó con él en la cafetería.

Frederick le entregó una copia del contrato que acababan de firmar y se metió otra en el bolsillo de la camisa.

—Puedo volver a empezar el dos de enero.

¡El dos de enero! A ese paso no iban a terminar nunca. Y después de la noche que había compartido con Mike, Lucky necesitaba acelerar sus planes todo lo posible.

—¿Y no puede trabajar hasta el veintidós? La Navidad es el veinticuatro.

—Lo siento, pero mi esposa me mataría. ¡Viene mi familia! —dejó un billete de cinco dólares encima de la mesa para pagar los cafés y se levantó como si no hubiera nada más que decir.

—De acuerdo —Lucky le estrechó la mano para sellar el trato.

Cruzaron la calle para ir a elegir la pintura. Pero no llevaban más de cinco minutos en la ferretería cuando Lucky oyó una voz detrás de unas estanterías.

—Así que ahora estás pensando en arreglar todo el tejado.

Era Mike. Lucky reconoció inmediatamente aquella voz que le había susurrado y seducido bajo la ducha.

—Ese tejado tiene más de veinte años —contestó un hombre mayor.

—Pero es invierno —insistió Mike—. Nadie arregla el tejado en invierno, a no ser que esté loco o no tenga más remedio.

—Tengo dos semanas de vacaciones y me gustaría hacerlo entonces. Si el tiempo lo permite, claro.

—Hazle caso a Mike, papá, no tienes por qué arriesgarte —contestó otra voz.

Tenía que ser Josh, decidió Lucky. Josh, Mike y su padre. Cuando estaba en el instituto, Lucky hacía todo lo posible por evitar al padre de Josh y de Mike. Al igual que todo el mundo, ella también tenía asignaturas de educación física, pero había elegido danza para evitar tener que ver al coach Larry Hill a diario.

—¿Ocurre algo?

Lucky se sobresaltó cuando el señor Sharp le dio un golpecito en el codo. Hasta entonces, había estado hablándole de los diferentes tipos de pintura, pero Lucky no lo estaba atendiendo.

—No, nada —contestó, bajando la voz.

—¿Por qué me hablas tan bajo?

—No estoy hablando bajo —pero lo estaba haciendo y no pretendía subir la voz.

—¿Entonces la prefieres mate?

Lucky asintió. En aquel momento habría elegido cualquier cosa con tal de que el señor Sharp cerrara el pico durante unos minutos.

Pero en vez de callarse y quedarse donde estaba, el señor Sharp tomó dos botes de pintura de color crema y se dirigió directamente hacia la caja, esperando, obviamente, que Lucky lo siguiera para pagar la pintura.

—¿No necesita nada más? —le preguntó Lucky, elevando ligeramente la voz para que pudiera oírla a aquella distancia.

—No, ya te he dicho que tengo todo lo demás.

—Ah, de acuerdo.

—Y a las diez tengo que ir a ver a Bedderman para entregarle un presupuesto, así que será mejor que nos demos prisa.

Lucky se había olvidado de su otra cita.

—Por supuesto, bueno, yo…

Antes de que Lucky hubiera podido terminar la frase, Josh y su padre doblaron la esquina y estuvieron a punto de chocar con el albañil. Mientras los demás intentaban evitar la colisión, Lucky se inclinó sobre una lata de barniz y comenzó a examinar la etiqueta, por si todavía había alguna posibilidad de que Josh y su padre pasaran por delante de ella sin verla.

—¿Lucky? —la llamó el señor Sharp con impaciencia.

A Lucky se le hizo un nudo en el estómago al sentir la atención de los tres hombres sobre ella, pero aun así, desvió la mirada.

—Yo pagaré la pintura y me la llevaré a casa. Déjela en la caja.

—De acuerdo. Nos veremos la semana que viene. Josh, coach —los saludó el señor Sharp al pasar.

Cuando éste se fue, Lucky se quedó sola en el pasillo con el hermano y el padre de Mike. Tomó aire y se irguió. Podía estar deseando esconderse en una esquina para que Larry Hill y su hijo no la vieran, pero jamás permitiría que la vieran acobardarse.

Larry Hill se quedó paralizado cuando la reconoció.

—Lucky.

Lucky asintió con recelo. Justo en aquel momento, apareció Mike con unas herramientas en la mano. En cuanto la vio, frunció el ceño.

—Quizá sea una suerte que nos hayamos encontrado —dijo Larry.

Fueron unas palabras amables. Los Caldwell siempre tenían mucho cuidado de no perder el control. Pero Lucky se estremeció al advertir la frialdad de su mirada.

—A lo mejor te apetece venir a comer con nosotros. Tenemos algunos asuntos que discutir —continuó.

—No, no tenemos nada que discutir —replicó Mike.

Su padre lo miró sombrío.

—Sí, claro que sí.

—¿Qué clase de asuntos? —preguntó Lucky.

—Nos gustaría comprarte tu casa.

—Eso ya lo sé. Y me lo estoy pensando.

—Nos gustaría comprártela cuanto antes. Hoy mismo.

Lucky sacudió la cabeza.

—Todavía no estoy preparada para venderla.

—¿Y cuando lo estarás?

—A lo mejor dentro de unos meses.

—Antes quieres asegurarte de estropearnos a todos la Navidad, ¿verdad?

—Maldita sea papá, vamos —Mike intentó empujar a su padre en otra dirección, pero éste permaneció donde estaba.

—Véndenos la casa y así habrá terminado todo —le dijo a Lucky—. Nadie quiere verte por el pueblo. La gente ni siquiera quiere hablar contigo.

El dolor y el enfado fluyeron en el interior de Lucky, que estuvo a punto a decirle que su propio hijo había hecho algo más que hablar con ella. Estaba harta de su arrogancia, de su desprecio. Quería hacerle daño, herirlo como la estaba hiriendo a ella. Pero cuando miró a Mike, supo que jamás lo haría, incluso en el caso de que él sintiera lo mismo que su padre. Lo quería demasiado.

—No recuerdo haber pedido la aprobación de nadie —contestó. Pero su voz no sonaba en absoluto tan beligerante como le habría gustado.

Aterrada al darse cuenta de que estaba a punto de llorar, entrecerró los ojos y los fulminó con la mirada.

—Tiene derecho a vivir donde quiera —dijo Mike.

—Mike tiene razón, papá —terció Josh—. Déjala en paz, ¿de acuerdo? Ya compraremos la pintura más tarde.

El señor Hill se puso rojo como la grana. Por primera vez, Lucky veía una grieta en el frío desdén con el que la trataba aquella familia.

Cuando se fueron, Lucky se apoyó temblorosa en una de las estanterías. Ya había oído todo eso antes, se dijo a sí misma. Tenía la piel dura. No podían hacerle daño.

Pero había algo que le dolía, que le dolía tan profundamente que apenas podía respirar. Y era darse cuenta de que, a pesar de lo que había pasado entre ellos, tampoco Mike la quería. La noche que habían compartido en el hotel no había sido más real que todas las veces que había soñado que la besaba como había besado a Lindsey Carpenter.

 

 

Mike se aferraba al volante como si alguien fuera a arrancárselo de las manos. No podía recordar la última vez que había estado tan enfadado, o tan frustrado. ¿Qué podía haber hecho para que el incidente de la ferretería hubiera sido diferente? Nada. Había intentado hacer callar a su padre y sacarlo cuanto antes de allí, pero no había funcionado.

—Estás furioso —dijo Josh, que iba sentado a su lado.

Mike no contestó. No quería hablar con nadie. No tenía ganas de hablar sobre Lucky con él. Eran demasiados los sentimientos contradictorios que batallaban en su interior.

—Por lo menos ahora ya te has dado cuenta de que es tan dura como dicen papá y mamá.

—¿Dura? —repitió Mike.

—Sí, ¿no has visto cómo nos ha mirado?

Mike miró a su hermano con expresión de incredulidad.

—Papá la ha atacado. Ella podía haberse puesto a su nivel hablándole sobre mí, pero no lo ha hecho.

—Lo único que estoy diciendo es que no parecía muy afectada. Ha sido un episodio desagradable, pero nada serio. No le importa lo que podamos pensar de ella.

Mike rió sin humor. O Josh era un iluso o estaba intentando que se sintiera mejor. Y si pretendía que se sintiera mejor, no estaba funcionando. Mike había herido a Lucky y lo sabía. Y ella ni siquiera había intentado defenderse.

—Déjalo —le dijo a Josh.

—Mike…

—¿Qué?

—Es una mujer adulta. Lo superará.

—Lo sé —contestó para cerrarle la boca a su hermano.

Pero no podía aceptar tan débil consuelo. Lucky no tenía tantos años como él. Y no tenía a nadie de su parte.