CAPÍTULO 10
DANIELA se cubrió el rostro con las manos y se refugió al otro lado de la cama.
—¡No me pegues más! —suplicó—. No es cierto lo que estás diciendo.
La cicatriz de Ralph Nensky tenía un tono violáceo y sus ojos, asimétricos, brillaron con ira.
—¡Maldita víbora! Desde el momento que llamaste a mi puerta en Globe, no pensabas en otra cosa más que en el dinero.
—Para gastármelo contigo, Ralph...
El pistolero rodeó la cama, y agarrándola con fuerza de uno de los brazos, la lanzó despedida contra el lecho.
—¡Querías el dinero para entregárselo a ese tipo! ¡Los dos queríais engañarme y aprovecharos de mí! —chilló enfurecido.
Se inclinó sobre la cama para abofetear de nuevo a la pelirroja pero ésta se tapó la cara con la almohada.
—Por favor, déjame... —pidió con la voz apagada a través de la lana—. Te has vuelto loco...
Ralph Nensky nunca había aceptado el que le engañaran.
Y mucho menos una mujer que, como Daniela, se había acercado a él en Globe para hacerle olvidar los diez años pasados en el infierno de Nogales.
—¡Voy a matarte a golpes! Empecé a sospechar de vosotros cuando vi que te tuteaba durante el ataque indio...
Daniela se volvió de espalda y se arrastró sobre la cama para escapar de las iras de su pareja.
—Entonces me di cuenta de vuestro juego... Sin duda los dos estabais de acuerdo ya en Globe y fue él mismo quien te echó a mis brazos. ¡Ven acá!
Cerró la mano sobre la blusa de Daniela cuya tela se desgarró al tirar ella con fuerza para soltarse.
Su hombro herido quedó al descubierto, pero Ralph Nensky no prestó atención a aquella desnudez.
—¡Por eso decidí ponerte a prueba anoche! —gritó, rodeando los pies de la cama—. Te dije dónde guardaba el dinero y sabía que correrías a comunicárselo a tu amigo en la primera ocasión que te diera...
La acorraló de nuevo contra el lavabo y Daniela le vio acercarse a ella con el miedo pintado en sus ojos.
—¡Os pensaba matar a los dos! Pero ahora sólo tendré que hacerlo contigo...
La mano de Daniela avanzó hasta el rostro de Ralph Nensky, sobre su piel se hundieron sus cinco uñas, obligándole a retroceder un par de pasos.
—¡No te acerques a mí! —chilló como una leona—. No voy a dejar que me sigas golpeando.
La bota de Ralph Nensky impidió que la hoja de madera se moviera del marco mientras empujaba a Daniela lejos de la salida.
—¡Me creíste tan estúpido como para poner los diez mil dólares en vuestras manos! Hasta un ciego se hubiera dado cuenta de vuestro juego. ¡Ese tipo ha venido siguiéndonos desde Globe! Y toda la historia de los dos hombres que te atacaron en el roquero y a los que él dio muerte fue un embuste para justificar su presencia junto a nosotros.
Daniela terminó de rasgar la blusa y señaló el vendaje que le cubría el hombro izquierdo.
—¿Y esto quién me lo hizo? —le preguntó—. ¿Crees que me herí yo misma para engañarte?
Ralph Nensky no atendió a razones.
La muerte de Takis Gordon y la presencia de Daniela en su cuarto sólo había servido para confirmarle en sus sospechas.
Apenas Darry Trawer les había dejado solos, había entrado con ella en su habitación para señalarla las manchas de sangre aún fresca que tenía en el pantalón y en la blusa.
—Si lo viste todo desde la puerta, y ese hombre ya estaba muerto sobre la cama, ¿por qué está manchada de sangre?
A partir de aquel instante, había sido incapaz de responder a las preguntas del pistolero cuya indignación había ido en aumento.
—¡Estabas con él en su habitación! Te corría prisa contarle dónde están escondidos los diez mil dólares, ¿verdad?
—¡Te juro que no! No le dije nada...
La mano de Ralph Nensky cayó sobre la mejilla de la pelirroja quien, a partir de aquel momento, hubo de sufrir las iras de su compañero de viaje hacia Midville.
Ahora, el último golpe de Ralph Nensky, la hizo caer al suelo, a sus pies, encogida de dolor.
El pistolero la contempló sin el menor síntoma de piedad.
—Ahora vas a reunirte con ese tipo en el infierno —murmuró con odio.
—¡No me mates, Ralph! Haré lo que tú me pidas...
Vio cómo el hombre extraía lentamente el «Colt» de su funda y lo amartillaba con parsimonia.
—Pero antes voy a decirte dónde escondí los diez mil dólares del secuestro. ¡Y esta vez no voy a engañarte, Daniela! Puedes contárselo todo a tu amigo cuando os reunáis los dos con Satanás. Los escondí, en una hendidura del muro, en la parte superior de la torre del campanario que tenían los frailes en la misión. Recogí el dinero y lo dejé allí para que no me lo encontraran encima si el sheriff venía a hacer alguna averiguación. ¡Y eso me salvó de la horca! No importa que haya tardado diez años en ir a recogerlos...
Daniela escuchó el seco chasquido del arma al quedar amartillada y sintió todo su cuerpo empapado en sudor.
—¡Te juro que tampoco dije a Takis el otro escondite del que me hablaste anoche! Puedes confiar en...
Ralph Nensky se inclinó hasta pegar prácticamente la boca del revólver al cuerpo de la mujer acurrucada a sus pies.
—Ahora no tendré más que ir a las ruinas de la misión y escalar otra vez ese viejo campanario. Pero tendré que buscarme otra chica que me ayude a disfrutar ese dinero...
Cerró el dedo sobre el gatillo y un proyectil se hundió en el cuerpo de Daniela Erber quien se estremeció herida de muerte.
Unos segundos más tarde Ralph Nensky abandonaba el cuarto del hotel a través de la ventana para perderse en medio de la noche hacia el lugar donde había quedado el caballo de Daniela.
Se hallaba a las afueras de Haxpe cuando Darry Trawer y Budy Overstret entraban en el hotel.
Subieron directamente al primer piso después de haber comprobado que Ralph Nensky y su compañera no se encontraban en el bar.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó el pistolero mientras avanzaban por el pasillo silencioso.
Darry le hizo un gesto para que se inmovilizara.
A través de la puerta cerrada de la habitación de Ralph Nensky creyó percibir unos débiles gemidos.
—Alguien se queja ahí dentro —exclamó.
Apoyó la mano en la manilla y empujó la puerta con energía mientras Budy Overstret le cubría con el «Colt» en la mano.
Inmediatamente comprendieron lo que había sucedido.
La habitación estaba en desorden, los muebles volcados, la cama deshecha y las ropas por el suelo.
—Ahí está esa chica —señaló Budy.
Darry Trawer cruzó el cuarto hasta arrodillarse junto al cuerpo inmóvil de Daniela Erber.
Estaba caído al pie de la ventana, con las manos cerradas sobre el vientre, la cabeza hundida en el pecho y una intensa palidez en su rostro atractivo.
La alfombra desgastada de la habitación se había ido empapando lentamente con la sangre que salía de la herida que tenía en el vientre y su respiración, jadeante y entrecortada, presagiaba la cercanía de la muerte.
—Ese bastardo la ha «liquidado» —gruñó Budy Overstret sobre el hombro del abogado.
Las pupilas mortecinas de Daniela Erber se abrieron aterrorizadas al distinguir el rostro cetrino, con el gran bigote cayéndole sobre la boca, de Budy Overstret.
Pero Darry la tranquilizó.
—Ahora no debe temer nada, Daniela. Avisaremos a un médico y pronto estará bien.
—¡No pierda el tiempo en esas tonterías! —se impacientó Budy tras él—. Tiene que decirnos dónde está el dinero antes de que se muera.
—¡Cierra la boca! —le ordenó Darry ante su falta de compasión.
Daniela volvió hacia él su mirada apagada y movió los labios para decir algo.
Pero se hallaba demasiado débil para que la voz saliera de su garganta y Darry hubo de inclinarse sobre su boca para entender lo que quería decirle.
—Pregúntela dónde escondió Ralph Nensky los diez mil dólares —insistió Budy codicioso.
Eso, era efectivamente, lo que Daniela Erber estaba confesando en un tremendo esfuerzo por superar la debilidad que la atormentaba.
Hacía muchos años que se movía en medio de aquel mundo corrompido, falto de escrúpulos y carente de sentimientos, y sólo había sitio en su corazón para un deseo.
Y ahora, ni siquiera la proximidad de la muerte la hizo variar de actitud.
Ralph Nensky la había golpeado, humillado y al final había disparado sobre ella para asesinarla.
Por eso deseaba vengarse de él.
Y debía hacerlo de la única manera que la era posible.
Darry Trawer comprendió al fin lo que Daniela quería decirle.
—Está bien, tranquilícese —le pidió— iremos tras ese hombre... Pero ahora es preciso que la vea un médico.
Se interrumpió al darse cuenta de que los ojos de Daniela se quedaban fijos en un punto del techo.
Apoyó la mano bajo su seno izquierdo y trató de captar los latidos de su corazón.
—¡Déjela en paz! ¿No ve que está muerta...?
—Sí, ha muerto —asintió Darry, poniéndose en pie.
Pero al hacerlo se encontró con el arma de Budy Overstret frente a su rostro.
El pistolero le contemplaba con amenazadora fijeza mientras sus dientes se destacaban con fuerza bajo la sombra negra de su gran bigote.
—¿Dónde te dijo que iba Ralph Nensky? —le preguntó, tuteándole—. Y no intentes negármelo porque fue eso lo que te contó... Ese bastardo la metió un plomo en la barriga y la chica empleó sus últimas fuerzas en lanzarnos tras él...
Darry adivinó que si revelaba lo que Daniela Erber acababa de decirle no regresaría jamás con vida a Midville.
—Es cierto —asintió—. Fue eso lo que me dijo.
Las pupilas de Budy Overstret brillaron codiciosas al pensar en los 10.000 dólares que le aguardaban en algún lugar cercano a Midville.
—¡Habla de una maldita vez! Hace siete meses que sueño con este momento. ¿Dónde está escondido el dinero?
Darry separó los labios para hablar pero de improviso sus ojos se posaron en la puerta que quedaba a espaldas del rufián.
Su rostro se alteró de tal manera que Budy Overstret no pensó que se tratara de una trampa.
Apartó la vista unos instantes de Darry y se volvió hacia la entrada del cuarto, descuidando momentáneamente la vigilancia de éste.
Era lo que Darry Trawer estaba esperando.
Alargó ambas manos hacia el brazo armado del rufián y agarró su muñeca para atraerle hacia él con todas sus fuerzas.
Al mismo tiempo dobló la rodilla y la hundió en el estómago del pistolero que soltó un juramento de rabia al verse sorprendido por la astucia del abogado.
El borde cortante de la cama sirvió a Darry para estrellar la muñeca de Budy cuyos dedos se abrieron para dejar escapar la pistola al suelo.
Pero ésta no llegó a caer puesto que la mano izquierda del rufián la recogió en pleno vuelo para volverla contra el cuerpo de su adversario.
—Quizás esos diez mil dólares no sean nunca para mí pero voy a matarte —gruñó ciego de rabia—. Volveré a buscar el rastro de Ralph Nensky y ninguno de vosotros podréis...
Se interrumpió para concentrar todas sus fuerzas en la lucha que estaba manteniendo con Darry Trawer.
Ahora ambos se emplearon a fondo para conseguir sus distintos propósitos en torno al arma que Budy Overstret empuñaba con la siniestra.
El cañón del revólver había quedado entre los cuerpos de ambos luchadores, dirigido hacia el suelo, y mientras Budy trataba de elevarlo hacia el abogado éste luchaba por mantenerlo en aquella posición.
Tropezaron con el lavabo y Darry sintió que sus pies se enredaban en el borde de la alfombra aprisionada bajo el cadáver de Daniela Erber que cubría aquel lado del cuarto.
La espalda de Budy Overstret se apoyó pesadamente sobre la luna la cual se rompió en mil pedazos, dejando el suelo sembrado de vidrios cortantes.
Por fin, Budy pudo separarse unas pulgadas del cuerpo del abogado y forzar la posición del arma hacia éste.
Pero Darry Trawer aprovechó el mismo movimiento del rufián para ayudar al arma en su giro y obligarla a seguir el recorrido hasta volverse contra su propio dueño.
Era ya demasiado tarde para que Budy Overstret detuviera la orden dada a su dedo índice.
Este se cerró sobre el gatillo y un proyectil brotó rugiente por la negra boca del «Colt».
Los ojos de Budy Overstret se dilataron por la sorpresa mientras una mueca estúpida paralizaba su rostro encanallado.
Darry Trawer tuvo que apartarse para no ser derribado por el peso del pistolero al desplomarse hacia adelante.
Su cuerpo golpeó pesadamente el suelo mientras las docenas de pequeñas lunetas se manchaban con su sangre.
Darry contempló los dos cadáveres que quedaban en el cuarto y se dijo que debía salir inmediatamente tras los pasos de Ralph Nensky.
Debía hacerlo antes de que el sheriff de Haxpe le retuviera para averiguar la razón de aquellas muertes.
Volvió sus ojos hacia la ventana y se dijo que aquél era un buen lugar para abandonar el hotel.
Su caballo le aguardaba ensillado en las cuadras y ahora sabía hacia dónde se dirigía Ralph Nensky.
Las ruinas de la vieja misión española...