CAPÍTULO 5
KATY Fleming se volvió hacia la puerta en la que habían sonado unos suaves golpes.
—¡ Adelante!—invitó.
Uno de los vaqueros del rancho, con el sombrero en la mano, la mostró un papel doblado en cuatro.
—Trajeron esto del pueblo para usted, señorita.
Katy tomó el telegrama en sus manos y aguardó a que el vaquero saliera del cuarto para leer su mensaje.
Mientras lo abría sintió cómo su corazón golpeaba su pecho como un caballo desbocado.
«Theo sigue sin aparecer. Estamos en Globe. Todo bien. Te enviaré más noticias. Besos.
Darry»
El mensaje tembló en la mano de Katy mientras la muchacha cruzaba el salón para dejarse caer en una de las butacas situadas ante el ventanal.
Miró la fecha del telegrama y vio que había sido puesto el día anterior en Globe.
Aquel «estamos» se refería a Darry y a Ralph Nensky puesto que su hermano no había aparecido.
Se retorció las manos con nerviosismo y lamentó todo lo que estaba sucediendo.
—¿Por qué tuvo que volver a hablar ese periodista de Ralph Nensky? ¿Por qué, Dios mío? —exclamó Katy al recordar que todo había comenzado al llegar aquel periódico a manos de su hermano.
De no haber sido por la noticia nadie hubiera sabido la fecha en que Ralph Nensky abandonaría el presidio y todo hubiera seguido como hasta entonces.
Pensó en Darry, viajando en compañía de Ralph Nensky por el camino de Nogales, lejos de su trabajo habitual, embarcado en aquella peligrosa aventura sólo por ayudarla.
Hacía ya una semana que Theo faltaba de casa.
Ni una noticia, ni un mensaje, nada que pudiera servirla para salir de aquel mar de dudas.
Volvió a leer el telegrama y lamentó haber pedido a Darry que la ayudara...
—¡Señorita! ¡Señorita!
La sobresaltó la voz del capataz, llamándola desde la explanada.
Se puso en pie y se asomó al ventanal para averiguar lo que sucedía.
—¡Ya ha llegado, señorita! Está ahí... —señaló el capataz, mostrando el brazo extendido hacia el otro lado de la explanada.
—¿De quién hablas, Knox? —le preguntó sin localizar a nadie.
Los barracones de los vaqueros formaban un ángulo recto con la construcción principal y la impedían ver lo que sucedía al otro lado de la explanada.
Knox se aproximó a la baranda del porche.
—¡Su hermano, señorita! ¡Ya ha vuelto!
El corazón de Katy saltó alocadamente en su pecho mientras daba media vuelta y echaba a correr hacia la puerta.
Se encontró con Theo en las escaleras del porche y se arrojó en sus brazos sin poder contener su alegría.
—¡Theo! ¿Dónde te has metido? —exclamó—. ¿Qué has estado haciendo todo este tiempo?
Los vaqueros estaban observándoles y Katy se apartó de su hermano para cogerle del brazo y llevarle al interior de la casa.
Mientras lo hacía observó el aspecto deplorable que presentaba.
—¿Qué ha pasado? ¿De dónde sales?
Theo Fleming llevaba barba de varios días, las ropas cubiertas de polvo y una luz de cansancio en sus ojos azules.
Arrojó el sombrero y se desplomó en una de las butacas.
—¿Qué has hecho desde que saliste de casa? —volvió a preguntar, Katy, sentándose en el suelo, a los pies de su hermano.
Este se pasó la mano por los ojos y miró a la muchacha con cariño.
—Vagando por ahí... —respondió—. No he visto a nadie en todos estos días ni me he detenido en ningún pueblo... Necesitaba estar solo para decidir lo que iba a hacer...
—¿No vienes de Nogales? —le preguntó Katy, sin entender nada.
Theo la miró sorprendido.
—No, claro que no vengo de Nogales...
—Pero creí que irías en busca de ese hombre... —exclamó Katy.
—Esas eran mis intenciones al salir del rancho. Pero luego, según iba alejándome de Midville, fui dándome cuenta de que Darry y tú teníais razón. Fue una lucha terrible conmigo mismo pero al fin creo que hice lo que debía...
Katy levantó el rostro hacia su hermano y, por unos instantes, se sintió terriblemente feliz y desgraciada.
Pero Theo estaba hablando de nuevo.
—A mitad de camino hice alto y pasé dos días en las montañas. Después decidí volver a casa. Así que Darry y tú podéis estar tranquilos ahora.
Sonrió con amargura y añadió:
—Ya no tendréis un asesino en la familia.
Katy se incorporó para abrazar a su hermano y besarle en las mejillas cubiertas de barba.
—¡Oh, Theo, no digas eso!
Se interrumpió al recordar a Darry.
—Pero entonces lo que Darry está haciendo no tiene sentido —murmuró.
Ahora fue Theo quien la miró sin comprender.
—¿A qué te refieres? ¿Qué está haciendo Darry?
—Cuando te fuiste de casa me asusté tanto que mandé a buscarte en seguida. Entonces pensamos que debía marchar a Nogales para impedir que mataras a Ralph Nensky.
Theo se enderezó en la butaca y miró a su hermana con inquietud.
—¿Dónde está Darry ahora?
—No lo sé... Hace un rato recibí ese telegrama de él desde Globe, pero lleva fecha de ayer...
Theo leyó el mensaje y se puso en pie con decisión.
—¡Todo esto es una locura, Katy! —exclamó—. Y yo soy el único culpable...
—Quizá perdimos todos los nervios, Theo.
—No, es sólo mía la culpa. Darry está exponiendo su vida siguiendo a ese miserable. ¡En cualquier momento puede darse cuenta que le vigila y reaccionar violentamente!
Katy palideció y tuvo que apoyarse en el respaldo del butacón para vencer el temblor de sus piernas.
—No quiero que a Darry le suceda nada.
Theo se inclinó para recoger el sombrero del suelo y con él en la mano se acercó a su hermana.
—No te preocupes, Katy —la tranquilizó—. Saldré inmediatamente en busca de Darry.
—Pero ni siquiera sabemos dónde estará ahora...
Theo se sentía culpable de lo que estaba sucediendo y sólo había una forma de apartar el remordimiento de su conciencia.
—Ayer estaban en Globe. Así que siguen el camino de Nogales hacia el norte... Iré en su busca y estoy seguro que me encontraré con ellos.
Katy comprendió que nada iba a hacerle cambiar de opinión.
—¿Por qué han tenido que pasar las cosas así? —se lamentó—. Vivíamos todos tan tranquilos...
Theo rozó los rubios cabellos de su hermana con la punta de los dedos y la sonrió con culpabilidad.
—Yo soy la causa de todo. Debí darme cuenta de que hay cosas más importantes que usar la violencia para castigar la violencia... ¡Pero mi maldito carácter ha tenido la culpa de todo!
—¡No puedes ir solo! —objetó Katy—. Estás muy cansado...
—Darry está corriendo un grave peligro por mi culpa. Así que no puedo perder tiempo ahora.
Se asomó al ventanal y gritó al primer vaquero que divisó.
—¡Ensíllame un caballo de refresco! ¡Vamos, date prisa!
Después, regresó junto a Katy y la besó en la frente.
—Estate tranquila hermanita. Te prometo que traeré a «tu Darry» a casa...
Dio media vuelta y corrió hacia las cuadras donde el vaquero estaba ya apretando las cinchas de un magnífico alazán.
Katy, desde la puerta, le vio subir a la silla y alejarse en medio de una nube de polvo.
Suspiró hondamente y volvió la vista al grupo de hombres que habían contemplado la salida de su patrón.
—¡Will! ¡Jef! Vayan con mi hermano... Y si les dice algo, díganle que yo se lo ordené. ¡No se separen de él!
Había energía en la voz de Katy y los dos vaqueros, llevándose la mano al sombrero, corrieron en busca de sus caballos.
Unos minutos más tarde los dos jinetes galopaban tras los pasos del alazán que montaba el ranchero.
* * *
Daniela Erber se enjugó el sudor de la frente con la manga de la blusa y miró al jinete que cabalgaba a su lado.
—Creo que voy a desplomarme de un momento a otro —murmuró.
Ralph Nensky se volvió hacia ella y la contempló con mirada inexpresiva.
—Ya te dije que no iba a ser un paseo —comentó mientras obligaba a su caballo a dirigirse hacia una mole rocosa que se alzaba al otro lado del llano.
Daniela golpeó el vientre de su montura con los talones y siguió al jinete mientras sentía miles de alfileres clavarse en su cuerpo.
Hacía dos días que habían salido de Globe y desde entonces la marcha había sido continua, por tierras abrasadas por el sol.
El calor asfixiante, el polvo del camino y la fatiga de permanecer durante horas enteras sobre la silla eran sólo algunos de los inconvenientes de aquel viaje hacia Midville.
Desde que habían salido de Globe, Ralph Nensky parecía haber evitado detenerse en los pueblos que le surgían al paso, prefiriendo siempre acampar en pleno campo, lejos de las ciudades.
Y a la mañana siguiente, con la amanecida, se habían puesto en camino otra vez hacia el Norte.
Ahora, seis horas más tarde, cabalgando bajo un sol de fuego, Daniela Erber tuvo la impresión de que las fuerzas iban a abandonarla de un momento a otro.
—¿Cuándo vamos a descansar? —preguntó a su pareja—. ¡Estoy rendida!
Ralph Nensky extendió su brazo huesudo para señalar el promontorio rocoso que, frente a ellos, rompía la monotonía del paisaje.
—Acamparemos entre aquellas rocas —concedió—. Dejaremos que el sol pierda algo de fuerza y seguiremos hasta que anochezca.
Daniela fijó sus ojos verdes en las rocas como si ellas fueran su máxima esperanza.
Se volvió sobre la silla y contempló el camino que había quedado atrás.
No había vuelto a ver a Takis Gordon desde la mañana siguiente a la de su encuentro con Ralph en la habitación del hotel de Globe.
Había sido mientras éste acudía a la herrería en busca de su caballo cuando Daniela había escuchado una llamada en su puerta.
—¡Muy bien, querida! Todo va perfectamente... —exclamó satisfecho Takis Gordon cuando Daniela le informó de su encuentro con el recluso de Nogales—. Debes mantener siempre a ese tipo bajo el embrujo de tus encantos. Así nos llevará hasta el dinero. Y yo estaré siempre cerca de vosotros y cuando tengamos los diez mil dólares, Ralph Nensky recibirá su premio... ¡Un par de balazos!
Daniela se preguntó dónde estaría, en aquellos instantes, Takis Gordon mientras el promontorio rocoso se acercaba lentamente hacia ellos.
—¡Ahí los tienes! —señaló Mark Slade a su compinche.
—Me pregunto quién será esa mujer —comentó extrañado Budy Overstret.
—Sin duda Ralph Nensky debía haberla avisado de su llegada a Globe. Esa chica estaba esperándole allí y desde entonces no se han separado.
Los ojos de Budy Overstret se posaron codiciosos en el firme dibujo de los senos femeninos bajo la leve tela de la blusa que el sudor hacía pegarse al cuerpo de Daniela.
—Será un premio extra —comentó—. Tendremos el dinero y esa preciosidad...
Mark Slade no pareció compartir el entusiasmo de su compañero.
—Hubiera preferido tener a Ralph Nensky solo —masculló—, Primero ese tipo en Globe y ahora nos encontramos con una mujer por medio.
—No me negarás que esa pelirroja es más bonita que el fulano al que sorprendimos en Globe.
Budy Overstret soltó una carcajada que hizo agitarse su gran mostacho.
—¡Cierra la boca! —le ordenó Mark—. Están acercándose y el eco amplía tu risa.
Ambos se ocultaron dentro de la grieta que les había servido para guarecerse del sol mientras Ralph Nensky y Daniela Erber desmontaban al abrigo de las primeras rocas.
La pelirroja había abandonado todo su equipaje en Globe, en cuyo «Store» había comprado unos pantalones y un sombrero de ala ancha que junto con un par de botas componían toda su indumentaria.
—También les vendrá bien a los caballos el descanso.
—¿Tienes alguna? —preguntó a Ralph, pasándose la lengua por los labios resecos.
Este movió su cantimplora junto al oído e hizo un gesto negativo—. Ni una gota —respondió—. Pero creo que por aquí hay unos pozos.
Recogió la cantimplora de Daniela y se alejó con ellas colgadas del hombro.
—Espérame aquí. Iré a llenarlas...
Daniela se dejó caer al suelo y quedó tumbada a la sombra de una de las rocas, con los ojos cerrados y el cuerpo empapado en sudor.
Ralph Nensky tuvo que ayudarse de las manos para trepar entre las rocas.
Aún se sentía débil por su larga permanencia en el penal de Nogales, donde el ejercicio físico era prácticamente nulo, y su cuerpo acusaba la fatiga.
Pero la idea de recuperar los 10.000 dólares que le había servido de estímulo durante aquellos diez años para soportar los sufrimientos y las privaciones de presidio le ayudaron una vez más.
Además ahora tenía a Daniela.
Con aquellos pensamientos continuó moviéndose entre las rocas en busca de los pozos cuya posición recordaba vagamente.
Se situó de cara al Norte y buscó la referencia de una roca afilada que parecía clavada en tierra como la lanza de un apache.
Sus pies estaban arrastrándose sobre la arena que servía de asiento a los peñascos cuando, de improviso, sintió que algo se movía entre sus botas.
Bajó la vista y sus ojos se dilataron por el miedo.
Un reptil, largo y brillante, de marcados tonos verdosos, acababa de avanzar hacia él su gran cabeza aplastada en la que dos ojos, pequeños y penetrantes, parecían querer hipnotizarle.
Ralph Nensky hizo un esfuerzo para retroceder mientras desenfundaba el «Colt» que colgaba de su cintura.
La cabeza del reptil se hallaba sólo a unas pocas pulgadas de sus piernas, la lengua afilada parecía ir a tocarle, y su cuerpo redondo se disponía a enroscarse en sus botas.
Apretó el gatillo con nerviosismo, ayudándose de la mano izquierda para amartillar y vació el cargador entero en la cabeza del ofidio.
El eco amplió hasta el infinito sus disparos mientras el crótalo se estremecía, enroscado en sí mismo, en los estertores de la agonía.
Sobre el roquero, abrasándolo todo con sus rayos, brillaba un gran sol de fuego...