CAPÍTULO 8
HABÍAN llegado a Haxpe a la medianoche.
El trayecto hasta el pueblo tuvieron que hacerlo lentamente, turnándose sobre uno de los caballos para no fatigarle demasiado y con la constante amenaza de los apaches en torno a ellos.
Sabían que los indios podían volver a atacarles en cualquier momento aunque Ralph Nensky se mostró optimista.
—¡Esos diablos nunca atacan de noche! Por lo visto piensan que si mueren en las sombras su espíritu no sabrá hallar el camino de la Morada Eterna...
A pesar de ello acogieron la llegada al pueblo con un auténtico sentimiento de alivio.
Pero a la mañana siguiente tuvieron noticia de los últimos sucesos acaecidos en la zona.
—No podrán seguir hacia el Norte —les informó el dueño del «saloon»—. Se han levantado varias tribus apaches y sería suicida que se adentraran solos por su terreno...
Eran Ralph Nensky y Darry Trawer quienes estaban conversando con el hotelero de Haxpe.
—¿Tan grave es la situación? —inquirió aquél.
—Estos días de atrás llegamos a temer que los indios atacaran el poblado. Y ahora estamos aguardando la llegada de una compañía del Ejército.
—¿Qué vienen a hacer aquí?
—Dejarán un retén en el pueblo y seguirán hacia el Norte para reforzar la guarnición de los fuertes de este lado del río...
El dueño del hotel se rascó la cabeza y miró a sus dos huéspedes.
—Podrían seguir su camino con ellos —sugirió—. Saliendo con los soldados no correrán ningún peligro.
Ralph Nensky arrugó el gesto y se encaminó hacia una de las mesas del comedor donde Daniela le aguardaba.
Takis Gordon se unió entonces a Darry Trawer quien le informó sobre lo que el hotelero acababa de decirles.
—¿Qué piensan hacer ellos? —preguntó señalando a Ralph Nensky y la pelirroja.
—No lo sé —se encogió de hombros Darry—. Pero podemos preguntárselo.
—Sí, creo que será lo mejor... Sobre todo teniendo en cuenta que todos vamos hacia el Norte.
Darry dejó que su mirada fuera hasta la pareja que hablaba en voz baja en la mesa del comedor, y una vez más, se vio asaltado por el mismo pensamiento que ya le había atormentado en los días anteriores.
Desde que Ralph Nensky había salido del penal de Nogales sus pasos se habían dirigido en línea recta hacia el Norte.
Y de seguir aquel camino, el antiguo recluso terminaría por arribar al mismo lugar de donde saliera, diez años antes, para ir a Nogales.
Darry conocía la psicología de los forajidos y sabía que sólo por un motivo muy poderoso Ralph Nensky podía ir hacia el mismo lugar en el que había sido apresado, juzgado y condenado.
Recordó que el dinero que el padre de Katy y Theo habían pagado a cambio de la vida de su esposa nunca había aparecido.
Era posible que Ralph Nensky hubiera aguardado todos aquellos años con el único pensamiento de volver a Midville y recuperar aquellos 10.000 dólares, escondidos en algún lugar cercano al pueblo.
—¿Podemos sentamos? —preguntó Takis Gordon, arrimando una silla a la mesa, ocupada por la pareja.
Ralph Nensky asintió con un gruñido mientras Darry tomaba asiento junto a la mujer.
—Por lo visto estamos encerrados en una especie de ratonera —comentó Takis Gordon—. ¿Cuáles son sus planes, amigo?
Sus ojos buscaron la mirada de Ralph Nensky quien, apoyando la mano en el mentón, pareció molesto ante pregunta tan directa.
—Aún no he decidido —respondió al fin.
Darry observó al mozo que les traía el almuerzo y se alegró al ver que la comida serviría para romper la tensión del momento.
Estaba claro que entre Ralph Nensky y Takis Gordon no existía, precisamente, un sentimiento de amistad aún cuando este último tratara de mostrarse siempre cortés.
—Tuvimos suerte de salir tan bien librados ayer de nuestro encuentro con los apaches —comentó con ligereza mientras les servían un oloroso guisado.
Daniela volvió sus ojos verdes hacia Darry y le miró largamente.
—Creo que todo se lo debemos al señor Trawer— murmuró con voz cálida—. De no haber sido por él a estas horas estaríamos todos muertos.
Ralph se volvió hacia ella con un gesto de burla:
—Tú no estarías muerta, Daniela. Pero esos indios te habrían hecho desear estarlo...
Daniela retiró su plato y mostró una falta total de apetito, impresionada sin duda por las palabras de su pareja.
Pero no era aquello lo único que la hacía mostrarse desasosegada y nerviosa.
La comida transcurrió en silencio y en medio de una atmósfera hostil.
Ralph Nensky no dirigió la palabra a ninguno de sus dos acompañantes como si deseara no verse obligado a hablar sobre sus planes.
Fue Takis Gordon quien primero se levantó.
—Espero que volveremos a vernos en las horas que faltan hasta que lleguen los soldados —comentó.
Hizo una inclinación de cabeza a Daniela y se encaminó hasta las escaleras que llevaban al primer piso donde estaban sus habitaciones.
—¿Hacia dónde se dirige?
La pregunta de Darry Trawer, formulada con una inocente risita, sorprendió a Ralph Nensky.
Daniela le miró inquieta, sin saber cuál iba a ser su respuesta.
Pero el pistolero apoyó los codos en la mesa y, cruzando las manos las colocó bajo su mentón.
—¿Por qué no me deja en paz, amigo? —gruñó—. El hecho de que nos salvara la vida ayer no le da derecho a meterse en mi vida privada... Espero que no nos volvamos a ver a partir de Haxpe...
—Le ruego me disculpe. No fue intención molestarle...
Daniela se levantó con un gesto de cansancio en su bello rostro.
—Me duele mucho la cabeza, Ralph —explicó— y además estoy muy molesta con la herida del hombro. Voy a subir a acostarme un rato.
Darry se puso en pie mientras que Ralph Nensky permanecía inmóvil en su postura, sin un gesto de ternura' hacia la mujer.
Daniela atravesó el comedor y subió al primer piso para recorrer el pasillo que llevaba a las habitaciones.
Haxpe se hallaba enclavado en la ladera de una colina y aquello hacía que sus calles fueran empinadas y retorcidas.
El edificio que albergaba el «saloon» y el hotel se encontraba en una de éstas por lo que el primer piso quedaba a la altura de la calzada por la parte posterior de la casa.
Daniela se quedó inmóvil mientras trataba de averiguar si alguien la seguía.
Sólo cuando estuvo segura de que nadie venía tras ella, volvió sobre sus pasos y se detuvo ante la primera puerta.
Golpeó en ella con los nudillos y acercando su rostro a la hoja de madera, llamó en voz queda.
—Abre... soy yo, Takis.
No tuvo que esperar mucho tiempo para que Takis Gordon la franqueara la entrada.
—Estaba esperándote —exclamó éste, volviendo a cerrar tras la pelirroja.
La enlazó por el talle y dejó que Daniela se colgara de su cuello antes de besarla.
—Ese Ralph Nensky me saca de quicio —gruñó.
Daniela echó hacia atrás sus cabellos rojizos y sonrió triunfal.
—No tendremos que aguantarle mucho tiempo —anunció.
Los ojos de Takis Gordon se animaron.
—¿Por qué lo dices? Aún faltan muchas millas hasta Midville y encima tendremos que movernos con la amenaza de esos apaches.
—Podemos esperar tranquilamente a que el Ejército los pacifique.
Takis la miró sin comprender.
—¿Estás bromeando? Si nos quedamos en Haxpe hasta que eso ocurra, Ralph Nensky tomará el dinero y desaparecerá con los diez mil dólares.
Daniela se sentó en el borde de la cama y cruzó las piernas con parsimonia.
—Bastará con impedir que Ralph siga su camino hacia Midville —sugirió con cinismo—. Haxpe es un lugar tan bueno como otro cualquiera para que sufra un «accidente».
Takis la tomó por los hombros para contemplarla fijamente.
—Eso que estás diciendo no tiene sentido, Daniela —la recordó—. Necesitamos a ese tipo vivo para que nos conduzca hasta el dinero.
Daniela apartó la mano del hombro de su brazo herido y sonrió divertida.
—No entiendes nada, Takis —se burló de él—. Ralph Nensky ya no nos es necesario.
—¿Quieres decir qué...?
Daniela asintió.
—Sí, sé dónde está el dinero —anunció en un susurro.
—¿Cuándo te lo ha dicho?
—Esta noche... Hay momentos en los que los hombres no sois capaces de guardar un secreto...
Takis Gordon sonrió, impaciente por conocer el lugar donde les aguardaban aquellos 10.000 dólares.
—¿Dónde están? —preguntó con avidez.
—Yo lo sé y eso es suficiente —respondió Daniela con calma.
Las cejas de Takis Gordon se fruncieron en un gesto de ira.
—¿Desconfías de mí?
—Simplemente creo que es suficiente con que lo sepamos uno de los dos, querido...
Takis Gordon agarró a Daniela del hombro herido y la zarandeó con violencia.
—¡No seas estúpida! —gruñó amenazador, olvidando su habitual compostura—. No eres más que una vulgar camarera de cantina y he sido yo quien te ha enseñado a vestirte y a moverte entre las personas decentes...
—¡Me haces daño! ¡Suéltame!
Daniela no se atrevió a levantar la voz por temor a atraer la atención de los otros huéspedes, temerosa también de que Ralph Nensky subiera de improviso.
Pero la mano de Takis Gordon se movió en el aire para abofetearla sin compasión.
—¡Dime dónde están escondidos los diez mil dólares! —la exigió.
—No te lo diré...
Los dedos de Takis Gordon se hundieron como cinco garfios en el hombro de la pelirroja, haciéndola palidecer de dolor.
—Vas a arrepentirte de tu decisión —la advirtió.
Pero Daniela Erber no tuvo tiempo de variar de opinión.
Estaba de frente a la ventana aunque Takis Gordon la obstruía la visión con su cuerpo inclinado sobre ella.
Sin embargo, distinguió la sombra de un hombre que se recortaba contra la claridad de la calle.
Takis Gordon estaba contemplándola con fiereza.
—¡Vas a decirme eso aunque tenga que despellejarte! Empieza...
De improviso su cuerpo se contrajo con un movimiento estremecedor.
Sus pupilas se dilataron por la sorpresa y su rostro se crispó en un gesto de dolor.
Después, Takis Gordon cayó pesadamente hacia adelante, aplastando con el peso de su cuerpo a Daniela contra la cama.
Esta se apartó de su lado y contempló la empuñadura del cuchillo que Takis Gordon tenía clavado entre los omóplatos.
Inmediatamente desvió la vista hacia la ventana y sus ojos se encontraron con el rostro del hombre que acababa de lanzar el cuchillo.
Reconoció su gran bigote negro, cayéndole sobre la boca, y su corazón es estremeció de terror al recordar cómo Budy Overstret se había despeñado por la sima del roquero.
—Así que tú sabes dónde escondió Ralph Nensky su dinero, ¿verdad? —exclamó el rufián, pasando sus piernas al interior del cuarto.
La ventana del mismo quedaba a la altura de la calle y no había tenido dificultades para consumar su criminal propósito.
Pero Daniela se arrastró sobre la cama y saltó por el otro lado, corriendo hacia la puerta del pasillo.
Budy trató de alcanzarla pero el obstáculo de la cama de hierro le impidió retenerla.
Daniela abrió la puerta y salió a la galería con el rostro desencajado y los cabellos en desorden.
Corrió hacia la escalera en demanda de auxilio pero antes de doblar el recodo del pasillo se detuvo con la respiración entrecortada.
Advertir a Ralph Nensky lo que ocurría sería tanto como confesar sus relaciones con Takis Gordon y ahora que éste había muerto no podía exponerse a perder la amistad del recluso de Nogales.
Escuchó unos pasos tras ella y giró aterrorizada, temiendo que el fulano del bigote estuviera a su espalda.
—¿Qué le pasa?
Darry Trawer la contempló con sorpresa.
Pero antes de que Daniela respondiera, ambos oyeron la voz de Ralph Nensky, procedente del recodo del pasillo.
—¿De dónde sales, Daniela? Creí que estabas en la habitación durmiendo...
Daniela no pudo disimular el temblor que la dominaba.
Miró a los dos hombres y señaló con mano insegura la habitación de Takis Gordon cuya puerta se hallaba entreabierta.
—Ahí dentro... ¡Ha sido horrible! —murmuró con un hilo de voz.
Darry cruzó el estrecho pasillo que le separaba del cuarto y, desenfundando el «Colt», terminó de abrir la puerta de un puntapié.
Contempló el interior del cuarto de un rápido vistazo pero sólo distinguió el cuerpo sin vida de Takis Gordon, caído de bruces sobre la cama con un cuchillo clavado en la, espalda.
—¿Qué ha pasado? —preguntó a Daniela, volviéndose hacia el pasillo.
Ralph Nensky estaba tras él, observando la habitación por encima de su hombro.
—¿Quién lo ha hecho? —inquirió, contemplando a Daniela que seguía inmóvil, al otro lado del pasillo.
—No lo sé...
—Pero sabías que ese hombre estaba muerto —insistió Ralph Nensky acercándose a ella—. ¿Por qué entraste en esta habitación?
Daniela le miró asustada.
Después, murmuró:
—Oí un ruido como si alguien peleara... Pensé que podía necesitar algo...
—Muy delicado por tu parte —se burló el pistolero—.
Sigue...
Daniela pasó por alto la ironía de Ralph Nensky y volvió sus ojos hacia Darry que se había acercado hasta ellos.
—Abrí la puerta, pero ya no vi nada... Sólo a ese hombre caído sobre la cama...
Se tapó la cara con las manos y corrió hacia la habitación para no verse obligada a responder a nuevas preguntas.
—Habrá que decírselo al dueño del hotel —decidió Darry.
—Hágalo usted —le invitó Ralph Nensky que no quería verse mezclado en asuntos en los que interviniera el sheriff.
—De acuerdo.
Darry Trawer volvió a echar un vistazo al cadáver de Takis Gordon y el aspecto que presentaba la habitación.
—El hombre que le mató debió entrar y salir por la ventana. A esté lado queda a la altura de la calle y no le sería difícil hacerlo...
Además se dio cuenta que todo se hallaba en orden.
Desde las ropas de la cama hasta las dos sillas y la mesa que componían el mobiliario de la habitación.
Y, sin embargo, la pelirroja había hablado de que se escuchaban ruidos de pelea desde el pasillo.
Aquello era una de tantas cosas turbias como había en todo lo que se relacionaba con Ralph Nensky.
Darry tuvo la impresión de hallarse envuelto en algo peligroso.
Era la misma impresión que le había asaltado en Globe, la aquellos dos hombres le habían atacado al salir de telégrafos.
Se había metido en todo aquello por ayudar a Katy y evitar que Theo Fleming cometiera un asesinato.
Pero según iban pasando los días se daba cuenta que, a pesar de que Theo no se acercara jamás a Ralph Nensky, él no podría apartarse ya de aquel asunto.
Al menos no podría hacerlo hasta saber lo que llevaba al antiguo recluso de Nogales hacia el Norte.
Era algo que debía averiguar aunque no resultara arriesgado asegurar que tenía «diez mil» buenas razones para acercarse a Midville...