CAPÍTULO 1
DARRY Trawer contempló la senda polvorienta que se extendía ante él.
Al otro lado del altozano se levantaba la ciudad de Nogales que debido a su posición fronteriza, a menos de medio centenar de millas del límite suroccidental de Arizona, había tenido un gran desarrollo en los últimos años.
Las importantes canteras de mármol que se abrían en sus alrededores habían atraído hasta su núcleo a gran número de trabajadores, al abrigo de los cuales la ciudad había ido creciendo.
Las tierras resecas que la rodeaban eran escenario de grandes manadas que buscaban pasto a lo largo de las haciendas, mientras los hombres que las cuidaban adquirían la misma fuerza de aquel clima abrasado por un sol de fuego.
Pero Nogales no sólo era célebre en el Estado por sus canteras, su ganado o sus numerosos lugares de diversión, sino que su nombre era también portador de una imagen mucho más sombría.
El penal de Nogales, al que muchos consideraban más terrible que el de Yuma, suponía para los forajidos una constante amenaza.
Se hablaba de la terrible dureza del régimen penitenciario que los reclusos enviados a Nogales debían sufrir, de la brutalidad de los guardianes y la constante amenaza de las operaciones de castigo a que debían someterse los mas indisciplinados.
«Antes la horca que Nogales» era un dicho que se conocía, en toda aquella parte del Sur de Arizona entre los pistoleros y forajidos.
Darry Trawer había contemplado los muros grisáceos del penal mientras todos los horrores oídos sobre lo que ocurría en su interior acudían hasta su mente.
Pero no había viajado casi doscientas millas para perder el tiempo en sentimentalismos.
Era preciso tener en cuenta que todos los hombres que iban a parar a Nogales eran convictos de crímenes, robos y asesinatos.
Ellos no habían sentido piedad alguna hacia sus víctimas y ahora la sociedad no la sentía hacia ellos.
Darry Trawer se preguntó cómo sería el hombre al que estaba esperando.
En realidad, no aguardaba a Ralph Nensky sino que sólo deseaba evitar que éste fuera asesinado apenas dejara el penal.
Hacía cinco años que había sido enviado a Nogales para cumplir una condena de trabajos forzados y desde entonces nadie había vuelto a saber de él.
Muchos, incluso, se habían olvidado de su nombre en Midville durante aquel lustro.
Pero, de repente, el nombre de Ralph Nensky había vuelto a circular por el pueblo a causa de la noticia publicada por el periódico de la localidad sobre su próxima salida del presidio de Nogales.
Allí había empezado todo.
Y Darry Trawer, mientras aguardaba a los hombres que debían aparecer por la curva de la senda polvorienta, creyó volver a oír de nuevo las palabras de su prometida.
«¡Tienes que impedirlo, Darry! Theo ha jurado que matará a ese hombre. ¡Y es capaz de hacerlo! Tienes que impedirle que cometa esa locura. Por favor, ayúdame.»
Darry Trawer tomó entre las suyas las manos de la muchacha y la invitó a calmarse.
—Explícamelo todo desde un principio, querida —la pidió—. ¿Qué es exactamente lo que ha dicho Theo?
Katy Fleming tenía solamente veinte años de edad, un cuerpo atractivo y un par de ojos, negros y brillantes, de mirar tan suave como el terciopelo.
—Todo empezó cuando leyó la noticia en el periódico —le explicó—. Tú sabes lo que fue para Theo la muerte de mamá y cómo le afectó entonces.
—Pero han pasado diez años —recordó Darry, obligando a Katy a tomar asiento.
—No importa. El tiempo no ha significado nada para nosotros —replicó con viveza la muchacha—. Mamá era algo muy importante en casa y cuando ella faltó todo pareció venirse abajo.
La muerte de Julia Fleming había ocurrido con anterioridad a la llegada de Darry Trawer a Midville.
Pero a pesar de no hallarse en la ciudad en aquel tiempo había conocido la tragedia a través de los relatos escuchados cuando el tema saltaba a la conversación.
Nadie había olvidado en Midville los días de angustia vividos, diez años atrás, mientras Julia Fleming se hallaba en poder del hombre que la había raptado.
—Mamá fue víctima de un error, Darry. Era a mí a quien ese hombre había pensado secuestrar para exigir un rescate a cambio de mi vida. ¡Pero todo ocurrió de tal manera que fue mamá la que cayó en su poder! Y eso la costó la vida.
Darry abrazó los hombros de la muchacha y la estrechó con ternura mientras los recuerdos ponían un velo húmedo en sus negras pupilas.
Durante una larga semana Julia Fleming había permanecido en poder del hombre que la había secuestrado.
Y sólo cuando su esposo aceptó pagar la cantidad fijada por el forajido como rescate, Julia Fleming había vuelto con los suyos.
—¡Nunca olvidaré su rostro! —sollozó Katy—. Yo sólo tenía entonces diez años pero me parece estar viéndola cuando la llevaron a casa entre papá y el sheriff. Parecía estar dormida y la cabeza le caía hacia un lado sin fuerzas.
Julia Fleming se había golpeado, o había sido golpeada, con un objeto contundente en la nuca por lo que la muerte la sobrevino por fractura de la base del cráneo.
—¡Ese hombre debió golpearla para que no le denunciara! Si mamá hubiera estado viva nadie le hubiera salvado de ir a la horca.
—No había pruebas concluyentes en su contra. El hecho de que se encontraran un pañuelo de tu madre en su cabaña, no prueba que en realidad fuera él quien la mantuvo secuestrada durante toda aquella semana.
Katy se apartó del abogado y le miró con dureza.
—¿Vas a defender a ese hombre, Darry?
Este sonrió con ternura.
—Perdona, querida. Estaba dándote mi opinión de abogado.
—No he venido a ti como abogado, sino como mi futuro marido —se quejó dolorida Katy.
Darry lamentó haber dicho aquello ya que los Fleming, al igual que el resto de los habitantes de Midville, nunca habían tenido dudas sobre la verdadera culpabilidad de Ralph Nensky.
Sólo el alegato de un hábil abogado y el hecho de que no se le encontrara encima un solo dólar de los que Jack Fleming depositara en las ruinas de la antigua misión a cambio de la vida de su esposa, hicieron que se librara de la horca.
La condena había sido diez años de trabajos forzados en el penal de Nogales.
—Además no has venido aquí para que discutamos eso —recordó Darry—. ¿Qué te preocupa de Theo?
Katy Fleming se apartó el flequillo de la frente en un gesto atormentado y cerró los ojos con angustia.
—Tienes razón, Darry. Pero desde hace unos días vivo tan preocupada que, a veces, olvido lo más importante.
El trabajo había retenido a Darry durante los últimos días en su despacho de Midville y aquello le había impedido acudir al rancho de los Fleming para ver a Katy.
—Se trata de Theo. Desde que salió la noticia de que Ralph Nensky quedaría en libertad la semana próxima parece haberle vuelto loco.
—¿Por qué motivo? Ese hombre pagó su condena y ahora está en paz con la sociedad.
Katy se retorció las manos con nerviosismo al comprender que Darry y su hermano hablaban dos idiomas completamente distintos.
—Theo es impulsivo y violento. ¡Y ha prometido ir a Nogales para matar a ese hombre en cuanto salga del penal! Dice que debieron ahorcarle hace diez años y que todo este tiempo ha estado viviendo inmerecidamente.
—¡Pero eso es una locura! —decidió Darry—. Si hace eso, se convertirá en un asesino.
Katy se apretó las sienes con las manos y bajó la cabeza, abrumada por el sufrimiento y el temor.
—Para eso he venido a verte, Darry. ¡Tienes que impedir que Theo cometa esa locura!
—Mañana mismo me entrevistaré con él.
Darry Trawer había acudido al rancho de los Fleming a la mañana siguiente.
Pero sus razonamientos se habían estrellado contra la sed de venganza de Theo Fleming.
—Hablas así porque no fue tu madre la que volvió con el cuello roto después de pasar una semana de angustia en poder de ese miserable —replicó a las primeras palabras de su futuro cuñado.
—Sé cómo debes sentirte, Theo...
—¡No, no lo sabes! Tú ni siquiera estabas en Midville entonces. ¡No sabes nada! Mi madre era la mujer más maravillosa del mundo y ese canalla la golpeó despiadadamente para que no pudiera acusarle.
—Esa no es razón para que tú ahora cometas un asesinato.
—¡No me importa convertirme en un asesino! Pero ese hombre no merece vivir.
—Te aconsejo que medites bien el paso que vas a dar.
—¡No tengo nada que meditar! Ya está todo decidido.
—Piensa en Katy.
—Ella te tiene a ti para que te ocupes de su futuro. ¡Iré a Nogales y aguardaré a ese miserable!
—¡No voy a dejarte que lo hagas!
—¿Cómo vas a impedirlo? —preguntó desafiante Theo Fleming.
Los dos hombres se miraron intensamente durante unos segundos como si trataran de medir sus propias fuerzas.
Katy, desde la puerta, les observó con mirada atormentada por el sufrimiento.
—Ya te advertí que no conseguirías nada de él.
Theo no pareció dispuesto a continuar por más tiempo la discusión.
Apartó a Darry a un lado y cruzó el salón en dirección a la puerta que comunicaba con el vestíbulo.
—Lamento que Katy te haya hecho venir para nada, Darry —dijo antes de abandonar la pieza—. Pero nadie va a quitarme la idea de ir a Nogales.
Cerró con un portazo mientras Katy se arrojaba en brazos de su prometido para dar rienda suelta a sus lágrimas.
—¿Qué vamos a hacer, Darry? —preguntó desesperada.
Darry Trawer acarició con suavidad el pelo rubio de la muchacha mientras su mirada se quedaba clavada sobre la puerta por la que acababa de salir Theo Fleming.
—No te inquietes por él, querida. Está bajo los efectos de una intensa emoción y eso le hace decir semejantes cosas.
—Pero han pasado ya varios días desde que vio ese periódico y sigue comportándose igual. ¡Tiene una idea fija en su mente! ¡Ir a Nogales!
—No creo que lo haga. Pero si lo intenta, cuenta conmigo para impedírselo.
Dos días más tarde Darry había recibido una llamada angustiada de Katy a través de uno de los vaqueros del rancho.
—¡Theo no está en casa! —anunció la muchacha apenas acudió a su llamada—. He mandado buscarle por toda la propiedad pero por lo visto anoche dijo al capataz que iba a salir de viaje. Y mencionó Nogales.
Darry Trawer no había perdido tiempo en consolar a su prometida y sin más dilaciones había salido tras los pasos de Theo Fleming.
Eran más de doscientas millas las que separaban Midville de la ciudad fronteriza pero a lo largo de ellas, Darry no consiguió dar con el rastro del ranchero.
Tampoco le encontró en Nogales.
Pero sabía que Theo Fleming acudiría, antes o después, al mismo lugar donde Ralph Nensky se hallara.
Y lo haría para asesinarle.
Darry se prometió estar cerca del recién liberado para impedir que su muerte se consumara.
Por eso, una vez más, se afianzó en los estribos y fijó los ojos en la senda polvorienta que se extendía ante él.
A la salida de la curva, a un par de centenares de yardas, se abría la puerta del presidio de Nogales.
La misma puerta que Ralph Nensky debía cruzar, para volver a la libertad, de un momento a otro.