CAPÍTULO 4
RALPH Nensky se quedó inmóvil al escuchar que alguien acababa de pararse al otro lado de la puerta.
Sacó la pistola de la funda y, amartillándola, se aproximó a ella.
Alguien golpeó entonces con los nudillos y el rostro de Ralph Nensky se contrajo en un gesto de desconfianza.
—¿Quién es? —preguntó con la mano apoyada en el cerrojo.
Tardó unos segundos en reconocer la voz que había respondido a su pregunta.
Pero las palabras pronunciadas al otro lado de la puerta se abrieron paso con fuerza en su mente.
—Ralph, ábreme. Soy yo, Daniela.
Sintió un escalofrío al escuchar aquel nombre, pero había pasado demasiado tiempo para que Ralph Nensky aceptara con facilidad la presencia de la mujer en aquel hotel de Globe.
—¿Qué es lo que quieres? —volvió a preguntar sin decidirse a abrir.
—Por favor, Ralph, soy yo. ¿Ya no te acuerdas de mí?
La tentación fue más fuerte que la cordura.
Y Ralph Nensky descorrió el cerrojo para comprobar si lo que sus oídos estaban escuchando era cierto.
Durante unos segundos contempló a la mujer que le miraba desde el umbral y tuvo la necesidad de que el tiempo daba un salto atrás.
—¿No vas a invitarme a entrar? —preguntó Daniela insinuante.
Sonrió al hombre parado ante ella a pesar de que hacerlo le costó un tremendo esfuerzo.
Sentía unas ganas terribles de echar a correr y escapar de aquel fantasma que alargaba su mano hacia ella.
Recordó al Ralph Nensky que había conocido, diez años atrás, en Midville y se dijo que nada había de común entre ambos hombres.
Este que había arribado a Globe, después de pasar dos lustros en el infierno de Nogales, era un ser avejentado, de escasos y grises cabellos, ojos hundidos y sonrisa triste.
—Perdona, Daniela... Entra.
La tomó del brazo con gesto torpe y cerró la puerta tras ella.
Después se quedó mirándola como si contemplara algo maravilloso.
—Vas a ponerme nerviosa, Ralph —bromeó la pelirroja con ligereza—. ¿Por qué no me dices algo?
Pero en lugar de mover los labios Ralph Nensky alargó hacia ella los brazos y Daniela se vio estrechada con fuerza brutal.
—¡Estás tan bella como entonces! Nunca pensé que volvería a encontrarte. Pero eres tú misma.
Ahora Ralph Nensky parecía haber superado el primer momento de sorpresa y mientras desgranaba aquellas palabras sus brazos seguían estrechando con pasión a la mujer.
El aire silbaba al escapar entre sus encías sin dientes y la cicatriz que deformaba su frente había adquirido un tono violáceo.
—Durante estos años he pensado muchas veces en ti, Daniela. En tu pelo, en tus ojos, en tus manos, en tu boca.
La obligó a levantar el rostro hacia él y la besó en los labios en una caricia interminable.
Daniela tuvo que vencer sus sentimientos para corresponder al beso mientras se decía que jamás hubiera reconocido en aquel anciano al Ralph Nensky que conociera años atrás.
Pero Takis Gordon había tenido buen cuidado de seguir la pista de Ralph Nensky desde el momento en que había abandonado el penal de Nogales.
Y ahora, en Globe, lo había preparado todo hábilmente para el encuentro entre Daniela y él.
«Hay un montón de dinero esperándonos en algún lugar próximo a Midville, Daniela. Y sería estúpido renunciar a él. Además Ralph Nensky no lo necesitará durante mucho tiempo. No hay un hombre que pase diez años en el penal de Nogales y llegue a viejo.»
Después de decir aquello, Takis Gordon había estallado en una de sus habituales carcajadas mientras contemplaba con cinismo a su compañera.
«No te será difícil conseguir que te diga dónde está escondido el dinero. Estará tan impresionado por tenerte otra vez entre sus brazos que no se le ocurrió desconfiar de ti», había añadido antes de ponerse en camino hacia Globe.
Desde un principio ambos habían contado con que Ralph Nensky, a su salida del presidio, dirigiera sus pasos por la ruta que, desde Nogales, llegaba al norte del Estado.
Por ella, tras recorrer doscientas millas, abrigado en un profundo valle, se hallaba Midville.
Daniela desenlazó sus brazos del cuello de Ralph Nensky y se apartó de él.
—¿No tienes nada de beber? —le preguntó mientras se volvía de espaldas para que no observara su gesto de desprecio.
Otra vez sintió al hombre tras ella.
Y su aliento la golpeó en la nuca.
—Este encuentro contigo es lo mejor que podía sucederme, Daniela —de nuevo los brazos de Ralph Nensky se cerraron sobre su talle pero esta vez Daniela lo evitó, alejándose con viveza hacia el lado opuesto del cuarto.
—Debemos brindar por nuestro encuentro, Ralph —le sugirió—. Nunca creí que llegaría de nuevo.
Takis Gordon y ella habían dudado a la hora de planear la explicación que justificara la presencia de Daniela en aquel hotel de Globe.
—«No te enfades, querida, pero no eres el tipo de mujer que espera durante diez años al mismo hombre. Ralph Nensky no se lo creería ni aunque a su salida del penal se hubiera bebido todo el whisky de Arizona. Habrá que buscar otra explicación mejor.»
—No hay vasos —señaló Ralph Nensky con la botella de whisky en su mano.
Daniela se la arrebató con ligereza.
—No importa, Ralph. Brindaremos igual y beberemos de ella.
Fue la primera en llevársela a los labios aunque apenas dejó que pasara el licor a través de su garganta.
Después se la tendió a su antiguo amigo y, entornando los ojos, exclamó:
—¡Por el hombre más atractivo que jamás he conocido!
En cualquier otra circunstancia Ralph Nensky se hubiera dado cuenta de la burla terrible que se ocultaba tras aquellas palabras.
Pero la presencia de Daniela allí, su perfume seductor, y sobre todo, la cálida tibieza de su cuerpo, le hizo aceptar por buenas sus palabras.
Ralph Nensky hundió la cara en los cabellos rojizos de la mujer y dejó que sus manos la acariciaran los hombros desnudos.
Mientras lo hacía volvió a escuchar la voz de Daniela:
—Recuerdo que la última noche que pasamos juntos, hace diez años, no hiciste otra cosa que hablar de todo lo que nos esperaba. Pensabas que lo pasaríamos muy bien con el dinero que debía entregarte Jack Fleming, ¿recuerdas?
Ralph Nensky asintió mientras comenzaba a pensar que los diez años de Nogales no habían existido en la realidad.
Ahora todo volvía a ser como antes.
—El dinero de Jack Fleming nunca apareció, Ralph. ¡Nadie lo ha encontrado en estos diez años! Debe seguir en el mismo lugar donde tú lo escondiste.
Los ojos hundidos de Ralph Nensky parecieron achicarse, sacudidos por un soplo de desconfianza.
Pero Daniela le atrajo hacia ella y siguió envolviéndole con sus palabras.
—No hay más que ir a Midville y tomarlo de donde esté. Seremos tan felices como habíamos soñado.
Mantuvo la cabeza del hombre sobre su regazo y hundió sus dedos, largos y de uñas cuidadas, entre los escasos cabellos grises del expresidiario.
Ralph Nensky se enderezó nuevamente hasta quedar sentado.
—¿Cómo has llegado hasta mí, Daniela? —volvió a preguntar.
La pelirroja tardó unos segundos en responder pero cuando lo hizo su voz sonó con entera naturalidad.
—Te vi esta tarde cuando entraste en la herrería. Al principio no creí que eras tú pero pronto me di cuenta que era el mismo Ralph Nensky en persona.
—¿Qué haces en Globe? —siguió preguntando el pistolero con gesto adusto.
Daniela se encogió de hombros y se quitó de la frente un mechón de pelo rojizo antes de contestar.
—Iba hacia Nogales. Allí hay muchas oportunidades para una mujer como yo.
Ralph la miró con ojos calculadores y Daniela sintió un escalofrío.
—¿Sabes? Siempre me gustó cantar y creo que no lo hago tan mal. Alguien me habló hace tiempo del gran número de «saloons» que hay en Nogales y pensaba buscar trabajo en alguno de ellos como cantante.
Extendió las manos hacia su antiguo amigo y exclamó radiante:
—¡Pero ahora ya no necesitaré cantar para los demás! Sólo viviré para ti, Ralph... Para ti y para nuestro amor...
Otra vez sus brazos se cerraron sobre el cuello de su pareja y Ralph Nensky se sintió arrastrado en una vorágine de deseo y pasión.
Al otro lado del tabique que separaba las habitaciones del hotel de Globe, Takis Gordon, con un cigarro entre los dientes, sonreía con astucia.
Confiaba plenamente en las artes seductoras de Daniela y estaba seguro de que Ralph Nensky no sabría resistirse a ellas.
El mismo les llevaría hasta los diez mil dólares que, diez años antes, había recibido de Jack Fleming a cambio de la vida de su esposa.
* * *
Budy Overstret contaba con la amenaza de su cuchillo en el cuello de Darry Trawer.
Sabía que éste estaba siguiendo también a Ralph Nensky y cualquier competencia en aquel asunto podía resultar perjudicial para sus intereses y los de Mark Slade.
Hacía sólo unos minutos que Darry se había recuperado del tremendo culatazo que el rufián le había propinado en la nuca durante la pelea mantenida en el callejón.
Pero al abrir los ojos se encontró con la espalda apoyada contra la fachada de una de las casas, sentado en el suelo, y con la amenaza de un revólver frente a sus ojos.
—Por tu bien te aconsejo que no intentes otro truco como el de antes —gruñó Mark Slade, acercando la boca del cañón a su rostro.
Budy Overstret desenfundó el cuchillo con el que había estado a punto de poner fin a la vida del abogado.
Pero las palabras de su compañero le habían hecho cambiar de opinión antes de que la hoja afilada se hundiera en el cuerpo de Darry.
—Si le matamos ahora, nunca sabremos por qué sigue a Ralph Nensky.
—Querrá también su dinero —gruñó Budy impaciente.
—Será mejor que nos lo diga él mismo. Quizá se trate de alguien relacionado con la Ley. Y en ese caso debemos andarnos con cautela.
Aquella posibilidad había hecho que Budy Overstret renunciara a sus deseos homicidas ante el temor de que Ralph Nensky estuviera vigilado a pesar de hallarse fuera del penal.
Mientras aguardaban a que Darry Trawer despertara, Mark añadió:
—Esos tipos de Midville deben andar preguntándose todavía dónde escondió el dinero del rescate. Y quizá el sheriff haya enviado a este fulano pensando que Ralph Nensky irá a buscarlo ahora que está libre...
Además se habían dado cuenta de que el aire de aquel hombre no era semejante al suyo.
Pero Darry Trawer no tardó en abrir los ojos.
Sacudió la cabeza y miró de nuevo a los dos hombres situados ante él.
Fue Budy quien tomó el lugar de su compañero el cual quedó a la expectativa con el arma preparada.
—¡Voy a cortarte el cuello como no nos digas lo que andas buscando cerca de Ralph Nensky! —le amenazó, apoyando la punta del cuchillo sobre su garganta.
Darry sintió el corte afilado de la hoja y dijo que aquel tipo no dudaría a la hora de pegar un profundo tajo.
—No sé de lo que me habla —trató de ganar tiempo.
—¡Maldito embustero! No voy a consentir que nos tomes el pelo...
La presión del cuchillo se hizo más acuciante y Darry echó la cabeza hacia atrás para evitar que la punta rasgara su piel.
—¡Antes hablaste de Ralph Nensky! ¡Así que ahora no me digas que no sabes lo que te hablo!
—Mi amigo pierde los nervios con facilidad —intervino Mark Slade con su voz calmosa—. Y le encanta manejar el cuchillo... ¡Tenga cuidado con él!
Darry comprendió que si se dejaba degollar en aquel callejón de Globe su misión cerca de Ralph Nensky habría fracasado.
Por unas décimas de segundo pensó en Katy y se dijo que
no podía dejarse matar como un cerdo por aquel par de rufianes.
Sobre todo tenía que impedir que Theo Fleming se convirtiera en un asesino y sólo había una forma segura de conseguirlo.
Seguir con vida y permanecer cerca de Ralph Nensky hasta que el joven ranchero hiciera su aparición.
—¿Qué te interesa de Ralph Nensky?
La pregunta de Budy Overstret coincidió con unas voces procedentes de la entrada del callejón.
—Había varios hombres peleando ahí, sheriff—escucharon decir a una voz de mujer—. Los vi desde mi ventana...
—¡Traigan una luz! Veremos si hay alguien herido...
Mark Slade guardó su arma en la pistolera y se puso en pie mientras golpeaba a Budy en el hombro para que le imitara.
—Vámonos de aquí —le urgió—. No podemos exponemos a que el sheriff nos detenga.
Darry los vio alejarse a la carrera mientras Budy Overstret cerraba los dedos sobre la empuñadura del cuchillo.
—Se encontrarán su cadáver aún caliente —murmuró con odio.
Pero la bota de Darry Trawer se estrelló en su entrepierna, lanzándole hacia atrás con un aullido de dolor.
—¡Aún siguen ahí! —chilló la mujer temerosa.
—¡Todos quietos! —ordenó el sheriff de Globe—. ¡Que nadie se mueva!
Pero Budy Overstret se sobrepuso al dolor que sentía y se perdió por el otro lado del callejón tras los pasos de su compañero.
Darry Trawer se puso lentamente en pie y se inclinó para recoger el cuchillo que el rufián había perdido en su huida.
—¡Suelte eso! —le ordenó el sheriff, llegando frente a él—. ¿Quiénes eran los hombres que han huido?
Darry Trawer entregó el arma a la primera autoridad en Globe y se dijo que debería hacer valer su condición de abogado para no verse obligado a dar demasiadas explicaciones a aquel hombre.
—Lo ignoro, sheriff. Me atacaron sin previo aviso cuando salía de la oficina de telégrafos y me dirigía hacia el hotel... Ejerzo de abogado en Midville y quizá se trate de alguna venganza...