CAPÍTULO 6
DANIELA se estremeció al escuchar los disparos y, poniéndose en pie de un salto, trató de localizar su procedencia.
—¡Ralph! —chilló asustada—. ¿Dónde estás? ¿Qué ha pasado?
La superficie rocosa sirvió de pantalla para que el eco de los disparos envolviera por completo a Daniela quien tuvo la impresión de que las detonaciones se producían en los cuatro puntos cardinales.
Se olvidó de la fatiga que atenazaba sus miembros y echó a correr tras los pasos de Ralph Nensky.
Pero apenas se metió entre las primeras rocas no supo por dónde debía continuar para reunirse con el hombre que la había llevado hasta allí.
No sentía el menor aprecio hacia él pero el único valor de Ralph Nensky consistía en que estuviera vivo.
Además aquel paraje rocoso impresionaba en su soledad y silencio.
Daniela sintió la angustiosa necesidad de encontrar a Ralph Nensky mientras corría alocadamente entre el laberinto de rocas que surgían a su paso, obligándola a recorrer mil veces el mismo camino.
—¡Ralph! —volvió a llamar—. Contéstame...
Estaba avanzando por una especie de estrecho pasillo que iba a desembocar a una cornisa que se abría sobre una profunda sima.
Daniela Erber salió al claro...
Fue entonces cuando una mano se cerró sobre su boca al tiempo que un brazo la rodeaba el talle, obligándole a mantenerse quieta.
—¡Ni un grito! —dijo alguien a su oído—. Si lo hace, terminará en el fondo del precipicio.
Daniela volvió sus ojos hacia la sima que se abría a un par de yardas de donde se encontraba y sintió un escalofrío de terror.
Ladeó la cabeza y miró al tipo que la había amordazado con su mano.
Pero al hacerlo se dio cuenta que había un segundo hombre detrás de ellos.
—¿Qué hacemos con ella? —preguntó Mark.
Budy Overstret se acercó a la pelirroja cuyos esfuerzos por soltarse se habían estrellado en la mayor fortaleza del pistolero.
—Ha sido ella quien ha venido hasta nosotros, ¿verdad, preciosa?
Alargó la mano para acariciar el mentón de Daniela pero Mark le apartó con violencia sin quitar su mano de la boca femenina.
—¡No seas estúpido, Budy! —gruñó—. Ralph Nensky puede empezar a buscarla en cualquier momento.
—Será una lástima... No nos queda más remedio entonces que enviarla al fondo de ese agujero...
Los ojos de Daniela se abrieron dilatados por el terror mientras volvía a tratar de quedar libre del brazo que la atenazaba.
Por lo menos consiguió separar los dientes para volver a cerrarlos con fuerza sobre los dedos de Mark Slade.
—Auggg...
El pistolero sacudió la mano en el aire mientras unas gotas de sangre salpicaban el rostro de Daniela.
—¡Maldita pécora! Voy a quitarte las ganas de morder en lo que te resta de vida.
La hizo dar media vuelta hasta quedar frente a él y la propinó un par de bofetadas que la lanzaron trompicada a tierra.
Se agarró a la roca para apartarse del borde del precipicio mientras Budy Overstret se arrodillaba junto a ella para apoyar el cañón del «Colt» contra su pecho.
—¡Un solo grito y te mando al infierno, preciosa! —la advirtió con dureza—. No se te ocurra abrir la boca.
Mark Slade estaba ya junto a ellos con el rostro contraído por la rabia y el dolor mientras de su mano izquierda seguía goteando la sangre.
—¡Quítate de ahí, Budy! —pidió a su compinche—. Esta víbora va a morder a Satanás...
Levantó la bota para empujar a Daniela hacia el abismo pero ésta alargó los brazos hacia Budy Overstret y se abrazó a él con todas sus fuerzas.
—¡No deje que me mate! Por favor, no... —suplicó.
El contacto con aquel cuerpo hizo que Budy Overstret se volviera hacia Mark para ordenarle:
—¡Déjala en paz!
Inmediatamente, añadió:
—Quizá nos pueda ser de utilidad...
Guiñó el ojo a Mark Slade mientras se ponía en pie con Daniela aún abrazada a él.
—Haré lo que quieran —prometió la pelirroja atemorizada—. Pero no me maten.
Ignoraba quiénes eran aquellos dos hombres y el motivo de su presencia en el roquero pero no había para ella nada más importante que su propia vida.
Levantó los ojos hacia el hombre del bigote y le miró con calor.
—Seré obediente... Pero, por favor, no me hagan nada.
Mark la agarró de un brazo y la apartó del borde del precipicio.
—De acuerdo, muñeca —asintió—. Ahora vas a decirnos qué es lo que haces en compañía de Ralph Nensky.
Budy miró desaprobadoramente a su compañero ya que hubiera preferido abordar el asunto de otra manera, pero ya había sido pronunciado el nombre del condenado en Nogales y no podía volverse atrás.
Daniela le miró sorprendida de que supieran el nombre de su acompañante.
—¿Qué tienen que ver con Ralph Nensky? —preguntó a su vez.
La mano de Mark se cerró sobre su cuello y sus dedos se hundieron en la carne hasta hacerla llorar.
—¡Contesta a mis preguntas! —la advirtió—. Todavía estoy tentado de tirarte por ese agujero, y si te muestras insolente lo haré.
Tenía la frente abultada y sus ojos desaparecían bajo sus prominentes arcos superciliares.
Daniela miró aquellas pupilas grises, frías como un trozo de hielo y se estremeció al leer en ellas una terrible amenaza.
—¿Qué quiere que le diga? —murmuró, respirando trabajosamente.
—¿Hacia dónde se dirige Ralph Nensky? ¿Por qué andáis juntos desde Globe?
Budy se cruzó de brazos y contempló a la pelirroja mientras Mark Slade seguía apretando su garganta.
Vio la espalda de su compañero y una vez más, se vio asaltado por el mismo pensamiento que ya le había rondado en otras ocasiones.
En realidad, estaba arrepentido de haber hablado de Ralph Nensky y de lo que éste había dejado entrever en sus días de calentura en el penal de Nogales.
Cerró los dedos sobre la empuñadura de su nuevo cuchillo y, por unos segundos, sus ojos se posaron en la espalda de Mark Slade.
Daniela le miró por encima del hombro del pistolero y adivinó lo que iba a suceder.
Pero estaba tan asustada que fue incapaz de hacer el menor movimiento.
A unas doscientas yardas de ellos, una docena de pies más abajo, Ralph Nensky terminó de llenar el tambor del «Colt» con movimientos nerviosos.
Necesitó unos minutos para serenarse y, retrocediendo unas cuantas yardas, evitó cuidadosamente la proximidad del nido de serpientes.
En realidad todo el roquero era una inmensa colina de reptiles ya que las piedras recalentadas por el sol servían de lecho acogedor para los ofidios.
Media hora más tarde, Ralph Nensky se colgaba las cantimploras repletas de agua después de haber localizado uno de los pozos.
Bebió hasta saciarse y se mojó la cabeza para paliar el calor que estaba soportando.
Después de diez años dentro del penal de Nogales sin apenas disfrutar del sol, aquella cabalgada a través de la llanura había hecho que se levantaran dolorosas ampollas sobre su piel.
Decidió reunirse de nuevo con Daniela mientras recordaba su encuentro con la enorme serpiente.
Con un gesto de asco descendió hasta el lugar donde habían acampado hacía menos de una hora.
Los caballos seguían, trabados y desensillados, en el mismo lugar donde los había dejado pero Daniela no estaba visible.
Dejó las cantimploras en el suelo y la llamó.
—¡Daniela! Ya estoy aquí... Encontré el agua...
No obtuvo ninguna respuesta y se sentó a la sombra en espera de que Daniela regresara.
Pero ésta acababa de crispar el rostro en un gesto dominado por el miedo en el instante en que Budy Overstret levantaba el cuchillo para hundirlo en la espalda de su secuaz.
Fue aquel gesto, sin duda, el que hizo que Mark Slade se doblara a la izquierda en un movimiento reflejo mientras se retorcía con agilidad.
—¡Maldito canalla! —masculló mientras el cuchillo de Budy describía una curva amenazadora sobre su cabeza.
El grito de Daniela se extendió por todo el roquero al sentir el hombro desgarrado por la hoja acerada que, al no encontrar la espalda de Mark Slade, había terminado por hundirse en su hombro.
Mark lanzó el puño al estómago de su compañero y le recibió con un rodillazo al rostro cuando Budy se dobló hacia adelante a causa del dolor.
—¡Vas a lamentar la hora en que empuñaste ese cuchillo! —gruñó desenfundando el «Colt».
Pero Budy se afianzó sobre sus piernas y su gran bigote tembló con rabia al ver fracasado su movimiento sorpresa.
Cambió de posición el cuchillo y lanzó un golpe terrible de abajo arriba, destinado a clavarlo en el vientre de su secuaz.
Mark saltó hacia atrás hasta quedar pegado a la roca mientras la hoja acerada silbaba a muy pocas pulgadas de su rostro.
Otra vez Budy descargó su brazo contra él pero ahora Mark pudo cerrar sus manos sobre la muñeca armada y ambos forcejearon sobre la repisa rocosa.
Budy forzó la posición de su brazo hasta que el cuchillo fue acercándose, pulgada a pulgada, al pecho de Mark Slade mientras éste empleaba todas sus fuerzas en mantener lejos de sí la punta del arma.
—¡Voy a matarte!—masculló Budy—. Todo el dinero de Ralph Nensky será para mí. ¡Nunca debí decirte una palabra de ello!
Mark contempló con sus ojos hundidos al hombre que tenía frente a él, como si fuera la primera vez que le viera.
Con voz entrecortada por el esfuerzo, murmuró:
—¡Eras una basura cuando saliste de Nogales! De no haber sido por mí nunca habrías conseguido abrirte camino de nuevo...
—¡Ahora ya no te necesito! Iré a Midville yo solo.
—¡Canalla! ¡Has querido matarme por la espalda y eso vas a pagarlo!
Daniela Erber asistía hipnotizada a la lucha de los dos hombres, intensamente pálida mientras su mano derecha se apretaba el corte que el cuchillo la había hecho en el hombro.
No era demasiado profundo ni doloroso, pero siempre había sentido una gran impresión a la vista de la sangre y ahora, sintiéndola escapar entre sus dedos, empapando su blusa, tuvo que dominarse para no sufrir un desvanecimiento.
—¡Voy a mandarte al fondo del precipicio!
Mark Slade miró el corte de la roca y sus ojos se perdieron en el tajo profundo que se abría entre ellos.
Se echó hacia atrás mientras Budy aprovechaba para apartarse unas pulgadas del abismo y pasar de nuevo a la ofensiva.
Con el canto de la mano golpeó a Mark Slade en la base del cuello, obligándole a doblar la cabeza con un gesto de dolor antes de tambalearse a resultas de un izquierdazo al hígado.
Otra vez quedaron ambos enfrentados, contemplándose con odio.
Durante unos segundos sólo se escucharon sus respiraciones jadeantes mientras se observaban en espera de poderse sorprender mutuamente.
Pero en aquella ocasión Mark Slade fue más rápido que su secuaz.
Inclinándose hacia delante desenfundó el «Colt», amartillándolo y encañonándole con un destello de odio en sus ojos grises.
—¡No te muevas! —le advirtió—. Ahora voy a matarte y serás el mejor festín que hayan tenido jamás los buitres...
Budy Overstret trató de buscar una salida a su apurada situación.
Pero Mark se movió hacia la izquierda para encañonar al mismo tiempo a Daniela Erber quien seguía apoyada en la roca, pálida y asustada.
—¡Voy a mataros a los dos! Después me ocuparé de Ralph Nensky y los diez mil dólares serán míos.
Miró a Budy que estaba inmóvil frente a él, con las manos a la altura de la cintura.
—Tenías razón —volvió a decirle—. No hay ninguna necesidad de que compartamos ese dinero... ¡Pero seré yo quien lo disfrute!
—Espera... A ti no te conoce Ralph Nensky y no podrás...
Mark Slade soltó una risa sardónica ante el desesperado intento de Budy por salvar su pellejo.
—¡No vas a convencerme! —le interrumpió—. No te necesito para nada... Seguiré a Ralph Nensky hasta Midville y aguardaré a que tome el dinero.
Volvió el arma hacia Daniela y añadió:
—Tampoco tú me haces falta para nada. Sabes demasiado y correrías a avisar a tu amiguito de mis planes...
—¡No me mate! —suplicó la pelirroja, dando un paso hacia él—. ¡No diré nada! No lo haga...
El silencio de la mole rocosa fue roto por el seco estampido de un arma.
Ralph Nensky se puso en pie de un salto mientras desenfundaba el «Colt» y levantaba su mirada hacia lo alto.
Estaba seguro de que el disparo había procedido de las rocas más elevadas aunque el eco hiciera difícil precisar el origen de los disparos.
Recordó la ausencia de Daniela y dudó entre ir en busca de la causa de las detonaciones o ensillar su caballo y alejarse de allí lo más rápidamente posible.
Mark Slade hizo una pirueta en el aire y se desplomó sobre la roca con un balazo en la frente.
Daniela ahogó un grito al darse cuenta que el disparo que había escuchado con los ojos cerrados no había sido realizado contra ella.
Miró el cadáver del pistolero, caído a sus pies y...
Un segundo disparo se estrelló en la roca y Budy Overstret tuvo que arrojarse al suelo para no seguir el camino de su compañero.
Abandonó el cuchillo y sacó el «Colt» de la pistolera mientras trataba de localizar al tirador que había hecho fuego.
No tuvo tiempo de hacerlo pues media docena de esquirlas desgarraron su rostro al ser desgajada la roca por un nuevo proyectil.
Vio el brillo metálico de un rifle que asomaba sobre una de las peñas situadas sobre su cabeza y comprendió, con desesperación, que se hallaba a merced del tirador.
Hizo un par de rápidos disparos y rodó sobre la caliente superficie de la roca mientras nuevos proyectiles se estrellaban en la mole granítica.
Daniela se tapó los ojos para no ver lo que ya era irremediable.
El grito ronco de Budy Overstret se extendió sobre el promontorio mientras su cuerpo perdía el apoyo de la roca y se despeñaba por el borde del abismo.
Había intentado escapar a la muerte, pero al hacerlo su mismo afán de salvarse le había llevado hasta despeñarse por la sima.
—¿Estás bien, Daniela?
Daniela Erber reconoció la voz de Takis Gordon.
Un par de minutos después éste llegaba hasta la pelirroja, con el rifle aún caliente en sus manos, y una sonrisa astuta en su rostro bien afeitado.
—Estos dos estúpidos estuvieron a punto de estropearnos el juego —murmuró, sin mostrarse demasiado interesado en la herida de la mujer—. Ahora te llevaré con Ralph Nensky. ¡Pero no olvides que no debe darse cuenta que nos conocemos!