26

 

Fanny se despertó porque le habían echado algo encima del cuerpo. Abrió los ojos, pero el sol la deslumbró con tanta fuerza que volvió a cerrarlos. Aquel peso sobre su barriga se movía y comenzó a gimotear. ¡Su hija¡ Fanny se incorporó con grandes esfuerzos y pese a los dolores, y atrajo a la pequeña hacia ella; luego miró a ver si veía a Zahaboo por allí.

Se sentía como atontada, como si tuviera fiebre, y se llevó la mano a los ojos para poder ver mejor. Se encontraba en el coche con el que había escapado, pero ya no estaban en el bosque de los árboles aloe, sino en un territorio desconocido, muy árido. El coche estaba parado junto al tronco de un árbol sin hojas, y Zahaboo estaba tendiendo en ese momento un pañuelo desde el tronco del árbol al coche para amarrarlo.

–¿Adónde me llevas? –preguntó Fanny, a pesar de que le era completamente indiferente.

Zahaboo no interrumpió su trabajo, sino que murmuró algunas palabras para sus adentros al tiempo que hacía un movimiento negativo con la cabeza, como si no estuviera de acuerdo con lo que estaba haciendo.

–Y voy a poner a la madre a salvo, por Dumisani.

Fanny no entendió lo que Zahaboo quería decirle, y como su hija rompió a llorar con intensidad creciente, se recostó y tan solo deseó dormir y no despertar nunca más.

Zahaboo la zarandeó y a través de gestos le dio a entender que debía dar de mamar a su hija. Fanny cerró los ojos cansada y se dio la vuelta. Acto seguido se subió Zahaboo al coche, incorporó a Fanny para que estuviera sentada y ella se sentó detrás de ella para servirle de apoyo, rodeó a Fanny con los brazos y le llevó la pequeña hasta el pecho; acompañaba sus acciones murmurando rítmicamente palabras en zulú, que tenían una sonoridad potente, como un conjuro. «Umama ubisi: umama ubisi» Mecía suavemente a Fanny de un lado a otro, y aunque esta se ponía rígida porque sentía dolores y porque se defendía contra ese roce, al cabo de un rato se sintió arrullada por el movimiento y por el canto monótono. Finalmente consiguió dar el pecho a su hija. La pequeña mamaba con ansia, se atragantó, se puso a llorar de inmediato con rabia, Zahaboo la colocó con suavidad sobre el hombro de Fanny hasta que consiguió eructar, y luego la volvió a colocar al lado del pecho para que continuara mamando. Y durante todo ese tiempo estuvo cantando Zahaboo las palabras «umama ubisi».

Fanny se entendía cada vez menos a sí misma. Ayer, al mirar a su hija, sintió el deseo de defenderla como una leona, pero hoy se la habría vendido de inmediato a Zahaboo únicamente para poder dormir en paz.

Cuando Lottchen quedó saciada, Zahaboo llevó a Fanny y a la niña bajo un toldo provisional. Sobre la base arenosa ella había extendido una piel de vaca y exhortó a Fanny a que durmiera encima. Se echó y se quedó dormida al instante.

Muy poco después volvió a despertarla Zahaboo, que le tendió a la niña, que estaba llorando. Fanny se sentía un poco mejor y esta vez consiguió ponerle el pecho a la niña sin ayuda, pero le pareció doloroso y molesto, y deseó estar a solas. Al mismo tiempo se avergonzó. Durante el embarazo se había acariciado la barriga imaginando cómo calmaría el hambre de su hijo con alegría, cómo lo tendría en brazos recién bañado y barboteando alegremente y cómo su sola visión la colmaría de toda la felicidad de la Tierra.

Y ahora no sentía nada semejante. Estaba cansada por el dolor y se sentía pegajosa por el calor y la suciedad. Brotaron las lágrimas en sus ojos y cayeron goteando sobre su hija. Involuntariamente estrechó aún más a la pequeña contra su cuerpo. Debía poner un punto final a esa autocompasión, porque si no era capaz de amar a su hija, entonces a esta le alcanzaría el mismo destino que a ella. Eso le pareció como un triunfo de Ludwig, y eso no debía ser así, de ninguna de las maneras.

Pensar en Ludwig puso algo en marcha en su interior, hizo que su corazón latiera más rápido. Él se las pagaría. «Mi venganza será más cruel que todo lo que viviste en ese internado», se juró a sí misma.

Para ello tenía que estar sana, a continuación, necesitaba un plan y, sobre todo, dinero.

Zahaboo le tendió la bota de agua y una calabaza llena de omeire y le retiró a la pequeña ya saciada. «Tengo que encontrar un nombre que encaje contigo mejor que el de Charlotte –pensó Fanny–, de alguna manera eres demasiado pequeña y demasiado negra para que te llames Charlotte.»

Zahaboo se levantó con la pequeña y la meció entre sus brazos de un lado a otro mientras le tarareaba canciones desconocidas, lo cual parecía gustar a la hija de Fanny, porque finalmente se tranquilizó y se quedó dormida.

Fanny bebía alternativamente agua y omeire. Sus ojos recayeron en el camisón manchado de sangre y suciedad, el mismo con el que había salido de casa huyendo de Ludwig. «Pero incluso si tuviera agua –pensó Fanny–, estaría demasiado cansada como para lavar.»

Zahaboo acostó a Lotte junto a Fanny encima del pellejo y se puso a examinar entonces el pie de Fanny. Al hacerlo hacía gestos negativos con su imponente cabeza y susurraba para sus adentros. Fue entonces cuando se percató Fanny de que su pie estaba envuelto con jirones de tela. Por debajo se divisaban un ungüento y hojas.

Zahaboo abanicó el pie de Fanny con una cola de ñu, la olió y siguió abanicándolo. Después extrajo unas hojas de una bolsita que llevaba colgada del cuello, las masticó y se las colocó sobre la mordedura. Fanny, fascinada, la miraba hacer y meditaba qué hojas podían ser aquellas. Cuando la masa pastosa tocaba su pie hinchado, ella tenía una sensación de frescor y de relajación. Suspiró involuntariamente y de pronto se sintió mucho mejor, y quiso incorporarse y contemplar con más precisión el paisaje. Estaba segura de que no había estado nunca en ese lugar.

–¿Dónde estamos? –preguntó a Zahaboo.

La madre de John la miró con gesto inquisidor desde sus ojos negros, grandes corno canicas. Fanny señaló la tierra con la mano extendida y repitió:

–¿Dónde?

–Y usted va conmigo al desierto. –Zahaboo señaló con el dedo hacia el oeste. –¿John? –preguntó Fanny esperanzada. Zahaboo negó enérgicamente con la cabeza, lo cual hizo que sonaran todos los brazaletes y pendientes que llevaba puestos.

–Y inkosana trabajar, y usted no debe verlo.

–¿Dónde trabaja John?

Zahaboo se plantó delante de Fanny con su vestido camisero de color amarillo claro y se la quedó mirando tan fijamente que ella se estremeció sin querer.

–Y yo solo hablo poco alemán. Y solo porque Dumisani dice ayudar a umama. –Zahaboo hizo un gesto negativo con la cabeza y gimió corno si su hijo le hubiera cargado con un peso terrible. Señaló con el dedo la pulsera de abalorios en el brazo izquierdo de Fanny.

»Maldiciones de brujas. –Se llevó un dedo al pecho–. Inyanga. –Entonces hizo como si se clavara una espada imaginaria en el pecho y añadió–: Bulala umthakathi umubi:

Al pronunciar estas palabras no dejó de señalar una y otra vez la pulsera y extendió la mano hacia ella. Fanny no poseía la fuerza para resistirse. Además, no creía que los abalorios pudieran ayudarla ahora. Se quitó la pulsera y se la tendió a Zahaboo.

Esta la agarró y se alejó algunos pasos. Comenzó a tararear en voz baja al tiempo que oscilaba suavemente de un lado a otro. Su vestido ondeaba también como flotando en el aire. Fanny le dirigió una mirada ausente; sin embargo, Zahaboo estaba colocada de manera que solo podía verle la espalda.

Al cabo de un rato se dio la vuelta y se acuclilló junto a Fanny. Se quitó un collar que llevaba oculto bajo el vestido, y se lo tendió a Fanny. Era una cinta de cuero de la que colgaban tres de los abalorios mágicos de Fanny.

Fanny se quedó mirando fijamente aquellos abalorios y supo en ese momento que había algo que no cuadraba con ella, pues tiempo atrás habría atosigado a Zahaboo inmediatamente con todo tipo de preguntas. Sin embargo, hoy todo le resultaba indiferente. Zahaboo le puso los abalorios debajo de la nariz y suspiró.

Indaba ende, y usted hombre muerto.

Fanny se encogió de hombros, solo deseaba una cosa: volver a dormir otra vez. Se recostó, rendida, pero Zahaboo le zarandeó la cabeza con tanta intensidad que los pendientes le oscilaron de un lado a otro.

–¡Y usted hablar ahora! –dijo levantando de nuevo a Fanny –. Vamos al desierto porque a usted el enemigo viene –dijo señalando a oriente.

Ya podía Ludwig alcanzarla o matarla, a ella le daba lo mismo.

Fanny se dejó caer hacia atrás y se quedó mirando al cielo, tan azul como los ojos de Ludwig, azul como los ojos de su hija. Tanteó buscando a la pequeña, se la colocó sobre su vientre y la contempló. Al dormir se le fruncía la naricita, y la boquita se le contraía como si estuviera soñando algo bonito. ¿Qué le estaba sucediendo que se mostraba tan apática? ¿Estaba tan cambiada que no era capaz de sentir cariño maternal siquiera? ¿Le había sucedido algo similar a su madre? ¿Fue ese el motivo por el que la dejó abandonada?

La pequeña se llevó el pulgar a la boca y comenzó a chupárselo. Los ojos de Fanny se llenaron de lágrimas.

Zahaboo retiró a Lottchen del cuerpo de Fanny, la acostó en el coche y quitó la tela que hacía de sombrilla. Fanny quedó deslumbrada de repente y ella la animó a que se sentara en el coche. Entonces, Zahaboo desató los caballos y profirió unas exclamaciones similares a las que Fanny conocía de los campesinos de las montañas de Baviera.

A Fanny le pareció que los caballos corrían más que cuando los condujo ella. Zahaboo andaba hurgando en una de las bolsas que llevaba en torno a la cintura, pero que quedaban tapadas por una especie de capa de tela que le caía del hombro como una toga romana. Finalmente extrajo unas hojas negras, se las tendió a Fanny y la exhortó a que las masticara. Tenían un sabor sorprendentemente dulce, y al cabo de un rato, Fanny se sintió reanimada y llena de energía, y le resultó más fácil sentarse erguida. Con cada paso que daban los caballos, el territorio se iba volviendo más seco, cada vez había menos plantas.

Zahaboo apremiaba a los caballos para que se dieran prisa y parecía saber exactamente adónde se dirigía. Sin embargo, cuanto más avanzaban, más árido se iba volviendo el paisaje. ¿Adónde pretendía ir la madre de John?

Viajaban por una estepa amplísima, cuyos matorrales bajos estaban cubiertos por una capa fina de arena, de modo que únicamente se destacaban las puntas más externas.

A jornadas de distancia, en el horizonte, se elevaban unas montañas de color gris oscuro. No había un solo árbol a lo ancho y largo de aquel territorio, de vez en cuando sobresalía súbitamente de la arena el esqueleto de un arbusto. La lluvia torrencial bajo la cual había parido Fanny a su hija parecía no haber llegado a aquella zona.

Si las estaban persiguiendo, entonces podía divisárseles mucho mejor en aquel desierto, porque, con excepción de ellas, nadie más creaba esos remolinos de polvo al avanzar, no había siquiera animales. Hacía ya horas que no se habían encontrado con ninguno.

Zahaboo pasó por alto las preguntas de Fanny y ordenaba avanzar insistentemente a los caballos con sus gritos cantarines, con lo cual a Fanny le pareció que volaban a pesar de su habitual indolencia.

De pronto se dilataron los ojos de Zahaboo, y su rostro serio se relajó. Al parecer había divisado algo. Fanny se colocó una mano por encima de los ojos en forma de visera y se puso a buscar con la vista, pero no distinguió nada a pesar de las ganas que puso.

No fue sino al cabo de un buen rato cuando también Fanny divisó una concentración de rocas y unos arbustos llamativamente verdes. Desde el centro de aquel oasis verde de piedras brillaba algo. Y aquel era con toda seguridad el objetivo que perseguía Zahaboo, solo que Fanny no pudo sonsacarle qué pretendía hacer allí.

Mientras Fanny daba de mamar a su hija, que se había despertado llorando, se puso a pensar adónde dirigirse y dónde obtener dinero. Si se adentraba cada vez más con Zahaboo en el desierto, ¿cómo encontraría la manera de salir de allí?

Cuanto más se acercaban al pequeño montón de rocas, con más claridad pudo reconocer Fanny lo que brillaba allí. Era una planta con unos tallos gruesos y carnosos, y unas flores grandes y de cinco puntas que por el exterior eran de un color rosa intenso y por dentro blancas, y que, en mitad del desierto producían una sensación extraña, como si estuvieran en un lugar equivocado.

Zahaboo detuvo los caballos y saltó del coche. Hizo señas a Fanny para que fuera con ella. Fanny acostó a Lottchen y se bajó despacio, luego fue cojeando hasta donde se encontraba Zahaboo, parada frente a la planta como si fuera una reliquia sagrada.

Imbali! –dijo Zahaboo señalando con el dedo las flores–. Y es una planta sagrada, y raras veces está aquí. Yo la conozco por las tierras de mis antepasados. Es ouzuwo, la rosa del desierto.

Fanny se encontraba sin saber qué hacer frente a aquellas esplendorosas flores.

–¿Es una planta medicinal? –preguntó.

Zahaboo meneó la cabeza y chascó luego la lengua.

–Y con ouzuwo se hacen flechas envenenadas.

Zahaboo se inclinó hacia la planta y la olió, luego exhortó a Fanny a hacer lo mismo.

Fanny hizo lo que le pidió, a pesar de que al agacharse se dispararon los dolores como cuchilladas en su espalda.

–¡Ohh! –Sorprendida por aquel aroma insospechadamente intenso, volvió a enderezarse profiriendo varios gemidos.

Zahaboo estaba frente a Fanny con un porte mayestático en su vestido de color amarillo claro que llegaba hasta la tierra, y la observaba expectante, casi como al acecho. Se llevó un dedo a la nariz y preguntó a Fanny si había olido algo.

–Por supuesto –dijo Fanny–, esta ouzuwo tiene un aroma muy fuerte a miel, melones y vainilla.

–Miel –repitió Zahaboo meditabunda. Al parecer no conocía la palabra.

Fanny trazó con su dedo índice pequeños círculos en el aire y reprodujo el sonido del zumbido de las alas de las abejas. Luego hizo como si comiera la pegajosa miel.

En el rostro de Zahaboo se extendió una amplia sonrisa.

Uju!

–Y tsama –añadió Fanny esperando que Zahaboo supiera que se estaba refiriendo a los melones.

Zahaboo hizo una seña a Fanny con la cabeza tan favorable que le pareció que hubiera aprobado un examen de vital importancia con brillantez.

Zahaboo se puso a dar vueltas alrededor de la planta brincando primero sobre un pie y luego sobre el otro, y comenzó a cantar una canción suave.

Leliyafu, leliyafu. –Daba palmadas y exhortaba a Fanny a adherirse.

Fanny se sentía todavía débil, pero Zahaboo no transigió. Agarró las manos de Fanny y las hacía golpear con las suyas una y otra vez. Fanny se quedó desconcertada al darse cuenta de que cada vez que sus palmas se tocaban, unos rayos cálidos atravesaban su cuerpo. Miró con asombro a Zahaboo, que la soltó, le hizo una seña con la cabeza y luego se puso a danzar cada vez más rápidamente en torno a la rosa del desierto.

Fanny no aguantaba más de pie, se sentó en la arena e intentó seguir el ritmo de Zahaboo con palmadas. Mientras lo hacía contenía la respiración con la expectación de que fuera a suceder algo extraordinario.

Contempló el cielo y no se habría extrañado si en mitad del día hubiera caído una estrella o que se hubiera ensombrecido el sol. Nada, por encima de ella todo estaba azul. Un azul claro, como los ojos de su hija. Dirigió la vista al coche, todo parecía tranquilo. Sin embargo, Fanny se sentía nerviosa y activa, habían desaparecido los dolores. Al mirar de nuevo la rosa del desierto, le pareció que las flores giraran en torno a sí mismas como peonzas. Intentó concentrarse en las flores, pero solo veía rayas de color rosa y blanco que se movían en círculo y que se iban haciendo cada vez más grandes.

Volvió a dirigir la mirada a Zahaboo, que seguía danzando en torno a la planta y dando palmas. «Esto se debe seguramente al calor –pensó Fanny–, solo al calor y al sol y esas hojas que me ha dado Zahaboo.»

Trató de levantarse y esperó a que se desatara el dolor familiar en el pie; pero este no se produjo. De pronto sintió el apremio de adherirse a Zahaboo y ponerse a danzar también, pero al cabo de algunos pasos notó que le seguían faltando las fuerzas. Se dirigió dando tropiezos al coche y se sentó al lado de su hija. Y aunque no tenía ni la más remota idea de qué significaba todo aquello, percibió que no tenía por qué tener ningún miedo.