Capítulo 11

 

Irregularidades en Baker Street

Regresamos al 221B y descubrimos que la señora Hudson se había encargado de que reparasen la sala de estar de Holmes después del incidente del fuego. Era una tranquilidad regresar a aquellas habitaciones conocidas, donde hasta los muebles habían sido restaurados hasta quedar como cuando yo vivía allí.

Cualquier resto de la debacle de Holmes producida por la droga había sido eliminado, sus papeles y su equipamiento químico estaban ordenados y la habitación había sido aireada y estaba limpia. El fuego estaba encendido y sobre la mesa había té, brandy y bollos esperando nuestra llegada.

También había una nota de Mary. Debido a las necesidades de su madre, tenía que prolongar su estancia, de modo que yo era libre, al menos de momento, para seguir con Holmes. Lo único que te pido, querido John, me había escrito, es que prometas cuidarte como cuidas de mí… y de tu amigo. Ten cuidado.

Dejé nuestras maletas con gran alivio, colgué mi abrigo y me serví una taza de té. Sin embargo, Holmes me sorprendió al ofrecerles a Vidocq y a mademoiselle La Victoire mi antiguo dormitorio, donde serían sus invitados mientras buscábamos a Emil en Londres.

Desde que yo me casara, la habitación solo se había usado como una especie de laboratorio y almacén para el equipamiento, los papeles y los proyectos de investigación de Holmes. Todo aquello lo trasladó la señora Hudson al sótano con ayuda de un chico.

—Holmes, esto no es propio de ti —me aventuré a decir cuando mademoiselle La Victoire y Vidocq estaban arriba descansando—. Y me parece un poco inapropiado.

—Watson, ya sabes que me importa poco el decoro. De este modo podré velar mejor por la seguridad de mademoiselle.

—Entonces entiendo que es solo por su bienestar —dije yo—. ¿No te sientes atraído por ella? ¿Ni siquiera un poco?

Holmes resopló.

—Watson, por favor. Si fuera así, ¿la alojaría cómodamente con su amante bajo mi propio tejado? —Hizo una pausa y sonrió con picardía—. ¿Acaso esperabas regresar a tu vieja habitación durante la investigación?

De hecho estaba deseándolo.

—No —respondí, con más brusquedad de la que pretendía.

De todos modos me quedé para escribir mis notas y pasé una tarde agradable mientras Holmes se entretenía con los telegramas, con una visita de los Irregulares y leyendo un poco. Sin embargo, a medida que nuestros visitantes franceses iban y venían, el apartamento fue llenándose de quesos suaves y malolientes y flores, como si Francia se hubiera anexionado a nuestros viejos aposentos. Holmes se marchó poco después a hacer un recado sin dar ninguna explicación y, mientras yo esperaba a que regresara, mi enfado se volvió intolerable. Recogí mis cosas para marcharme.

En ese momento Holmes entró por la puerta y se dejó caer sobre el sofá con un suspiro. De nuevo advertí la palidez provocada por el cansancio.

—¿Qué has estado haciendo, Holmes? —le pregunté.

Él miró hacia arriba para señalar la presencia de sus invitados en la habitación del piso de arriba.

—Luego, Watson.

—Descansa un poco —dije yo—. Son órdenes del médico. Ahora debo irme.

—Quédate a cenar.

—Te veré por la mañana —insistí yo antes de marcharme.

Tras pararme en un pub a tomar un sándwich, regresé a mi casa a dormir. Molesto y exhausto, caí en la cama y me quedé dormido de inmediato. Tras lo que parecieron unos pocos minutos, me despertó el timbre de la puerta. Miré el reloj.

Apenas eran las seis de la mañana y nuestra ama de llaves aún no se había levantado. Me arrastré reticente hasta la puerta con una bata echada sobre el pijama.

Ante mí había un viejo decrépito con los dientes rotos y sucios, encogido frente a la puerta como una rata malévola. Debía de ser marinero, a juzgar por su ropa.

—¿Qué sucede? —pregunté de malos modos.

—Vístete, Watson. —Fue la voz de Holmes la que surgió de dentro de aquel fantasma—. Mycroft nos ha convocado de inmediato.