VEINTITRÉS

 

 

 

A cada día que pasaba y que veía más cerca el inicio de lo que sería el sentido último de su reinado y su existencia, se veía más poderosa y capaz de hacer todo aquello que había tratado de postergar, pero que sabía que sería irremediable. Ahí estaba ese momento. Inmediatamente después de ver su sello en la tablilla se sintió liberada de una gran carga que había llevado con entereza desde que accedió al trono. Sonrió al ver que aquello sólo era el comienzo, intentando apartar de su mente cualquier pensamiento que podría echar abajo sus buenos ánimos.  

En aquel barro en el que podía leer la letra de Dumuzi dictada por ella, se plasmaban todas las cláusulas que seguirían en la empresa de la muerte que comenzarían ese mismo día. Las instrucciones a seguir habían quedado claras tras meses de discusión, y una vez que por fin los extranjeros habían regresado a su tierra, era el momento de comenzar.

Ishtar reunió inmediatamente a todo el acrópolis en la sala dorada, cada noble tomó asiento en su puesto, y esta vez se hizo pasar a los esclavos. Todos ellos quedaron de pie en el pasillo central a ambos lados del estanque alargado que dividía las dos filas de asientos. No se levantó cuando la guardia les hizo pasar y en sumo silencio les observó acercarse. Todos ellos cumplirían sus órdenes tal como ella se las dictara, pues a ella le debían todo cuanto eran, así como su ascenso a la vida del témenos. Por nada del mundo la defraudarían. Su devoción hacia ella era incondicional y de ellos dependería la ejecución de sus deseos. Vio en ellos, al observar cada rincón de la sala, la misma expresión de las gentes de Sinniria cuando la vieron por primera vez, y adivinó sus pensamientos: nadie más que un dios podría ser el responsable de ello. Una vez más garantizaba su fidelidad.

La inquietud se había hecho insoportable en los últimos días, y ya no pudo esperar más para dar rienda suelta a sus planes. Se levantó de golpe y esta vez fue ella quien les habló, sin necesidad de ninguna mediación. Como si a cada uno les hubiera robado toda voluntad que les quedara, grabaron a fuego en su mente cada palabra de su diosa y se dispusieron a realizarlas exactamente como ella les había ordenado.

-       Harán todo lo que les he dicho – le decía a Dumuzi con la mirada perdida en sus súbditos, los dos a las puertas de la sala dorada –. Soy Ishtar, y todo me lo has dado tú.

Habían terminado la reunión y todo el mundo había salido cumpliendo escrupulosamente los planes. Ellos habían salido los últimos, observando desde allí todo lo que sucedía en el inicio de esa primera jornada. Dumuzi la miró a la vez que agarraba su mano con suavidad. Ella se dejó, pareciendo que no se había dado cuenta. Sintió que le daba un vuelco el corazón al oírla hablar de esa manera. Muchas veces le había agradecido todo lo que había hecho por ella, pero nunca sintió esa sensación de despedida, como si todo se acercara a un inminente final. Ella se volvió al sentir su mirada, pero sus ojos no delataban ninguna sensación.

En ese instante los hechos parecieron desatarse a una celeridad que ya no se detendría hasta primavera. Cuatro meses de imparable actividad. Ishtar se separó para ir a vigilar a los funcionarios que estaban dando órdenes a los esclavos, y Dumuzi fue a la sala de los sacrificios para encabezar los ritos excepcionales a ese periodo igualmente extraordinario. En ese tiempo no dejarían de realizar plegarias para ganarse el favor de los demás dioses a su causa, y recordar a todos aquellos que pudieran oponérseles que nuevamente saldrían vencedores. A los pies del zigurat la actividad era insólita. Cada funcionario estaba organizando partidas de diez esclavos cada una, en las que se nombraba a un oficial responsable de sus compañeros. Cada partida pertenecía a un grupo compuesto por tres de ellas, y en total había cuatro grupos que tendrían funciones distintas en el proceso.

Uno de los grupos volvió inmediatamente a su trabajo normal en el témenos, pues se necesitaba a gente para seguir atendiendo a los nobles. El primer grupo que ya estaba saliendo, se encargaría de custodiar la Morada y convertirla así en una fortaleza infranqueable. El segundo grupo, al que aún se le estaban dando instrucciones, se encargaría de trasladar a los humildes que habían seleccionado y de encargarse del control interno en todo el tiempo que durara la estancia. Y por último, el tercero, se encargaría de trasladar toda la información y de las relaciones con el templo, como una especie de supervisores y garantes de los planes de Ishtar.

Allí, la reina encontró a Summ, administrador de los campos, organizando a ese último grupo. Parecía nervioso, pero no dijo nada hasta que ella le preguntó.

-       Mi reina, hay algo que quizá se nos haya olvidado establecer – le sugirió con cautela.

-       ¿Y de qué se trata? – le preguntó sorprendida.

-       Veréis, me están diciendo el grupo de supervisores que no les hemos dicho la cantidad de comida y agua para trasladar a la Morada, y ahora que me doy cuenta jamás hablamos de ello en nuestras reuniones.

Ishtar dejó escapar una sonrisa cansada.

-       No lo hemos hablado, porque no hay nada que establecer sobre ello.

-       ¿Entonces…?

-       Entonces – contestó apartándolo un poco y bajando la voz –, nada de nuestras reservas va a salir del acrópolis. Son nuestras y de nadie más. Ellos, mientras permanecieron en los suburbios, se procuraron su propio alimento además del nuestro porque así les correspondía. Nosotros no vamos a darles nada porque no es nuestra tarea.

-       Ya entiendo – comprendió –. Así es como lo vais a hacer, ¿verdad?

-       ¿Existe alguna otra posibilidad?

Summ no dijo nada. Bajó la cabeza y se volvió de nuevo al grupo. Ishtar, mientras, observaba a los que quedaban allí. En esa primera temporada todos los humildes con funciones dedicadas a la agricultura iban a perecer en aquella fastuosa mansión. Con los silos llenos y una vía de comercio anual, la de Sinniria, que les abastecería de productos básicos, convertía a los agricultores en innecesarios, por tanto podían ser eliminados. Al año siguiente ya pensarían cuales eran los más prescindibles para continuar con su tarea. Eso sí, el método sería para todos el mismo, y como le había insinuado a su funcionario, se irían consumiendo de la misma manera que Hennia estaba agonizando. Ella se sentía obligada a hacer aquello por parte de fuerzas mayores, y por tanto, no atacaría directamente a aquellos que en última instancia eran habitantes de su ciudad. Dejaría que la naturaleza hiciera el trabajo abandonándolos a su suerte, pues era la mejor forma de no hacerse responsable de una muerte. Una vía más lenta, sí, pero indirecta.

Esa noche, al regresar a sus aposentos sonrió aliviada, sintiéndose ligera, como no lo había estado en meses. Sabía que aún quedaban muchos días de preocupaciones, de estar pendiente de todo aquello que sucedía al otro lado de las murallas, pero ya lo había puesto en marcha. Ya lo había hecho, viendo cumplida su responsabilidad y todo lo que se esperaba de ella. Pero en seguida, se sumió en las preocupaciones que a su vez la llevaban atormentando desde el mismo comienzo.

Tumbada en mitad de la cama se encogió y cerró los ojos. Pensó en su hijo, y su imagen le vino tan clara como la última vez que le viera; alejarse por ella, para honrarle a ella. Le había expulsado de su reino, pero él pareció adivinar que le aceptaría en una vuelta que jamás sucedería. Ella ya lo sabía cuando lo vio marchar, y no entendió por qué aún hoy se empeñaba en seguir buscándolo. Nunca le volvería a ver, había dejado de existir. Ella también arrastraría esas consecuencias, pues en su eternidad existiría un hueco vacío. Se removió entre una profunda angustia que apenas pudo calmar cuando Dumuzi vino a ella esa noche. Ni siquiera se movió ni le dijo nada mientras se recostaba a su espalda en un abrazo. Trajo con él un aroma a humo y hierbas ceremoniales, el mismo perfume con el que se despertó al día siguiente. Se dio la vuelta, pero ya no estaba, y desperezándose salió hacia el zigurat.

Cuando se detuvo a los pies de las escaleras no supo muy bien que haría a partir de ahora, pues ella ya había hecho todo lo que le correspondía y ahora sólo tenía que esperar a recibir información. Dudando se encaminó a lo alto y estuvo dando vueltas alrededor del templete hasta que acabó en el interior releyendo las múltiples tablillas que había escrito con los testimonios de su reinado.

Y así se le fueron pasando los días, sorprendida de que le fueran tan livianos. Ella se imaginaba que quizá su conciencia se agitaría impaciente hasta que llegara el fin de la temporada, pero por el contrario, sus ánimos iban a mejor a medida que el tiempo se hacía más frío y los esclavos emisarios que iban y venían a la Morada le informaban de que “todo progresa tal como lo mandó”. Sin embargo, ese año estuvo más sola que ningún otro. Dumuzi estaba muy ocupado con los ritos y las ceremonias en la capilla junto a los demás sacerdotes, la vida pública se resumía a las excepcionales reuniones en la sala dorada para no concretar nada nuevo, y por su parte, tenía muchísimo tiempo libre incluso para aburrirse. Pero no le importaba la soledad, al contrario, le aliviaba. Jamás había disfrutado tan libremente del templete del zigurat sin ninguna interrupción, sumiéndose a sus propios deseos. Incluso había veces que se pasaba allí el día entero. Por la mañana los esclavos le subían la comida para todo el día y unos cuantos braseros, y por la tarde únicamente bajaba para meterse de nuevo a la cama.

 

Esa tarde millones de copos de nieve se suspendieron en el aire sin decidirse a caer a la tierra. Hacía un frío gélido, a pesar de que el sol brillaba con más fuerza que nunca entre las nubes, pero aún así, Shamash no quiso obsequiarles con su calor. Mareada por el humo que desprendían los braseros salió a ventilarse a la terraza, y sujetando con fuerza su capa contra su cuerpo se quedó extasiada con los resplandores que parecían escupir los techos de la Morada. Allí estaba, en lo más alto de su ciudad, quizá del universo, dominando con su mirada todo aquello que se extendía ante sí. Cada día se iba sintiendo un poquito más liberada de la dura carga con la que le habían impuesto. Incluso podía decir que sentía que con cada vida que se consumía, su alma iba quedando a cada segundo un poco más redimida.

No corría ni un ápice de viento, pero continuamente los copos de nieve se iban deshaciendo en su piel a la vez que el frío parecía colarse hasta lo más profundo de su persona. Pero se sentía bien. Quizá Dumuzi tuviera razón y esta vez todo sería diferente, quizá sobreviviera para reinar en un nuevo ciclo.   

Miraba la Morada desde lo alto del zigurat, tan impecable ahora como lo pudiera estar el día de su inauguración. La temporada estaba llegando a su fin, incluso antes de lo que esperaba. A penas habían transcurrido dos meses y según los informes ya quedaba poco. En el fondo lamentaba que su pueblo se hubiera tenido que ver destinado cíclicamente a aquellas desgracias, pero a esas alturas aquellas personas, de las que sabía por boca de los esclavos que habían degenerado en simples instrumentos de trabajo, ya ni siquiera servían como tal. Había sido su obligación actuar drásticamente, pues ya lo había dejado correr demasiados años hacia lo inevitable.

En origen eran como ellos, incluso sabía por las tablillas que los nobles y la gente de los suburbios hablaban y se relacionaban, pero ahora se habían corrompido hasta convertirse en una especie que ya no sabía si eran humanos o no. Sintió un escalofrío al imaginar las descripciones de las que le hablaban sus esclavos y las tabillas, diciendo que incluso algunos tenían sus cuerpos desfigurados. Esos los menos, pero lo que más le sorprendía es que le contaban que la mayoría en apariencia eran como cualquier otro, pero su inteligencia parecía resumirse a la de un niño pequeño. Más de uno le había dicho que era como si su mente se hubiera quedado atascada a los cinco años mientras su cuerpo iba creciendo. Tenían prohibido mezclarse con ellos por miedo al contagio de su maldición de la que ellos habían quedado exentos. Los esclavos que servían en el templo eran un caso distinto, ellos habían salido de esas familias humildes, pero en su crecimiento habían demostrado ser perfectamente capaces. Eran considerados como un regalo de los dioses y como tal debían ser ofrecidos a la diosa para servirla. Más de uno recordaba vagas alusiones, ráfagas, de esa vida previa al templo. Nunca recuerdos concretos, pero todos coincidían en dos aspectos: la tristeza, e inexplicablemente el color gris, por el que todos sentían cierto pavor. Al haber surgido de los mismos suburbios y haber sido aceptados en el templo, consideraban que por ese origen estaban inmunizados contra lo que pudiera aquejar a los humildes.

Ishtar aún no se había movido, por mucho que el frío hubiera entumecido sus huesos y a penas sintiera su cuerpo. Ella seguía refugiada en sus pensamientos. Con la muerte la maldición se habría esfumado de todos aquellos impuros como lo hicieran sus vidas, y al instante quiso estar presente en el momento en que sus cuerpos fueran quemados. Únicamente Dumuzi y los demás sacerdotes, además de todos los esclavos que procederían a ello, iban a estar en la cremación de todos los cadáveres cuando sucumbiera el último ocupante de la casa. Sólo los reyes podían ser consumidos por las llamas para que su esencia volviera a las estrellas, y por eso tendrían que cantar sus oraciones para invocar a Ereshkigal y que se los llevara a su reino. Su curiosidad la empujó a estar presente, si su hermana iba a recibirlos en su Ciudad de las Siete Puertas, ella les miraría a la cara antes de dejar marchar su alma hacia las profundidades de la tierra. No quería estar al margen de algo que sentía su responsabilidad. Si ella era la que debía iniciar la regeneración de su sociedad, también sería testigo de aquellos a los que había dejado morir. No era cobarde y quería hacer suyo ese momento, como todos los siguientes que estaban por llegar.

Al regresar al interior del templete deseó encontrar a Dumuzi en él. Había llegado un momento que se sentía cansada de estar sola, y justo ese día le hubiera gustado hablarle sobre sus ilusiones. Sonrió al darse cuenta de que por primera vez había surgido en ella un cierto positivismo. Siempre había mirado al futuro, pero en todo momento con expectación y más bien en un sentido negativo. Ahora que se veía embaucada en pleno proyecto las cosas habían cambiado. Se sentía capaz de afrontar cualquier cosa.

Se calentó con los restos de las cenizas antes de regresar escaleras abajo. Antes de nada, sacó los braseros y los restos de la comida a las puertas y cerró el templete. No había nadie en los espacios abiertos, pero sí que le llegaban ciertos ecos de actividad en el interior de las casas de los nobles. Al entrar en sus aposentos un par de esclavas estaban limpiando, a un la dejó que continuara y a la otra la mandó a recoger lo que había dejado en lo alto del zigurat. Mientras, ella decidió ir a esperar en su salita privada colindante a la sala dorada a que los sacerdotes, y su esposo  con ellos, terminaran los ritos diarios.

Se retocó el maquillaje, olió cada perfume, fue a rellenar los botes que estuvieran medio vacíos a los almacenes, y de paso se llevó con ella una vasija de néctar. De nuevo en su sala, sentada ante la mesa con la mirada perdida en algún punto de la pared, saboreaba el dulce que lentamente se esparcía por su paladar. Hoy tomaría un papel más activo aún en lo referente a los planes que había delegado a todos sus súbditos el día que firmara las tablillas. Estaba contenta, como si sus fuerzas se hubieran renovado por completo.       

Se levantó de golpe en cuanto notó cierta actividad en los alrededores, y cuando dio la vuelta a la esquina, efectivamente, allí estaban todos los sacerdotes recién salidos de un día continuo de ritos. Al verla se inclinaron ante ella, dejándole paso hacia el interior de la sala. Como esperaba, allí estaba Dumuzi. Entró con una sonrisa y cerró la puerta tras echar a los últimos rezagados. Le agarró del brazo, y él, dejando todo lo que estaba haciendo, esperó a que le dijera algo.

-       ¿Cuándo va a terminar? – él sabía perfectamente a qué se refería.

-       Ya sabes que ayer me informaron que tan sólo quedaban siete – la miró un momento, sin entender a qué venía esa pregunta. La noche le había estado hablando de ello y contándole las últimas novedades.

-       Sí, ¿pero cuándo supones que habremos acabado la temporada?

-       Yo diría que en dos semanas.

-       Bien – aceptó, podría esperar ese tiempo –. Justo vengo a hablarte de eso. He estado pensando y quiero estar presente el día que vayas a quemar los cadáveres con los sacerdotes.

Al decirle aquello, Dumuzi, por su expresión grave, pareció no estar de acuerdo. Se cuidó mucho de decirlo, pero no pudo esconder su descontento.

-       ¿Qué ocurre? – le interrogó, totalmente molesta por su reacción –. ¿Es que a caso te parece mal? He venido a decírtelo porque creo que es justo, porque estamos juntos en esto, pero sabes que en el fondo voy a hacer lo que me apetezca. Porque puedo, porque soy la reina y porque para eso soy yo la última responsable. 

Se soltó de él, dándole de lado, pero en seguida, Dumuzi le agarró de los brazos intentando que fuera prudente.

-       Ya sé que vas a hacer lo que quieras – se resignó, no sin antes intentar convencerla –. Lo que pasa es que no sé si será adecuado.

-       ¿Y por qué?

Dumuzi suspiró. A él llegaban todos los emisarios y a la hora de comunicárselos a la reina no había sido del todo transparente. Había cosas, aspectos desagradables, que había preferido ahorrar a su esposa. Ya había hecho suficiente con ordenar los sacrificios de sus gentes, como para que también tuviera que soportar las penurias que se escondían bajo un manto de oro. A él los esclavos le contaban sin tapujos todo aquello que sucedía, pero cuando por la noche regresaba a sus aposentos e iba a verla, o por el contrario él la visitaba, no se sentía con fuerzas para hablarle de ello. Al mirarla, a pesar de sus preguntas, se censuraba a contarle ciertos matices. Quizá tampoco insistiera al intuir las palabras que no decía, pero incluso en ese caso no tenía valor de hablarle más de lo superficial.

-       Si piensas que todo va estar tal como lo vistes en día de la inauguración, estás muy equivocada. Quizá sea mejor que esperes a después de la purificación de la Morada.

Sus palabras lograron enfadarla aún más, sin poder contener todos los reproches a lo que consideraba una ofensa, incluso intuyó que podía haber cosas que le había estado ocultando. Tanta protección por su parte llegaba a sacarla de quicio.

-       ¿Quién te crees que soy? – le empujó apartándolo de ella –, ¿con quién te has creído que estás hablando? Antes que ser tu esposa y tu mujer, soy tu señora y tu diosa, y como tal tienes que tratarme. Si te permito tantos privilegios es por ser el segundo hombre del reino, pero en todo momento debes cumplir mi voluntad. Con lo que me estás diciendo, no sólo me estás agraviando, sino que me pones en evidencia. Y óyeme bien, porque eso sí que no te lo voy a consentir. Y ahora dime, ¿por qué no quieres que vaya?

Él se había mantenido a una prudente distancia, mirándola a los ojos, sin dar ninguna muestra de debilidad, pero también retractándose a ella como era su obligación. Todo lo que le decía era cierto, y no le quedaba otra posibilidad, pero sí podía atacarle de otra manera, con lo que sabía que le dolería más.

-       Está bien – habló, sin responder a su pregunta –, ven con nosotros. Así podrás ver con tus propios ojos todo lo que tú has provocado.

Ishtar se quedó atónita, sin entender en última instancia a qué se refería. Dumuzi le hizo una reverencia y se dirigió directo a la salida. Antes de cruzar el umbral ella le llamó, pero él no hizo signo de querer escucharla, le gritó exigiendo explicaciones, pero no se volvió. A pesar de sus amenazas él marchó como si no la hubiera escuchado.

En un momento sus ánimos habían virado completamente. Era cierto que en los últimos meses se habían distanciado por las circunstancias, pero eso tan sólo era un hecho físico, pues su relación para nada se había deteriorado. Ahora al verse allí, desairada por la persona que precisamente debía guardarle total respeto, se planteó si no había visto lo que subyacía tras todo aquello. Pero en seguida, tras un momento de vacilación, la rabia volvió a inundarla. Cómo podía acusarla de ser la causante de esa situación. En teoría sí que lo era, pero él y todo el templo había estado de su lado, sabiendo que era irremediable. Era algo que debía repetirse como consecuencia de sus propios orígenes.

Al venirle aquella idea, las posibles respuestas se desbocaron por completo. Respiró hondo mientras las lágrimas, llenas de ira, le corrían por sus mejillas. Decidió calmarse antes de ir a buscarle. Debía tener la mente fría para ponerle en el sitio en el que se merecía.

-       ¿Cómo te atreves? – entró en sus aposentos como un torrente, pues no iba a dejar aquello impune –. Me has dejado plantada después de haberme dicho lo que jamás esperé que saliera de tu boca. Háblame claro, sin enigmas que tenga que descifrar, porque sabes que no lo soporto. ¿Has insinuado lo que yo me pienso?

Tras todos esos meses en los que él había sido el responsable de todos los proyectos, que además de los rituales tenía que encargarse en nombre de la reina que la organización funcionara al punto, de recibir todos los informes, de calibrarlos, todo había hecho mella en lo que una persona pudiera soportar, por mucho que tuviera, como él, un favor extra de los dioses. Lo consideró el precio por quererla, pero en ese punto, llegó a dudar que tal precio fuera justo.

-       Al menos mi hijo me lo dijo de frente – le provocó. 

-       ¿Entonces quieres que yo también te lo repita? – se levantó de la silla, agotado, sin forzar la voz. Lo que le había dicho había sido un impulso, pero que respondía a lo que los últimos días había rondado en su mente –. Si todo es cierto, si en origen la diosa Ishtar le robó el puesto a Enlil en el trono de Hennia, claro que tú eres la culpable de que ahora estemos así.

-       ¡Ya basta! – le detuvo confirmando que a eso se había referido, pero a la vez dolida por escucharlo –, ya es suficiente.

-       Si por complacer tu orgullo ahora todos tenemos que pagar las consecuencias, claro que tú eres la culpable.

-       Ya basta – repitió, pero él siguió insistiendo.

-       Y quizá sí, quizá todo nos fuera mucho mejor si Enlil hubiera ocupado el trono – terminó, pero no calló ahí –. Contigo o con otra, todo hubiera acabado de la misma manera.  

Cuando su hijo se atrevió a cuestionarla en público le había sancionado ejerciendo toda su autoridad, a pesar de que tuviera que anteponer sus deseos a la obligación de castigarle. Ishtar ahora miraba a los ojos a su esposo como lo hizo ante su hijo, pero cómo hacer frente a lo que ahora escuchaba de Dumuzi. De él precisamente. Lo que había empezado como una riña sin importancia se había convertido en su mayor altercado, que no supo si perdonaría. Quiso entenderle, pero fue incapaz. No así, no esta vez. No cuando ponía en duda todo lo que había sido su vida junto a ella.  

-       Iré contigo cuanto termine la temporada.

No dijo más y él la dejó marchar, cerrando así la discusión de la única manera que era viable. Qué más decir, si ya se había dicho todo. 

 

La espera se alargó un poco más de lo esperado. Cada varios días Ishtar se veía con Dumuzi en una cita formal en el templo dorado. Le iba a buscar allí después de que vinieran los emisarios, y él siguió hablándole de manera prudente como hasta entonces. Ahora más que nunca Dumuzi deseó que viera con sus propios ojos a lo que él se estaba preparando desde el comienzo. Se estaba imponiendo una prueba para dar una justificación a sus propios sacrificios. Quería comprobar la reacción de la que era la reina y diosa de Hennia. Si actuaba de la manera más noble y como se esperaba de ella, entonces iría de nuevo en su búsqueda, al comprobar que todos sus sacrificios por ella no habían sido en vano, y por tanto, que su elección mereció la pena. La escogió porque la quería, pero con ello iba a comprobar si de verdad había sido digna para el puesto.

Ella por su parte se decidió a tratarle como de verdad se merecía, pues en su orgullo no encontraba otra manera de dirigirse a él. Ahora le miraba como a cualquier otro de sus súbditos; distancia y dominio. Cualquier sentimiento que pudiera existir en otro tiempo parecía resquebrajarse por momentos. Era una consecuencia que no había previsto y para la que tendría que empezar a acostumbrarse.

Dumuzi siguió siendo dueño de la información que venía de la Morada, y como había venido haciendo hasta entonces, censuró mucha de la información a la reina. Antes por descargarla de una dura carga, pero ahora para entregarla a la desolación sin ningún punto de apoyo. Se encontraría de lleno con ello y sin haberse metalizado. Así era como quería verla.

Mandó que la llamaran para su salida a primera hora de la mañana, con el amanecer. Salieron por la puerta directa al exterior desde la acrópolis. Ella encabezaba la procesión y a su derecha su esposo, seguidos de todos los sacerdotes que portaban todo tipo de productos destinados a la cremación y posterior purificación de la Morada. A medida que se acercaban, era como si el frío que les rodeara incluso fuera agradable para calmar su inquietud. Las palabras que Dumuzi le dijera semanas atrás, ahora se repetían constantemente. Era evidente que le estaba ocultando información, pero jamás insistió, consciente de que aquello daría más realce a su triunfo.

Antes de atravesar los setos que marcaban los límites de la Morada ya había olido la muerte. Varios esclavos custodiaban la entrada y al hacerles un gesto abrieron de inmediato la verja. Ya estaba allí. Nada más entrar sintió la desolación plausible en esa casa que imaginó llena de vida meses atrás. Algunos esclavos estaban sentados en los pórticos, esperando el momento en que sus reyes se presentaran allí. Había acabado su misión, pero no podrían abandonar la Morada hasta que no les dieran las órdenes. Se habían esforzado en limpiar en la medida de lo posible los restos que delataran cualquier vestigio de la maldición que acaecía sobre aquellos que ya no vivían, pero era inútil. Los indicios de lo que allí había sucedido emanaba de cada rincón a donde mirara.

-       Mi reina – se acercaron los esclavos –, mi rey. Todo ha sido cumplido siguiendo vuestras órdenes.

-       Me alegra que hayáis sabido resolver los problemas que pudieran surgir – habló Ishtar –. ¿Alguno que queráis comunicarme en especial? Deseo que la próxima temporada podamos evitar cualquier inconveniente de antemano si es posible.

-       Todo ha sido debidamente informado a los emisarios y es de suponer que ha llegado a palacio.

Ishtar miró un instante a Dumuzi con ojos fulminantes. En seguida se dispuso a comenzar lo que daría fin a esa primera parte de sus planes que parecía haber sido un éxito.

-       Guiadnos entonces donde se vayan a proceder los ritos – dispuso la reina –. Tengo entendido que se realizarán en las piscinas de lo que era el templo de Sin.

-       Así es, mi reina.

Echó un último vistazo a la plaza y sus síntomas de abandono. La fuente estaba seca, la hierba se había consumido para quedar únicamente arena, incluso pudo ver como algunas partes de las paredes estaban sucias, aunque en última instancia no supo distinguir si eran pequeñas pintadas intencionadas o simples borrones. Pero todo desapareció de su mente al tener ante sí lo que había planificado como los jardines de Sin. Igual que en la plaza el verde de la hierba y las hojas de los árboles ya no existía, pero cualquier visión del entorno parecía quedar ensombrecida por lo que contenía la piscina principal. Allí se levantaba una pila de cadáveres en vez de agua cristalina. El agua de la acequia había sido cortada un mes después del traslado de aquellas personas por orden de Dumuzi, y así, lo que hasta entonces había sido el único alimento proveniente del exterior quedó reducido a la reserva que pudieran contener las piscinas. De eso sí que estaba enterada, pues él mismo le había pedido permiso para llevarlo a cabo. Sus razones le habían parecido lógicas, pues si seguían permitiendo que el agua llegara a la Morada, el tiempo se alargaría más de lo debido.

Ahora tenía frente a ella a los cuerpos de una buena parte de los que consideraban malditos, y pese a todo, no sintió escrúpulos. Ni siquiera le extrañó lo que vio. Nadie se lo había contado pero de alguna forma le pareció lógico nada más verlo. No podía dejar de observarlos, manteniendo su porte siempre impasible. Y realmente no le impresionaba.

Se volvió levemente al esclavo que estaba unos pasos tras ella y le interrogó sobre los meses que habían transcurrido allí. Dumuzi estaba a su lado y escuchaba claramente lo que su esposa hablaba con el esclavo. Se daba cuenta que quería condenarle a escuchar todo lo que él no le había contado en su momento. Los sacerdotes habían empezado a esparcir sobre los cuerpos todas las hierbas y combustibles que harían arder más fácilmente los restos. Dumuzi intentó concentrarse en ellos demostrando la gravedad del momento, pero no podía dejar de sentir en su interior una felicidad inmensa al comprobar que ella estaba superando la prueba; por el contrario, empezaba a sentirse culpable por haberla puesto en evidencia. Porque no lo había hecho con una simple palabra inofensiva, la había herido sacando lo peor de sí mismo, pero sabía que sólo así probaría sus fuerzas. Las consecuencias llegarían más tarde, de momento había probado lo que necesitaba para sentir que su vida había merecido la pena, y sólo eso importaba.

Su actitud, su expresión, todo su ser era lo que se esperaba, no sólo de una reina, si no de la diosa que era. Ni un gesto de disgusto como demostraron los sacerdotes, si un semblante incómodo ante la muerte. Sabía que le aterraba, pero aún así fue capaz de mirarla a la cara y desafiarla. 

Escuchó con entereza cada detalle, cómo poco a poco, a medida que iban muriendo, sus esclavos se encargaban de almacenar los cuerpos en diversas salas. Cómo los secaban con sales y les preparaban para que aguantaran el tiempo suficiente hasta que pereciera el último de ellos. Tras tratarles el cuerpo con las sustancias adecuadas, acababan por sacarlos al frío del invierno, como una manera de evitar cualquier enfermedad y los hedores que pudiera desatarse en el interior del complejo.

Por un momento el esclavo calló, sintiendo un escalofrío al recordar todo aquello, pero Ishtar le ordenó continuar de inmediato, deseando conocer los detalles que Dumuzi le había vedado.

-       Nos llegaron a suplicar que les dejáramos alimentarse de sus muertos, mi señora – le decía, a punto de quebrársele la voz, sin entender por qué le hacía revivir todo aquello, si ella misma ya debería saberlo –. Pero ante las órdenes que venían del templo… fuisteis claros en no permitirles hacer nada más que estar aquí.

El esclavo miró de reojo a su diosa y a su lado se sintió protegido. Al hacerle un gesto con la mano para que se retirara, regresó con los demás esclavos de su grupo, aliviados de ver por fin el momento en que todo hubiera terminado. Sólo era cuestión de tiempo regresar al acrópolis, quizá unos días más para limpiar la Morada, pero ya no tendrían que convivir entre aquellos de los que habían nacido. A pesar de ser sus descendientes se sentían bien diferentes, ellos pertenecían al templo y no al mundo del que habían sido liberados. Sólo querían volver de nuevo a la protección del acrópolis.         

 Las llamas se elevaron sobre el nivel del suelo abrasando todo lo que la piscina contenía. Ishtar se extasió con las figuras de humo que se dibujaban en lo más alto, directo al mundo de los dioses. Ya les había avisado de que aquello sucedería, pero lo que ahora sentía era muy diferente. Vio sus proyectos cumplidos, sus  deseos tangibles, a pesar de que aún quedaba mucho trabajo por hacer. Primero le llegó el aroma de las hierbas aromáticas e inmediatamente después ese olor a carne quemada. Bajó los ojos al núcleo de la hoguera y observó cómo lentamente la piel se iba consumiendo, tras ella, toda la persona, hasta que no quedó más que un tumulto de cenizas y fragmentos de huesos irreconocibles. A pesar de estar a una prudente distancia un calor ardiente se reflejaba en sus propios cuerpos. Sentía su piel tirante y los ojos se le habían quedado secos. Sin embargo, no se movió, ni siquiera parpadeó, hasta que la última llama se consumió por completo apagada con el agua consagrada de la laguna.

En ese momento se volvió a Dumuzi y él le correspondió con la más impasible de las miradas. Le había desafiado y ahora le demostraba que no sólo había dado la talla, si no que estaba muy por encima de lo que consideró sus límites. De hecho ella no tenía ninguno.

Sin decir una palabra se acercó al borde de la piscina para observar de cerca el resultado de su autoridad. Todos los sacerdotes que estaban procediendo a la purificación de los restos cremados y concluyendo sus oraciones de invocación a Ereshkigal callaron de inmediato. Ella los miró con una sonrisa.

-       Continuad.

Bajó por las escaleras que habían quedado negras debidas a las llamas y en el último escalón se agachó para recoger en un frasco una muestra de su poder. Antes de levantarse observó el pequeño recipiente de cristal, lo cerró y lo agarró fuerte.

 

 

La había probado, sabía que superaría cualquier obstáculo, ¿cómo si no había llegado a donde se encontraba? Él la había empujado a ello, pero una vez en el poder ella era la que había obtenido todos los méritos. Jamás dio muestras de debilidad, y sin embargo, él creyó que podía seguir tensando la cuerda indefinidamente. Ya de ante mano sabía que su actitud le traería consecuencias posiblemente irremediables, sabía incluso que se iba arrepentir, pero aún así lo hizo. Hasta entonces le había demostrado una devoción incondicional y la apoyó en todo lo que decidiera, a veces después de haber escuchado los consejos que él le daba y otras, la mayoría, tras escuchar sus propuestas que siempre parecían tan acertadas. En esa ocasión él había sido el primero que le había brindado su mano y puesto a su disposición todas las que necesitara, sin embargo, durante esos meses fue él el que necesitó una razón para seguir adelante.

Ishtar se había presentado de madrugada en sus aposentos, pero no sintió su presencia hasta que salió el sol. No podría decir si había estado unos simples minutos o llevaba horas observándole. No dijo nada, sólo le miraba de aquella manera tan penetrante como lo había hecho al salir de la piscina. Desde ese día, hacía una semana, no la había vuelto a ver. Ella dio la orden de realizar ritos de purificación en la Morada a los sacerdotes, a los funcionarios que se encargaran de arreglar cualquier desperfecto, pero a él no había vuelto a dirigirse. Él tampoco quiso ir a buscarla, pues respetaba la soledad que pudiera imponerse si así lo deseaba. Ya había roto demasiado las normas.

Se incorporó al instante, esperando sus palabras que parecían no querer salir de su boca. Pero ella seguía ahí parada, con los brazos cruzados apoyada en una esquina al lado del marco de la ventana, justo enfrente de su cama. Se quedaron mirando a los ojos sin ningún pudor, esperando cada uno a que el otro jugara primero.

-       No quiero que te lamentes ni que intentes poner excusas que te disculpen – habló Ishtar –. Dime sólo si he cumplido con tus expectativas.

-       Lo has hecho – reconoció sin modificar el semblante.

-       Ahora sí – continuó, en el mismo tono severo –, quiero una explicación.

Ya se la había pedido una vez, pero él la rehuyó desviando el tema. Quería esperar, pero ahora que ya habían terminado y había superado la prueba, no tendría ningún problema en expresarle todo aquello que le impulsó a actuar de esa manera, y de lo cual jamás se retractaría.

-       Me has demostrado – concluyó Dumuzi tras hablarle detalladamente de sus dudas –, que jamás habrá mejor reina que tú, pero calibrándolo con la alternativa – los dos siendo conscientes de que se refería a Enlil –, no puedo darte una respuesta.

-       ¿Debo considerarlo un halago? – preguntó irónica –. Tú eres muy dado a ello.

-       Tómalo como te apetezca, pero sé que una parte de ti está orgullosa por que haya dudado. No hay que fiarse de nadie, incluso cuando crees conocerlo por completo. Tú misma me lo enseñaste, ¿recuerdas? Estar alerta, no bajar la guardia ni siquiera con aquél que parece ofrecerte el mundo. Todo este tiempo he confiado ciegamente en ti. Un rey no puede estar ciego, mucho menos en una situación como esta.   

Ishtar notó como le iba poniendo de los nervios, pero más allá de dejarse llevar por su temperamento, calibró las palabras que le acababa de decir, pues esta vez todo fueron verdades. En ese aspecto la conocía por completo, e incluso se había anticipado a sus pensamientos cuando en ella aún estaban confusos. Al escucharle, todo pareció aclararse justamente siguiendo las pautas que él le había marcado. Sólo los momentos críticos podían desbaratar incluso los más fuertes pilares de cada uno, y precisamente tuvo que llegar uno de ellos para que Dumuzi sacara a la superficie lo que había quedado latente de las muchas conversaciones que habían tenido a lo largo de los años. Todas sus convicciones sobre la desconfianza y la suspicacia ahora las ejercía contra ella.

Aún seguía en pie al borde de la cama, y él parecía tranquilo sentado en ella arropado por las mantas. Le observó un momento en silencio, de manera muy diferente a como lo había estado haciendo desde que llegó allí, primero en la penumbra y pronto bajo los rayos del sol recién levantado. Le miró, y volvía a observar cada gesto, recordando cada detalle de su actitud en los meses anteriores. Había dicho que una parte de ella estaba orgullosa de él, y efectivamente reconocía que él era justo la persona que necesitaba para guiar su reino, demostrándole así que era perfectamente capaz de cargar sobre sus hombros con lo imposible, incluso con las consecuencias de un agravio a la misma diosa de Hennia por una causa justa. Pero, ¿y la otra parte de ella? Esa precisamente ya no concernía al plano de lo racional y Dumuzi no se atrevió a adentrarse en él.

Escuchar, declarar y reconocer verdades se le hizo sumamente agotador. Quiso terminar de una vez con la conversación, pero antes tenía que aprovechar la oportunidad que se habían dado sin dejar asuntos en el aire.

No iba a irse aún. 

-       Echaste por tierra todo lo que ha sido mi vida, ¿de verdad crees que puedo perdonártelo? Porque sé que fuiste sincero al hablarme así.

-       ¿Quién ha hablado de perdón? No quiero disculparme por lo que te dije, sólo que aprendas a vivir a mi lado con lo que hay.

 

Con la llegada de la primavera Ishtar permitió que los humildes cultivaran sus propios huertos para su subsistencia, así como la recogida de los frutos de ciertos árboles y el pasto de sus ganados en terrenos adjudicados a ello. Su relación con ellos se basaba en el pedido de materias primas de lujo para que los orfebres del templo fabricaran joyas y maquillaje, que los artesanos de la diosa le hicieran sus trajes y sus utensilios, así como la entrega de diversas manufacturas fabricadas en los barrios para cubrir las necesidades de los esclavos. Mientras sus funcionarios estaban muy ocupados reestableciendo la actividad normal de Hennia, Ishtar y Dumuzi ya planificaban lo que sería el próximo invierno.

Respecto a la llegada de los hombres de Sinniria no había mucho que hacer. La Morada ya estaba siendo restaurada de los desperfectos que había causado el encerramiento de una parte de los humildes, y el día de año nuevo fue nuevamente purificada. Después de aquel día en que quemaron a los muertos había regresado una vez más en que los sacerdotes iban a ahuyentar de la casa los malos espíritus. Había recorrido cada una de las estancias sin ninguna compañía, pero en ningún momento se sintió acobardada. Ella había ganado esta vez y así sería siempre.

 Dumuzi le había contado todo lo que se había cayado durante los meses que duró esa temporada, con sumo detalle, lo cual recreaba en cada habitación en la que se adentraba. Ahora, viéndolo todo tan tranquilo se le hacía difícil imaginar que un espacio tan maravilloso guardara tales memorias bajo su techo. En cierto modo sintió rabia, pues esa gente había profanado el sitio sagrado que ella misma planificó con sus más exquisitos gustos, aunque en seguida se calmó, sabiendo que eso tenía solución. De nuevo en la plaza, donde la estaban esperando los sacerdotes para volver al templo, respiró mirando a su alrededor los paisajes que se extendían ante ella al otro lado de los setos y el conjunto del complejo. En el fondo ellos también fueron sus habitantes, y como buena diosa les había permitido disfrutar de un reflejo de lo que fue en origen su mundo, y que ahora sólo sobrevivía en el témenos, antes de abandonar definitivamente el mundo de los vivos.   

Un sacerdote le ofreció su capa de piel, que le había guardado mientras ella estaba en el interior. Se la puso y guardó en un bolsillo interior el frasco que recogió de los restos de la piscina. En todo momento lo llevó en la mano, sintiendo que de esa manera estaría protegida. 

Para la purificación del año nuevo Dumuzi acudió a la ceremonia en su nombre, y después de ello la Morada se cerró hasta que volvieran a ocuparla las gentes de Sinniria. Ese asunto quedaba ahí, pero lo que verdaderamente le preocupaba era la siguiente temporada, ese paso adelante hacia lo más hondo de su ruina y de la cuidad, para volver a surgir de nuevo.

Esperaba que como mucho se realizara todo en tres años, y según los cálculos de Dumuzi así se podría hacer.

-       Y después habrá que recluir a todos aquellos que vengan de Sinniria para reemplazarlos por aquellos que han debido morir. Al ver que sus gentes no regresan mandarán muchas más partidas e igualmente serán confinadas en estas tierras. Unas nuevas gentes, a las que yo convertiré en ciudadanos, poblarán de nuevo mi ciudad y todo será como siempre debió ser – Ishtar estaba recostada sobre su esposo, soñando incluso antes de acostarse –. Quizá se resistan en un principio, pero en un par de generaciones estará todo solucionado, el mundo se volverá a olvidar de nosotros, pues nadie que pertenezca a mis súbditos podrán salir de los límites sin perecer, y Hennia seguirá su curso protegida por su invisibilidad hasta que un nuevo ciclo sea necesario.

-       No adelantes los hechos – le avisaba Dumuzi, bajándola de las nubes. En esta ocasión estaba olvidando su situación excepcional frente a los anteriores finales de ciclo, y quizá no todo desembocara como había venido ocurriendo. Ahora nada era previsible –. La última parte del oráculo aún no se ha cumplido.

-       Ya lo sé, y quizá tenga que marcharme antes de lo que me gustaría. Los precedentes son claros.

-       Sólo te digo que no des nada por hecho, y menos pienses en un nuevo final.

Ishtar sonrió pesarosa. Siempre dándole esperanzas… pero a la vez le agradecía que le hiciera ver todos los puntos de vista. Se acomodó mejor su lado y mirando su mano jugó un rato con ella. 

-       Para entonces estaré observándolo todo desde las estrellas.

Antes de levantarse para volver a sus aposentos le besó en los labios y respiró su esencia. Se mantuvo unos segundos a escasos centímetros de su rostro para despedirle en silencio y antes que la vela que había traído con ella se consumiera del todo, regresó a su alcoba.

Y los días iban pasando, y como si aún no tuvieran experiencia previa, el tiempo se les echó encima como el año anterior. Dedicaron demasiado a teorías y suposiciones, esta vez por el intento de mejorar los problemas que habían ido surgiendo en la práctica de la primera temporada. Pero solucionaron, ya cuando a penas faltaban unas cuantas semanas para que regresaran los hombres de Sinniria, que todo se haría como la vez anterior, que no cambiarían absolutamente nada, pues la organización había sido buena, y el grupo encargado de cuidar el interior de la Morada repetiría ese año, estando así preparado y sabiendo cómo debía actuar. Respecto al comercio con los extranjeros, sería completamente idéntico.

-       Quiero que este año se vaya a eliminar a todos aquellos que no se dediquen a la explotación de las minas, las salinas y las canteras. Son a los únicos a los que necesitamos hasta el final, pues gracias a ellos podemos abastecer a Sinniria.

Acababan de recibir una misiva del rey Adapa, presentándole las cláusulas de su próximo viaje. Sería en quince días, y era todo lo que tenían para organizar lo que habían ido dejando de lado como un asunto sin importancia. Ishtar se había reunido con los principales del templo para que empezaran a disponer todo lo necesario para el mercado y concretar los últimos puntos sobre sus proyectos con los humildes que había que dejar rematados para iniciarse en cuanto los extranjeros abandonaran la Morada.