DIECISEIS

 

 

 

A lo largo de todo el día se pasearon por la fachada principal del templo de Sin tanta gente como a lo largo del año se pararía a observar el calendario. Al amanecer se había colocado aquella placa refundida de cobre, que todos los años se realizaba en esos cinco días que seguían a las fiestas de año nuevo. A pesar de la importancia que tenían aquellos cinco días, no se encontraban dentro de ningún mes, formando un paréntesis entre el día ocho y nueve del primer mes, en que los sacerdotes de Sin elaboraban la planificación de los días, pues tal era su misión ya que el dios al que servían y patrono de Sinniria marcaba del tiempo con sus fases lunares. Por la singularidad de ese lapsus, estaba prohibido realizar cualquier acto público. Únicamente los diferentes templos, los mercaderes, los funcionarios, el palacio en general, iban llevando sus propuestas y sus planes al templo de Sin, para que en el quinto día, cuando se colocara la placa, vieran si sus propuestas habían sido aceptadas o no.

Ese básicamente era el motivo porque había tanto barullo a las puertas del templo. Algunos mercaderes murmuraban frustrados porque no se les había concedido cierto viaje en la fecha que les hubiera gustado, otros sonreían porque cierto mercado iba a tener lugar en tal semana y en tal lugar, la gente se alegraba de alguna fiesta añadida, o por el contrario suspiraban porque alguna otra se había eliminado. Aún así, todavía cabía posibilidad de modificación o añadiduras ya que siempre se dejaban espacios en blanco por algún imprevisto que pudiera surgir.

Pero entre todo aquello Innasum sólo buscaba una fecha, y por fin la encontró. Iba a ser el día quince del octavo mes, justo el día que comenzaba la estación de invierno. Tal como esperaba, iba a tener lugar en el comienzo de las ferias de la cosecha que se prolongaban más de un mes. Igualmente así duraría el viaje a Hennia. Suspiró, pues aunque en las últimas semanas los asuntos interiores y más en concreto, palaciegos, habían consumido casi todo su tiempo y dedicación, ahora aquella ciudad requería de nuevo su atención. Esta vez no estaría presente, pero bien sabía que él sería el responsable de la preparación y el buen funcionamiento del segundo viaje a aquellas tierras que aún se le antojaban misteriosas y totalmente desconocidas.

A la inquietud por la preparación del viaje se le sumó otra mucho mayor, que le llevaba ilusionando desde que vio poner el primer ladrillo durante el comienzo de las fiestas de año nuevo, y que era lo único que se había mantenido latente hasta ese día. Nada más asegurarse de que el viaje a Hennia había sido confirmado fue a los talleres del témenos a buscar a los arquitectos con los que había quedado para puntualizar los últimos detalles del comienzo de las obras. Cuando se aseguró que al día siguiente al amanecer estarían ante las puertas de Shamash él con sus arquitectos, el funcionario del tesoro encargado de la financiación del proyecto, varios escribas, los oficiales que cuidarían las obras y todos los trabajadores, se fue tranquilo a su casa abandonándose a aquel proyecto con el que muchas veces había soñado. Buena falta hacía una gran obra como aquella y por fin, antes de lo esperado, la vería levantarse.

Sin embargo, aunque no tenía por qué implicarse tanto en ello, pues perfectamente podía haber delegado aquellas funciones a los arquitectos, supervisando simplemente que el proyecto llegara a buen término, quería vigilarlo de primera mano y que su nombre se relacionara con aquella obra monumental. Sonriente regresó a la Casa de la Guardia, tan tranquila como el los últimos trece días, pues en ese tiempo, los ocho de las fiestas y los cinco siguientes, todo tipo de clases y entrenamientos habían sido suspendidos. Se sentó en uno de los patios que normalmente a esas horas estaba lleno de chiquillos y jóvenes que descansaban de su entrenamiento. En él la vegetación era abundante para protegerlos en el verano del sol y el calor que ya tenían que soportar en la arena en la que se los adiestraba. Cogió del árbol de los dos frutos uno de esos higos tan jugosos que nacían en primavera y saboreándolo se sintió transportado a las obras que aún no habían comenzado, al chocar de unas piedras contra otras, el olor del adobe secado al sol, el viento cálido de primavera que les bendecía en un día despejado. Se vio, junto a los máximos responsables de la construcción de la nueva muralla, observando a los trabajadores que tan sabiamente colocaban una pieza sobre otra, cada una en el lugar que le correspondía formando una armonía perfecta que daría como resultado firmeza y poder a la ya de por sí destacada urbe.

-       Señor – le llamó alguien en voz baja, como si temiera despertarle de su ensoñación.

Levantó los ojos y vio a Nidame junto a una de las jambas de una de las puertas de acceso al patio, parecía esconderse, pero él la animó a que se acercara.

-       Mis padres marcharán mañana al puerto de Biblos.

-       Tendrán ya ganas de volver – supuso Innasum, aún soñador.

Los padres de Nidame, una de las familias de comerciantes, había sido nombrada como dirigente del puerto de Biblos desde hacía décadas, como otras lo hacían de los demás puertos del Mar Superior que controlaba Sinniria. No era tan poderosa como algunas que dominaban en los puertos del interior, pero bien podía presumir de su prosperidad y sus grandes beneficios. Todos los muelles en teoría mantenían su independencia en sus autoridades locales, pero en realidad estaban totalmente supeditados a Sinniria a través de esos comerciantes. Ellos simplemente tenían que pagar a los gobernadores locales unas tasas irrisorias por su establecimiento en el lugar, que compensaban con creces debido al intenso comercio que en cierta manera su llegada había propiciado convirtiéndolos en centros dinámicos. Precisamente los dirigentes de Sinniria y los príncipes indígenas solían tener buenas relaciones e incluso la residencia del mercader estaba situada en el interior de las murallas en la zona más elitista de la ciudad. Ese era el caso de Biblos, como muchos otros. 

Para Nidame ese año había sido extraordinario en el sentido había podido ver a sus padres y a sus hermanos y hermanas más de una vez al año. Normalmente no les veía a todos juntos, pues para las fiestas de año nuevo sólo acompañaba a las mercancías uno o dos de ellos a lo sumo, pues el viaje era duro. Pero justamente, con motivo de ese acontecimiento relacionado con un nuevo país en las montañas, había obligado a los diferentes representantes de los muelles de influencia de Sinniria a reunirse en el puerto central de Kanish por orden de un enviado de la Ciudad. Los mercaderes que habían estado en la ciudad durante el misterioso acontecimiento del extranjero se adelantaron también a mandar un enviado propio a Kanish viendo la posibilidad de la apertura de un nuevo comercio.

Fue entonces, cuando la embajada a Hennia aún no había regresado cuando todos los dirigentes o sus representantes de los diferentes puertos se presentaron en Sinniria a las expectativas de la situación. Nidame recibió inesperadamente la visita de su madre en palacio, y en seguida la llevó a su casa en la Gran Avenida para abrazar a su padre y darle los regalos que la había traído. Lamentó que su estancia en la ciudad no durara mucho, debido a unos negocios que habían conseguido esos mismos días y que les hizo vigilar unas caravanas hasta entroncar con la ruta de Biblos. En cuanto las dejaron seguras hacia su puerto en la costa, protegida por los ejércitos de Sinniria y del propio príncipe de Biblos, regresaron de nuevo a la ciudad para las fiestas de año nuevo.

El tratado de comercio conseguido por Innasum les motivó a todos a llevar el asunto al propio rey, que en un principio les había dejado a ellos la responsabilidad de las mercancías para enviar en la fecha precisa a Hennia, además de encargar a su general que organizara la situación junto a su hijo Tukil que ya había sido proclamado dirigente y embajador en la siguiente misión al País de las Montañas. La noticia fue recibida con ovación, pues todo el mundo veía en aquel muchacho una gran promesa y el espíritu de su próximo rey, pareciéndoles juiciosa la decisión de Adapa. Además, de nada tenían que temer por su persona o sus decisiones, pues en todo momento estaría protegido y asesorado por dos de los jefes del ejército que habían viajado al lugar la última vez: Limann, de la sección de Shamash, y Sheshmes, de la sección de Ninurta.

-       Mentiría si os dijera que les gustaría quedarse en Sinniria – contestó Nidame con una sonrisa triste –. Jamás he estado en su residencia de Biblos, de hecho, ni siquiera he salido de los límites de Sinniria, pero según me hablan de ello, aquel lugar debe ser fantástico.

-       Sí, seguro que es una bonita villa, pero personalmente yo no cambiaría Sinniria por nada.

-       Esta vez vengo precisamente de parte de mi padre – le informó sin más rodeos –. Quiere tratar un tema sobre unas mercancías. Me ha dicho que os comunique que mañana poco después del amanecer pasará a reunirse con vos en la Casa de la Guardia.

Innasum asintió, pues supuso que se trataría del asunto de las maderas que había solicitado para el inicio de las obras de la muralla. La piedra ya estaba empezando a llegar desde las canteras que se estaban poniendo otra vez en explotación, y el adobe iba a empezar a ser preparado al día siguiente. Sólo quedaban los encargos de madera.

-       Entonces estaré esperándoles.

Nidame se retiró para continuar con sus tareas, pero él se quedó un poco más en el patio. Innasum había querido hacer algo para que fuera reconocido en su implicación con el gran proyecto que se estaba poniendo en marcha. Hasta ahora muchas de las familias más ricas y prestigiosas de la élite ya habían desembolsado grandes cantidades para pagar los materiales y los salarios de los trabajadores, que a la larga compensarían con los impuestos y aduanas de puertas y caminos, y que complementaban a los fondos extraídos del tesoro real y de los templos. 

Él, al ver a Nidame alejarse, pensó en el asunto que tenía pendiente con ella y que sabía que le afectaría. Ya habían pasado unos cuantos días de la fiesta de año nuevo y su intención de traspasar la responsabilidad de su testamento de ella a su hermana también se había visto postergada. Sintió la necesidad de compensarla, y en seguida no se le ocurrió otra cosa mejor, consiguiendo también de esa manera sus propios objetivos.  Porque, qué mejor obsequio que financiar él mismo con su dinero a los encargos hechos a los padres de su criada antes que a cualquier otra persona. Su nombre quedaría inscrito en las tablillas de los anales doblemente, por ser la máxima autoridad a la que el rey delegaba el gran proyecto y por haber financiado una gran parte de él; y personalmente, aunque en realidad no fuera suficiente, sentía que compensaba a esa mujer que siempre necesitaría a su lado.

Y como era costumbre, fue ella quien le despertó esa mañana. Le agitó suavemente avisándole de que en un rato sus padres llegarían a la Casa de la Guardia. Esa noche, como todas las que sus padres habían estado en la ciudad, se quedó con ellos en su casa de la Gran Avenida, y antes del amanecer salía ya de camino para su trabajo. Ese día también se encargó de levantarles a ellos justo antes de irse, y así calculó que en una media hora ya estarían allí.

No hizo más que vestirse y tomar algo cuando le avisaron de que ya habían llegado. Bajó en seguida a la recepción y tras un saludo les condujo a una sala cercana.

-       Es un placer volver a veros, general – le volvió a decir Dujy, el padre, con una gran sonrisa –. No sabe el gusto que me da que mi hija este al cargo de alguien como vos, es un gran honor, creedme.

-       El placer es muto, vuestra hija cumple bien con sus funciones y no desearía remplazarla por ninguna otra.

-       Sabemos que está bien aquí – contestó satisfecho –, pero he pedido cita con vos por otros asuntos.

Mandó a su mujer que sacara los bultos que traía en una gran bolsa, y al ver las diferentes muestras de madera, Innasum confirmó el motivo evidente de su reunión.

-       Debido a vuestra petición hemos traído diferentes modelos de las mejores maderas de Biblos – mientras su mujer se las iba ofreciendo para que comprobara su calidad, él siguió hablando –. Las más prestigiosas son las de cedro, que son las producidas en los bosques de la ciudad, pero luego también comerciamos con otras también de muy buena calidad, como la de roble. Por último están las más exóticas, y por tanto, también mucho más caras pero que no tienen nada que envidiar a las otras dos, son las de ébano y de caoba.

-       No entiendo mucho sobre maderas – reconoció –. Sabéis para qué las voy a necesitar, por tanto aceptaré vuestros consejos.

-       En mi opinión el cedro sería el mejor material para levantar la estructura de las torres defensivas, es muy resistente y a la vez barato porque es un comercio prácticamente directo. Pero lo que estará a la vista y si deseáis que tenga una función más estética, para ser mostrado o esculpido, os recomendaría el ébano.

Innasum pareció conforme cuando le habló sobre los precios, y en seguida se dispuso a establecer las cantidades de cada uno teniendo en mente las sumas aproximadas que había establecido con los arquitectos y los funcionarios del tesoro a la hora de hacer los presupuestos.

-       Seré yo quien os pague el encargo – les anunció Innasum al ver que estaban esperando el nombre del deudor.

-       ¿Vos? – contestó Dujy asombrado.

De todas las personas de la ciudad no podría haber otro de quien se fiara más, además de que era grande la fama de su fortuna. Con él no tendrían preocupaciones pues el fantasma de las deudas no pesaría jamás sobre él.

-       Os pagaré ahora un tercio y lo restante se os entregará cuando el pedido esté en la ciudad.

-       De acuerdo – aceptó en seguida el mercader mientras se estrechaban el brazo cerrando el acuerdo –. Supongo que estarán aquí en el plazo de un mes y medio.

-       Muy bien, pues precisamente las maderas aún no nos corren mucha prisa.

Se levantaron para despedirse, los dos conformes con el estupendo acuerdo al que habían llegado. Innasum ordenó a su doncella ir al tesoro a buscar en su nombre la cantidad acordada y fue ella la que se encargó de entregárselo a sus padres. Nidame aprovechó para despedirse de ellos e Innasum por su parte, marchó con paso rápido al comienzo de las obras de la que en parte consideraba su muralla. Después de más de un mes levantando los proyectos en barro por fin iba a ver iniciado la gran obra de la en esos momentos sólo estaba en pie el primer ladrillo sagrado.    

Pero al atardecer, tras pasar el día al otro lado de las puertas de Shamash organizando el terreno y, más que comenzar con los trabajos propiamente dichos, situando a cada uno en lo que le correspondería, volvía a casa con asuntos bien diferentes rondándole la cabeza. Fue consciente de que había dejado pasar una tarea desde hacía un par de semanas y que ya era inútil seguir alargando lo inevitable. Tras la euforia y el ajetreo, ahora se encontraba mentalizado para hacer lo que consideraba lo más correcto en sus asuntos personales. 

Como si ella hubiera adivinado sus intenciones, la encontró en sus aposentos dando órdenes a los esclavos para que dejaran todo limpio y en su sitio. Mientras, Nidame se entretenía con el hogar y mezclando los diferentes aceites aromáticos para, en su momento, echarlos a las llamas cuando prendieran. Siempre había denotado una fascinación especial por las artes del fuego y todo lo relacionado con él. Tantas mañanas en las que la observaba en silencio la veía recibiendo al sol en su ventana, disfrutando de cada rayo, así como el esmero que ponía siempre en la preparación de la lumbre; siempre tan cuidado, tan perfecto. Parecía incluso que cada llama chispeaba según sus deseos, como si con la mirada moldeara ese compuesto incandescente. Parecía incluso que tenía tratos con Nusku, el dios del fuego, y si se lo hubiera demostrado no le hubiera resultado extraño.

Innasum suspiró antes de dar una orden a los esclavos para que se retiraran. Nidame le avisó de que aún la habitación no estaba limpia, pero a él eso era lo que menos le importaba.

-       Tengo que hablar contigo – le dijo firme, intentando olvidar cualquier afecto por ella.

Nidame notó la urgencia de sus palabras. Lo dejó tal como estaba y con su corazón latiendo deprisa por la firmeza de su voz, se levantó al instante para recibir sus palabras. Con la mirada apartada de su persona, puesta en todos los puntos de la habitación menos en él, creyó que le reprendería de la peor manera posible, y lo que más la inquietaba era que ni siquiera intuía la razón.

-       Vos diréis señor.

-       He decidido responsabilizar de mi testamento a mi esposa – le habló sin rodeos –. Ella es ahora la que debe velar por él, como última responsable hasta que mis hijos legítimos cumplan la mayoría de edad.  

A Nidame se le clavó la noticia como una espada en el estómago, respiró temblando y de no haber estado él delante hubiera estallado en lágrimas de rabia y disgusto. Era la segunda vez que  hacía aquello, pero ella no pudo reaccionar de otra forma que con un leve asentimiento, como si estuviera totalmente conforme y no le importara en absoluto. No habló, pues ello hubiera denotado la infinita decepción en la que le había sumido en un instante. Pero no era sólo eso, porque en fondo sabía que tenía que ser así; se sintió de nuevo como si fuera simplemente su último recurso al que acudía cuando no le quedaba otro remedio. Pero en última instancia era su amo y debía obedecer. Muchas doncellas como ella, procedentes de familias de renombre que se habían convertido en dependientes de palacio simplemente por el prestigio de servir al rey de esa manera, y como tal se les daban privilegios, habían acabado siendo muy buenas compañeras de sus señores. Muchos les cogían un enorme cariño y una gran confianza por estar seguros de que les eran fieles de manera íntegra, y solían encomendarles tareas que a ninguna otra persona se atrevían. Podían tratar con ellas cualquier asunto, pues sería confidencial, cualquier tarea que ordenaran sería cumplida con pulcritud, pero en el fondo se había demostrado una y otra vez que había cosas que no cambiarían. El límite que marcaba la diferencia entre doncella y esposa jamás se podría cruzar.

Su caso no era el primero ni tampoco el último. Sabía que por muchos hijos que le diera nunca serían legítimos, y aunque durante todos esos años por falta de una esposa a su lado ella había ejercido sus funciones administrativas, ahora todo ello se acababa. No supo cómo no lo había visto venir, y se maldijo por no haber estado preparada a pesar de que era totalmente lógico. Jamás dudaría de sus inclinaciones hacia ella, pero bien sabía que a la hora de la elección la balanza siempre vencería en una de sus partes, pues respecto a las personas, jamás se encontrarían en un perfecto equilibro.

Innasum notó su tono impasible al anunciarle sus decisiones, producto de su propia contrariedad, e intentó suavizarlo un poco.

-       Has sido muy eficaz durante todos estos años y mientras te delegué ese honor estuve tranquilo cada vez que podía ver puesta mi vida en peligro.

-       Cumplía con mi deber, señor – pudo decir en apenas un susurro.

-       Pues lo hiciste bien – agregó, intentando así compensar el daño que le pudiera estar causando –. Mañana iré a la Casa de las Tablillas para cambiar tu nombre por el de mi hermana.

Nidame volvió a asentir, pues no le quedaba otro remedio que estar de acuerdo con sus decisiones.

-       Pero prométeme una cosa.

Ante aquello, levantó los ojos inconscientemente para mirarle de frente.

-       Lo que sea – reconoció sabedora de que cumpliría.

-       Necesito que estés dispuesta a volver a aceptar algún día esta responsabilidad si fuera necesario. 

-       Claro que sí señor.

Le vio sonreír agradecido antes de marcharse tan repentino como había venido. Nidame respiró hondo varias veces conteniendo las lágrimas que amenazaban al borde de sus ojos, para volver en seguida con las tareas que la esperaban impacientes. Intentó calmarse entre las hierbas perfumadas y los inciensos, pero tras varios intentos de concentrarse en ellas, desesperó arrojando con todas sus fuerzas un frasco entre las maderas. Se pasó la mano por la frente intentando controlar los sentimientos que la desbordaban, pero ya no pudo aguantarlo más. Apoyada de espaldas a la ventana dejó correr sus sollozos en silencio, arropada únicamente por la luz de la tarde y que no la llegaba a colmar del todo. Lloraba por lo inevitable, por saberse ajena a sus propias ilusiones que jamás alcanzaría, como si los hilos de su persona los manejaran todos menos ella. Los proyectos que con tanto empeño había levantado desde que entrara en palacio se habían visto frustrados en multitud de ocasiones, pero desde hacía años ya era consciente de que eran esperanzas vanas, vacías de contenido real, y que sin embargo había intentado edificar de nuevo, una y otra vez. Ahora terminaban por derrumbarse las ruinas que parecían haberse mantenido en pie.

Estaba cansada de decir a todo que sí, callar, esconder sus voluntades, y complacer a todos en contra de su suerte. En realidad sólo satisfacía a una persona en torno a la que giraba su vida. Era su obligación, pero por primera vez se planteó si de verdad todo aquello había merecido la pena. 

 

Innasum bajó a los patios de la Casa de la Guardia buscando en ellos a alguno de sus compañeros con los que pudiera toma la cena. Por fin se sentía tranquilo al quitarse ese peso de encima, y ahora sólo le apetecía distraerse en conversaciones banales. Precisamente no tuvo que buscar mucho para encontrar a alguno de sus hombres más allegados. Precisamente encontró a Camin, jefe de la sección de Nergal, junto a uno de los hombres de su ejército que tenía fama de ser el mejor de los arqueros y al que justo en esas fiestas le había ascendido a oficial de una de las unidades del ejército. 

Nada más verle le recibieron con una sonrisa, y no hizo falta pedirles un sitio cuando Camin ya le ofreció un hueco entre ellos. Comió y bebió a su lado, justo en el ambiente que él necesitaba, hablando sobre anécdotas que habían pasado juntos y planes para el futuro. No pudo encontrar mejor compañía en aquel fin del día que tanto le pedía una tregua.

 

 

El juez Tennhu no dudó en acudir con suma urgencia a la llamada de la reina. Estaba a punto de quedarse dormido pero eso no le impidió espabilarse en seguida con la inquietud propia de quien es llamado a recibir una sentencia, pues no podía ser otro motivo por el que le despertaran a esas horas de la noche sin poder esperar al menos hasta el amanecer. Eso o quería encargarle otro trabajo que sólo podría decirle en esos momentos para no levantar sospechas. Él quiso pensar que sería más bien la segunda opción, pues no recordaba haber cometido ningún error. Aún así, cuando se presentó ante ella, su porte severo y siempre imponente le derrumbó su seguridad.

-           Has tardado mucho – le reprendió la reina. Él fue a disculparse de la manera más cordial, pero ella se le adelantó –. Ven y siéntate, porque tengo que tratar unos asuntos contigo.

 El juez se sintió aliviado por haber deducido bien sus intenciones. Se sentó a su lado y esperó lo que quisiera decirle.

-           Necesito consultarte unos asuntos de ley – le anunció –. Mi nieta, como ya habrá corrido la noticia por todo el témenos, ha sido sacada de aquí por parte de su padre. Ella está en plena educación bajo mi tutela, y al tratarse de un miembro de la familia real debería estar viviendo en la ciudadela, y más siendo aún una niña. ¿Qué opinas?

Tennhu se quedó un rato pensativo, pues un caso así nunca se había dado con anterioridad. Sí que había oído algo sobre el tema, pero en seguida pareció difuminarse como uno de los muchos chismes sin importancia, y si había sido así bien sabía que era porque la reina lo había querido. Con un poco de empeño que hubiera puesto se hubiera convertido en la noticia más sonada del año, incluso más que el descubrimiento de ese país de las montañas, pero por alguna razón quería que aquello pasara desapercibido. Quizá porque ya tenía bastante con la humillación sufrida por su funesto intento de usurpar el poder y necesitaba recuperar su prestigio; aunque con sólo mirarla pareciera que su reputación no se había daño ni un ápice.

-           Es cierto que como descendiente del rey la niña debería estar en el sitio que le corresponde en la Casa del Retiro recibiendo la educación adecuada a su rango – señaló –. Sin embargo, su padre tiene toda la autoridad sobre ella y mientras que no la saque de los territorios de Sinniria no podemos hacer nada contra sus decisiones.

-           ¿Me quieres decir – contestó indignada – que no hay manera de que vuelva si el padre se niega?

-           Así es, mi reina – asintió, consternado de no poder darle la razón.

-           ¡Pero tiene que haber alguna forma de traerla de vuelta de manera legal!

-           Señora, calmaos – le rogó, pensando que su tono de voz les delataría –. Ya no es sólo eso, es que estamos tratando en niveles muy altos de la jerarquía y con muchas influencias.

-           Pues precisamente por eso tendría que haber alguna otra salida, ¿no crees?

Su repentino cambio de ánimo le sugirió que se le había ocurrido alguna idea; él por su parte ya estaba cavilando alguna solución que favoreciera a la reina, pues él también pensaba que las princesas debían educarse en un ambiente cortesano y no en una finca de las muchas que había en Sinniria como si se tratara de una simple aldeana.

-           La potestad del padre únicamente quedaría anulada en el caso de que el hijo fuera vendido o adoptado, que entonces pasaría a su nuevo dueño – le sugirió el juez, por si aquello le daba alguna idea –, pero no creo que sea este el caso del general. Si de verdad queréis que vuestra nieta vuelva a palacio me temo que no os queda otra salida que llevar el caso al rey, porque los jueces acabarían dando la razón al padre, más siendo quien es.

Ania asentía en silencio, pues no veía una salida completamente segura. Y respecto a su marido, esta vez no podría adivinar con certeza el resultado, bien podía inclinarse de un lado o de otro según sus antojos, pero como le había dicho Tennhu, era la única vía que le dejaba alguna posibilidad, pues no quería hacer uso de la fuerza si no era eminentemente necesario.

-           Quizá – continuó – si argumentáis la necesidad que hace aquí la niña consigáis traerla de vuelta. La única esperanza es llevar el caso a juicio y que sea el rey quien decida.

-           Será lo que haré – decretó al fin.

Se puso en pie dando por finalizado el encuentro que no había hecho que crearle más incertidumbre. Se despidió del juez con un breve saludo, pero antes de salir por la puerta él se volvió a girar.

-           Señora – le llamó, olvidando casi informarle de ese otro asunto que aún tenían pendiente. Ella asintió, dándole permiso para continuar –, respecto a lo que me encargasteis, he estudiado el caso a fondo y hace días que llegue a una conclusión. Esperaba que pasaran estos cinco días para comunicarle mis teorías.

-           Habla – le incitó.

Tras su grandísimo error al precipitarse de tal manera en la conjura contra Innasum había mandado llamar al juez para hacerse una idea de lo que habría podido afectar en su posición, si corría algún peligro y si podía ser despojada de algún privilegio. Quería saber cómo la corte la veía ahora. 

-           Os aconsejo que no volváis a hacer algo así nunca más.

Por esta vez todos estuvieron de acuerdo en dejarlo pasar y no destituir en ningún sentido a la reina y ni siquiera dirigirse al rey para conocer sus intenciones respecto a ella. De no haber sido él quien les hubiera convocado querría decir que también él mismo preferiría hacer por esta vez la vista gorda. En realidad, todos pensaban que aquella mujer daba menos problemas como gran esposa, ocupada en sus responsabilidades, que si se viera reducida al ámbito del harén como una más sin otra ocupación que cuidar de la casa y de los niños que vivían en ella. Entonces sí que tendrían asegurado un foco constante de preocupaciones. Lo único que le quedaba para garantizar completamente su estatus como gran esposa real era prevenirle de un segundo intento. En ese caso ya no tendrían contemplaciones con ella, y no les quedaría más remedio que reclamar al rey su destitución a una simple esposa secundaria arrebatándole todos los poderes de los que gozaba; pero ella pareció tomar el consejo como un desaire. 

-           No te atrevas a darme órdenes – le contestó muy seria.

-           Señora – contesto, bajando la mirada intentando así aplacar su ego –, sólo era una sugerencia.  

-           Bien – le quitó importancia – ya hablaremos tú y yo de esto en otro momento, pero me imagino lo que tendrás que decirme.

Y por supuesto, no se equivocaba en todo lo que ella misma había reflexionado. Sin embargo, poco le podía afectar ya cualquier advertencia ante actuaciones futuras de ese tipo, ya que no tenía pensado llevar acabo ninguna que no fuera la definitiva, eso en el caso de que fuera necesario. Si sus objetivos eran alcanzados, ese ataque vendría de ella, pero ya no directamente, sino respaldada tras la protección de su ciudad. Porque tenía claro que si conseguía regresar a Nínive antes de que pudiera hacer suya Sinniria, enviaría de la mano de su familia una ofensiva sin precedentes hasta que quedara supeditada como un centro más de la propia ciudad de la que provenía.

Ania durmió tranquila esa noche, decidiendo relegarse durante esa primavera a sus competencias en la Casa del Retiro. Quiso por una vez no hacer otra cosa más de lo que le correspondía y utilizar mucho del tiempo libre que le quedaría para dedicarse únicamente a ella misma en las playas y cañaverales del Tigris, pasear con sus amigas y disfrutar de las fiestas que se celebraran durante el verano.

 

 

El verano sorprendió a todos por el veloz relevo que tomó a la estación anterior. Ya a principios del cuarto y último mes de la primavera las aguas de la inundación se empezaron a retirar y los campesinos retomaron su labor en limpiar los canales de lodo y barro para una buena irrigación de sus campos. Muchos de los que vivían en la ciudad y que tenían sus pequeños terrenos en los alrededores se retiraban a ellos hasta el final del verano. Otros continuaban su actividad en sus huertos cercanos a la muralla, pero otra minoría se marchaba a los grandes terrenos en busca de trabajo para poder alimentar a sus familias. Sinniria parecía perder en estos meses de calor gran parte de su actividad para replegarse en las aldeas o en el puerto de Hiuty. En ese sentido, además de primar la actividad agrícola y ganadera que ocupaba a la mayoría de la población, también el puerto reclamaba a sus gentes en lo que era la reactivación del comercio tras la pausa anual del invierno y la mayor parte de la primavera, cuando no se traficaba más de lo imprescindible. Ahora era cuando la actividad renacía sin pausa del letargo invernal tras unos incipientes intentos cuando el tiempo lo permitía, para finalizar en las ferias de la cosecha el primer día del invierno.

Innasum precisamente estaba disfrutando del ajetreo de Hiuty para custodiar el cargamento de madera que acababa de llegar de Biblos y pagar el resto del dinero a los comerciantes como lo había establecido en el último día de las fiestas de año nuevo. Esta vez reconoció en la persona que le hacía entrega de su pedido al hermano mayor de Nidame, pero como era de esperar, su trato se limitó a los asuntos comerciales. Ella ni siquiera fue a saludarle, pues cada uno debía atender sus ocupaciones; él por su parte no hizo más que entregar la mercancía al general y hacer uso de sus ofrecimientos en comida y agua mientras reponían el barco con nuevos productos que compraron en la ciudad. En seguida, siguieron su camino hacia el sur para continuar su negocio a lo largo del río.

Encabezando los carros con la madera bien sujeta, regresó a la ciudad para ocuparse ahora de otros asuntos. Dejó a unos cuantos supervisores que se encargaran de llevar los troncos a los almacenes que se habían construido en la zona de las obras de la muralla para que los colocaran allí. Como había previsto, la gran obra avanzaba a grandes pasos y de manera totalmente eficaz. Ya se habían terminado las dos torres adelantadas de la puerta de Shamash y su sección de la muralla. En esa parte ya se estaba empezando a decorar la fachada exterior, pero ahora los trabajos principales se iban a ir extendiendo hacia el oeste, a la puerta de Nergal. Él hubiera preferido dirigirse hacia el lado contrario, pero justo en esos meses, cuando los reyes iban a comenzar su estancia en el palacio de verano, que limitaba con el espacio sagrado de Nin al otro lado de las murallas, no consideró oportuno ocupar la puerta de Sin, que precisamente era la que tendrían que atravesar y la que contemplarían desde su palacio en esos meses que se retiraban del centro de Sinniria.  

En cuanto atravesó el témenos fue directo a las caballerizas de la Casa de la Guardia, donde desmontó su caballo, se tomó un tiempo para limpiarle, como tanto le gustaba hacer en ocasiones, cono su dueño que era. Cuando lo vio ya tranquilo y recompuesto del camino lo dejó a los mozos para que le dieran de comer y se ocuparan de él.      

Precisamente era la despedida del rey la que le estaba esperando en palacio. Era el segundo día del primer mes de la nueva estación, momento en el que el rey con su séquito se trasladaba a su palacio de verano. Las altas temperaturas ya se dejaban notar, las cuales incluso se incrementaban aún más en el centro de la ciudad. Desde hacía días Adapa ya estaba impaciente por dirigirse a su residencia, y así se lo había dicho en el banquete que celebró la noche anterior. Fue a su habitación a cambiarse de sandalias y a lavarse antes de ir a palacio. Cuando estuvo listo y le dieron el aviso de que sus acompañantes también estaban preparados en la recepción salieron hacia allá.

El rey les recibió en la sala del trono. Habían acudido los grandes hombres del reino, cada uno sentado en su sitio, pero esa vez, el acto exigía que Innasum se quedara de pie ante su señor, custodiado por Limann como su asesor inmediato a él. El rey, como cada año, ponía sobre Innasum la garantía de la seguridad y el orden de Sinniria, otorgándole la autoridad, en última instancia, de actuar en su nombre si la situación así lo exigía; esto era, si se producía alguna rebelión o acto similar, incluso se le otorgaban todas funciones del rey en caso de que éste muriera y hasta que fuera elevado al trono su sucesor. Jamás se había dado ningún caso de desorden, lo que satisfacía al rey y le aseguraba la eficacia del sistema. A pesar de estar a escasa distancia de las murallas, temía que no fuera suficiente para hacer llegar a ella su autoridad. Con aquel gesto confiando al segundo hombre del reino, su presencia a través de él estaba asegurada. Pero precisamente ese año, hubo otra persona que se entrometió en sus planes. Pese a su reticencia por alejarlo de tan altos puestos, acabó por no quedarle otro remedio que colocarlo junto al que consideraba el mejor hombre para gobernar su patrimonio. Tukil por segunda vez volvió a ocupar el sitio que le correspondía a Innasum en las audiencias, pero se levantó cuando su padre se dirigió a él, después de que el general y el jefe del ejército de Shamash hubieran jurado fidelidad a su rey.

Desde que se fuera acercando la fecha de su salida hacia su residencia de verano, Ania, retirada en sus asuntos y sin entrometerse mucho más allá de sus responsabilidades, no pudo evitar interferir de nuevo por su hijo pequeño. Había decidido dejar su rencor de lado por haberla abandonado aquel día ante las gentes de Sinniria y haber apoyado a Quenef. Sabía que con aquella actitud no iba a conseguir nada. Acabó reconociendo que sus hijos habían actuado de manera prudente, y creyó que ya era hora de acercarse de nuevo a él para retomar las buenas relaciones que habían tenido hasta entonces. Conocía los vínculos que había empezado con Innasum, y eso no le agradaba en absoluto, aún así, pensaba que en cierto modo había sido culpa suya por haberle dejado de lado todo ese tiempo.

Justo en el momento en que el rey comenzó a organizar el viaje al palacio de verano, Ania resolvió que era el momento para acercarse de nuevo a su hijo. Sabía que una buena relación con Tukil sólo podía reportarle beneficios, pues era una garantía si todos los demás planes se desmoronaban. Sin embargo, antes de tomar cualquier decisión, debía asegurarse de todas las tesituras en las que ahora se encontraba su hijo. Su vida social se había acelerado en los últimos meses y al no haberle seguido de cerca no sabía exactamente sus propósitos y hasta qué punto debería adaptarlos a sus disposiciones. Lo que más le preocupaba era, como de costumbre, hasta dónde llegaban sus nuevos vínculos con el general; precisamente era eso lo que le había empujado a intentar ganárselo de nuevo. Le inquietaba por dentro si lo hacía por descubrir sus puntos débiles para un día derrumbarle, o si de verdad compartía su causa. En el segundo caso, no podía permitir que continuara junto a él, o a lo sumo, dirigir sus intenciones orientadas a una futura conjura contra su persona. En el fondo sabía que él era el único en todo el reino que, llegado el caso, tendría poder suficiente como para enfrentarse a él. El único con fuerza para ganarse una facción lo suficientemente sólida como para tener éxito en un ataque directo a Innasum y todos sus partidarios.

De nuevo tuvo que recordarse a ella misma que no era bueno soñar con ese tipo de cosas que de realizarse, lo harían en un futuro demasiado lejano; ahora había otros asuntos de los que ocuparse, mucho más importantes, pues serían las bases para ese posible éxito venidero. Sabía que Tukil se pasaba el día entero entrenando en los patios de la Casa de la Guardia y si no, en sus salas destinadas al aprendizaje militar especializado por parte de los más altos cargos del ejército. Esperó hasta el final del día, después de haber dejado todos los asuntos zanjados en la Casa del Retiro, y se fue a buscarle a la salida, algo que jamás había hecho, ni siquiera cuando aún era un niño. En teoría él aún debería seguir su aprendizaje allí, pero su puesto real le exigía tener una educación muy superior al resto de las gentes.

Pensaba en todo ello al calor de la tarde, parada a unos cuantos metros de la entrada del edificio en los puestos del mercado semanal que aún no habían sido recogidos. Observaba y cogía entre sus manos las joyas que vendía un orfebre, simplemente por entretenerse, pero bien atenta a los primeros muchachos que empezaban a salir. No quitaba el ojo de la puerta, y tras un buen rato, cuando ya parecía que no quedar nadie, llegó a pensar que ese día no se encontraría allí. Esperó un poco más, impaciente al ver que las puertas de la entrada se cerraban, cuando al fin le vio salir acompañado de varios guardias. Ania sonrió para sí, y con la vista fija en él se acercó con determinación, pero a su vez con una actitud totalmente amable. Él la vio acercarse y ante la sorpresa se detuvo para verla llegar. Hacía mucho que no hablaban, incluso hacía días que no la había visto. Sus caminos parecían haberse distanciado de manera infalible, pero, aunque casi no había tenido tiempo para pensar en ello, ahora le daba la sensación de que la había echado de menos.

-           Hijo – le saludó –, ¿no vas a dar un beso a tu madre?

-           Claro – contestó aún sorprendido y con un beso en la mejilla.  

Ella le dedicó una sonrisa casi inapreciable, pero que él distinguió con toda claridad. Le agarró del brazo y le incitó a continuar su camino a palacio. Tukil sintió una gran alegría por que volviera a demostrarle su afecto. Ella era la única que desde siempre le había dedicado una atención muy especial, como a su hermano, y la que había velado por ellos en cada momento. Se había preocupado por buscarles los mejores maestros, por hacerles un hueco en las esferas de poder, por defender el puesto que les correspondía, ya que su padre no parecía tener muchas intenciones en ello. En el fondo sabía que si no hubiera sido por ella hoy no estaría allí.

-           No quiero que pienses que te he tenido olvidado todo este tiempo – fue lo primero que le dijo de camino a palacio –, ni que creas que todavía te guardo rencor.

-           Lo que hice, aunque no lo creas, fue por el bien de Sinniria. Era la única salida.

-           No quiero hablar del tema – le cortó –, lo que pasó ya lo sé. He tratado con algunos jueces y el rey parece que ha querido seguir ofreciéndome su favor. Ahora, contigo, prefiero que quede olvidado.

-           Como quieras, madre.

En realidad muchas veces le hubiera gustado dirigirse a ella para que le resolviera alguna de las múltiples dudas para las que siempre parecía tener una respuesta adecuada. Si no había sido él el que se había acercado primero era porque también la temía, le preocupaba cualquier reacción adversa que pudiera haber dirigido contra él. En lugar de eso, lo que hizo fue ganarse la confianza de Innasum, por quien no había dejado de sentir una gran fascinación, en principio por el misterio que parecía emanar de su persona, pero ahora sobre todo lo que primaba en su amistad era ese interés por aprender a su lado. Había descubierto en aquel hombre un gran conocimiento que envidiaba y deseaba hacer suyo, sabiendo que le sería necesario el día que gobernara Sinniria. Lo único que ya no tenía retorno era esa complicidad que parecía haber surgido entre los dos. Por su parte al menos, ya no lo consideraba el enemigo que tantas veces le había presentado su madre.

-           Quiero que esta noche vengas a cenar conmigo – continuó su madre –, tenemos que hablar de muchas cosas.

-           Me alegra de que desees que las cosas vuelvan a ser como antes – reconoció Tukil, contento, pero a la vez un poco preocupado –, aunque también es verdad que mi situación desde que te enfadaste conmigo ha cambiado mucho.

-           Lo sé, hijo, y por eso voy a ayudarte.

Tukil la notaba contenta, y sobre todo sincera en sus palabras. Él por su parte estaba encantado de que no quedara en ella cualquier resto de resentimiento y esperó el momento de la cena con impaciencia deseando saber qué era lo que pretendía hacer por él. Otra vez volvía a ser ella, tan preocupada por ver a sus hijos en el lugar que se merecían. 

Cuando una de las esclavas le condujo hasta la sala privada de su madre ella ya esta allí tumbada en su sofá, sin poderse resistir a una de las muchas exquisiteces que había ordenado cocinar. Terminó de comer una pequeña manzanita y en seguida le ofreció asiento. No hizo falta decir a la esclava que cuidara de que no les molestaran, y una vez oyó Tukil el sonido de la puerta deshizo su porte majestuosos para dejar correr muchas de sus emociones. Se sentó contento en el sofá al lado del de su madre, y empezó a hablar de lo feliz que estaba de volver a comer con ella. Ania le ofreció lo mejor de la comida y la bebida que había preparado para él, con sus platos favoritos y toda la comodidad de la que él siempre disfrutaba.

Poco a poco la conversación de lo que parecían simples sucesos, se fue desviando a asuntos más serios. Ania era consciente de dirigir sus palabras hacia el punto que a ella le interesaba, pero su hijo no lo advirtió hasta que prácticamente le estaba contando asuntos que quizá no la concernían. Tukil se dio cuenta cuando estaba hablando sobre el primer encuentro que había tenido con Innasum sobre su viaje a Hennia, cuando recordó sus palabras, ya que “no convenía difundir unos planes que no todo el mundo podría entender”. Tukil recapacitó de inmediato y supo poner freno a lo que era un sumo secreto de estado. En su mente revivió todas las conversaciones siguientes, de las que ya había perdido la cuenta. Sólo debía ser conocido por el rey e Innasum, quienes le habían confiado a él la responsabilidad en los viajes venideros. Se sentía comprometido con su causa, que independientemente de con quien había pactado, era el hecho en sí, el honor de haber jurado, lo que le exigió guardar silencio.

Sabía perfectamente las disputas entre el general y su madre, así como que por su parte, ella sería la última persona con la que le hubiera gustado compartir sus más íntimos planes. Ania advirtió la duda de su hijo, en la que descubrió con pesar ese respeto que ahora profesaba por el general y que comenzaba a entretejer ambos destinos. Por lo que parecía, él aún no advertía los temores que ella llevaba albergando ya tanto tiempo, pero prefería que se diera cuenta por sí solo.

Se miraron en un breve silencio, comprendiendo que habían tocado sin buscarlo un tema delicado.

-           Sólo te diré – le indicó Ania – que espero que sepas lo que haces y dónde te estás metiendo.

-           Para mí es un gran orgullo ir a Hennia.

-           No te voy a mentir – reconoció –, así que debes saber que me opuse a que tú lideraras ese viaje. Si no me quieres contar lo que planeáis hacer allí más allá de comercios y ferias, no me lo cuentes. Creo que de momento podré vivir sin esa información, pues tengo otros muchísimos asuntos importantes que tratar.

-           Madre – le contestó en un tono paciente –, no hay nada más de lo que te he dicho. Quiero aprender del general, aunque te cueste reconocerlo es muy bueno en lo que hace, el mejor diría yo. Además, he comprendido que la única manera  de que mi padre me tenga un poco más en consideración es acercarme a la persona que él más respeta. A través de él puedo conseguir mucho más que siendo su adversario. Sabes que tengo razón.

Estaba siendo totalmente sincero, aunque omitió algunos detalles, como que en el futuro, cuando él reinara, no pensaba deshacerse de aquel hombre, todo lo contrario, estaría orgulloso de mantenerlo a su lado. Eso precisamente no habría agradado a su madre, y no era tampoco el momento de exasperarla mucho más. Sin embargo, por sus insistentes preguntas sobre los planes que tenían para el próximo viaje a Hennia, tuvo que ser hábil para mantenerlos ocultos.

-           Muy bien, pero ahora dime – le reclamó –, has callado justo cuando me ibas a contar la nueva locura que se le había ocurrido a tu padre. ¿Qué pretende hacer allí? ¿Tanto le interesa esa tierra hostil, llena seguramente de gentes incultas y sin civilizar?

-           Madre, bien sabes que tienen una cultura como nosotros – le frenó sus impulsos –, y tranquila porque no es nada peligroso. Sé que temes que me ocurra algo, pero te aseguro que voy con gente de que me va a cuidar muy bien. Además, para mí no hay nada imposible.  

Después de tranquilizarla con sus palabras y una sonrisa, se debía preparar para diluir sus temores en un engaño piadoso y que se olvidara por fin de lo que él mismo casi le revela.

-           Te aseguro que allí sólo se va a ir como misión comercial – le mintió.

En última instancia a lo que él iba, era a vigilar todo lo que allí sucedía para un día desvelar los planes, según su padre funestos, que tenían planeados contra Sinniria. Él sin embargo, era de la opinión de Innasum, que un pueblo que ha solicitado ayuda militar y divina era totalmente inofensivo. Por otro lado, también era consciente de que siempre había que estar alerta, como bien había comprobado una y otra vez, incluso hasta en esos instantes junto a su madre que parecía que no tenía nada por lo que preocuparse.

-           La única obsesión de mi padre – continuó – es en todo caso querer mandar demasiadas mercancías para un pueblo, que según los testigos no parece que tenga demasiados habitantes. Tranquila – el volvió a repetir –, que si ocurriera algo importante no dudes que te lo contaría.

Intentó mentirla, hacerla creer que se estaba formando fantasmas en su cabeza, y al final pareció conseguirlo, pues Ania realmente se convenció de que su hijo le estaba siendo sincero. La reina respiró hondo e intentó relajarse ofreciendo de nuevo comida su hijo, enumerándole los muchos platos que había pedido explícitamente para él. Lo necesitaba para ahora comunicarle lo que era el motivo de su visita. Ella misma necesitaba estar en paz con él para convencerse de que se merecía su intercesión.

-           Si he querido que vinieras aquí – le decía –, es también por lo que te dije esta tarde. Sabes que no estoy nada de acuerdo con la política que lleva tu padre con sus propios hijos. De verdad, no entiendo su reticencia a desplazaros de su lado, pero parece que le estoy haciendo entrar en razón, sobre todo contigo. Por eso creo que es el momento de dar otro paso.

Tukil la miró intrigado, pues no sabía qué planes podían haberse urdido en aquella mujer.

-           Sí – continuó ella, advirtiendo su expectación –, después de tus éxitos durante las fiestas de año nuevo, de las que estoy muy orgullosa por tu parte, y parece que el resto de la ciudad también, lo que quiero es que todo ello no quede simplemente en meros hechos puntuales. No quiero que la gente te olvide.

-           Por supuesto – asintió, todavía sin adivinar a dónde quería ir a parar.

-           Hasta que la embajada a Hennia, de la cual tengo que repetirte que no me agrada en absoluto, salga, no quiero que se te tenga relegado a un segundo plano como hasta hace unos meses que te diste a conocer. Ya que has conseguido introducirte en las primeras líneas del gobierno, quiero que siga siendo así. Por eso, voy a pedir al rey que en el momento que nosotros nos retiremos al palacio de verano, tú este año te quedes aquí. De tu relación con el general habrá que sacar algo bueno, de tal manera que voy a solicitar tu adjunción a Innasum en la responsabilidad de Sinniria en nuestra ausencia, en calidad de corregentes. Tú y él, los dos al mismo nivel. 

-           Madre – pudo decir, saliendo de su sorpresa –, ¡pero eso es fantástico!

-           Sabía que te parecería buena idea.

-           Claro que sí. 

 

Aquella reconciliación había tenido lugar quince días antes de su retirada al palacio de verano. Ahora la reina esperaba impaciente en sus aposentos con sus baúles listos para partir y sus sirvientas dándole los últimos retoques para cuando fuera llamada para su salida. El rey por su parte, anunciaba en la sala del trono la novedad que ese año se produciría. Al final se había dejado convencer por su esposa de que era una buena medida para asegurarse aún más el trono, y más después de los disturbios que habían tenido lugar meses atrás. Ella sabía perfectamente su temor a las rebeliones y una posible usurpación.

-           Tú que tanto recelas de todo aquel que pulula a tu alrededor, aunque sea completamente inofensivo – le había provocado –, cualquier medida es poca para asegurar tu vida y con ella tu trono. Pon a Tukil junto a tu general en nuestra ausencia, pues por mucha confianza que tengas en Innasum, Tukil es tu hijo, quien en última instancia te legitimará. Hazme caso, pues no tengo ninguna intención de que desaparezcas, ya sabes que en caso de rebelión si tú mueres yo también, y en estos momentos no me interesa para nada morirme. Tengo todavía muchas cosas pendientes que hacer.

-           Mi reina – asintió –, esta vez debo darte la razón.

Antes de darle una respuesta definitiva quiso tratar el asunto con Innasum, pues en el fondo el que cambiaba sus ánimos solía ser él. Al ver que acogía la noticia con agrado no dudó en darle una respuesta definitiva a su esposa, que se sintió muy orgullosa ante su decisiva afirmación.

La ceremonia salió tal y como esperaba, y el resto de los presentes recibió de tan buena gana la noticia como si la misma reina hubiera suplantado su voluntad en cada uno de ellos. Al levantarse muchos de los presentes se dirigieron a dedicar sus felicitaciones al príncipe, considerándole definitivamente un miembro activo en la política, que había pasado ya a la edad adulta pese a que aún le quedaba un año para cumplir los dieciséis.  

La reunión se disolvió para dirigirse al patio principal de palacio, donde le estaría esperando la comitiva que partiría con los reyes hacia la residencia de verano. Ania ya estaba allí y cuando vio a los hombres colocándose entorno al pórtico fue rápido junto a su hijo al ver en su cara el reflejo del orgullo y la alegría de lo que ella había incitado. Le acarició el pelo y le colocó un poco las ropas mientras le decía lo contenta que estaba de que todo hubiera salido bien.

-           No tenía ni la más mínima duda de que lo apoyarían.

Tukil sonrió y le hubiera gustado tener un momento para ella, pero en seguida vio que todo el mundo estaba listo para la despedida. Se colocó al lado de Innasum, y éste le susurró al oído de que no hiciera nada, que dejara que fuera él quien guiara la ceremonia. Lo único que tenía que hacer es aprender para la próxima vez. El príncipe aceptó. En la práctica era consciente de que el general primaría sobre él en todos los aspectos. Dejó estar la situación, recordándose que debía ser paciente, pues algún día las cosas serían muy distintas. Al menos ese año había avanzado mucho en sus posiciones, incluso como esta vez, en aspectos que ni siquiera imaginaba. Era el primer año que no acompañaría a sus padres al palacio de verano, y en ese sentido lo echaría de menos. Era el mejor lugar para pasar los meses de calor, que se incrementaban enormemente en el centro de la cuidad. Pensó por un momento en aquel lugar, fresco entre tantos jardines y a orillas del río, y en las tardes que se pasaba bañándose, pescando y cazando junto a los hombres de su padre en los bosques cruzando las aguas. Ese verano lo tendría que reemplazar por la política de la ciudad, pero se conformaba con ello sabiendo que era imprescindible para su futuro. Necesitaba ir ascendiendo lentamente, consolidando sus puestos para un día, con toda su trayectoria firmemente establecida, elevarse al puesto más alto del que ya se sentía propietario.

Innasum se encargó de recitar los buenos deseos para la estancia de sus señores en su residencia, de garantizarles el buen funcionamiento del estado, de mantenerle informado con regulares emisarios y de jurarle, una vez más, su fidelidad. El rey partió contento, deseando retirarse por fin a la tranquilidad de su villa. Caminó, similar a un acto procesional, por la calle hacia la puerta de Sin. Todas las gentes salieron a recibirle a las puertas de las casas y desde sus tejados, saludando y mandando buenos deseos para su rey. Él les correspondía orgulloso desde su carro, levantando la mano y asintiendo levemente con la cabeza. Ania, sin embargo, se mantenía firme a su lado, con la mirada puesta en el infinito deseando simplemente llegar a su casa.

Cuando atravesaron la puerta pudo distinguir a lo lejos el templo de Nin y los campos de juegos, ahora desiertos, y un poco más allá uno de los ramales del Tigris que bordeaba su palacio y los terrenos sagrados del templo para luego seguir protegiendo a Sinniria como tal, erigiendo a la villa en el centro de una gran isla. Ellos se encaminaron por el camino que lindaba con esos terrenos de Nin, dejándolos a su derecha y dirigiéndose un poco más hacia el norte. La ciudad quedaba a sus espaldas y deseó que así fuera por una temporada. Aunque todos esos meses ella se había encontrado relativamente un poco más apartada de las preocupaciones del reino por voluntad propia, eso no la había redimido de cumplir con las muchas obligaciones que exigía su cargo, centradas básicamente en la Casa del Retiro, pero que no eran pocas. Por el contrario, aquello le había hecho advertir que un nuevo inconveniente se cernía sobre ella, quizá mucho más fuerte de lo que imaginaba, y que debería tener muy bien controlado. Había notado en los últimos meses cómo la hermana del general, que para su disgusto vivía en la Casa del Retiro en la zona más suntuosa donde también residían las esposas secundarias del rey, había hecho amistad con aquellas que le eran más hostiles. Bien sabía que si inculcaban a Ningal sus peores opiniones sobre ella, que ya de por sí parecía tener, podría ser un foco muy peligroso. Aquellas mujeres podrían haber encontrado una persona lo suficiente capaz como para hacerle frente, y con ella a su lado tenía la amenaza de ver suplantado a su hijo Tukil por alguno de los suyos. No lo podía permitir. No había olvidado los privilegios que Innasum le había proporcionado a su nueva esposa, y precisamente era eso lo que más le preocupaba. ¿Y si precisamente había hecho eso para destruirla? Se había decidido a no hacer nada por el momento, dejando un poco de tiempo como ella misma se había establecido. Sería más prudente retirarse sin haber dado ningún motivo para minar su prestigio, para regresar con las fuerzas renovadas el último día de la estación. Lo dejaría madurar a su curso, eso sí, la tendría sumamente vigilada.

Quería dejar atrás, como parecía simbolizar esa retirada de la ciudad, sus problemas y preocupaciones. Incluso para ella, las continuas tensiones y responsabilidades empezaban a dejar mella en su cuerpo y en su mente. Podía estar tranquila, ya que había dejado a Taha, su mejor amiga, para que vigilara de cerca cualquier intriga que pudiera sucederse, y por supuesto tenerla informada con misivas y alguna que otra visita a lo largo del verano. Sabía que cumpliría, pues ya sólo por ser la esposa de uno de los sacerdotes de Sin y tener todos sus hijos estudiando en la Casa del Retiro, eso le permitiría, como era costumbre, pasarse la mayoría de su tiempo dedicada a los asuntos que allí se sucedían. Siempre había estado muy al corriente de lo que allí ocurría, contando siempre con la amistad de la reina que ampliaba lo que ella misma husmeaba. Ahora, como todos los veranos, ese papel cambiaba, y mucho más aquel, en que Ania necesitaba tener bien vigilada una persona en concreto. Ningal era prácticamente una recién llegada, y por lo que había observado aún no conocía bien las reglas del juego en las capas más altas de la sociedad. Eso en parte era una ventaja, pues su inexperiencia le hacía inofensiva, pero por otro lado, era fácilmente influenciable por esas adversarias. Eran simples temores, pero tampoco quería dejarlo al azar. En tiempos difíciles, como cuando estuvo apunto de conseguir derrocar a su marido, todas ellas la apoyaron, pero únicamente porque eso respondía a sus intereses. Tras su fracaso, las cosas habían retomado su curso y seguían tan empeñadas como antes en conseguir que sus respectivos hijos consiguieran algún día el trono.

Aún así, siempre se acababa recordando que no tenía por qué temerlas, precisamente ella que tan bien sabía que su poder no era equiparable con cualquier mujer del harén; además de la experiencia de haberlas tenido tanto tiempo bajo su mando. Ella incluso había crecido en un ambiente cortesano, lo que le daba ventaja a la hora de conocer todos los entresijos que podrían urdirse en las mentes de cada una. Sin embargo, le podía la prudencia respecto a Ningal. Pero ya tendría tiempo para preocuparse si algún día sus temores se hacían reales, ahora sólo pretendía pasar unos meses en completo reposo, dejando que fueran otros los que trabajaran, pensaran y actuaran por ella.