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Capítulo 10

Alexi se acercó a Margery, que estaba de pie en el umbral que daba a un patio trasero y parecía muy tensa.

—¿Dónde está mi hermana? —preguntó, sospechando que había una conspiración femenina en marcha. Eso le divertía. Había padecido conspiraciones femeninas entre sus hermanas y primas toda su vida. Pero Cliff le había pedido que fuera a buscar a Ariella y tenía que hacerlo.

Margery se colocó delante de él.

Ariella tiene migraña. Va a entrar, pero seguro que se quiere ir a casa.

Eso despertó el recelo de Alexi.

—Lleva toda la semana evitándome cuando suele pasarse el día dándome la lata con sus obsesiones históricas y sus últimas ideas políticas.

No añadió que con lo que más lata le daba era con Elysse, pero que en esa visita sólo había sacado una vez aquel tema doloroso.

—Apenas la he visto desde que llegué, ¿y ahora tiene migraña? Discúlpame.

Pasó al lado de su prima. Si su hermana dejaba de entrometerse en su vida personal, era porque seguramente le ocurría algo.

Ariella se dirigía hacia ellos, Alexi vio su sonrisa y sus mejillas sonrosadas y se asustó de verdad. Observó el patio pero no vio a nadie.

—¿Quieres bailar conmigo otra vez? —le sonrió ella.

Él la tomó del brazo.

—Tú odias bailar y no te gustan los bailes. ¿Por qué sonríes así?

La sonrisa de ella se evaporó, pero volvió enseguida.

—Yo no odio bailar ni los bailes. Lo que pasa es que casi siempre tengo cosas mejores que hacer.

Él miró otra vez las sombras del patio.

—Si no te conociera, diría que acabas de tener un encuentro amoroso.

El sonrojo de ella se hizo más intenso.

¡Había acertado! Alexi no podía creerlo. La culta de su hermana era la mujer menos apasionada y romántica que conocía.

—Estás loco —dijo ella, y entró en el salón con Margery.

Alexi las observó y las vio cuchichear.

Salió al centro del patio. Una pared baja de piedra separaba el patio de la extensión de césped que había detrás de la casa. No vio a nadie cruzando la hierba.

Tal vez se había equivocado. Suspiró con alivio. Su hermana era demasiado inteligente para su bien y muy sensata en asuntos políticos y temas sociales, pero no tenía experiencia con los hombres. Él confiaba en que un día se enamorara de un hombre bueno, honorable y comprensivo, quizá incluso alguien de medios.

Hasta que eso ocurriera, era su deber mantener a raya a los libertinos.

 

 

Ariella vio que su padre la esperaba al lado de una columna. Emilian se había perdido en los jardines, pero ella no sabía si se iba ya de la casa o simplemente volvería al baile por otra entrada.

Cliff se acercó a ella. Las mujeres lo miraban al pasar con la esperanza de atraer su atención, pero él no parecía darse cuenta.

—¿Dónde has estado? —preguntó preocupado—. ¿Te encuentras bien?

La joven le sonrió.

—Sabes que no me gustan los bailes. He salido un momento a mirar las estrellas.

—Te he buscado en la biblioteca. Es la primera vez que recuerdo que salgas al exterior, siempre te las arreglas para encontrar algo que leer.

Ariella vaciló.

—Estaba buscando la biblioteca…

Margery se adelantó.

—Yo le he pedido que saliera, tío Cliff. Necesitaba su consejo en un tema personal.

Cliff sonrió, satisfecho al parecer, y se excusó. Ariella miró a Margery, que la observaba a su vez con preocupación.

—Es escandaloso… St Xavier.

Ariella oyó esas palabras pronunciadas con desdén por un hombre situado a sus espaldas. Se volvió y vio un grupo de dos hombres y dos mujeres.

Margery la tomó del brazo e intentó apartarla. Ariella le hizo ademán de que guardara silencio. Quería escuchar.

—No ha sido invitado —dijo una rubia—. Lady Simmons me lo ha dicho personalmente. Está furiosa, porque él ha rehusado todas las invitaciones que le ha enviado y ahora se presenta sin ser invitado y no se molesta en saludarlos a lord Simmons ni a ella.

—Es su parte salvaje, Belle —comentó uno de los hombres—. Cualquiera se puede poner ropa elegante, pero no aprender buenos modales. La buena crianza no se puede comprar.

Ariella estaba horrorizada.

—Yo no lo había visto nunca —dijo la pelirroja. Se había sonrojado—. ¿Todos los gitanos son tan apuestos?

Los caballeros la miraron de hito en hito.

—Letitia, supongo que no estarás pensando en él como segundo marido —dijo el primero que había hablado—. Tus hijos saldrán manchados con sangre gitana y a ti te despreciarán.

—He oído que se casará con la viuda Leeds —rió el otro hombre—. Tiene casi cuarenta años, pero ha tenido cuatro hijos sanos y sostiene que puede tener unos cuantos más. Es lo mejor a lo que puede aspirar él.

—Yo no pensaba en él como pretendiente —se defendió Letitia—. Simplemente no había visto nunca a un gitano. Tenéis que admitir que parece un príncipe ruso.

La rubia se acercó más a ella.

—Es notorio por sus aventuras, Letitia.

Las dos intercambiaron una mirada fascinada.

—Ha vuelto. ¿Nos presentamos? Quizá no lo encuentres tan fascinante cuando oigas su acento y comprendas que su ropa elegante oculta la clase más baja de humanidad —dijo uno de los caballeros.

Ariella hervía de furia. Vio que los cuatro se dirigían hacia él con la clara intención de divertirse a su costa. Las mujeres hicieron reverencias y los hombres sonrieron ampliamente y le estrecharon la mano. Ariella sabía que era todo falso. ¿Sabía él que lo despreciaban?

La mirada de él pasó por encima del grupo y se posó en ella.

La joven se mordió el labio inferior y negó con la cabeza, con la esperanza de hacerle entender que eran un grupo de traidores. Él la miró confuso, sin comprender.

El primer caballero, al que ella aborrecía ya, hablaba ahora con él. Ariella no podía soportarlo. No permitiría que aquellos asnos usaran a Emilian como diversión. Avanzó con fiereza hacia él.

Las mujeres lo miraban embelesadas. Ariella vio que él mostraba indiferente ante ellas. Sólo sonrió cuando sintió su presencia y se volvió.

—Hola, señor, es un placer veros aquí —ignoró a los presentes y le hizo una reverencia sólo a él. Sabía que se mostraba grosera, pero no le importaba. No los conocía y no tenía la menor intención de ser presentada a ellos—. ¿Puedo hablar un momento con vos?

—Una oferta que no puedo rehusar —sonrió él.

Miró al fin a las dos mujeres e hizo una inclinación de cabeza. Era una despedida. Se apartó y los dos dejaron atrás al grupo, con cuidado de no tocarse.

Ella miró su perfil. Su postura era firme y correcta y levantaba la cabeza con orgullo. Sabía que murmuraban a sus espaldas. El corazón le dolió por él.

No se permiten gitanos.

—¿Qué haces? —le preguntó cuando se detuvieron al lado de una columna.

—Salvarte —sonrió ella.

Y por primera vez lo vio sonreír con regocijo.

—No necesitaba que me salvaras.

—Opino distinto… había que rescatarte de ellos. Son increíblemente detestables —insistió ella con el corazón lleno de felicidad. Le encantaba verlo sonreír así.

—¿Igual que querías defenderme la primera vez que nos vimos?

—Me niego a condenar a nadie sin conocer los hechos —contestó ella con firmeza.

El tono de voz de él cambió.

—Señorita de Warenne, es un placer conoceros por fin —su sonrisa se había desvanecido y la saludó con una reverencia.

Ella se volvió y vio que se acercaba su padre. Se le aceleró el pulso. Tenía la sensación de que la hubieran sorprendido en un encuentro amoroso.

—Padre, ha sucedido algo sorprendente —dijo, ruborizada—. El vaida que conocimos en Rose Hill es St Xavier.

—Acabo de darme cuenta —comentó Cliff, que no parecía complacido. Lo miraba con recelo—. Creo que se impone una presentación.

Emilian inclinó la cabeza y miró a Cliff con desdén evidente. Ariella se alarmó. No necesitaba ponerse beligerante en ese momento.

Pero la sonrisa de Emilian era arrogante.

—El vizconde St Xavier. El placer es mío… capitán.

Ariella reprimió un gemido. Emilian acababa de arrojarle su título a la cara a su padre. Sabía que a Cliff no le importaban los títulos, pero adoraba los desafíos, como todos los de Warenne. ¿Por qué Emilian no podía portarse bien por una vez?

—¡Qué extraño que olvidarais mencionar vuestra identidad cuando os hicisteis pasar por gitano en Rose Hill! —comentó Cliff.

—Mi madre es cíngara —replicó Emilian—. Llevo las dos sangres. No hubo fingimiento.

—Había oído hablar de vos, tenía que haberlo sospechado. También he oído que nunca asistís a funciones sociales. ¿Qué os trae por aquí? ¿O no hace falta que lo pregunte? —su mirada no abandonaba el rostro de Emilian.

Ariella pensó que había adivinado parte de la verdad. Intuía que Emilian había ido al baile para verla.

—¿Padre? St Xavier es vecino nuestro. Creo que es maravilloso que os conozcáis por fin. Espero que sea para bien de todos.

Ninguno de los dos hombres le hizo caso.

—Si pensáis ni por un momento que os voy a explicar mis actos a vos, capitán, estáis delirando —dijo Emilian con suavidad—. Yo voy donde deseo cuando deseo.

—¿Y sois incapaz de una respuesta cortés? Pues claro que sí. Creéis estar por encima de la necesidad de explicaros, pues bien, yo creo que sois joven, impetuoso y demasiado dispuesto a combatir con cualquiera que se cruza en vuestro camino. Eso es estúpido, St Xavier —repuso Cliff con voz tensa—. Ariella, lord Montgomery desea un baile —miró Emilian—. Buenas noches.

Ariella se retorció las manos ante aquella despedida, pero Emilian sonrió con fiereza.

—Sí, ¿cómo he podido tener la insolencia de hablar con vuestra hija? La señorita de Warenne es demasiado sangre azul para tolerar mi presencia.

Cliff, que estaba a punto de girarse, se puso tenso.

—Mi hija es una dama que merece las atenciones de un caballero, no de un sinvergüenza. Sólo aceptará pretendientes con intenciones honorables. ¿Cuáles son las vuestras, St Xavier? ¿Podéis molestaros en contestar a eso?

Emilian no parecía nada molesto.

—Estoy de acuerdo, de Warenne. Vuestra princesa sólo debe tener pretendientes honorables. ¿Mis intenciones? —se encogió de hombros—. No las tengo. Sin embargo, sólo estamos conversando, y eso no es un delito, ni siquiera para un gitano —se alejó.

Ariella temblaba por la confrontación. Miró a su padre.

—Ya sufre bastante, ¿sabes? ¿Hacía falta que lo atacaras así? ¿Es que no ves cómo lo tratan?

Cliff pareció sorprendido.

—Yo no lo he atacado, pero necesitaba un aviso. Ese hombre es arrogante, impulsivo y demasiado atractivo para las mujeres. ¡Mira! La mitad de las damas de esta habitación quieren que se fije en ellas. Siento ser tan crudo, pero no hay duda de que esta noche se llevará a una de ellas al lecho y, maldita sea, no vas a ser tú.

Ariella dio un respingo, sonrojada.

—Sólo estábamos hablando. Papá, ¿has oído las cosas horribles que dicen a sus espaldas? Le sonríen a la cara y lo desprecian cuando se vuelve. Es injusto y cruel.

La mirada de Cliff se ablandó un tanto.

—Si, lo es, pero no es asunto tuyo. Él se aprovechará de tu buen corazón. Por favor, no pienses en luchar por su causa, no saldrá nada bueno de eso —sonrió—. Me he inventado lo de Montgomery, ¿pero por qué no lo saludas? Quizá te invite a bailar.

—En primer lugar, no quiero bailar con Montgomery. Y en segundo, me importan un bledo los pretendientes y tú lo sabes —cerró los ojos un instante—. Con franqueza, quiero ser amiga de St Xavier. Necesita una persona que lo sea.

Su padre palideció.

—Eres una ingenua. Un hombre como él no necesita amigas. La amistad sólo llevará a un lugar. En este tema tienes que confiar en mi experiencia.

La joven se puso rígida.

—¿Ahora me vas a decir de quién se me permite ser amiga?

Su padre vaciló.

—Por supuesto que no.

—Gracias. Conozco su reputación —añadió ella, que sabía que le sería mucho más fácil hablar de Emilian si no hubiera traicionado ya la confianza de su padre—. Iré con cuidado.

—Querido —Amanda apareció sonriente al lado de Cliff pero sus ojos verdes mostraban preocupación—. ¿Cómo podéis discutir en una noche tan hermosa? Ven a bailar conmigo.

—Enseguida, Amanda —repuso él—. Ariella, por favor, escucha esta advertencia. Él no quiere tu amistad… y yo estoy seguro de que es peligroso. Te meterás en un lío.

Ella se estremeció. Ya se había metido en aquello más hondo de lo que jamás habría imaginado.

—Prometo ser prudente y cauta.

Cliff se alejó con su esposa. Ariella suspiró aliviada. Odiaba engañar a su padre pero no podía arrepentirse de lo que había ocurrido.

Sintió la mirada de él y volvió la cabeza.

Emilian estaba entre la multitud, pero claramente solo y apartado de los demás. Sus ojos se encontraron. Ella quería decirle que aquellas personas eran odiosas, que su padre sólo intentaba protegerla y que ella era su amiga, pero no se atrevía a acercarse a él.

—¿Queréis bailar?

Se volvió hacia un hombre rollizo, rubio pálido, uno años mayor que ella. Le costó trabajo sonreír.

—Lo siento. Bailo muy mal. Seguro que no os gustará bailar conmigo, señor.

Él le hizo una inclinación de cabeza.

—Al contrario, señorita de Warenne, sería un honor bailar con la dama más encantadora del salón.

Su mirada era penetrante, pero no era sensual ni atrevida. Estaba a punto de insistir en que no sabía bailar y ofrecer otra excusa cuando él sonrió y dijo:

—¡Qué imperdonable por mi parte! Todavía no me he presentado. Robert St Xavier.

Ariella lo miró. ¿Era hermano de Emilian? Eran de una edad similar, pero no se parecían nada. Sonrió.

—Será un placer bailar, si no os molesta que os pise —le tendió la mano.

Él se echó a reír.

—Una mujer hermosa puede hacer lo que quiera; es su prerrogativa.

La guió a la pista y ella giró en sus brazos. Estaba segura de que no la encontraba muy atractiva, pues sus palabras sonaban estudiadas.

—Bailáis bien, señor —dijo divertida.

—Y vos también —sonrió él, observándola con atención.

—¿Vos también residís en Woodland?

—Yo resido en Londres, señorita de Warenne. Mi primo, el vizconde, reside en Woodland. Como viene tan poco por Londres, yo visito Derbyshire a menudo. De no ser así, perderíamos el afecto familiar.

Quería dar a entender que estaba muy unido a Emilian, pero Ariella estaba insegura de eso. Aquel hombre le causaba una sensación extraña.

—Acabo de conocer al vizconde —dijo—. Vuestro primo es un hombre encantador.

Robert se echó a reír.

—Sí, todas las damas lo encuentran muy galante, aunque yo nunca he comprendido su encanto. Pero está soltero y Woodland es una buena hacienda.

Ella se puso tensa.

—Yo lo encuentro encantador, señor. Nada más.

—¿O sea que lo conocéis bien?

—En absoluto. Acabamos de conocernos.

Robert sonrió, y su expresión era petulante.

 

 

Emilian estaba harto de los juegos con payos. Ya no podía soportar más sus murmuraciones, pero se mostraba renuente a marcharse. Había una razón… Milagrosamente, ella lo había perdonado por lo que le había hecho. No había habido acusaciones ni histeria, simplemente creía que eran amigos. Había intentado rescatarlo de los payos. Era sorprendente. Se volvió para mirarla una vez más antes de irse.

Y la vio bailando con su primo.

La alarma que sintió se vio reemplazada inmediatamente por la rabia. Robert era un sinvergüenza, un villano inútil. Era su rival. ¿Y ahora perseguía a Ariella? ¿Quería frustrar sus planes como había intentado hacer muchas veces en los últimos veinte años? Pero eso daba igual. Simplemente era inaceptable que bailaran juntos y no lo permitiría.

Cuando se acercaba a ellos, recordó imágenes de aquella noche, de ella llorando de éxtasis cuando él se movía en su interior. Las imágenes cambiaron y la vio recibiendo los besos de su primo. Apartó de sí la horrible fantasía. Ariella no era ninguna tonta, no se dejaría seducir por Robert. Él jamás lo permitiría.

Pero Robert era completamente inglés. De buena familia, tenía un buen nombre y sería un pretendiente aceptable. De Warenne seguramente lo aprobaría, al menos socialmente.

Eso alimentó su furia.

Siguió avanzando. Vio la sonrisa educada de ella y la afectada de Robert. ¿Disfrutaban bailando juntos? No importaba. Él los separaría.

Ariella se sobresaltó al verlo. Robert lo miró con expresión blanda y Emilian supo que disfrutaba del momento.

—Os voy a cortar —dijo con brusquedad. Tomó el brazo de su primo y lo apartó de la cintura de ella.

Robert la soltó y se hizo a un lado.

—Es normal que quieras bailar con la mujer más hermosa de la sala —hizo una reverencia galante—. Señorita de Warenne, en otro momento.

Ella consiguió sonreír.

—Por supuesto.

Emilian la tomó en sus brazos con rabia. Le costaba trabajo pensar con claridad.

La yegua negra era el caballo más hermoso que había visto. Era el regalo de su trece cumpleaños, hecho por su padre poco después de que accediera a permanecer voluntariamente en Woodland y explorar las oportunidades que Edmund deseaba darle. La primera noche durmió en el establo con ella. Después la montó todos los días y el animal fue una gran alegría en esa vida nueva que todavía le daba miedo. Se enamoró de la yegua y ella lo amó a su vez. Y luego, Edmund lo llevó a Londres en un viaje de un día.

Cuando volvieron a Woodland, corrió al instante a ver a la yegua y la encontró caliente, húmeda y coja. Tenía las patas hinchadas y golpes de latigazos en la grupa y el cuello. Robert la había montado hasta el agotamiento.

Al borde de las lágrimas, se mostró decidido a matar a su primo, pero su padre los separó. La yegua sobrevivió y se curó y Robert quedó impune de su crimen. Pero aquél fue sólo el comienzo.

Robert siempre había procurado arrebatarle todo lo que creía que Emilian quería…

—¿Qué piensas? —preguntó Ariella—. Pareces dispuesto a cometer un asesinato.

Emilian la miró. Pensó en las veces que Robert se había quejado a su padre de que Woodland debería ser para él y no para su primo.

Por supuesto, las quejas habían cesado con la muerte de Edmund, pero Emilian sabía que seguía deseando la hacienda, el título y sus riquezas y posesiones. Y ahora deseaba a Ariella.

—Emilian —lo llamó ella.

Bajó la vista y la miró a los ojos. Y en cuanto lo hizo, se dio cuenta de que ella estaba en sus brazos.

La sostenía estrechamente, como sostendría un hombre su amante o esposa, pero no a una compañera de baile. Miró detrás de ella y vio que Robert los observaba. Respiró hondo y puso una distancia apropiada entre ellos.

—¿Bailas con otros pero no conmigo? —preguntó.

—Eso no es justo, Emilian. Por supuesto que bailaré contigo.

Sus ojos se habían ablandado. Era demasiado ingenua y buena para su bien. De Warenne tenía todo el derecho a protegerla de villanos… tenía todo el derecho a protegerla de él. Giró con ella por la pista y la joven no tardó en tropezar. La enderezó y murmuró:

—Bailar debería ser fácil para ti. Es un placer, Ariella.

—Para mí no es fácil —susurró ella—. Pero me alegro de que hayas insistido en que bailemos.

Emilian la atrajo hacia sí. Ahora estaba ya excitado. ¿Por qué negaban la atracción que había entre ellos? Nunca lo había tentado ninguna mujer de ese modo.

—Nos miran —comentó ella sin aliento.

Se recordó que ella merecía algo mejor y que ya le había estropeado bastante la vida. Ella merecía un príncipe, no un vizconde gitano. Además, él se marchaba.

Entonces vio a Robert, que los miraba abiertamente.

—¿Has disfrutando bailando con Robert?

—No. Generalmente no me gusta bailar.

—Entonces debo cambiar eso, ¿no crees?

Ella sonrió con calor y confianza.

—Quizá ya lo hayas hecho —comentó. Y lo pisó.

Emilian se echó a reír.

—Sígueme… como hiciste la otra noche… y bailarás de maravilla.

—Emilian —susurró ella. Y él notó que su cuerpo se fundía contra él.

Se entregó al momento y a la mujer que tenía en los brazos. Ella era suave y temblaba de tensión, y él también. Acercó su mejilla a la de ella.

—¿Odias bailar ahora?

—No.

Sus ojos se encontraron. ¡Sería tan fácil renovar la aventura! Los dos lo deseaban. No miraría dos veces a Robert si estaba todas las noches en su cama. Ahora ya no era inocente y le sonreía… le sonreía a él.

Se separó instantáneamente.

—¿Qué ocurre? —preguntó ella con suavidad.

Él la miró. No podía dejarse llevar por el deseo. Ella no era indiferente. Afirmaba que quería ser su amiga y eso implicaba que quería una parte de él que jamás podría darle. Ella merecía algo mejor que una aventura carnal.

—¿Es por Robert? ¿O algo que hayas oído?

Él siguió bailando; no quería hablar de su primo.

—¿No te gusta tu primo? —preguntó ella.

Emilian suspiró. Una conversación sobre Robert acabaría con el deseo que palpitaba entre ellos.

—Lo odio —dijo, y apretó la mano en la cintura de ella.

—¿Cómo puedes odiar a alguien de tu sangre? No lo dices en serio.

—No todos somos tan afortunados como tú, de tener parientes buenos y que te quieren.

—Robert dice que estáis muy unidos —insistió ella.

Él se dio cuenta de que cada vez los miraba más gente. Siguió bailando, pero manteniendo la a distancia.

—Stevan, Jaelle, Simcha y mis primos son mi familia. La caravana es mi familia. Robert es apenas un pariente. No tiene corazón. No te acerques a él.

Ahora fue ella la que se detuvo bruscamente.

—No tengo intención de acercarme a él. Pero siento que odies así a un primo tuyo.

—No sientas lástima por mí —le advirtió él.

—No es lástima. Siento que no tengas relaciones de afecto con la familia de tu padre porque eso debe hacer que te sientas muy solo.

El baile era un error. Ella era un error. Emilian se puso tenso.

—¿Y qué sugieres tú? ¿Que finja que me importa mi primo? O mejor aún, ¿Qué finja que soy un inglés?

Ella inclinó la cabeza a un lado.

—Esta noche podrías haberme engañado.

Sabía que era broma, que ella quería aligerar la atmósfera pero se sintió irritado. Peor aún, le apetecía estrecharla en sus brazos y besarla hasta que dejara de apreciarlo. Quizá si tenían una aventura aprendería a odiarlo y se acabaría todo.

—Me temo que es tarde y debo irme.

—Cobarde.

Emilian la miró atónito.

Ella le devolvió la mirada con osadía.

—¿Qué has dicho?

—Me has oído.

—¿Y se puede saber por qué me consideras un cobarde?

—Porque tienes miedo de afrontar la verdad sobre muchas cosas, quizá incluso sobre mí —ella se sonrojó y miró a su alrededor—. Deberíamos tener esta discusión fuera de la pista.

—¿Por qué? ¿Te molestan las miradas y los susurros? —preguntó él cortante.

Ella lo miró de hito en hito.

—Pues sí, tanto como te molestan a ti.

Emilian se giró con intención de dejarla allí plantada; pero aquello era despreciable, por lo que se volvió hacia ella.

—Nunca he conocido a una mujer más irritante. Mis preocupaciones son mías, no tuyas. ¿Por qué te entrometes? Oh, espera, claro, qué tonto. Quieres ser mi amiga.

—Soy tu amiga por muy grosero que intentes mostrarte. Y necesitas a alguien con quien compartir tu preocupación. Creo que eso ha quedado muy claro esta noche.

Emilian no podía creer lo que oía.

Ella sonrió.

—Y si yo soy irritante, tú puedes ser insufrible. Por eso hacemos buena pareja.

Él no le devolvió la sonrisa. Ella osaba decirle lo que tenía que hacer como si fueran amigos de verdad. Estaba furioso y ella se reía de él. ¿Creía que llevaba la voz cantante?

—Hacemos buena pareja —se inclinó hacia ella— sólo en un lugar. Mi lecho.

La sonrisa de ella se apagó un tanto, pero no desapareció del todo.

—Sea lo que sea lo que crees saber sobre mí, estás equivocada.

Ahora ella dejó de sonreír y se puso tensa.

—Sé que no eres despiadado —contestó—. Sé que eso es una fachada. Después de esta noche comprendo por qué ladras tanto y por qué amenazas con morder. Pero no morderás. Por lo menos a mí.

—Tú no sabes nada —estaba lívido de furia, aunque no sabía bien por qué. Hizo una pequeña reverencia—. Me temo que debo acabar este baile prematuramente.

Ella le tomó el brazo.

—Sé que estás solo —lo soltó.

Él tardó un momento en recobrarse de la acusación. Ni siquiera se dignó responder.

—Gracias por el baile. Buenas noches.

—De nada… Emilian.

¿No le importaba que la dejara así? Sabía que la gente había oído partes de su conversación. Se obligó a no mirar atrás y salió de la pista. Pero no podía dejar de pensar en la mujer pequeña que estaba detrás de él en la pista y lo compadecía. Creía que estaba solo.

Al llegar a la puerta, sí miró atrás.

Ella seguía donde la había dejado, con el rostro tan pálido como el alabastro. Varios caballeros se habían acercado a ella, quizá para invitarla a bailar. Uno de ellos era Robert. Ella negaba con la cabeza… pero sólo lo miraba a él.

Sus ojos suaves brillaban.

En ese momento supo que debía alejarse de ella todo lo posible. Su encanto… y su fe… eran demasiado grandes. Se marchó corriendo.