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AHÍ permanecí hasta que con el primer bostezo del sol, llegó la hora de desembarcar. Eugene abrió la puerta del camarote.
—Estamos listos. Tenemos el carruaje esperándonos. Podemos desembarcar en el momento en que usted lo decida señor de Alarcón.
—Este es un buen momento señor Armitage, doña Fátima está más estable. Sugiero que mientras nosotros conducimos a doña Fátima a mi casa, el Cerulean navegue hacia la bodega y atraque en el muelle.
—De acuerdo. —Eugene cerró la puerta y se alejó.
El movimiento en cubierta inicio, escuchábamos los pasos que iban y venían de proa a popa, y un par de minutos más tarde, Eugene acompañado de varios marinos aparecieron en el umbral de la puerta.
—Debo ir por mi maleta. —Le indiqué.
—No se moleste señor de Alarcón. Marlon se hará cargo de eso.
—Gracias.
Un par de marineros cargaron las maletas de Ella, y salieron del camarote. Eugene se acercó a la cama y la contempló a Ella por un segundo, luego volvió la mirada hacia la escotilla al otro lado del camarote y volvió a observarla a Ella con los ojos entornados y ladeando un poco la cabeza.
—Tal vez es la luz, pero... Fátima ha recobrado un poco el color de su piel, ya no me parece tan pálida. —Dijo extrañado.
Esas palabras se estrellaron en mi pecho y casi me asfixian. ¿Sería posible que Ella fuera capaz de sentir la presencia de Oliver?. Era su vínculo con él tan intenso que a pesar de no saberlo, Ella podía percibirlo cerca. Y seguramente con él pasaría lo mismo.
¡Esta mujer era fascinante!.
Mi admiración se había incrementado, y mi pasión por Ella empezaba a transformarse en un tormentoso efugio.
—Es cierto. Desde anoche la fiebre desapareció. Fátima durmió tranquila. —Confirmó Índigo.
—Este es el momento perfecto para instalar a las damas en su casa, señor de Alarcón.
—Desde luego, señor Armitage.
Hubiera deseado cargarla en mis brazos, sin embargo debí guardar la distancia, Ella era mi huésped y así debía tratarla, por lo menos hasta que su comitiva se hubiera marchado.
Eugene la levantó en brazos y caminó con Ella hacia cubierta. Luego se dirigió a la plancha de abordaje, y bajó con mucho cuidado hasta alcanzar el muelle. Sin detenerse se dirigió hacia un carruaje que estaba estacionado y ya con las maletas perfectamente acomodadas sobre el techo, y subió. Yo caminé al lado de Índigo, ella entró en el coche. Eugene se trepó al pescante al lado del cochero.
—A Casa Caracol. Tome el camino de la ensenada, por favor. —Le indiqué al conductor y subí al coche.
—En seguida señor.
Ella había despertado, estaba sentada en el asiento frente a mí; Índigo la abrazaba. Y yo... Evité a toda costa mirarla, levanté la cortinilla que cubría la ventana y observé el paisaje que se deslizaba frente al cristal.
Las primeras rosas del jardín que había mandado plantar para Ella, estaban a la vista. El cochero ingresó por el camino de gravilla y se estacionó frente a la puerta de la casa. Abrí la portezuela del coche y bajé, Eugene de un salto bajó del pescante y de inmediato entró en el coche; un minuto después salió con Ella en brazos. Yo me apresuré a la puerta principal de la mansión y llamé. Pablo, mi chofer, abrió.
—¡Don Santiago!. ¡Usted me dijo que regresaba hasta la próxima semana!.
El hombre estaba sorprendido de verme en casa mucho antes de lo acordado.
—Lo sé Pablo, hubo una emergencia y tuve que regresar de inmediato a casa. Por favor busca a Conchita y dile que prepare un consomé y que lo lleve al cuarto de las flores. También busca quien te ayude a bajar las maletas que están en el coche. Lleva la mía a mi cuarto y las otras a la habitación que te he dicho. Págale y despide al cochero y prepara mi carruaje, voy a salir en un par de minutos.
—Como usted diga don Santiago.
—Por aquí señor Armitage, sígame.
Eugene me alcanzó en la puerta. Ella seguía despierta y me alegró ver que no lloraba. Los conduje a través del salón, subimos la escalera y doblamos a la derecha, seguimos por el pasillo hasta llegar al final del corredor, abrí la puerta de par en par y Eugene entró en la alcoba, Índigo después y luego yo.
Eugene la recostó sobre la cama y se arrodilló a su lado; sujetó la delicada mano entre las suyas y le habló.
—Fátima, pasaras algunos días aquí. El cambió te hará bien. Yo vendré pronto para visitarte y si te encuentras mejor pensaremos en la posibilidad de que vuelvas a Charles Towne. Yo te prometo que seguiré tus instrucciones y voy a terminar de reconstruir Viridian y las plantaciones.
Ella solamente lo miraba y no emitió ninguna palabra de reproche o queja, cerró los ojos y las lágrimas rodaron nuevamente.
—Eugene, es mejor que te marches de inmediato. —Índigo sujetó el brazo de Eugene. Él se desasió y la sujeto a Ella de los hombros.
—Fátima, tú tienes un espíritu resuelto, no permitas... ¡No te permitas perderlo a pesar de que ahora creas que está hecho trizas!. —Eugene depositó un beso en la frente de Ella, se puso de pie y salió del cuarto y yo detrás de él. Mientras caminábamos por el corredor él me habló— Señor de Alarcón, podría indicarnos dónde está la mercancía que debemos embarcar para Vane y Ladmirault, levaremos anclas mañana por la noche. Así habrá tiempo para que me informe cualquier cosa que suceda con Fátima. Ya sea una levísima mejoría o si empeora. No quisiera estar lejos de ella en caso de que se agravara su estado.
—Entiendo señor Armitage. Puede quedarse en casa si lo desea, así lo verificará usted mismo.
Mi ofrecimiento fue forzado. Si él aceptaba, yo no tendría oportunidad de acercarme a Ella. Confiaba en que él lo rechazara.
—Agradezco su amabilidad señor de Alarcón, pero no creo que verme por aquí, ayude a Fátima. Sin embargo, quisiera pedirle que en caso de que ella no evolucionara como esperamos, nos avise de inmediato.
—Así lo haré, se lo prometo.
—De acuerdo.
Bajamos la escalera, Pablo esperaba en la puerta de ingreso. El carruaje estaba listo y aguardaba por nosotros.
—Después de usted. —Le indiqué con el brazo extendido que subiera al coche. Eugene salió de la casa y lo abordó— Pablo, llévanos a la bodega, por favor.
—Como diga don Santiago. —Subí al carruaje y Pablo cerró la portezuela tras de mí.
Los seis caballos echaron a andar y el coche emprendió el recorrido hacia mis plantaciones. Eugene observaba a través de la ventanilla, no creo que en realidad contemplara nada, su mirada estaba pérdida y se había aferrado a su rostro un rictus de angustia.
—Señor Armitage, ¿por qué le habló a doña Fátima de un espíritu resuelto?.
Debía conocer su respuesta. Yo no era el único que había notado que esa mujer poseía algo extraordinario que la diferenciaba del resto. Él, que no era su amante ni su amado, lo había descubierto también.
—Señor de Alarcón, yo mencioné que había estado con ella desde el inicio de esta historia. Atestigüé como esa mujer que ahora está desbaratada, se enfrentó a cualquier obstáculo, para alcanzar su meta. Vi como una jovencita florecía en unos cuantos meses convirtiéndose en una mujer tenaz. Presencié como ella se transformaba a sí misma en una maravillosa obra de arte. Una vez, una sola vez la vi dudar y derrumbarse, entonces le recordé que ella poseía ese espíritu que la diferenciaba del resto, ella lo entendió en aquel momento en medio de su fragilidad. Espero que también lo entienda ahora.
¿Una obra de arte?.
¡Maldición!.
Poco me faltó para gritarle que yo también lo había percibido, que había testificado la magnificencia de aquella mujer. Sin embargo, tuve que desintegrar la emoción entre mis dientes. Oliver regresó a mi memoria. Él, seguramente, había advertido esa misma cualidad en Ella. Y sería por Ella que ese pirata perfecto se había entregado a una vida honorable sin dudarlo y había sido por Ella que él aceptó vivir recluido en prisión sin siquiera defenderse.
¡Él lo había dicho!.
¡Acababa de revelarle a Fátima el sitio en donde se encontraba Oliver!.
Ella evitó a toda costa hacer evidente su sorpresa. Fátima se volvió dándole la espalda para ocultar cualquier emoción que pudiera revelar su rostro y caminó varios pasos alejándose de él.
¡La prisión!.
¡Oliver estaba en prisión!.
Su corazonada había sido correcta.
Ella no mencionó palabra alguna, sin embargo, la desconcertó esa confesión. Posiblemente Santiago ni siquiera había notado que lo mencionó, o tal vez lo había dicho con alguna intención. A estas alturas Fátima ya no tenía la certeza de lo que podía esperar de él.
Fátima sentía una urgencia espantosa de salir corriendo y dirigirse a la prisión. Ya no tenía necesidad alguna de seguir escuchándolo, y muy a pesar de sus ganas alocadas de salir disparada de ahí, ella no se movió. Se mantuvo en silencio, aparentemente tranquila y escuchando su relato.
—Esperemos que ella entienda sus palabras, señor Armitage.
No supe que más decir. En realidad no había más nada que decir, me quedaba claro que me costaría la vida salvar aquel inmenso barranco que me separaba de Ella, y que cualquier cosa que intentara para acercarme a Ella, sería arriesgada o mortífera.
No tenía mucho de dónde elegir.
Durante toda la tarde estuve acompañado de Eugene, verificamos la transportación del cargamento del almacén al barco. Ordené que mis hombres se sumaran a los marinos en la tarea de cargar la mercancía y la llevaran hasta el barco que había atracado en el muelle frente a la bodega. Cerca de media noche concluyó la faena. Entregué los documentos de compra a Eugene, eso concluía los trámites.
—Bien señor de Alarcón. —Él revisó los papeles— Todo está en orden, y si no hay más que hacer, me retiro. Le recuerdo que permaneceremos aquí hasta mañana por la noche, le pido que me envíe un mensaje para que me informe cómo se encuentra Fátima. Estas horas serán críticas para ella. Quiero estar seguro de que ella asimilará el hecho de que se encuentra lejos de Viridian.
—Lo entiendo señor Armitage, y le aseguro que seré yo mismo quien le informe sobre el estado de doña Fátima. Vendré mañana después de medio día y le daré los detalles.
—Se lo agradeceré, señor de Alarcón.
—Bien señor Armitage, nos mantendremos en contacto. —Extendí el brazo, ofreciéndole mi mano. Él la estrecho con fuerza. Era evidente que aquel hombre estaba preocupado por Ella, su rostro denotaba una eterna angustia, a pesar de que intentaba disimularlo endureciendo sus gestos— Recuerde que son bienvenidos en cualquier momento que deseen visitar a doña Fátima. —Agregué con la profunda esperanza de que no aceptara mi ofrecimiento.
—Lo tendré en mente, señor de Alarcón. Hasta la próxima vez.
—Hasta entonces señor Armitage.
Eugene se marchó rumbo al barco y yo subí a mi carruaje y emprendí la vuelta a casa. Me sentía desesperado por verla a Ella; las manos me sudaban y el corazón estaba a punto de reventarme en el pecho, tuve que desatar la corbata, me hacía falta aire. Al llegar a casa, Índigo me recibió con una maravillosa noticia.
—Don Santiago, la fiebre ya no regresó y Fátima finalmente ha comido.
Ella bajaba la escalera con un tazón entre las manos.
—Me alegra escuchar eso. ¿Ella está despierta?, quisiera verla un minuto.
—Desde luego don Santiago.
Esa noticia me había tranquilizado. Experimenté una alegría genuina, casi podía sentir que su color dorado inundaba mis pensamientos y mi corazón. Subí apresurado la escalera y casi corriendo llegué a su habitación, llamé un par de veces, pero nadie respondió, giré el picaporte y entré.
Ella estaba recargada sobre dos almohadones. A punto estuve de correr y abrazarla cuando vi que una leve sonrisa se dibujaba en su rostro. Yo le sonreí, como no lo había hecho en muchos años, era una extraña sensación que estallaba desde alguna parte profunda dentro de mí, lo que había hecho florecer mi sonrisa.
De inmediato me acerque a Ella, tomé una silla y la coloqué a lado de la cama, me senté y sujeté su mano entre las mías. Ella aún estaba pálida y débil, apenas si podía apretar mi mano.
—Índigo me ha dicho que ya no tienes fiebre y que has comido. Esa es una excelente noticia. ¿Te sientes mejor?. —Ella solamente me miraba, pero no me respondió, Ella bajó la mirada y cerró los ojos un segundo, luego levantó su rostro nuevamente y me miró, sus ojos se llenaron de lágrimas y su respiración se aceleró— No, no llores. Lo lamento mucho, no era mi intención hacerte llorar, por favor perdona lo que sea que haya dicho que te ha hecho llorar.
Ella estrujó mi mano y yo ya no pude contenerme más, me senté a su lado y la abracé. Ella acurrucó la cabeza entre mi hombro y cuello, y yo sujeté su mano sobre mi pecho.
Me torturaba verla llorar, sus lágrimas acrecentaban mi culpa y mi remordimiento, sentí como esas gotas saladas se acumulaban entre Ella y yo, a pesar de que la tenía en mis brazos, su llanto terminaría separándonos tarde o temprano.
—Me afecta mucho verte llorar de esa manera. Sé que necesitas llorar para que drenes la pena que te lastima. No puedo prohibirte que llores, pero si puedo pedirte que cuando necesites hacerlo, entonces me permitas estar contigo y ofrecerte mi hombro.
Le dije luchando por controlar mi voz y que no sonara desgarrada.
Fracasé.
No noté en qué momento Índigo entró en la habitación, ni siquiera escuché sus pasos cuando se acercaron a mí. Seguramente ella había escuchado mi última frase, porque colocó su mano sobre mi hombro. Índigo no pronunció palabra alguna y ni siquiera intentó que yo me separara de Ella. Índigo me soltó y se sentó en el sillón al lado de la puerta del balcón y empezó a bordar.
Yo permanecí con Ella entre mis brazos durante un par de horas más, hasta que se durmió. Con mucho cuidado la regresé a su cama y me puse de pie. No sabía que decirle a Índigo, solamente incliné un poco la cabeza y salí de la alcoba.
Esa noche no pude dormir. Ella estaba en mi casa. A unos pocos metros de distancia.
¡Ella estaba conmigo!.
Y yo deseaba ofrecerme entero para que ella pudiera echarse a llorar entre mis brazos.
Al día siguiente empecé el día como si fuera cualquier otro, a las ocho de la mañana estaba tomando el desayuno en el comedor. En un par de minutos más tendría que irme a las plantaciones y luego al almacén y finalmente a visitar a Eugene y darle la buena noticia sobre la mejoría de Ella.
Deseaba verla un momento antes de irme. Pensaba en alguna excusa que me permitiera entrar en aquella habitación. No terminé el desayuno, me levante y casi corriendo salí del comedor y subí la escalera, caminé apresurado por el corredor y llegué frente a la puerta de la habitación de Ella y llamé. Índigo abrió.
—Buenos días Índigo. Estoy a punto de irme y quise venir a preguntarte ¿cómo sigue Fátima?. ¿Cómo pasó la noche?.
—Ella se encuentra mucho mejor don Santiago. No ha tenido fiebre y durmió plácidamente toda la noche. Fátima aún está dormida.
—Es una buena noticia. Asegúrate de que coma algo cuando despierte. Pide lo que necesites a Conchita o a Pablo, ellos estarán al pendiente de ustedes mientras yo regreso.
—Así lo haré don Santiago. Muchas gracias.
—Debo marcharme, nos veremos por la tarde.
—Que tenga buen día.
No pude verla, y tuvo que bastarme lo que Índigo había dicho. Me dirigí a la escalera y bajé los peldaños muy despacio. Quería convencerme de que la sorprendente mejoría de Ella, se debía a que ya no estaba cerca de todo aquello que le revivía mil recuerdos de su pirata. Me negaba rotundamente a siquiera considerar la posibilidad de que fuera su cercanía con él, la que había obrado la milagrosa recuperación de Ella.
Salí de la casa, monté mi caballo y me dirigí a las plantaciones y después de medio día fui a la bodega y luego al muelle donde estaba atracado el Cerulean. Aún estaba montada la plancha así que no dude en abordar. Eugene hablaba con uno de los marinos en el castillo del barco, mientras sujetaba el timón con una de sus manos.
—Buenas tardes señor Armitage. —Lo llamé en voz alta.
—Señor de Alarcón. —Eugene se volvió de inmediato hacia donde yo me encontraba y bajó apresurado la escalera hasta alcanzarme en cubierta— ¿Buenas noticias?. —Preguntó confiado.
—Así es. Ayer por la noche Índigo me informó que finalmente doña Fátima había comido un consomé y que se encontraba más tranquila. Y hoy por la mañana me ha dicho que doña Fátima no ha tenido más fiebre, y que pasó una buena noche.
Él no necesitaba conocer más detalles.
—¿No ha llorado más?.
—Si. Un par de veces, pero ya no hay episodios de fiebre o delirios.
Respondí con cierto aire de insensibilidad, como lo hiciera un mensajero que solo transmite lo que se le ha dicho sin reparar en ninguna clase de sentimentalismos.
—Me alegra escuchar eso. Nos marcharemos más tranquilos. He pensado regresar cuando Viridian esté reparada en su totalidad. Y le aseguro que usted recibirá una considerable recompensa por su invaluable ayuda.
¿Recompensa?.
Lo único que yo deseaba era tenerla a Ella y era más que obvio que no sería la recompensa que tenían planeada para mí.
¡Demonios!. ¡Después de toda esta catástrofe, tenían la intención de recompensarme!
¡El mundo había enloquecido y yo junto con él!.
—Señor Armitage, yo no he solicitado gratificación alguna por este favor. Además yo no aceptaría dinero a cambio de ayudar a un ser humano. Doña Fátima no es una mercancía por la que se pueda exigir un precio justo. Considere mi servicio como agradecimiento al señor Drake, que me apoyo cuando tuve mi problema con el arroz. Él no se aprovechó de mi situación desesperada, y en cambio aceptó venderme el arroz a un precio más que razonable. Ningún otro comerciante lo hubiera hecho, cualquier otro habría tomado ventaja de mi posición. Por lo tanto, le ruego que no suponga que mi ayuda está sujeta a alguna clase de retribución.
Eugene extendió el brazo y me ofreció la mano. Yo la estreché.
—Le aseguro señor de Alarcón que en algún momento podremos compensarlo.
—Qué tenga buen viaje señor Armitage.
—Gracias señor de Alarcón. Nos veremos de nuevo en algunos meses.
—Hasta entonces.
Me di vuelta y bajé de nuevo por la plancha hasta alcanzar el muelle y sin detenerme ni volver la mirada hacia atrás, me dirigí al almacén. Permanecí en mi despacho durante el resto de la tarde. Al caer la noche, salí de la oficina y mientras montaba mi caballo vi como el barco levaba anclas, y contemplé al navío internarse en la profundidad del horizonte.
Cuando llegué a casa, me dirigí a la habitación en donde se encontraba Ella. La puerta estaba abierta, el corazón a punto estuvo de traspasarme el pecho, corrí hasta la alcoba y entré agitado. Ella estaba sentada en el diván al lado del balcón, la puerta estaba abierta y el viento jugueteaba con las cortinas. La habitación estaba inundada de un aroma delicioso a rosas y mar. Ella me miró desconcertada por mi celeridad, me acerqué al diván y sin pensarlo arrodillé la pierna derecha y apoyé mis brazos sobre el muslo de la pierna izquierda.
—Lamento haber entrado de esa manera. Me sorprendió ver la puerta abierta. Hoy luces más recuperada. —Ella recostó su cabeza y cerró los ojos. Noté que sus mejillas estaban húmedas, Ella había estado llorando de nuevo— ¿Qué puedo hacer para que tus lágrimas no broten más?
Si Ella me hubiera dicho en ese momento que deseaba a Oliver de regreso, se lo habría concedido sin pensarlo. Sin embargo, Ella permaneció en silencio. Yo no pude moverme de su lado, Ella colocó su mano sobre una de las mías. Su fuerza estaba regresando, su mano ya no quemaba, ahora podía sentir su tibieza delicada sobre mi piel.
Después de ese día hubo muchos otros en los que pasé tardes o mañanas enteras al lado de Ella, custodiando su sueño, ofreciéndole mi hombro mientras ella lloraba o simplemente sujetando su mano, hasta que llegó el día en que Ella se puso de pie y pudo moverse por sí misma nuevamente.
Ella, deambulaba por la playa, pasaba muchísimas horas frente a ese trozo de océano al que contemplaba en silencio. Siempre silenciosa y siempre llorando. Muchas veces la observé sentada sobre la arena de la playa, envuelta en un vendaval de llanto y cuando ella había derramado parte de su océano de desolación sobre aquella arena, luego respiraba profundo, se ponía de pie y regresaba a casa.
Una tarde que regresé de las plantaciones, me dirigí a la playa. Hacía viento, pero me pareció que la repentina aparición de la ventisca era porque estaba jugando con Ella. Fue una imagen extraña, vi como marejadas de aire la envolvían jugueteando con su vestido, tocando su cabello y acariciando su rostro. Presencié como Ella inclinaba la cabeza para que la mano del viento tocara su mejilla. En ese momento pensé que el viento era el amante que la custodiaba y que recorrería cualquier distancia en el instante en que Ella viniera a su encuentro. Noté como el agua del mar se negaba a tocarla. Me pareció sorprendente como se replegaban las olas cuando ella intentaba acercárseles, o cuando no había manera de que pudiera alejarse más, el agua la rodeaba dejando un espacio vació. Ante semejante rechazo, Ella retrocedía alejándose del agua y las olas adoptaban su comportamiento normal. Permanecí observando ese maravilloso espectáculo hasta que Ella volvió su rostro y me miró luciendo una pacífica sonrisa.
—Vine a acompañarte. —Le dije y el viento se esfumó.
Ella se aproximó hacia mí, extendió su mano y desde luego yo la sujeté y Ella me habló con una voz diferente, había recobrado la melodía dulce que se desprendía de su boca cuando Ella pronunciaba palabras.
—Hace algún tiempo me preguntaste si podías hacer algo para que mis lágrimas no brotaran más, ¿lo recuerdas?.
—Por supuesto. ¿Tienes alguna petición?.
Me aterrorizó su comentario, sin embargo, estaba dispuesto a concederle casi cualquier cosa que ella solicitara. A estas alturas, yo estaba seguro que Oliver ya no era una posibilidad.
—Quiero que me permitas ayudarte con la administración de las plantaciones. Deseo volver a trabajar con los libros y los números. Yo me encargaba de la administración de las plantaciones en... —Ella hizo una pausa, era notorio que se esforzaba por pronunciar esa palabra, sin que le hiciera daño— ... Viridian.
Me reconfortó escuchar su petición. Ella había regresado del lugar oscuro y profundo en el que se había refugiado por tanto tiempo, y yo no podía negarle nada que Ella deseara, y mucho menos si ésta era la oportunidad para que esa mujer volviera a ser tan única como yo la había conocido.
—Mañana vendrás conmigo. Te llevaré a recorrer las plantaciones y luego iremos a mi despacho en el almacén y ahí te entregaré los libros.
—Gracias Santiago.
Esa frase se estrelló en mi pecho.
Sentí que me asfixiaba.
Un horrendo estallido doloroso en mi estomago me hizo temblar. Ella me estaba agradeciendo por haberle desbaratado su mundo. Bajé el rostro un segundo y evité mirarla a los ojos.
Mi culpabilidad se había encendido de nuevo.
—Fátima, no me des las gracias nunca más. No he hecho nada que merezca tu agradecimiento.
Ella me miró desconcertada, pero no hizo preguntas.
Y sucedió algo que me arrebató cualquier sentimiento de culpa o angustia, Ella sujetó mi rostro entre sus manos y ensambló sus labios a los míos. Cuando sus manos se posaron sobre la solapa de mi chaleco, pude sentir como su calidez traspasaba la tela de mi traje, alcanzando mi pecho,.
¡Ella me había besado!.
La mañana siguiente fue el inicio de una nueva historia para Ella. La llevé conmigo a las plantaciones y las recorrimos de punta a punta. Intenté explicarle sobre el cultivo de caña de azúcar, pero Ella estaba perfectamente enterada de los pormenores, la caña de azúcar era uno de los productos con los que se hacían negocios en Viridian. Sobre el café se mostró más interesada, me hizo infinidad de preguntas sobre el cultivo, la cosecha, el procesamiento del grano.
Descubrí que esa mujer era brillante y su inteligencia la delineaba como un ser de belleza divina casi irreal.
¡Definitivamente una obra de arte!.
Fuimos después a mi despacho en la bodega y ahí le entregué los libros, Ella los revisó y sin mayor problema comenzó a hacer anotaciones y cálculos y a revisar papeles y facturas y notas de embarque. Yo la dejé trabajando en el despacho y me fui a revisar el almacén y a organizar los embarques y las entregas de mercancía que tenía pendientes. Volví por Ella a medio día. La encontré radiante, detrás de una montaña de papeles y luciendo una majestuosa sonrisa.
—Fátima es hora de ir a casa a comer.
Ella se puso de pie, acomodó un puño de papeles, los colocó en dentro de uno de los libros, que luego apiló en una torre y me los entregó.
—La contabilidad está retrasada, debo ponerla al día.
—Es cierto, no he tiempo de actualizarla.
—¿Te importaría que use tu despacho?. Me gustaría trabajar también en casa.
¿En casa?. Ella consideraba que estaba en “su” casa. Casi reventé de alegría, poco me faltó para gritar.
—No tengo ningún inconveniente. Pero ya debemos regresar a casa, seguramente Conchita tendrá la comida lista y nos estará esperando.
Esa tarde pude paladear por primera vez en mucho tiempo el sabor de la comida. Me alegraba atestiguar como Ella se había recuperando a sí misma.
Ella me acompañaba a las plantaciones y luego trabajaba en mi despacho en el almacén. Otros días Ella permanecía en la oficina de la casa. Nunca antes había tenido la administración y mis cuentas tan claras y ordenadas como cuando Ella las tenía bajo su cargo. Pero no solo la contabilidad estaba en orden, también todo en mi casa funcionaba mucho mejor. Ella se encargaba de los criados, de la alacena, hasta de mis caballos y las reparaciones necesarias en mi casa. Llegó hasta darme consejos sobre cómo administrar mis plantaciones y como mejorar mis negocios.
Desde ese momento, todo mi ser se lo entregué a Ella.
En cada breve oportunidad que se me presentaba, no dudé en abrigarla entre mis brazos y besarla. Fueron esos hermosos minutos que me proporcionaban un trozo de genuina paz.
Así transcurrieron semanas formidables. Ella me obsequiaba deliciosos besos y caricias; sonrisas y abrazos, noté que cada minuto que transcurría me resultaba imposible existir sin Ella.
Sólo se me estaba presentando un problema, aún no podía llevármela a la cama. Cada día me resultaba físicamente doloroso no poder hacerle el amor, cuando Ella se acurrucaba en mis brazos o cuando me besaba o simplemente cuando me tocaba. Pero, era por Ella que yo mantenía a raya mi deseo, Ella estaba casada con Oliver, y él estaba vivo aunque Ella no lo supiera. Y yo no la convertiría en una adúltera, aunque me consumiera de pasión por Ella.
Creí que las cosas se habían resuelto favorablemente, hasta hubo momentos en que olvidé mis crímenes y podía convivir con esa mujer sin experimentar la sensación horrible de culpabilidad.
Pero un maldito día, Eugene apareció sin avisarme, sin hablar conmigo antes de encontrarse con Ella en la playa.
Y, todo colapsó.