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FÁTIMA, escudriñó con la mirada el interior del salón, pero no encontró a Amelia por ningún lado, entonces regresó a la terraza, bajó los peldaños de la escalera, levantó la falda y casi corriendo atravesó el jardín.
Cerca del árbol donde se había detenido la primera vez Oliver, ella descubrió su casaca negra sobre el césped, pero de él ningún rastro. Fátima la levantó y la acercó a su rostro. Su aroma intenso plagaba aquella prenda, ella la estrechó entre sus brazos y caminó por entre los árboles. Lo encontró de pie al lado de un árbol, él tenía la mano izquierda apoyada en el tronco y la derecha aferrada a la empuñadura de su espada. Él contemplaba el trozo de océano que era iluminado por la luz de la luna.
Fátima sintió que los oídos le zumbaban, en su estómago había un vació tan grande que pensó que se le había partido en dos. Entonces lo contempló. Pudo distinguir los músculos de sus brazos marcados por la tela blanca de la camisa que se empecinaba en adherirse a su piel. Su espalda era ancha, y dibujaba una perfecta “V” con su angosta cadera. A Fátima le faltó o tal vez le sobró aire, su respiración se había hecho tan irregular, que ya no lograba distinguir en donde terminaba la aspiración y donde empezaba la exhalación, o si estaba respirando. Ella tragó saliva y avanzó acercándose a él.
Oliver escuchó que alguien se aproximaba, advirtió de inmediato la presencia de ella, su perfume era inconfundible y lo había alcanzado mucho antes de que ella decidiera dar el primer paso para acercarse a él, pero él no pronunció palabra alguna. Ella avanzó hasta que pudo percibir su aroma de lavanda y madera. Ella se sentía perfectamente capaz de enfrentar su irritación, pero no estaba segura de poder sobrevivir a su indiferencia.
—Capitán, lamento que mi tía...
Él levantó la mano indicándole que detuviera la conversación y después de un par de segundos en silencio, él le habló sin modificar su posición. Su voz era ronca y matizada con una tonalidad sarcástica.
—No se moleste en ofrecerme disculpas milady, yo debería haber aprendido ya a ser tratado como un mortífero presagio.
—Pero usted no lo es, ¿o sí?. —Ella esperaba precisamente ese comportamiento, sabía que él estaba enfurecido, y que le echaría en cara no haber reaccionado. Oliver encogió los hombros— Capitán, quiero darle las gracias por no mencionar que ya nos conocíamos.
Ella prosiguió con el mismo tono seguro en su voz, no había ternura, ni sometimiento, tampoco tintes de coquetería o seducción. Su voz era firme y cálida.
—No tiene que agradecérmelo, entendí que a usted no le gustaría verse involucrada con alguien como yo, ¿cierto?.
Oliver giró, volviéndose hacia ella. La expresión de su rostro fue muy reveladora, estaba plasmada la imagen de la furia, parecía como si estuviera a punto de abalanzarse sobre ella y despedazarla de un mordisco. Un dragón, pensó ella. Un dragón a punto de atacar.
Sin embargo, sus facciones endurecidas y la tensión de los músculos de su cuerpo lo transformaban en una deidad encantadora, más que mortífera. Se le veía embriagadoramente peligroso. Sus ojos habían perdido el color, sus pupilas de habían dilatado tanto debido a la oscuridad y la rabia, que su expresión se tornó casi etérea. Sus ojos eran negros con un halo verde. Únicos, como él.
De nuevo, Fátima sintió aquel extraño hormigueo que le inundaba las entrañas, experimentó como subía la temperatura de su cuerpo hasta estallarle en los pómulos. Y una vez más deseó volver a tocarlo. Sentirlo real y no como se le presentaba en este momento, tan furiosamente lejano, insondable como el mismo mar que ella había contemplado tantas veces desde su balcón sin alcanzarlo. Impenetrable como una noche de tormenta. Aún infectado por esa furia, él era un hombre encantador, su hombre encantador. Su dragón. Y aunque ella no había ido directamente a su guarida, si había seguido al dragón. Fue en ese preciso momento que ella comprendió lo profundo que su silencio lo había afectado.
¿Podría ser que él se sintiera atraído por ella, tanto como él la cautivaba a ella?.
¡Dios!. Fátima rogaba que así fuera.
—La encontré tirada en el césped.
Le presentó su casaca y él se la arrebató de las manos.
—Será mejor que vuelva antes de que su tía y su gente adviertan que usted ha desaparecido.
El Capitán Drake regresó la mirada al horizonte dándole la espalda. Él era como una torre de espalda ancha y cadera angosta que hizo pensar a Fátima que Dios en persona había tomado el lápiz para diseñarlo con toda precisión, incluyendo la cicatriz en su mejilla derecha.
Por un instante ella lo percibió como pertenencia de la luna, el sol, el mar, y hasta de la brisa que lo acariciaba alejándolo de ella con cada segundo que se consumía. Ella estiró su brazo, deseaba tanto poder tocarlo de nuevo, y a pesar que casi pudo percibir la suavidad de la tela de su chaleco de terciopelo, no tocó el hombro de Oliver.
Él la había rechazado. Su dragón ni siquiera se había interesado en despedazarla. Cualquier actitud que hubiera esperado de él, no la había preparado para un desprecio voraz como el que su dragón había escenificado. Las lágrimas se acumulaban en sus ojos sin que ella misma se lo hubiera propuesto.
Ella retrocedió. Si no lo hacía en ese momento, sin duda empezaría a llorar. Caminó de vuelta a la mansión, haciendo grandes esfuerzos para avanzar con cada abrumador paso que completaba. Sentía un incalculable peso sobre su espíritu que luchaba por alejarse de aquel dragón humano que la conjuraba a volver la mirada hacia él.
¡Demonios! ¿Por qué esta maldita mujer lo había seguido?. Pensó Oliver enfurecido, estaba a punto de reventar, había abandonado la fiesta para serenarse y luego irse en busca de alguna de sus amantes y liberar la frustración que Fátima le había provocado. ¡Pero no!. Ella tenía que haber ido tras él. ¡Maldición!. Era mejor que se marchara, en este preciso momento, él no estaba de humor para mediar una tregua, especialmente no con ella.
Sin embargo...
Si ella estaba en esta fiesta, pensó Oliver, tal vez fuera porque la estaban introduciendo en sociedad. Y si eso era verdad, entonces a él le quedaba menos tiempo para hacerla suya. Seguramente después de esta noche, un buen puño de aristócratas bobalicones llamarían a su puerta rogando que los recibiera para ofrendarle amor eterno y una nueva prisión de seda y oro.
Este era el momento perfecto. Estaban solos, en medio de un bosque, a la luz de la luna... Después de que él terminara con ella, no tendría otra opción que aceptar cualquier propuesta que él le ofreciera. El matrimonio sería la solución perfecta.
Si, definitivamente era la oportunidad de su vida.
—Señorita de Castella. —El Capitán Drake la alcanzó con un par de zancadas, sujetó su brazo y la jaló con fuerza girándola hacia él. La aprisionó entre su cuerpo y el tronco de un árbol— Usted no vino detrás de mí para ofrecerme una disculpa. Usted vino a buscarme porque deseaba estar conmigo a solas, ¿me equivoco?. —No. Él no se equivocaba. Él podía leer sus pensamientos. Y ella se alegró por un segundo que él hubiera comprendido la finalidad de su arrojo— No me mires de esa manera Fátima. —Su voz adoptó tintes seductores, mientras presionaba su cuerpo contra el de ella. Y en una sola frase derribó la barrera de los códigos hablándole con mayor confianza— Tus ojos parecen dos enormes avellanas a punto de ser trituradas. Créeme que triturarte no es lo que ahora tengo en mente. —Su certero comportamiento la petrificó, arrebatándole por un segundo toda palabra, concediéndole solamente la opción de forcejear con ese ser que ahora se le presentaba atroz y peligroso. El dragón sorpresivamente la reclamaba. Su instinto de sobrevivencia la empujó a presentarle batalla. Intentó empujarlo, golpearle el pecho con las manos empuñadas, pero no consiguió ni siquiera alejarlo medio centímetro de ella— Pórtate bien Fátima y te prometo que te haré el amor tan apasionadamente que después de mí, ningún otro hombre te parecerá satisfactorio.
¡Su dragón estaba arrojando fuego!
Y justamente así se sentía él, el pecho estaba a punto de reventarle, estaba tan acalorado que podía percibir como la rabia y la pasión bullían en cada centímetro de su cuerpo.
Él rodeo la cintura de ella con sus brazos estrechándola con fuerza, inmovilizando sus brazos con su musculoso pecho. La mano viril se posó sobre la mejilla de ella y descendió por el cuello navegando sobre el escote atiborrado de volantes y moños del vestido y finalmente se ancló sobre su seno. Con ese leve toque de su mano hizo que el cuerpo de Fátima le respondiera con un espasmo, sus pezones se endurecieron y él sonrió satisfecho al percibir tan clara evidencia a través de la tela del vestido de ella.
Ella difícilmente podía controlar su respiración, los latidos del corazón eran tan potentes y alocados que la habían aturdido. Pensar. Su cerebro se negó rotundamente a activarse.
Él, fusionó su cadera con la de ella mientras que sus labios se instalaron en el cuello suave. Ella percibió como su virilidad se endurecía y se hinchaba abriéndose camino sobre su vientre, y ella reaccionó con intensa furia.
—¡Suéltame!. —Le gritó manteniendo la misma confianza que él había utilizado para hablarle antes— ¡Tú estás acostumbrado a jugarte la vida contra las fieras, por eso has olvidado cómo tratar a los seres civilizados!.
—Tal vez sería conveniente que me recordaras como distinguir a un ser humano de una bestia. Y qué te parece si inicio mi aprendizaje, probando esa diferencia. —Él acercó su rostro al de ella, su mejilla rozó la de ella y le susurró al oído con su voz enronquecida por la lujuria— Tengo especial interés en las hembras de mi especie.
Él intentó besarla en varias ocasiones y ella lo evitó girando su rostro a un lado y al otro. No era esto lo que ella deseaba de él. No así. Ella había venido a él por voluntad propia, y él ahora intentaba forzarla a hacer algo que terminaría lastimándola y degradándola.
Él ya no se detendría, si esta mujer habría de ser suya, con o sin su permiso, él se encargaría de hacer lo necesario. Él estaba prisionero de una conflictiva mezcla de lascivia y furia provocada por el previo desinterés de ella y ahora su rechazo abierto. Pero...
Pero también tuvo que reconocer que le dolía que ella lo desdeñara. Él la necesitaba y ella...
¿Él la necesitaba?. ¡Demonios!. ¡Si, la necesitaba con él y a su lado!. ¡La necesitaba formando parte de su vida, de sus días y sus noches!. ¡La necesitaba!. ¡Ella era la única que lo había hecho sentir completo en un solo segundo!. Ese conocimiento claro, lo incendió por dentro. Ahora no iba a detenerse hasta que ella estuviera tan indiscutiblemente comprometida, que nadie se aventuraría a arrancarla de su lado. Esta mujer había vuelto su mundo redondo en un tablero cuadrado y con afiladas esquinas.
Cuando finalmente sus labios emboscaron a los de ella, Fátima lo mordió. A Oliver no le agradó para nada su defensa. Tal vez no lo esperaba de alguien como ella, y menos en estas circunstancias en donde estaba más que claro quién tenía la ventaja.
—¡Maldita aristócrata del demonio! —La sacudió como a una débil muñeca de trapo y la empujó con tal aversión contra el árbol. El tronco la recibió con un golpe seco en la espalda que la sofocó y la hizo caer de rodillas sin aire en los pulmones.
Mientras él se limpiaba la sangre del labio lastimado con el volante de encaje de la manga, ella apoyó sus manos en el césped, levantándose lo suficiente para tratar de recuperar el aliento, pero Oliver estaba cegado por la determinación y la rabia que le había producido el ataque de ella, y no le iba a dar ninguna clase de concesiones. El Capitán Drake la sujetó por los hombros firmemente y la arrojó al piso, cubriéndola con su cuerpo.
—¡Española engreída vas a aprender a respetar a un inglés!.
—¡No soy española!.
Le dijo ella con la voz tensa, haciendo un esfuerzo por liberarse. Sin embargo, él estaba tan absorto en su asalto, que ni siquiera escuchó sus palabras.
Sostuvo el rostro de Fátima con ambas manos y sus labios tocaron los de ella y luego los cubrió por completo. Tan solo unos brevísimos segundos y fue suficiente para que Fátima se sumergiera en aquel magnífico océano dulce con forma humana. Su lengua tocó la línea sensible de sus labios y sin que ella pudiera evitarlo, ni siquiera deseaba evitarlo, se separaron dejándole el paso libre. El ligerísimo sabor de metal le hizo saber a la joven que el labio de él había sangrado. Ella experimentó una extraña mezcla de culpabilidad y deseo. Su cuerpo entero envuelto en una espiral de sensaciones nuevas y efervescentes, respondió a toda deliberada provocación a la que él la sometía.
Ella dejó de forcejear, él era demasiado fuerte y grande y era evidente que estaba fuera de control y no se detendría hasta haberla poseído. Ella supo de inmediato que esa posesión podría ser violenta o tal vez solo desagradable.
No, reflexionó asustada, no era una posesión, ¡era una violación!. Ella no deseaba más violencia de la que él ya había utilizado en ella, y si tenía que enfrentar el hecho del inminente abuso, prefería que fuera lo menos abominable posible.
Fátima sintió deseos de llorar, de encogerse y desaparecer. Su hombre encantador, estaba encima de ella, había levantado sin recato las enaguas escudriñando con una de sus manos la tersura de sus piernas, mientras que con la otra estrujaba sin cuidado uno de sus pechos y con su boca y su lengua penetraba a placer en la de ella. Él le estaba provocando dolor, temor y asco. Y sin mayor resistencia, ella se sometió a la voracidad sexual de él. Había sido entrenada por su tía en el insípido arte del sometimiento, y se ofreció como festín del hombre.
Mientras que los labios de Oliver fundidos en los de ella, le permitían descifrarla, encontrar cada parte cálida de su boca, Fátima vencida, se entregó sin responder al asalto de aquel hombre y ella aceptó su destino aunque eso le estuviera rasgando el alma.
¿Y su corazón?. Él lo había roto en el primer momento en que le puso la mano encima.
Él la estrechó con mayor intensidad, los pechos de ella se adhirieron a sus pectorales. Él llegó al punto de creer que si no la poseía en ese momento, realmente moriría. Nunca antes había experimentado una necesidad tan agobiante como ahora. ¿Cómo era posible que esta mujercita lo hubiera hecho perder el control de esa forma?. En su pecho y entrañas había un incendio desenfrenado que amenazaba con consumirlo, percibía como las llamaradas, se le escapaban en cada beso. Y una imagen se dibujó en su atolondrado cerebro, se vislumbro así mismo como un dragón y ella era su princesa cautiva.
Esa semejanza lo zarandeó apagándole el fuego interno de un soplido. Oliver abrió los ojos y percibió que ella no lo rechazaba, pero tampoco le respondía, solo lo estaba aceptando con tal capitulación que lo mortificó, deteniendo por completo su ataque.
Ella no se movía, y a estas alturas estaba segura de que ni siquiera tenía la vaga intención de resistirse cuando él cruzara el punto sin retorno, que presentía estaba ya muy cerca. El dragón humano se había encargado de llevarla a su centro envuelto en una mezcla de torrencial y candente pasión y violencia.
Él apoyó sus manos en el pasto y estiró los brazos elevándose lo suficiente para contemplar a su pequeña mujer. El rostro de ella estaba tenso, sus ojos cerrados habían desaparecido bajo sus apretados párpados, sus brazos estaban rectos y sus manos empuñadas.
Se le abrió un gran abismo en el estómago. ¡Dios!, ¿qué había hecho?.
Por un segundo, Oliver se sintió asqueado de sí mismo. Si, la deseaba. Pero definitivamente no de esta brutal manera. Él no tuvo mucho tiempo para componer la situación. Sir Henry, la corrigió por él.
—¡Oliver!. ¡¿Qué demonios crees que estás haciendo?!. ¡Estás loco!. —Sir Henry Morgan apareció de nadie sabe dónde. Al escuchar las palabras del gobernador, Oliver volvió el rostro hacia donde provenía la voz. Morgan no le dio tiempo para más, lo sujetó por el hombro izquierdo separándolo de ella de un jalón y le asestó un puñetazo en el rostro con tal fuerza que lo derribó— ¡Eres un maldito idiota!. ¿Sabes lo que habría ocurrido si alguien en el salón se hubiera enterado de esto?. —Sir Henry respiraba con dificultad, su rostro estaba horriblemente ceñudo y rojo, y su voz más parecía el rugido de un oso. El capitán Drake permaneció tumbado en el suelo, frotándose la quijada, mientras Morgan intentando recobrar la serenidad, sin lograrlo, se dirigió a Fátima— Querida niña, me disculpo por todas las atrocidades que haya sufrido por causa de este desquiciado y le doy mi palabra de que él pagará muy caro esta barbaridad. —El Gobernador le ofreció la mano y ella se aferró a su brazo de inmediato, pensó que eso era lo que ella debía hacer en aquel momento tan comprometido. Él se volvió hacia atrás donde se encontraba Oliver ya de pie y frotándose el lado izquierdo del rostro. Su voz sonaba severa más no peligrosa cuando le habló— Capitán Drake, te veré en una hora en mi despacho y por favor, márchate de una buena vez. Georgie ve con él y encárgate de que no cometa más estupideces. Y no lo olvides Capitán Drake, en mi despacho en una hora.
Oliver permaneció en silencio frotándose el mentón y echando maldiciones por los ojos, aún era muy evidente su estado de excitación, sus pantalones no eran lo suficientemente holgados para disimularlo, y por sorprendente que pudiera resultar, incluso para él mismo, acató las órdenes que había recibido. Siempre había sido un hombre disciplinado, y justo en este momento, su disciplina le estorbaba.
Recogió su casaca que había caído al piso en algún momento durante la agresión, y mientras caminaba hacía la salida de la residencia para pedir su caballo, con Georgie pisándole los talones, se preguntaba ¿por qué demonios no había sacado a Fátima de aquel sitio?, ¿por qué no le había hablado de sus sentimientos, en lugar de haberse comportado como un burro en celo?. Esta mujer era capaz de llevarlo en un segundo a la cima del paroxismo y él que conocía todos los trucos y atajos en menesteres del placer, no le habían servido para controlarse. Había perdido la cabeza por ella, y esa aseveración lo puso aún más arisco y se sintió mucho peor sabiendo que ella no tenía la mínima intención de detenerlo. Si ella hubiera gritado o por lo menos hecho el intento, él se habría controlado, le hubiera quedado claro que ella no lo deseaba, que de alguna manera, él había interpretado erróneamente las cosas, y al final tal vez la hubiera dejado marcharse...
Empuñó las manos tan fuerte que los nudillos se le pusieron blancos. A quien quería engañar, no la habría dejado irse aunque ella se lo hubiera suplicado. Sin embargo, ella no lo hizo, ni siquiera forcejeó más con él después de que aceptó su beso y lo correspondió. Y era su primer beso, él estaba seguro de ello, había sido tan ingenuo y dulce al mismo tiempo.
“Oliver Drake eres un total y completo asno”. Se lo repitió mentalmente por lo menos mil veces. Había estado a punto de violar a su mujer. A la única mujer que lo había cautivado en un segundo. Ella no se lo perdonaría aún cuando lo haya aceptado resignada a su suerte. ¿Qué demonios iba él a hacer ahora?. Tenía que convencerla de que perdonara su estúpido arranque, debía pedirle perdón y lo conseguiría aunque tuviera que arrancarse el corazón él mismo y ponerlo en las manos de ella como ofrenda de su sincero arrepentimiento.
Mientras sir Henry y Fátima caminaban de regreso al salón, el gobernador no paraba de ofrecerle disculpas, intentando a toda costa reparar lo que él creía había sido un gran y penoso incidente. Sin embargo, ella no estaba escuchándolo, ella pensaba en la manera menos descarada para volver el rostro hacia atrás, pero no lo hizo, la estremeció la idea de encontrarse con esos chispeantes ojos verdes mirándola fijamente. Ella estaba consciente de que no era temor lo que sentía, era algo diferente, una emoción profunda y adictiva, y Oliver se la había contagiado.
—Señor Gobernador, le ruego que no le diga a mi tía lo que ha sucedido porque me ocasionaría gravísimos problemas. Yo solo puedo entablar conversaciones con personas que ella haya autorizado. Y me temo que el capitán Drake no es una de esas personas. Debo confesarle que yo vi por primera vez al Capitán Drake... —Sir Henry la interrumpió.
—En el consultorio del doctor Parker. Sí, él me lo dijo, de hecho yo lo mandé a buscar al médico ese día. Oliver mencionó que ustedes se encontraron por mera casualidad. Él me describió a Fátima de Castella con excesiva precisión, pero desafortunadamente yo no logré reconocerla. Pero no fue necesario que lo hiciera, él ya sabía donde vive usted, estuvo oculto en su jardín contemplándola gran parte de la noche hasta que usted abandonó el balcón y regresó a su alcoba.
Él había estado en el jardín, en su jardín. Entonces comprendió que la silueta oscura que creyó era producto de su imaginación, había sido en realidad Oliver. Él si había ido a verla. Él había estado ahí acompañándola a la distancia. Fátima quiso correr en dirección contraria y alcanzar a Oliver. Pero la brutalidad del comportamiento del capitán Drake, la retuvo del brazo de sir Henry. Entonces ella se enfrentó a la cruda realidad, había estado a punto de ser violada por el hombre que le había devuelto los colores al mundo gris en donde ella vivía.
—No es extraño que no me conociera, sir Henry. No me está permitido salir de la casa y tampoco recibir visitas. Y esta es la primera vez que asisto a un baile en toda mi vida. Ninguna de las personas reunidas en ese salón, me conocía hasta hoy. Para serle sincera, me alegra que el capitán Drake no haya decidido aparecerse por la casa ayer, porque yo no hubiera podido recibirlo y seguramente mi tía, lo habría tratado de manera poco cortes. —Ella regresó la conversación al punto que le interesaba— El Capitán Drake fue muy amable aquel día en el consultorio del doctor Parker, igual que esta noche cuando me encontró en el salón y me pidió que bailara con él, pero mi tía no lo permitió. Ella lo insultó terriblemente y él soportó todos los ataques, sin mencionar palabra sobre nuestro primer encuentro. Yo no pude... No supe cómo evitar que mi tía lo ofendiera de esa manera. Supongo que eso lo enfadó. Y más tarde, cuando lo vi deambulando por el jardín, decidí agradecerle y al mismo tiempo presentarle mis disculpas, pero admito que no era el momento adecuado para hacerlo.
—Milady, le prometo que yo no diré nada sobre el asunto, si eso es lo que usted desea. Sin embargo, no veo razón alguna para prescindir de algún castigo para el Capitán Drake.
A pesar de lo que había sucedido minutos antes, y que la posición de Fátima debía ser la de la parte ofendida y su deber era exigir algún escarmiento para el agresor, ella no deseaba que el gobernador castigara a Oliver; y se sorprendió a si misma esbozando un firme y profundo argumento para sustentar la defensa en favor del Oliver, pero la realidad era que no podría expresarlo abiertamente. No podía decirle a sir Hernry que aquel hombre arrebatador y violento la había extasiado desde el primer instante en que su piel tocó la suya. No existía alguna razón coherente para esa revelación después de lo que había ocurrido entre ellos, y así prefirió evitar ese argumento.
—Imagino que usted y el capitán Drake son buenos amigos, para que él haya tolerado que usted lo golpeara y no responderle de la misma forma.
—Cuando yo conocí a Oliver, él era un muy joven y distinguido caballero inglés en toda la extensión de la palabra y lo sigue siendo, milady. Puedo confesarle que él es uno de los mejores estrategas que conozco además de ser un espadachín mortífero, y a pesar de los años que ha vivido como marino, ha defendido sus creencias por encima de todo y quizá no concuerdan con los protocolos ingleses o españoles, y algunas veces... —Bajó la voz y acercó su rostro— ni siquiera con los códigos piratas, —Elevó el volumen de su voz— pero eso no significa que el Capitán Drake no sea un hombre cabal. Él ha tenido que enfrentar el desprecio de su familia, y eso le ha resultado más doloroso y difícil que a cualquier otro en nuestra situación.
—No lo dudo.
Sir Henry la miró con la aparente calma marítima que precede a la tormenta estancada en sus ojos azules. Esta muchacha estaba en medio de un huracán de desconcierto, amor y angustia, igual que Oliver. ¿Era tan difícil que dos seres unidos por sentimientos limpios quedaran atrapados en la abominable zarza de las condiciones sociales y los malentendidos?. Sería una lástima que él la perdiera, y ni siquiera se atrevía a imaginar lo devastador que resultaría para ella expulsar a Oliver fuera de su insípida existencia.
El amor despide siempre aromas dulces, pensó sir Henry, y esta mujer estaba impregnada por el perfume del amor. Tal vez, sería conveniente que él interviniera y le diera un empujoncito al destino para que finalmente el amor pudiera consumarse entre este par de almas desconcertadas. Ya se le ocurriría algún plan, de eso estaba seguro. Nunca había fungido de casamentero, pero esta vez valía la pena intentarlo y salir victorioso.
—Milady, disculpe mi desconcierto, pero a usted parece no incomodarle, mi reputación. Ni lo que acabo de contarle sobre el Capitán Drake. Tal vez sea que su aislamiento la ha alejado de las noticias reales.
—Puede ser que mi aislamiento como usted le llama, me haya mantenido alejada de la brutal realidad a la que usted se refiere. Sin embargo, “mi aislamiento” no me ha privado de ejercer mi propio criterio. Aunque, debo reconocer que no he tenido muchas oportunidades para aplicarlo en su totalidad, solo en muy pequeñas dosis. No se me permite pensar más de lo que se me ha previamente ordenado. Y a decir verdad, no sabría que más decirle, salvo que de alguna extraña manera admiro su fortaleza y su pericia. Tal vez su reputación sea lamentable, pero no así su inteligencia. Y sobre el capitán Drake...
Ella hizo una pausa, sintió que sus mejillas se incendiaban. Quería decirlo, sacarlo de una buena vez de su interior, pero no pudo enfrentar la tenebrosa realidad de amar a un hombre que había estado a punto de violarla.
El rostro de sir Henry se suavizó, la tromba que se estaba formando en sus ojos se disipó y la miró con una expresión más ligera.
—Es mejor que la acompañe hasta aquí, no sería prudente que nos vean juntos, despertaríamos sospechas y chismorreos y sin duda desataríamos la furia de su tía. Y no queremos que eso suceda, ¿verdad Fátima?.
—Desde luego que no sir Henry.
—Con su permiso milady.
—Gracias señor Gobernador.
Sir Henry hizo una caravana y se retiró de inmediato. Fátima subió los peldaños lentamente, mientras sacudía el polvo de su vestido e intentaba verificar y componer los daños en su peinado, unos pasos antes de alcanzar la puerta de la terraza, Amelia acompañada de varios hombres y mujeres que Fátima había conocido esa noche, salieron al balcón.