33

UNA de las sirvientas estaba sentada frente a la cama y ocupaba el tiempo bordando una servilleta, inmediatamente se puso de pie e hizo una leve caravana, cuando Fátima entró, colocó el dedo índice sobre sus labios indicándole que guardara silencio. Ella se acercó y se sentó sobre el borde derecho de la cama.

—Déjame un minuto a solas con él, por favor.

—Le dijo en voz baja.

—Cómo usted diga doña Fátima.

La joven abandonó la alcoba de inmediato y cerró la puerta tras de sí.

Durante varios minutos ella contempló a Santiago mientras yacía abatido por la inconsciencia.

Oliver y él eran tan diferentes.

Oliver nunca le pareció delicado ni débil, en cambio Santiago siempre le dio esa impresión, no porque fuera delicado o débil, sería tal vez porque ella no había sido capaz de percibir su porte varonil y confundió su refinamiento con fragilidad. Pero definitivamente este hombre no tenía ni una pizca de fragilidad en su cuerpo. A pesar de que había notado la fineza de sus facciones, hasta hace muy poco ella había percibido su imagen atractiva y varonil.

En el estado de inconsciencia en el que se encontraba Santiago, era fácil descifrar su silueta. Fátima siguió las líneas de sus hombros anchos, los músculos en sus brazos, la planicie de su abdomen, la delicada curva de su pecho firme y la estrechez de su cadera. Sus piernas podían adivinarse con precisión a través del pantalón hecho a su medida. Santiago poseía una constitución similar a la de Oliver.

Sin embargo, había algo oculto en él, algo que lo doblega y lo obliga a sacrificar su fortaleza. Y que aún estando dormido se le dibuja en el rostro.

Y sus ojos, sus ojos son de un extraño tono azul. Intensos, brillantes. Le recordaban el color del océano. Él era como un trozo del océano instalado en tierra y Oliver poseía el verde de la tierra incrustado en el mar.

Santiago es el mar en tierra.

Oliver la tierra en el mar.

Ella sintió la imperiosa necesidad de evitar el duelo entre mar y tierra.

Entonces ella recordó haber visto a Santiago llorando con ella cuando navegaban a bordo del Cerulean, varias semanas después del incendio en Viridian.

Ella había tenido fiebre durante muchos días, prefería dormir todo el tiempo y no abandonar la cama, su mundo había sido devastado, y su futuro fue consumido por el fuego en unas cuantas horas.

Ella no tenía fuerza para levantarse y enfrentar el presente. Sin embargo, por alguna razón, ese día salió del camarote y caminó hasta el centro del barco, se sujetó al palo mayor por un minuto y luego se dirigió a babor. El aroma salado de la brisa marina, el color teal del agua del océano por un momento se inmovilizó mientras la contemplaba, le pareció como si todo ese líquido azul, fuera la imagen de las lágrimas que ella había derramado y que refugiándose a bordo del galeón debía surcar ese mar de dolor azul, para llegar a un puerto seguro y libre de llanto.

Una vez ella había navegado al lado de Oliver, a bordo de un barco azul, y ahora ella se aventuraba una vez más a cruzar el mismo océano, a bordo del mismo barco, pero sin su Oliver. La abrumaron los recuerdos de las noches que habían pasado amándose en su camarote, los días a su lado sintiendo como la brisa se deleitaba tocando su rostro y jugueteando con su pelo, mientras Oliver maniobraba el timón del navío o cuando en la proa contemplaba los colores naranjas del atardecer entre los brazos de su marido acurrucada sobre su pecho.

Ella se desplomó, las piernas no lograron sostenerla en pie más tiempo, sus manos se apoyaban sobre la cubierta del barco, y su cabeza instintivamente se inclinó hasta apoyarse sobre ellas. Por millonésima vez estaba llorando sin control. Santiago apareció, se arrodilló frente a ella, la tomó por los hombros y la levantó, ella acurrucó la cabeza sobre su pecho y él la sujetó entre sus brazos.

Ella vio como él extraía del interior de su casaca un pañuelo y con el trozo de tela le secó las lágrimas. Ella percibió como un par de gotas caían incrustándose en la solapa de su saco, un segundo más tarde él levantó la mano, ella siguió sus movimientos con la mirada y observó como con sus dedos él retiraba el agua redonda que brotaba de sus lagrimales.

¿Por qué lloraba?.

Él no tenía ninguna razón para hacerlo, su plan había sido exitoso, y su futuro parecía librarse de los nubarrones portadores de las amenazas que Alfonso le había hecho, entonces ¿por qué lloraba?.

¿Sentiría remordimientos, tal vez?.

Ella no pudo evitar tocar sus labios al recordar los besos que en días pasados había aceptado de Santiago.

No, definitivamente no tenían el mismo efecto explosivo que los de Oliver. Sin embargo, siempre se sintió reconfortada después de besar los labios de Santiago, además experimentaba la necesidad de quedarse entre sus brazos.

Protegida.

Tranquila.

Envuelta en la ternura masculina de su abrazo.

¿En qué momento fue que ella empezó a reconfortarse en los brazos de este hombre?.

Él no pudo haberle mentido durante todo este tiempo. Y ¿si fuera verdad que la ama?.

Solo por amor un hombre se extingue o se reaviva.

¿Si fuera verdad, cómo lo enfrentaría?.

Si esto se lo hubiera dicho hace un par de semanas, ella no habría dudado en considerar la posibilidad de rehacer su vida con él. Se habría entregado a él completamente sin pensarlo dos veces.

¿Por qué no lo hizo?.

Tuvo tantas oportunidades.

¿Por qué no le dijo que la amaba?.

Santiago se veía tan sereno devorado por la calma aparente de su lecho, él lucía igual que Oliver cuando duerme. Ellos tienen la extraña habilidad de verse regios mientras duermen y qué diferentes son cuando están despiertos.

Ella extendió el brazo y con la punta de sus dedos retiró el mechón de cabello que caía sobre el rostro de Santiago. Deslizó la punta de sus dedos sobre aquel rostro inconsciente.

Retiró los dedos de su rostro como si su piel la hubiera quemado.

Él era encantador. Ella no tenía fuerza para negarlo.

Se sorprendió reconociendo esa afirmación.

¿Sería posible que ella también...?.

Fátima se levantó de inmediato y salió de la alcoba. La sirvienta aguardaba al lado de la puerta.

—Verifica de vez en cuando los vendajes.

—Como usted diga doña Fátima.

Ella caminó por el pasillo hasta llegar a la escalera, levantó falda un poco y bajó los peldaños lentamente, cruzó la gran sala que precedía a la puerta principal y Conchita, el ama de llaves la alcanzó unos cuantos pasos antes de alcanzar la puerta.

—¿Doña Fátima, qué le digo a don Santiago cuando despierte y pregunte por usted?.

—¿Por qué habría él de preguntar por mí?. —El cuestionamiento la desconcertó.

—Siempre pregunta por usted cuando no la ve cerca.

Ella respondió inclinando un poco la cabeza. Fátima conocía de sobra la lealtad que profesaban los criados a Santiago. Y aunque a ella le pareció absurdo que no hubiera más servidumbre, en algún momento había entendido que Santiago no necesitaba que lo atendieran en exceso, ni siquiera tenía un ayuda de cámara o secretario. Era muy posible que no confiara en alguien tan cercano, considerando todas las amargas posibilidades que se desprendían de Alfonso, cualquier sirviente muy personal, sería perjudicial y hasta peligroso.

—Entiendo. Si don Santiago pregunta por mí, dile que pedí a Pablo que me llevara al puerto porque quiero hacer algunas compras y que regresaré por la tarde.

—Así lo haré, doña Fátima.

Fátima salió de la casa y se dirigió al jardín en donde esperaba estacionado el coche. Índigo aguardaba por ella en el interior. Fátima abordó el carruaje, el cochero cerró la portezuela y se encaramó en el pescante luego con un chasquido del látigo, echó a andar los caballos.

El coche estaba en marcha y en el interior, Índigo y Fátima permanecieron en silencio estático, como si las palabras hubieran sido sometidas en la profundidad de la garganta y aún así, intentaran salir a través de los ojos. Fátima evitó a toda costa mirar a Índigo, no deseaba revelarle más de lo que había sucedido entre Santiago y ella, sin embargo, la nana no estaba dispuesta a permanecer más tiempo prisionera del silencio.

—Y, ¿si Santiago te hubiera mentido?. —Preguntó Índigo.

—¿De qué hablas?.

—Si Santiago te mintió y Oliver estuviera...

—¿Muerto?. También lo pensé. Pero, por ahora deseo... —Corrigió— Necesito creer que él está aún con vida.

—¿Y si no fuera así?. —Ella insistió.

—Si no fuera así, regresaré a Viridian y reconstruiré nuestro pequeño mundo, sola.

—Fátima, no quiero que te hagas ilusiones. Fue horrible lo que pasó contigo cuando ocurrió el incendio y los hombres encontraron aquel cuerpo quemado e irreconocible que creímos que era Oliver. Yo pensé que te morías tú también. Estabas tan mal. No quiero que pase lo mismo si finalmente descubres que Oly está muerto.

—Índigo, esa idea no me ha abandonado, me atemoriza pensar que al final de toda esta maraña no voy a encontrarlo con vida, pero no puedo permitirme perder ahora la entereza, ni la esperanza.

—Entiendo.

—Lo importante es conocer la historia completa. Quiero saber cómo Santiago logró ejecutar semejante destrucción sin que nadie se percatara.

Fátima guardó silencio y la nana ya no insistió más en sus comentarios. Ella volvió el rostro hacia la ventana y perdió su mirada en alguna parte de aquel paisaje tropical.

Tardaron cerca de dos horas para llegar al puerto. Era una ciudad muy colorida y activa. Los mercados callejeros poseían una magia pintoresca, como si hubieran sido extraídos de algún sueño tropical y por gracia de un hechizo pagano hubieran cobrado vida. Los aromas mezclados transformaban aquella imagen palpitante en una seductora aventura de color y fragancias. Los puestecitos de madera repletos de frutos multicolores y verduras frescas, lanzaban conjuros a diestra y siniestra.

Fátima se acercó a uno de esos puestos de fruta y compró naranjas, mangos, sandías y papayas. El color vibrante de aquellas frutas era tan intenso, que cualquiera pensaría que exprimiéndolas se obtendría algo de su color y utilizarlo para pintar el cuadro de un brillante atardecer.

—¿Podría decirme dónde puedo encontrar alguna tienda donde vendan vestidos?.

Fátima, toda inocencia, preguntó a la mujer que atendía aquel tenderete.

—Siga derecho por esta calle. —Ella señaló con el brazo la calle donde estaba instalado el mercado— De vuelta a la derecha en la esquina y camine un par de cuadras y ahí va a ver el anuncio de la costurera, en esa tienda venden muchas telas finas, seguramente que ahí pueden confeccionarle sus vestidos.

—Muchas gracias.

Ella entregó las frutas a Índigo. Al fin, habían cumplido su cometido a la perfección. Sería difícil olvidar a una mujer “viuda” de paseo por el mercado. Sin duda era ella un personaje fuera de lugar y en extremo llamativo. Y a través de los criados, tarde o temprano, Santiago se enteraría de la afrenta de ella al haber abandonado la casa sin que él lo supiera. Por lo menos, esto le brindaría un punto a su favor, él no sabría con precisión que había hecho o descubierto ella durante esa escapada. Y tal vez, esto le sirviera para presionarlo y conseguir información más detallada sobre Oliver.

Ambas siguiendo las instrucciones de aquella mujer, al final de la calle y dieron vuelta en la esquina, un par de calles adelante encontraron la tienda. Entraron en el establecimiento. Una mujer no muy mayor, pero vestida con extraordinaria elegancia, se le acercó más por curiosidad que por cortesía.

—Buenas tardes señora, ¿puedo ayudarla en algo?.

—Quiero comprar corpiños y faldas.

—Por el momento no tengo disponible ninguna prenda “oscura”. —La mujer hizo especial énfasis en la última palabra— Pero si usted lo desea podemos confeccionarle alguno.

—No será necesario. No tengo interés en más prendas “oscuras”, prefiero un nuevo guardarropa con colores claros.

Fátima le habló como si el cambio de color en su vestimenta, no le produjera ninguna clase de emoción, más bien le hizo patente la prisa por hacerlo.

La costurera abrió los ojos y su rostro se descompuso durante un segundo. No le pareció que fuera una viuda muy normal, pero tampoco se precipitó a hacer comentarios o sugerencias, al fin y al cabo, un guardarropa nuevo era más que suficiente para hacer la vista gorda a cualquier formalismo.

—Por supuesto. Ahora mismo tengo varios modelos que podrían ser de su agrado. Aunque debo mencionar que son vestidos un tanto sencillos, pero confeccionados en seda, tafetán y muselina de alta calidad.

—Muy bien, sería tan gentil de mostrármelos.

La mujer le mostró varios corpiños de corte sencillo, y las faldas no tenían mucho vuelo, ni adornos, sin embargo eran lo suficientemente cómodos y de colores claros. Fátima, se los probó y no dudó en comprarlos de inmediato. Le quedaban como pintados. La mujer los envolvió y los colocó en cajas y los cerró con un listón.

Fátima sacó de su bolsa un saquito con monedas de oro y se la entregó a la mujer.

—¿Es suficiente?.

—Más que suficiente mi señora. ¿Hay algo más en lo que podamos servirla señora?.

—Si, quisiera saber en dónde se ubica la cárcel.

La costurera la miró extrañada por la petición tan ligera que acababa de hacerle, sin embargo, Fátima mantuvo la serenidad en el rostro y retuvo cualquier otra palabra entre su garganta y sus dientes, aparentando que ese interés no implicaba ninguna gravedad.

—¿La cárcel?. —Ella le sonrió moviendo afirmativamente la cabeza— ¿Se refiere a las mazmorras del puerto o a la gran prisión regional?.

—La prisión regional. —Respondió Fátima con seguridad.

—Queda fuera de la ciudad, tendrá que viajar por lo menos durante dos horas para llegar allá. Es un lugar peligroso, ahí es a donde llevan a todos los criminales sanguinarios o a los traidores a la corona. Señora, ese lugar es de ejecuciones también.

—Lo tendré en mente, gracias. Que tenga buen día.

—Que tenga buen día señora.

Apenas salieron de la tienda, Índigo se aferró al brazo de Fátima y le habló en voz baja, cubriéndose la boca con los paquetes.

—¿Por qué preguntaste esas cosas?. Seguramente todo mundo conoce a Santiago y le avisarán que estuviste aquí y todo lo que hiciste y preguntaste.

—Lo dudo mucho Índigo, no he venido antes al puerto y no creo que las descripciones que los criados o los jornaleros pudieran haber hecho sobre mí, sean lo suficientemente precisas para que la gente pueda reconocerme, además sería demasiada coincidencia que todas las personas del puerto sepan de la existencia de una viuda a la que nadie ha visto. Santiago es un hombre muy reservado, por lo menos lo ha sido desde el momento en que llegamos a su casa, nunca nos hemos enterado de que tenga una vida social agitada, y si la tenía, cambió radicalmente desde que aparecimos en su vida. Sin embargo, se que va a enterarse de esta escapada, y precisamente es lo que deseo, ya no quiero esperar a que él se decida a llevarme a ver a Oliver. Estoy segura de que Oliver no está cerca de la mansión de Santiago. Te apuesto que está en prisión. Por eso pregunté dónde estaba la cárcel, no es muy lejos de aquí, y ese es el lugar perfecto para mantener a Oliver bajo custodia. Es el sitio ideal, ¿no lo crees?. Voy a esperar a que Santiago recobre la sobriedad y le exigiré que me cuente el resto de la historia. Si no logro que él me diga dónde está Oliver, yo misma iré a esa prisión y preguntaré por él.

—Como tú digas.

Apresuraron el paso y mientras atravesaban el mercado callejero, Fátima creyó ver entre la gente a Eugene recargado en el muro de una casa protegiéndose del sol, mientras devoraba una naranja. Ella se desvió y corriendo entre la gente llegó hasta aquel muro. Eugene se había esfumado.

Ella no estaba imaginando cosas, lo había visto claramente, él no se había marchado a bordo del Cerulean, de seguro había enviado un mensaje a Georgie y a Alastair como se lo había sugerido la última vez que la visitó.

Fátima conocía bien a Eugene y le quedó claro que él estaba investigando por su cuenta mientras esperaba que los demás se reunieran con él.

Estaba segura de eso.

—¿Qué ocurre Fátima?. ¿Por qué corres?.

—Índigo apenas podía respirar.

—No me siento bien. Regresemos a la mansión de inmediato.

—¡No te sientes bien!. —Índigo se aferró al brazo y la cintura de Fátima.

—No. —Ella se cubrió el rosto con la mano y por entre los dedos intentó localizar algún rastro de Eugene, pero no logró percibir ninguna pista suya— Seguramente es por el sol. Con este vestido negro me ha sofocado el calor.

Era mejor no darle explicaciones a Índigo, ella podría convertirse en un comodín y Fátima no tenía la intención de permitir ninguna otra ventaja a Santiago o a Alfonso.

Por fin, llegaron al carruaje y lo abordaron. Índigo le indicó al cochero que iniciara el camino de regreso a la mansión.

Fátima se recargó en el respaldo y se llevó la mano a la frente, un par de minutos más tarde se quitó el sombrero. Índigo le habló, las palabras le reventaban en la boca, se había contenido durante horas, y en este momento le salieron a borbotones.

—Dime una cosa Fátima. ¿Has pensado en lo que podría pasarle a Santiago, si Oly está vivo y logras ponerlo en libertad?.

—Santiago puede defenderse solo, además estaba perfectamente consciente de lo que podría sucederle si su plan fracasaba. Y no seré yo quien se preocupe por él.

Su voz sonaba hueca, sin el más mínimo asomo de interés, como si no le diera importancia a lo que su nana había preguntado. Aunque, muy, pero muy, muy en lo profundo las palabras de Índigo lograron inquietarla.

—¿Y si Oly se entera de que Santiago te ama?.

—Ese es otro riesgo que él decidió tomar. Yo no...

—¿Permitirías que Oly lo mate por ese motivo?. Estoy segura que para Oliver sería desastroso enterarse que Santiago se confabuló con Alfonso para entregarlos a ambos, pero sería fatal saber que Santiago no lo hizo porque en algún momento en medio de todo ese plan, él se enamoró de ti.

—No hay necesidad de que se entere.

—A Oly solamente le bastará atestiguar la manera en que Santiago te mira para darse cuenta. Tú conoces la habilidad de Oliver con la espada, y yo la de Santiago, lo he visto practicar muchas veces, y puedo asegurarte que si ellos cruzan espadas es posible que ambos terminen ensartados en la espada del otro.

—¿Qué estás tratando de decirme, Índigo?.

—Lo que hizo Santiago fue una aberración estoy de acuerdo en eso, sin embargo, la situación cambió por completo, él ha puesto en juego su vida para proteger la tuya y la de Oly, porque Santiago te ama. ¿Qué pasará con él cuando tú te marches?.

—Tendrá que enfrentarse al futuro que él mismo ha provocado.

Respondió tajante, pero sin mirarla de frente, Fátima había vuelto el rostro hacia la ventanilla.

—¿Y qué harías si yo te pidiera que no permitas que Oly lo lastime?.

La petición de Índigo la sorprendió, jamás hubiera imaginado que ella solicitaría un favor de esa dimensión. Pero, era justamente lo que estaba esperando, tener la oportunidad de sentirse obligada a evitar que Santiago fuera lastimado.

¿Necesitaba alguna otra prueba?.

Fátima contuvo una maldición entre los dientes.

—¿Qué estás diciendo?.

—Nunca he cuestionado tus decisiones, en cambio, siempre las he apoyado y hasta he sido cómplice en algunas de ellas, pero esta vez no. Sé que cuando vi a Santiago la primera vez en Viridian no me pareció de fiar, sin embargo mi punto de vista ha cambiado radicalmente. Fátima, te suplico que protejas a Santiago de Oliver. De Alfonso puede defenderse sin problema, pero no de Oliver y mucho menos de ti.

—¡No puedes pedirme eso!.

Fátima gritó.

¿Qué era lo que Índigo no podía pedirle?.

¿Qué protegiera a Santiago de Oliver?.

O, ¿qué lo protegiera de ella?.

Y a ella. ¿A ella quien la protegería de él?.

¿Oliver?.

Posiblemente la abandonaría si se enteraba de la descomunal marea de dudas que la estaban ahogando.

¿Quién la protegería a ella de Oliver?

—Si puedo y espero que lo recuerdes cuando llegue el momento.

—¡No te entiendo!.

—Por supuesto que no me entiendes. Fátima, he visto cosas que tú ni siquiera has notado durante el tiempo que hemos vivido aquí, y te aseguro que después de atestiguar la devoción de Santiago, me dejaría cortar las manos a favor de él.

¿Ella se dejaría cortar las manos?, pensó Fátima burlándose de ella misma, porque ella se había dejado partir el corazón. Que irónico.

—¿Qué es lo que me estás ocultando?. Hay algo que tú sabes y no me lo has dicho.

El rostro de índigo se tornó más negro y sus ojos más oscuros y profundos, ella bajó su rostro, se recargó sobre el respaldo y dejó que su mirada navegara sobre el paisaje que se deslizaba a través de la ventana. Tal vez estaba considerando si Fátima era lo suficientemente digna de escuchar lo que Índigo llevaba guardado desde hacía más de un año. Después de un par de minutos de silencio y un profundo suspiro, ella se decidió a hablar.

Ibamos a bordo del Cerulean rumbo a Veracruz, yo me dediqué a cuidarte durante el trayecto y Santiago permaneció todo el tiempo a tu lado, no se despegaba de ti, ni un solo segundo, en tu camarote él pasaba las noches acompañándome, sentado en una silla incómoda y cuando a mí me vencía el sueño, él se hacía cargo de controlar la fiebre con las compresas de agua sobre tu frente.

Después de un par de días y noches en vigilia constante, finalmente él se quedó dormido en el piso en una esquina del camarote y mientras yo salí a conseguir más agua; tú despertaste, te levantaste y saliste a cubierta.

Yo regresé al camarote con el agua y cuando no te encontré, desperté a Santiago y salimos enloquecidos de preocupación a buscarte. Yo me dirigí a la cabina del capitán y él a cubierta. Yo no te encontré en la cabina de Oliver, y me dirigí también a cubierta y vi que Santiago estaba arrodillado sosteniéndote, noté que él lloraba y cuando me vio, se limpió las lágrimas, te levantó en brazos y te llevó de regreso al camarote. La fiebre había aumentado y empezabas a delirar. Me pareció extraño que precisamente en ese momento, Santiago saliera del camarote y durante largo rato no regresó.

Cuando finalmente te estabilizaste y la fiebre descendió un poco, fui a buscarlo. Él estaba en su camarote.

No llamé a la puerta, simplemente la abrí. Me conmovió verlo en esas condiciones.

—Don Santiago, me preocupé cuando no regreso al camarote. ¿Se encuentra bien?.

Él estaba de pie frente a la escotilla, tenía el brazo apoyado sobre el marco y su frente estaba recostada en el antebrazo, y el otro brazo con la mano empuñada golpeaba el casco del barco.

—Si, estoy bien. Dame unos minutos para cambiarme y me reuniré contigo en el camarote de Fátima.

No volvió su rostro, pero percibí claramente que su voz se quebró y su nariz estaba constipada, casi estoy segura de que él había estado llorando.

—Entiendo don Santiago, con su permiso.

Me retiré, y volví a tu camarote, Eugene estaba sentado sobre tu cama y te sostenía en brazos, nuevamente estabas desbaratada en llanto. No sé cuántos litros de lágrimas habías derramado hasta entonces. Era horrible verte llorar porque cuando empezaban a brotar las lágrimas no paraban durante horas hasta que te quedabas dormida o llegaba la fiebre otra vez y empezabas a delirar.

—Índigo debo ir al puente, vendré más tarde para ver como sigue Fátima.

Eugene abrió la puerta y Santiago estaba a punto de llamar.

—Don Santiago, pase. ¿Se siente bien?.

Los ojos de Santiago estaban enrojecidos y un poco hinchados. Ellos hablaron en voz muy baja. Yo no puse atención en lo que decían.

Eugene se marchó, y Santiago se instaló de inmediato en la silla que estaba al lado de la cama. El se había cambiado la ropa pero aún no lograba modificar la expresión de su rostro, sus ojos estaban aún enrojecidos, además se le notaba el cansancio, las manchas oscuras bajo sus ojos eran evidentes.

—¿Cómo sigue?.

—La fiebre ha cedido. Ella está dormida, ya no más delirios ni llanto, gracias a Dios. Por lo menos durante un par de horas, ella estará tranquila.

—Índigo ve a descansar, yo me haré cargo de Fátima.

—Discúlpeme don Santiago, pero usted no luce muy entero como para quedarse al lado de ella.

—No te preocupes que no me quebrantaré por causa de varias noches en vela.

Me respondió esbozando una débil sonrisa. Hubiera jurado que él había hecho un monstruoso esfuerzo por sonreír.

—Señor de Alarcón, tengo la impresión de que a usted le ha afectado de manera muy particular lo que esta sucediéndole a Fátima. No quiero ser una entrometida, pero ¿usted perdió a su esposa de manera similar?. —Le pregunté sin más rodeos.

Él bajó el rostro y se estrujó las manos un par de veces, luego me miró. Dudó en responder mi pregunta. A punto estaba de pronunciar alguna palabra y la desbarataba con un suspiro. Coloqué mi mano sobre las de él y comenzó a hablar.

—Si, perdí a alguien. A mi prometida. —Él hizo una pausa para evitar que su voz se quebrara— Yo la quería, por lo menos eso creía en aquel tiempo. El compromiso estaba pactado y solamente faltaba esperar a que la fecha de nuestra boda llegara. Pero, una tarde ella apareció en mi casa, me pidió que esa misma noche nos fuéramos juntos de aquel pueblo. Ella estaba asustada, desesperada, no paraba de caminar de un lado a otro del salón. A mí no me pareció correcta su proposición, pensé en ella y en su familia. Su reputación se dañaría terriblemente si nos fugábamos. Intenté hacerla cambiar de opinión, pero ella insistió en que huyéramos. Le ofrecí apresurar la boda, pero ella no cambiaba de idea. Ni ella cedió a mi negativa y yo tampoco a su propuesta. Ella rompió nuestro compromiso y se marchó completamente desolada. Yo no entendí semejante arranque, ella no solía comportarse de esa manera. Le di mil vueltas a ese asunto en mi cabeza, hasta que al no encontrarle una solución que me convenciera, decidí ir a casa de ella y pedirle una explicación. Cuando llegué a esa casa, había estacionado frente a la puerta de ingreso un carruaje con un blasón real en la portezuela. Me recibió el padre de ella. Él se sorprendió al verme, sin embargo, no dudó en hacerme pasar a la sala, me ofreció de beber y sin más preámbulos exigí hablar con ella. Él se negó a mi demanda, me dijo que tenía planeado visitarme al día siguiente para hablarme del compromiso, que finalmente lo habían pensado mejor y que decidieron que no era conveniente entregar a su hija en matrimonio a un hombre que no tenía familiares renombrados. Que si bien poseía una fortuna yo no pertenecía a una familia de alcurnia. Me sorprendió escuchar ese discurso, porque en nuestras conversaciones pasadas él siempre había mencionado todo lo contrario. Si bien era cierto que mis padres habían muerto hacia ya muchos años y que yo estaba solo, yo provenía sin duda de una familia honorable. Escuchamos un grito. Él se levantó de inmediato y corrió a su despacho. Yo lo seguí. La puerta de aquel cuarto estaba cerrada con llave. Él llamaba desesperado a su hija, pero solamente escuchábamos como se estrellaban cosas, cristales o cerámica. Definitivamente se estaba desarrollando una batalla en el interior de aquel cuarto. Hice al anciano a un lado y con la pierna golpeé la puerta de madera, la chapa se desprendió y las hojas de madera se abrieron de par en par. Lo que vimos fue horrendo. Ella estaba atrapada entre la pared y un hombre que vestía ropas lujosísimas.

—¡Catalina!.

Gritó su padre, y justo en ese momento, aquel hombre se separó un poco de ella.

Ella se deslizó hasta el piso dejando sobre la pared un camino de sangre. En su vientre estaba clavada una daga. Yo corrí hacia ella, mientras su padre y aquel hombre hablaban. Escuché que el hombre decía que había intentado detenerla, pero que ella no quería seguir viviendo. Yo me arrodillé y la sujeté en mis brazos.

—Santiago. —Ella apenas podía hablar, de su boca empezaba a brotar un río de sangre— Fue él. Él nos arruinó y forzó a mi padre a comprometerme con él. Yo lo rechacé. —Ella en un último esfuerzo levantó su brazo y lo señaló— Él lo hizo.

Ella se convulsionó un segundo y murió en mis brazos. Ese hombre se percató de que ella me había hablado antes de morir y de inmediato empezó a gritar llamando a sus guardias.

—Seguramente es usted el causante de esta tragedia. ¿Es este el pretendiente de Catalina?. —Preguntó escandalizado al anciano que no sabía bien a bien que hacer.

—Si señor.

—Ella me confesó antes de suicidarse que usted la había violado, y eso no pudo superarlo esa pobre muchacha.

Los guardias que custodiaban el coche de ese hombre, se dejaron venir sobre mí y me aprendieron.

—¡Eso es una calumnia!. ¡Las últimas palabras de Catalina fueron en su contra, ella dijo que usted la había atacado, que usted los había arruinado y que había forzado a su padre a comprometerla con usted!. —Le grité, mientras intentaba liberarme.

—¡Aprésenlo!.

Me desconcertó el hecho que el padre de Catalina no hiciera nada en mi favor, ni siquiera abrió la boca, solamente se cubrió el rostro con las manos y se dejó caer en una silla. Los soldados comenzaron a golpearme.

—¡Llévenlo al carruaje!. Lo trasladaremos directamente a prisión. Ustedes permanezcan aquí para que auxilien a la familia mientras llegan los oficiales para que levanten el acta correspondiente.

Guardé silencio mientras me arrastraban hacia fuera de la casa, me esposaron y me arrojaron al interior del coche y un par de minutos después aquel hombre subió al carruaje. Se sentó frente a mí y me miró de manera burlona.

—Me imagino lo que te dijo esa mujerzuela, pero tu testimonio no tiene validez frente al mío. Sé que eres un hombre acaudalado, pero yo soy un noble y si lo deseo puedo en este mismo momento desaparecer a toda tu familia cercana y lejana. —No lo interrumpí, me di cuenta de que él no tenía idea de mi situación, así que pensé sacarle partido— De nada serviría acusarte de un crimen que no cometiste y por el que te condenarían sin pensarlo, sin embargo te voy a proponer un trato que no podrás rehusar. Te concedo la libertad a cambio de que te alejes de España. Yo permitiré que te marches sin problemas, y hasta te daré la oportunidad de que lleves contigo algo de tu dinero para que puedas establecerte en un nuevo sitio. Pero, sólo hay una condición, si aceptas, cuando yo necesite de tus servicios, tú deberás estar disponible. Si te rehúsas, me encargaré también de desaparecer a toda la parentela de la muerta. —Hizo una pausa, como si pretendiera darme un par de minutos para extender la amenaza que acababa de hacerme, luego continuó— Tengo planes interesantes y necesito a alguien que se establezca en la Nueva España para que me sirva de contacto. Y tú eres una pieza perfecta. ¿Qué dices?.

No tenía muchas opciones. Accedía a su propuesta o de lo contrario me llevaría a la horca directamente y además, la familia de Catalina sería masacrada. Si yo conservaba mi vida, encontraría la manera para hacerlo pagar por lo que había hecho, así que acepté su ofrecimiento. Me mantuvieron varios días incomunicado en una mazmorra que estaba en el sótano de su mansión. Después, me instaló en una habitación de su casa y me proporcionó ropa, dinero y todo lo necesario para un viaje largo. Me dio instrucciones precisas, y de hecho fue él quien seleccionó el lugar en donde yo debía establecerme.

Varios meses después me encontré en la Nueva España, abandonado en Veracruz y custodiado por un par de guardias que me seguían por todos lados. Yo no escapé, ni siquiera lo intenté, huyendo de él nunca lo lograría mi deseo de hacerlo pagar por la muerte de Catalina, así que preferí mantenerme a su servicio, tarde o temprano consumaría mi venganza. Pasaron varios años, y mandó llamar de regreso a sus guardias y luego vino a verme.

Yo había prosperado con mi negocio y él comprobó que yo había trabajado duro para salir adelante. Entonces me recordó una vez más su amenaza, y lo hace cada que tiene oportunidad. En aquel momento me ordenó buscarle casas en puntos estratégicos en donde la Corona española tenía presencia y también incluyó a Jamaica. Viajé a Puerto Bello y después a Jamaica, y compré las fincas que él me había solicitado. Y fue más difícil quitármelo de encima y hasta ahora vivo prisionero de sus amenazas y órdenes.

—Lamento mucho escuchar su historia don Santiago. Nunca me lo hubiera imaginado.

—Nadie puede imaginarse las historias que otras personas llevan escritas en sus memorias. Índigo, conozco profundamente el dolor que está experimentando Fátima, aunque no con la intensidad que la atormenta a ella. Y créeme que el remordimiento y la culpa me están consumiendo.

—¿El remordimiento y la culpa?. Don Santiago, usted no podía hacer otra cosa que seguir las instrucciones de ese sujeto. Si se hubiera negado, habría sacrificado su vida en vano. Usted no pudo impedir esa tragedia, así como nosotros no pudimos evitar ésta.

Él se cubrió el rostro con las manos y comenzó a llorar en silencio. Santiago temblaba como si fuera un niño pequeño que está abatido por la desolación. Me acerqué a él y lo abracé, él apoyó su cabeza sobre mi hombro y durante varios minutos liberó la tristeza que lo laceraba.

—Ahora entiendo que el duque de León, ha cometido cualquier cantidad de fechorías por todas partes. Y por su culpa Santiago ya ha sufrido demasiado, Fátima. La pérdida de su prometida, las amenazas de Alfonso, la destrucción de Viridian, el secuestro de Oliver y su amor por ti. Él se está consumiendo. No te pido que lo ames, sólo te ruego que lo protejas.

Ella tenía los ojos húmedos, la nana estaba luchando para mantener las lágrimas a raya. Pero estaba suplicándole con tal ahínco que logró estremecer a Fátima.

Fátima sabía... Estaba segura de que él la amaba, mucho antes de que él lo gritara frente a todo mundo. Una punzada horrible estalló en su pecho. ¿Por qué no se lo dijo?. Si él tenía prisionero a Oliver, y tenía la seguridad de que no sería descubierto, ¿por qué no le dijo que la amaba?.

—Índigo, yo no puedo ofrecerle nada. —¿No podía o temía hacerlo?— Pero tampoco pretendo ocasionarle daños. Yo solamente quiero recuperar a Oliver.

Y tampoco quería ver muerto a Santiago. Nadie sabe cómo se pondría ella si eso sucediera. Ni siquiera ella misma. Ya había soportado una muerte, y no se creía capaz de tolerar otra más.

—¿Estás segura?. —Desde luego que no estaba segura pensó Fátima— Prométeme que vas a proteger a Santiago cuando llegue el momento. Prométeme que no permitirás que Oly o alguno de sus hombres lo ejecuten. Prométemelo Fátima. —Le dijo con voz insistente, casi ordenándoselo.

Fátima recordó el último beso, ese brevísimo instante en que los labios de Santiago tocaron los de ella. Volvió también a su memoria la primera vez que Oliver la besó en el jardín de la casa de los Altamira. La arrebatadora pasión de Oliver contenida en un diminuto beso y, en Santiago era una explosión de desesperada dulzura.

Los dos eran tan diferentes.

—Solamente puedo ofrecerte la posibilidad de evitar una tragedia, eso es todo.

—Eso es suficiente. Y quiero pedirte un favor más.

—Habla.

—No lo lastimes. Él te ama sin reservas y no puedes castigarlo por eso. No te pido que lo alientes, solo te ruego que no le destroces el corazón.

¿Qué no le destroce el corazón?.

¿Esta mujer estaba loca?.

¡Maldita sea!. ¿Y su corazón qué?. A nadie parecía importarle que ella también tuviera un corazón y que para su condenada desgracia ya estuviera partido en dos.

—No quiero escuchar más peticiones Índigo. No entiendo la razón por la que me colocas en una encrucijada como esta. No puedo prometerte más y tampoco puedo garantizarte nada.

—Está bien Fátima.

Durante el resto del viaje, Índigo no volvió a hablar, y Fátima siguió su ejemplo. Dadas las circunstancias era mejor no forzar ninguna conversación. Ella no estaba segura de lo que debía hacer, tampoco cómo debía reaccionar una vez que Santiago estuviera sobrio, o cuando Oliver fuera libre. De lo único que estaba plenamente convencida era que no permitiría que Alfonso volviera a devastar sus vidas. Incluida la de Santiago.

¡Que Dios mismo la protegiera!.

En que endemoniado lío estaba metida y ella ni siquiera lo había provocado.

El coche cruzó la reja que rodeaba la mansión, habían llegado a casa de Santiago. Índigo permaneció silenciosa y evitó a toda costa observar a Fátima, su mirada se había adherido a la ventana y se desprendió en el instante en que el cochero abrió la portezuela. Ella esperó a que Fátima bajara y luego descendió cargando los paquetes. Fátima abrió la puerta de la casa y esperó que Índigo entrara, la nana se apresuró hacia la escalera cargando los paquetes, dobló a la derecha y continuó ascendiendo hasta que se perdió en el pasillo que conducía a la habitación de Fátima.

Ella exhaló. Tenía la cabeza revuelta, una mezcla de sentimientos contradictorios se habían apoderado de su corazón y su cerebro enfrascándose en una batalla uno contra el otro. En el pecho tenía un nudo, estaba segura de que justo ahí se desarrollaba la lucha. En cualquiera de los casos, si ganaba el corazón o el cerebro, ella sería la única víctima.

Subió la escalera y se dirigió a la habitación de Santiago. Una de sus sirvientas salía en ese preciso momento de la alcoba, cargando la ropa ensangrentada de él.

—¿Ya despertó?. —Preguntó en voz baja.

—Desde hace un par de horas. Preguntó por usted. Ahora se está cambiando, parece que va a salir.

—Gracias.

La sirvienta se alejó. Fátima se sacudió partículas de polvo imaginarias de la falda, jaló un par de veces hacia abajo el corpiño, tocó su cabello para comprobar que todo en ella estaba en su sitio y llamó a la puerta y sin esperar que él autorizara la entrada, ella se introdujo en la habitación.

Santiago vestido con una camisa de hilo blanca, pantalón y chaleco gris y botas altas, intentaba anudarse la corbata, pero con las heridas y las vendas inmovilizando sus dedos le resultaba muy complicado, y a través del espejo, él la contempló a ella de pie en el umbral de la puerta.

—¡Regresaste!.

A pesar de lo apesadumbrado de la expresión en su rostro, la alegría en el tono de su voz era notoria.

—Hicimos un pacto. —Recalcó ella secamente.

—Iba a salir a buscarte, se estaba haciendo tarde y no volvías.

Era evidente que estaba angustiado. Su voz había tomado tintes graves, pero no se volvió para mirarla de frente, permaneció observándola a través del espejo.

—Hicimos un pacto. —Insistió ella— Mi cautiverio a cambio de la vida de Oliver, ¿lo has olvidado?.

—De ninguna manera. Fátima, lo que sucedió esta mañana...

—Estabas ebrio y no actuabas con cordura.

Él se volvió hacia ella, pero no avanzó. Él mantuvo la distancia entre ellos. Ella dio un par de pasos dentro del cuarto y cerró la puerta tras de sí.

—Es cierto, estaba ebrio, pero cada una de las palabras que te dije son sinceras, y nunca antes había actuado con más cordura que esta mañana. Yo te amo y a pesar de lo que sienta, intuyo que si ese amor proviene de cualquier otra fuente que no sea él, te resulta ofensivo y aberrante. Respóndeme algo Fátima, ¿acaso él nunca perdió el control cuando estaba a tu lado?.

En su rostro se dibujaba la ironía, la amargura. Él estaba luchando contra sí mismo para no abalanzarse sobre ella, para no abrazarla y obligarla a entender lo mucho que ella le importaba. Pero, la herida que llevaba en el corazón era mucho más profunda y dolorosa que las que tenía en las manos y eso limitaba sus acciones.

Esa pregunta le arrebato a ella las palabras por un instante, catapultándola a aquella noche en el jardín de los Altamira, la primera vez que Oliver la había besado y casi se atraganta.

—Santiago. No he venido a recriminarte, ni a discutir contigo sobre... —Ella guardó silencio y cambió la conversación— Quiero que continúes relatándome tu historia.

—Pensé que no deseabas escucharla. —Hizo una pausa— Y después de lo que ha sucedido en estos días, estaba seguro de que no volverías a dirigirme la palabra.

—Tú no puedes tomar decisiones por mí. Quiero que continúes con tu historia.

—De acuerdo. Ven conmigo.

Él dejó la corbata sobre la cama, se dirigió a la puerta y la abrió, con el brazo extendido le indicó que saliera. Él no la tocó, ni siquiera lo intentó; caminaron uno al lado del otro hasta que llegaron a la biblioteca, él abrió la puerta y la mantuvo abierta para que ella entrara primero. Una vez dentro, él ya no cerró la puerta con llave. Santiago se dirigió a la silla detrás de su escritorio y ella caminó hacia la ventana más alejada.

Ella sentía la necesidad de poner espacio entre ambos, de abrir un precipicio si fuera necesario. Mientras más lejos de él, ella se sentiría menos turbada, menos doblegada y confundida.

En verano, los días son tan largos, que el sol aún ilumina hasta entrada la noche, y para cuando Santiago comenzó a hablar, el sol empezaba a sumergirse en el horizonte.

—¿Puedo preguntarte a dónde fuiste?. Conchita me dijo que te habías ido muy temprano, justo después de que perdí el conocimiento.

¿Avergonzado?.

¿Molesto tal vez?.

No, definitivamente preocupado. Cuando él despertó con la cabeza hecha un lío y a punto de reventarle, lo primero que hizo fue preguntar por Fátima. Sintió como si un rayo le hubiera caído encima cuando supo que ella se había marchado. Las últimas dos horas habían resultado ser pavorosas para él. Más no por haber dejado sin vigilancia a la prisionera, ella no era su prisionera, nunca lo había sido, pero le masacraba la idea de haberla perdido, de dejarla ir sin siquiera presentarle resistencia y por lo menos, haberle suplicado que no lo abandonara. Él estaba dispuesto a eso y más para retenerla a su lado.

—Fui al Puerto a comprarme vestidos. No deseo vestirme con ropa de duelo, cuando mi esposo está vivo.

Ella sabía que eso lo iba a lastimar. Deseaba herirlo, por colocarla en esta situación atroz. Y lo consiguió. Ella blandía las palabras como si tuviera una espada tan afilada que con el simple hecho de hablar, pudiera provocarle heridas serias al mismo viento.

Santiago sonrió. La sonrisa más amarga que jamás hubiera creído poder dibujar en su rostro y a pesar de todo, se la concedió.

Ella se estaba enfrentando a él en un duelo y su primera estocada dió en el blanco. Le había ensartado su estúpido corazón.

Él empezó a hablar como si las palabras le brotaran cual chorros de sangre.

En cuanto cayó la noche me dirigí al embarcadero. Había movimiento en la cubierta del barco, marinos subían y bajaban del navío; arreaban las velas, verificaban las amarras, había un frenesí desconcertante a bordo del navío. Yo subí por el tablón de madera que habían adaptado como puente y caminé hasta alcanzar la cubierta. Me sorprendió encontrar a Oliver y a Alastair envueltos en una conversación por demás extraña.

—En su carta, Anderson me informaba que tuvo una hija, desafortunadamente parece que la madre está grave. No he tenido más noticias. Espero que ella sobreviva. —Dijo Oliver.

—¿Y el título?.

—Seguramente lo pasará a alguno de sus parientes. No lo sé.

—Buenas noche señor Drake. Señor Vane.

Estreché las manos de ambos.

—Señor de Alarcón, llega usted temprano.

—Temía no encontrar el navío a tiempo, señor Drake. El embarcadero es gigantesco y pensé en venir mucho antes para tener la oportunidad de buscar en donde estaba ubicada su nave.

—Desde luego. Eugene, por favor conduce al señor de Alarcón a su camarote.

—Aye sir. Acompáñeme señor de Alarcón. —Eugene me condujo al camarote que me había sido asignado— Zarparemos en un par de horas. —Me dijo sin ninguna clase de atención o interés de su parte.

—Gracias.

Coloqué mi maleta en una esquina del camarote, luego me recosté en el camastro y esperé. Varios minutos después Oliver llamó a la puerta y entró.

—Espero que se sienta cómodo en este camarote.

—Es suficiente para mí. Además no es una travesía larga.

—Me alegro que lo encuentre confortable. Buen viaje señor de Alarcón. Tal vez en el futuro podamos hacer negocios nuevamente. Tengo interés en el azúcar y el café.

—Por supuesto, señor Drake.

Él extendió el brazo, me ofreció su mano y yo la estreché. En ese momento podía mirarlo a los ojos y hasta sonreírle, sin pensar más allá que en la celebración de un buen negocio.

Oliver no capitaneaba el barco, era Eugene quien llevaba el mando del navío. Noté la sorpresa de los marinos al verlo a bordo, escuché un par de veces que le preguntaban si era que había extrañado el mar que había vuelto a tomar el mando del barco, y él solo se limitaba a responder que habían sido órdenes del Capitán Drake. Entendí que Eugene no había navegado durante algún tiempo, y que si Oliver le había encomendado esa tarea, seguramente tendría relación directa conmigo. Era obvio que el “Capitán Drake” como lo llamaban, aún tenía sus dudas sobre mí.

Me mantuve alerta, pero en realidad no ocurrió nada trascendental durante el trayecto, solo un par de conversaciones que sostuve con Eugene y en las que me limité a responder las preguntas que él me hacía sobre el viaje y sobre mi negocio. Yo tampoco hice preguntas de ninguna clase, no me arriesgaría a cometer algún error. Le indiqué con precisión donde estaba el muelle de la bodega. Varios días después atracamos ahí. Ellos bajaron el cargamento y mi gente se encargó de llevarlo al almacén.

—¿Esta no es su casa señor de Alarcón?.

Me preguntó Eugene, mientras observaba algún indicio de edificación en los alrededores.

—No señor Armitage. Mi casa está como a una hora de camino, no es suntuosa pero es muy cómoda. Además me agrada que esté situada cerca del mar. El paisaje es hermoso hasta en la época de tormentas. Los colores de la costa y el mar son vibrantes.

—Ya lo creo.

—Lo invito a beber una copa de vino, mientras su gente y la mía terminan con esta faena.

—Acepto con gusto señor de Alarcón.

—Sígame señor Armitage.

Yo debía comportarme como alguien que no ocultaba nada. Montamos los caballos que siempre tenía disponibles en la bodega, y cabalgamos hasta la casa. Le mostré la mansión y el jardín. El jardín era diferente en ese tiempo, solo había pasto y árboles, nada de flores y mucho menos rosas. Pasamos un rato agradable charlando de las plantaciones, del café, del azúcar, del mar, hablamos sobre temas que no pudieran provocar sospechas, él tampoco mencionó algo que lo colocara en una situación complicada. Fue solamente una conversación inofensiva. Un par de horas más tarde, regresamos al muelle y nos despedimos, él abordó el barco y yo fui a la bodega a verificar que la mercancía hubiera llegado en buenas condiciones, como lo hacía normalmente. El Cerulean zarpó poco tiempo después.

Sabía que Eugene le daría un reporte completo a Oliver sobre mí, mis conversaciones, mi casa, mi comportamiento, y me sentí tranquilo porque había logrado mantener mi imagen y mis motivos apegados a una realidad mercantil.

Al día siguiente me dirigí a la ciudad, precisamente con el joyero y le mostré el dibujo que había hecho de la sortija de Oliver, y le pedí que me hiciera una igual. Le pagué tres veces su costo original, porque la condición fue que la hiciera en tan solo tres días. Él era un artesano magnífico, y después de tres días, me entregó una sortija idéntica.

Con la alianza en mi bolsillo me dirigí al embarcadero, contraté los servicios de un carguero, zarparíamos en dos días rumbo a Charles Towne.

Luego me fui a una taberna de mala muerte en donde me contacté con un hombre de cualidades específicas. Era un sujeto de aspecto terrible, me atemorizo su imagen, pensé que en cualquier momento podía descuartizarme.

—Me han dicho que usted puede ayudarme a cumplir con una misión muy delicada. Necesito por lo menos a cinco personas más que se unan en esta empresa. Debemos zarpar en dos días. El barco es un carguero de nombre Tritón, está anclado en el atracadero 5.

—¿Y qué hay que hacer?. —Preguntó el sujeto—

—Deben capturar a un hombre y traerlo con vida de vuelta a Veracruz. Eso es todo lo que deben saber por ahora. Cuando llegue el momento yo les diré dónde encontrarlo. —Coloqué tres pequeñas bolsas de monedas de oro sobre la mesa— Cuando estemos de regreso y hayamos entregado a ese hombre a las autoridades, les daré otra compensación igual a esta.

El hombre levantó su brazo y haciendo una señal con los dedos, llamó a varios sujetos que esperaban sentados en una mesa cercana a la nuestra.

—Somos cuatro, uno más o menos, no creo que sea “dañoso”, ¿cierto?.

—De acuerdo. Nos veremos en dos días al anochecer en el atracadero número 5. Solo quiero pedirles que sean cuidadosos y eviten durante la travesía hablar conmigo a menos que sea extremadamente necesario, sería arriesgado para todos si alguien se percata de nuestra relación.

—Como usté diga patrón.

—Hay algo más. Antes de abordar el barco deben recoger una caja especial en la funeraria.

—¿Un ataúd?. ¿El trato es pa’que nos escabechemos al sujeto?.

—No, no. Pero he pensado que un ataúd es la mejor opción para transportarlo de vuelta. Ese hombre es peligroso y mientras menos oportunidades tenga de estar en libertad, será mejor para concretar con éxito la misión. Lo necesitamos con vida, eso ténganlo muy en cuenta. Deben capturarlo con vida, ¿entendido?.

—Si patrón, como usté diga.

—Bien. Iré a la funeraria y dejaré los arreglos hechos para que ustedes recojan el féretro y la caja y al anochecer los lleven al muelle. Allá los estaré esperando.

—Allá nos vemos patrón.

Salí de la taberna y me dirigí a la funeraria, tuve que enfrentarme a toda clase de preguntas. No resultaba normal comprar el ataúd antes de llorar al difunto. A pesar de que la mayoría de las personas en el puerto me conocían, nadie sabía en detalle la historia de mi vida o de mi familia, nadie sabía a ciencia cierta, si estaba solo o si alguien esperaba por mí en alguna parte. Después de evadir las preguntas curiosas e inquisidoras, dejé resuelto el asunto del féretro.

Regresé a mi casa a prepararme para el viaje. Los días pasaron muy rápido. Empaqué solamente lo necesario, no había necesidad de llamar la atención con ropa elegante o fina, así que opté por atuendos más discretos, finalmente una bolsa pequeña era lo mejor en este caso. La tarde antes de zarpar no pude merendar nada, me sentía preocupado, había mucho en juego.

Sin embargo, fue desastroso darme cuenta que lo que me inquietaba no era el concretar exitosamente el plan que había ideado, sino que, yo estaba entusiasmado con la idea de volver a ver a la mujer que me había colocado en esta encrucijada.

El solo hecho de tener la posibilidad de contemplarla hacía que me hormigueara el cuerpo entero, me producía una alegría profunda, que por alguna razón me obligaba a sonreír, como si fuera el hombre más feliz del universo. Varias veces noté como la gente que se cruzaba en mi camino me regresaba la sonrisa. Y por sorprendente que pudiera parecer, ni siquiera me sentí estúpido.

¡Maldición!. Esa mujer hacía que mis sentimientos se trastocaran.

Los hombres que contraté recogieron en la funeraria la caja de madera con el ataúd en su interior y lo llevaron hasta el muelle y abordaron el barco.

Esa noche, zarpamos rumbo a Charles Towne. Si mis cálculos eran correctos, llegaríamos allá un día antes de que Oliver y Ella se embarcaran. Durante todo el viaje me sentí inquieto, temía que por alguna razón Oliver y Ella se hubieran marchado antes y ya no la encontraría hasta Dios sabe cuándo. No pude conciliar el sueño, mil cosas se incrustaron en mi cabeza. Oliver era un hombre inteligente y poderoso, él estaría preparado para cualquier eventualidad que se pudiera presentar pero tenía una grave debilidad, sin duda él pondría primero su vida en juego para proteger la de Ella. Y yo debía aprovechar eso.

Santiago guardó silencio por un minuto. Fátima volvió el rostro y observó cómo él contemplaba sus manos vendadas.

¡Demonios!. Si la perdía, que era lo más posible, al final de ese complot, él tendría un puño, no, dos puños de cicatrices para recordarla durante toda la vida, si es que tenía la maldita suerte de permanecer con vida.

¡Maldición!. Qué condenada vida iba a ser esa sin Ella.

¡Sin Ella!.

Esos pensamientos, lo arrastraron lejos de la confensión que estaba haciendo.

—¿Y?. ¿En qué momento decidiste mi futuro?. —Le preguntó ella mordaz.

—Dijiste que querías escuchar mi relato. Permíteme continuar, por favor.

¿Permitirle continuar?.

Cada vez que ella permitía algo siempre terminaba siendo un desastre. Y ahora se veía en la necesidad de volver a permitir.

Ella volvió la mirada al jardín y guardó silencio. Él prosiguió.

Durante el viaje repasé mil veces el plan que había concebido desde el día en que me encontré con Ella. Solamente había un problema grave que solucionar antes de poner en marcha mi plan. Debíamos encontrar un cuerpo que tomara el lugar de Oliver.

Finalmente después de una travesía angustiosa, Charles Towne estaba a pocas horas de distancia. Me reuní con el cabecilla del grupo de hombres que había contratado en Veracruz, tomé toda clase de precauciones para que no me vieran entrar en su camarote.

—Estamos a punto de atracar en Charles Towne, ustedes deben bajar la caja y aguarden por mí al final de muelle, yo me reuniré con ustedes más tarde para llevarlos a otro sitio en donde recibirán más instrucciones. Primero debo asegurarme que nuestro hombre aún se encuentra aquí. Mientras tanto, encárguense de conseguir combustible, el suficiente para iniciar un incendio y lo más importante, necesitamos un cuerpo que sea más o menos de mi estatura y de complexión similar a la mía. Debemos reemplazar a nuestro hombre con ese cadáver. Aquí tienen dinero para que compren el combustible y al cuerpo si es necesario.

—No se preocupe patrón, que tendremos todo listo.

—De acuerdo. Nos veremos en un par de horas al final del muelle.

Salí del camarote y me dirigí a cubierta, ahí esperé hasta que el barco atracó en el muelle, regresé al camarote, recogí la bolsa y me apresuré a desembarcar. Tantas veces antes había estado en Charles Towne, pero esta era la primera que me dirigía hacia el barrio peligroso de la ciudad. Yo no podía hospedarme en ninguno de los hoteles y posadas que frecuentaba, no me arriesgaría a que alguien conocido me viera, especialmente Eugene, Alastair, Armand o el mismo Oliver.

Busqué una posada lo más alejada posible de los lugares que yo acostumbraba visitar. Después de un largo rato de vagar por las calles, encontré un hostal terrible, era sucio y repleto de personajes con aspecto de maleantes. Golpeé el tablón que servía como barra y esperé a que apareciera el encargado. Pedí la habitación para mí. El hombre de la posada me entregó la llave de la alcoba y me indicó en que parte del edificio se encontraba ubicada.

—¿Se le ofrece otra cosa?. —Me preguntó aquel hombre regordete y ebrio que aún luchaba por terminar de beber el contenido de la botella que llevaba abrazada.

—Necesito un lugar seguro donde colocar una caja grande.

—Podría dejarla en la bodega en la parte de atrás, a un costado de la cocina. Sígame, es por aquí.

El hombre salió del mostrador y con pasos vacilantes caminó hacia la puerta principal.

Él me guió por la calle hacia la esquina y luego dio vuelta en un angosto callejón que nos condujo hasta la parte trasera del edificio en donde se encontraba un granero.

—Es ahí en el portón de la derecha.

—Gracias.

De inmediato regresé a la posada, subí la escalera y me dirigí a uno de los cuartos, entre y cerré la puerta con llave. Me cambié la ropa, me vestí con un pantalón viejo y una camisa percudida, y me puse un chaleco ya muy desgastado. Salí de inmediato de aquel sitio y me dirigí hacia el muelle en donde me esperaban aquellos hombres, pero solamente encontré a dos de ellos.

—Patrón, Clemente y Juan se fueron a conseguir al muerto. Vendremos por ellos al rato.

—De acuerdo. Acompáñenme, iremos al lugar en donde guardaremos la caja, ahí les explicaré lo que haremos.

—Como diga patrón.

Yo caminaba unos pasos delante de ellos, mientras nos dirigíamos al granero, ellos cargaron la caja hasta que llegamos frente al edificio. Me apresuré a abrir el portón y ellos introdujeron la caja y la colocaron sobre el piso, al lado de una pila de pacas de paja. No podía creer mi buena suerte, este sitio era perfecto para ejecutar la última parte de mi plan.

—Patrón, debemos regresar al muelle, seguramente para estas horas Juan y Clemente ya habrán arreglado el asunto del muerto y Pedro y yo debemos ir por el combustible.

—Cierto. Asegúrense de conseguir una carreta, lo suficientemente espaciosa para cargar la caja. Vendré por ustedes al anochecer.

—Como usted diga patrón.

Ellos se marcharon primero y yo esperé algunos minutos más y luego salí. Caminé durante largos minutos hasta que finalmente me había alejado de aquella parte de la ciudad, y llamé un carruaje.

—Por favor lléveme a mansión Viridian.

—Sí señor.

La marcha acompasada de los caballos aumentó mi nerviosismo. Había llegado el momento de concretar el plan, y conforme nos acercábamos a Viridian, me angustiaba cualquiera que fuera el resultado de mi intervención pero no por las posibles complicaciones que pudiera tener para mí, sino las que acarrearía para Ella.

Sin embargo, me convencí de no pensar más en las posibilidades y enfocarme solamente en concretar el plan con éxito. Había llegado demasiado lejos como para echarlo todo a perder por un efímero ataque de ternura que me había asaltado cada vez que dejaba mis pensamientos vagar hacía Ella.

Ella.

Ella se interponía en mis planes. Sin duda.

Ella aparecía en mis pensamientos y me distraía. Ya lo hacía.

Ella y su mirada, sus movimientos, su voz. Deja de pensar estupideces.

Ella y sus delicadas manos, su esbelta figura y su pelo castaño. Me moría por tocarla.

Ella podría ser mi ruina. Ya lo era.

Estuve pendiente del trayecto hacia la mansión y cuando finalmente percibí a la distancia la majestuosa avenida de robles, le di nuevas instrucciones al conductor.

—Cochero, siga de largo y yo le diré en donde debe detenerse.

—Sí señor.

Conforme avanzábamos noté que había infinidad de carruajes estacionados uno detrás de otro a los costados de la avenida de robles.

El coche siguió avanzando y cruzamos frente al inmenso jardín de rosas. Había mucha gente conversando. Varios metros adelante, llegamos a un paraje lo suficientemente poblado de árboles y arbustos que cubrían a la perfección la presencia del carruaje.

—Cochero, deténgase aquí.

—Como ordene, el señor. —El coche se detuvo y descendí.

—Esperé aquí hasta que yo vuelva.

—Si señor.

Caminé despacio de regreso a Viridian hasta que localicé un lugar en donde podría ocultarme. Había una larga pared de arbustos y logré internarme entre las ramas y esperé. Me petrifiqué cuando vi a Alastair bebiendo una copa de vino mientras conversaba con Eugene, ellos vestían trajes muy elegantes de brocado bordado en plata y oro. Comprobé que esa celebración era la fiesta de la que Alastair había hablado con Armand Ladmirault.

Infinidad de personas desconocidas, así como personajes con quienes yo había hecho negocios en algún momento, se paseaban plácidamente por el jardín.

Pasó mucho tiempo, no sé cuánto, pero ya empezaba a sentir los efectos de la posición incómoda en la que me encontraba, mis piernas y mis brazos se inundaban de cosquilleos, como si un ejército de hormigas avanzara encima de ellos.

Entonces, Ella apareció.

El aplauso conjunto de todos los asistentes fue el preludio de la gran entrada. Esa mujer llevaba puesto un majestuoso vestido rosa pálido. Llegó al jardín del brazo de su pirata, en ese momento, habría jurado que aquel hombre era un noble, su porte, su elegancia, sus movimientos tan refinados. Por un segundo puse en duda todo lo que Alfonso me había contado sobre él.

Y luego, vino un espectáculo que me aniquiló. No logré escuchar lo que Oliver decía a sus invitados, pero fui testigo de cómo él besó a “mi” mujer maravillosa frente a todos ellos. Deseaba saltar de entre aquellos matorrales y asestarle un puñetazo y alejarlo de Ella. Pero, fue la reacción de Ella lo que me desarmó, casi podía sentir yo mismo, la dulzura con la que sus manos sujetaban el rostro de Oliver.

¡Fue suficiente!.

No quise ver más escenas como esa, Ella y él estaban ahí y podría describirlos a detalle para que mis hombres no los confundieran con algún otro de los asistentes. Salí de entre los arbustos y caminé de regreso al sitio en donde esperaba mi carruaje, profiriendo toda clase de maldiciones.

—Lléveme al muelle, por favor.

—Si señor.

Subí al coche y me recargué sobre el respaldo y bajé las cortinas de las ventanillas, mis ojos solamente veían la imagen de aquel beso terrible. No percibí el paso del tiempo, ni siquiera noté cuando el carruaje se detuvo. Esa visión se apoderó de mi mente y me arrebató la conciencia. Fue hasta que el cochero abrió la portezuela que la maldición del beso se rompió.

—Hemos llegado señor.

—Gracias. —Saqué de la bolsa de mi chaleco un saquito con monedas y se lo entregué al cochero— Creo que con esto se cubrirá placenteramente el costo de sus servicios. —El hombre abrió la bolsita.

—Muchas gracias señor.

El cochero se alejó y yo caminé hacia el sitio en donde debía reunirme con los hombres. Ahí estaban ellos esperándome, habían conseguido la carreta, el combustible y también el cadáver, algo envuelto en mantas sucias yacía en la caja de la carreta.

—Es hora. —Les dije intentando que mi voz sonara autoritaria— Imagino que ese envoltorio es...

—Así es patrón —Me interrumpió el cabecilla— Clemente y Juan tuvieron que hacer un arreglito de última hora, pensaron que era mejor uno fresco que uno tieso. Sabe usté, también tuvimos un problemita, el muerto no quería cooperar.

—¿Asesinaron a alguien?.

Esa revelación estalló mis nervios, sujeté al hombre por el cuello de su camisa y lo zarandeé.

—¡Cálmese patrón!. —Me habló el sujeto al que llamaban Clemente— El difuntito era un pordiosero, lo encontramos ahogado de borracho en un callejón. No sufrió nadita de nada. Además patrón, aquí nadie habla cristiano, fue una bulla poder conseguir las cosas, al final nos entendimos a señas y con dibujitos, yo digo que tanto trabajo representa una propinita extra, ¿qué no?.

—Desde luego. —Sentí que un escalofrío me inundaba de pies a cabeza. A pesar de que yo no había ordenado la muerte de nadie, esos hombres me habían hecho cómplice de su crimen, una vez más alguien perdía la vida por mi causa— Pongámonos en marcha, ya ha oscurecido y no debemos perder más tiempo. Subí al pescante de la carreta y el jefe del grupo se encaramó a mi lado, mientras que los otros tres, se sentaron en la parte trasera.— Nuestro hombre viste muy elegante esta noche, su casaca es de color teal con bordados en plata.

—¿T—e—a—l?. ¿Qué es eso?. —Preguntó el hombre al que llamaban Juan.

—Es un tono de azul muy particular. Una combinación entre azul y verde. Es el único que viste en ese color. —Mis propias palabras resonaron como truenos en mis oídos, nuevamente otra variación de azul marítimo— Su casaca es color teal con bordados en plata, lo van a reconocer porque en su mejilla derecha tiene una cicatriz, usa barba de candado y sus ojos son de un intenso verde. Es posible que una mujer esté siempre al lado de ese hombre, deben asegurarse de no hacerle daño a ella. Esta noche “Ella” luce un hermoso vestido rosa pálido, con aplicaciones de flores en la falda y en las mangas.

—¿A ella también la traemos con nosotros?. —Preguntó Clemente.

—No. Solo deben tener cuidado de no lastimarla en caso de que cuando llegue el momento, ella esté cerca de nuestro hombre. En el sitio al que iremos se está celebrando una fiesta. Dos de ustedes deben rodear la mansión y rociar el combustible en la parte trasera de la casa. Asegúrense de que la esquina derecha de la mansión tenga el suficiente para que arda con fuerza. Mientras ellos dos se encargan de rociar el combustible, ustedes metan el cuerpo por la puerta posterior de la casa, báñenlo con el combustible y cuando les dé la señal, prendan fuego a la esquina de la casa y aguarden lo más cerca posible de la salida posterior. Y esperen. En medio de la confusión y la sorpresa, nuestro hombre tratará de verificar la magnitud de la catástrofe, y aprovecharemos para atraparlo. Cuando lo tengan doblegado, llévenlo de inmediato a la carreta y lo trasladaremos a la bodega en donde dejamos la caja, lo aprisionaremos ahí. Luego nos iremos al muelle y abordaremos el navío que zarpa al amanecer. ¿Tienen dudas?

—No patrón, todo está bien clarito. —Respondió el cabecilla.

Nos desviamos del rumbo varios metros antes de llegar a la mansión, dejamos la carreta oculta entre los arbustos y la oscuridad y nos dirigimos a pie hacia el objetivo. No tuvimos problemas al llegar a Viridian, todo mundo estaba tan enfrascado en la celebración que nadie reparó en nuestra presencia, seguramente la gente que por casualidad vio a aquellos hombres rociando combustible pensaron que serían trabajadores de la plantación o algo similar.

Mientras esperábamos que los dos hombres nos indicaran que su misión estaba completa, yo coloqué la sortija en el dedo anular izquierdo del cadáver. Tuve problemas para deslizar el anillo en su dedo, la argolla había resultado ser pequeña para los dedos gruesos de ese hombre, tuve que usar un poco del aceite de la lámpara en su dedo y le introduje la alianza. Los otros dos hombres, lo bañaron con un par de botellones de combustible, lo cargaron hasta la parte trasera de la casa y esperaron mi señal.

A buena distancia yo observaba, a través de un catalejo, los movimientos de la gente que deambulaba por el jardín y las acciones de mis hombres. Sin embargo no logré ubicar a la mujer del vestido rosa pálido. Oliver bebía una copa de vino mientras conversaba con Alastair, Eugene y varios hombres más que yo no conocía.

Durante varios minutos busqué a esa mujer por todo el jardín, pero no pude encontrarla, seguramente Ella estaba dentro de la casa, era justamente la excusa que yo necesitaba para llevar a Oliver al interior de la mansión. No podíamos esperar más tiempo y les di la señal. Encendí la lámpara de aceite, la sostuve con mi mano izquierda y la levanté lo más alto que mi brazo pudo extenderse. Un segundo más tarde, la esquina posterior de la mansión ardía en llamas.

Oliver tiró la copa que sujetaba en la mano y corrió hacia la mansión. Su reacción me confirmó que Ella estaba en el interior de la casa. El fuego se extendió rápidamente, mientras los varones se apresuraban a llevar a sus mujeres fuera del jardín.

Los que supuse serían los esclavos, intentaron desesperadamente acarrear agua del río Ashley en cubetas pero, después de varios minutos, tuvieron que replegarse y contemplar las lenguas de fuego que devoraban la mansión y el jardín.

Vi a Oliver sacar arrastrando a aquella mujer negra que había conocido en mi primera visita a Viridian. Ella le decía algo, mientras hacía toda clase de señales con las manos. Él entró nuevamente a la casa. Algún tiempo después, los cuatro hombres regresaron cargando a Oliver, él sangraba de la cabeza y estaba inconsciente, tenía una herida en el hombro derecho y su labio inferior se había reventado. Mientras ellos ataban y amordazaban a Oliver y lo cubrían con las mantas, yo observaba con el catalejo lo que sucedía en Viridian.

Y esperé...

Esperé.

No sé durante cuánto tiempo esperé para cerciorarme que aquella mujer estuviera a salvo. Sentía yo mismo unas feroces ganas de entrar corriendo a la mansión en llamas y sacarla de ahí. Y finalmente vi a Eugene salir de la casa con Ella en brazos. Imagino que notarían que Oliver no había salido aún, pero ya no pudieron regresar al interior de la mansión, las llamas la devoraban con tal furia que ellos tuvieron que retroceder y sin más opción atestiguaron como el fuego voraz destruía la casa, el jardín y el pabellón.

Nos alejamos de aquel lugar. Tuvimos que avanzar lentamente para no llamar la atención, varios carruajes nos pasaron a toda velocidad, supongo que algunos de los invitados querían ponerse a salvo o iban en busca de ayuda.

Sin más problemas llegamos al granero de la posada. Oliver aún estaba desmayado, él estaba con vida, pero la herida que tenía en el hombro estaba sangrando demasiado.

—¿Qué fue lo que ocurrió?. ¡Les dije que debían traerlo con vida!. —Les recriminé.

—Este hombre es una fiera patrón. Apenitas pudimos descontarlo y vea los resultados, si Juan no lo apuñala, se hubiera quedado en el camino. Cuando Juan le enterró su cuchillo, pudimos partirle la cabeza, y corrimos con suerte porque él no estaba armado, sino olvídese que hubiéramos salido bien librados de este demonio.