16
VARIOS días después, Mattie y Fátima se encaminaban al mercado en la plaza de la ciudad, mientras Ayana había permanecido en la mansión preparando todo para el colado de la ropa esa tarde.
Mattie se entretuvo comprando pescado fresco y Fátima se alejó un poco de ella, se dirigió a un puesto de frutas, ella sujetó un durazno en la mano y percibió el aroma y la suavidad aterciopelada del fruto. Por un momento ella imaginó si ese era el sabor de los labios de Oliver o serían tal vez de manzanas, sandías o mangos. Algunas veces cuando lograba concentrarse lo suficiente, como en ese momento, ella era capaz de experimentar la presión de los labios de Oliver sobre los suyos.
—¡Fátima!.
Esa voz acalambró el cuerpo de la joven por un instante, como si un rayo le hubiera caído encima, ella abrió los ojos de inmediato y la imagen que vio, la despojó del oxígeno. Amelia y el duque de León con los rostros descompuestos por el asombro, estaban observándola a tan solo un par de metros de distancia. Con forme su visión se amplió, ella descubrió que ese par estaban acompañados de por lo menos una docena de guardias españoles.
—¡Te hemos buscado durante semanas!. ¿Cómo llegaste hasta aquí?.
El duque con una mueca que más bien parecía la de una gárgola de piedra esculpida en su rostro, se le acercó tanto que ella pudo percibir el aroma aterrador del peligro que emanaba de aquel hombre. Él se detuvo a unos cuantos centímetros de la petrificada Fátima. Alfonso ya no respiraba de manera normal, más bien bufaba y su rostro había tomado un color rojizo y sus ojos se habían abierto tanto que le daban a su rosto un aspecto monstruoso.
Él estaba tan cerca de ella que aprovechó la oportunidad que se le presentaba y ella desenvainó la espada que él llevaba atada en su cintura y colocó la punta en el cuello del duque.
—¡No te me acerques!.
Ella gritó con la voz entrecortada. Fátima no lograba entender lo que había sucedido, estaba confundida y más que nada, aterrorizada. Jamás en sus más descabelladas pesadillas se hubiera topado con este par de monstruos, sola y desarmada, y justamente en esas condiciones se encontraba en ese preciso momento, ella estaba sola y frente a ese par de pesadillas.
—¡¿Qué haces?!. ¡¿Has perdido la razón?!.
Amelia gritó mientras agitaba las manos de un lado a otro.
Con la punta de su dedo índice, el duque haciendo alarde de una fría determinación, retiró la espada de su cuello e intentó sujetar a Fátima del brazo. De un salto ella se separó de nuevo y con un leve movimiento de la espada hirió al duque del cuello a la mejilla.
—¡Guardias!.
Alfonso gritó como si le hubieran arrancado un brazo. Y mientras Amelia y unos cuantos soldados se apresuraban a brindarle ayuda, otros se abalanzaron sobre Fátima, eran demasiados para librar una batalla. Sin perder un segundo ella corrió y en el camino les arrojó la espada del duque a los soldados que la seguían. Ella logró despistar a los oficiales al perderse entre la multitud que abarrotaba la plaza. Ese día había venta de esclavos y la gente se aglomeraba en aquel sitio.
El terror que semejante encuentro le había provocado fue el combustible suficiente para que ella echara a correr como posesa, sin siquiera detenerse a tomar aliento.
Robbie estaba de guardia en la reja de ingreso a la casa, cuando vio que Fátima venía corriendo por el camino a punto de que le reventaran los pulmones por el esfuerzo. Él la sujetó por los hombros y la miró desconcertado, pensó que se desmayaría en sus brazos cuando notó la exagerada palidez de su rostro. Apenas pudo ella recobrar el aliento después de la carrera, le informó lo que había sucedido. Entraron juntos a la mansión en donde se encontraban aún durmiendo los demás marinos. Robbie despertó a Eugene y él de inmediato empezó a dar órdenes a los otros.
—Fátima, debemos abordar el Black Clover de inmediato. Tim, déjale en el portón de ingreso un mensaje al Capitán que le indique que zarpamos rumbo a Tortuga.
Tim se apresuró a la cocina, tomó un trozo de carbón y corrió hacia la enorme puerta de ingreso. Él dibujó en la inferior izquierda un trébol y al lado la figura pueril de una tortuga.
Mientras los hombres perfectamente armados se reagrupaban en la parte frontal de la casa, Fátima se dirigió a uno de los salones en donde varias espadas con sus fundas decoraban la pared. Desprendió una de ellas, la ciñó a su cintura y se apresuró a reunirse con el resto de la tripulación en el salón principal de la casa.
Oliver. Oliver. Oliver era el pensamiento continúo que se había incrustado en su cerebro. Él no había llegado en el periodo de tiempo que le había mencionado, y ahora ella ya no podría seguir esperándolo en este lugar, se marcharía a Dios sabe dónde, y ¿si él no podía encontrarla?. ¿Si ya no volvía a verlo?, seguramente se moriría pero no de tristeza, de eso estaba segura, si ella moría sería de impotencia y rabia, porque siempre había sido Amelia y ahora también Alfonso quienes eran la raíz de sus complicaciones. Ella hubiera querido gritar y destrozar todo lo que se cruzara en su camino, quería dejar salir ese sentimiento horrible de incapacidad que le encajaba sus garras profundamente. Y sin embargo, permaneció en silencio, luchando por mantener a raya la respiración irregular que se le atascaba en el pecho.
Varios minutos después, todos los integrantes de la tripulación del Black Clover salieron huyendo precipitadamente de la mansión, dirigiéndose hacia la playa. A la cabeza Eugene y Robbie, luego Fátima al lado de Tim y el resto venía detrás.
Después de algunos metros de carrera, alcanzaron a la playa, y frente a ellos, el Black Clover descansaba juguetón meciéndose con el movimiento de las olas que le acariciaban el casco. Se acercaron en grupos a los botes que estaban varados en la arena. Eugene levantó en vilo a Fátima y la depositó en el interior del bote, Robbie trepo mientras varios hombres empujaban la barca hacia el mar, algunos de ellos también subieron cuando ya estaban en el agua. El resto abordó los otros botes y comenzaron a remar rumbo a la fragata. En pocos minutos ya estaban todos a salvo a bordo del Black Clover, y bajo las órdenes precisas de Robbie, los marinos desplegaron las velas e izaron la bandera inglesa y Tim a cargo del timón, enfiló la fragata rumbo a mar abierto.
A Fátima le sorprendía la frialdad con que cada uno de ellos se había manejado durante la huída, se comportaron como si se tratara de cualquier otro viaje, desempeñaron a la perfección lo que cada uno de ellos debía hacer y el momento preciso para ejecutarlo. En cambio ella, había tenido que cerrar la boca tan fuerte para mantener su valor dentro, de lo contrario la ira, el pánico y el desconcierto se la hubieran devorado en un segundo.
Eugene, Robbie y Fátima estaban en la cabina del capitán, revisando las cartas navales extendidas sobre la mesa, mientras Tim en la popa frente al timón maniobraba el barco. Fátima aún se sentía fría, con una mezcla de desasosiego, rabia y desilusión adherida en la piel.
—Es posible que hayan hecho una parada para informar a las autoridades de tu desaparición, Fátima, pero también existe la posibilidad de que hayan desembarcado para reabastecerse. —Eugene no levantó la vista del mapa.
—El duque mencionó que me habían buscado durante semanas. Lo que me desconcierta es la presencia de tía Amelia.
—Imagino que registrarán la ciudad. Mattie y Ayana se habrán esfumado para cuando ubiquen la casa de Vane y eso nos dará ventaja. En cualquier caso, tarde o temprano enviaran barcos a interceptar todo navío inglés que encuentren.
Eugene miró a Fátima, él mantenía su rostro apretado y un par de arrugas endureciéndole el ceño, y dio un manotazo sobre la mesa y se llevó la mano a la cara y se frotó la mandíbula un par de ocasiones.
—Yo creo que se encontraron por casualidad. Si te hubieran estado buscando, seguramente habrían enviado soldados hace tiempo y hubiéramos recibido algún mensaje de Henry. Yo creo que iban de camino a España y decidieron hacer aquí una parada. Después de todo, esa era la intención del duque, ¿no?.
Robbie habló con su acostumbrada frialdad, pero en esa ocasión su voz sonaba más ronca que de costumbre. Fátima detectó que a pesar del estoicismo de sus comentarios, había algo que incomodaba evidentemente a estos hombres.
—Robbie tiene razón. Les tomará todavía algún tiempo para averiguar tu paradero Fátima. —Concluyó Eugene impávido.
Amelia y Alfonso eran un tema obligado, pero Fátima intuía que no era por ellos que Eugene y Robbie estaban incómodos. Estaba segura que su preocupación tenía algo que ver con su Oliver. Entonces, ¿por qué ellos no mencionaban nada sobre el retraso de Oliver?. Eso sin duda debía preocuparlos tanto como a ella, y sin embargo, no hablaban al respecto, por lo menos no con ella.
—Eugene, hace un par de semanas que el Capitán Drake ya debía haber atracado en Maracaibo.
Finalmente ella echó al aire ese trozo de ansiedad que ambos hombres ocultaban desde hacía varias semanas. Robbie apoyó las manos sobre la mesa y le habló con una expresiva inquietud en sus palabras. Sus ojos dorados estaban clavados en los de Fátima.
—Lo sabemos Fátima, precisamente por eso Eugene le ordenó a Tim que le dejara un mensaje, espero que lo encuentre.
Robbie miró a Fátima, como si se arrepintiera de lo que acababa de decir. Él había tomado la precaución de ordenar a los marinos que se abstuvieran hacer comentarios sobre la demora del Capitán Drake, Fátima podría escucharlos y él quería evitar la posibilidad de que la mujer se pusiera histérica. Pero ella no era ni una histérica y mucho menos una tonta jovenzuela, ella sabía que Oliver se había demorado lo suficiente como para que ella y toda la tripulación comenzara a inquietarse.
—Tampoco tenemos noticias de Morgan. Esto me desagrada.
Eugene mantenía su voz sin ninguna clase de emoción y la mirada clavada al frente. Fátima escuchaba en silencio aquel intercambio desalentador. Eugene notó de inmediato el suspiro profundo que ella había exhalado intentando que pasara desapercibido.
—No te preocupes Fátima, el capitán Drake nos rastreará, te lo aseguro.
Ella intentó ocultar su desilusión con una endeble sonrisa que no convenció a ninguno de los dos hombres. Ella sentía que una vez más lo que ella amaba le era arrebatado, y no podía culpar al mar como lo había hecho la vez anterior porque ahora era ella la que huía en los brazos del océano.
Después de un par de minutos en silencio. Robbie se encaminó a la puerta del camarote, abrió la puerta dispuesto a salir, pero se detuvo y le habló con voz grave.
—Tortuga es un lugar seguro para nosotros Fátima, sin embargo es un sitio peligroso para alguien como tú. Deberás ser muy cuidadosa cuando desembarquemos allá. Y por ahora es el único sitio en donde podremos resguardarnos.
Robbie contemplaba el horizonte mientras le hablaba. Ella había aprendido a descifrar la parquedad de aquel hombre. La inexpresividad de su rostro y la apostura de sus movimientos, lo transformaban en un ser casi místico y peligroso porque no dejaba a la vista ninguna clase de sentimiento, bien podría estar enfurecido o devastado y su rostro y su cuerpo mostrarían una fría impasividad. Él difícilmente se reía, su rostro a pesar de ser insólitamente atractivo y varonil, siempre mantenía a raya cualquier emoción. Ni siquiera sus extraños ojos color oro dejaban escapar algún atisbo de sus sentimientos. Fátima llegó a compararlo con una estatua felina, tan álgido y amenazador por fuera e inescrutable por dentro. Precisamente por eso, era evidente que en el tono de su voz había cierta perturbación, esta era la primera vez que ella había notado cierta inflexión en sus palabras.
La noche se derramó sobre el navío, y Fátima no pudo dormir, le angustiaba la idea de que Oliver no fuera capaz de encontrarla, y que de su estancia en Tortuga resultara una catástrofe. En cubierta hubo movimiento todo el tiempo, parecía que nadie podía dormir. Fátima escuchaba susurros, pasos que iban y venían; y uno que otro grito que no lograba descifrar.