27

ESTABA en mi despacho tratando de poner al corriente los libros de cuentas de las plantaciones y la bodega cuando el mayordomo llamó a la puerta y entró para darme un mensaje nada alentador.

—Señor, el duque de León y doña Amelia de Bermejo acaban de llegar y exigen verlo de inmediato. Lo esperan en el salón arena.

—Voy en seguida.

Me dirigí al salón y los encontré anímicamente mal. Estaban enfurecidos y se paseaban de un lado a otro del cuarto. Sobre todo Alfonso, vi que él tenía una cicatriz bastante llamativa que le atravesaba el cuello y la mejilla. Me asombró verlo aquí, porque hasta donde yo sabía, para esas fechas él estaría de vuelta en España y casado con su prometida, Fátima de Castella.

—Alfonso que sorpresa más inesperada. Señora. —Incliné la cabeza a manera de saludo.

—Necesito descansar un par de días aquí.

—Desde luego. Pero, ¿y tu... —Me interrumpió.

—Quiero que me consigas un pasaje en primera clase en el siguiente barco que zarpe rumbo a España.

—¿Pasaje?. ¿Qué pasó con tus barcos?.

—Fuimos atacados por piratas en Puerto Bello y destruyeron todos mis navíos. Tuvimos que viajar en un barco de pasajeros para llegar hasta aquí.

—¿Y tú prometida?, quiero decir tu esposa, ¿qué ocurrió con ella?.

—¡Esa ramera!. —Su rostro se puso rojo y a punto estuvo de atragantarse con las palabras que pronunciaba— ¡Esa mujerzuela se fue con ellos!. Se fugó el mismo día de nuestro compromiso.

Santiago hizo una brevísima pausa, y levantó su rostro y la miró.

—En medio de una rabieta, Alfonso me contó la historia de tu huída y de cómo te encontraron por casualidad en Maracaibo. Describió a gritos la forma en que lo atacaste y le marcaste la cara con su propia espada, mientras estrujaba enfurecido el pañuelo con el que se limpiaba el sudor de la frente. ¿Fátima, sabías que él aborrece el mar? Odia el calor y la humedad. —Hizo una pausa, dándole la oportunidad a ella de rearmar sus recuerdos, pero también para demostrarle que él poseía información que lo colocaba en un sitio evidentemente ventajoso— También me habló sobre cómo te habían descubierto en el galeón inglés y cuándo te llevaron de nuevo a su mansión en Puerto Bello. Me contó de su plan aquella noche en que te visitó y dijo como tú te le habías enfrentado dificultándole su intención de acostarse contigo. Y finalmente llegó al punto en que tu valiente pirata te rescató, asaltando la mansión y destruyendo los barcos de Alfonso. —Santiago guardó silencio durante algunos segundos. Esta vez el silencio fue en beneficio suyo, le había llegado el momento a él de enfrentarse a ella y poner a sus pies el motivo real de sus acciones. El silencio le proporcionó la fuerza y luego prosiguió— Descubrí a una mujer fabulosa. No por el hecho de que te hubieras fugado con un pirata, sino porque te habías enfrentado al maldito de Alfonso. Tú te habías comportado con más valentía que yo mismo cuando... —Él detuvo su relato, empuño sus manos y las colocó sobre su frente mientras mantenía cerrados los ojos. Luego dejó caer sus brazos y recuperó su expresión pétrea— Te admiré, Fátima. Y hasta me alegré de que no te hubieras casado con él. Sin embargo, también me encontré con la mujer causante de semejante visita.

—¿Yo?.

—No me interrumpas.

Santiago se sentó sobre el escritorio cruzó la piernas a la altura de los tobillos y apoyó las manos en la superficie de madera y prosiguió con el relato en el que se refería a Fátima en tercera persona. Colocándola como la protagonista de aquella trama en donde él compartía créditos como ¿villano?.

Fátima no estuvo segura si esa caracterización se ajustaba a él, en realidad lo percibió más como verdugo.

Si, precisamente eso es lo que él era, un sádico verdugo.

La había rescatado para luego ofrecerla en sacrificio y arrancarle el corazón que él mismo había cuidado con tanto esmero.

Durante dos días Alfonso no paró de hablarme de lo mucho que aborrecía a su prometida fugitiva y de que iría a España a buscar refuerzos y emprendería una batalla a muerte contra ella y su pirata.

En cambio la tía de ella había pasado la mayor parte del tiempo recorriendo la mansión y felicitándome por la decoración y los tapices y los jarrones y los cuadros. Y desde luego, no perdía oportunidad de decirme lo ingrata que era su sobrina y lo terriblemente mal que se había portado y cómo la había humillado y amenazado su pirata. Hasta entonces ninguno de ellos había mencionado el nombre de aquel amante. Y una tarde mientras cenábamos en el comedor, doña Amelia me contó sobre el día en que su sobrina conoció a su amante. Según recuerdo la tía dijo que fue en una fiesta, él quería bailar con ella y doña Amelia se lo impidió.

—Debí imaginar que ya se conocían. Su familiaridad al acercarse a Fátima debió alertarme. Pero nunca imaginé que ella se hubiera enredado con ese malandrín. Maldito Capitán Drake.

—¿Capitán Drake?. —Le pregunté.

El nombre me pareció conocido, pero en ese mo—mento no logré relacionarlo a ninguno de mis recuerdos.

—Si, Oliver Drake. Ese criminal también tiene una cicatriz en la mejilla derecha. —Recalcó Alfonso.

—Pero no entiendo doña Amelia, si Fátima estaba siempre enclaustrada en su casa, ¿cómo pudo enredarse con un pirata?. —Le pregunté.

—No lo sé don Santiago, pero es seguro que fue ayudada por aquella sirvienta que se hacía cargo de ella. Índigo, era una de mis sirvientas de confianza, yo le ordené que atendiera a mi sobrina durante el día y la noche y que nunca se separara de ella. Eso fue un error, porque finalmente ellas se aliaron y ya ve usted lo que sucedió. Es una gran calamidad para nuestra familia.

—Si, lo imagino. Pero dígame doña Amelia, ¿por qué su sobrina fue enviada a Jamaica?. No logro entender el motivo, si Alfonso era el prometido, no veo la razón para alejarla de su casa, si ya existía el compromiso entre ellos. ¿No era eso exponerla demasiado llevándola a un lugar infestado de piratas?.

Amelia tosió un par de veces y me miró con una expresión de desagrado congelada en su rostro. Imagino que hice la única que pregunta que podría incomodarla. Alfonso bebió un poco de vino y movió su cabeza afirmativamente, otorgándole el permiso para responderme, pero ella permaneció en silencio.

—Vamos Amelia, en estas condiciones no creo que ya importe conservar más el secreto. Dile a Santiago porque Fátima fue enviada contigo a Jamaica.

—¡Alfonso!. Convenimos guardar esos detalles en secreto.

—Lo sé, pero Santiago no abrirá la boca, además él también está ahora involucrado en este asunto, mientras mejor enterado esté, me serán de mayor utilidad sus servicios. Amelia y su distinguida hermana, me vendieron a Fátima.

Me lo dijo sin ninguna clase de emoción, como si hablara de alguna posesión simple, sin valor. Sus palabras me fastidiaron.

—¡Alfonso!. Fue un compromiso don Santiago.

—No Amelia, me la vendieron. Pagué por ella una cantidad abominable, pero no para casarme. El acuerdo era que anunciaríamos el compromiso fuera de la Nueva España para evitarme problemas, pero nunca se llevaría a cabo la boda.

Después de escuchar semejante aberración, la comida me produjo asco, no pude disfrutar más de la cena. Y presencié como ese par de víboras se lanzaban veneno uno a otra.

—¿Nueva España?. —Pregunté.

—Fátima no es española, es criolla. Nació en Guadalajara, en la Nueva Galicia. —Alfonso respondió de mala gana, como si la procedencia de “Ella”, la hiciera inferior.

—Fue un trato justo Alfonso. —Replicó Amelia y luego me miró intentando convencerme— El padre de Fátima había derrochado toda su fortuna. —Alfonso la interrumpió.

—Fátima les estorbaba. Mientras ella estuviera a cargo de la administración de las tierras y los negocios de su padre, Amelia y su hermana no podrían echarle el guante a la fortuna que ese tipo poseía. Así que idearon un plan para liberarse de Fátima. La hermana de Amelia, quien por cierto era la segunda esposa del padre de Fátima, se encargó de envenenar al viejo en contra de su propia hija. Lo convenció de que mientras Fátima se hiciera cargo de tareas reservadas para un hombre, no encontrarían un pretendiente para ella. Lo convenció y ese fue el gran error del viejo. Sin Fátima a cargo de las finanzas, Amelia y su hermana despojaron de su patrimonio al estúpido viejo.

—¡Alfonso!. El padre de Fátima perdió su fortuna. —Ella insistió y prosiguió con su versión del relato— Y ante tal situación desesperada, lo convencimos de comprometer a Fátima con un hombre acaudalado que pudiera solucionar el problema de liquidez en el que estaba. Desafortunadamente, los hombres casaderos se habían enterado de la situación monetaria de la familia y evitaron a toda costa aceptar el compromiso con ella... —Alfonso la interrumpió de nuevo.

—Fue el chisme del año. —Agitó sus manos en el aire en un ademán burlesco.

—Alfonso se enteró de nuestro problema y nos pidió que fuéramos a hablar con él. Él no estaba interesado en casarse con Fátima, sin embargo deseaba quedarse con ella para otros propósitos. Él dijo que nos daría lo que pidiéramos a cambio de llevarla a Jamaica y educarla de manera que ella fuera completamente sumisa y obediente. Alfonso se encargó de comprarme una casa en Jamaica y juntas viajaríamos allá, así cuando Fátima dejara la Nueva España, diríamos que ella se iría de viaje durante un tiempo para hacerme compañía. Bajo mi responsabilidad estaba el educarla en la forma en que Alfonso lo había solicitado. Transcurrido un tiempo prudente, él vendría por ella, anunciaríamos su compromiso en Jamaica y ellos partirían rumbo a España. Eso es lo que la gente en Jamaica creería, pero en realidad, ellos viajarían a Puerto Bello, en donde Alfonso tiene su mansión de descanso, y ahí Fátima se convertiría en su amante. Así, él podría regresar a España libre de cualquier compromiso y a la vez tendría una amante personal esperándolo en el nuevo mundo. Y desde luego, nuestros problemas financieros estarían resueltos de por vida.

—¿Los padres de Fátima estaban de acuerdo en ese convenio?.

Pregunté sorprendido por la frialdad con la que esa mujer narraba aquel plan.

—El padre de Fátima sabía que ella se marchaba de viaje para acompañarme. Lo convencimos de que había una mayor posibilidad de que encontráramos un buen partido para ella en aquella parte del continente. Y después de un tiempo, le diríamos que se había casado y se había marchado de Jamaica y que no sabíamos más de ella.

—Me sorprende que la madre de Fátima aceptara tan fácilmente semejante trato. —Insistí.

—Su madre murió al dar a luz. Su padre se casó con mi hermana unos pocos meses después buscando darle a la niña una madre que velara por ella.

—Lo entiendo. Eso quiere decir que Fátima tiene hermanos.

—No, mi hermana nunca logró concebir.

—¿Fátima sabe que su madre murió?. —Pregunté interesado en aquella historia.

—No, su padre jamás se lo mencionó y mi hermana tampoco lo hizo. Cuando el padre de Fátima contrajo nupcias con mi hermana, se estipuló una cláusula determinante: que nunca se le revelara esa información a la niña sobre la muerte de su madre. Desafortunadamente, el padre de Fátima murió por problemas del corazón, varios meses después de que habíamos zarpado rumbo a Jamaica. No pudo sobreponerse a la inminente ruina. Fátima no supo de la muerte de su padre, hasta mucho tiempo después, cuando a través de varias cartas le pedía a él que le permitiera regresar. Mi hermana le respondió dándole la mala noticia y desde luego, para evitar que ella regresara y quisiera investigar lo que había sucedido con las propiedades y el dinero, mi hermana la culpó de la muerte de su padre. Le argumentó que ella había cometido errores graves en la administración que por esa razón le habían quitado esa responsabilidad, pero que su padre no había podido resolver el problema y había muerto por esa causa. Fátima, se resignó a quedarse en Jamaica conmigo.

Evité hacer comentarios sobre ese tema, no quise involucrarme más de lo que ya estaba hasta ese momento. Pero comprendí plenamente lo que habían hecho con aquella joven. Hasta me alegré de que ella hubiera huido de semejante atrocidad que le tenían preparada.

—¿Por qué me cuentas esa historia?. —Fátima se levantó como si la hubieran pinchado y se acercó al escritorio— ¡No me estás haciendo ningún favor al revelarme esta monstruosidad!.

Ella tenía los dientes apretados cuando le habló, estaba tratando bajo todos los medios contener la ira. Pero...

¿Por qué?

Él no la estaba amenazando con ninguna clase de arma. Ella bien podía abofetearlo o arañarle el rostro, o gritarle por lo menos, pero, no lo hizo. Ella permaneció envuelta en una guerra encarnizaba para mantener su furia a raya.

—Solamente quiero ser justo contigo. —Santiago se enderezó.

—¿Justo?. —Finalmente estalló. Ella lo abofeteó por segunda vez y su propia mano estaba palpitando de dolor— Solamente estás dándome un veredicto. —Él frotó su mejilla escocida— Eso no es justicia, es cobardía. —Ella continuó la arenga mientras él se dirigió detrás del escritorio y se sentó en el sillón— Eres una animal rastrero igual que Alfonso, Amelia y mi... —Ella no pudo pronunciar la palabra— su hermana. Santiago, yo me sentía segura a tu lado y empezaba a sentirme feliz. ¡Eres un cobarde!.

Estaba furiosa con él.

¿Por qué?.

Debería estar atemorizada, amilanada y posiblemente hasta atolondrada por lo violento de la revelación.

No, en lugar de eso, ella estaba enfurecida al grado de sentir la boca amarga por la bilis.

¿Por qué la había engañado?

¿Engañado?.

Tal vez esa no fuera la definición más adecuada.

“Utilizado”, esa le iba mejor, pero, y ¿no lo había utilizado ella a él, también, para salir a flote y olvidarse de Oliver?

Y ¿Oliver?.

Y si Oliver estuviera vivo, ¿qué demonios iba a hacer ella con su dual corazón?.

—Permite que termine mi relato y tal vez comprendas por qué lo hice. —Su voz sonó sombría y su rostro impasible.

Ella caminó hacia la ventana más alejada del escritorio y depositó la mirada sobre las olas que se movían inquietas. Finalmente ella entendió la razón de la distancia que siempre hubo entre aquella mujer que creyó su madre y ella. Comprendió con toda claridad la actitud de su tía Amelia desde que llegó a Jamaica hasta el momento en que la dejó en la mansión de Puerto Bello. Y por alocado que pareciera, ella se alegró de no tener lazos de ninguna clase con esas mujeres.

Entonces, reparó en lo grave de las revelaciones que Santiago le había hecho. Le habían arrebatado a su Oliver, y ella había sobrevivido a un horroroso duelo que casi le arranca la vida, ella se había culpado por haberle permitido morir, por haber sido tan débil que no fue capaz de liberarse de los brazos de Alastair que la sujetaban y colarse a la mansión en llamas en busca de su Oliver. Pero no era solo por Oliver que estaba iracunda, tampoco por causa de Alfonso, Amelia y su hermana, sino por Santiago.

Santiago.

Ella aprendió a confiar en él.

No, “confiar” no era la palabra correcta tampoco.

“Amar”.

Eso si era una revelación violenta. Y la sacudió.

Ella se había permitido aunque temerosa y con reservas, que germinara un sentimiento por él, su amor era aún muy frágil, pero existía, y él...

Él...

Él la defraudó.

¿La había defraudado?. Tal vez había sido ella quien no había visto las señales de la traición.

Además, después de tanto tiempo, ella no podía estar segura de que su Oliver en realidad estuviera vivo. Se convenció de que no podría tener la seguridad de nada sin pruebas.

Tenía que ver a su Oliver, vivo.

Tenía que hablar con él y comprobar ella misma que su Oliver era real.

—Está bien.

Le respondió ella después de un largo rato silencioso, controlando el tono de su voz y empuñando las manos hasta que los nudillos se le pusieron blancos.

Ella tuvo que dominar la marea de rabia que se había formado en su interior que bullía y amenazaba con estallar fuera de control. No era el momento para perder la cordura por un arrebato de furia. Respiró profundamente para que la brisa marina sofocara el incendio que la consumía.

Santiago continuó con su relato.

Después de un par de semanas de haber sido convertido en el sirviente personal de Alfonso, recibí una más de sus interminables amenazas.

—Quiero que averigües si en estos puebluchos costeros se ha instalado algún inglés acompañado de una mujer criolla. A través de tu compañía es seguro que podrás investigarlo.

—Pero Alfonso, yo no puedo desatender por más tiempo mis negocios para dedicarme a averiguar algo que ya no tiene remedio.

—No te lo estoy pidiendo, te lo ordeno Santiago. Tu fortuna la has hecho porque yo te lo he permitido, recuerda que también puedo despojarte de todo.

Yo había aprendido que enfrentar a Alfonso no era la mejor de las ideas. Y después de todo, no iba a arriesgar mi nueva vida por un breve arranque de heroísmo.

—Está bien Alfonso. Veré que puedo hacer.

—Quiero resultados. En cuanto tengas noticias importantes, envíame un mensajero a Puerto Bello. He decidido no regresar a España hasta que haya resuelto este asunto.

—Y ¿puedo preguntar como piensas resolverlo?.

—Cómo lo habíamos planeado desde que ella se fugó. La voy a encerrar en un convento en Guadalajara, pero hasta que me haya hartado de ella. Y a él, lo voy a mandar a la horca. Y me encargaré de que ella atestigüe como su amante es ejecutado.

—Entonces hagamos un trato. Yo me encargaré de buscarlos y capturarlos; y cuando te los entregue será la última cosa que haré por ti. Después de eso, tú no serás bienvenido en esta casa y no quiero volver a verte ni saber nada de ti o de tus correrías. No aceptaré ninguna clase de amenaza o mucho menos una respuesta negativa.

—Está bien. Tienes mi palabra de que...

—Tú palabra no me sirve, necesito un documento que me libere de ti.

Ahí mismo redacté una carta en la que Alfonso me dejaba en libertad, y se comprometía a no volver a molestarme ni a pedirme ninguna clase de favores o servicios. Le entregué una pluma y una barra de cera, él firmó la carta y calentó la cera sobre la flama de la vela y luego imprimió el sello real que llevaba en su anillo.

Santiago hizo nuevamente otra pausa y abrió uno de los cajones del escritorio y extrajo una carta y extendió su brazo ofreciéndole a Fátima el papel para que lo leyera. Ella se acercó al escritorio, le arrebató el pergamino y lo leyó.

Efectivamente era una carta en la que Alfonso se comprometía a liberar a Santiago de cualquier responsabilidad u obligación hacia él, a cambio de que le ayudara a encontrar y rescatar a su prometida que había sido secuestrada por piratas.

Fátima leyó un par de veces el texto de ese convenio y solamente hacía mención a “encontrar y rescatar a la prometida”, no indicaba nada sobre Oliver, tampoco incluía nombres y no hacía mención a un posible asesinato como opción para llevar a cabo la tarea. Ese convenio fue redactado sin incluir datos precisos sobre los afectados, pero era muy preciso en cuanto a los beneficios que Santiago recibiría a cambio. Ella levantó la mirada completamente confusa y Santiago le sonrió.

—No entiendo como Alfonso aceptó firmar esto.

—Él no es muy brillante.

—Y tú tampoco. Él puede argumentar que no hay especificación en los nombres, incluso podría afirmar que nunca se ha comprometido.

—Hay muchas maneras de probar que él tenía una prometida, no podrá obligar a toda la gente de Jamaica a negarlo. Hay muchos testigos, incluido el mismísimo gobernador Sir Henry Morgan. —Fátima abrió los ojos tanto que casi ocuparon tres cuartas partes de su rostro. Santiago marcó una ladeada sonrisa, complacido de haber dado en el blanco con su comentario— Fátima, después de escuchar todas esas barbaridades que Alfonso tenía preparadas para ti y tu amante, crecieron mis dudas sobre la veracidad de la historia que él y Amelia me habían relatado sobre ti. No podía comprometerte mencionando tu nombre o el de tu pirata en este documento, cuando no tenía pruebas concretas sobre nada de lo que ellos habían asegurado. Solo me comprometí a encontrarte y rescatarte del cautiverio al que esos piratas te hubieran sometido. —Hizo una pausa— Eso fue precisamente lo que hice, y no me refiero a tu pirata y sus aliados. En aquel momento no me importaba el desenlace que pudieras tener, en realidad hasta me enfurecí contigo porque eras la causante de que yo estuviera en ese problema. Sin embargo...

Ella lo interrumpió alzando la voz dejando salir un rugido.

—Te felicito Santiago, tienes tu libertad asegurada y desde luego que habrá alguna recompensa por tus molestias también.

Las palabras empezaban a tener problemas para atravesar el nudo que se había formado en su garganta.

No iba a permitir que las lágrimas aparecieran. Eso sería ridículo, no debería llorar en un momento como este, y sin embargo, las lágrimas le estaban escociendo los ojos. Santiago observó impasible como un par de gotas de agua le surcaban las mejillas abriéndole camino a un torrente. Él respiró profundamente y exhaló, sin quitarle los ojos de encima.

—Fátima, permite que concluya con mi relato y podrás sacar tus conclusiones.

Ella en silencio se limpió las lágrimas con el dorso de la mano, como si estuviera retirando algún animal ponzoñoso de su rostro, y él prosiguió con la historia.

Dos semanas después, tu tía se embarcó rumbo a España y no he vuelto a saber nada más de ella. En cambio Alfonso, permaneció aquí un mes más y yo me dediqué a buscarte en todos los pueblos costeros. Alfonso estaba seguro que tu pirata no podría establecerse lejos del mar, y consideraba que lo encontraríamos por aquí. Pero no fue así. No había indicios de que algún inglés se hubiera instalado en los alrededores, ni siquiera en los pueblitos lejanos. Estaba claro, que ustedes no estaban cerca.

Un par de semanas más tarde, Alfonso finalmente se fue a Puerto Bello dejándome su amenaza latente, me advirtió que cualquier cosa que yo averiguara, se la hiciera saber de inmediato para que él pudiera tener el tiempo suficiente para tomar sus precauciones y organizar sus movimientos. Se cansó de repetirme que eras peligrosa y abominable, que si yo me descuidaba, tú serías capaz de asesinarme.

Aunque no creí la totalidad de sus historias, confieso que imaginé a esa mujer que él había descrito tantas veces como un monstruo enfundado en seda y encajes, la visualicé vulgar y descuidada, pensé que sería fácil encontrar a un personaje al que yo imaginaba de manera tan peculiar.