————   Capítulo XXVII   ————

———   Improbable   ———

~ Samer ~

 

En esos momentos estaba sola. Era de día y mi ahora marido estaba con Ina en la mansión; pronto volverían. Estaban pensando en mudarse al apartamento, conmigo.

Aunque pensaba que tendría que acondicionar el lugar para que no se volvieran polvo por el sol. Sería más cómodo que yo fuera a la mansión, pero no podía. William era un problema, o yo, no estoy segura.

Sea como sea, comenzaba a preocuparme un asunto.

Que tu menstruación no baje a causa de ser una despistada y no tomar medidas para no quedarte preñada en una relación normal, pase, pero yo estaba con alguien a quien no le latía el corazón. ¿Cómo iba a tener vida lo demás?

Pero el pequeño detalle que me preocupaba era que no entendía por qué no tenía la dichosa regla como una persona normal, yo era muy puntual en ese asunto. ¿Acaso Sagyth podía dejarme en estado?

Fui a la farmacia. Apenas crucé dos palabras con la mujer que me atendió, un educado saludo y me dio lo que pedí. Volví rápidamente a casa, preguntándome si había sido el primer retraso de mi vida o si quizá realmente…

—No puede ser —dije delante del espejo en el baño, sin poder creérmelo incluso viendo el resultado del predictor.

Apoyé la mano en la pica y miré mi reflejo.

—Embarazada, ¿cómo? ¡Joder, ¿cómo?!

¿Eso era posible? Maldita sea, lo era. ¡Si no, el dichoso aparato no diría lo contrario!

No es que me molestara estar embarazada, tener un hijo propio me maravillaba, pero tenía un toque extraño y preocupante cuando el que ponía la semilla estaba bastante muerto y se alimentaba de sangre.

«Relájate», me dije. «Tal vez sea un error».

Me froté las sienes y salí del baño para coger el bolso, iba a hacer una visita a la mansión. Para evitar ser la merienda de William envié un mensaje avisándole, anunciando que tenía una duda bastante importante.

Tuvieron un tiempo de margen para prepararse de mi llegada, ya que al ir a pie y ser humana, tardaba en llegar.

Cuando estuve frente la puerta, piqué.

Un momento de silencio. Después llegó la voz de Sagyth, apenas un ronroneo seductor:

—Entra bajo tu propio riesgo, pequeña humana, pero no dejes entrar al sol.

Hice rodar la mirada divertida.

—Aparta de la puerta, vampiro, voy a entrar. No quisiera perderte.

Le di unos segundos antes de abrir, y cerrarla tras de mí.

Divertida comencé una cuenta atrás, calculando lo poco que tardaría mi marido en hacer de las suyas.

«Oh, a ver qué cara se te pone cuando sepas que estoy embarazada».

Él ya estaba allí, contra la pared, pero en seguida se acercó con movimientos felinos y una sonrisa seductora que me arrancó una risilla.

—Has elegido entrar —ronroneó igual que un gato, y me tomó del mentón para inclinarse, pero no me besó como estaba esperando sino que me recorrió el cuello con sus labios, cosa que tampoco estaba mal.

—¿Qué, vampiro, estabas deseando que cruzara la puerta para morderme?—pregunté con sorna, pues bien sabía que mi sangre era lo último que le atraía de mí.

Después. Antes tienes que saludar a tu hija. —Finalmente se enderezó y me miró con fijeza, aunque sin dejar de sonreír; a veces me daba la sensación que esa sonrisa la tenía tatuada en la cara—. Y de paso, tendrías que explicarnos la urgencia de la visita. No es común que vengas, y menos durante el día.

—Tal vez esto te haga pensar en la razón de mi prisa. —Cogí el bolso, saqué el predictor bien envuelto, y se lo alargué—. O quizá puedas darme una explicación que desconozco.

Le vi alzar las cejas y cogió el aparato. Noté enseguida que se lo quedó mirando sin entender. Estaba segura que ese trasto era demasiado moderno para él, como casi todo, en realidad.

—Eso indica si una mujer está o no embarazada, con poco margen de error. —Me llevé la mano a la cintura y desvié la mirada—. No me ha bajado la regla, y quise comprobar si sería posible que me dejaras embarazada, y para mi sorpresa, es que sí.

Lo gracioso del asunto fue que se tomara unos momentos para responder.

—¿Puedo… dejarte embarazada? —Parecía desconcertado, y también muy tranquilo, como si aquel concepto no terminara de encajarle.

—Eso quería saber yo, pensé que lo sabías.

Siguió callado unos segundos más. Me sorprendió cómo de pronto su expresión se tornó casi temerosa, y un sonido extraño le brotó de la garganta; algo entre un ronroneo y un gañido.

—Nosuë —indicó de inmediato—. Lo sabrá a la fuerza. Esta cosa… Esta… ¿Puede equivocarse?

—Muy difícil que se equivoque, y te aseguro que no te he puesto los cuernos con un humano.

Casi me reí cuando boqueó y frunció el ceño.

—Naturalmente que no —replicó en tono obvio, como si la mera idea le pareciera inconcebible—. Vamos.

Me cogió de la mano, llevándome hacia el salón.

—Entonces necesitamos que Nosuë nos explique cómo es posible que hayas dado vida en mi vientre, si acaso lo sabe. Aunque seguro que sí, porque ¿acaso hay algo que no sepa? Como siempre tiene respuesta para todo.

—¿Qué habéis hecho ahora?

Era Nosuë. Me hizo dar un respingo porque entró detrás de nosotros; esas malditas manías de vampiro que me hacían dar un vuelco al corazón. Vi, cuando me recuperé, que iba con Ina en brazos, lo cual me sacó una sonrisa.

Noté al desviar la mirada de nuevo hacia él, que la suya era  paciente y un poco resignada.

Sé que debía hablarle ya del asunto, pero no pude evitarlo. Ahí estaba mi adorada hija, que movía sus manos hacia mí.

—Hola, Ina preciosa —dije con suavidad—. ¿Me has echado de menos?

Asintió con su cabeza mientras la tomaba en mis brazos y ella se dejaba hacer, como la buena niña que era.

Después de acariciarle la cabeza tosí levemente y pensé que era mejor volver al tema, que era bastante grave.

—Verás, ¿puedo quedarme embarazada de Sagyth?

Fui bastante al grano, lo admito, pero ya me distraje bastante con Ina.

—Sí —fue la franca respuesta, que hizo que Sagyth lanzara un sonido estrangulado—. ¿No lo sabíais?

Se me quedó la boca abierta de par en par.

—¿Cómo es eso posible?

—No creo que eso necesite muchas explicaciones —replicó el vampiro de cabellera negra.

—Pero si estoy… —musitó mi marido, con los ojos como platos.

—¿Muerto? Técnicamente la sangre no te corre por las venas, pero vives. ¿Necesitáis una lección de biología?

—Hm, no sé si quiero —admití—. Pero, ¿quizá sea necesario? —Miré a Sagyth alzando una ceja—. Me parece muy triste que no conozcas a fondo tu propia naturaleza —me burlé, y  noté que me miró con un enfado temeroso, aunque no comprendía por qué.

—¡Mi sire jamás me dijo que podía embarazar humanas! ¿Cómo pasa?

Nosuë suspiró artificialmente.

—Ina —llamó a la niña—. Ve con Marlene.

Suspiré y la dejé en el suelo. Ella fue una buena chica y sin decir ni una palabra se marchó. Era silenciosa, cariñosa, encantadora y obediente. Esperaba que nunca cambiara, y no me refería a su físico sino a su personalidad, ya que por desgracia ese cuerpo seguiría así durante toda su larga vida.

Cuando estuvo lo bastante lejos desvié la mirada hacia Nosuë, esperando la explicación que iba a darnos.

Él hizo un gesto con la mano, invitándolos a sentarse en la parte larga de la ele que hacía el sofá. Eso parecía una costumbre, como un padre diciendo «ay, niños, que poco sabéis de la vida».

Nosuë  se colocó en la parte corta, cruzando las piernas con su habitual elegancia, y es que aunque no fuera muy grande, imponía.

Me senté como indicó y miré a mi marido, alzando una ceja y tocando mi lado. Sagyth se sentó a mi lado de inmediato, cogiéndome la mano; su mirada se quedó atrapada un momento en mi vientre, lo que me provocó un respingo, y luego, como despertando de una ensoñación, se dirigió hacia Nosuë.

¿Le preocupaba o le gustaba la idea de mi embarazo? Tal vez ambas.

El vampiro comenzó sin preámbulos:

—Las mujeres vampiro no menstrúan; su ciclo reproductivo ha quedado totalmente paralizado, y por tanto son estériles. Pero los hombres tenemos… no lo sé. Lo más seguro es que no sea nada más que un reflejo de nuestra naturaleza anterior. No generamos esperma, pero nuestro cuerpo por su cuenta convierte una pequeña parte de sangre en… Vamos a ver… Un vehículo para nuestro código genético. Es lo que expulsas al llegar al orgasmo.

»Es muy improbable lograr el embarazo, al fin y al cabo ni la mujer humana está preparada para concebir con la simiente de un vampiro, ni tampoco la simiente del vampiro es la más fértil. Pero puede suceder, como parece ser obvio. ¿Cuánto retraso llevas, Sam?

—Un par de semanas. Sé que es poco, pero soy una mujer con una regla muy puntual, jamás me había pasado esto y, seamos claros, no es que tengamos poco sexo precisamente.

—Por supuesto. En ese caso… supongo que se impone una felicitación.

Sentí como Sagyth me apretó la mano con fuerza, haciéndome desviar la mirada para volverme hacia él.

—¿Está embaraza? —musitó, y también se volvió hacia mí, con los ojos muy abiertos; parecía un emoticono de esos del móvil—. ¿Estás embarazada?

—Es lo más seguro, lo cual se vuelve preocuparte. Este niño va a ser normal, ¿verdad? —inquirí, preocupada—. Nada como esas mierdas de novelas vampíricas que se leen, ¿cierto? Todo muy normal.

—Totalmente normal —aseguró Nosuë con calma—. Si fuera una niña y Sagyth tuviera una hija con ella, y luego una hija con esa otra, y así sucesivamente durante varias generaciones, entonces empezarían a aparecer ciertos rasgos, necesidad de sangre y cosas parecidas, pero en una generación te aseguro que será un niño humano, sano y normal.

—Para empezar él no llegaría a tocarla. —Sonreí lentamente—. Y por su bien espero que la depravación se haya reducido a mí, ¿verdad, cariño? —Parpadeé como si fuera una buena chica.

Aun así, dejando la broma con Sagyth, daba muy mal rollo el hecho de saber que sí podría influenciar, era raro. Eso era típico en esas novelas chorras de vampiros, que los niños consumían a sus hijos y todo eso.

Había leído tanta literatura vampírica que comparar con la vida real… Era de chiste. Una no puede guiarse de esas novelas, lo cual en parte es un alivio.

Y mi marido se quedó fresco como una rosa al oír mis palabras llenas de amor. Eso, o me ignoró por completo, pero me miraba con una fijeza y tan silencioso que me hizo estremecer.

No tardó en cambiar de expresión, para alivio mío, porque empezaba a creer que estaba en shock. Su sonrisa apareció y comenzó a crecer, dándole un aspecto pícaro en vez de adorable, pero su mirada estaba llena de fascinación, sí, y de admiración.

Esa cara felina se iluminó como si volviera a ser humano y pudiera pasearse bajo el sol sin morir en el intento.

—Estás embarazada —musitó.

Medio sonreí y tomé su mechón para tirar de él.

—Eso parece. ¿Te hace feliz, Sagyth?

Porque a mí sí.

—¡Estás embarazada! —exclamó de nuevo, y sin avisar se me tiró como un tigre, besándome profundamente en la boca.

—Ay, dios… —oí que suspiraba Nosuë.

 

Y tan «ay, dios», porque acabamos en la habitación de mi rubiales, dándole uso a la cama de Sagyth y no por primera vez, pero no para dormir. Creo que se sobreentiende.

Los vampiros no se cansaban después de tener relaciones, pero los humanos, o más concretamente yo, sí.

Suspiré y alcé la cabeza para mirarle. Estábamos aún en el lecho, yo apoyada en su pecho, y apenas cubiertos por la sábana. No creo que haga falta decir que seguíamos desnudos.

Sagyth me sonrió ampliamente. Había empezado a ronronear hacía mucho y no había parado.

—Nunca me consideré muy paternal —comentó, moviéndose para besarme en el hombro—. Pero mírame. Vamos a tener un bebé. Nuestro bebé.

No pude contener tampoco mi sonrisa, cerrando los ojos.

—Sí, ¿quién iba a decirte que tendrías una vida estable y con una sola mujer? Oh, y ahora hijos —dije, divertida—. Creo que tu antiguo yo se escandalizaría.

—Mucho —rió él—. Pero mi antiguo yo puede ir a ponerse moreno si quiere. —Vi cómo me observaba—. Aunque esto cambia un poco los planes. No es que me importe. —Su mano se deslizó hacia mi vientre y empezó a acariciarlo, haciendo que mi sonrisa se ampliará.

—¿Qué planes?

—Pensaba clavarte los colmillos cuando cumplieras los veinte. —Alzó repetidamente las cejas, elocuente.

Quería convertirme realmente en su «cachorrita», y eso me gustó, pero claro, ahora estaba embarazada.

—Oh, entiendo, y ahora tendremos que esperar por el bebé.

—Mhm. ¿Te molesta?

—No, en absoluto. —Le sonreí levemente—. Lo que me preocupa es saber cuándo será el momento idóneo para hacerlo.

—Bueno, tenemos casi nueve meses para pensar en ello, ¿verdad? —Él también sonreía, igual que un gatito satisfecho, y no dejaba de ronronear—. Nuestro bebé —dijo, soñador, y volvió a besarme en la boca con apremio.