———— Capítulo XXVI ————
——— Vampiros ———
~ Sagyth ~
Tres días después de nuestra boda humana fuimos a un edificio abandonado que había en las afueras del pueblo, dentro del mismo bosque. Allí, se decía, iban adoradores de Luzbel de vez en cuando. Tonterías, en mi opinión, pero era el escenario perfecto para una ceremonia vampírica.
El salón era espacioso, de techo muy alto, y las lámparas antiguas bañaban la estancia con luz anaranjada. El rebaño lo había habilitado todo para que funcionara la electricidad, por lo menos, y no se nos cayeran las paredes encima.
Frente a unas escaleras de aspecto ruinoso se había improvisado un escenario bajo con un estrado: Sam y yo frente a él, y Nosuë detrás. Sobre el estrado habían puesto la estatua de nuestro dios, cuyo nombre nos aterra pronunciar.
A nuestra espalda había al menos dos docenas de vampiros. Entre Nosuë y yo formábamos una buena cantidad de conocidos, pero sólo los presentes habían aceptado venir bajo las normas de nuestro padre de familia. Habían jurado por nuestro dios no cazar mientras estuvieran en nuestro territorio, a cambio de que se les proveyera de alimento.
Laurel y su familia, que ahora contaba con dos miembros más, estaban allí. Hubiera sido bastante irreverente no invitar a mi boda a la vampiresa más antigua que conocía, ¿no? Y habían accedido.
Incluso Marlene estaba allí, aunque alejada para no verse turbada por el olor de Sam. Se había esforzado mucho en estar lista para, al menos, asistir.
Ina también había venido, y era la que sostenía sonriente nuestros anillos.
Nosuë se enderezó, indicando que la ceremonia iba a dar comienzo en breve. Apreté la mano de Sam.
—¿Preparada para descubrir nuevas cosas de los vampiros que no sabías? —le susurré, picarón.
Me devolvió una sonrisa y asintió.
—Preparada para conocer mi futuro.
Le besé la mano.
Nosuë dio una palmada, y se hizo el silencio. Aunque algunos de los allí presentes, no demasiados, eran mayores que él, se le respetaba igualmente.
Aunque noble y elegante, no parecía místico. Sólo estaba allí para decir cuatro palabras… y, de paso, aprovecharía para aleccionar a nuestros hermanos vampiros sobre el motivo de nuestra existencia.
Es lo que pasa con los vampiros caseros: les gusta dar sermones.
—El matrimonio entre vampiros… —pronunció en alto, con voz clara y serena—… no es algo común. Por lo general, los vampiros nos contentamos con la relación sire-cachorro, o las relaciones de dos nosferatu, entre iguales. Por eso este es un momento memorable, pues dos de los nuestros han decidido contraer matrimonio bajo la mirada de nuestro dios, aquel que nos hizo para ser los soldados en su guerra… Vlar.
Fue como una descarga eléctrica. La sensación de angustia al oír ese nombre, el miedo cerval, la adoración… La sala se llenó de gruñidos de malestar.
Sam no entendía, y parpadeó, confundida. No se le había explicado nada de todo aquello. Quizá antes de convertirla le diría lo que sentiría al oír el nombre de nuestro dios.
Nosuë guardó silencio hasta que los gruñidos remitieron. Para él era más fácil. Como humano y como cachorro había oído ese nombre cientos de veces, y, aunque sentía lo mismo que todos los demás, estaba más acostumbrado, podía tolerarlo, podía ocultarlo.
—Nosotros no somos como los humanos —continuó—. No vamos a alzar la mirada al cielo y suplicarle a un dios que no nos ve que bendiga esta unión. Lo único que podemos hacer es presenciar el enlace, y recordar que estos dos seres estarán juntos hasta la muerte.
Bajó la voz entonces.
—Ina, los anillos —indicó en un susurro.
La niña dio un respingo y sonrió, tendiendo el cojín con los anillos hacia nosotros. Era tan bonita, la pequeña de la familia. Eternamente pequeña.
Me incliné para coger la alianza Sam…
—Esperaaaad…
Con un juguetón pero potente canturreo, alguien nos interrumpió.
Todos a una miramos hacia el lugar del que llegaba aquella voz, una voz que no pertenecía a ninguno, y vimos un vampiro colgado del techo.
—No estaré llegando tarde, ¿verdad? —preguntó con una gran sonrisa que mostraba los colmillos.
Llegaba tarde, y lo sabía. ¿Qué hacía con una entrada semejante?
—Baja, por favor —pidió Nosuë con calma… aparente.
El desconocido rió y se despegó del techo. Bajó en picado hasta el suelo, donde dio una voltereta en el aire y se puso en pie sin mayor complicación. Tenía el pelo castaño y corto y los ojos rojos como la sangre, pero lo que más impactaba era la expresión de su rostro. Era demasiadas cosas en los mismos rasgos: un poco de locura, mucho dolor, una tensa sonrisa entre cruel, lasciva y cansada.
Desde luego, no era un conocido mío.
—¡Lo que imaginaba! —exclamó, divertido—. Una simple humana.
—¿¡A quién llamas «simple humana»!? —se quejó Sam con enfado.
—Me parece que sólo hay una en esta sala, ¿me equivoco?
Gruñí y me interpuse entre los dos. Aquello no me gustaba. Nunca había visto a ese vampiro, y aun así…
Una parte de mí sentía miedo al verlo, algo sospechosamente parecido al modo en que todo el cuerpo de un vampiro se estremece al oír el nombre de su dios.
—¿Quién eres? —exigí saber.
Aquel desconocido extendió los brazos a los lados en un movimiento tan veloz que por un instante se convirtió en un borrón hasta para nosotros. Alzó el rostro, para mirarnos de reojo. Aún parecía más loco y más malvado. Los colmillos blancos asomaban entre sus labios.
—Yo soy… Reinnân. Y todos sabéis lo que eso significa.
No había oído su nombre antes; de los demás, tampoco la mayoría. Y con todo, de algún modo… lo sabía. Lo sabíamos.
Él era el primero de los nuestros.
Nosuë se acercó, y Reinnân lo miró con fijeza estremecedora desde sus pupilas sangrientas.
—Pues es verdad lo que te decía tu sire —comentó, sonriendo de forma cruel—. Te pareces un poco, un poquito a él.
Nuestro padre de familia hizo una mueca.
—¿Y tenías que montar todo este rollo para venir? —se quejó Sam, totalmente ajena a la realidad.
—¡Por suuppuuueeeeeesssstttoooo…! —Dio una palmada infantil, lo que acentuó aún más su aspecto enloquecido—. Al fin y al cabo estoy presente en todas… y… cada una… de las bodas… entre vampiros. Aunque tú no eres vampira, así que no hacía falta que viniera.
—Ya basta —me quejé, con una nota de temor en el fondo de mi voz—. Va a ser convertida.
—¿Cuándo?
—Pronto. ¿Qué más te da?
—Últimamente tenemos un pequeño problema, y es que somos algunos menos entre los vampiros que entre los chuchos. ¡Pero tranquilo! Sólo venía a felicitarte… en mi nombre y en el de tu dios. Así que… ¡Felicidades, Sagyth! Disfruta de tu boda.
«¿Gracias?». No sabía qué hacer con ese loco desquiciado.
Ina se apretó contra la falda de su madre, visiblemente asustada.
—Mami… Me da miedo —musitó.
Sam le hizo un mimo en la cabeza.
—Ay, qué ricura —dijo Reinnân de pronto.
Y cuando miramos ya no estaba allí, sino que se encontraba detrás de nosotros, con Ina entre sus brazos.
—Qué moooooona —ronroneó como si quisiera… comérsela.
—Suéltala —exigí.
—¿No te fías de mí?
Claro que no me fiaba. Pero no tuve tiempo de decirlo.
—¡Yo no me fío de ti, así que dame a mi hija! —ordenó Sam, apretando las mandíbulas y hablando entre dientes, muy tensa.
—Mamáááá —sollozó Ina, espantada.
—Contrólate —le tuve que pedir a mi esposa—. No es alguien a quien puedas gritarle.
Reinnân rió. No parecía estar en sus cabales. Seguramente no lo estaba. ¿Cómo el primer vampiro había llegado a aquel estado? ¿Y cómo había vivido tantísimo tiempo?
Nosuë, el héroe de la calma, se acercó a él. Me habían contado que en cierta ocasión perdió los nervios con el psicópata del padre de William. No era capaz de imaginarlo así.
—Debo pedirte que dejes a la niña —dijo con voz aparentemente tranquila—. Y que te marches, también.
—¿No soy bienvenido? —preguntó Reinnân con inocencia.
—Desgraciadamente, no.
El loco volvió a reírse.
—Sí, lo sé, normalmente me tenéis miedo… —Su expresión se volvió malvada además de enloquecida—.Y tenéis todas las razones.
Por un momento sentí pánico. Creí que no nos devolvería a la niña.
Pero entonces dejó a Ina en brazos de Sam y se desperezó.
—¡Pasadlo muy bien! ¡Felicidades, tenéis mi bendición! ¡Adióóóós!
Y desapareció.
La boda continuó sin más incidentes ni visitas perturbadoras. Sam y yo intercambiamos anillos, y nos besamos apasionadamente delante de dos docenas de vampiros.
Después hubo baile, sangre… algo de comida para mi esposa. Ina, Marlene, William y algunos más se fueron pronto, porque comenzaba a ser difícil estar cerca de Sam, pero los demás se quedaron hasta un poco antes del amanecer. Luego, todos se fueron a casa de Nosuë.
Yo tomé en brazos a Sam y me dirigí a su apartamento.
—Ha estado bien, ¿eh? —comenté, satisfecho a pesar de lo sucedido; me había casado por segunda vez en pocos días, al fin y al cabo, con la mujer de mi muy larga vida.
—Sí, aunque… ese tipo…
—Sí… —El recuerdo de su expresión enloquecida aún me daba, como dicen últimamente, repelús.
—¿Quién cuernos era? Quiero decir, era un poco… chulo.
—El primer vampiro.
Sam movió la cabeza bruscamente para mirarme, con sus verdes ojos abiertos de par en par.
—¿El primero… primero? —inquirió.
—Sí. Nosuë me ha contado un poco por encima de qué ha ido todo eso, cuando hemos acompañado a Ina y los otros afuera. Él y Laurel parecen haber sido los únicos que entendían del todo lo que ocurría. Algún día te contaré la historia.
—Espera, ¿le he chillado al primer vampiro?
—Sí. —Sonreí ante su expresión atónita.
—Pues menudos ovarios los míos.
—Desde luego.
—Es que… cuando tocan a Ina…
—Lo sé. —La estreché contra mí—. También me he puesto nervioso cuando la ha cogido.
—No parecía estar muy bien de la cabeza.
—No lo está.
—No quiero ni imaginarme por qué. Tampoco su edad.
—Su edad no se puede contar, la verdad.
—Si la tuya ya era un gran misterio.
Reí. Sí, la verdad es que sí. Más de trescientos años.
Llegamos al apartamento.
—¿Abres, esposa mía? —pedí con voz melosa.
Ella sacó las llaves de su pronunciadísimo escote y abrió, sin bajarse de mis brazos. Entré y cerré con un golpe de caderas.
—¿Volveremos a disfrutar de una intensa noche de bodas, querida mía?
—Más intensa que la primera, espero.