————   Capítulo I   ————

———   Reencuentro   ———

~ Samer ~

 

Como alguna que otra noche, yo me pasaba por aquel parque tan mágico y misterioso de la ciudad, al que tan poca gente acudía. ¿Por qué? Bueno… allí hubo una vez un gran romance que nunca, jamás, debía ser olvidado. Como sacado de una película…

Allí se conocieron mis amigos, y allí esperaba que, algún día… quién sabe. Quizá también me pasara algo a mí.

Pasaba por delante de los columpios en aquel momento, deteniéndome con un libro en las manos y mirando al cielo. Ese bello cielo estrellado…

Al cabo de unos momentos se oyó una risa altanera, jocosa, interrumpiendo mi intimidad.

—Te lo dije —dijo la voz—. ¿Es o no es, listillo?

—Pues es verdad —asintió otra, más tranquila y suave—, es Sam.

Sí, esperaba que algún día me ocurriera algo, pero no algo como lo que creía que estaba pasando.

«¿No serán…?», pensé. «Oh, por favor… No me hagáis esto».

Me giré con lentitud hacia las voces… porque en el fondo sí quería que fueran ellos.

«Soy tan contradictoria…»

—¿Qué…? —musité.

El rubio estaba sentado en lo alto del tobogán, con los brazos cruzados y expresión petulante en su rostro níveo. Su hermano, el castaño, estaba de pie abajo. Ambos me miraban con idénticos ojos dorados, sorprendido el castaño, arrogante el rubio.

Llevaban el mismo peinado, y ambos eran de piel blanquísima, pero ahí terminaban las semejanzas.

—Vaaaaaaaaya —ronroneó el petulante rubiales—. Tres años después… aquí estamos, como si el destino nos llevara por la misma senda para encontrarnos.

«Estúpido parque…».

Resoplé, cruzándome de brazos, dirigiendo la mirada hacia él. Traté de recordar cómo se llamaba ese cretino.

 

—Buenas noches, querida —saludó con una voz aterciopelada y sugerente.

«Qué falta de respeto», pensé. «Debe ser un estúpido depravado».

—¿Qué? —solté con dureza, mirándolo.

El hombre sonrió, mostrando una dentadura perfecta e inmaculada. Su cabello rubio era corto, pero tenía dos mechones largos, ondulados, a los lados del rostro níveo.

—¿No eres muy pequeña para ir por aquí tú sola, niña? —preguntó en tono de hermano preocupado.

Hice una mueca de asco.

—¿No eres muy entrometido?

—Lo que soy, linda, es un hombre desesperado por un poco de calor, no sé si me entiendes. —Sus ojos, increíblemente dorados, chispearon de diversión.

Me sentí asqueada por su actitud. No tenía ganas de soportar a gentuza como él, solo me interesaban los vampiros.

—Tengo prisa, ¿me dejas tranquila? —repliqué.

—¿Tienes prisa? Vaya, ¿a estas horas? ¿Adónde te diriges, querida?

—Vuelvo a repetirte lo mismo —dije—. ¿Acaso te importa? Es problema mío adónde vaya.

—Oohh, vaaaaaammmooosss, no seas desagradable, linda, si solo quiero pasar un buen rato contigo…

El otro hombre, de cabello castaño y el mismo corte que el rubio, apareció también. Parecía incómodo.

—Vale ya —pidió en voz muy baja, frotándose el brazo con la otra mano, arrugando el ceño.

Me aparté un mechón de cabello negro de la cara.

—Controla a tu semental, chico —advertí.

El castaño se envaró un poco, muy tenso. El otro, no obstante, parecía relajado; incluso se rió. Era una risa maliciosa, burlona.

—Está bien, dejaré de jugar con la comida —asintió con una sonrisa cruel.

 

—Sagyth —me acordé al fin.

—Qué halagado me siento… Aún recuerdas mi nombre.

De pronto desapareció.

Vi a Vaylon, el otro, poniendo cara de fastidio, pero no entendí qué pasaba hasta que noté que algo aparecía a mi espalda. Sin asomo de vergüenza Sagyth me rodeó y me puso descaradamente las manos en el pecho.

 

Me acerqué de nuevo y lo besé en la boca.

Lo hice por rabia, lo hice para dejar su apestosa sangre en sus labios, lo hice para molestarle. Pero él me agarró la nuca, y profundizó el beso con violencia.

Le mordí el labio, asqueada.

«No sé cómo no me lo he imaginado».

Me aparté de él con el ceño fruncido.

—Ahí se te atragante, imbécil.

—Ahí lo recuerdes para siempre, preciosa.

—¿Esto? Lo dudo, he tenido de mejores.

—No lo creo, yo soy el mejor. —Sonrió, altanero.

—Y yo soy la mujer con más pecho del mundo, créetelo.

Con visible esfuerzo, Sagyth se levantó. De pronto me puso las manos en el pecho.

—Todavía no —dijo, sin darme tiempo a reaccionar, relamiéndose—. Pero lo tendrás.

 

—Lo que yo decía —comentó, divertido.

Hice una mueca de asco y fruncí el ceño.

En un instante saqué la pistola del liguero y se la puse en la sien, apoyando el cañón limpiamente en su cabeza sin siquiera mirar.

Recordé lo ocurrido cuando era pequeña.

No me gustaba pensar en el pasado, ni tampoco recordar, pero sí, aún podía escuchar los disparos de aquel día.

—No comenzamos bien —dije de malos modos.

—¿Vas a matarme? —inquirió él  con inocencia en su voz de serpiente.

—¿Es que en este tiempo no has cambiado ni un poquito, degenerado?

—Los vampiros no cambiamos mucho con el tiempo, ya sabes… Uy, pero tú sí que has crecido bien, ¿eh? Ya lo decía yo.

Apretó mi pecho con sus manos. No abarcaba mis senos.

Aumenté la mueca de asco.

«Oh, por favor…».

Hasta ese día había llevado una vida bien tranquila; en aquel paseo solo había querido mirar un poco el cielo, luego ir al club, y…

«¿¡Qué he hecho para merecer esta tortura?!», me pregunté.

Ese tío me daba mucho asco. Quería volarle los sesos, pero es que… Uff. No, no quería mancharme, iba demasiado bien vestida.

Le di un codazo. No iba a hacerle daño, y se reiría de mí… y de todas formas tampoco debería haber podido alejarlo.

No obstante, y a pesar de todo, él se apartó.

«Malditos pervertidos… Todos son iguales. Merecen comerse un buen bocado de chucherías, a ver si morían todos desangrados».

Porque la comida sólida, la comida humana, era mortal para los vampiros: los hacían vomitar sangre hasta que ingerían su propio alimento para detener las arcadas.

—¿Quieres irte un rato a la mierda? —le solté, volviéndome para mirarlo—. ¿Con qué maldito derecho tocas mi pecho?

Me miró, con las cejas alzadas, y pareció tomarse la pregunta en serio.

—Ninguno. —Sonrió ampliamente, mostrando su inmaculada dentadura—. Me gusta tomarme licencias por mi cuenta.

—Pues no te las tomes tan a la ligera. ¿Qué pasa? ¿Es que pecho que tocas, mujer que  te gusta?

Me volví hacia su hermano, frunciendo más el ceño.

—Y tú ya podrías tenerlo un poco controladito, ¿no? —lo increpé.

Vaylon rió con dulzura y se acercó un poco.

—Hace muchísimo tiempo que renuncié —respondió con una sonrisa—. Mi hermano siempre ha sido muy precoz.

—¡Y me alegro! —exclamó el rubio, risueño como siempre… o casi.

—Vigílalo, ya sabes lo que hice con él una vez.

—Sí, lo sé. Y él también, ¿verdad, Sagyth? —dijo Vaylon.

 

—¡Esa chica puede matarte! —exclamó Vaylon, con un toque desesperado en su voz suave—. ¡Lleva oro encima!

Sagyth arrugó la nariz, dejando de sonreír un momento. Su mirada era fija y estaba tenso. Preocupado por el otro, supongo.

—¿Y piensas usarlo contra mí, bonita? —preguntó al fin, con retintín.

—Claro que sí, a no ser que obedezcas todo lo que te diga. —Ladeé la cabeza, apuntando con la pistola de oro a su entrepierna—. Ahora, sé un buen chico y siéntate.

—Así que piensas dispararme ahí…  ¿por qué? ¿Porque me alimenté? Qué injusta eres.

—Por enterrar mi orgullo. —Fruncí el ceño—. Mi cuello no era de tu propiedad. ¡Ahora siéntate!

Él se quedó quieto un momento, pero luego sonrió con malicia mientras se ponía de rodillas.

—Tú lo que quieres es abusar de mí —murmuró en tono teatral, íntimo, medio ofendido y medio anhelante.

—Si quisiera eso tendría mejores que tú. Además… —Alcé la barbilla con arrogancia—. No me gustan los rubios.

Sin dejar de apuntarle saqué un cúter. Sagyth sonrió con pedantería.

—Ya, claro…  ¿Qué piensas hacer con eso? ¿Intentarás apuñalarme?

—Cortarte las venas. Ahora dame la muñeca.

—¿Y qué piensas conseguir? No me matarás así. Apenas me harás daño.

—Sé que no te haré daño, mi intención es otra —repliqué con una mueca—. Dame la muñeca, rubiales, no me hagas enfadar.

—¿Y qué pasa si no lo hago?

Sin pensármelo ni un instante le pegué un tiro en las tripas.

El rubio emitió un gruñido gutural mientras se arqueaba hacia adelante. Un hilillo de sangre manchó su ropa y llegó al suelo, pero se detuvo en seguida.

Como en todos los vampiros, la sangre solo brotaba de la zona herida, pero no había flujo. Excepto si se hacía con oro… que no era el caso.

—Eso es solo un aviso —advertí.

 

—Sí… —fue la lenta respuesta.

Aun así simuló un ronroneo de placer. No era real, no era el sonido vibrante y felino de un vampiro, era una burda imitación muy humana.

Entonces me tocó el trasero mientras decía:

—No me importaría repetir nuestro revolcón de la última vez, querida…

Me puse tensa ante su contacto, resoplando.

Saqué una pequeña navaja de plata que llevaba como llavero y pasé el filo por su brazo, haciendo un leve corte. Sangró poco, muy poco, como era natural en su raza, y luego se cerró la herida. Así eran. Si no era con oro, no había casi nada que hacer.

—No toques —le advertí.

Sagyth ladeó la cabeza, sonriendo, ahora de forma más suave… taimada. Casi diría maliciosa.

—¿Por qué no? —inquirió, juguetón.

—Porque voy a dejarte sin mano —respondí con indiferencia—. O puede que te corte algo que seguro es muy importante para un cerdo como tú.

—Los tejidos de los vampiros se regeneran, incluidos los miembros perdidos… Y, aunque dolería, bueno, muy pronto tendría otro nuevo y perfectamente funcional.

—Pues quítate para ahorrarte ese dolor.

—Mira, preciosa, nos hemos encontrado dos veces en un mundo tan grande, nosotros vagando de aquí para allá y tú… No sé, ¿qué haces aquí?

—Perseguirte como una loca para tener una cita contigo, no te digo.

—¿Ves? Me amas. —Sonrió ampliamente.

—Ya —repliqué, ignorándolo—. Bueno… por si te interesa, mi padre no ha dejado de ser cazador, su bracito está en perfectas condiciones y sigue con su trabajo, y yo ando ayudando a los vampiros que lo necesiten. Tú no estás incluido en ellos.

De pronto Sagyth se quedó serio. Algo en mis palabras hizo que pasara de bufón a depredador; ahora parecía peligroso, amenazador.

Bajó la mano de mi baja espalda lentamente hasta permanecer, lánguida, junto a sus caderas.

—Así que el hijo de puta sigue vivo —dijo con voz aterciopelada.

—¡Sagyth! —exclamó Vaylon, sorprendido.

—Oh, bueno, su madre no tiene la culpa.

Cerré los ojos unos instantes y suspiré. A pesar de lo cerdo que era, fue quien me llevó al hospital aquel día.

La única oveja blanca, me dijo esa noche al dejarme en urgencias.

«¡No!», pensé. «El pasado a la basura. ¡El pasado a la basura!».

—Sí, por desgracia sigue vivo —asentí.

Sagyth volvió a sonreír… Pero no juguetón, pícaro ni deseoso, como antes, sino de una forma sádica y cruel.

—¿Quieres que me encargue de él…? —preguntó en tono meloso y suave, como un gatito jugando con la comida.

Le coloqué la mano en la cara, cubriéndola para que no me mirara con esos ojos de maldad pura.

—No —respondí con brusquedad.

Noté algo húmedo y tibio recorriendo la palma de mi mano. Era su lengua.

Tensé la mandíbula y me aparté con asco.

—Eso podrías habértelo ahorrado, ¿no? —mascullé—. So cerdo.

—Tu piel sabe mejor que tu sangre.

 

—No es que huelas demasiado bien, pero eres lo mejor que vamos a encontrar por esta zona —comentó el vampiro, divertido y malicioso.

 

Hice una mueca.

—Me da igual, ¡como si todo en mí te sienta mal!

Resoplé, enfadada, y me limpié la mano en él con mucho asco. Sagyth rió por lo bajo, divertido, sin molestarse por ello. Luego crucé los brazos sobre mi pecho.

Lo cierto es que odiarle tanto cansaba, así que me volví hacia Vaylon.

—¿Qué os ha traído hacia aquí? —pregunté.

El castaño sonrió.

—Nada, damos vueltas sin rumbo —respondió, tocándose uno de los largos mechones que enmarcaban su rostro, con expresión medio culpable.

Ladeé la cabeza.

—Parece que yo soy la que ha dejado de dar vueltas por el mundo —dije—. Al menos de forma temporal.

—¿Sí? —Vaylon ladeó la cabeza.

—En teoría porque mi padre busca rumores acerca de vampiros, pero parece que durante un año completo no ha habido ningún aviso. Aunque no sea del todo verdad que aquí no haya.

Ambos se irguieron, repentinamente serios.

—¿Los hay? —preguntó Sagyth a mi espalda.

Los miré a los dos unos momentos, un poco sorprendida por su súbito interés, y luego me encogí de hombros.

—Sí, y son pacíficos —asentí.

—¿De verdad? —dijo el castaño.

Vaylon alzaba las cejas con curiosidad mientras Sagyth cruzaba los brazos y estrechaba la mirada con manifiesta desconfianza.

—Lo son —aseguré—. Llevo un año tratando con ellos.

Se miraron. Parecían hablar sin palabras.

—¿Podemos conocerlos? —inquirió entonces el rubio, y de pronto no parecía arrogante ni juguetón, solo serio y responsable.

Alcé una ceja con sorpresa. Cuando ese vampiro dejaba sus bobadas parecía adorable y todo.

«Tonterías», me recordé que un idiota lo sería siempre.

—Sí, supongo que no habrá problema —dije—. Pero dejadme que les haga una llamada, ¿bien? No puedo presentarme allí así como así.

—Claro.

Sagyth sonrió nuevamente de aquella forma tan suya, haciéndome pensar que la seriedad de antes había sido producto de mi imaginación.

Sabía bien que esos dos no iban a hacer daño a Will y Nos; no es como si pudieran ser derrotados con facilidad, pero de todos modos Vaylon no era así, no lo intentaría siquiera. En cuanto al otro, bueno; ese era un bocas.

Si no lo creyera no hubiera accedido a concertar un encuentro, ¿no?

Saqué de mi bolso en forma de tumba el móvil negro y sencillo. William me lo había regalado porque sabía que me iba a gustar la calavera que llevaba detrás. Él era como un hermano mayor que no paraba de mimarme.

Llamé a la mansión, esperando que alguien lo cogiera.

Al par de toques la voz de Nosuë respondió al teléfono:

—¿Diga?

—Ah, hola, Nos, soy Sam…  ¿Te pillo en mal momento quizás?

—No. No, no es mal momento. ¿Qué ocurre?

—Verás… Acabo de cruzarme con dos vampiros que conocí hace bastante tiempo, y están interesados en conoceros. —Los miré a ambos alzando las cejas—. Son nosferatu.

Nosuë se quedó callado unos momentos, seguramente pensando.

—¿De fiar? —preguntó al fin.

Sabía lo receloso que podía llegar a ser, en especial desde que había conocido a William… y a su sire.

—Sabes que yo no trato con cualquiera, Nos, ya me conoces.

—Está bien… Tráelos a la mansión, los estaremos esperando.

—Quién me preocupa es Will.

—No lo hagas. Le daré ahora una jarra de sangre y podréis estar juntos un rato.

—Gracias, Nosuë. Iremos allí en un rato. Nos vemos.

—Adiós, Sam.

Colgué y volví a mirar a los hermanos.

—Bien, tenéis suerte —les informé, aunque sabía que habían oído la conversación; eran vampiros, al fin y al cabo, con unos sentidos muy superiores a los humanos.

—¿Están interesados? —preguntó Sagyth con una sonrisa de lo más petulante; de vuelta a su personalidad pícara de rubiales sin cerebro.

—¿Qué? ¿Es que dije algo que no era correcto?

—Todo correctísimo.

—¿Lleváis mucho sin alimentaros?

El rubio amplió su sonrisa, de forma que sus ojos quedaron casi cerrados. Ladeó la cabeza y alargó una mano para acariciarme el mentón.

—¿Por qué? ¿Deseas darnos de beber?

—No especialmente, pero supongo que allí podréis alimentaros.

—¿No me dejas tomar de tu cuello delgado y apetecible? Es lo único apetecible en ti del proceso de alimentación.

—Perdona, pero mi cuello es mío y no voy a dejar que vuelvas a tomar de él, ¿comprendido, rubiales? —Fruncí el ceño para enfatizar mi negativa.

—¿Por qué?

Él sacó un poco la lengua entre los dientes, como una serpiente que tantea el aire, mientras su mano me acariciaba el cuello, rozando el collar que me protegía.

—Lo guardo para alguien especial.

Aparté su mano con poca delicadeza. Él alzó una ceja, y entonces se rió.

—Vaya, vaya —dijo, divertido—. Esto sí que no me lo esperaba.

—¿El qué? —solté con el ceño fruncido.

—Una cachorrilla…

Se inclinó entonces sobre mí, y lamió mi mejilla.

—Mi cachorrilla.

Se me quedó otra mueca en la cara. Solté una risotada ahogada, burlándome descaradamente de él.

—¿Qué clase de sangre tomas últimamente, rubio? Porque creo que te hace alucinar un poco.

Cachorrita de ese imbécil…

«Por favor, antes muerta», me dije.

—Así que te haces la dura… —ronroneó él con un deje de burla—. Sé la verdad. Quieres ser mi cachorrita, pero te da vergüenza admitirlo… Admitir que te enamoraste de mí a primera vista. Pobrecita, qué mal lo debes haber pasado sin mí estos años.

«¿Está hablando en serio?», pensé, atónita. «¡Venga ya! Ni siquiera le recordé hasta el día de hoy. Qué patético es… si encima se creerá sus propias fantasías».

Resoplé y me aparté de él, dándole la espalda y moviendo cabello en su dirección.

«Ojalá te dé en la cara».

—A veces soñar no es saludable —comenté—. ¿Vamos o qué?

Él se rió detrás de mí.

—Tú guías, cachorrita.

—Menudo te has buscado como hermano, Vaylon, creo que habrá que dejarle fuera de la casa, como a las mascotas.

Comencé a caminar en dirección a casa de Will y Nosuë, esperando que mi pobre amigo estuviera preparado para la visita.

El castaño reía, siguiéndome.

—La verdad es que no lo busqué, salió así —respondió.

Sagyth se puso a mi lado, muy cerca.

—Pues la suerte no es lo tuyo —resoplé, y le di un codazo al rubio para separarlo—. Ahí, mantén la distancia,  cosa.

—¿Por qué? —preguntó, petulante—. ¿Te calientas conmigo cerca?

Me rodeó la cintura con un brazo firme y tibio.

—Porque me das grima —fue mi respuesta.

A pesar de todo no me zafé otra vez, pensando que se cansaría pronto si lo ignoraba.

No lo hizo.

Estuvimos andando un rato hasta la mansión que se veía a lo lejos, y la señalé. Él seguía ahí cogido como una garrapata.

—Es aquí —anuncié.