————   Capítulo XIX   ————

———   Planes   ———

~ Samer ~

 

¿Cómo podría describir cómo me sentía entonces? Cómo me sentía en aquellos momentos. Flotar; esa sería la palabra más cercana.

La más agradable de las brisas tocando mi cuerpo en verano, el más cálido manto en invierno… Tenía miles de comparaciones y pocas que estuvieran a la altura. No era capaz de enumerar cuántas veces sería capaz de repetir aquella experiencia con la persona que amaba.

Sagyth… Mi amado Sagyth. Me había entregado completamente a él, completamente… mi cuerpo, mi alma y mi corazón. Todo era de su pertenencia. Y me encantaba.

Sentir en esos instantes su cuerpo tibio y desnudo tocando el mío era tan…

Abrí los ojos para mirarle.

Él llevaba ronroneando desde hacía rato, como un gato que dormitaba cómodamente frente a la chimenea. Pero tenía los ojos abiertos, y me observaba, medio sonriendo. Un brazo se mantenía bajo mis hombros, rodeándome de forma acogedora, ayudándome a permanecer apoyada en su pecho.

—¿Cómo estás? —susurró, acariciando mi mentón con un dedo.

Me sonrojé, entrecerrando los ojos y mostrando una sonrisa dulce. ¿Había sonreído así alguna vez antes?

—Muy bien. ¿Y tú…?

—Me siento… como si acabara de hacer el amor con la persona a la que más quiero, y por un momento hubiéramos logrado ser uno mismo. Aunque, espera, ¿no es eso lo que ha pasado?

Lo abracé con fuerza, rodeando su torso tibio y pálido con mis brazos.

—No, en realidad ha sido un sueño —repliqué, aunque sabía que él no podía soñar: los vampiros no duermen.

—Vaya —Sagyth se hizo el sorprendido, siguiéndome le juego—, pues ha sido un sueño muy vívido.

Trepé un poco para besar sus labios de forma leve.

—Sí… —asentí—. Seguramente este sueño podrá vivirse de nuevo.

—Seguramente.

Sagyth me devolvió un segundo beso, acariciando mi boca con la suya. Entonces sentí su mano acariciándome el pecho, y no pude contener un gemido que traté de acallar sin éxito.

—Sagyyyyth… —me quejé, frunciendo el ceño.

—Vale, ya paro, ya paro…

Devolvió la mano a su posición original, detrás de su nuca y no haciéndome arder de nuevo.

Yo me acurruqué en su pecho, rozando su vientre con las manos, y volví a cerrar los ojos. Se estaba bien; era una sensación plácida y agradable.

—¿Sabes? —dijo Sagyth al cabo de un rato—. Me has dado un poco qué pensar.

—¿En qué…?

—Lo de bailar. Y antes de que alguien haga una broma ingeniosa, me refiero a bailes de salón, no a bailes de cama.

—¿Y qué pensaste?

—¿Realmente crees que soy lo suficientemente bueno como para… enseñar a otros?

Me sorprendió la pregunta. Si Sagyth se dedicara a enseñar tendría clientela seguro… aunque sobre todo femenina.

—Realmente eres muy bueno en esto, sí —aseguré—. Sabrías enseñar de maravilla.

El vampiro suspiró artificialmente y se sentó en la cama con cuidado de no moverme demasiado. La sábana se deslizó hasta cubrirlo muy parcamente de caderas para abajo. Añoré el contacto de inmediato, así que me apoyé en su espalda y lo rodeé con los brazos. Él acarició mis manos sobre su pecho.

—No sé —admitió sus dudas—. Nosuë pinta y Will canta, y eso les da dinero para sus pequeños caprichos… si es que tienen. No sabría ni por dónde empezar a hacer una escuela de bailes de salón, o si asistiría nadie, o si lo haría bien.

—Sobre cómo empezar… sería alquilando un local —supuse—. Podrías pedirles a Nosuë y William un préstamo para irlo devolviendo poco a poco. ¿Asistiría alguien? Estoy segura de que habrá gente que incluso se tirará de los pelos para que tú seas su profesor. Y está claro que lo harás bien, tienes facilidad, y lo que es más importante… te gusta.

Sagyth agachó la cabeza, ronroneando levemente. Las puntas de su pelo rubio llegaban justo al final de la nuca.

—Pareces muy convencida.

—Lo estoy completamente. Además, siempre puedo ayudarte si necesitas a alguien más.

Se separó, pero solo para volverse y besarme en los labios, acariciando mi cuello con los dedos. Le correspondí, pero tuve que separarme para respirar.

—Iré contigo a hablar con Nosuë y Will —musité—. Verás cómo todo va bien.

—Si tú estás conmigo… estoy seguro de ello.

 

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Nosuë y William accedieron a financiar la escuela, pero Sagyth se guardó el resto de los detalles. Quería hacerlo por sí mismo y enseñarme el resultado, de modo que durante las siguientes semanas nos vimos menos, y lo eché de menos. Pero sabía que cuando acabara con los detalles me hablaría de ello, y así fue.

Aquella noche me citó en el portal de mi apartamento, y allí lo esperé, con los brazos cruzados. Apareció en seguida con una sonrisa de oreja a oreja y cara de niño con un juguete nuevo. Se acercó, me tomó de la cintura y sin decir nada me besó profundamente.

No sé cómo su actitud a veces todavía me pillaba por sorpresa. Cuando nos separamos lo miré con el ceño fruncido y las mejillas rojas.

—Menudo saludo —me quejé.

—¿Te ha gustado? Si quieres, lo repi…

Pero fui yo quien lo interrumpió, cogiéndolo de su largo mechón de pelo y tirando para tomar ese nuevo beso. Medio sonrió contra mis labios, pude sentirlo, y me correspondió.

—¿Cómo lo llevas? —pregunté cuando me aparté, aparentando normalidad.

—Bien —respondió, sonriendo—. ¿Preparada para ver mi pequeño negocio?

—Para eso estaba esperándote.

—Lo sé.

Me tomó de la mano y echó a andar con paso enérgico.

—Me tienes intrigada —comenté, llevándome su mano a los labios para besarla, haciendo que sonriera como un gatito—. No sé nada de cómo lo has montado.

—Nada increíble, es muy normal —dijo con modestia, que estaba por ver si era falsa o de verdad.

—Sea como sea me hace ilusión.

Su sonrisa de niño se amplió.

—A mí también… y te lo debo a ti.

Se detuvo entonces frente a un edificio delante del parque. Era muy alto, de fachada simple pero muy, muy grande. Me quedé boquiabierta ante la idea de que…

—Como me digas que todo esto es tuyo me caigo —musité.

—No, no —rió Sagyth—. El salón es arriba de todo, en el ático.

Me llevé la mano al pecho con un suspiro de alivio. No, Nosuë y William no hubieran hecho una locura así.

—Uf —resoplé—. Vale. Vamos.

—¿Te asusté? —Sonrió de esa forma tan arrogante que me encantaba.

—No, pensé que eras un flipado.

Se echó a reír mientras abría la puerta y me cedía el paso.

La recepción era amplia, con un enorme mostrador y algunos muebles —sillones, tal vez— cubiertos con sábanas blancas; parecía haber sido un hotel, antiguo, modesto y elegante, pero también muy vacío. Quizá estaba abandonado, o al menos a la venta y sin utilización.

Puede que sí hubieran comprado el edificio entero, para hacer algo, como por ejemplo apartamentos. Eso sí sería propio de Nosuë.

Sagyth pasó junto al mostrador y se dirigió a uno de los dos ascensores. Apretó el botón, y tras un momento la reja se abrió. Tenía un toque antiguo, todo cubierto de madera cálida.

El vampiro metió una llave en una cerradura encima del botón del ático y después lo apretó; entonces el ascensor comenzó a subir.

Puede que pareciera antiguo, pero no lo era.

De pronto Sagyth se volvió hacia mí y me apretó contra la pared, ronroneando igual que un gatito. Lo miré con el ceño fruncido y le puse la mano en la cara para que dejara de mirarme.

—¿Qué pasa, cachorrita, no te apetece? —murmuró—. Puedo hacerte tener tres orgasmos mientras estamos en el ascensor, señorita multiorgásmica…

Me sonrojé notablemente y retiré la mano. Sí, lo era; eso me avergonzaba notablemente.

—Pervertido —espeté.

—¿No quieres…?

Me tomó por debajo de un muslo y me alzó la pierna para que rodeara sus caderas. Reprimí un jadeo, girando la cara y suspirando. Claro que quería, joder.

—Sagyyyyth… —me quejé.

—Aún estoy a tiempo de parar el ascensor —dijo con retintín, y me hizo ruborizar todavía más, si es que es posible.

—Salido, estas cosas no se hacen aquí.

—¿Por qué no? —Mostró una sonrisa que no se puede calificar de otro modo que de «morbosa».

—Los actos de amor son diferentes a esto.

Mi corazón me delataba, latiendo tan rápido. Él obviamente lo notó, porque reía, burlón…

Pero entonces el ascensor se detuvo.

—Tarde —suspiró teatralmente y se apartó.

Las puertas se abrieron del ascensor se abrieron. Sagyth salió primero, se giró y extendió los brazos, caminando hacia atrás para mostrarme el amplio ático.

Era una estancia inmensa pero muy bien iluminada, con un maravilloso ventanal con preciosas vistas a la ciudad.

Había pocos muebles dispuestos junto a las alejadas paredes —bancos de madera, algunos sillones, armario,…—, y había altavoces en todas las esquinas; el reproductor de música estaba en un rincón, junto a un antiquísimo tocadiscos. El suelo era de madera tan pulida que reflejaba lo que había encima.

—Bienvenida —anunció con sonrisa de crío feliz— a mi pequeño y espero floreciente negocio.

Medio sonreí acercándome a él, y al llegar le tiré del mechón rubio.

—A veces  pareces un niño pequeño —aseguré.

El vampiro amplió su sonrisa, desenfundando los colmillos visiblemente, y luego se encaminó hacia el ventanal para mirar el panorama.

—Estamos altos, ¿eh? —dijo, encantado.

—El sitio es espacioso. ¿Ya has pensado cuántos alumnos tendrás?

—No, pero no quiero demasiada gente, eso da problemas. Imagino que empezaré con diez como mucho, y si la cosa va bien haré dos grupos y a cada uno le pondré tres noches a la semana. He hablado con algunos del rebaño, y hay quien se siente interesado en esto. Quién sabe… —Estaba contentísimo, pletórico como no lo había visto nunca—. Si todo va bien, cuando yo supuestamente sea demasiado viejo para seguir con esto quizá tenga profesores que enseñen por mí.

Le abracé con suavidad por la espalda, apoyándome en él.

—Sí —asentí—. Seguro que sí.

Fue entonces cuando se me ocurrió algo. No estoy segura de por qué justo en ese momento; tal vez fue por la mención de Sagyth, que se refería a dentro de cuarenta o cincuenta años, cuando no habría envejecido… pero sí los humanos.

Siempre me llamaba cachorrita, pero… ¿realmente iba a convertirme? El tiempo pasaba, y yo cada vez me hacía más mayor.

—Bueno —dijo súbitamente, girándose y rodeándome con sus brazos—. ¿Qué te parece si estrenamos la pista de baile nosotros dos solos?

La cuestión quedó olvidada en cuanto lo miré a los ojos.

—Me parece perfecto —asentí.

Sagyth sonrió y se alejó de mí, dirigiéndose al tocadiscos. No al reproductor, no, al tocadiscos. Puso un disco de vinilo, y al poco comenzó a salir de los altavoces una melodía lenta y suave.

Se volvió hacia mí y me tendió  una mano, inclinándose levemente en ademán caballeresco. Me sonrojé ante el gesto.

Me arrepentía a veces de llevar las botas con tanto tacón de acero, pero… en fin. Tomé su mano con suavidad y me puse a su lado. Él rodeó mi cintura con un brazo, afirmó mi mano en la suya y comenzó a bailar al son de la melodía.

Recosté la cabeza en su hombro, dejándome llevar. Era tan fácil.

Al cabo de un rato —tres o cuatro canciones— Sagyth habló en voz baja:

—Sam…

—¿Sí? —No me moví, sólo escuché.

—Sé que a menudo te llamo cachorrilla… pero no te he preguntado nunca al respecto.

Casi parecía que me hubiera leído la mente. ¿Me lo habría visto en la cara, o es que pensaba en ello a veces?

—¿De si quiero ser como tú? —inquirí.

—Bueno sí, si quieres ser vampira. O, mejor dicho, mi vampiresa.

Dejé de bailar, y él se detuvo; había que hablar de eso cara a cara, no durante un baile. Lo miré, viendo cómo su expresión se mantenía cautelosa.

—¿No resulta obvio? —comenté.

—Yo quería ser vampiro —admitió entonces—. A los quince años conocí a Rassel, el que sería mi sire, y no tardé en descubrir su secreto. Encajar las piezas no era tan complicado. Cada vez me gustaba más la idea, sobre todo por lo que él me contaba, así que le presioné hasta que me prometió que me convertiría cuando fuera mayor. Me hice mayor, y me convirtió como dijo. Pero pasa el tiempo… y añoras cosas humanas.

Lo entendía, pero aun así negué.

—Sagyth, yo siempre he querido ser vampira —expliqué, alzando las manos para tocar su níveo rostro—. Sé… Puedo imaginar, sólo imaginar que hay cosas que se echan en falta, pero… —Ladeé la cabeza—. ¿Tan duro debe ser compartir esa vida tan larga con la persona a la que amas? Dedicando el día a esa persona, pudiendo darle todo el afecto sin ninguna prisa, sin temer al tiempo, o que con ese tiempo corto los corazones se alejen. Yo no quiero alejarme de ti.

Sagyth ronroneó.

—Sabes que es doloroso, ¿verdad? —preguntó a pesar de todo.

—Creo que he rozado la muerte tantas veces y he sentido tanto dolor que un poco más no debe importar.

Noté el modo en que hacía una mueca; mis experiencias cercanas a la muerte no eran de su agrado, y yo lo sabía.

—¿Estás segura? —insistió—. Es un compromiso… muy grande.

Me puse de puntillas y lo besé en los labios con suavidad.

—Estoy segura —dije.

Él entrecerró los ojos y me devolvió el beso levemente en la comisura, como el aleteo de una mariposa.

—Te quiero, Samelia —susurró en mi oído.

—Y yo a ti, Sagyth. Ahora y por siempre.