———— Capítulo VIII ————
——— Caída ———
~ Samer ~
Cuando no tenía nada que hacer por las noches —cuando los vampiros se portaban bien y no tenía que sustituir a William en el escenario— a veces hacía de camarera para echar un cable al rebaño en el club de Nosuë. No era mucho, pero me entretenía, y además ganaba algo de dinero.
Era lo que estaba haciendo entonces.
Salí de madrugada a tomarme un descanso corto, para respirar y beber un poco de agua. Fui a la entrada de empleados para disfrutar de un momento de aire antes de seguir trabajando.
De pronto algo se tiró sobre mí.
—¡Saaaaammmyyyyy! —exclamó la voz cantarina de Marlene.
Del susto hasta di un respingo, pero logré enfocar a mi amiga encima mí. ¿De dónde sacaba esas energías? Me lo preguntaba a menudo.
—¡Qué susto! —me quejé.
—¡Samy, suertuda!
—¿Ah? —No entendía nada—. ¿Por qué? ¿Por el descanso que me he tomado, por beber agua,…?
—Chica, no te enteras. Te están montando una cena romántica por todo lo alto y tú aquí trabajando. ¡Ya puedes ir a ponerte bien guapa!
Se me quedó en la cara una mueca llena de asco. Luego alcé una ceja.
—¿¡Qué?! —exclamé.
—Sagyth me ha pedido hace un rato velas, un reproductor de música, unos altavoces y una batería… El pobre no sabía cómo funcionaba nada, pero se ha estado esforzando mucho. Le ha pedido a Helen que cocina algo de pasta. Específicamente ha dicho: algo que le vaya a gustar mucho a Samer. A estas horas debe estar acabando de montarlo todo, así que ya puedes darte prisa.
Me aparté de Marlene con suavidad y fruncí el ceño.
—No pienso ir —declaré con seguridad.
Y pese a todo tenía una extraña sensación de… anhelo.
¿Por qué quería acudir? ¿Por qué me sentía especial? No era especial; él era un casanova cualquiera que me tenía en el punto de mira, y nada más.
—Por supuesto que vas a ir. —Marlene me miró con cara enfadada—. No puedes decir que no a una cita de este calibre, ni aunque el chico te pareciera repulsivo, que no es el caso.
—Tengo faena. Ve tú por mí, ponte una peluca negra y pon siempre cara de enfado.
—Ni de coña. Vas a prepararte y vas a ir a esa cena.
—¿Y por qué?
«Porque me muero de ganas por ir…». Me interrumpí. «¡Que no!».
Es duro discutir con uno mismo.
—Porque te lo digo yo —replicó mi amiga, sin dar su brazo a torcer—. Mira, te he traído algo de ropa tuya que hay en casa. Tienes que estar mona, pero no en exceso, se supone que no sabes nada.
Estreché la mirada, desconfiada.
—¿Qué clase de ropa? —inquirí con recelo.
—De la tuya —respondió Marlene con inocencia—. Corsé y falda larga con raja. Nada especial. Había pensado en ponerte un vestido así lindo, pero…
—No… —Pero me rendí—. Vale. Iré. ¿Contenta?
—Mucho. —Mi amiga sonrió—. Ahora vístete y espera pacientemente a que venga a buscarte, seguro que no tardará.
—Que sí…
Cogí la ropa que me tendía, me despedí con la mano y entré en el club para ir al baño de empleados y cambiarme. Me quité el uniforme de esa semana y me coloqué el corsé negro y apretado y la falda que…
«¿Por qué tuve que comprarme esta falda?», pensé casi con desesperación.
Aunque era larga hasta los tobillos, el corte lateral enseñaba toda la pierna.
Resoplé; era un poco tarde ya para miramientos, así que me coloqué las botas y salí de nuevo con el ceño fruncido. Avisé de que me iba, pero el encargado de turno sencillamente me sonrió y dijo que me fuera tranquila; otro que sabía algo de esa cena.
Marlene ya no estaba fuera. Su lugar lo ocupaba Sagyth, que sonrió de esa forma tan suya al verme.
—Vaya, trabajas muy elegante, cachorrita mía —comentó, repasándome con su mirada dorada.
—En realidad ya había acabado mi turno y tomaba un poco el aire —repliqué resoplando, cerrando los ojos.
Noté que tomaba mi mano y luego se la llevó a los labios para besarla en el dorso.
«Ah, no… Eso sí que no. ¿Por qué se me acaba de encoger el corazón?».
Asqueada con la estúpida confusión de mis propios sentimientos aparté la mano con brusquedad, mirando al vampiro con el ceño arrugado.
—¿Qué? —espeté.
—¿Vienes conmigo a cenar? —El maldito sonrió, encantador como una serpiente.
«Dile que no, dile que no, dile que no… ».
—Hm… —fue todo lo que salió de mis labios, porque no logré que formularan una contundente negativa.
—¿Eso es un sí?
—¿Qué te ha dado con invitarme?
—Bueno, ¿y por qué no?
—Si quieres que vaya a alguna parte vas a tener que llevarme en brazos, o no me moveré de aquí.
Su sonrisa se volvió más amplia, y me temí lo peor.
—No pensaba dejar que fueras a pie —aclaró.
Entonces para mi horror me tomó en volandas y comenzó a caminar.
Sagyth permaneció en silencio durante un rato, sin dejar de andar deprisa con pasos largos y seguros. Dejamos atrás las calles más transitadas, donde mucha gente nos miraba y nos señalaba, y pasamos por algunas callejuelas donde no se veían ni gatos. Luego salimos del pueblo, adentrándonos en un espacio natural, y finalmente dimos con una pequeña glorieta, un cenador en lo alto de una colina.
Debajo había una mesa con platos tapados. Fuera, candelabros con velas hacían titilar débiles llamas que iluminaban de forma tenue el espacio.
Al verlo todo, las velas, la comida, el ambiente… me quedé con la boca abierta.
El vampiro me dejó de pie en el suelo con cuidado.
«Te acaba de derrotar», me dije, notando cómo mi muro protector se resquebrajaba ante aquel alarde de romanticismo.
El rubio se inclinó a mi espalda y me besó el hombro desnudo. Eso fue lo peor, porque aquel gesto tan nimio, incluso tan gentil, me hizo enrojecer como una colegiala, me hizo sentir tan… tan… tan mujer.
Me relamí los labios y fruncí el ceño, desviando la mirada hacia Sagyth y preguntándome por qué no era capaz de soltarle algún comentario desagradable, por qué me quedaba callada.
Él mostró una sonrisilla… entre cariñosa, orgullosa, arrogante y petulante. Era muchas cosas en una. Me tomó la mano y me guió hasta el cenador, para apartarme la silla e indicarme con un gesto que me sentara.
Yo no sabía muy bien cómo actuar. Ese maldito vampiro me había cogido por sorpresa. Sí, Marlene me avisó, pero… ¿Quién hubiera esperado todo aquello?
Tomé asiento sin despegar la mirada de Sagyth.
—Esto… Te ha llevado tiempo, ¿verdad? —comenté.
—Un poco. —Él amplió su sonrisa hasta que sus ojos fueron los de un zorro, rasgados y casi cerrados—. Pero no todo lo he hecho yo.
Destapó el plato de pasta con salsa.
—Helen ha puesto de su parte —informó.
Ya lo sabía, pero aun así me preguntaba por qué todos se empeñaban en emparejarme con ese… chulo, aunque caballeroso… imbécil… pero dulce… ¿Quién puede resistirse a todo eso?
Hice una mueca.
—Ya… Ya lo veo. —Me sonrojaba de nuevo, e intenté luchar contra el rubor—. Pero, ¿por qué?
—¿No puedo prepararle una cena romántica a mi cachorrita?
—No. Te repito que no siento nada por ti. ¿Otra vez?
—Las que quieras.
—Vale. No te crees ni una, ¿eh?
—No. —Su sonrisa era arrogante, segura de sí misma, pero también parecía haber un punto dulce y cariñoso que no encajaba con su forma de ser, no podía encajar—. Ahora come.
—Dame de comer tú.
—No, yo tengo que vigilar que las velas no quemen la colina.
—Apágalas.
—Hacen un ambiente muy mágico y encantador, ¿no crees?
Mientras lo decía se sacó algo del bolsillo de los pantalones. Era un instrumento rectangular que cabía en la palma de su mano, y el vampiro se lo quedó mirando unos momentos, estrechando la mirada, antes de apretar lo que supuse que era un botón.
De algún lugar comenzó a salir una suave canción de música clásica.
«Por favor, parad esto… por favor», rogué para mis adentros, anonadada ante todo lo que había hecho, todo lo que estaba haciendo. «¿Por qué yo? No quiero, no quiero. ¡Que no quiero!».
Desvié la mirada hacia el plato. Intentando hacer algo, intentando aparentar normalidad, cogí el tenedor; me temblaba la mano, pero aun así pinché algo de pasta y me la llevé a los labios.
Sagyth se apoyó en la barandilla con la cabeza ladeada y siguió cada uno de mis movimientos con sus ojos dorados. Eso me ponía obviamente nerviosa. ¿No vigilaba las velas?
—¿Vas a seguir mirándome? —pregunté con malos humos.
—Sí —sonrió él, que nunca se ofendía ni se daba por aludido.
—¿Y las puñeteras velas?
—Las velas están bien. Mentí, solo quiero verte comer.
«Te voy a pinchar con el tenedor, vampirillo. Estúpido, cretino… encantador… ». Mis propios pensamientos me traicionaban.
Sacudí la cabeza y seguí comiendo, a pesar de la mirada insistente que seguía cada leve movimiento. Permanecí callada, intentando no mirarle y sin darle conversación hasta que acabé, dejando el tenedor en el plato vacío.
—Tendré que decirle a Helen lo buena que le ha quedado la cena —comenté entonces.
—Vale —asintió él, y levantó la tapa de la fuente, llena de pasta en salsa humeante aún—. ¿Quieres más?
Yo negué con la cabeza y me relamí el labio inferior.
—No, estoy llena —respondí—. ¿Le dijiste que preparara algo que me gustara?
—Claro. No tiene gracia si la velada no es perfecta. Ahora, ¿vienes?
Se acercó y tomó mi mano con infinita delicadeza.
«No», pensé, suplicante.
—¿Adónde? —inquirí.
—A bailar —fue la obvia respuesta.
Sagyth sonrió y tiró de mí, sacándome sin esfuerzo de la glorieta.
Volví a ruborizarme, dejándome llevar por él… Y lo peor de todo es que esa sensación de dejarme llevar… me gustaba. Y a la vez la odiaba.
—Yo no sé bailar como mujer —advertí torpemente, preguntándome por qué tenía que dar explicaciones de nada.
—Yo te enseñaré.
Fuera del cenador, entre las velas y la suave música, el vampiro me tomó la cintura sin soltar mi mano y me atrajo hacia sí.
Su cuerpo era tibio contra el mío. Era más alto, más fuerte que yo. Era el tipo de hombre que buscaba para que me protegiera, para que pudiera dejar de ser tan dura.
Cerré los ojos y suspiré.
Me cansaba ser desagradable. Me hartaba estar siempre de mal humor. Pero no tenía que dejarme llevar, no tanto. No quería sufrir.
—Vale, pesado —resoplé—. A ver, ¿qué?
En ese momento la canción que sonaba terminó, y comenzó un suave vals de cadencia lenta, seductora. Sagyth me miró fijamente, con los labios curvados en una lánguida sonrisa.
—Déjate llevar —susurró.
Sujetándome dio un paso atrás, y al empezar a bailar me llevó consigo como si fuera una muñeca.
No era difícil dejarse guiar por alguien como él, y me di cuenta en seguida. Sabía lo que se hacía. Sabía amoldarse a la melodía, moverse de acuerdo a ella, y me guiaba con total maestría.
Me sentía tan… cómoda. A pesar de mi mal genio, lo pasaba bien con Sagyth.
Dejé que mis pasos siguieran los suyos y terminé totalmente alineada, sincronizada con el vampiro, bailando a su ritmo.
—¿Bien? —pregunté en voz baja.
Sí, definitivamente había caído en sus redes.
—Perfecto —respondió en murmullo parecido a un ronroneo, sin detenerse, sin dejar de mirarme
—Vale, pero… me duelen un poco los pies bailando con estos zapatos. Deja que me los quite.
Sagyth ladeó la cabeza y sus pasos se detuvieron, aunque sus manos no se apartaron de mí.
Me apoyé en su pecho para quitarme las pesadas botas, dejándolas a un lado. La música seguía sonando, y él me miraba con fijeza.
Ahora descalza volví a enderezarme… Pero…
Sagyth alzó una ceja, sonriendo con un conato de burla en aquellos labios. Me puso una mano en la cabeza y la deslizó por mi pelo, rozando mi mejilla, mi cuello, mi hombro desnudo.
Hice una mueca y fruncí el ceño.
—No me mires así —exigí, avergonzada por el modo en que me tocaba, en que me miraba, en que sonreía—. No soy bajita.
Él no contestó. Sus dedos siguieron bajando, acariciando mi brazo de forma leve. Me tomó la muñeca con delicadeza y la alzó. Sus ojos dorados se desviaron hacia la piel blanca de la cara interior.
Entonces se la acercó a los labios y la besó.
Entreabrí los labios para aspirar temblorosamente, ladeando la cabeza. Me preguntaba por qué se comportaba así, haciendo que mi corazón latiera como nunca antes lo había hecho, rápido e irregular, y que mis mejillas volvieran a encenderse.
—¿Quieres que te bese? —preguntó entonces en un susurro que vibró sobre la vulnerable y sensible piel de mi muñeca.
—¿Qué? —No me había esperado… aquello.
—Me has oído.
Sus ojos se desviaron hacia mi rostro, pero no apartó los labios de mi piel. Yo fruncí el ceño.
—No necesito un beso —negué.
—No pregunto si lo necesitas. —Sagyth entrecerró su mirada dorada sin dejar de sonreír—. Pregunto si lo quieres.
¿Lo quería? ¿Quería ese beso? Por mucho que lo negara, sí, lo deseaba. Sentir los labios de esa persona que lo dio todo por ayudarme, por…
«No».
Eché un paso atrás, apartándome finalmente de él. Sus manos se deslizaron por mi cuerpo, pero no me retuvo.
—No —negué con dureza, haciendo eco de mis pensamientos.
Hubo una breve pausa.
—Es una pena —comentó con un encogimiento de hombros—. Porque yo sí quiero. Quiero besarte y abrazarte y no soltarte nunca más.
No era cierto. No podía serlo.
—Se hace tarde —espeté, apartando la vista.
—No se hace tarde —su voz era suave y razonable, pero yo no quería razonar.
—¡Se hace tarde!
—No huyas de mí.
—No huyo. —No sabía a dónde mirar.
—Sí lo haces.
Se acercó el paso que yo me había alejado y tomó otra vez mi muñeca, acariciando con sus dedos largos la cara interna de la piel.
—Pero no tienes por qué —me aseguró—. No dejaré que te pase nada malo.
—¡Lo único malo que me ha pasado ahora ha sido volver a verte!
Lo espeté sin pensar, con desespero, y noté que por primera vez mis palabras le herían. Acusó el golpe entrecerrando un ojo y arrugando la nariz. Sus dedos soltaron mi muñeca.
—Sí —asintió con una indiferencia helada—, supongo que soy poco más que eso, algo malo de lo que uno se aparta después de un rato.
Aquello me dejó parada. No comprendí.
—¿Qué… quieres decir? —musité.
—Vete, si quieres. Yo recogeré esto.
Mientras la música seguía sonando, una melodía sugerente y lenta que no encajaba con la situación, Sagyth me dio la espalda y se alejó.
Alcé una mano para tocarlo, para retenerlo, porque sentí… De pronto sentí deseos de quererle.
Pero sacudí la cabeza, negándomelo a mí misma. Cogí las botas y me marché sin decir nada más.