————   Capítulo II   ————

———   Conversaciones   ———

~ Sagyth ~

 

«Increíble coincidencia», pensé. «Hacía ya semanas que ni me acordaba de esta chica, y ahora…».

Bueno, debía admitir que, como yo predije, se había convertido en todo un monumento a la belleza. Su larguísima cabellera, negra y suave, enmarcaba como un velo su figura alta y delgada de sinuosas curvas; esa estrechísima prenda llamada corsé realzaba su voluminoso pecho, volviéndolo firme y aún más apetitoso de lo que debía ser.

O tal vez no. ¿Cómo sería ese cuerpo sugerente… sin ropa?

Sí, para ser un vampiro tenía mucho instinto sexual. Me gustaban las mujeres. Las adoraba. Las devoraba.

La chica seguía oliendo penosamente dulce, como azúcar y chocolate con leche, pero… bueno, algo malo tenía que tener.

Y ese carácter… oh.

«Lo que uno debe sentir al doblegar a semejante mujer», pensaba mientras la seguía, y algo dentro de mí ronroneaba de gusto.

Pero no tenía tiempo para eso. Tenía una misión y las distracciones estaban bien mientras fueran cortas; aquella no lo sería.

No, ahora habíamos encontrado otros vampiros… y tal vez de los que buscábamos con tanto ahínco.

Cuando llegamos a la casa dejé a un lado todas las bromas, todas las obscenidades, todas las ideas que se me ocurrían que podría hacer con aquel cuerpo de infarto. Ahora solo podía pensar en nosotros, y el hogar que tal vez nos estaba esperando.

Un nuevo intento, entonces. Una nueva oportunidad.

—Adelante, pues —le dije a Sam con una sonrisilla seductora—. Tú primero.

Bueno, puede que no lo dejara totalmente de lado. Uno sigue siendo humano… metafóricamente hablando.

Ella mostró una mueca llena de asco.

«Oh, en el fondo le gusto mucho…», canturreó esa parte de mí que, de acuerdo, puede que nunca dejara de pensar en mujeres que devorar.

Sam abrió la verja que rodeaba la mansión —una mansión inmensa— y se dirigió  a la puerta —una grande y hogareña—.

—Claro que yo primero —dijo en tono gélido—. Como te miren a ti antes te echan a patadas, pensándose que eres un vagabundo.

—Te preocupa que otros me tengan y eso te asusta, por eso me insultas e intentas apartarme —repliqué, divertido por su mal carácter—; no te preocupes, siempre habrá un pedacito de mí para ti.

La puerta fue abierta por una mujer joven antes siquiera de que llegáramos a ella.

—¡Sam! —exclamó de forma jovial—. ¿Estos son los visitantes? —Nos miró con curiosidad.

—Sí, y te recomendaría que no te acercaras mucho al rubio estúpido —replicó ella, lanzándome una mirada llena de asco que me hizo sonreír—. Es un mujeriego de cuidado.

—No soy mujeriego… solo me gustan las mujeres.

Totalmente cierto.

Me acerqué a la desconocida, tomé su mano y la besé en el dorso sin dejar de mirarla a la cara. Por eso me di cuenta de que su expresión no variaba un ápice.

«Sagyth, estás perdiendo facultades», me dije. «Es culpa de esa pequeña morenita de grandes curvas, seguro».

—Un placer, señorita —saludé en tono galante y seductor—. Soy Sagyth.

—Ah, hola. —Su respuesta vino con una educada sonrisa y ningún interés—. Me llamo Marlene.

Samer se echó a reír, pasando por mi lado con su olor dulzón —empalagoso, pero hasta cierto punto… incluso… sensual— y cogiendo del brazo a la mujer joven que me trataba como si no le importaran mis obvios encantos.

—Qué cara que has puesto, Marlene —reía, negando con la cabeza.

—Bueno, es que yo… —La tal Marlene se detuvo, volviéndose hacia el interior, cuando se oyeron unos suaves y calmados pasos.

—Eh, Sam… —dijo una voz masculina, aunque joven—. ¿Tú riendo?

—¿Cómo estás, Will? —fue el saludo de Sam.

—Bueno…

Marlene sonrió por algún secreto privado que no compartió.

El que se acercaba, un hombre joven de unos veinte años, tenía el pelo muy negro y los ojos de un inusual tono grisáceo. Su piel blanquísima era la primera señal del vampirismo; la segunda, la ausencia total del latido de un corazón.

Cogí del brazo a Vaylon. Si había que echar a correr, yo me daría cuenta primero y lo arrastraría conmigo.

Nunca se es lo bastante precavido. Habíamos tenido encuentros bastante poco agradables con otros de nuestra clase, y no quería ver a mi hermano envuelto en ninguna revuelta otra vez.

—Will, estos son los chicos que ha dicho Nosuë —anunció Marlene—. Éste es Sagyth, y este…

—Vaylon —se presentó mi hermano.

El chico sonrió de medio lado.

—Encantado. Como ha dicho ella… soy William. —Miró a Samer y de nuevo a nosotros, inquisitivo—. ¿Qué tal si entráis?

—Gracias —asintió Vaylon.

Siempre tan cortés… Un día le harían daño, estaba seguro. Pero al menos yo estaría allí para protegerlo, para cuidar de él.

Siempre había cuidado de él… salvo en un momento, hacía tanto tiempo que resultaba difícil recordarlo con detalles. Pero acabó bien.

Entramos, como él nos indicaba, en un recibidor… bueno, elegante, supuse, y ni una sola ventana. Era la casa de un vampiro, sin lugar a dudas.

Al fondo del pasillo, acercándose, vimos a otro nosferatu de largo cabello negro y ojos rojos como la sangre. Era alto, delgado y muy serio. Incluso parecía un pelín tenso.

Se acercó sin prisas y pasó un brazo por detrás de la cintura del otro chico, William, en actitud cariñosa, protectora… pero también conteniéndolo. ¿De qué? ¿Qué me estaba perdiendo yo en todo ese asunto?

—Debéis ser los vampiros que Samer ha comentado —dijo con una voz suave y calmada.

Era momento de ponerse serios. Con postura firme enfrenté la mirada serena.

—Sí —asentí—. Soy Sagyth. Él es mi hermano, Vaylon.

Nos miró con cierto interés en el fondo de sus ojos.

—Interesante —comentó—. Vayamos al salón y sentémonos, ¿qué os parece?

Me daba cuenta de que el de ojos grises miraba constantemente a Samer, y eso, como dicen algunos humanos, me ponía del higadillo.

Por suerte o por desgracia, depende del modo de verlo, ella sacudió la cabeza en ese momento.

—¿Voy también o mejor me marcho? —inquirió.

El de cabello largo miró al otro chico, calculador.

—¿Tú qué dices? —le preguntó con suavidad—. ¿Quieres que se quede un rato?

William mostró los colmillos que hacía poco había tenido ocultos. ¿Sed? Pensé en esos colmillos clavándose en la piel de Sam, y me sentí extrañamente posesivo.

Claro que ella no era nada mío.

«Por ahora».

El pensamiento me sorprendió incluso a mí mismo. Existía una atracción, sin duda, y yo no huía de la atracción, pero… ¿era el momento? No, no lo era.

Aun así… Instinto de posesión. La expectación era lo que había generado aquel impulso; los años lejos eran lo me hacían sentir posesivo con Samer, los interrogantes de cómo había estado, qué había hecho… y sí, puede que su cuerpo, esa clase de cuerpo curvo y delicioso, ayudara un poco.

Pero se pasaría, estaba seguro, en cuanto jugueteara un poco con ella.

—Es mejor que se marche… —Miró la joven con los ojos entrecerrados—. Lo siento.

Ella negó, no obstante, y dijo que lo entendía.

—Voy contigo —anunció Marlene, cogiendo del brazo a la morena despampanante—. Nos vemos luego, ¿vale?

Una vocecita en mi cabeza se quejó y dijo que no podía irse; no podían echarla. ¿Por qué lo hacían, porque era humana? Si así era, no me parecía una familia apropiada para mi hermano.

—Pasadlo bien, chicas —de despidió el vampiro de pelo largo.

La morena asintió y se despidió con la mano.

—Que vaya bien la charla —nos deseó; luego se volvió hacia la otra chica y salió con ella.

William se relajó inmediatamente, de un modo muy sospechoso. Intercambié una mirada con mi hermano, y él sonrió con perfecta cortesía.

—¿Hay algún problema con Samer? —preguntó.

El de cabello largo lo miró. No había reproche ni peligro en esos ojos, lo cual de por sí resulta un poco extraño; por norma general los vampiros con ojos rojos tienen ese no-sé-qué asesino en la mirada. Aunque quizá sea la sed de sangre natural en nuestra especie.

—A William le gusta mucho su sangre —respondió tras una breve pausa.

«¡Uf!», pensé. «Pues qué mal gusto».

—Vamos —nos indicó, yendo hacia el fondo del pasillo.

El otro movió la cabeza para que los siguiéramos, y también fue hacia allí.

Fuimos tras ellos, aunque con cierta desconfianza. No era la primera vez, por decirlo en lenguaje popular, que nos metíamos en la boca del lobo.

Ugh, lobos, qué apestosos animales…

—A veces me sabe mal tener que decirle que no se quede —murmuraba el de los ojos plateados, aunque no lo suficientemente bajo como para que no lo oyéramos.

—Mejor así, o tendría que encerrarte en el santuario —respondió el otro, en un tono que dejaba adivinar un deje de broma en su voz tenue.

Me pregunté qué era el santuario, y más que eso, qué clase de jaula podría encerrar realmente a un vampiro.

El salón estaba igual iluminado que el pasillo: la luz era leve y anaranjada, como la de un cine antes de empezar la película. El mobiliario, exquisito, con amplio sofá, aún más amplios sillones, vitrinas repletas de adornos y libros…

Todo me recordaba un poco a mi antiguo hogar… mi hogar como humano. Noté que Vaylon se movía un poco, y supe que pensaba lo mismo.

—Sentaos, por favor —pidió el vampiro de ojos rojos, señalándonos el sofá de terciopelo azul oscuro.

Obedecimos en silencio. Yo estaba tenso, alerta, pero mi hermano parecía más relajado. Pero claro, mi trabajo era protegernos a los dos; el suyo, estar tranquilo.

El de ojos grises parpadeó con lentitud y tomó asiento junto al de cabello largo. El sofá formaba una L, así que Vaylon y yo nos giramos un poco para estar de cara a nuestros… anfitriones.

—Hm. Os noto ligeramente tensos —comentó William—. No vamos a haceros daño, si es lo que os preocupa.

Muchos habían dicho lo mismo, para luego tener que desmentirlo.

Oh, no es como si hubiéramos sido atacados por otras familias; no de inmediato, al menos. Pero nuestros gustos resultaban ser un poco peculiares para los vampiros, y al final o éramos el hazmerreír, o éramos un incordio que eliminar.

Pero sonreí a pesar de todo, mostrando aplomo. Conocía mi fortaleza y la de mi hermano; la habíamos puesto a prueba más de lo que hubiéramos querido, atacados por nuestra propia especie, acosados por cazadores de vampiros. Si había que luchar, lucharíamos y ganaríamos.

Y si no…

Si no, tal vez habíamos encontrado lo que estábamos buscando.

La esperanza casi hizo que me latiera el corazón. Casi, pero no.

—Es todo un evento encontrar vampiros pacíficos —comenté.

El otro enarcó  una ceja. Sentado junto a su compañero… Había un olor raro en el ambiente, esa clase de aroma que despide el cuerpo, incluso cuerpos como los nuestros, cuando se encuentran con una persona amada.

Amor, entre dos hombres. Esa concepción no tenía sentido en mi cabeza.

—Soy Nosuë —se presentó el de ojos rojos, con esa voz entre mística, aterciopelada y escalofriante; era controlada, calmada, y cubría como un tupido velo un peligro subyacente—. Esta familia comienza conmigo, y por ahora soy el mayor.

Lo cual —lo dejaba claro sin decirlo— significaba que era el Padre, como nuestro sire había sido el padre de nuestra pequeña familia de tres miembros. Como muchos Padres y Madres que habíamos conocido a lo largo de nuestros viajes. Esas personas que eran el primero de la familia formada. Él convirtió, y los que convirtió convirtieron.

—Sagyth y Vaylon —dije yo.

—Un placer. Samer dijo que estabais interesados en hablar con nosotros.

Asentí con la cabeza.

—Estamos buscando un lugar donde asentarnos —expliqué.

Sabíamos que era inusual.

Por lo general los vampiros familiares se mantenían en su familia, o formaban su propio grupo, como los lobos —y ya estábamos otra vez con la repugnante asociación—. Los nómadas, seguían siendo nómadas. Los solitarios, permanecían en solitario.

Nuestro sire era nómada y por tanto también nosotros, pero siempre nos habló bien de las granjas de humanos, de los aquelarres, de los asentamientos. Parecía fascinarle la capacidad de permanecer en un mismo lugar.

Nunca nos habló demasiado de su pasado, pero intuimos que había pertenecido a una de esas familias. Señal de ello, aunque difícil de notar para los hombres, era que de tanto en tanto pasaba noches en hostales y hoteles, y pasaba cortas temporadas alquilando apartamentos para tener una sensación hogareña.

De él habíamos heredado la necesidad de una familia asentada.

Pero no era nada fácil.

La mayoría no aceptaban extraños, solo acogían a sus propios miembros.

Los que sí lo hacían… Bueno, ellos tenían una concepción de los humanos un poco… digamos… salvaje. Ellos son comida, y nosotros los comemos. Si bien es cierto que en algunos casos no los mataban, eso no quitaba que los trataran como a animales.

Nuestro sire nos enseñó a no matar humanos si podíamos evitarlo. En ocasiones la sed era demasiada, o había que acallar voces, y entonces estaba permitido. Pero no en otras circunstancias, no matar por placer o por glotonería.

Porque habíamos sido humanos, y debíamos respetarlos aún.

Porque él había amado a una humana, y sabía que podían despertar fuertes sentimientos en el corazón inmóvil de un vampiro.

Nos enseñó bien, pero sin su guía, al final, estábamos solos y necesitábamos un hogar.

Nosuë nos dirigió una mirada, invitándonos a seguir, mientras William le tocaba la mano de forma casi, casi casual.

Mi hermano y yo nos miramos. Asintió de forma leve.

—Llevamos mucho tiempo buscando un lugar —expuse—. Es difícil encontrar algo que… vaya con nosotros.

—¿Y qué buscáis? —fue la pregunta del de ojos rojos.

«Ahora o nunca», me dije.

Era el momento de decir la verdad. Si les parecía bien, habíamos hallado un hogar. Si no, se reirían y nos echarían.

—Una familia de violencia mínima —respondió Vaylon.

Eso era lo primordial. Un grupo al que unirnos que no se dedicara a matar por placer. Y si además estaban asentados, si tenían un hogar fijo, un lugar donde permanecer…

No lo dijimos de inmediato, claro; pero lo pensábamos.

Nosuë se echó hacia atrás, recostándose en el sofá. William ladeó la cabeza.

—Sí, supongo que ese es el hogar perfecto… —comentó—. Creo que es bastante obvio que la violencia no es agradable. Y menos matar humanos por sed.

Me pregunté si estaba hablando en serio. No eran fáciles de leer; ambos eran serios, de rostros imperturbables, y en ausencia de latido de un corazón o tics nerviosos propios de humanos, resultaba casi imposible decidir si estaban jugando.

—Mira… Sagyth —dijo Nosuë, utilizando premeditadamente mi nombre para, supuse, que hubiera una confianza entre nosotros—. No es un inconveniente que os quedéis bajo mi protección… mientras sigáis unas normas. Hacedlo, y todo irá bien entre nosotros.

—¿Qué normas? —quise saber, tan serio como ellos; porque aquel tema no se podía tomar a broma.

—No descubrirse como vampiros.

Fácil. Norma asumida. Nuestro sire también la tenía, ahorraba muchos quebraderos de cabeza. Claro que a veces  para eso…

—No matar humanos…

… había que matar humanos. ¿Sería diferente en una familia asentada, teniendo un rebaño cubriéndote las espaldas? Seguramente. Toda señal de vampirismo que, por lo pronto, se podía dejar, era una mordedura en un cuello, y si había humanos dispuestos a dejarse morder…

—Y no matar otros vampiros.

Aquello me sorprendió.

—¿No matar otros vampiros? —repetí, confundido.

Jamás había oído de esa norma, ni a nuestro sire ni a nadie. En primer lugar, ¿por qué unos vampiros iban a querer matarse? ¿Por sangre? ¿Por posición, por poder? Y en segundo lugar, si se mataban, ¿qué?

No obstante, la expresión de Nosuë no daba espacio a réplicas.

—Esas son las normas a seguir, eso es todo —aclaró William.

—Siempre hay… ciertas excepciones —matizó el de cabello largo.

—¿Excepciones?

—Si piensas que un vampiro debe morir, antes debes consultármelo. Es fácil.

Bien, su papel como Padre, entre otras cosas, era mantener el orden en su familia. Eso era lógico. Si había que hacer una excepción en sus leyes era quien lo decidía. Tenía sentido.

Vaylon y yo nos miramos otra vez. Hice una lista mental de las normas.

No descubrirse, fácil. No matar humanos, fácil. No matar vampiros, bien.

—Estáis asentados —inquirí, para asegurarnos—. No os mudáis cada cierto tiempo.

—No —negó el Padre—. Aquí es donde vivimos y donde tenemos a nuestro rebaño. Y es donde viviréis también, si os atenéis a las normas.

Comida gratis, sin esfuerzo. Cama, habitación. Una familia.

Un hogar.

Nosuë se enderezó.

—Podéis salir y pensarlo —dijo—. Cuando os decidáis, volved, y podréis instalaros en la mansión.

Era muy generoso, y muy rápido. Confiaba en su capacidad para proteger a su gente; era un grupo muy reducido… o eso pensaba yo en aquel momento, pues Nosuë no solo protegía a William, sino a todos los humanos de las inmediaciones.

—Gracias —respondí, levantándome—. Sí, lo pensaremos.

—Vuestro modo de vida es… realmente extraño —comentó Vaylon, diciendo en voz alta lo que ambos pensábamos.

Nosuë lo miró, y sus labios se curvaron en una media sonrisa. ¿Broma, dolor, amargura, picardía? ¿Qué había en esos ojos?

—No encontraréis muchos vampiros con estas ideas, eso es verdad.