Capítulo VIII – Verdades – William
«Hm».
«Hm…».
«Hmmmm…».
Eso era todo lo que pensaba cuando regresé a casa y mi padre no me esperaba en el portal.
Subí, extrañado, y piqué a la puerta. Tardó en abrir, y cuando lo hizo… Me miró con aburrimiento.
—Ah, eres tú —dijo con desdén.
Ladeé la cabeza, sin comprender su comportamiento. ¿Realmente estaba encontrando otro juguete?
—Sí, padre.
—Entra.
¿Lo había llamado «padre» y se había quedado igual?
Entré, con el semblante confuso, y él cerró la puerta tras de sí.
—¿Qué tal te sientes hoy, hijo? —preguntó.
«¿Qué?», pensé, sorprendido. «¿Me está preguntando qué tal estoy?».
—…Bien, supongo —me encogí un poco, pero medio sonreí como de costumbre.
—Ah… —suspiró él—. Qué sonrisa tan dulce tienes, mi pequeño, y lo mucho que la echaré de menos cuando ya no estés aquí.
Retrocedí instintivamente unos pasos, frunciendo el ceño.
—¿Qué… Quieres decir, Danag?
Él también sonrió, cada vez más. El cabello ensombreció sus ojos, haciéndole parecer más loco que nunca.
Aquello no me gustaba.
—¿No vas a darme un beso, mi pequeño? —preguntó, acercándose con lentitud—. Mi hijo, mi precioso hijo…
Me eché atrás hasta dar contra la pared y lo miré, asustado. Era la primera vez que en mi rostro expresaba lo que sentía con él, pero no pude evitarlo. Era demasiado…
—¿Tienes miedo? —me tomó del mentón; estaba muy cerca de mí.
No contesté. Lo miré con fijeza. ¿Qué pretendía?
—¿No me respondes? ¿Es que ya no me quieres? Últimamente te notaba muy apagado conmigo…
Seguí sin decir nada. Desvié la mirada, pero él me obligó a volverme de nuevo.
—¿Qué ocurre, William?
—Nada.
—Siempre igual, ya no eres el mismo… El mismo chico tímido que conocí.
Nunca me conoció, nunca. Era un maldito acosador, me persiguió durante años para una noche transformarme, asustándome… Aterrorizándome. Matándome bajo sus colmillos.
—¿Recuerdas mi regalo de cumpleaños? —su sonrisa se ensanchó—. Fui suave contigo. Lo fui. Sí, después de hacerte mi pequeño cachorro… Después de alimentarte… Ah, es cierto, tú no lo recuerdas. Estabas fuera de ti.
«¿Qué…?».
—¿Te refresco mi memoria? Tu madre estaba preocupada por ti, los chillidos de cuando mi veneno recorría tu cuerpo llamaron su atención —me pasó la lengua por el cuello—. Sí… ¿Lo vas recordando?
Aquella noche era para mí algo borroso. No recordaba nada de lo que había ocurrido, nada…
De pronto me vino a la cabeza aquella escena. Yo, descontrolado, me lancé sobre la humana más cercana… Mi madre.
—Tenías mucha sed, mi niño, es normal lo que hiciste.
Su cuerpo… Recordaba su cuerpo lánguido y desangrado entre mis brazos.
—¿Recuerdas lo salvaje que te pusiste? Cómo la tomaste y la pusiste contra la pared, cómo casi arrancaste su fino cuello con tus afilados colmillos…
«Basta… Basta… No quiero recordar eso…»
—Pero no era eso lo que quería recordarte —negó Danag—. Es el regalo que te di, en lo que te transformé, en la primera vez que te hice mío.
Bruscamente me besó en los labios.
—Si no eres sólo mío, no serás de nadie.
Me quedé helado. Me costaba pensar con claridad.
Cuando quise darme cuenta me había mordido con violencia en el cuello. Mi sangre comenzó a manar, bajando por mi cuerpo.
—¿Sabes lo que quiere decir eso? —ronroneó.
—No…
—Que me he hartado de ti.
Sí. Siempre había estado esperando ese día. Esperaba que dijera aquello, pero… Había algo… Que…
—Y tendrás el honor de morir en mis manos, desangrado como tu madre.
Comenzó a reírse, con maldad… Con…
Desvié la mirada hacia la puerta. Cerrada. Él me cogió de la muñeca.
Detrás de mí estaba la ventana… Mi única salida…
Mi padre fue a morderme el cuello de nuevo, para desgarrarme y desangrarme, pero en el último momento lo empujé con fuerza, apartándolo de mí.
Salté por la ventana desde allí mismo.
Aún escuché su voz decir:
—Vayas donde vayas, te encontraré…
Tuve miedo de que me siguiera. Deseé que mis piernas corrieran lo suficiente para alejarme de él…
Quería llegar a los brazos de Nosuë, llegar ya.
Las lágrimas rodaban por mis mejillas, y el pánico se había apoderado de mí. No podía pensar, ni hacer otra cosa que correr.
En cuanto vi las puertas de la mansión las aporreé con fuerza.
—¡Nosuë! —chillé—. ¡Nosuë!
La puerta se abrió intempestivamente, y Helen salió.
—¡Dios mío, chico! —exclamó, asustada por mi estado, por la sangre que manchaba mi cuello y mi ropa—. ¿Qué te ha pasado?
Me encogí, cayendo de rodillas. De pronto me sentía perdido, fuera de mí, la cabeza me daba vueltas.
—¿William? —insistió la mujer—. ¿Will? Dios, ¿pero qué…? Voy a buscar a…
—¿Qué ocurre?
Nosuë se acercó desde el pasillo y me miró. En seguida se arrodilló a mi lado con expresión preocupada, aunque no solía mostrar nada, y me rodeó los hombros con un brazo.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó con ansiedad, y noté sus dedos en mi herida.
—M… Dan…
Se me había atascado la voz. Me aferré a Nosuë con fuerza, temblando de miedo, y eso me calmó un poco, al menos lo suficiente para poder hablar.
—Danag… Él… Él… Quería… Quiere… Matarme.
A pesar de todo, Nosuë no parecía comprender, como si no fuera consciente de la magnitud de mis palabras.
—Vamos —dijo con suavidad—. Vayamos adentro. No te pasará nada.
Me instó a levantarme, siempre cuidadoso. Me puse en pie, aún aferrado a él; era la primera vez que me sentía tan desesperado, y también la primera vez que lloraba siendo vampiro. Mis lágrimas eran rojas. Eran de sangre.
—Tengo miedo —confesé.
No respondió, sino que me guió al salón y me ayudó a sentarme en el sofá. Allí me abrazó, acariciándome con sus serenas manos.
—Tranquilo, William —susurró en mi oído—. Tranquilo.
Me agarré a él, intentando fundirme con Nosuë.
—Danag… —sólo mencionar su nombre me daba miedo—. Cuando llegué… Dijo que estaba harto de mí, me dijo que… Que si no iba a ser suyo, no iba a ser de nadie.
Tragué saliva, que me sabía a sangre. Notaba las puntas de mi cabello pringosas por la sangre que mis heridas habían derramado. Apenas sangraba, y aun así…
—Quiere matarme, Nosuë… —musité—. ¡Quiere matarme!
Me apretó contra sí, acariciándome el pelo.
—Calma —susurró con suavidad, aunque parecía tenso—. Calma, cachorro. No te hará daño. No puede llegar aquí.
—No me ha seguido porque no le ha dado la gana, Nosuë, sabe que puede encontrarme.
—Sí, puede encontrarte, pero no puede llegar aquí, Will, no puede llegar hasta ti.
Traté de recordarme que no necesitaba respirar, porque me ahogaba de lo alterado que me encontraba.
—Es un cabrón… ¡Es un jodido cabrón!
—Sí, ya lo sé. Lo sé, William. Tranquilo.
—No… No lo sabes. Él… Me recordó… El día que me transformó… ¡Nos, asesiné a mi madre y ese hijo de puta me lo ha recordado!
De pronto Nosuë me apartó de sí y me miró, muy serio.
—William, todos nos arrepentimos de nuestra primera víctima —dijo en tono razonable—. Y de la segunda, y la tercera. No debes odiarte por ello. La culpa ni siquiera es tuya.
—Ni siquiera lo recordaba…
—Sí, tardas un tiempo en acordarte de la primera vez que muerdes a alguien.
—Era mi madre… —agaché la cabeza, desolado—. Y él no me lo impidió… ¿Por qué no simplemente me ha dado puerta? ¿Por qué no lo ha dejado en un «me he hartado de ti»?
Nosuë ladeó la cabeza y me besó en la mejilla con suavidad, tan tierno.
—No lo sé —respondió por lo bajo—. Pero ya no importa, Will. Nada de eso importa. No puede tocarte ya.
—No, puede que a mí no… Pero… Alguien me ha sustituido, él no…
—Eso no debe preocuparte.
—Otro desgraciado ha ocupado mi puesto.
—Lo puedo imaginar, pero da lo mismo. La cuestión es que tú estás a salvo y fuera de su alcance.
—Lo que no sé es cómo he podido salir de allí.
—Porque no te dio una orden directa de que te quedaras, ¿verdad? Si lo hubiera hecho, hubieras tenido que quedarte… A morir. Pero no pensó en hacerlo, y pudiste escapar a tiempo.
—Por favor… Quítame este miedo, por favor… Bésame… Abrázame… Quiero sentirte.
Nosuë me apretó contra sí. Besó mis labios, profundizando, como si quisiera llegar a lo más hondo de mí y limpiar el dolor, pero fue dulce, acariciando mi rostro con ternura, siempre suave.
Aún temblaba de miedo, y me abrazaba a él, correspondiéndole. Necesitaba su protección, su amor, su apoyo…
Lo necesitaba completamente.
Me sentía abandonado, solo. Acababa de ser rechazado. A pesar del odio que tenía hacia Danag… Había algo doloroso en sus palabras.
En el fondo no había dejado de ser suyo. Aunque mi corazón y mi alma eran de Nosuë, algo en mí le pertenecía.
—Te quiero… —dije con desesperación.
—Y yo a ti, William. Te amo —volvió a besarme profundamente, y había un punto de miedo en la tensión de su boca—. Si te hubiera… Si él te hubiera matado…
Reí con amargura.
—Poco me ha faltado —respondí.
De pronto Nosuë me tomó del rostro y me miró a la cara, fija, fieramente.
—Si lo hubiera hecho… —repitió—. Ten por seguro que hubiera ido allí y lo habría despedazado aún si se llevara mi vida en ello.
Había en sus ojos una chispa de determinación ardiente que me hizo pensar que decía la verdad… Y muy en serio.
—Estoy vivo —le recordé—. Lo estoy… No te preocupes.
Inspiré hondo, ya más relajado, y lo besé en los labios. Nosuë me correspondió, siempre dulce, y asintió con la cabeza.
—Por suerte para él.
—Pero… Me he sentido tan rechazado… No es que quiera que me importe, pero en el fondo me ha dolido.
—Lo sé. Es tu sire. Hay un lazo muy fuerte entre los dos. Lo necesitas.
Titubeó visiblemente. Luego se apartó un poco más.
—Y eso me preocupa —dijo.
Ladeé la cabeza, mordiéndome el labio inferior. Aquellas palabras no me gustaron.
—¿Por qué…? —me atreví a preguntar.
—Porque si viene… Si viniera a buscarte, si siguiera tu rastro hasta aquí… Y te ordenara ir con él… No podrías evitarlo.
—Por eso se mostraba tan seguro… Por eso dijo que me encontraría. Por eso tengo miedo.
—Lo sé.
Nosuë se levantó de un salto.
—Ven.
Me puse en pie. Toqué mi cuello, y noté la humedad de la sangre.
—Hm…
Él titubeó.
—Primero ve a tomarte una ducha —se decidió—. Después te enseñaré algo.
—¿N… No te importa?
—¿Por qué iba a importarme, William? Esta es tu casa. Ahora más que nunca.
Me acerqué y lo besé en los labios. Ronroneó de forma leve.
—¿Quieres venir conmigo? —murmuré.
—Claro —me devolvió el beso con ternura.
Cerré los ojos unos instantes, y tomándole de la mano fui hacia el baño.
Más que ducharme… No, iba a darme un baño. Necesitaba relajarme, volver del todo en mí.
Y si estaba con Nosuë… Sería más fácil.
Abrí la puerta del aseo y dejé que él pasara primero. Entró. Abrió la cortina que rodeaba la circular bañera hundida en el suelo y se sentó en un taburete que había al lado. Se inclinó para poner el tapón y abrió el agua caliente del grifo brillante y plateado. Puso la mano debajo, sin al parecer preocuparse por que empezara a salir ardiendo.
Comencé a desnudarme. No había nada que tuviera que ocultarle a él. Me quité el jersey, dejándolo a un lado; sin pensar me llevé la mano al cuello ensangrentado, temblando aún ante el mordisco.
—No tengo ropa de tu estilo —comentó Nosuë, distrayéndome.
Señaló con la cabeza un armario grande y blanco que había en una esquina, mientras el agua ardiendo llenaba poco a poco la bañera. Había ropa suya en casi todos los armarios de la casa, incluidos los de los baños.
—No es que me importe mucho, Nos —susurré.
Se volvió hacia mí y me miró.
—Tendrás que ponerte algo mío —matizó, con la cabeza ladeada.
—Si a ti no te importa, no hay problema.
—¿Por qué me iba a importar?
Medio sonrió, comenzando a quitarse la camisa negra. Me acabé de quitar los pantalones de cuero para luego terminar de desnudarme. Me acerqué a él y sonreí.
—Gracias —agradecí en voz baja.
Él alargó una mano hacia mí, me atrajo por la nuca y me besó en los labios, los suyos siempre tan amables y dulces.
—Te quiero —susurró.
—Yo también a ti, Nos —le devolví el beso levemente.
Finalmente Nosuë se levantó y se quitó toda la ropa sin asomo de pudor, para luego cerrar el agua de la bañera ya llena.
—Tú primero, cachorro —me indicó.
Mostré una media sonrisa y entré, sintiendo la temperatura caliente en mi cuerpo ahora tan… Tibio. Me escurrí hasta sentarme, suspirando.
Él me miró unos segundos, en silencio, fijamente. Luego se levantó y apagó la tenue luz del baño, sumiéndonos ya en la total oscuridad. Veíamos de todos modos, pero era una visión nueva y extraña, como irreal.
Se acercó de nuevo mientras yo cogía algo de agua para limpiar la sangre.
—Deja —me pidió en voz baja—. Yo lo haré.
Mi mirada inexpresiva se dulcificó, y sonreí. En seguida estuvo sentado a mi lado, y acerqué mis labios a los suyos para besarlo.
—Está bien.
Nosuë se mojó las manos, y después las pasó por mi cuello, retirando la sangre que había salido de la herida.
—¿Aún te duele? —preguntó con suavidad.
Negué con la cabeza, cerrando los ojos. Sus dedos en mi piel se movían con suavidad y ternura.
—No, ya no. Fue más el susto que otra cosa.
—Lo puedo imaginar. Bueno, en realidad no.
Me mojó el pelo con cuidado. Yo subí una mano y le acaricié el brazo con suavidad.
—Ahora estoy bien —aseguré.
Él se acercó y me besó en los labios otra vez.
—La verdad es que me siento culpable —admitió a media voz, como si no quisiera decirlo en realidad.
—¿Por qué? —me sorprendí.
«Si tú eres mi salvador», pensé sin entender.
—Por… Por… —parecía confundido, y también dolorido—. Por haberte dejado ir. Por no… No haber podido hacer más.
—Está bien, Nosuë. Sólo tenerte cerca ya me hace sentir que has hecho mucho.
—Pero en realidad no he hecho nada.
—Estar a mi lado y hacerme sentir protegido.
Nosuë ladeó la cabeza. No parecía para nada satisfecho con aquello.
Se volvió, cogió un champú, se untó las manos con espuma y comenzó a lavarme el pelo. Cerré los ojos, aunque en seguida abrí uno para mirarle.
—¿Qué pasa? —quise saber.
—Nada. Cierra los ojos, aunque no seas humano el jabón pica.
Suspiré y obedecí. Levanté una mano para, a tientas, acariciar el cuerpo de Nosuë. Él continuó su labor durante un rato, masajeando y aclarando. Se untó las manos nuevamente y recorrió con ellas mi piel, acariciando y frotando con suavidad.
Finalmente, aunque demasiado pronto, terminó.
—Ya estás limpio. —susurró.
De inmediato sentí sus labios cerca de los míos. Muy cerca. Subí una mano hasta sus hombros, y luego, deseoso, lo besé profundamente. Me correspondió, siempre tan tierno, acariciando mi cintura y mi espalda.
Abrí finalmente los ojos y separé nuestros labios cuando el beso se alargó lo suficiente.
—Nos —lo llamé.
—Dime —me miraba con sus serenos ojos rojos.
—Te amo. Mucho… Muchísimo.
Su expresión, normalmente distante para todos, se suavizó notablemente.
—Y yo a ti, William.
—Y aunque creas que no has hecho nada, para mí has hecho más que nadie en el mundo —volví a besarlo, fugaz—. Me has abierto el corazón, me has enseñado a amar… Has hecho mucho más de lo que crees, y no quiero que te sientas mal… Por nada.
Nosuë ladeó la cabeza, sus ojos rojos clavados en mí. Acarició mi mejilla con los labios, suave y lento.
—Algún día te explicaré por qué me siento tan mal —prometió—. Ahora no podría.
Fruncí el ceño, sin comprender.
—¿Qué…?
Pero me interrumpió con un beso en los labios, y tuve la sensación de que lo hacía para acallarme.
—Vamos —dijo, levantándose desnudo del agua—. Tengo que enseñarte algo.
También me puse en pie, lentamente.
—Sí…
Nosuë salió de la bañera en la oscuridad. Cogió una toalla de la estantería, y entonces nos envolvió a ambos con ella, apretándome contra sí y apoyando su frente en la mía.
Eso me hizo sentir más seguro, tan a gusto…
Suspiré. Creo que no pude sonrojarme por la sangre perdida al llorar.
—Hhhmmm… —ronroneé humanamente.
—¿Tienes sed? —me preguntó él en voz baja.
—No. Realmente no.
—Bueno.
Se separó. Fue hacia el armario, abriéndolo y mostrando unas cuantas perchas de la que colgaban varias prendas suyas; casi todo su vestuario era negro.
Sacó unos pantalones y me los dio.
—Póntelos —pidió—. Tengo que enseñarte esto antes de nada. Sólo por si acaso.
Obedecí y me puse la ropa, ladeando la cabeza, sin entender.
—¿Enseñarme…?
Se puso otros pantalones, casi idénticos. Dejó la toalla sobre una barra de metal encima de la bañera, y a ésta la destapó.
—Tu escondite.
—¿Por si… Viniera Danag?
—Sí.
Entrecerré los ojos y me mordí el labio inferior, llevándome una mano a la nuca, como solía. Era una opción estremecedora que hacía que se me encogiera el —en desuso— estómago.
—Bien… Enséñamelo.
Nosuë asintió y abrió la puerta, saliendo al pasillo. Me esperó fuera, tomó mi mano y luego me guió escaleras abajo, muy abajo, hasta llegar al sótano…
A la puerta de su pequeño santuario.
Al verlo me dio un escalofrío, recordando las pinturas, el órgano sonando… El nombre de ese supuesto dios, el nuestro.
Con una brutalidad que me hizo dar un respingo, Nosuë golpeó la puerta de madera. La capa superior se rompió y unos pedazos cayeron, mostrando un interior dorado.
—Oro —explicó—. Nuestra única debilidad. Si Danag viene, antes de que pueda decir nada baja aquí. Él no podrá derribar la puerta… Y tú tampoco.
Me alargó una llave plateada.
—Cierra por dentro, y luego destrúyela —continuó—. Si no estoy, llámame. El rebaño se intentará encargar de él aquí fuera. Si la cosa se alargara, dado el caso, aunque lo dudo, hay sangre en uno de los armarios.
Miré la llave y la cogí con suavidad.
—Espero… —susurré con cierta aprensión— No tener que usarlo nunca.
—Yo también lo espero —murmuró Nosuë en respuesta, tomándome de la cintura.