Capítulo V – Encrucijada – Nosuë
—¿Estás seguro de que no hay nada que puedas hacer? —preguntó Andy.
—¿Como qué? —repliqué, echándome el pelo para atrás en algo casi como un tic nervioso, frustrado de impotencia—. Por las buenas, significa ir a casa de un nosferatu del que no sabemos la edad y decirle cómo debe tratar a su cachorro. Y ese… Ser… Está loco. No hay explicación para su comportamiento. De forma que sería como invadir su territorio.
Miré al hombre con gravedad, sentados ambos en el salón. Él, normalmente tan jovial y alegre, también estaba muy serio.
—Si es mayor que yo, Andy, me aplastará con sólo chasquear los dedos.
—Exageras.
—Exagero. Pero no mucho.
—¿Y si es menor?
—¿Puedo arriesgarme? Ni siquiera creo que aceptara mis consejos. Y, desde luego, si me matara… No dudo de vuestra capacidad y vuestra voluntad, pero no quedaría nadie para cuidar de William, para procurarle un lugar donde descansar.
De pronto se oyó una tos leve y un saludo:
—Hola.
Andy y yo nos volvimos a la vez.
«Maldita sea», pensé. «No le esperaba tan pronto».
—Buenas noches, William —respondí con calma.
—¡Ey, chico! —fue el jovial saludo del humano.
El de ojos grises alzó una mano, siempre tranquilo.
—¿Hablabais de mí? —preguntó.
«Porras».
—¡No, qué va! —exclamó Andy con mucho énfasis.
«Pero qué mal mentiroso que eres…».
—Ya… ¿De mi padre?
—¡Nooooo!
—Andy, cállate —interrumpí—. Sólo barajábamos posibilidades, William.
—No os preocupéis, todo va más o menos bien.
—Pero no basta que vaya más o menos bien, chico —replicó Andy, frunciendo el ceño de un modo que le daba un aspecto peligroso—. Ese tipo se pasa tres pueblos contigo, ¿no?
—Tampoco hay mucho que podamos hacer —razoné yo, mirando hacia la pantalla apagada del televisor—. Me juego lo que sea a que tu padre no atendería a razones de una forma civilizada.
No debí decir aquello.
—Hay otra opción —comentó el humano.
—Cállate, Andy —le advertí.
—Sigue siendo una opción viable.
—No es viable.
—Si es menor que tú, tendrá menos poder y menos resistencia, y podrás…
—¿¡Qué?!
Me levanté y lo miré de una forma tan torva que creo que lo asusté, porque se echó hacia atrás con espanto.
—¿Matarlo? –—mascullé, notando que de mi garganta brotaba un gruñido.
La sola idea era… De alguna manera, era antinatural. Iba contra todas nuestras leyes, las leyes de los vampiros. Matar a un semejante era el peor crimen que podíamos cometer… Aunque muchos no lo supieran.
¿Pero qué hacer? Para proteger a William, a la persona a la que amaba, ¿qué tenía que hacer? ¿Cuál era la elección? ¿Romper con todo en lo que yo creía?
Él se acercó y me rozó la mejilla, muy suave, muy dulcemente, un contacto amable y tranquilo.
—Está bien, dejémoslo ya —pidió.
Pero dejar que él continuara en aquella situación era una atrocidad.
«¿Qué debo hacer?», pensé con desesperación, sintiéndome impotente por primera vez en siglos.
Andy se levantó lentamente.
—Bueno, bueno —dijo—. Yo… Me marcho.
Se dirigió a la puerta y se fue.
William parpadeó con lentitud y se sentó en el sofá.
—Nos —me llamó por la abreviación de mi nombre, algo que no me hubiera gustado en nadie más que en él.
Sacudí la cabeza y me volví hacia el cachorro. Me indicó que me acercara, así que fui a su lado y me senté también.
Sin aviso me besó suavemente en los labios, y no supe responder a la dulzura de sus tibios labios. Cogió un mechón de mi cabello, lo acarició y con delicadeza volvió a soltarlo.
Cuando nos separamos, lo miré a los ojos.
—No sé si puedo dártelo —murmuré, intentando que entendiera el trance en que me encontraba, las dudas, la terrible encrucijada entre protegerlo atacando, tal vez matando a un semejante, o dejarlo padecer mientras lo tuviera al menos un poco.
—¿El qué?
—La libertad.
Suspiró y apartó la mirada.
—Estoy bien.
«Mentiroso», pensé.
—Lo siento —me disculpé.
No pude evitar abrazarlo con fuerza, apretarlo contra mí. Al menos así podía protegerlo: mientras estuviera entre mis brazos nada malo le pasaría.
Me sentía despreciable por no ser capaz de darle lo único que en realidad necesitaba. Podía, tal vez sería capaz de lograrlo, ¿pero debía? ¿Debía romper con todo, con mis enseñanzas, mi credo, lo que sabía que estaba bien y lo que estaba mal, por protegerlo?
¿Era yo el indicado para impartir justicia entre los míos?
—Lo siento, William.
Notaba mis ojos anegados de lágrimas rojas, enturbiando mi visión.
Él correspondía a mi abrazo, fuerte.
—No digas eso —pidió—. No me hagas sentir peor —Sus pálidos dedos acariciaron mi mejilla con ternura—. Pudiendo disfrutar de estos momentos, yo ya soy feliz.
«Ojala pudiera darte más».
Pero para hacerlo tenía que matar a otro vampiro, el crimen más aberrante para los de mi clase.
Para nosotros cada individuo era vital. Debía serlo. Éramos… No. Seríamos necesarios.
—William…
Se apartó un poco para mirarme, aunque no me soltó, sus brazos todavía rodeándome.
—¿Hm?
Involuntariamente lo besé con suavidad en los labios, acariciando su espalda.
Desde luego, no era la espalda de una chica, pero me gustaba. Él me gustaba.
cerró los ojos, correspondiéndome con su habitual calma.
—Te quiero —dijo al separarnos—. Y siempre lo haré.
—Y yo a ti, William —respondí con completa sinceridad—. Te quiero… Con todo mi corazón.
Sonrió de forma leve y volvió a besarme, fugaz.
—Me alegra saber que es así.
Lo abracé fuerte, apretándolo contra mí. También me gustaba notar su cuerpo tibio contra el mío. Era una sensación agradable.
—He conseguido que me deje salir dos veces por semana —comentó en voz baja, correspondiendo a mi abrazo, como si salir a la calle fuera algo que uno tuviera que lograr con méritos—. Vio que estaba realmente mal si esperaba una semana.
«Sí, todo un logro para ese monstruoso ser», pensé con rabia.
—Me alegro, William —le acaricié el negro cabello—. Me alegro mucho.
—Últimamente me ve un poco flojo —rió levemente.
—Últimamente se pasa mucho contigo.
Podía ver en mi cabeza sus heridas, el estado deplorable en que llegaba, agotado, moribundo, sediento.
—Sabe que le oculto algo.
—¿Sería un problema si supiera que… Vas a comer a casa de alguien?
—Sería un gran problema que supiera que te he conocido, que vengo a tu casa y además que estoy enamorado.
En cierto modo era extraño oírlo decir así, tan claramente, tan llano y sincero.
Enamorado, bueno, qué bien se sentía. William me amaba… Y yo a él. Pasara lo que pasara, hiciéramos lo que hiciéramos, nos amábamos.
Volví a besarlo en los labios, no con pasión, pues los nosferatu somos menos pasionales, pero sí con cariño.
De nuevo me correspondió. Entreabrió los labios para profundizar, y yo lo complací. Noté su lengua en el interior de su húmeda boca al acariciarla con la; la saboreé, disfrutándola al máximo. Apreté su cuerpo tibio contra mí, rozando su espalda, su cintura.
William se separó para respirar, sólo como un reflejo humano, y tocó mis labios con la punta de los dedos.
—Eh… —me llamó, titubeando.
—¿Sí? —besé delicadamente su boca.
—Eres lo mejor que me ha pasado en la vida. Quiero que lo sepas.
Esas palabras tan llenas de sinceridad tocaron una fibra sensible en mi interior, algo cuidadosamente controlado, a salvo tras una muralla de apatía que protege a los vampiros de amar aquello que es demasiado efímero y sólo nos reportaría dolor.
Ladeé la cabeza, mirándolo, y tomé su mano para besar la yema de sus dedos.
—Seguramente esto no tiene mucho sentido para ti… —comenté lentamente — Y puede que incluso te ofenda… Pero de haber podido, te habría convertido yo.
Ya lo había dicho.
Un oscuro y callado secreto, el anhelo frustrado de haber clavado mis colmillos en su piel, de haber tomado su sangre y haberlo transformado en alguien como yo. Mi cachorro. Mi criatura y mi amor, todo en el mismo cuerpo.
Era lo que quería, lo que hubiera querido.
Por desgracia alguien se me adelantó.
—Si me hubieras convertido, si fueras tú quien me hubiera traído a este mundo y me hubiera transformado en lo que soy… —respondió William con lentitud— Me sentiría orgulloso de estar a tu lado, y me sentiría bien al pensar que podría estar años y años con la persona que me había dado la vida.
—A veces eres tan tierno que te mordería.
Cuánta verdad en esas palabras.
—No me importaría —él me sonrió.
Le devolví una media sonrisa, suave, y lo besé en el cuello. Notaba el olor de su sangre, tan atrayente… Para ser un vampiro. A pesar del toque mentolado su antiguo aroma estaba tan presente, era tan atractivo…
Cada vez estaba más convencido de algo: si él hubiera sido humano cuando nos conocimos, la Llamada hubiera sido… Casi irrefrenable.
—Hazlo si realmente lo deseas —me sorprendió de pronto—. Podemos imaginar.
—No voy a darte un mordisco, William.
«Aunque quiera», pensé.
¿Qué era más sorprendente, su propuesta o mi deseo? No estaba seguro.
Él puso una mano en mi cabello, suave.
—Hazlo —insistió.
Ladeó la cabeza para mostrar la piel tersa y blanca de su cuello.
Aunque estaba frente a un vampiro, notaba la boca inundada de algo parecido a saliva. Bien, los humanos salivaban ante un manjar que les gustaba mucho. Los vampiros segregábamos una forma de sangre incolora y sin sabor en las mismas circunstancias.
—Suena como si quisieras —comenté, en apariencia tranquilo pero sintiendo un extraño anhelo enroscándose en mi cuello.
—No suena —susurró—. Es.
Ese chico podía conmigo.
Lentamente bajé la cabeza y rocé su cuello con los labios. Su piel era tibia y tersa, suave, tal y como había esperado.
Aunque Wiliam era un vampiro, el cachorro de otro nosferatu… Oh, me moría de ganas por morderlo y probar su sangre.
Aunque inútil desde un sentido de supervivencia, ese deseo no era tan extraño. Pero hacérselo a William, que había sido mordido sin… Sin espera, sin explicaciones, sin nada.
—¿Seguro? —murmuré contra su piel; no notaría mi aliento, pues no tenía, pero sí la vibración de mi voz.
—Es la primera vez que deseo que lo hagan.
—Está bien… Si es lo que quieres.
Besé su cuello un par de veces, para sensibilizarlo, para… Distraerlo. Noté cómo se estremecía.
Entonces desenfundé mis colmillos de nosferatu y los clavé en su carne blanca.
Me abrazó con fuerza y suspiró.
Aparté los dientes, y la sangre roja se escurrió hasta mi lengua.
Deliciosa, tal y como esperaba. Era capaz de separar el matiz vampírico y saborear lo que habría sido como humano, ese sabor agradable y sugerente que no desearía nunca dejar de tomar.
Pero, unos momentos más tarde, lamí las heridas para cerrarlas, besé de nuevo su piel otra vez intacta y apoyé la frente en su hombro, todavía notando su sangre exquisita en mi boca.
Me di cuenta de que había estado ronroneando todo el rato, y aún no podía parar.
Lo amaba tanto…
}.{
Cuando volvió al cabo de cuatro días lo alimenté como solía. No obstante, en lugar de permanecer en la mansión lo tomé de la mano con naturalidad y lo saqué de allí, en dirección a las calles.
No debió pasarle por alto el hecho de que me puse las lentillas azules que tapaban mis ojos rojos, pero no preguntó hasta que estuvimos ya cerca de nuestro destino.
—¿Dónde vamos, Nos? —preguntó al final.
—Todavía no has visto mi club.
—Es cierto —William sonrió—. Tenía un poco de curiosidad por saber cómo era.
—Espero que te guste. Al menos hoy.
Llegamos a la calle. Ya se veía el cartel de neón, sin letras, sólo con el dibujo de las dos lunas entrelazadas y una nota musical debajo. Ideas de Andy… El de hacía dos generaciones.
Fuera había gente haciendo cola para entrar. En su mayoría vestían de forma parecida a Will, con cadenas y cruces y pinchos y todo de negro. Tal y como había planeado para ese día, claro.
Mi compañero los miró, alzando las cejas con sorpresa. No debía esperarse de mí tener…
—¿Un club gótico? —preguntó, dudando.
—Depende del día.
—¿Va variando durante la semana?
—Algo así. Cada día es de un estilo diferente, así siempre tenemos a la clientela contenta.
Llegamos a la puerta.
El agente seguridad, Esteban, me guiñó un ojo y nos dejó entrar.
Nos encontramos primero con una barandilla, un pequeño mirador que nos dejaba ver lo que había debajo: un escenario al fondo, mesas y sillas dispuestas junto a las paredes. La barra la teníamos debajo. En el centro había gente charlando o bailando al son de la música baja que sonaba.
A nuestra izquierda, las escaleras de metal bajaban.
—Vamos —dije, instándole a seguirlas.
Él se quedó un momento parado. Luego dio un respingo y bajó, sorprendido. En su rostro se notaba la emoción que sentía. Estaba en su ambiente, ¿no?
Lo guié hasta el escenario, quedándonos al lado.
—Espero que tengas algo preparado —comenté, mirando detrás de la plataforma, donde unos músicos afinaban sus instrumentos.
Me observó con visible desconcierto.
—¿C-cómo?
—Ellos seguirán tu ritmo. Sales al escenario en quince minutos, tiempo de sobras para ensayar alguna cosa.
—Sí, bien… Em… Vale… Me… Mme has pillado desprevenido.
Rió, nervioso. No recordaba haberlo visto nunca tan nervioso, pero aquella faceta de William me gustó.
Era hora de desvelar mi intención primaria.
—Lo sé —asentí con calma—. Pero dijiste que querías dedicarte a la música, así que… Si todo va bien produciré tus discos, así que mejor que te esmeres mucho esta noche, cachorro.
Cuando llegó el momento Will subió al escenario, cogió un bajo y se puso cara al público. Ya no había nerviosismo en su rostro, sólo serenidad.
Las luces se dirigieron hacia él y los músicos contratados para la ocasión. El moreno movió un poco el pie, marcando un ritmo. Entonces chasqueó los dedos y comenzó a sonar una melodía lenta y triste.
Tocó su instrumento y cantó con voz suave y sensual.
Desde la oscuridad más profunda te conocí,
Desde la soledad te vi.
Mis ojos se cruzaron con tu mirada.
Deseé huir, deseé escapar.
Tenía miedo,
Miedo de aquel que me poseyó,
Miedo de aquello que no conocía.
La sangre, la sed,
La mirada aterrada de los humanos al morir
Bajo la mirada oscura de aquel ser nocturno
En que yo me convertí.
Tú lo eras también,
Igual que yo,
Igual que él,
Pero a la vez diferentes.
Donde él se mostró duro,
Tú fuiste dulce.
Donde quedé abandonado en la oscuridad,
Tú diste un brote de luz.
Mi esperanza volvió.
El amor que desbocas invadió el corazón,
Me invadió el alma.
Volví a confiar,
Volví a querer.
Unido a ti.
Sin ti no soy nadie.
Lejos de ti,
Moriría.
El amor que desbocas me invadió el corazón,
Me invadió el alma.
Volví a confiar,
Volví a querer.
Lejos de ti,
Lejos de ti…
¿Qué sería de mí?
No soy nadie,
No querría ser nadie.
No desearía existir en un mundo
Donde tú no estuvieras.
Sangre, sangre, sangre…
El poder de la sed pude vencer por ti.
Me desangraba,
Mi corazón sufría
Después de muerto,
Incluso dejando de latir sufría.
Ahora vuelve a vivir,
Vive por ti,
Vivo por ti.
¿Por qué sentía como si estuviera recibiendo una carta de amor?
Lo estuve mirando durante todo el rato, disfrutando de su voz, su música, la emotiva letra que cantaba.
Sí, había sido una buena idea. No sólo porque le hacía feliz, porque le gustaba y podría hacer lo que quería, sino también por un motivo un poco más mercenario, un motivo oculto que no quería que William descubriera.
Mientras él cantara yo podría encargarme de cierto asunto que requería toda mi atención.
Me quedé sólo para ver cómo el público pedía otra canción entre aplausos y vítores, y Will, mi dulce Will, los complacía.
Me fui discretamente en dirección a las escaleras. Allí toqué el hombro de Esteban.
—Si no llego a tiempo, llévalo a casa antes del amanecer —pedí.
Él asintió gravemente, y yo me alejé sin prisas. Tenía toda la noche para buscar.
Cuando estaba a la altura del parque me quité las lentillas, las guardé y saqué los colmillos. Eso fue fácil. Lo que no me resultó tan sencillo fue colocarme la máscara de neófito: desorientado, un poco agresivo, un poco asustado.
Un joven vampiro recién convertido… Y que se siente perdido.
Comencé a caminar por las calles menos transitadas, siempre arrinconado en la sombra.
Olisqueaba, buscando el rastro del único nosferatu que había allí aparte de William y de mí. Debía parecer desvalido y perdido, me recordaba a cada instante, no que lo estaba buscando. Si lo hacía así…
No fue fácil. Sabía cubrir sus huellas, pero al final di con él.
Lo encontré en el parque. Era un hombre de cabello oscuro recogido en una cola y ojos intensamente verdes. Me miraba. Me había percibido ya. Alzaba las cejas, observándome.
Lo miré, desvié la vista, volví a mirarlo…
«Estás asustado», me dije. «Eres un cachorro asustado».
Una parte de mí se preguntaba si podría hacerlo.
El vampiro parecía divertido. No sabía si me había descubierto ya, o si le gustaba lo que estaba viendo.
Se acercó a mí con el mentón alto y la mirada altanera de alguien que se cree superior.
—¿Ocurre algo? —preguntó, y con inusitada suavidad.
—No.
Mi respuesta fue rápida y brusca. Me aparté, manteniendo una cortina de cabello siempre entre los dos, ocultando mis ojos.
—Hm… Quién lo diría.
Con todo descaro y sin ningún miedo me apartó el pelo mientras decía:
—¿Tienes miedo?
Me encogí un poco y dejé que viera un instante, como por accidente, el color atípico de mis ojos rojos. Después me aparté para ocultarme otra vez.
—No, señor…
Eso es. Tímido, asustado. Así es como los quería, ¿no?
—Ahá… —oí que se relamía—. ¿Intentas ocultarme lo que eres, pequeño?
Me moví un poco, en apariencia nervioso.
De acuerdo, tal vez lo estaba de verdad, pero por distintos motivos. No me asustaba que reconociera mi naturaleza, de hecho era lo que quería. Lo que me asustaba, lo que realmente me preocupaba, era si lograría llegar al final.
—¿U… Usted…?
—Soy un vampiro, si te lo preguntas.
Por entre los mechones de mi pelo vi cómo lanzaba una media sonrisa. Casi parecía amable. Era repulsivo.
Volví a mirarlo de refilón, en apariencia cada vez más confundido y asustado. Así, perfecto. Solo esperaba ser lo suficientemente… Convincente.
—Eres un cachorro, ¿verdad? —preguntó, siempre en tono suave y educado, casi paternal.
Me sorprendió que pudiera creérselo.
—¿Dónde está tu sire? —insistió.
—Mi… Mi sire… Él… Él…
Respiré deprisa, de forma artificial.
Solo tuve que pensar en Ritz, mi verdadera sire, que me escogió de entre toda una familia cuando era niño, que me mantuvo a su lado, que me convirtió en su cachorro. Pensé en ella, que me educó y me cuidó hasta que…
Había dos maneras de reaccionar a esos recuerdos.
Una, que gruñera de furia.
Otra, que se me anegaran los ojos de lágrimas.
Por suerte hacía demasiado tiempo, y ya no podía enfadarme… Al menos, no como antes. Había aprendido a controlar la ira.
Por tanto, las lágrimas de sangre fueron las que llenaron mis ojos.
—Murió —musité con verdadero dolor.
—Está bien, pequeño lindo, está bien —me acarició el pelo, y sentí el deseo de apartarlo de un manotazo, hacerle saber que no era una criatura indefensa—. No por ello es el fin del mundo.
—Pero… Me siento tan… Tan…
Un cachorro sin sire era la criatura más triste que podía imaginar. Solo, desamparado, sin saber qué hacer en el mundo. No era la falta de un guía que le instruyera en el vampirismo. Era la falta de algo dentro de sí, como una parte de su corazón arrancada.
Eso es algo que se mantiene incluso después de siglos y siglos… Aunque a menudo los neófitos desamparados no viven tanto.
—Lo comprendo, cachorro —
Danag entrecerró los ojos y me acarició la mejilla. No sé cómo logré contener el gruñido de asco.
—Yo podría ayudarte, siempre que quisieras —sonrió.
—¿A… Ayudarme?
—Necesitas apoyo. Estás un poco desorientado, ¿hm?
«Demasiado fácil», pensé con desconfianza, y aun así parecía estar yendo bien.
—S… Sí. Me siento… Perdido.
—Bueno, siempre que necesites me pasaré por aquí todas las noches —vi cómo entrecerraba los ojos—. Ocúltate durante el día. Diría que vinieras a mi casa, pero… Quizá es un poco pronto para ti, ¿hm?
Sacudí la cabeza, en apariencia alterado por todo aquello.
—Lo… Lo siento…
Ya había avanzado bastante, y no quería echar a perder mi plan, de modo que di la vuelta y me alejé corriendo.
Pronto, no obstante, dejé de correr, y me limité a caminar por las calles más oscuras.
El primer acercamiento a Danag, el sire de William, había sido cercano a la perfección. Por mi experiencia, demasiado bien.
Había algunos puntos flacos. ¿Realmente había creído que era un cachorro sin su conversor? ¿Podía no haberse dado cuenta de que en mí no había ni un leve trazo de olor a humanidad? Si no lo había notado, ¿era entonces demasiado confiado, o sencillamente arrogante, tanto como para no contemplar la posibilidad de ser engañado?
Pero si no lo creía…
¿Consideraba que no era más que un vampiro débil buscando un señor al que adherirse? Podría ser. ¿Quizá me estaba siguiendo el juego? Aunque era la opción más peligrosa, también era una posibilidad.
Con un gruñido de incomodidad me dije que no tenía modo de saberlo. Por ahora debía confiar en mis muchos años de experiencia, en mi templanza y mi control, hasta poder averiguar cómo proteger a William… Sin exponerle a él, ni a mis humanos, al peligro de un vampiro loco.
El sol casi me sorprendió en la entrada de la mansión. Llegué cuando estaba a punto de salir por el horizonte, cuando lo notaba erizándome la piel.
Cómo odiaba el día.
William estaba apoyado en la pared junto a la puerta, con la cabeza agachada y los brazos cruzados. Su mirada gris se había clavado en mí en cuanto entré, y no se movió hasta que cerré.
—Buena carrera, ¿eh? —dijo con ligereza.
—Sí… —asentí—. El sol me ha sorprendido un poco.
—Ya…
Dejó de apoyarse para mirarme más fijamente, con la cabeza ladeada.
—¿Y dónde estabas? —quiso saber.
—Dando una vuelta —mentí.
Me acerqué a él y acaricié su cintura con mucha suavidad, calmadamente.
—¿Ha ido bien? —pregunté.
—Sí —respondió en un suspiro, pero no dejó que mi contacto lo distrajera—. Me has tenido preocupado.
—Tranquilo, cachorro. Los de mi rebaño suelen decir que soy un gato salvaje. Me gusta andar por ahí a veces, solo.
Y era cierto. Necesitaba la soledad… Para mantener la cordura.
William ladeó la cabeza y entrecerró los ojos.
—Ahora no estás solo —me recordó.
Fue enternecedor, y a la vez me hizo sentir algo doloroso en el pecho.
Lo besé en la comisura de los labios, suave, disfrutando de su aroma y su piel.
—Lo sé —asentí.
«Aunque temo que eso vaya a cambiar…», pensé. «…pronto».