Capítulo VI – Temores – William

 

 

Últimamente no sufría tanto. Los días con mi padre no eran tan duros. Yo no sabía por qué, dado que seguía comportándome como siempre. Prefería no pensar en ello, pero…

Quizá habría encontrado otro desgraciado que me sustituyera.

El caso es que había pasado un tiempo, y comenzada a darme igual ser vampiro o no. A pesar de todo, tenía al lado a la persona que quería.

Más o menos.

No siempre estaba con Nosuë. El poco tiempo que tenía libre quería dedicarlo a él, pero… No podía hacerlo en cualquier momento.

Un gato salvaje. Eso decía que era. ¿Y pues, yo qué?

No me gustaba la sensación de soledad, no me gustaba estar lejos de él… Fuera por el motivo que fuera. Estaba acostumbrado a su compañía.

Aunque a veces estaba ocupado con las grabaciones, a veces cantando en el club… ¿Dónde estaba él?

Me alegraba que mi padre comenzara a dejarme salir más, me alegraba que, al parecer, se estuviera cansando de mí. Pero… ¿Nosuë también?

No podía evitar pensar que era un simple juguete.

 

}.{

 

Era otra noche de aquellas en que parecía que Nosuë no estaba por la mansión.

En realidad yo debería estar en el estudio, improvisado, trabajando en una canción, pero no tenía ganas, así que fui a la sala de música y toqué alguna cosa, solo para mí.

Esperaba que viniera él a buscarme. ¿O quizá no iba a venir?

Mi comportamiento comenzaba a ser arisco con los demás, y eso me daba miedo. Me asustaba miedo volver a cerrar las puertas de mis sentimientos.

 

Faltaba muy poco para el amanecer cuando la puerta se abrió con lentitud, y Nosuë entró silencioso como una sombra, para sentarse cerca de mí y escuchar.

Seguí tocando unos momentos más. Después simplemente me detuve y desvié la mirada hacia él.

«¿Qué?», me dije. «¿Ahora qué le digo?».

—Hm —eso fue todo lo que brotó de mis labios.

—Cada día lo haces mejor —comentó suavemente, con una de sus medias sonrisas en los labios.

«No será por las veces que me oyes».

Volví a desviar la mirada hacia el piano, agachando un poco la cabeza.

—No sé, creo que lo hago como siempre —respondí con un suspiro artificial—. ¿Qué has estado haciendo esta vez?

—Lo que hago a menudo: pasear —noté que ladeaba la cabeza, observándome con sus ojos rojos como la sangre que bebíamos—. ¿Te molesta que salga?

«Sí», dije para mis adentros. «Me siento abandonado, me siento solo».

—No, claro —repliqué, no obstante.

«Mentiroso».

—Por qué mentirás tan mal.

Desvié la mirada hacia él y medio sonreí. ¿Lo había notado?

—No me molesta si es necesario que lo hagas —aclaré.

Se me quedó mirando unos momentos, en silencio. Pensé que pensaba una buena respuesta. Algo que me calmara, supongo.

—¿Por qué no me ayudas con mi arte? —preguntó de pronto.

Entrecerré los ojos, un poco herido.

Sí… Se le daba bien cambiar de tema, hacer ver que no pasaba nada.

«Pero sigo sintiéndome solo».

¿Por qué aquella sensación de abandono? ¿Tanto le aburría mi personalidad?

«¿Tan soso soy?».

Ladeé la cabeza, mirándolo con fijeza.

—¿Cómo quieres que te ayude? —quise saber.

—Sé mi modelo —pidió—. Es algo que podemos hacer juntos.

—¿Tu modelo? —alcé las cejas con sorpresa por una propuesta así.

—Aunque si no te gusta que te retraten…

Negué con la cabeza. Me puse lentamente en pie y tendí una mano hacia él.

—No me importa si eres tú.

Nosuë se levantó, se acercó y tomó mi mano tendida. Me rodeó la cintura con el otro brazo, mirándome fijamente con sus ojos rojos, y finalmente me besó en los labios, dulce.

Cerré los párpados para disfrutar de aquel roce.

Aquello aún me hacía sentir bien: sus labios sobre los míos, el movimiento lento, el amor desbordante.

¿Por qué era tan cobarde? ¿De qué tenía tanto miedo? ¿No era más sencillo confiar en él y expresarle cómo me sentía?

Seguro que sólo eran paranoias mías, me decía. Y aun así… Aun así…

No podía.

Me aparté con lentitud para acariciar su mejilla, deleitándome con la suavidad de su piel bajo mis dedos.

«Quédate conmigo», quise suplicar.

¿Tan difícil era?

—Sabes que te quiero, William —dijo Nosuë de pronto—. ¿Verdad?

Ladeé la cabeza y mostré una leve sonrisa.

—Sí, lo sé —rocé sus labios con los míos, lentamente—. También yo a ti.

Me besó otra vez, suave, cuidadoso, fugaz. Su boca apenas tocó la mía un breve y delicioso instante.

—Vamos —susurró.

¿Cuánto podía llegar a querer a alguien?

Para mí… No había límite. Lo que sentía por él no tenía final. Si fuera por mí, si estuviera en mis manos elegir…

Sería siempre su sombra.

Asentí con lentitud y suavemente tiré de su mano.

—Sí.

Nosuë me guió hasta el salón de pintura… Donde estaba Marlene, una joven de finos rasgos y ondulada cabellera de color miel, acuclillada junto a unas pinturas que había apoyadas en la pared.

El olor dulzón de su sangre invadió mis sentidos.

Hice una leve mueca; a pesar de todo, mis instintos aún exigían que clavara mis dientes en un cuello frágil… El suyo.

—¡Ah, chicos! —exclamó, sonriendo, mientras se levantaba.

—¿Otra vez aquí? —preguntó el vampiro alzando una ceja.

La muchacha le sacó la lengua y dejó junto al armario el cuadro que al parecer había estado observando. Era el retrato de una mujer esbelta de largos cabellos rojos, ojos rasgados, labios sugerentes entre los que asomaban unos colmillos afilados, piel nívea de vampira y una expresión sensual y pícara.

—Es mi modelo a seguir —explicó Marlene.

—Sigue esforzándote —respondió Nosuë—. Tal vez lo consigas en tu próxima vida.

—Jo, eres cruel.

No parecía molesta en absoluto.

—Vete a dormir, Marlene —pidió el nosferatu.

—Vale, vale… ¡Adiós, chicos!

Pasó junto a nosotros y se marchó, dejando tras de sí el aroma dulzón de su sangre.

El vampiro sacudió la cabeza y tomó con cuidado el cuadro de la mujer, observándolo con un brillo extraño en sus ojos rojos.

Desvié la mirada hacia el cuadro que Nosuë sostenía con tanto afecto.

—¿Su modelo a seguir? —pregunté.

—Marlene dice que querría ser como ella.

—¿Y quién es?

—Mi sire.

«Hm… Sire… Sí», se me ocurrió entonces. «Él también tuvo que pasar por esa época, claro».

Era raro pensar en Nosuë como un cachorro.

—¿Cómo se llamaba?

—Ritz. Era guapa, ¿no crees?

Hubiera dicho que sí si me fijara en las mujeres, cosa que no parecía hacer desde hacía… Bastante.

—Ritz —repetí el nombre en un susurro—. ¿Qué es de tu sire ahora?

—Murió —me respondió con simpleza, llanamente—. Los cazavampiros la atacaron al amanecer y se quemó.

Nosuë llevó el cuadro al armario y lo guardó entre otros.

Fruncí el ceño, desviando la mirada. ¿Así que también había gente que cazaba vampiros? Ladeé la cabeza.

—Pensaba que eso sólo existía en las películas —comenté.

—No, son muy reales. Allí donde hay vampiros, hay cazavampiros. Viven destruyendo familias.

Me eché el pelo hacia atrás.

—Lo siento —le di mis condolencias.

Nosuë me miró, alzando las cejas.

—¿Por qué? Hace ya demasiado tiempo. No duele.

—¿Os llevabais bien?

—Sí —él ladeó la cabeza, pensativo—. La forma en que fui criado como humano es diferente a la tuya. Es imposible que me llevara mal con Ritz.

—¿Eras de un rebaño o algo así?

Asintió y se apoyó en el armario.

—Nací hace mucho tiempo como un humano de un rebaño relativamente grande que pertenecía a una familia de siete u ocho vampiros. Era moreno de piel, ¿te lo crees?

—Puedo creerlo. Al fin y al cabo, ahora estamos muertos.

—Es una forma un poco ruda de decirlo, la verdad, pero sí, supongo que lo estamos.

Me encogí de hombros. Para mí hacía mucho que había muerto.

—Lo siento.

—No lo sientas.

—A veces digo cosas con demasiada naturalidad.

Nosuë se acercó a mí y acarició mi cintura con sus manos grandes, firmes  y suaves.

—Eso me gusta de ti —aseguró.

Entrecerré de nuevo los ojos y suspiré.

—Sí… ¿Y cómo te escogió a ti? —seguí preguntando.

—Por mi sangre. Yo era su Llamada. Fue toda una casualidad que surgiera en el rebaño, dado que no es algo común. Al fin y al cabo, no éramos una familia muy grande, y un nosferatu puede tener una Llamada entre un millón de personas. Pero ella me olió cuando era niño, y supo que era yo.

Ladeé la cabeza. Aquello de Llamada sonaba tan… Animal.

—Ya veo.

Nosuë apoyó su frente en la mía, cerrando los ojos, rememorando el pasado remoto.

—A los diez años me apartó del rebaño y me mantuvo cerca, aunque no demasiado. Para no convertirme antes de tiempo, supongo. La sensación dicen que es muy fuerte. Yo no lo sé. Trece años después, decidió que era el momento y me infectó.

—Así que conservas tu cuerpo de veintitrés años.

—¿No los aparento?

Medio sonreí.

—Pensé que tenías la misma edad que yo.

—¿Y tú cuántos tienes, cachorro?

—Tampoco hay mucha diferencia. Veintiuno.

—Vaya, eres un niño.

Hice una leve mueca, alzando una ceja.

—No soy un niño.

Nosuë mostró una media sonrisa, serena y suave, y se acercó un poco más para besarme en los labios. No pude evitar cerrar los ojos y corresponderle.

No era un niño, había dicho. Pero tal vez debería pensarlo más a fondo: quizá sí lo era, al fin y al cabo. Un ser inmaduro que necesitaba la protección constante de alguien mayor que yo.

La dependencia total de Nosuë.

Me estuvo besando un rato, acariciándome con su ternura habitual, pasando sus manos cariñosas por mi cintura, mi espalda y mis caderas.

—A este paso no te retrataré nunca —comentó en un sensual susurro.

Me abracé a él y sonreí.

—Tenemos mucho tiempo por delante.

Nosuë ladeó la cabeza y me acarició.

—Es cierto —asintió—. Aunque tenía muchas ganas de pintar tu hermoso rostro. Prométeme que algún día me dejarás hacerlo.

Me ruboricé todo lo que podía ruborizarme, agachando la cabeza, ocultando mis ojos bajo mi flequillo negro.

Hasta yo a veces pasaba vergüenza con según qué palabras, no era tan insensible.

—Lo haré —prometí.

Me tomó del mentón, me alzó el rostro y besó de nuevo mis labios, de forma suave, sensual, dulce.

—Te quiero —me dijo.

—Y yo a ti.

«Y yo a ti…», pensé. «Por siempre. Pase lo que pase, incluso si llegaras a aburrirte de mí, incluso si dejaras de quererme… Yo seguiría amándote. Porque eres la persona que más he querido. Vivo por ti».

Me abrazó, siempre cuidadosamente, apretándome contra sí y acariciando mi espalda, mi cabello, tan tierno.

«Si todos nuestros momentos fueran así, si siempre pudiera disfrutar de ti…».

Le correspondí, apoyándome en su hombro.

—Si el tiempo se detuviera, si mi vida pudiera ser tuya…

Aquello no quería decirlo. Era un pensamiento convertido en susurro. Pero Nosuë ronroneó, ladeando la cabeza y rozando su mejilla en mi cabello.

—No recuerdo que me hayan dicho nunca algo tan bonito —comentó en voz baja.

—Hm… Si tú supieras las cosas que pienso…

—Me gustaría saberlas.

«Díselo», me ordené. «¡Díselo!».

Nada salió de mi boca.

«¡Atrévete! Dile de tus miedos, de tus sentimientos… ¡Hazlo!».

Pero me limité a mirarlo con una media sonrisa, sin hablar. Él también me miraba.

—William, aunque me gusta cuando sonríes… —comentó finalmente, alzando una ceja— No estás diciendo nada del tema.

—Lo sé —asentí.

—Bueno —sin presionarme solo me acarició el pelo—. Cuando quieras contarme lo que piensas… Te escucharé.

«Cobarde», me dije. «Eso es lo que soy».

—¿Alguna vez has sentido miedo? —pregunté de pronto.

—Sí, a menudo —me observó—. El miedo es algo totalmente normal, William. ¿Por qué?

Me separé lentamente de él, encogiéndome.

—Porque es un sentimiento que no me gusta —respondí.

—¿De qué tienes miedo?

Me crucé de brazos y ladeé la cabeza.

—De nada.

Pero él me miró fijamente, como si viera a través de mí y tocara mi alma.

—No estás… Siendo sincero —comentó con lentitud, destacando lo obvio.

Le di la espalda con lentitud.

—Miedo a perder algo querido —dije, renuente.

Nosuë se acercó y me acarició los hombros con suavidad, siempre con suavidad.

—¿Perder el qué? —insistió.

—Perderte a ti.

—¿Por qué ibas a perderme?

Se me escapó una risa triste.

«Por mil razones», me dije. «O por ninguna».

Cerré los ojos con suavidad.

—No importa —aseguré—. Fue un simple pensamiento sin importancia.

Nosuë se quedó callado unos momentos. Se había inclinado detrás de mí, porque notaba su cabello negro rozando mi espalda.

De pronto se apartó.

—Siéntate. Ahora vuelvo.

Me giré hacia él.

—Está bien —asentí en un susurro.

Nosuë salió de la sala, cerrando tras de sí y sin mirar atrás.

Fui a tomar asiento en el amplio sillón de terciopelo rojo y madera oscura, con la mejilla apoyada en mi mano y el codo en mi rodilla.

Tardó unos minutos en regresar. Pero llegó, se sentó en el brazo de mi asiento y se inclinó para besarme con suavidad en los labios, sorprendiéndome. Fue silencioso y muy directo.

Lo correspondí sin dudar.

Cuando se apartó, me había dejado en el regazo un teléfono móvil.

Desvié la vista al aparato y luego a Nosuë.

—¿Qué…? —pregunté a medias, sin comprender.

Me devolvió la mirada, muy serio. Más que la serenidad habitual de sus rasgos, ahora esa seriedad era intensa.

—Por si en algún momento yo no estoy, y tú… Me necesitas. O lo que sea. Si necesitas compañía, o hablar, o sólo saber dónde estoy o lo que hago —explicó—. Llámame. Mi número está guardado en la memoria.

Titubeé. Cogí el móvil y volví a mirar a Nosuë.

—No hacía falta…

—Me siento más tranquilo pensando que si te pasa algo por la cabeza, si te sientes inseguro, vas a llamarme.

Mi principal deseo fue tirarme sobre él.

«Control», me recordé.

Debía controlarme.

Volví la cabeza hacia Nosuë, tomé su rostro y lo besé en los labios. Noté que sus músculos se relajaban y me correspondía, siempre cariñoso, acariciándome cuello y cabello con cuidado.

Se lo agradecía, eso era obvio. Pero no podía estar todo el día sobre él, y no iba  a llamarle.

No quería molestar.

Me separé con lentitud.

—William —me llamó entonces.

—¿Hm?

Nosuë me miraba a los ojos, fija y seriamente.

—Prométeme que me llamarás —pidió.

«No me lo pidas con esa cara…», pensé, perdido.

—Hmph…

—William…

—Haré el intento.

—No, Will. Prométemelo.

Cerré los ojos unos momentos, y volví a mirarlo.

—Está bien —me rendí—. Lo prometo.

Asintió y volvió a besarme en los labios.

—No soporto la idea de que te sientas mal y yo no lo sepa —dijo.

Acaricié su rostro con mis dedos y entrecerré los ojos, ladeando la cabeza. Era siempre tan amable.

—De acuerdo —asentí—. Te quiero, Nos.

—Y yo a ti, William. Con todo mi corazón.

Lo decía tan serio…

Cerré los ojos otra vez y acerqué mi rostro al suyo, solo esperando.

Nosuë rozó sus labios con los míos, pero no me besó. Alcé  las cejas.

—¿No vas a besarme? —pregunté.

—¿Quieres que te bese…?

—Lo estoy deseando.

Finalmente se inclinó y lo hizo, presionando sus labios contra los míos. Me acarició, rozando mi cintura, mis hombros y mi cabello. Y, en algún momento, sus labios se entreabrieron para profundizar.

Fui más rápido. Dejé que mi lengua se deslizara en su boca y tocara la suya, suavemente.

Dejé que mis deseos me guiaran, siempre tan cerrados y ocultos…

Acaricié su cuerpo con delicadeza, colé mi mano bajo su camisa, tocando su pecho, su piel… Tan suave.

Nosuë ronroneaba gravemente entre besos, igual  que un felino a gusto. Sus manos buscaron el borde de mi ropa, y la subió un poco para acariciar mi espalda.

No estaba acostumbrado a que aquellas cosas me gustaran tanto, y me ruboricé, suspirando de una forma totalmente humana… Temblorosa, nerviosa.

Me alegraba de no necesitar respirar, porque así podía besarle… Siempre.

Pero fue él quien se apartó un poco.

—¿Por qué no vamos a otra parte? —preguntó con su voz suave y sensual.

Se me escapó una media sonrisa.

—Sí… —asentí—. Quizá sea lo mejor.

—Tú escoges escenario, cachorro.

—Suena a representación.

Alcé una ceja, divertido, y me puse en pie. Nosuë medio sonrió y también se levantó.

—Hay una docena de habitaciones por escoger —informó.

—Mientras pueda disfrutar de ti, cualquiera me sirve.

Ladeó la cabeza. Tomó mi mano, la besó en el dorso y luego me guió hasta la habitación más cercana, ricamente amueblada y con cama doble de dosel de terciopelo rojo.

Solté la mano de Nosuë para dirigirme al lecho, sentándome en el borde y mirándolo de nuevo.

Él se acercó. Con cuidado se arrodilló a mi lado, y me empujó suavemente hasta tenderme, para inclinarse sobre mí y besar mis labios con su habitual ternura, con dulzura. Sus manos buscaron mi pecho, me acariciaron. Las mías dieron con su espalda. La ropa comenzaba a sobrar.