El Sueño De Rhonabwy
Madawc[233], hijo de Maredudd, dominaba Powys de un extremo a otro, es decir, desde Porfordd hasta Gwauan, en las tierras altas de Arwystli[234]. En aquellos tiempos tenía un hermano que no poseía un rango tan elevado. Era Iorwerth, hijo de Maredudd. Un gran dolor y una gran tristeza se apoderaron de Iorwerth al ver el honor y el poder de su hermano, mientras él no tenía nada. Reunió a sus compañeros y a sus hermanos de leche y les pidió consejo acerca de lo que debía hacer en aquella situación. Decidieron enviar a algunos de entre ellos a reclamar provisiones. Madawc le ofreció el cargo de penteulu[235] y la misma posición que él en cuanto a caballos, armas y honores. Iorwerth lo rechazó y se dirigió hasta Lloeger devastando todas las tierras. Y Iorwerth mató a muchos hombres, quemó casas y se llevó prisioneros.
Madawc y los hombres de Powys mantuvieron consejo. Decidieron colocar a cien hombres en cada tres kymwt[236] de Powys para que se pusieran en su búsqueda. Consideraron Rhychdir Powys, desde Aber Ceirawc, en Allictwner, hasta Ryt Wilvre, en Evyrnwy[237], equivalente a los tres mejores kymmtt de Powys y el hombre que no hubiera prosperado en Powys, tampoco habría de prosperar en aquella tierra cultivada, y aquellos hombres se establecieron en aquella tierra hasta Didlystwn, una aldea en aquella tierra cultivada.
En aquella búsqueda participó un hombre llamado Rhonabwy. Y Rhonabwy, con Kynnwric Vrychgoch, hombre de Mawddwy, y Kadwgawn Vras, hombre de Moelvre en Kynlleith[238], se dirigieron a casa de Heilyn Goch[239], hijo de Kadwgawn, hijo de Iddon. Al llegar a la casa vieron una vieja sala negra, rematada en aguilón recto, de donde salía una espesa humareda. Al entrar vieron un suelo lleno de agujeros y desigual. Allí donde el suelo se curvaba, apenas se podía uno mantener derecho, de tan resbaladizo que resultaba por el excremento y la orina del ganado. Allí donde había agujeros, uno se hundía hasta más arriba del tobillo, en medio de una mezcla de agua y de orina de animales; por el suelo había gran abundancia de ramas de acebo cuyos extremos habían sido ramoneados por el ganado. Cuando llegaron a la parte principal de la casa vieron un suelo polvoriento y desnudo. En un lado había una vieja avivando el fuego y cuando el frío la sobrecogía demasiado echaba una baldada de cascabillos al fuego, de modo que a cualquiera le habría resultado difícil soportar aquel humo que penetraba profundamente en la nariz. En el otro lado vieron una piel de ternera amarilla. Habría tenido una gran suerte aquél que de entre ellos hubiera conseguido echarse sobre aquella piel.
Cuando estuvieron sentados, preguntaron a la vieja dónde estaban las gentes de la casa. Pero la vieja no les dirigió la palabra más que para decirles descortesías. En esto entraron las gentes de la casa: un hombre pelirrojo, ligeramente calvo y arrugado, llevando sobre sus espaldas un haz de leña, y una menuda y pálida mujer, que también llevaba bajo el brazo una brazada de ramajes. Apenas saludaron a sus huéspedes, la mujer les encendió un fuego con los haces de leña y fue a cocinar y les trajo su comida: pan de cebada, queso y leche aguada.
En aquel momento sobrevino tal tempestad de viento y lluvia que a nadie le habría resultado fácil salir de allí, ni siquiera por necesidad. Y estaban tan cansados por el viaje, que se adormecieron y fueron a acostarse.
Echaron una mirada a los lechos y vieron que no había más que una paja corta, polvorienta, llena de pulgas, atravesada por todos lados por grueso ramaje y toda la paja, más arriba de sus cabezas y más abajo de sus pies, había sido ramoneada por los bueyes. Encima habían extendido una especie de cobertura de sayal, de un rojo pálido, duro y usado, agujereado; por encima del sayal había una gruesa sábana dura, totalmente agujereada, y sobre la sábana una almohada medio vacía, cuya cubierta estaba sucia. Se acostaron. Después de haber sido atormentados por las pulgas y la dureza de sus lechos, los dos compañeros de Rhonabwy cayeron en un profundo sueño. Y Rhonabwy, viendo que no podía ni dormir ni descansar, pensó que sufriría menos si iba a dormir sobre la piel de ternero echada sobre el suelo. Y, en efecto, allí se durmió.
En el momento mismo en que el sueño le cerró los ojos, se vio a sí mismo y a sus compañeros atravesando la llanura de Argyngroec, y le pareció que su objetivo y finalidad era Rhyd y Groes, en el Havren[240]. Haciendo camino, oyó un gran ruido; jamás había oído nada semejante y miró detrás de él.
Vio a un joven con los cabellos rubios y rizados, con la barba recién afeitada, montado sobre un caballo amarillo y verde desde lo alto de sus patas y desde las rótulas de las rodillas hasta abajo. El caballero llevaba una túnica de brocado amarillo, cosido con seda verde; de su cadera colgaba una espada con empuñadura de oro en una vaina de cordobán[241] nuevo, cuyas correas eran de piel de gamo y la hebilla de oro. Por encima llevaba una capa de brocado amarillo, cosido con hilos de seda verde, y las orlas de la capa también eran verdes. Y lo que era verde en los atavíos de jinete y caballo, era verde como las hojas de abeto, y lo que era amarillo, como el amarillo de las flores de retama. Y tan terrible era el aspecto del jinete que se asustaron y huyeron. El jinete los persiguió y, cuando el caballo exhalaba aliento, los hombres se alejaban de él, pero cuando aspiraba, se acercaban hasta el peto del caballo. Y cuando los alcanzó, le pidieron gracia.
—Os la concedo gustoso —respondió—. No tengáis miedo.
—Señor —dijo Rhonabwy—, puesto que nos la con-cedes, ¿nos dirás quién eres?
—No os lo ocultaré: soy Iddawc, hijo de Mynyo; pero no se me conoce tanto por mi nombre como por mi apodo.
—¿Querrías decirnos cuál es tu apodo?
—Os lo diré, me llaman Iddawc Cordd Prydein[242] (el Intrigante de Bretaña).
—Señor —dijo Rhonabwy, ¿por qué razón te llaman así?
—Ésta es la razón: en la batalla de Kanilan[243] fui uno de los intermediarios entre Arturo[244] y Medrawt[245], su sobrino. Era joven y fogoso. Tenía tales ansias de batalla que sembré la discordia entre ellos. He aquí cómo: cuando el emperador Arturo me envió a Medrawt para recordarle que él era su padre putativo y tío y pedirle la paz con el fin de evitar sangre de hijos de reyes y de sus nobles de la isla de Bretaña, aunque Arturo pronunció ante mí las palabras más afectuosas del mundo, yo le llevé a Medrawt las palabras más hirientes que conocía. Eso me valió el apodo de Iddawc Cordd Prydein (el Intrigante de Bretaña), y fue así como se entabló la batalla de Kamlan. Sin embargo, tres noches antes del final de la batalla les abandoné y fui a Llechlas[246], en Prydein (Escocía), para hacer penitencia. Allí permanecí siete años y obtuve mi perdón.
En esto oyeron un ruido mucho más violento que el anterior. Cuando miraron en dirección al ruido vieron a un joven de cabellos pelirrojos, sin barba y sin bigote, con aspecto principesco, montado sobre un gran corcel rojo y amarillo desde lo alto de las espaldas y las rótulas de las rodillas hasta abajo. Llevaba una vestimenta de brocado rojo, cosido con seda amarilla y las orlas de su capa eran amarillas y lo que era amarillo en su atavío y en el del caballo era amarillo como la flor de la retama y lo que era rojo, como la sangre más roja del mundo. Entonces el jinete los alcanzó y preguntó a Iddawc si podría tener una parte de sus pequeños compañeros.
—Tendrás la parte que me convenga darte —respondió Iddawc—: podrás ser su compañero como yo lo he sido.
En esto, el caballero se alejó.
—Iddawc —dijo Rhonabwy—, ¿quién era ese jinete?
—Ruawn Pebyr, hijo de Deorthach Wledig.
Atravesaron la gran llanura de Argyngroec hasta Rhyd y Groes, junto al Havren. A una milla del vado vieron a ambos lados del camino tiendas y pabellones y todo el movimiento de un gran ejército. Una vez en la orilla del vado vieron a Arturo sentado en una isla llana más baja que el vado; y a un lado estaba el obispo Betwin y al otro Gwarthegyt, hijo de Kaw, y un gran joven de cabellos castaño rojizos se erguía frente a ellos, sosteniendo en la mano una espada en la vaina. Su túnica era de brocado y su rostro tan blanco como el marfil con las cejas tan negras como el azabache. Y lo que se podía ver de su puño entre sus guantes y mangas era tan blanco como la azucena y era más grueso que el tobillo de un guerrero.
Entonces Iddawc y sus compañeros se dirigieron ante Arturo y le saludaron.
—Dios os dé bien —dijo Arturo—. Iddawc, ¿dónde has encontrado a tus pequeños compañeros?
—Los encontré arriba en el camino, señor —respondió Iddawc.
El emperador sonrió amargamente.
—Señor —dijo Iddawc—, ¿por qué te ríes?
—No me río, Iddawc —respondió—. Me entristece ver a hombres tan despreciables defender esta isla, después de hombres tan valerosos como los que la defendieron antaño[247].
Iddawc dijo entonces a Rhonabwy:
—¿Ves en la mano del emperador ese anillo con la piedra engastada?
—La veo.
—Una de las virtudes de esta piedra consiste en que te permitirá recordar lo que has visto esta noche. Si no hubieras visto esta piedra, jamás recordarías nada de esta aventura.
Seguidamente, Rhonabwy vio venir a un ejército hacia el vado.
—Iddawc —dijo—, ¿cuál es ese ejército?
—Son los compañeros de Ruawn Pebyr, hijo de Deorthach Wledig. Por su honor pueden comer y beber cuanto les plazca, y hacer la corte, sin que nadie se lo impida, a todas las hijas de los reyes de la isla de Bretaña; y tienen derecho a ello, pues están presentes en cualquier peligro.
Y en los caballos y hombres de aquella tropa no se podía ver otro color que el rojo como la sangre; y si un jinete se separaba de la tropa parecía una columna de fuego ascendiendo hasta el cielo. Aquella tropa levantó sus pabellones más arriba del vado.
En esto vieron avanzar hacia el vado a otro ejército y desde los arzones delanteros hacia arriba eran tan blancos como la azucena, y hacia abajo, tan negros como el azabache. De repente, un caballero avanzó, y espoleando su caballo entró en el vado, de tal modo que el agua salpicó a Arturo, al obispo y a todos los que mantenían consejo con ellos: estaban tan mojados como si les hubiera arrastrado por el río. Como éste volviera grupas, el criado que se encontraba frente a Arturo golpeó a su caballo en las narices con la espada envainada de modo que si le hubiera golpeado con el acero habría sido maravilla que no le hubiera roto carne y huesos. El caballero sacó media espada de la vaina y exclamó:
—¿Por qué has golpeado a mi caballo? ¿Ha sido un ultraje a modo de advertencia?
—Realmente necesitabas advertencia; ¿qué locura te ha impulsado a cabalgar con tanta brutalidad para que el agua del vado haya salpicado a Arturo, al santo obispo y a sus consejeros, hasta el punto de mojarlos como si les hubieras arrastrado por el río?
—Entonces lo entenderé como advertencia.
Y volvió grupas hacia donde se encontraban sus compañeros.
—Iddawc —-dijo Rhonabwy—, ¿quién es ese caballero?
—Un joven al que se le considera el más cortés y sabio de este reino, Addaon[248], hijo de Teleessin —respondió.
—¿Y quién le ha golpeado su caballo?
—Un joven violento y díscolo, Elphin[249], hijo de Gwyddno.
En aquel momento un hombre orgulloso y de gran belleza, de hablar elocuente y atrevido, dijo que era maravilla cómo un ejército tan grande podía caber en un lugar tan estrecho como aquél, pero que aún resultaba más sorprendente ver allí, a aquella hora, a gentes que habían prometido encontrarse en la batalla de Baddon hacia el mediodía para combatir a Osla Gyllellvawr[250].
—Decide si te pones en marcha o no; en lo que a mí respecta, me voy —dijo.
—Tienes razón —respondió Arturo—, partamos juntos.
—Iddawc —dijo Rhonabwy—, ¿quién es ese hombre que acaba de hablar a Arturo con tanto atrevimiento?
—Un hombre que tiene derecho a hablarle tan brus-camente como desee: Karadawc Vreichvras (Brazo Fuerte[251]), hijo de Llyr Marini, jefe consejero y su primo hermano.
Después de esto Iddawc sentó a Rhonabwy en su caballo y partieron con aquel gran ejército, cada división en su orden de batalla, hacia Kevyn Digoll[252].
Cuando estuvieron en medio del vado en el Havren, Iddawc hizo volver grupas a su caballo y Rhonabwy dirigió su mirada hacia la hondonada del río. Pudo ver a dos ejércitos que se dirigían lentamente hacia el vado. Una tropa era de un blanco resplandeciente y cada uno de los hombres llevaba una capa de brocado blanco con orlas negras; y las rótulas de las rodillas y lo alto de las patas de los caballos eran negras y todo lo demás era blanco; y sus estandartes eran blancos y la punta de cada uno de ellos negra.
—Iddawc —dijo Rhonabwy—, ¿cuál es ese ejército de un blanco tan resplandeciente?
—Son los hombres de Llychlyn (Escandinavia) y su jefe es March[253], hijo de Meirchiawn. Es un primo hermano de Arturo.
Entonces vieron al otro ejército que venía detrás y todos vestían de negro y las orlas de las capas eran blancas; los cabellos eran negros y blancos desde lo alto de sus patas y las rótulas de sus rodillas y sus estandartes eran negros y la punta de cada uno de ellos blanca.
—Iddawc —dijo Rhonabwy—, ¿cuál es ese ejército todo negro?
—Son los hombres de Denmarc[254] con Edern, hijo de Nudd, a la cabeza.
Y cuando alcanzaron al ejército, Arturo y sus guerreros de la isla de Fuertes habían descendido hasta caer Vaddon y a Rhonabwy le pareció seguir con Iddawc el mismo camino que había seguido Arturo. Cuando hubieron puesto pie en tierra, oyó un gran ruido y un gran movimiento en las filas del ejército. Los hombres que se encontraban en los flancos pasaron al centro, y los del centro a los flancos. En seguida vio venir a un caballero. Él y su caballo vestían lorigas, cuyas mallas eran tan blancas como el blanco de la azucena y los clavos tan rojos como la sangre más roja[255]. Iba cabalgando por medio del ejército.
—Iddawc —dijo Rhonabwy—, ¿huye el ejército que está delante de mí?
—El emperador Arturo no ha huido jamás; si hubiera oído tus palabras serías hombre muerto. Ese caballero que ves allí es Kei; es el mejor caballero de todo el ejército de Arturo y los hombres de los flancos se precipitan hacia el centro para ver a Kei y los del centro huyen hacia los flancos para no ser heridos por el caballo: ésa es la causa del tumulto que hay en el ejército.
En ese momento oyeron llamar a Kadwr, conde de Kernyw; se levantó con la espada de Arturo en la mano, en la cual estaban grabadas dos serpientes en oro. Cuando desenvainó la espada, parecía como si dos lenguas de fuego salieran de la boca de las serpientes y de un modo tan terrible que a cualquiera le resultaba difícil mirarla. Entonces el ejército se tranquilizó y el tumulto se apaciguó. El conde volvió a su pabellón.
—Iddawc —dijo Rhonabwy—, ¿quién es el hombre que llevaba la espada de Arturo?
—Kadwr, conde de Kernyw, el hombre que tiene el privilegio de armar al rey en los días de combate y batalla.
Después de esto oyeron llamar a Eirinwych Amheibyn, servidor de Arturo, hombre de cabellos pelirrojos, rudo, de aspecto desagradable, con el bigote pelirrojo y los pelos erizados. Llegó montado sobre un gran caballo rojo, cuyas crines caían por igual a ambos lados del cuello, llevando consigo un gran bagaje. El gran criado pelirrojo desmontó delante de Arturo y sacó de su bagaje una cátedra de oro y una capa de brocado cuadrangular. Extendió delante de Arturo la capa con una manzana de oro rojo en cada ángulo y colocó la cátedra encima; y la cátedra era tan grande que habrían podido sentarse tres caballeros armados. Gwenn (Blanca) era el nombre de la capa. Una de sus virtudes consistía en que el hombre que se envolviera en ella podía ver a todo el mundo sin ser visto por nadie y no toleraba ningún color salvo el suyo propio.
Arturo se sentó sobre la capa; ante él se encontraba Owein[256], hijo de Uryen.
—Owein —dijo Arturo—, ¿quieres jugar al ajedrez?
—Con mucho gusto, señor —respondió Owein.
El criado pelirrojo les llevó el ajedrez: las piezas de oro y el tablero de plata. Comenzaron la partida.
En el momento en que más interesados estaban en el juego vieron salir de un pabellón blanco con la punta roja y coronado con una imagen de serpiente negra de resplandecientes ojos rojos y venenosos y de lengua roja y llameante a un joven escudero de cabellos rubios rizados y ojos azules, con la barba recién afeitada, vistiendo una túnica de brocado amarillo, calzas de tela amarillo verdosas y zapatos de cordobán moteado, cerrados en el tobillo con hebillas de oro. Llevaba una espada de empuñadura de oro de tres acanaladuras[257] y la vaina era de cordobán negro y rematado en fino oro rojo. Se dirigió al lugar donde el emperador Arturo y Owein estaban jugando al ajedrez y dirigió sus saludos a Owein. Éste se sorprendió mucho de que el escudero le saludara a él y no saludara al emperador Arturo. Arturo adivinó el pensamiento de Owein y le dijo:
—No te extrañe que el escudero sólo te salude a ti; a mí me ha saludado antes y por lo demás es a ti al que tiene que ver.
El escudero dijo entonces a Owein:
—Señor, ¿has dado permiso para que los jóvenes y escuderos del emperador Arturo se distraigan acosando y molestando a tus cuervos? Si no has dado permiso, haz que el emperador Arturo se lo impida.
—Señor —dijo Owein—, ¿has oído lo que ha dicho este escudero? Si te place, impídeles que molesten a mis cuervos.
—Continúa tu partida —respondió Arturo.
Entonces el escudero volvió a su pabellón. Ellos terminaron la partida y empezaron una segunda. Estaban hacia la mitad del juego cuando un joven de cabellos castaños y rizados, grandes ojos bien formados y con la barba rasurada, salió de una tienda amarilla, coronada con una imagen de león rojo. Vestía una túnica de brocado amarillo cosida con hilos de seda roja que le llegaba hasta el tobillo, y llevaba calzas de fino buracán y zapatos de cordobán negro cerrados con broches de oro. Sostenía en la mano una espada grande y pesada de tres acanaladuras y la vaina era de piel de gamo roja, rematada en oro. Se dirigió al lugar donde se encontraban Arturo y Owein jugando al ajedrez y saludó a Owein. A Owein le molestó que el saludo estuviera dirigido solamente a él, pero Arturo no se mostró más contrariado que la primera vez. El escudero dijo a Owein:
—¿Es contra tu voluntad que los escuderos del emperador Arturo están hiriendo a tus cuervos, matando a unos y molestando a otros? Ruégale que se lo impida.
—Señor —dijo Owein a Arturo—, si te place, llama a tus hombres.
—Continúa tu partida —respondió el emperador.
Y entonces el escudero regresó a su pabellón. Acabaron aquella partida y comenzaron otra. Cuando empezaron a mover las piezas, vieron a cierta distancia de ellos un pabellón amarillo moteado y coronado con una imagen de águila en oro cuya cabeza estaba adornada con una piedra preciosa. Del pabellón salía un escudero de cabellos rubios y rizados, hermosos y bien arreglados, con una capa de brocado verde y un broche de oro en el hombro derecho tan espeso como el dedo corazón de un guerrero, con calzas de fina tela, zapatos de cordobán moteado y hebillas de oro. Tenía aspecto noble, rostro blanco, mejillas rojas y grandes ojos de halcón. Sostenía en la mano una lanza con el asta amarilla moteada y punta recién afilada, coronada con un vistoso estandarte.
El escudero se dirigió con aire irritado y paso precipitado hacia el lugar donde Arturo y Owein jugaban inclinados sobre el ajedrez. Se dieron cuenta de que estaba furioso. No obstante saludó a Owein y le dijo que sus mejores cuervos habían sido matados y que los otros estaban tan heridos y habían sido tan maltratados que ni uno solo podía levantar sus alas del suelo más de una braza.
—Señor —dijo Owein—, llama a tus hombres.
—Juega, te lo ruego —respondió Arturo.
Entonces Owein dijo al escudero:
—Apresúrate, y en el lugar donde la batalla sea más dura enarbola el estandarte y que ocurra lo que Dios quiera.
Y entonces el escudero se dirigió en seguida al lugar donde los cuervos sufrían el más duro ataque y enarboló el estandarte. En cuanto estuvo alzado, éstos se elevaron en el aire irritados, llenos de ardor y de entusiasmo, para desplegar sus alas y reponerse de sus fatigas. Cuando hubieron recobrado su valor y poderes mágicos, se abatieron con el mismo impulso sobre los hombres que acababan de causarles cólera, dolor y pérdidas. A unos les arrancaron la cabeza, a otros los ojos, a otros las orejas y a unos cuantos los brazos; levantaron a algunos en el aire y hubo gran agitación en el aire no sólo por el batir de las alas y los graznidos exultantes de los cuervos, sino también por los gritos de dolor de los hombres a los que mordían, lisiaban o mataban. El tumulto era tan pavoroso que Arturo y Owein, inclinados sobre el tablero, lo oyeron.
Cuando levantaron los ojos, vieron venir a un caballero montado sobre un caballo tordo. El caballo era de un color extraordinario: era gris oscuro, pero su pata derecha era roja y amarilla desde lo alto de sus patas hasta la mitad del casco. Caballero y caballo iban protegidos con armas pesadas y extranjeras[258]. La cota de armas[259] de su caballo era de cendal rojo desde el arzón delantero hasta arriba y de cendal amarillo desde el arzón trasero hasta abajo. De la cadera del joven colgaba una espada de empuñadura de oro de un solo filo, en una vaina azul rematada en latón de España. El cinto de la espada era de cordobán negro, con placas doradas y la hebilla de marfil y negra la lengüeta de la hebilla. Su yelmo de oro[260] se encontraba realzado por una piedra preciosa de gran virtud y coronado con una figura de leopardo amarillo-rojo, con dos resplandecientes piedras rojas en la cabeza. Incluso un guerrero, por muy intrépido que fuera de corazón, habría temido mirar al leopardo y con mayor razón al caballero. En la mano sostenía una larga y pesada lanza con el asta verde y roja desde el puño para arriba. La punta de la lanza era roja como la sangre de los cuervos en su plumaje. El caballero se dirigió al lugar donde Arturo y Owein estaban jugando inclinados sobre el ajedrez y vieron que se acercaba a ellos, agotado y encolerizado. El escudero saludó a Arturo y le dijo que los cuervos de Owein estaban matando a sus jóvenes y escuderos. Arturo miró a Owein y le dijo:
—Llama a tus cuervos.
—Señor —respondió Oweín—, continúa tu juego.
Y jugaron. El caballero regresó al lugar de la batalla, sin que nadie intentara detener a los cuervos. Arturo y Oweín jugaban ya desde hacía un rato, cuando oyeron un gran tumulto: eran los gritos de socorro de los hombres y los graznidos de los cuervos que elevaban sin esfuerzo en el aire a los hombres, aplastándolos y desgarrándolos a picotazos y dejándolos caer a trozos sobre el suelo.
En esto vieron venir a un caballero montado sobre un caballo blanco y negro desde la pata izquierda hasta la mitad del casco. Caballero y caballo iban cubiertos por pesadas y fuertes armas azuladas. La cota de armas era de brocado amarillo cuadriculada con orlas verdes, mientras que la cota de su caballo era negra con orlas amarillas. De su cadera colgaba una larga y pesada espada de tres acanaladuras y vaina de cuero rojo; el cinto era de piel de ciervo de un rojo muy fresco, con muchas placas de oro y hebilla de hueso de cetáceo con lengüeta negra. Su cabeza estaba cubierta por un yelmo de oro, con zafiros mágicos y coronado con una figura de león amarillo-rojo, cuya roja lengua llameante salla un pie fuera de la boca y cuyos resplandecientes ojos eran rojos y venenosos. El caballero avanzó, sosteniendo en la mano una gruesa lanza de asta de fresno y con la punta recién ensangrentada guarnecida de plata. El escudero saludó al emperador:
—Señor, tus escuderos jóvenes y los hijos de los nobles de la isla de Bretaña han muerto. De ahora en adelante no resultará fácil defender esta isla.
—Owein —dijo Arturo—, llama a tus cuervos.
—Señor —respondió—, continúa la partida.
Terminaron la partida y comenzaron otra.
Hacia el final de la partida oyeron de pronto un gran tumulto, gritos de socorro de gentes armadas, los graznidos y batimientos de alas de los cuervos en el aire y el ruido que hacían al caer al suelo las armas y los trozos de hombres y caballos. En esto vieron a un caballero sobre un hermoso caballo negro y de cabeza erguida, cuya pata izquierda era roja por arriba y la derecha blanca hasta el casco. Caballero y caballo iban cubiertos con armas amarillas moteadas y con latón de España. La cota de armas que les cubría, a él y a su caballo, era mitad blanca, mitad negra, y las orlas púrpura doradas. Por encima de la cota se veía una resplandeciente espada de empuñadura de oro, con tres acanaladuras; el cinto era de tela de oro amarillo, con una hebilla negra de cejas de morsa y una lengüeta de oro amarillo. En su resplandeciente yelmo de latón amarillo había piedras de cristal transparente y estaba coronado por una figura de grifo y su cabeza se adornaba con una piedra mágica. En la mano sostenía una lanza de asta de fresno redonda, pintada en azul, con la punta recién ensangrentada guarnecida de plata. Se dirigió muy irritado al lugar donde estaba Arturo y le dijo que los cuervos habían matado a las gentes de su casa y a los hijos de los nobles de la isla y le rogó que ordenara a Owein llamar a sus cuervos. Arturo rogó a Owein que detuviera a sus cuervos. Entonces Arturo aplastó las piezas de oro que había en el tablero hasta el punto de reducirlas a polvo. Owein ordenó a Gwres, hijo de Reget, que bajara el estandarte; lo bajó en seguida y se restableció la paz por doquier.
Entonces Rhonabwy preguntó a Iddawc quiénes éran los tres primeros hombres que habían ido a decir a Owein que estaban matando a sus cuervos.
—Son hombres que estaban afligidos por las pérdidas de Owein, jefes como él y compañeros: Selyv, .hijo de Kynan Garwyn (Piernas Blancas), de Powys; Gwgawn Gleddyvrudd (Espada Roja) y Gwres, hijo de Reget, el hombre que lleva el pendón los días de combate y de batalla —respondió Iddawc.
—¿Quiénes son los tres que han venido después a decirle a Arturo que los cuervos mataban a sus gentes?
—Los mejores y más bravos hombres, a quienes más indigna cualquier pérdida de Arturo: Blathaon, hijo de Mwrheth; Ruvawn Pebyr, hijo de Deorthach Wledig, y Hyveidd Unllen (Una Capa).
En aquel momento llegaron veinticuatro caballeros de parte de Osla Gyllellvawr (Gran Cuchillo) a pedir a Arturo una tregua de un mes y quince días. Arturo se levantó y fue a mantener consejo. Se dirigió al lugar donde, a poca distancia de él, se encontraba un gran hombre de cabellos castaños y rizados y ordenó que acudieran allí sus consejeros: Betwin el obispo; Gwarthegyt, hijo de Kaw; March, hijo de Meirchawn; Kradawc Vreichvras (Brazo Fuerte); Gwalchmei, hijo de Gwyar; Edern, hijo de Nudd; Ruvawn Pebyr, hijo de Deorthach Wledic; Riogan, hijo del rey de Iwerddon; Gwenwynnwyn, hijo de Nav; Howel, hijo de Emyr Llydaw; Gwilim, hijo del rey de Francia; Danet, hijo de Oth; Goreu, hijo de Kustenin; Mabon, hijo de Modron; Peredur Paladyr Hir (Lanza Larga); Hyveidd Unllen (Una Capa); Twrch, hijo de Perif; Nerth, hijo de Kadarn; Gobryw, hijo de Echel Vorddwyt-Twll (Gran Cadena); Gweir, hijo de Gwestel; Adwy, hijo e Gereint; Drystan, hijo de Tallwch; Moryen Manawc; Granwen, hijo de Llyr; Llacheu, hijo de Arturo; Llawvrodedd Varvawc (el Barbudo); Kadwr, conde de Kernyw; Morvran, hijo de Teig; Ryawd, hijo de Morgant; Dyvyr, hijo de Alun Dyvet; Gwrhyr Gwalstawt Ieithoedd (Intérprete de Lenguas); Addaon, hijo de Telyessin; Liara, hijo de Kasnar Wledic; Fflewddur Fflam; Greidyawl Galldovydd; Gilbert, hijo de Katgyvro; Menw, hijo de Teirgwaedd; Gyrthmwl Wledic; Kawrda, hijo de Karadawc Vreichvras (Brazo Fuerte); Gildas, hijo de Kaw; Kadyrieith, hijo de Saidi y muchos guerreros de Llychlyn (Escandinavia), de Denmarc (Dinamarca), y muchos hombres de Grecia; buen número de gentes del ejército tomaron también parte en aquel consejo.
—Iddawc —dijo Rhonabwy—, ¿quién es el hombre moreno de cabellos castaños junto al que acaban de acudir todos?
—Es Run[261], hijo de Maelgwn de Gwynedd, un hombre con tal autoridad que todos acuden a pedirle consejo.
—¿Cómo es posible que se haya admitido a un hombre tan joven como Kadyrieith, hijo de Saidi, en un consejo de hombres de tan alto rango como los que están allí?
—Porque no hay en Bretaña un hombre cuyo consejo tenga más poder que el suyo.
En esto llegaron bardos[262] a cantar para Arturo. Pero ninguno de los hombres de los que allí estaban, salvo Kadyrieith, pudo comprender nada, excepto que se trataba de un canto de alabanza para Arturo. Entonces llegaron veinticuatro asnos con cargas de oro y plata, conducidos cada uno de ellos por un hombre fatigado, que traía a Arturo el tributo de las islas de Grecia. Kadyrieith, hijo de Saidi, opinó que se debía conceder a Osla Gyllellvawr una tregua de un mes y quince días y que los asnos que traían el tributo, deberían entregarse con su carga a los bardos como recompensa, y que al final de la tregua se les pagarían sus cantos. Estuvieron de acuerdo con aquel consejo.
—Rhonabwy —dijo Iddawc—, ¿no habría resultado injusto impedir a un joven que ha dado tan generoso consejo que fuera al consejo de su señor?
En aquel momento Kei se levantó y dijo:
—Que todos los que quieran seguir a Arturo estén con él esta noche en Kernyw; y quienes no lo deseen, se enfrenten a Arturo al final de la tregua.
Se produjo tal tumulto que Rhonabwy despertó y cuando se despertó, se encontró sobre la piel de ternero amarillo después de haber dormido tres noches y tres días.
Esta historia se llama el Sueño de Rhonabwy. Bardo o relator de cuentos no puede saber el Sueño sin libro a causa del gran número de colores de los caballos, la variedad de colores raros de las armas, vestimenta, capas preciosas y piedras mágicas.