LA CIVILIZACIÓN CELTA
Los conocimientos acerca del mundo celta se encuentran en estrecha relación con el carácter y la naturaleza de las fuentes que lo documentan. En muchos aspectos la imagen que poseemos del mundo celta resulta parcial y poco objetiva. Ello se debe de modo especial a la escasez de fuentes escritas propiamente celtas. En lo que respecta a los celtas continentales, solamente se dispone de fuentes indirectas, de modo que para el estudio de la Galia en época romana se ha tenido que recurrir a historiadores como Tito Livio, Julio César o Tácito. Por su parte, los celtas insulares nos han legado una abundante producción literaria que posee un inapreciable valor documental, pero que exige del constante desciframiento por parte del historiador entre mito y realidad, lo cual constituye una tarea difícil. En este sentido, la civilización celta se ha convertido en un tema de estudio que ha despertado la imaginación de ciertos eruditos e historiadores, guiados en ocasiones más por afanes nacionalistas que por el rigor histórico. Por otro lado, la civilización celta no puede entenderse como una estructura estática, ajena a la evolución histórica y a las distintas influencias que habría de sufrir a lo largo de su historia. A pesar de la existencia de un sustrato religioso y lingüístico común a las múltiples tribus celtas y a la permanencia de lo tradicional, estos pueblos acusaron profundos fenómenos de aculturación y de inculturación, de modo que su civilización no puede entenderse desligada de las circunstancias históricas de su entorno.
No debe olvidarse que al hablar de civilización celta nos referimos a una cultura de más de mil quinientos años de duración. En efecto, al final de la época de Hallstatt tuvo lugar la primera gran convulsión de los pueblos celtas. Procedentes del ángulo sudoeste de Alemania (Turingia), comenzaron las primeras migraciones en dirección oeste, hacia Italia y España. Algunos historiadores fechan la aparición de los celtas en un período anterior. Así, H. Hubert sitúa en la Edad del Bronce una hipotética disolución de la comunidad italocéltica en goidélicos y britónicos, a la que sucedió una primera migración de los goidelos a las islas Británicas y su instalación en Irlanda. Según una fuente del siglo XI, Leabhar na Gabhala («El libro de las conquistas»), Irlanda había sido invadida por cinco pueblos distintos procedentes en su mayor parte de España, correspondiendo la cuarta invasión a las tribus de la diosa Danu (Tuatha dé Danann) y la quinta a los goidelos. Entre los pueblos más importantes sometidos por los goidelos se encontraban los arainn o iverni, de los que posiblemente derivaría el nombre de Iwerdon (Irlanda). Al final de la Edad de Bronce, los pictos, posiblemente también celtas, emigraron a las islas y sin abandonar la isla de Bretaña pasaron a Irlanda. Estos pueblos, denominados picti o cruithnig por su fundador Cruidne, habrían de dar el nombre por el que se conoce a la isla de Bretaña en las fuentes celtas: cruithnig, qurteni o qretani, que transformó la qu en la p britónica, dando lugar a Pretanis o Prydain (Ynys Pridain). A goidelos y pictos se debió la construcción de túmulos circulares, que heredaron los pueblos que los sucedieron en las posteriores colonizaciones de las islas[1].
Hay que señalar que no todos los historiadores admiten la irrupción de los celtas antes de la época de La Téne, considerando que la invasión de Irlanda por pictos y goidelos fue muy posterior a la época señalada por Hubert y atribuyendo, por tanto, a pueblos aborígenes las construcciones megalíticas de las islas[2]. Las fuentes arqueológicas, la onomástica y las inscripciones indican el siglo V a. JC como el inicio seguro de las grandes expansiones célticas que se centraron en dos focos fundamentales: el valle del Po en Italia y la zona del Danubio. Durante este primer período de La Téne los celtas asentados en la Galia ofrecieron a los latinos una cultura técnicamente superior y las influencias se ponen de manifiesto de modo especial en la lengua, pues los latinos adoptaron muchos términos celtas. En un segundo período, tribus celtas y bandas de mercenarios se lanzaron bajo el mando de Breno a la conquista de Macedonia y Delfos, donde habrían de sufrir una gran derrota. J. Markale asimila la figura histórica de Breno y el desastre de Delfos, donde murió la mayor parte del ejército, a la figura mítica de Bran, hijo de Llyr, quien, según la segunda rama de los Mabinogi acudió a Irlanda para vengar el deshonor a su hermana Branwen y conquistar el Caldero de la Resurrección. En Irlanda, al igual que en Delfos, murió todo el ejército galo, y si al parecer el histórico Breno se suicidó, el mítico Bran ordenó a los siete últimos galeses que le cortaran la cabeza[3].
A partir del siglo III, los celtas de la Galia mantuvieron luchas constantes con los romanos, cuyas aspiraciones de constituirse en un gran imperio comenzaban a ser realidad. Tras un período de simbiosis cultural, la romanización se impuso en el territorio galo y bajo Julio César se anexionó definitivamente al Imperio. La Céltica Danubiana también se encontró sometida cuando César consiguió el mando de Illyricum. Así, el primer intento de lograr una unidad territorial política fracasó en la Galia, donde a partir del siglo I a. JC la lengua oficial fue el latín, si bien la religión celta permaneció e incluso fue asimilada en algunos aspectos por los romanos.
En Britania, la romanización penetró con más resistencias y no impidió el desarrollo de la cultura celta. Si Julio César no logró el sometimiento de Bretaña por la oposición que le presentaron Comm «el Atrébata» y Cassivellanus, bajo Septimio Severo la isla quedó completamente sometida, a excepción de Caledonia.
Durante la dominación, el latín fue la lengua oficial según demuestran las inscripciones, pero contrariamente a lo que sucedió en la Galia, la lengua celta subsistió después de la colonización romana. Durante el dominio romano tuvieron lugar algunas tentativas militares que han sido interpretadas por los historiadores como resistencias, destacando la de Máximo, dux Britanniarum, que en el año 387 abandonó Britania con su ejército, que fue dispersado y aniquilado por Teodosio; siglos más tarde, la ficción literaria recreó la figura de Máximo, dando lugar a uno de los cuentos más bellos de los Mabinogi, el «Sueño de Maxen Wledig». Pocos años más tarde el peligro dejó de proceder de Roma y la sociedad instalada en el sur del País de Gales se vio amenazada por pictos y sajones. Historiadores como Gildas (De excidio et conquestu Britanniae, 569-570) y Nennius (Historia Brittonum, 687-801) concuerdan en atribuir a Vortigern el error de haber pactado con los sajones en el año 449 para luchar contra los pictos, pues fue traicionado y tuvo que refugiarse en el país de los ordovicos, denominado Venedotia (Gwynedd), y cuya capital se encontraba en Aberffraw, en la isla de Anglesey. Desde mediados del siglo V las tribus del sur de Gales aparecen unidas bajo el nombre de Combrog (del que posiblemente deriva Kymry, nombre nacional del País de Gales[4]) para combatir bajo el mando de un jefe (gwledig) contra irlandeses, pictos y sajones. En el año 537, Arturo, un gwledig o dux de los britanos o combrog, fue derrotado en la batalla de Kamlan, tras haber conseguido algunas victorias sobre los sajones, como, por ejemplo, en la batalla de Mont Badon. A finales del siglo VI, los sajones alcanzaron el Severn, separando Gales de Cornualles. Fundando el reino de Mercia, encerraron a los bretones en las montañas del País de Gales y ante la amenaza sajona, pueblos originarios de Devon (los domonae o dummonii) y de Cornualles (los cornovi) emigraron a la península armoricana, produciéndose un conglomerado híbrido de antiguos galos romanizados y de bretones insulares.
Por el contrario, Irlanda se vio libre de invasiones hasta el siglo X, y durante los siglos V al VIII vivió un extraordinario apogeo cultural motivado, entre otros factores, por la importante labor de cristianización que estableció numerosos focos de actividad cultural en los monasterios.
A mediados del siglo XI los territorios celtas insulares se vieron afectados por una nueva invasión, que habría de conceder un nuevo carácter y sentido de identidad a los pueblos de Gales, y a Irlanda y Escocia en la segunda mitad del siglo XII. Ayudados e impulsados por los bretones de la península armoricana, los normandos llegaron a la isla de Bretaña para librar a los galeses del dominio sajón, pero una vez allí conquistaron todo el territorio.
Los reyes galeses lucharon contra los nuevos invasores con la ayuda de los irlandeses, logrando algunos triunfos, como la batalla de Carno del año 1136, que dirigió Gruffyd, rey de Gwynedd (1075-1137). Pero Owein Gwynedd, hijo de Gruffyd, se sometió a los normandos; al casarse con una hermana de Enrique II Plantagenet inauguró entre galeses y franceses un sistema de alianzas matrimoniales. La última tentativa de erigir un reino galés se debe a Llywelyn ab Gruffyd (1246-1282), pero sus victorias contra los anglonormandos fueron efímeras y Eduardo I reservó el título de príncipe de Gales para su propio hijo, el futuro Eduardo II. Con todo, la continuidad de la cultura y la lengua galesa dentro del reino franco anglo-normando de la isla de Bretaña fue posible tal y como demuestran los manuscritos conservados en lengua galesa desde el siglo XIII.
La falta de unidad política y territorial que caracterizó la historia de los pueblos celtas, no impidió la existencia de un sentimiento unitario y el desarrollo de una cultura con elementos propios originales. Ello se debió, sin duda, a dos factores de capital importancia: la religión y la lengua.
Son muy escasos los conocimientos que poseemos acerca de los dioses y las prácticas rituales célticas. La mitología céltica nos ha sido transmitida a través de textos por lo general tardíos, que remontándose a un pasado muy lejano nos presentan de modo fragmentario aspectos mitológicos. Los historiadores de las religiones han intentado reconstruir a través de estos textos (entre los cuales, los Mabinogi ocupan un lugar destacado) la mitología de estos pueblos y se han podido comprobar las indudables relaciones entre los mitos irlandeses y los mitos galeses. Así, el dios irlandés Nuadha corresponde al galés Nudd, Manannan a Manawyddan, existiendo además relevantes elementos comunes entre las historias de héroes irlandeses y héroes galeses, como, por ejemplo, se pone de manifiesto en la historia de Cuchulainn, que conocemos por el ciclo de Ulster, y la historia de Pryderi, que se desarrolla en las cuatro ramas de los Mabinogi[5]. Con todo, no se ha podido realizar todavía de modo satisfactorio una sistematización de la mitología céltica y algunos autores han intentado subsanar la carencia de fuentes aplicando el sistema de clasificación indoeuropea a los dioses celtas, o bien asimilándolos a las divinidades clásicas[6].
La transmisión de la mitología céltica a través de textos tardíos se debe fundamentalmente a una posible prohibición entre los druidas de fijar los mitos en la escritura. Esta casta sacerdotal que poseía funciones políticas, religiosas y jurídicas, fue muy admirada entre los clásicos por su sabiduría y conocimientos. Aristóteles habla de los druidas como los inventores de la filosofía y Cicerón había entablado estrecha amistad con el druida Divitiacus. César hace constar la importancia del druidismo en la vida política y social de los galos y, al parecer, todos los druidas de las múltiples tribus celtas se reunían anualmente, congregados por un jefe, en el territorio de Carnutum. Entre los celtas insulares, el druidismo se vio absorbido por el cristianismo. Así, a partir del siglo V, y en especial en Irlanda, donde la labor de San Patricio logró duraderos frutos, el druidismo perdió su preponderancia cultural y su saber fue adoptado por los filid y posteriormente por los bardos, cuya literatura denota una simbiosis entre el cristianismo y la tradición pagana.
Si el druidismo cumplió una función cohesionadora entre todos los pueblos celtas, la lengua constituyó el sustrato común de toda esta civilización.
Según Bopp, el céltico pertenece a la familia de las lenguas indoeuropeas. La gramática, la fonética y el vocabulario de esta lengua indican su carácter indoeuropeo, y nos presentan a los celtas como indoeuropeos de origen y no de adopción como fueron los germanos. Con todo existen cuatro elementos diferenciales del céltico con respecto al indoeuropeo que pueden sintetizarse del siguiente modo:
- Caída de la p indoeuropea (pater en latín, pitár en sánscríto, pero athir en viejo irlandés). La p se conservó posiblemente en el grupo pt, con toda seguridad en el grupo ps y en el sp intervocálico, pero para convertirse más tarde en gutural (upsello, en galés uchel).
- El indoeuropeo poseía unas consonantes vocales denominadas sonantes: m, n, r, l. La r está representada en celta por ri de modo regular delante de una consonante.
- El diptongo indoeuropeo ei se convirtió en e, en céltico.
- La e indoeuropea dio á en céltico (rex en latín, rix en céltico[7]).
Estos cuatro fenómenos definen el céltico con respecto al conjunto de lenguas indoeuropeas, aunque existen otras diferencias, como, por ejemplo, el cambio de la o indoeuropea en a, el desarrollo de u en gw, pero que resulten menos fijas e invariables.
Siguiendo la división del indoeuropeo que ofrecieron los lingüistas en los grupos centum y saetum, según la forma en que evolucionó la consonante inicial de la palabra que indica ciento, el céltico pertenece al grupo cuya consonante inicial es una palatal oclusiva (centum). En efecto, en céltico se alude a esta palabra con el concepto cét, cead (irlandés) o cant (galés).
El céltico posee numerosas afinidades con otras dos lenguas indoeuropeas occidentales: el germano y el itálico. Las afinidades fundamentales entre el céltico y el germano se ponen de manifiesto de modo especial en el vocabulario, si bien existen también similitudes fonéticas —como, por ejemplo, la fragilidad de las finales que sigue el reforzamiento de la inicial, la alteración de las consonantes intervocálicas o la sensibilidad de las vocales a la influencia de fonemas vecinos—, y morfológicas, como la acentuación en el verbo de la noción de tiempo. Por el contrario, las afinidades que se observan entre el céltico y el itálico son especialmente gramaticales, aun cuando en las lenguas itálicas quedaron muchos elementos de un vocabulario italocéltico. Por otro lado, el céltico también mantuvo indudables contactos con las lenguas eslavas. Así, por ejemplo, una misma raíz val o vla designa la idea de poder, grandeza y territorio en eslavo (vladi), en irlandés (flaith), en galés (gwlad o gwledic, príncipe).
El céltico se descompuso en diversas lenguas, de modo que cabe afirmar que existieron tantas lenguas célticas como territorios ocupados por los celtas. Todas las lenguas celtas poseyeron una estrecha relación entre sí; determinada por la concordancia de sus vocabularios y por la concordancia de la declinación de los nombres (temas en o de genitivo en I; temas en a de genitivo en as; temas en I y temas consonánticos de genitivo en os) y conjugación de verbos (primera persona en u o I).
Los celtas continentales se encuentran representados en la lengua gala en que se confundieron numerosos dialectos y que conocemos a través de las inscripciones. En el antiguo irlandés se han podido distinguir dos etapas diferenciadas: la época arcaica (600 al 750 d. JC) y la del antiguo irlandés, propiamente dicho, desde el año 750 al 900 d. JC. A la Primera época corresponden las inscripciones oghámicas, que son las fuentes más antiguas de la lengua de los celtas irlandeses. Al parecer, el alfabeto oghámico se basaba en el latino y sus letras se formaban por la combinación de líneas cortas y puntos a ambos lados de una línea media, y su uso se limitaba a las inscripciones en piedra[8]. El antiguo britónico se conoce por las inscripciones de nombres propios que se han encontrado en la Gran Bretaña. Los lingüistas han intentado reconstruir a partir de los distintos dialectos o lenguas un vocabulario raíz que representase un céltico común, demostrando además el estrecho parentesco entre todas estas lenguas[9].
Durante la Edad Media se realizaron en los territorios de los celtas insulares obras literarias escritas en irlandés y galés. Si bien en Irlanda predominaron las sagas epopeicas como género literario, no ocurrió lo mismo en el País de Gales, donde sólo se realizaron obras poéticas y en prosa. Del ámbito poético se han conservado numerosos englynion (estrofas en verso) y poemas en alabanza de héroes, destacando el Libro de Taliesin. Entre la producción en prosa, los mabinogi ocupan un lugar preponderante no sólo dentro de la literatura galesa, sino de las literaturas célticas en su conjunto. Asimismo, estos relatos deben entenderse como una de las mejores fuentes que se han conservado de la civilización celta, o de un modo más preciso, de una sociedad situada en el sur del País de Gales que, asumiendo su propia tradición, se abrió a las innovaciones de organización social y cultural procedentes del norte de Francia y con las que entraron en contacto desde la invasión normanda.
Hay que destacar también, dentro de la literatura galesa, una curiosa producción consistente en cortas listas de tres personas, objetos o acontecimientos conocidos por el nombre de tríadas. Constituyó un método idóneo para recordar los parentescos de los personajes tradicionales (de ficción o históricos), así como los sucesos más importantes, que todo bardo debía conocer. Esta forma resultó muy popular entre los pueblos celtas hasta la Edad Media[10].