Capítulo ocho
El primero que despertó tras ser sorprendido fue el dragón, quien se removió dentro de la mente que compartía con la parte humana de su ser. Estaba aturdido, furioso, no con su compañera quien lo aturdió con ese extraño alarido, si no consigo mismo por haber sido tomado por sorpresa y acabar mostrando a la hembra que era débil, mordiendo el suelo tras ser noqueado.
Un dragón debía mostrar lo fuerte y poderoso que era ante su compañera, no acabar tirado en medio del bosque…
Se quedó sin palabras cuando sintió como alguien le rozaba el cuello. Entreabrió los ojos, sintiendo alivio al ver que era su compañera quien le estaba acariciando con suavidad. Podía percibir le miedo en el aire, algo que le revolvía las tripas y le daba ganas de gruñir y quemar medio bosque, pero lo que menos quería era el temor de su hembra, así que permaneció quieto, controlando la respiración, actuando como si estuviese desmayado.
«Despierta. Nuestra. ¡FOLLAR!», gruñó dentro de su mente, para despertar a su otra mitad. Necesitaba que Niall marcara a la hembra, la hiciera suya. Un dragón vivía por y para su compañera, una vez que la encontraba. No podía tomarla sexualmente, pero si compartir su corazón con ella. Su naturaleza le impedía expresar a través del sexo la devoción que sentía por la única mujer en su existencia. Eso sí, sentiría lo que su mitad humana le haría a la hembra, siendo un testigo bullicioso que aprovechaba esos instantes en que se volvían uno con ella, para poder hablarle mentalmente.
«Mmm».
«No, uhmm. Abrir ojos. ¡Ya!», respondió a la adormilada voz de su mitad humana.
«¿Dónde está ella?», gritó Niall en cuanto despertó, tomando conciencia de dónde estaba. Tirado en el suelo, dolorido y con una persistente migraña. Escuchó los gruñidos bajos de su parte animal que le transmitía por el vínculo de alma que compartían, la burla hacia él y la furia que sentía al mostrarse débil ante la mujer. «¿Qué sucedió?», preguntó a su dragón abriendo los ojos, notando que había acabado derribado en el bosque. Se tensó antes de obtener una respuesta al sentir lo que el dragón estaba experimentando,… unas suaves caricias en el cuello.
«No, moverse. Asustada. Nuestra compañera. Cambiar. Atraparla. ¡FOLLAR!».
«Que sí, follar, hacerla nuestra, enlazarnos con ella para siempre. Al final no todo es sexo, ¿lo sabes, no?».
«¡FOLLAR! ¡FOLLAR! ¡Ser uno, los tres!».
Era lo que deseaba el dragón.
Lo que deseaban los dos.
Pero Niall temía que la mujer los rechazara, que no aceptara ser la compañera de un Drakonis. No se conocían, y pese a ello, el destino los unió para siempre. Ella le había salvado la vida, le había derribado del cielo, le estaba acariciando y… sonrió internamente. Sería suya pronto, muy pronto. Haría caso a su dragón. Primero sexo, y luego, toda una vida para amarla y mostrarle la devoción que sentían los dos por ella.
Abrió los ojos y miró con absoluta adoración a su compañera, a la mujer que los iba a complementar y la que tenía el futuro de su felicidad en sus delicadas manos. Tan hermosa, tan pequeña y tan… letal, capaz de tumbar a un dragón con un alarido. No reconocía su raza, pero le quedó claro que no era humana pese a que olía como si lo fuera. Si era sincero consigo mismo, agradecía que no fuera mortal. Una unión entre un dragón y una humana era algo muy raro, que aconteció en muy contadas ocasiones en la historia de su raza. La mente humana no poseía la capacidad de aceptar la complejidad del enlace mágico con uno de los suyos, y se marchitaba antes de tiempo, llevándose a su compañero con ella, abrazando los dos la muerte prematuramente.
—¡Estás despierto! —Escuchó la voz de ella cuando esta se percató que la estaba observando con atención y un brillo de placer en los ojos al sentir cómo le acariciaba el cuello, y le palpaba las espinas protectoras que poseía en su espalda.
Sonrió, mostrando dos hileras de poderosos y afilados dientes, un gesto que hizo sin darse cuenta y que acabó asustando todavía más a la mujer, quien en apenas unos segundos de contacto visual, acabó dando media vuelta y huyó chillando a pleno pulmón.
Le resultó divertido, verla correr de esa manera, moviendo los brazos arriba y abajo, saltando cuando se encontraba con un obstáculo por el camino.
Pero la diversión se apagó al percibir el intenso olor de su miedo, impregnar cada rincón del bosque, un hedor pegajoso que exudaba su compañera y todo por su culpa.
Había llegado la hora de enfrentarse a su mayor temor. Llegó el día que por tanto tiempo deseó que nunca llegara.
Se presentaría frente a su compañera con el alma desnuda, con la cruda esperanza de no ser rechazado… o moriría.