35
Ya en España, todo adquiere un cariz diferente. La tensión palpada en Londres ha desaparecido por completo, dando paso a la habitual calma, cada uno se ha situado poco a poco en su lugar; aunque a algunos nos duela.
Al entrar en nuestro pequeño y humilde apartamento siento un pellizco en el corazón, este es el hogar que amo, donde puedo ser yo misma y curar mis heridas sin miedo. Como dijo Friedrich Nietzsche: "lo que no me mata me fortalece".
Tras un par de días de descanso en los que prácticamente no he salido de la habitación, decido reincorporarme al trabajo y volver a la rutina, es lo único que se me ocurre para recobrar cierta normalidad en mi vida, a pesar de que el mundo entero se empeña en recordarme constantemente mi situación.
Vamos a ver, Malú, ¿has tenido que sacar justo ahora la canción "Desaparecer"? Cada vez que la escucho me acuerdo de James, aun así, no hay un solo día que no quiera escucharla:
He salido a caminar por fin
y ahora nadie me acompaña,
he salido de dentro de ti
y no echo nada en falta,
Sigo escuchando la letra hasta llegar al estribillo, que es la parte que más me cuesta:
Ni pienso, ni busco,
ni quiero volver
no quiero ni verte,
ni hablar, ni saber
yo quiero irme lejos,
tanto como pueda
quiero que me veas
desaparecer
Por desgracia no puedo desaparecer, ya lo intenté una vez y no resultó como esperaba.
En las últimas semanas he acudido puntual a la oficina, y no salgo hasta terminar todo lo que me propongo. Visto de negro, ya que los colores ahora mismo no me hacen sentir bien, incluso me esfuerzo en compensar a mis compañeros por las semanas en las que he estado fuera y han tenido que suplirme. No me importa doblar mi horario si con ello dedico menos tiempo a pensar en James.
El peor momento del día es cuando regreso a casa, pero que nadie se equivoque, el problema no son mis amigos, de hecho, ellos siguen siendo un pilar fundamental en mi vida. El problema reside en que me cuesta presenciar esos momentos en los que ellos son felices y yo no puedo seguirlos. No quiero que se repriman por temor a incomodarme, pero me resulta tremendamente complicado dejar mis aflicciones a un lado para poder disfrutar plenamente de sus alegrías.
Raúl ha vuelto a instalarse en casa, e inevitablemente le acogemos con los brazos abiertos. A todos nos cae bien este chico, es más, no concibo mejor pareja para Mónica, sin duda es el único que sabe cómo mediar en sus repentinos cambios de humor.
Elena está cada vez más gordita, suelo bromear diciéndole que parece que se ha tragado una aceituna, lo importante es que ahora mismo está en un punto en el que no puede ser más feliz, incluyendo su relación con Carlos, que no solo ha madurado, además, han buscado un piso para instalarse en cuanto nazca el bebé, y si no lo ha hecho ya es por mí, lo sé; aunque Elena se empeñe en desmentirlo. La conozco y sé que no se irá de casa hasta estar convencida de que realmente he superado la ruptura, por desgracia, en esta ocasión soy incapaz de disimular, y mis altibajos no se lo ponen nada fácil a mis compañeros de piso, que en ocasiones no saben qué más hacer para animarme.
Y Lore... Bueno, Lore es otra cosa. Cada vez que nos cruzamos consigue sacarme una sonrisa. Ahora queda diariamente con Manu, dice que le está puliendo, y que bajo esas pecas y pelo cobrizo hay un diamante en bruto.
Entro en el comedor, alertada por la música a todo volumen y esos gemidos extraños que no sé bien cómo interpretar.
—¿Se puede saber qué estáis haciendo, chicos? –mi risa se desata cuando encuentro a Lore y a Manu embutidos en mallas deportivas intentando hacer aerobic frente al televisor; y digo intentando porque entre los muebles y el sofá, como mucho pueden hacer contorsionismo.
—Ya ves, reina, haciendo un poco de ejercicio para mantener el tipo.
—Vaya..., pues esto se parece más a un desfile de morcillas de Burgos –confirmo tras reparar en los maillots negros que comprimen sus michelines.
Lore suelta una fuerte risotada y esconde tripa, intentando estilizar su figura. Ya lo puede intentar ya, las cañas y las tapas de ayer no las disimula ni con ropa ancha.
—Bueno, qué me dices, ¿te apuntas a la vida sana?
Manu me hace un gesto de súplica con la mirada, y eso, aviva todavía más mis carcajadas.
—¡Este tío se ha vuelto loco! –Chilla con los ojos desorbitados.
Lore sonríe y se acerca a la mesa, coge su cerveza y le da un largo trago.
—¿Quieres? –me ofrece.
—No –respondo sin dejar de reír.
—¡Yo sí! –se apresura en contestar Manu.
—¡Cheeee, quieto parao! Tú, agua –le lanza una botella para que la coja al vuelo.
Miro a Lore con reprobación, pero él se encoge de hombros y añade:
—Estoy intentando eliminar grasas de este enorme bloque de carne –señala a Manu con la cabeza sin perder la sonrisa–. Está a régimen, y no se hable más.
Hago una mueca. Eso no me cuadra, ayer mismo vi a Manu comiendo pizza a escondidas, el cual, intuyendo el hilo de mis pensamientos, me hace una señal para que no destape su secreto; evidentemente eso será algo que quedará entre nosotros dos.
—Y ahora... –continúa Lore accionando el play en el reproductor–.
¡Vamos a continuar! ¡Y uno..., y dos..., y tres..., y cuatro...!
Salgo del comedor compadeciendo a Manu, no quisiera estar en su pellejo en este momento, pero al mismo tiempo, sé que él es feliz complaciendo a mi amigo en sus paranoias y excentricidades, pues con ese pretexto cada día están más unidos.
Regreso a mi habitación y cierro la puerta para concederme unos minutos de reflexión diaria, que sin pretenderlo, se han convertido en un nuevo hábito.
Es triste descubrir que lo único que me queda ahora es el recuerdo de los momentos vividos. Me sacuden imágenes, escenas, hechos aislados, y sobre todo, pequeños gestos de James, como cuando apretaba los labios para no reírse, su fruncimiento de cejas cada vez que decía una palabrota, o mi favorita: la forma con la que siempre buscaba mi contacto.
Solía cogerme de la mano constantemente, y cuando no lo hacía, se aseguraba de estar lo suficientemente cerca para sentir el roce casual de su brazo contra el mío. Esas pequeñas cosas sin importancia, son las que realmente echo de menos.
Cojo aire hasta sentirme llena y lo expulso lentamente. Me guste o no, es lo que hay; esta es la historia de mi vida. Ojalá pudiera decir que es diferente, pero no es el caso. Tras haberme enamorado por primera vez en mi vida, haberme ilusionado, incluso haber luchado, me avergüenza admitir que todo el esfuerzo invertido no ha servido de nada, al menos no para lograr mi objetivo. Sin embargo, este desafío ha hecho que descubra cosas de mí misma que en realidad no sabía, como que tengo más paciencia de la que creía o que soy capaz de darlo todo sin esperar nada a cambio por la persona a la que quiero.
No me cuesta reconocer mis múltiples defectos, e incluso pongo de mi parte para intentar solventarlos, y frente a las adversidades, siempre me crezco y encuentro una salida. Soy de las que piensan, como Marco Aurelio en su día, que cuando el dolor es insoportable nos destruye; cuando no nos destruye, es que es soportable.
Tal vez este sea mi caso, y mi destino seguir con mi vida en solitario.
Formar parte de otra persona y vivir una duradera historia de amor, no está hecho para mí; a las pruebas me remito.
Octubre
Noviembre
Diciembre