27
Menos mal que este es un viaje corto, apenas dos horas y me planto en el aeropuerto Heathrow de Londres. Camino desconcertada hacia la salida arrastrada por la multitud, no me fijo en nada, simplemente me dejo guiar hasta llegar a la calle. Al cruzar la puerta acristalada, me doy cuenta de que aquí todo es gris. El viento me araña la cara, incluso se filtra a través de la fina tela de mi chaqueta obligándome a abrochar los botones, pero la felicidad por haberme atrevido a coger un vuelo sola, no me la quita nadie.
Camino por la zona adoquinada hasta detenerme junto a un letrero con el nombre del aeropuerto. Bien, ahora solo queda armarme de valor. Cojo aire hasta percibir la completa dilatación de mis pulmones y..., ¡vamos allá! Hago una fotografía al letrero del aeropuerto y se la envío a James, acompañada de un texto que dice:
»¿Vienes a buscar a esta guiri?«
Solo espero que sea él quien lea el mensaje, de lo contrario ya puedo ir buscando hotel. El teléfono empieza a vibrar en mis manos, y no sé bien por qué, justo en este momento me pongo nerviosa. La llamada proviene del móvil de James, pero ¿y si no es él?
—¿James?
—¡Anna! ¿De verdad estás aquí? ¿No es una broma?
Se me escapa una carcajada producto del alivio que me produce escucharle; aunque ahora que lo pienso, debería estar enfadada por no decirme nada durante los últimos días... ¡Es igual! Ahora estoy aquí y es lo único que importa, vamos a darle un pequeño respiro al pobrecillo, eso sí, esto no se me olvida, y como vuelva a hacerme algo parecido en lo que le queda de vida, me va a oír.
—¡Claro que no es una broma! ¿Por quién me tomas? –vuelvo a reír, y él, responde del mismo modo al otro lado del teléfono.
—Estoy en el coche, voy a por ti. Debes dirigirte hacia la entrada del parking, ¿sabes dónde es? –miro a mi alrededor y diviso a lo lejos una señal que indica el camino.
—Sí.
—Estupendo cariño, nos vemos ahí dentro de diez minutos.
—Por última vez, James, no me llames... –ríe y cuelga antes de que pueda acabar la frase.
Niego con la cabeza y guardo el teléfono en el bolso: ¡este hombre es imposible!
Igual que una niña pequeña, me dirijo hacia el parking trotando como un cervatillo, contenta, ilusionada y sin abandonar la sonrisa que se ha tatuado en mi rostro tras hablar con él. Desciendo unos cuantos escalones quizás demasiado rápido, por lo que no me da tiempo a esquivar un enorme charco que hay al final del recorrido y meto el pie hasta el fondo. ¡Joder! Doy un salto hacia un lado y estudio meticulosamente los daños. He salpicado los vaqueros y mi pie derecho... En fin, mejor omito el hecho de que parece haber sido engullido por una esponja húmeda que antes fue un calcetín.
Bueno, Anna, tranquila, es lo que tiene Londres: frío, agua y humedad, ya lo sabes. Un momento... ¡Humedad! Miro rápidamente mi reflejo en los ventanales de un edificio y profiero un suspiro de alivio, por suerte, parece que mi pelo no ha padecido las adversidades climáticas de un país desconocido; mientras no me moje, todo irá bien.
Doy media vuelta para retomar la marcha por la acera, en paralelo a la carretera, y sin poder preverlo un coche sale de la nada, dobla la esquina a toda velocidad y... ¡ME CAGO EN LA LECHE! Una cortina de agua sucia impacta sobre mi camiseta, cara y, cómo no... ¡El pelo! Me quedo tiesa en mitad de la acera, con la boca abierta y tiritando de frío.
No puedo creer que tenga tan mala suerte, esto no puede estar pasando...
Saco un pañuelo del bolso y empiezo a secarme superficialmente intentando recobrar cierta dignidad, la verdad es que no sé para qué, no puedo disimular semejante desastre. Escucho a lo lejos el claxon de otro vehículo aproximándose y me giro enérgica, preparada para saltar hacia atrás antes de que un desconsiderado vuelva a mojarme.
Cuando el coche se detiene a mi altura, me centro en el conductor y respiro tranquila: este no va a mojarme.
James sale rápidamente para reunirse conmigo, dejándose el coche en marcha.
—Sí, ya lo sé. Mejor no te cuento lo que acaba de pasarme –digo intentando contestar a la duda que manifiestan sus ojos.
En ese momento, le sacude una fuerte carcajada mientras su cuerpo se retuerce de risa. ¡Qué cabrón! ¡Cómo odio cuando se descojona de mí!
—Yo no le veo la puñetera gracia –le recuerdo–, pero me parece que no soy la única que se ha manchado.
James deja de reír progresivamente, pero tras tantos minutos sin parar, se ha quedado completamente rojo.
—¿Qué quieres decir con eso? –pregunta mirándose de arriba abajo.
Lleva una impoluta camisa blanca y esos vaqueros azul oscuro que tanto le favorecen. ¡Guapísimo, como siempre!
Sonriente por la nueva travesura que se abre camino en mi mente, me lanzo a sus brazos colisionando contra su cuerpo, fuerte y duro, que me recibe sin ningún asco pese a que también le estoy llenando de barro.
Percibo sus besos sobre mi cabeza y sus brazos rodeándome, apretando hasta casi alzarme. En este momento siento que no me falta nada; no puedo ser más feliz.
Al retirarnos, sonrío. Probablemente acabo de destrozarle una de sus mejores camisas, pero no se queja, me devuelve la sonrisa y, derrochando esa galantería medieval que le caracteriza, abre la puerta del coche para mí.
—¡La hostia, James! ¿Un Porsche?
—Me gusta correr –alega de forma inocente.
—Siempre y cuando yo no sea la copiloto –le recuerdo.
—Exacto.
Me dedica una cálida sonrisa antes de cerrar la puerta del coche y dirigirse a paso ligero al lugar del conductor. Una vez dentro, me mira, sus ojos claros me cautivan de tal manera, que por un momento lo olvido todo, ni siquiera recuerdo el motivo exacto por el que he venido aquí, pero sé, con toda seguridad, que ahora que lo tengo delante no pienso separarme de él. Mi madre tiene razón, debo agarrar fuerte a este hombre para no perderle, porque desde hoy, es solo mío.
Hace rato que nos hemos quedado callados, en esta situación sobran las palabras, y mientras nos miramos, maravillados por volver a estar juntos, su cuerpo se inclina hacia delante y, esta vez, son sus labios los que se estrellan contra los míos. Mi corazón palpita a un ritmo frenético, mi respiración se acelera y mis ganas de él se desatan devolviéndole ese beso con más urgencia de la que él ha empleado.
No sé qué tiene este puñetero guiri, pero no puedo dejar de besarle ni separarme un milímetro de él, de hecho, el leve roce de las yemas de sus dedos sobre mi piel, basta para activar mi cuerpo adormecido. ¿Me cansaré alguna vez de esto?
Transcurridos unos minutos nos separamos, y es de agradecer, ya que soy incapaz de hacerlo sola, y como sigamos así no sé bien cómo vamos a terminar.
Se cuadra frente al volante y aprovecho para abrocharme el cinturón. Ahora que estoy más tranquila y tengo lo que quería, el recuerdo de la arpía de Alexa cruza mi mente como un destello de luz, cegando todo lo demás. Aún no he olvidado quién contestó mi llamada la última vez, y lo cierto es que me muero de ganas de preguntarle sobre eso, pero por otra parte, ahora estamos bien, todo ha vuelto a la normalidad y por nada del mundo quiero estropear este momento hablando de personas que sobran.
—No te puedes imaginar lo feliz que me hace tenerte aquí, a mí lado.
—Eso espero –contesto aliviada tras su intervención–. Esto ha sido una locura, la verdad es que tenía miedo de que no reaccionaras bien.
—¿Por qué? –me mira con el rostro contrariado–. ¿Por qué no iba a reaccionar bien? –me encojo de hombros.
—No lo sé, me estoy metiendo deliberadamente en tu vida, esa que has mantenido oculta de mí durante tanto tiempo –me giro para mirarle–, ¿no te acojona? Mira que ya no hay vuelta atrás –se echa a reír.
—¿Por qué lo dices?
—Porque este viaje es más significativo de lo que crees, de aquí me iré contigo o sin ti –se vuelve sorprendido hacia mí.
—No sé a qué ha venido eso, la verdad, a mí ya me tienes.
Pongo los ojos en blanco y me recuesto contra el respaldo del asiento, dando por concluida la conversación. Si tú supieras, James...
Hago a un lado gran parte de mis dudas, pero como siempre, antes de pasar página debo deshacerme de algunas espinas que llevo clavadas.
—Por cierto, ¿por qué no he tenido noticias tuyas durante tantos días? –pregunto intentando que mi voz no suene a reproche, y James, suspira sin desviar la vista de la carretera.
—No te puedes imaginar lo que supone para mí volver aquí... – chasquea la lengua con fastidio–, no he parado ni un minuto, y siempre que pensaba en llamarte, o era demasiado tarde o estaba física y mentalmente tan agotado que dudo mucho que hubiera podido ofrecerte un discurso coherente.
Intento contener mi perplejidad ante su argumento. ¡Pero qué chorrada me está contando!
—¿Y no te has parado a pensar que tal vez, yo me preocuparía al no tener noticias tuyas? –se vuelve extrañado en mi dirección.
—¿Por qué tendrías que preocuparte? Estoy en casa, con mi familia... No veo qué riesgos pueden haber aquí.
¡Vaya! Esta excusa no me la esperaba. ¡Qué riesgos, dice! Estar con su ex ya supone un riesgo, ¡y de los gordos! Pero James no es capaz de ver eso, como tampoco ve que yo quiera saber qué hace, o cómo está cuando no está conmigo. En fin, supongo que esto será normal para él, no deja de ser un frío inglés y resta importancia a este tipo de detalles.
Respiro profundamente y zanjo el tema por mi propio bien, ya que de seguir presionando, seguro que acabamos discutiendo, y si este tipo de cosas no salen de él, yo no puedo obligarlo. Tengo que empezar a aceptar que cada uno es como es.
—A todo esto... –procedo recordando el principal motivo de esta situación–. ¿Cómo está tu hermana?
—Bien, gracias.
—¿Bien? –hace una mueca.
—Últimamente está algo deprimida. Mi madre se ha enfadado mucho con ella porque al parecer, salió de la habitación para ir al desván. No sé qué estaba buscando ahí, la cuestión es que tropezó, su cuerpo aterrizó contra una mesa y se rompió el brazo –suspira–. Esta vez ha tenido que someterse a una larguísima operación para colocar el hueso en su sitio. La recuperación va a ser lenta, ya que no se lo han podido fijar del todo. Descartaron la idea de ponerle placas por temor a que el hueso se astillara más, y lo peor es que no sabemos qué secuelas le quedarán.
—Vaya..., lo siento mucho.
—No es la primera vez que le pasa algo así.
—Pero hay una cosa que no entiendo... Has dicho que tu madre se enfadó porque salió de la habitación, ¿está encerrada?
—No es exactamente una habitación, es como un pequeño apartamento dentro de la misma casa, completamente acondicionado para ella; Cristie no puede llevar una vida normal.
No me atrevo a opinar, es pronto para eso y carezco de la información necesaria. Giro la cara hacia delante para concentrarme en la carretera, pese a que todo esto me parece increíble. Por muy acondicionada que esté esa estancia, ¿cómo puede alguien vivir así?