13

Otra semana que llega a su fin.

Hoy ha sido mi última clase de salsa hasta septiembre y he prometido a Eugenia que practicaría; aunque la verdad, me daría igual olvidar todo y ser una completa fracasada en el baile. He aprendido a centrarme en lo que realmente importa, y la salsa no es una de esas cosas, prefiero tomármelo como un hobby, y no sentirme inferior por que Franco sea tan condenadamente bueno, ni por que todos mis compañeros sean mucho más rápidos que yo a la hora de aprender a realizar un paso nuevo, al fin y al cabo, con esto no voy a ganarme la vida, así que…, relax.

Al acabar la sesión, voy a casa de Franco. Ha preparado una cena y cuando se habla de buena comida, no soy capaz de negarme.

—Siéntate, yo cocinaré para vos –sonrío y tomo asiento.

Me mantengo erguida, como una princesa esperando a que la sirvan.

—¿Puedo ayudarte en algo? –pregunto estirando el cuello al máximo para mirar por encima de la barra que separa el comedor de la cocina americana, observando cómo Franco se mueve rápidamente de un lado a otro.

—¡Ni hablar! Yo solo me manejo bien –ignoro su negativa y me levanto para ir a la cocina.

—Pero ¡qué buena pinta tiene todo! ¿Vamos a cenar marisco?

—Sí, pero esta vez no hay pescado crudo, estoy asegurándome a conciencia –responde mientras voltea las gambas sobre la plancha.

—¡Oh, qué bien! –añado y le guiño un ojo–. Creo que te ayudaré con la ensalada. Dame un cuchillo.

Me entrega uno y empiezo a trocear los tomates sobre la tabla de madera; luego sigo con la lechuga y la zanahoria.

—¿Sabes?, esto de cocinar juntos es muy romántico –espeta apretando una sonrisa.

—¿Tú crees? –pregunto risueña de espaldas a él, de manera que no me doy cuenta cuando se acerca por mi espalda y coloca sus manos sobre las mías. Detengo el movimiento del cuchillo de inmediato para centrarme en ese contacto premeditado.

—Además, hoy estás muy hermosa...

—Zalamero... –sonríe en mi cuello antes de darme un rápido beso.

—No sé si podré dejarte marchar, me da miedo que conozcas a un mexicano y no vuelvas –sonrío por lo bajo, no voy a negar que también lo he pensado, pero eso es un secreto inconfesable.

—Sí... Todo es posible. La verdad es que los mariachis gorditos y con bigote me vuelven loca –se echa a reír y se separa de mí para seguir atendiendo la comida.

—¿A qué hora agarrás el vuelo?

—A las seis de la mañana, pero debo estar dos horas antes en el aeropuerto –hace una mueca de fastidio.

—No podré ir a despedirte; trabajo.

—No te preocupes. Además, tampoco estaré sola, voy con Elena, ¿recuerdas?

—Sí, la verdad es que se lo merece, últimamente no da una a derechas en el trabajo.

—¡Ufff! Vaya... Así que tú también lo has notado, ¿no? –me mira con incredulidad.

—¡Por supuesto!, como para no verlo... –niego con la cabeza.

—Supongo que debe ser muy difícil disimular teniendo a Carlos cerca todo el tiempo.

—Carlos también está algo descentrado, opino que esto se les está yendo de las manos..., a los dos...

—Ya –digo resignada–. Lo peor es que no podemos intervenir de ninguna manera, esto es algo que pertenece exclusivamente a su intimidad.

—Confío en que se aclararán, es evidente que se quieren.

—¿Tú crees?

—Carlos la busca a todas horas, pero es ella quien está salvando las distancias.

—Entonces, puede que le venga bien despejarse en México – concluyo–. Me gustaría que estas mini vacaciones la ayudaran a saber qué es lo que quiere hacer con su vida, incluso que le sirviera para enfocar su relación con Carlos.

—Ahí es donde entra en juego tu psicología femenina... –sonríe de medio lado–, que tengas suerte. Pero basta de hablar de otras personas y concedámonos un tiempo a nosotros –termina diciendo mientras coloca unas almejas a la marinera sobre una bandeja y las lleva a la mesa.

—Creo que ya podemos empezar a atacar; todo está en su punto – sugiere desde el comedor.

Llevo la ensalada y me siento en el mismo sitio de antes sin dejar de sonreír. Franco descorcha una botella de vino blanco y llena mi copa.

—Brindemos por vuestro viaje, que os sirva para recargar las pilas y volváis con ganas de comeros el mundo –levanto mi copa complacida y la choco contra la suya.

—Y por ti, que también debes recargar las pilas para soportar mi regreso.

—¡Salud! –asiente antes de dar el primer sorbo a su copa.

—Ahora será mejor que nos centremos en el espléndido banquete que has preparado..., antes de que se enfríe.

 

La cena está deliciosa y sabe mejor en compañía de Franco, que se esfuerza por sacarme una sonrisa a la menor oportunidad. Al terminar con todo lo que hay sobre la mesa, me levanto y me despido de él dándole un enorme abrazo.

Sé que no le hace mucha gracia que me vaya tantos días, pero no intenta impedírmelo, no es quién para hacerlo, y aunque hubiera algo sólido entre nosotros, tampoco le haría caso; lo primero son mis amigas.

 

Llego a casa contentísima, llena de ilusión por nuestro inminente viaje. Mónica y Lore me reciben efusivamente y me desean un buen vuelo, me abrazan, me besan y me hacen encargos de todo tipo, entre ellos, un par de botellas de tequila. Tras una breve charla me excuso diciendo que voy a acabar de preparar mi equipaje, pero antes, paso por la habitación de Elena a ver cómo lo lleva.

Su maleta está abierta sobre la cama, ya ha metido dentro la ropa interior y el bañador nuevo que se ha comprado.

—Qué, ¿estás preparada? –se sobresalta al escuchar mi voz.

—¡Jolines, qué pronto has venido!

Me tumbo sobre su cama, colocando las manos bajo la cabeza y cruzando las piernas.

—Quería acabar de revisar mi equipaje. Como siempre, tengo la sensación de que se me olvida algo.

—Ahá...

Sus ojos se apartan de los míos y devuelve la vista al armario, deslizando cada percha por la barra metálica en un intento por decidirse.

—Supongo que nuestra escapada, entre otras cosas, servirá para que de una vez por todas me cuentes qué te pasa, ¿no? –Elena coge aire y lo expulsa lentamente por la nariz, de forma ruidosa.

—Sí, este viaje aclarará muchas cosas... –envuelve sus palabras en una nota de misterio que me hace sonreír en el acto–, me temo. Y tú qué, ¿tienes ganas de irte unos días por ahí? ¡Salta a la vista que también lo necesitas!

—¡Ya te digo! –respondo risueña–. Bueno, y a todo esto, ¿a qué hora nos levantamos mañana?

—Tú a la que quieras, pero ten en cuenta que tienes que estar a las cuatro y media como muy tarde en el aeropuerto. Yo iré directamente desde el trabajo.

—¡¿Cómo?! ¿No vamos juntas?

—De aquí a una hora tengo que regresar al hospital, antes de marchar he de arreglar unos asuntos para que puedan suplirme, ya sabes cómo están las cosas... Pero no te preocupes, antes de embarcar estaré ahí.

—¿Antes de embarcar? –se echa a reír por mi cara de miedo.

—Tú no te preocupes, Anna, llegaré –promete, pero no me deja muy convencida.

Abandona la búsqueda de ropa en su armario para acercarse a mí y se coloca justo delante de mis narices.

—¿Me das un abrazo? –pregunta dejándome descolocada por completo. ¿A qué viene esta inesperada muestra de afecto? Sin dar tiempo a que me incorpore, se lanza sobre mí apretándome muy fuerte–. Te quiero mucho, de verdad –tras ese inesperado brote de cariño se separa lentamente y centra sus ojos en los míos–. Estos días van a ser inolvidables, ya lo verás Anna, vamos a disfrutar al máximo.

Asiento prudente sin atreverme a añadir nada, después me levanto con total tranquilidad y me dirijo a mi habitación a terminar de preparar el equipaje. Elena está resultando ser todo un misterio para mí, de repente llora, se enfada, ríe o te quiere... No la entiendo. Creo que en parte, tengo más ganas de estar a solas con ella para indagar un poco.