16

Aquí anochece antes que en España, por lo que a las ocho de la noche, todo está completamente oscuro. He acabado de ducharme y me encuentro frente al televisor, viendo un poco de la programación regional. La manera que tienen de hablar los mexicanos me resulta entrañable. Sonrío sin querer, concentrándome en cómo gesticulan y gritan, son muy expresivos. Además, siempre encuentran el momento oportuno para decir eso de: "¡ándale!". Sencillamente, me encanta.

James sale del cuarto de baño poco después, pero ni siquiera le presto la menor atención. Suspira sonoramente y se tumba en la cama, por lo visto está mucho más cansado que yo.

Cuando considero que he cubierto el cupo de hoy, apago el televisor y me dirijo a la cama. He retrasado este momento todo lo posible, incluso he llegado a barajar la posibilidad de dormir en el sofá esta noche, pero para ser sinceros, me he dicho a mí misma: "¿Y por qué tengo yo que privarme del descanso por su culpa?", así que me levanto del sofá, dejo el mando sobre la mesita y, antes de llegar al lado de la cama que James ha dejado para mí, me quedo en blanco.

¿Qué cojones está haciendo este estúpido?

—¿Qué haces ahí quieta? –me pregunta con total parsimonia.

—No, la pregunta es, ¿qué haces tú desnudo en mitad de la cama?

–sonríe.

—Hace mucho calor y la ropa me molesta. Además, no tengo que esconderme, ya me has visto desnudo –me recuerda y me pongo roja.

¡Maldito cabrón! ¿Cómo puede decirme eso como si fuera lo más natural del mundo?

—En cualquier caso, me niego a meterme en la cama contigo así.

—¿Por qué? –sonríe–. ¿Qué tiene de malo? De todas formas, si no quieres dormir aquí ahí tienes el sofá. No voy a impedírtelo, allá tú.

Un momento, ¿me ofrece el sofá? ¿Cómo puede ser tan imbécil?

James se gira y me brinda un primer plano de su impoluto culo blanco, y eso solo me encoleriza todavía más.

—Creo que quien debería dormir en el sofá eres tú –espeto a la defensiva.

—No, Anna, prefiero la cama, si no te importa. Es más cómoda.

—¿Dónde está ahora toda esa caballerosidad inglesa y ese pudor?

–se gira para mirarme, la sonrisa no se ha esfumado ni un segundo de sus labios.

—Te has encargado de aniquilar toda la caballerosidad que quedaba en mí. De todas formas, no hace falta que te escandalices tanto, solo es un pene.

Solo un pene. Así que es de esa forma como lo define: "Solo... Un...

Pene". ¡Será capullo! ¡Y se queda tan ancho! Me encamino enfurruñada hacia el baño, una vez dentro, me agarro a la pica con todas mis fuerzas. Y ahora, ¿qué? ¿Cómo puedo dormir con un hombre desnudo a mi lado? Y no un hombre cualquiera, no, sino James.

Suspiro frente al espejo, no me queda otra que hacer de tripas corazón y mantenerme en mi lado sin moverme. Con un poco de suerte, en cuanto apague la luz no veré absolutamente nada.

Antes de salir del baño, me enfundo el albornoz y lo ato fuertemente a mi cintura. Si tengo que dormir con él desnudo, no quiero que ninguna de mis partes que quedan al descubierto le rocen lo más mínimo. Salgo del baño y entro decidida en la habitación, James estalla en carcajadas en cuanto me ve.

—¿Tienes frío? –pregunta con sorna.

—Pues mira, no, lo que no quiero es tocarte por accidente y que se me pegue algo de tu estupidez.

Se echa a reír y se coloca hacia un lado, dejándome paso a mí y a mi caluroso albornoz rosa. ¡Dios! No sé si podré aguantar toda la noche con esto puesto. Me meto en la cama y apago la luz. Fin de la discusión.

No ha pasado ni media hora y aún no sé cómo ponerme. El aire acondicionado está puesto, pero de todas formas esto parece un horno. Miro de reojo a James, durmiendo a pierna suelta. Parece muy tranquilo pese a mi constante movimiento, y no estoy al cien por cien segura, pero a juzgar por la mueca de sus labios, parece que se lo está pasando en grande con toda esta situación.

Tras unos incómodos minutos, decido terminar con esto. Estoy sudando y empiezo a tener ciertas dificultades para respirar con normalidad, así que me quito el albornoz con mucho cuidado, procurando que mis movimientos no le despierten, y me quedo con mi fino pijama de tirantes. Es un alivio sentir el aire fresco sobre mi cuerpo, y ser testigo, de cómo el sudor de mi piel se seca por momentos.

—¿Mejor? –pregunta James, dándome un susto de muerte, ni tan siquiera le ha hecho falta abrir los ojos para saber lo que acabo de hacer.

—Sí –respondo sin entrar en detalles.

Vuelve a reír y se da media vuelta, ofreciéndome nuevamente un primer plano de su fluorescente culo.

—Qué mujer más cabezota... –susurra por lo bajo, no obstante, le he escuchado a la perfección.

 

Mis ojos parpadean aturdidos intentando adaptarse a la fuerte luz que entra por la ventana, y enfoco hasta que la imagen se hace más nítida. La corredera que da al balcón está abierta, y James, vestido y sentado en el sofá, ojea el diario mientras el televisor permanece encendido; aunque sin voz. En cuanto me oye moverme, se gira y me mira.

—Buenos días, te he traído el desayuno. El bufet ya está cerrado.

—¿Qué hora es? –pregunto confusa.

—Las doce –responde con total indiferencia mientras pasa la página del diario sin prestarme la más mínima atención.

—¡Menuda mierda! He perdido horas de tomar el sol en la playa – sonríe.

—No te preocupes, la playa, por desgracia, no va a moverse de ahí –alega en tono cansado y me encojo de hombros; en eso tiene razón.

Miro la bandeja que me ha subido en la que hay fruta, deliciosas pastas, zumos, café... Ha pensado en todo, y eso, me hace pensar, ¿cuándo ha salido James de la habitación y ha vuelto a entrar con todo esto? Me toco la cabeza, que con el cambio horario y demás, me duele un poco.

Decido comer un poco de fruta antes de irme al baño y darme una merecida ducha. Tengo el pelo pegado a la cara por el sofocante calor que ha hecho esta noche, incluso la piel de mi cuerpo está brillante a causa del sudor. El alivio que me envuelve tan pronto abro el grifo de la ducha y siento el agua recorrer mi cuerpo, es indescriptible.

Me seco el pelo superficialmente, no tengo ánimos para aguantar un secador cerca de mi cara, y la verdad, el pelo ondulado no me queda tan mal. Me enrosco la toalla al cuerpo y regreso a la habitación.

Me concentro en mi equipaje unos segundos, hay un vestido rojo que me queda como un guante, es perfecto para hoy.

James continúa ojeando su diario, estoy a punto de volver al baño para vestirme, cuando el recuerdo de la noche anterior pasa fugaz por mi mente. Pienso devolvérsela, porque a este juego podemos jugar los dos, que no se crea superior a mí por haberme dejado sin capacidad de reacción unos segundos.

Sonriendo para mí, retiro la toalla que me cubre plenamente consciente del poder que ejercen mis atributos femeninos sobre él, y ya puestos, sobre cualquier hombre –¡¿por qué no?!–, y camino con decisión hacia el balcón. Para ello, no tengo más remedio que pasar frente a él, y entonces, por fin alza la mirada del periódico y su rostro cambia al verme completamente desnuda. Salgo al balcón, algunos muchachos de la zona señalan en mi dirección, pero no me importa, tiendo la toalla mojada en la barandilla y vuelvo a entrar contoneándome como si nada frente a él.

—¿A qué juegas? –pregunta con el ceño fruncido, es evidente que mi pequeña venganza no le hace gracia.

—No juego a nada, James –me encojo de hombros simulando inocencia–, no es la primera vez que me ves desnuda, además, no son más que tetas y culo –digo recordando su frase de anoche.

Niega confuso con la cabeza y vuelve a focalizar su atención en el periódico, pero no puede engañarme, sé que pese a su reticencia me está mirando, por lo que decido provocarlo un poco más y volver a recuperar el mango de la sartén, para devolvérsela.

Cojo una porción de crema con olor a frambuesa de Anna's line, y la unto sobre mis piernas. Primero coloco una sobre la cama y masajeo de forma sexy hasta la ingle; al terminar, repito el proceso con la otra pierna. James carraspea y vuelve a pasar de forma brusca la página del diario; aunque sé que hace rato que los titulares dejaron de tener interés para él.

Continúo untando la crema, esta vez sobre mi pecho, practicando un suave masaje hasta que los pezones se endurecen. Sé que esa visión de mí le trastorna, por lo que decido ir un poco más allá, simplemente porque puedo. Camino segura hacia él y le entrego el tarro de crema.

—¿Puedes darme por la espalda, por favor? –pregunto inocentemente–, no llego bien.

—No entiendo nada, la verdad. Ayer me despreciaste, me insultaste y te escandalizaste por haberme desnudado, y hoy te contoneas así frente a mí y me pides que te ponga crema, ¿qué pretendes con todo esto?

—¿Yo? ¡No pretendo nada! Lo que no voy a dejar es que mi piel se deshidrate porque me haya tocado la desgracia de compartir habitación contigo, es así de simple –James suspira–. De todas formas –añado como si nada–, si tanto te molesta, le pediré a algún chico que haya por la playa que me ponga un poco –hago ademán de irme, pero tal como esperaba, James se pone en pie y me lo impide.

—Todo sea por no dejar tu piel deshidratada... –repite con retintín, a lo que contengo la risa.

Me aplica cuidadosamente la crema por la espalda. Está lo suficientemente cerca y puedo apreciar su acelerada respiración, haciéndome sentir triunfante y llena de dicha por tener la habilidad de dominarle a mi antojo. Nada surge mayor efecto que un cuerpo femenino desnudo, lo tengo comprobado.

En cuanto percibo sus manos recorrer la línea de mi columna hasta detenerse al final de mi espalda, me separo, no es cuestión de quemarme con mi propio juego, así que le doy las gracias y me alejo de él para vestirme.

James vuelve a sentarse en el sofá, solo que ahora no mira su diario ni siquiera para disimular. Me observa descaradamente mientras me pongo el bañador turquesa, y sobre este, mi vestido rojo.

—Ya estoy preparada para ir a la playa –anuncio mientras cojo mi bolsa con el protector solar, las gafas y el maquillaje; nunca se sabe.

—Creo que será mejor que nos quedemos aquí un rato.

—¿Por qué? –pregunto extrañada.

—Como comprenderás, no puedo salir a la calle así.

Se pone en pie y entonces lo veo. Está visiblemente excitado, y eso me provoca una enorme carcajada que soy incapaz de contener.

—Bueno James, que te sea leve, yo no tengo ningún motivo por el que deba permanecer aquí más tiempo –me giro hacia la puerta, pero él no duda en seguirme ignorando su erección.

—Apuesto a que lo has hecho a propósito –murmura a mi espalda.

—De verdad, James, no sé de qué demonios me estás hablando.

Mientras bajamos las escaleras y nos dirigimos a la playa, no puedo evitar pensar con regocijo que hoy he vuelto a salirme con la mía.

 

Tomamos el sol, comemos, bebemos y así pasan lentamente las horas. James está bastante agobiado, de hecho, se queja por todo: que si hace demasiado sol, que si está sudando todo el día, que si se lo comen los mosquitos, que si los impresentables que nos rodean le incomodan, que si la comida parece el pienso que le dan a los animales, el picante y las especias van a acabar con él... ¡Cansada me tiene de que todo le parezca mal! Vamos, que no ha dicho nada positivo desde que llegamos... ¡y de eso hace solo día y medio! Debo admitir que no hago nada por intentar aliviarle lo más mínimo, me limito únicamente a disfrutar, porque resulta que a mí, sí me encanta todo cuando hay aquí, empezando por la gente, tan atenta y cariñosa con nosotros, sobre todo conmigo, que desde que saben que soy española me colman de atenciones y me llaman compatriota. Me sacan una sonrisa cuando al verme pasar, dicen: "¡Ole, ole, tortilla de patatas, jamón, paella, flamenco, toros!" ...y es que otra cosa no, pero nos guste o no, nuestras costumbres han traspasado fronteras.

Me incorporo en mi hamaca haciendo crujir mis extremidades, agarrotadas por permanecer tanto tiempo en la misma postura, y miro a James. Está tumbado a mi lado, cubriéndose los ojos con el pliegue del codo, como siempre, intentando huir todo lo posible del sol, no vaya a ser que le broncee un poco su piel inmaculada.

De forma inesperada, un estallido procedente de la piscina tras una inmersión en bomba, desvía mi atención dejándome atónita; una enorme cortina de agua pasa por encima de mi cabeza e impacta únicamente sobre mi somnoliento acompañante. Ignorando su mosqueo, no puedo dejar de reír a carcajada limpia cuando se incorpora de un sobresalto, mojado, alterado y con ganas de enfrentarse cara a cara con el responsable de perturbar su paz.

—¡Esto es increíble! –gruñe retirando la toalla de su trasero para secarse la cara y la cabeza–. ¡Esto no hay quien lo aguante! –continúo riéndome de él, ¡menuda pinta de pollito mojado que tiene ahora!–. Te aseguro que yo no le veo la gracia por ningún sitio –espeta cabreado, y eso, aumenta la fuerza de mis carcajadas.

—James, me recuerdas a un viejo... Estás a solo dos metros de la piscina y te ha caído un poco de agua, no creo que sea para tanto.

—¡No ha sido precisamente un poco de agua! –grita mientras se retira con los dedos la camiseta, que se ha quedado adherida a su cuerpo tras el remojón–. No puedo creer que realmente te guste esto, es tan... –hace un gesto de vulgaridad con las manos.

—¿Qué? –pregunto con impaciencia.

—Este tipo de viajes no son para nosotros... Es..., es... –hace un gesto evasivo con las manos.

—Ah, ya entiendo –le corto advirtiendo por dónde van sus pensamientos–. Lo que quieres decir es que por tu nivel de vida y demás, esto es para la plebe, ¿no? –suspira.

—No era exactamente eso lo que pretendía decir.

—Pues déjame que te diga que no se hizo la miel para la boca del asno –me mira extrañado.

—¿Qué significa eso? –pongo los ojos en blanco.

—Nada, nada... Tú no puedes entenderlo, eres un guiri –remarco con malicia.

Recojo mi bolsa del suelo y empiezo a revolver en ella buscando mi MP3, cuando palpo el programa de actividades que nos dieron el día que llegamos. Empiezo a ojearlo con tranquilidad, resulta que también organizan excursiones. Lo tengo decidido: de aquí no me voy sin ir a ver Chichen Itzá. Continúo pasando las páginas del programa y mis pupilas se dilatan cuando leo lo que hay preparado para esta noche:

"Fiesta de disfraces"

 

¡Un baile! ¡Genial! Leo con atención toda la información que puede serme útil, por lo que veo, se hará en una de las carpas que dispone el hotel al aire libre, el único requisito es ir disfrazado. Comienzo a sentir un estremecimiento de entusiasmo, sensación que rápidamente se convierte en impaciencia ante la perspectiva de hacer algo diferente y original como esto; justo lo que necesito en este momento. Sin pensármelo dos veces, salto de la hamaca.

—¿Adónde vas?

Me giro hacia James mientras me apresuro a ponerme las chancletas, enlazando la banda de tela en el dedo correcto.

—Voy a alquilar un disfraz para esta noche.

James me mira extrañado, pero se levanta en cuanto ve que me marcho decidida a hacerlo. Corro por los cuidados jardines hasta llegar al enorme vestíbulo del hotel, en una de las salas contiguas, la gente sale exhibiendo sus trajes nuevos, sonrío de oreja a oreja y entro.

—Venía a alquilar un disfraz –digo a la chica que hay tras una mesa que hace las veces de mostrador.

—No queda mucha variedad, tan solo esos trajes que están ahí – señala hacia la derecha–. Los de caballero están en el otro lado – concluye y James, se dirige hacia allí con el rostro descompuesto.

Miro uno a uno los trajes y solo quedan los peores, los que nadie quiere, pero entre todos ellos, descubro uno de Catwoman que me impresiona, y lo mejor de todo es que parece que es de mi talla; lo cojo de la percha para apretarlo fuertemente contra mi pecho, no vaya a ser que alguien me lo quite. No obstante, antes de ir hacia el mostrador para hacer la reserva, la curiosidad me puede más y camino hacia la zona de caballeros, donde encuentro a James contrariado.

El surtido de disfraces en la zona de caballeros es mucho más escaso que en la de mujeres, y sólo quedan disfraces de conejo, león y fulana, por lo que no puedo evitar reírme de la cara de circunstancias de James.

—Por favor, Anna, no me hagas esto... –me echo a reír.

—No tienes por qué hacer nada que no quieras –le recuerdo.

—Si vas a esa fiesta no podré acompañarte sin disfraz. Disfrazarme no es algo que me guste mucho, además, tampoco es que haya mucho donde elegir...

—¡Pero qué dices! Mira este traje de aquí –cojo uno de fulana que consta de camiseta con relleno incorporado, minifalda, medias de rejilla y peluca rubia–. Apuesto a que este te sienta como un guante. –se me escapa la risa sin querer, y James se vuelve molesto.

—¿Tienes que hacérmelo aún más difícil? ¿No consideras que ya he sufrido bastante?

—Madre mía, James... Yo no pondría la palabra “ sufrir” al lado de "baile, fiesta, disfraces y vacaciones"; lo estás llevando todo al extremo –suspira asqueado y me arrebata el traje de fulana para colgarlo nuevamente en la barra metálica.

—Hasta aquí –ruge–. Ya no lo soporto más –se va enfurecido, y por primera vez desde que estoy aquí, me deja sola.

En lugar de sentirme aliviada, me invade una sensación de pena y miedo a la vez. ¿Se habrá cansado ya de mí? ¿Piensa regresar a España él solo? Sé que es inexplicable, pero ante esa remota posibilidad me siento insegura; aun así, el bailoteo de esta noche no me lo quita nadie. Alquilo mi traje de Catwoman, lo dejo en la habitación sobre la cama y me voy a tomar un cóctel a la terraza, para hacer tiempo mientras llega la hora de la cena. Y es que no se puede negar, estas vacaciones son de auténtico relax.

 

Cuando el hambre aprieta, me pongo en pie y camino decidida hacia el bufet. James me espera fuera, y mi pecho vuelve a respirar al fin tranquilo; sigue aquí, no se ha ido.

—He reservado mesa en El pescador –comenta con tranquilidad–.

¿Vienes?

—No me apetece, gracias –levanto la cabeza orgullosa y le esquivo para entrar en el bufet.

Espero a que me siga, como en otras ocasiones, pero esta vez, James no se mueve, asiente sin añadir nada, sin intentar hacerme cambiar de idea y se va. Admito que eso me molesta bastante, pues solo con que hubiese insistido un poco habría cedido, sin embargo, parece que empieza a darse por vencido conmigo, ya le importa poco lo que haga. ¡Será posible! ¿Esto es lo que le enseñaron en su refinada universidad de Oxford, a dejar plantada a la chica que le acompaña? ¡Menudo inglés de pacotilla está hecho!

Ocupo una mesa del bufet y me siento en la silla de mala gana.

Hasta ahora no me había parado a pensar lo patético que resulta estar completamente sola en un lugar como este, ya que estaba con James a todas horas, que aunque no es la mejor compañía del mundo al menos servía para distraerme. Miro hacia mi plato vacío y me pregunto si él se sentirá igual en el lujoso restaurante en el que está cenando. En cierto modo le entiendo, se nota que es un viaje que alguien como él no es capaz de disfrutar. Aun así, está haciendo el esfuerzo por mí, pese a que no se lo he pedido, y no hago más que ponérselo difícil dándole con la puerta en las narices cada vez que intenta acercarse a mí.

Suspiro con fuerza mientras camino hacia el enorme surtido de comida; esta vez, me decanto por un poco de ensalada y una porción de pizza.

En cuanto acabo de cenar, mi humor cambia. Tengo ganas de ir a la fiesta porque estoy segura de que ahí, lograré entretenerme. Regreso a mi habitación y empiezo a disfrazarme a conciencia, poniendo especial atención al maquillaje. Me embadurno los labios con carmín rojo y alargo la raya de los ojos con el difusor, para dotarlos de un aspecto felino. Una vez finalizada la metamorfosis, contemplo mi cuerpo frente al espejo. Me quedo sin palabras. No estoy nada mal.

Sintiéndome la mujer más sexy del mundo, me encamino con mis tacones de vértigo hacia la fiesta. Procuro no pensar en James mientras entro en la gran carpa decorada con luces de colores y banderitas de papel; no quiero que ningún mal pensamiento me arruine este momento. Además, otra ventaja es que la música es latina y puedo aplicar lo poco que he aprendido en las clases de salsa.

Empiezo mi baile en solitario, pero no tardan mucho en acudir hombres que quieran acompañar mis pasos, y para mi sorpresa, algunos de ellos bailan casi tan bien como Franco.

¡FRANCO! Me excuso unos segundos, abandonando a mi desconocida pareja, y me dirijo a por un vaso de agua. No le he dicho que he llegado, me he olvidado de él por completo. Miro mi teléfono, pero no puedo recibir mensajes ya que he desactivado la opción de Internet para no tener sustos en mi factura, pero eso no es excusa, puedo conectarme a la Wi-Fi del hotel.

Cierro los ojos, no puedo describir lo mal que me encuentro en estos momentos. ¿Cómo he podido olvidarme? Y lo peor es que ni siquiera le he echado de menos... ¿Cómo es posible? ¡Si estoy más que acostumbrada a quedar con él cada día y dedicarle mis tardes!

Pienso en escribirle ahora mismo, pero me frena la franja horaria y decido posponerlo hasta mañana. Pobre, estará preocupado al no recibir noticias mías... Un momento, ¿sabe con quién estoy? ¿Elena o Carlos le han referido algo? Me muevo inquieta, incapaz de mantener la calma. Me asalta el miedo y... ¿Y qué más da? Franco y yo no tenemos nada, ¿no? ¿...o sí?

Trago saliva. No tiene por qué enfadarse porque no he hecho nada, es más, esta situación ha sido una encerrona, yo no tenía ni idea de nada, pero por dentro sé que el no haberle escrito o llamado no tiene explicación alguna, está en todo su derecho de no volver a dirigirme la palabra. ¿Y si no quiere saber nada más de mí?

Me siento en una silla con la mirada fija en la pista de baile, pero soy incapaz de dejarme llevar por la música, me siento como un monstruo cruel.

—¿Quieres bailar, preciosa?

Me giro hacia el chico disfrazado de vampiro, es bastante guapo, pero me obligo a rechazar su propuesta debido a que necesito unos segundos más de auto sufrimiento para redimir mis pecados.

Pasa el tiempo y me abandono al bol de cacahuetes y a los daiquiris de fresa sin quitar ojo a las parejas disfrazadas que bailan sin parar; algunas incluso hacen gracia.

—¿Bailamos?

Vuelvo a negar con la cabeza; aunque no sin antes mirar el disfraz del chico en cuestión. Reprimo una sonora carcajada al reconocer esa peluca rubia cardada y ese disfraz de prostituta barata.

—Ni se te ocurra reírte –me advierte–. Era el único disfraz que quedaba disponible, el de león me lo robó el chico que estaba justo delante de mí –señala en la dirección del chico que baila dando saltos en mitad de la pista, admirando cómo los pelos de su melena se mecen de un lado a otro.

—No me lo puedo creer... –digo boquiabierta.

—Yo tampoco. Y ahora, ¿podemos bailar antes de que me arrepienta? –asiento más animada y me dejo guiar por este inglés alto, blanquito y rubio, vestido de putón.

—Y dígame, señor Orwell, ¿qué le ha hecho vestir así?

Suspira y mira al suelo intentando controlar el ritmo lento de sus pies. Reprimo una carcajada al ver que lleva puestas sus chanclas playeras.

—Me comían los nervios por no saber qué estabas haciendo, de hecho, intenté entrar, pero me lo impidieron al no ir disfrazado. No tuve alternativa –me echo a reír.

—Que conste que este disfraz te sienta la mar de bien, resalta tus encantos.

—Bueno, no voy a ser modesto, confieso que pese a no ser el único hombre vestido así, me han dedicado miraditas indiscretas.

Miro hacia las demás parejas, algunas reparan en James y se ríen, pero yo, justo ahora me siento tremendamente orgullosa de él. Observo atentamente sus ojos y descubro un mar tranquilo, ajeno a los comentarios, únicamente centrado en mí. Le sonrío, me recuesto en su hombro y me dejo llevar. Había olvidado la seguridad que me invadía cada vez que sus brazos me rodeaban, cada vez que aspiraba su embriagador aroma, tan inconfundible y tremendamente atrayente, capaz de hacerme olvidar todos los problemas para disfrutar únicamente del momento.

Vuelvo a separarme para mirarle, esta vez, me topo con su suave sonrisa. Este hombre está aquí por mí, vestido de prostituta y haciendo todo esto exclusivamente para estar conmigo, para que le dé una segunda oportunidad, y por un momento, al contemplarle frente a mí, me doy cuenta de que no es James Orwell, el imponente empresario, sino un hombre enamorado, enamorado de mí. No puedo permanecer impasible frente a eso, y más teniendo en cuenta que él nunca ha dejado de gustarme. Bueno, quizás un poco... ¡Pero ¿qué digo?! ¿A quién pretendo engañar? Ni empeñándome en odiarle he conseguido hacerlo más que un poco.

—¿Sabes, James? –intervengo rompiendo el silencio que se ha establecido entre nosotros–. Creo que te has olvidado de un pequeño detalle...

—¿Enserio? –dice mirándose de arriba abajo–. Te aseguro que no cabe nada más en este disfraz –sonrío.

—No te has pintado los labios de rojo.

—Me temo que el maquillaje no entraba dentro de mis planes.

—Pues creo que los labios pintados otorgaría a tu traje de un mayor realismo.

—¿No te parece ya suficientemente realista? ¡Llevo medias! –alega en su defensa y me echo a reír.

—Aun así... –me pego a él sin titubear, colocándome de puntillas y acercando mis labios a los suyos–. Sin duda el rojo te sentará de maravilla... –susurro justo antes de besarle.

Lo hago con decisión, sintiendo la calidez de su boca al rozar suavemente la mía. Al percibir esa leve presión, toda la sangre de mi cuerpo se agolpa justo ahí. En cuanto consigo retirarme un poco, contemplo mi obra maestra. He conseguido teñir sus labios con mi carmín, y eso me hace sonreír como una cría.

—Te he echado de menos, Anna Suárez, he esperado demasiado tiempo para poder contenerme ahora.

Y tras sus últimas palabras, me ciñe con fuerza a él y vuelve a besarme de una forma dura, desesperada. Coloco mis manos tras su nuca mientras correspondo a su ardiente beso, sintiendo que como siga así, voy a derretirme como la cera de una vela encendida.

Se me escapa un gemido cuando sus manos siguen la curva de mi cintura hasta acabar posándose en mi trasero. Ya no me acuerdo de lo que era sentirse así, especial y deseada cuando un hombre te toca de esta manera, cuando sientes que con cada contacto, tu piel reacciona transmitiéndote una especie de corriente eléctrica que atraviesa todo tu cuerpo hasta llegar al corazón. Me avergüenza admitir que hace seis meses que prácticamente no he tenido sexo; sin lugar a dudas, una parte de mí seguía esperándole. Vuelvo a separarme para, a continuación, lanzarme a por su largo cuello y besarle con deleite, escalando hasta llegar al lóbulo de la oreja.

—Vámonos... –le sugiero entre susurros.

James sonríe y recuesta su cálida frente sobre mía mientras sus manos sostienen mi rostro con firmeza.

—Estaba deseando que lo dijeras.

Ya no hay nada más que decir. Caminamos hacia nuestra habitación, y solo cuando cerramos la puerta, damos rienda suelta, sin ningún tipo de censura, a nuestros sentimientos.

Sonrío al quitarle la camiseta con relleno, la minifalda y las medias de rejilla.

—Nunca había desnudado a una mujer –digo retirándole la peluca rubia y descubriendo su precioso cabello dorado.

—Yo tampoco había desnudado a un gato. ¿Quieres saber una cosa? Los gatos siempre me han dado alergia –me separo de él y empiezo a reír de forma descontrolada.

—¿Qué ocurre? –inquiere sonriente.

—Nada, únicamente que en mi casa hay un inquilino nuevo.

—¿Un gato? –abre unos ojos como platos.

—Un gato no, mi gato –enfatizo, pone los ojos en blanco y vuelve a besarme de esa forma tan suya, con mucha pasión y necesidad.

—¡Ay, Anna! Realmente no podríamos ser más distintos, opuestos en todo.

—En todo –corroboro sin dudarlo.

James me coge, me atrae hacia él mientras se sienta sobre la cama, y lentamente me coloco a horcajadas sobre sus rodillas para dejarle que me desnude, descubriendo con sus expertas manos este cuerpo que tan bien conoce.

Primero me quita la diadema con las orejas, luego el top ceñido continuando con mis pantalones cortos de cuero, para lo que me incorporo ligeramente facilitándole la maniobra.

—Estás increíble, no tengo palabras...

Acaricia con delicadeza mi trasero mientras vuelve a besarme, y poco a poco, le tumbo sobre la cama. A medida que se rozan nuestros cuerpos, siento más urgencia de él, de volver a sentirlo dentro de mí después de tanto tiempo; parece que después de todo, mi cuerpo tampoco ha sido capaz de olvidarle.

—Anna, espera... –me separa con cuidado mientras se incorpora–, voy a por una cosa.

Ruedo extasiada sobre el vacío que ha dejado en la cama mientras le espero. No tarda en regresar con un preservativo en la mano. En cuanto vuelve a lanzarse sobre mí, mi cuerpo se reactiva, me sostiene con firmeza y me mueve hasta colocarme justo encima de él, en el punto de partida.

—¿Crees que ahora que somos novios vas a considerar la posibilidad de tomar la píldora para no tener que usar esta cosa? –me echo a reír mientras abre el sobre plateado del condón con los dientes.

—¿Eso es lo que somos, James? ¿Novios?

Se coloca el preservativo y vuelve a acercarme para ofrecerme un enorme beso en los labios.

—Sí, cariño, eso es lo que somos. Quiero ser completamente tuyo y que tú seas solo mía –sonrío, y antes de que pueda volver a besarme, me separo un poco de él.

—Vale, lo seremos, siempre y cuando no me llames cariño.

Se le escapa una carcajada que no pierdo tiempo en acallar con otro beso. Mi impaciencia me traiciona cuando el movimiento de su cuerpo provoca un cosquilleo que me hace estremecer de puro placer, y decido acabar con los preliminares. Me puede más sentirle dentro, por lo que no espero ni un segundo y me siento sobre su enorme miembro erecto, sintiendo como va clavándose en mí lentamente aprovechando la lubricación de mis propios fluidos.

Oh... Casi había olvidado esta sensación...

Respiro hondo cuando me empalo completamente en él. Ahora estoy llena, a gusto, y todo este placer que me invade por dentro hace que mis piernas tiemblen. Un gemido ronco brota de su garganta en cuanto empiezo a moverme de arriba abajo, con lentitud. Sus grandes manos recorren mi cuerpo, empezando por los pechos, desde los que traza un camino que se ajusta a mi cintura y caderas hasta detener las palmas en mi trasero para frotarme fuertemente contra él, variando el ritmo de mis movimientos.

Cierro los ojos para concentrarme al máximo en nuestro placer, arqueando la espalda por la profundidad de sus acometidas. No hay palabras para expresar mis sentimientos en este momento; cuántas emociones invadiendo mente y cuerpo al mismo tiempo...

Soy incapaz de contener un chillido de satisfacción cuando culmino por primera vez después de tantos meses, incluso me asaltan unas humillantes ganas de llorar que logro contener en cuanto el cuerpo de este hombre perfecto, se mueve bajo el mío intentando incorporarse.

Permanece con las manos aferradas fuertemente a mis nalgas, y haciendo un gran esfuerzo, se pone en pie sosteniendo mi peso en el aire sin salir de mi interior. Le abrazo con fuerza con mis extremidades para no caerme, mi cuerpo ha acabado de clavarse en él por completo, y casi sin darme cuenta, he vuelto a jadear cuando lejos de permanecer quieto, sus manos me instan a recorrer su cuerpo entero de norte a sur. Me mueve como si no pesara más que una ligera pluma, sosteniendo hasta el último gramo de peso, e inevitablemente, presiento como esa urgencia vuelve a precipitarse hacia la parte baja de mi estómago, anunciando un segundo orgasmo.

Siguiendo unos instintos primarios, los músculos de esa zona se tensan, apretándole, oprimiendo con fuerza su miembro mientras brotan de su garganta jadeos incontrolables.

—Siento que voy a explotar... –susurra cerca de mi oído.

—Yo también...

Con torpeza, su cuerpo se tambalea hasta encontrar una pared. Mi espalda colisiona contra ella al tiempo que él sujeta la parte trasera de mis muslos y empuja, sucesivamente, hasta empotrarme contra el yeso que parece moverse por el ajetreo.

Gimo, me retuerzo, me engancho entrelazando brazos y piernas a su alto cuerpo erguido, siguiendo el ritmo de su vapuleo hasta que no aguanto más y estallo en un tercer orgasmo.

—Voy a correrme... –anuncia como si estuviera pidiéndome permiso para liberar su carga en mí interior.

Acelera el ritmo entrando y saliendo de mí con fuerza, al que tan solo acompaña el sonoro golpeteo de sus testículos contra mi piel y el sonido entrecortado y fuerte de su respiración sobre mi cuello. En un último y decisivo movimiento, su cuerpo se acopla al mío y busca el equilibrio que le falta, colocando una mano sobre la pared, cerca de mi rostro, para finalmente dejarse ir susurrando mi nombre entre jadeos.

 

Calor... Tras el esfuerzo siento mucho calor, de hecho, estoy literalmente ardiendo. James intenta recobrar el aliento sin perder de vista el incesante vaivén de mi pecho desnudo al coger aire. Aún me tiene fuertemente sujeta entre su cuerpo y la pared; reconozco que esta sensación es maravillosa, me encanta ser su prisionera.

Cuando alcanzamos nuevamente la consciencia me devuelve al suelo. Mi cabeza aún da vueltas, estoy tan mareada y débil como si hubiera estado horas subida en un noria. Doy un paso hacia delante y el suelo empieza a moverse, haciéndome perder el norte de vista, y de forma ruidosa y patética, mi cuerpo impacta contra las baldosas emitiendo un ruido similar al de una fuerte palmada.

—¡Anna! –James se apresura a recogerme del suelo y, asustado, me acompaña hacia la cama–. ¿Qué te ha pasado? ¿Te encuentras bien?

Sus ojos, presos del pánico, me examinan con detenimiento. Le miro durante un rato analizando su expresión, luego, curvo los labios hacia arriba y estallo en carcajadas. Su preocupación acelera todavía más mi risa, que a estas alturas soy incapaz de contener. Sé que parezco una loca ahora mismo, pero me siento tan... ¡FELIZ!

Me dejo caer de espaldas sobre el colchón con los brazos extendidos.

—Estás consiguiendo preocuparme, ¿qué te pasa?

—Nada –continúo riendo–. Te quiero.

Mi risa se corta de repente ante lo que acabo de decir. James me mira extrañado, sin parpadear, mis palabras también le han cogido por sorpresa. Me siento sobre la cama avergonzada. ¿Cómo he podido decirle algo así? ¡Soy estúpida! Más que estúpida soy... ¡Arrrgggg! ¡Qué rabia!

—Sé que lo has dicho sin pensar –empieza James haciéndome sentir aún peor–, por eso mismo tiene todavía más valor para mí –me obliga a mirarle alzando mi barbilla con un dedo–. Yo también te quiero.

Suspiro ligeramente aliviada; aunque todavía me siento vulnerable por haber sido tan inoportuna, pero ahora no hay marcha atrás, a pesar de que estoy convencida de que mañana me arrepentiré de lo que acabo de decir por traición expresa de mi subconsciente.

—Anna, ¿me has oído? –me giro nuevamente en su dirección con los ojos bien abiertos.

—Perdona, ¿qué decías? –se echa a reír.

—Seguro que si te hubiera insultado lo habrías escuchado –sonrío con timidez–. Te quiero, Anna, y a partir de ahora no dudaré en repetírtelo todos días hasta que me creas.

Vuelvo a sonreír, ¡madre mía..., esta situación tan empalagosa la he creado yo! ¿Qué esperaba?, ahora me empieza a picar todo el cuerpo.

Siempre me genera urticaria este tipo de escenas...

—James... Verás, esto no... –me rasco los brazos con nerviosismo–, todavía me cuesta creer que tú y yo..., en fin, he dejado cosas a medias en España. Además, todo esto ha ido demasiado rápido y no sé cómo asimilarlo.

—Sé a lo qué te refieres; aunque no creo que hayamos ido demasiado rápido, la gente normal no espera casi un año para confesar sus sentimientos a la persona que ama.

—Queda claro, no somos normales. Aunque por otro lado, la normalidad no es más que lo que nosotros queramos que sea... – James sonríe ante mi comentario contradictorio–. ¡Pero a lo que iba! He pasado tanto tiempo culpándote de todos y cada uno de mis problemas, buscando pretextos para alejarte todavía más de mí, que ahora no sé cómo...

—Te entiendo –interviene poniéndose serio–. Era yo el que me resistía a abandonar lo que conocía, ¿y sabes por qué? –niego con la cabeza–. Tenía miedo de arriesgar, de ponerme en bandeja ante ti y perderlo todo. Has sido la única, en todos mis años de vida, que ha tenido el poder de destruirme por completo si lo hubieses querido, dependía de ti por el simple hecho de amarte con locura. Si ponía mi mundo patas arriba y lo nuestro no funcionaba, me sentiría completamente perdido –sus ojos claros buscan en los míos algo de comprensión.

—¿Y qué ha cambiado?

—Ver que te había perdido –suspiro sin saber qué decir.

Hasta ahora no me había parecido que sus sentimientos fuesen tan profundos, o simplemente me negaba a ver lo evidente, lo que decían las señales.

—Todavía tengo el recuerdo de Alexa muy reciente, y me gustaría saber qué es lo que queda entre vosotros realmente –le miro con mucha atención–. Y quiero la verdad –ordeno.

Se enfunda una camiseta y los calzoncillos antes de tumbarse en la cama junto a mí.

—¿Crees que este es un buen momento para hablar de eso? –su pregunta me desconcierta.

—¡Por supuesto que sí! –suspira.

—Está bien –acepta con resignación–. Exactamente, ¿qué quieres saber de Alexa?

—¿Cómo terminaste con ella? ¿Qué relación tenéis ahora?

—Desde que destapé todo el asunto, nuestra relación es prácticamente nula.

—Prácticamente... –remarco la observación.

—No tenemos nada sólido si te refieres a eso, rompimos nuestro compromiso.

—¿Del todo? –se revuelve inquieto, y eso hace temerme lo peor.

¡Oh no! No pienso aguantar un solo misterio más. ¡Quiero saber toda la verdad ahora!

—Mira, Anna, hay cosas de mi vida que posiblemente no entiendas.

—Te escucho. Haz que las entienda –insisto.

—Estoy libre, libre de iniciar una relación contigo porque no tengo ningún compromiso con nadie, sin embargo, eres una de las pocas personas de mi entorno que conoce ese detalle.

—¿Qué quieres decir?

—A los ojos de mi familia, Alexa y yo mantenemos el contacto, pese a que hemos desestimado la boda.

—¿Qué significa eso?

—No he podido abandonarla sin más, ya sé que ese hijo no es mío, y que a lo largo de nuestra relación ha cometido una serie de estupideces de las que ahora está pagando las consecuencias; por otro lado, llevaba muchos años con ella, éramos prácticamente unos críos cuando empezamos a salir, y siempre se ha llevado muy bien con mi familia...

—¿Y?

—Pues que por no hacer más daño me he tragado mi orgullo y no me he opuesto a que siga formando parte de mi vida. Tanto mi madre como mi hermana están muy unidas a Alexa, y que lo nuestro se haya acabado no implica necesariamente que ellas tengan que dejar de mantener contacto.

—Pero... ¿Estáis bien de la cabeza? ¿Ellas saben lo que te hizo? – asiente.

—Saben que me fue infiel y que se quedó embarazada de otro, nada más –puntualiza.

Me quedo boquiabierta por la sorpresa.

—¿Y aun así...?

—Pese a que en su momento no se lo tomaron nada bien, al final han aceptado que ella cometió un error. Se vio acorralada y sintió miedo ante la situación que se le presentaba. Saben que entre nosotros ha terminado todo, pero no por ello, y menos en su situación, le han dado la espalda a Alexa; entre todos la hemos ayudado a encontrar una salida.

—Pero ¡¿qué coño me estás diciendo?!

—No digas palabrotas, por favor... –niego incrédula con la cabeza.

—¡Estáis todos locos!

—Tú no lo entiendes, no conoces a mi familia, no sabes nada de ellos y de lo que Alexa ha hecho por nosotros. Se ha equivocado, sí, y ha actuado mal, eso no te lo discuto, pero no por ello merece que la repudie.

—James, te ha sido infiel, ha tenido un hijo con otro, te ha engañado, embaucado y quería casarse contigo exclusivamente por dinero.

—Lo hizo por necesidad, ella no es así. Además, se ha quedado completamente sola, su “aventura la ha abandonado en cuanto supo que no iba a recibir ningún dinero de mi parte. ¿Qué querías que hiciera? No iba a dejarla tirada en un momento tan delicado y con un bebé de por medio, me sentí en la obligación moral de tenderle una mano, pese a que no tengo ninguna responsabilidad con ellos.

—¡Increíble! –exclamo perpleja–. ¡Encima la proteges!

—¡No la protejo! ¡He admitido que actuó mal! Simplemente digo que no conoces todos los detalles de esta historia y que te basas en meras suposiciones para opinar.

—Conocería todos los detalles si me los contaras, pero como siempre, me mantienes al margen de todo lo que rodea tu vida –bufo frustrada–. ¡Esto es increíble!, no has cambiado nada, nada en absoluto, continúas siendo el mismo calzonazos estúpido de siempre.

Me levanto de la cama y empiezo a vestirme con prisas. No puedo creer que haya vuelto a picar el anzuelo. ¿Qué me impulsó a pensar que había cambiado, que me quería? No es más que un estúpido, y yo, una ingenua idiota por tragarme cada una de sus banales palabras.

—Espera, Anna, no te vayas, ¡te estoy hablando!

—Creo que ya he escuchado bastante para saber qué es lo que quiero en esta vida: apartarme todo lo posible de ti.

—¡No, eso no! Siéntate, por favor, quiero explicártelo todo.

—Paso.

Recojo los zapatos del suelo pero no llego a dar un paso. James está crispado, y con toda su rabia me coge del brazo obligándome a permanecer a su lado.

—¡Me estás haciendo daño! –protesto–. ¡Suéltame!

—Lo haré, pero ahora necesito que te quedes. Si tengo que atarte no lo dudaré, pero no pienso dejar que salgas por esa puerta.

—¿Sabes que lo que estás haciendo puede considerarse maltrato a una mujer? –sonríe con sorna.

—¿Acaso no recuerdas cuando me dejaste atado a la cama de un hotel en contra de mi deseo y te largaste? –pongo los ojos en blanco y, de un brusco movimiento, me libero de la presión de su mano.

—Volverás a caer, James, ya lo verás. Si la vergüenza no ha permitido que esa mujer se aleje de ti después de lo que hizo, conseguirá que vuelvas a creer en ella, y al final, los motivos por los cuales habéis estado tanto tiempo juntos, los motivos por los que aún hoy la dejas seguir formando parte de tu vida aunque sea en un segundo plano, hará que vuelvas a considerar la posibilidad de establecer una relación con ella. A ese tipo de personas las conozco bien, no se detienen ante nada, y me temo que contigo le ha tocado el gordo de la lotería. Estás tan ciego que no puedes ver sus segundas intenciones, incluso tu familia te hará ver sus cualidades para que volváis a estar juntos, y como siempre tú te dejarás llevar, pensando que es lo mejor para todos. Y, ¿sabes por qué? Porque no tienes huevos para decirle a esa tía: "¡No! ¡me has hecho daño y no quiero saber nada más de ti!"

—¡No pienso volver! ¡Maldita sea!, antes prefiero morir mil veces que volver a acercarme a ella de forma íntima. ¡Me repugna con solo pensarlo!

—No eres tan fuerte como para resistirte a una mujer así, James – aseguro convencida.

—¿Por quién me tomas? ¡Alexa ya no es ninguna tentación para mí!

—Qué pena... –continúo ignorando su argumento–. Hasta ahora pensaba que la única ingenua de los dos era yo. Estaba equivocada, tú me superas.

—¡Esto es inaudito! –espeta golpeando la pared con el puño cerrado–. ¿Por qué no podemos dejar de discutir?

—Porque no eres claro, James, ¡por eso! –se sienta derrotado sobre la cama.

—Lo único que sé con certeza es que te quiero, y quiero formalizar lo nuestro ante los ojos del mundo entero si hace falta. ¿Qué más da que entre Alexa y yo haya quedado una amistad?

Me quedo sin palabras. Está hablándome de amistad, ¡A MÍ! Él, que no tiene ni un puñetero amigo y no sabe ni lo que es eso.

—Me temo que ella no quiere ser solo tu amiga... –aventuro con la certeza de que no son meras suposiciones las que me llevan a pensar eso.

—Con el debido respeto, Anna, ¿y tú qué sabes? No la conoces para asegurar tal cosa. Los dos hemos cambiado mucho a raíz de lo que pasó.

—Que la defiendas solo es el primer paso.

—No estás siendo nada racional y objetiva, ¿sabes?

—Solo dime una cosa, James, y prometo que no volveré a tocar más el tema.

—Dime –inquiere esperanzado por acabar con esta discusión.

—¿Y si fuese al revés? ¿Y si yo continuara llevando a mi ex a casa, con mis padres, y mantuviera una amistad con él? O mejor aún, ¿te acuerdas de Franco? ¿Qué pasará con él cuando regresemos? Es solo un amigo, un buen amigo, y yo no quiero nada más con él, ¿podremos seguir quedando para ir a bailar, cenar y hacer planes juntos de vez en cuando?

Se queda completamente pálido, paralizado ante lo que acabo de decirle. Sabe que su respuesta la emplearé en su contra, porque conociéndole, él no está dispuesto a dejar que otro hombre que considera como una amenaza se acerque tanto a mí. Transcurridos unos angustiosos segundos, parpadea, traga saliva y añade: —No es lo mismo. Las mujeres sois más vulnerables, lo dais todo por cualquier hombre que os diga cosas bonitas y os haga sentir especiales –mi mandíbula se descuelga.

—¡¿Cómo puedes ser tan machista?!

—¡No es machismo! Sabes que las mujeres sois más viscerales y es fácil encandilaros con un par de palabras. Os dejáis llevar sin apenas daros cuenta –se me escapa una risotada sarcástica.

—¡Menudo pedazo de gilipollas! ¡¿Dices que es fácil encandilarnos?! Perdona, pero ¿no eras tú quién iba a casarse con una arpía a la que solo le interesaba tu dinero? Si tiras de tópicos atente a las consecuencias, porque puede que nosotras seamos más emocionales, pero vosotros veis un par de tetas y perdéis el norte. No quiero ni pensar los sucios juegos que empleará esa mujer para atraerte y tenerte nuevamente a sus pies.

—¡Es completamente imposible razonar contigo! Siempre le das la vuelta a todo.

—En fin, James, no tengo más ganas de seguir discutiendo, de verdad, paso de todo lo que tiene que ver contigo –antes de irme, me detengo en seco frente a la puerta y me vuelvo para mirarle–. ¡Ah! y que sepas que con respecto a Franco, no admito discusión alguna, se ha convertido en uno de mis mejores amigos. Allí donde nunca has llegado tú, ha llegado él con creces, y no pienso perder nuestra amistad por nada del mundo, así que ya lo sabes.

—Esto solo lo haces para enfurecerme y llevarme al límite, como siempre.

—¡Qué equivocado estás! Pero piensa lo que te dé la gana, quiero a Franco presente en mi vida tanto como tú a Alexa.

Y con esa última conclusión, salgo de la habitación y cruzo el hotel entero hasta llegar a la playa. Solo aquí, con la escasa luz que ofrecen las estrellas, me atrevo a sentarme sobre la arena fresca y pensar, pensar en mi situación, en James, Franco, Alexa... Pienso en lo que hemos hablado y no salgo de mi asombro. Ninguna de las piezas de este enorme puzzle acaban de encajar. ¿Cuántas veces tropezaremos ambos en la misma piedra? Puede que su bondad, su incapacidad para pensar mal de quien cree que le quiere le impida ver las cosas con claridad, tal y como las veo yo. Pero ¿qué puedo decir de mí? ¿Soy acaso más sensata que él? Creo que no, pues James es mi piedra, mi debilidad particular. Sé que no es capaz de entregarse completamente a mí, aunque ganas no le falten, y yo sigo dejándome llevar pensando que, tal vez, sí se ha producido ese cambio. Me empeño en engañarme porque durante el tiempo que dura esa mentira, soy completamente feliz.

 

El agua, negra por la oscuridad que se refleja en ella, está en relativa calma. Las olas colisionan débilmente contra las rocas, ofreciéndome un reconfortante olor a mar. Es como si parte de esa sal que transporta el aire pudiese curar mis heridas. Cierro los ojos mientras inspiro profundamente, dejándome llevar por la humedad del ambiente, y la suave brisa se encarga de borrar los restos de sudor que perlan mi piel.

 

"Ahora o nunca" –grita mi subconsciente–. Aparto todo lo que bulle en mi cabeza en estos momentos y saco mi teléfono móvil del bolsillo.

Busco la señal Wi-Fi del hotel. Tengo poca cobertura, pero la suficiente como para enviar un mensaje a alguien muy especial.

 

»Perdona por no haberte dicho nada hasta ahora, lo cierto es que no hay excusa más poderosa que decir la verdad, pese a que pueda perjudicarme. Simplemente me maravillé por todo cuanto estaba viendo, tanto es así, que un día empalmó con el siguiente casi sin darme cuenta. Lo siento. Desearía que estuvieras aquí para poder compartir conmigo todo esto. Es bonito, sin duda, pero hay momentos que serían mejores con la presencia de un buen amigo. Pero bueno, solo nos separan unos pocos días para volver a estar juntos. ¿Qué tal van las clases? Procura no alardear demasiado delante de la pobre Eugenia, que te quiere únicamente para ella; cuando llegue yo, no quiero tener que tirarle de los pelos.

Un besazo enorme, prometo decirte algo a mi vuelta. Ciao.«

 

Doy a la tecla de enviar y profiero un largo suspiro. No puedo regresar al pasado, ni saltar al futuro, no me queda otra que resignarme a vivir mi presente; aunque ahora, se plantee un reto difícil.