10
Transcurre una semana y sigo implicada al máximo en el baile. A veces, en la soledad de mi habitación, doy rienda suelta a mi imaginación y me atrevo incluso a improvisar algunos pasos. Me documento con videos de youtube, y así paso las horas esperando a que llegue el momento de ir a clase. A Franco no le hace falta ensayar, no sé cómo lo hace, pero se le da de fábula.
Confieso que estas clases de salsa han empezado bien, pero a medida que pasan los días se complican. Creo que van algo deprisa para mi nivel de procesamiento, pero no me atrevo a decirlo porque por lo que se ve, soy la única patosa a la que le cuesta seguir el ritmo.
—Cada vez se nos da mejor –comenta Franco, para quitarme algo de presión, pero ni con esas.
Seguimos bailando al ritmo de la música, damos vueltas rápidas y movemos los pies con decisión. Franco me suelta y me coge otro compañero, que repite los movimientos que tan bien nos han enseñado antes de volver a soltarme en una vuelta infinita hasta que me coge otro.
Nos movemos en círculo, de forma estratégica para que no nos pisemos. Eugenia mira a Franco y asiente complacida. A diferencia de los otros hombres, él no tiene vergüenza y sabe cuándo soltarse ejecutando sus movimientos de forma impecable. Volvemos a encontrarnos y me sonríe, mientras me acompaña con su mano adherida fuertemente a mi cintura. Este baile da mucho calor y hemos quedado prácticamente soldados el uno al otro por un declive de la canción.
Con su rodilla entre mis muslos, me dejo llevar por el leve contoneo de sus caderas; estoy empezando a sudar de verdad. Me separo e intento mantener las distancias para que corra el aire entre nuestros cuerpos. Por desgracia la tranquilidad no dura mucho, y como ser patoso y torpe que soy, me equivoco y le piso. Él se separa e intenta corregir mi error, pero vuelvo a tropezar... Me estoy poniendo nerviosa y soy incapaz de concentrarme.
Me sonríe y vuelve a reconducir mis movimientos, pero sin saber muy bien cómo, mis pies se han vuelto a enredar con los suyos y a punto estoy de caerme, cuando él me sujeta evitando una vez más que haga el ridículo.
—¡Está bien, paremos un momento! –Eugenia detiene la música y me mira con reprobación–. Anna, creo que no has ensayado mucho los movimientos de la última vez –me pongo roja como un tomate, Franco pasa su mano por mi cintura y me aproxima a él.
—Normalmente no diría esto, pero como sabéis queda poco para la exhibición en el teatro y me gustaría escoger para los solos a parejas que encajen en los movimientos. Creo que Franco podría ir con Diana, si os parece bien podéis ensayar unos pasos juntos, solo es para que el público aprecie mejor el arte del baile, ¿qué os parece?
Me encojo de hombros, no sé cómo reaccionar frente a eso. La verdad es que esa exhibición es algo con lo que no contaba, y sinceramente no estoy preparada. Antes de que alguien pueda pronunciarse a favor o en contra de esa sugerencia, Franco interviene.
—No creo que sea buena idea, Eugenia, yo tengo confianza con Anna, y creo que si lo hago bien es porque bailo con ella. Opino que podríamos practicar un poco en casa, estoy seguro de que lo dominará enseguida.
Me quedo sorprendida, Eugenia me evalúa achinando los ojos, y finalmente asiente con un movimiento de cabeza antes de volver a poner la música; pero hay poco qué hacer, por mucho que me esfuerzo, ya estoy cruzada y nada me sale bien.
Al terminar la clase salgo del local malhumorada, creo que mi idea de aprender salsa por hobby y entretenimiento se ha ido al traste, y ahora esto parece un duelo entre compañeros; obviamente yo estoy a la cola en ese duelo. Además, no me gusta competir con nadie.
Franco advierte mi cambio de humor y me coge de la mano. No se la retiro de milagro, me recuerdo a mí misma que es él quien me coge y que solo intenta consolarme, pero no puedo abandonar mi cara de perro gruñón durante el camino.
—Anna, esto es un juego, solo eso. Si no te divierte deberíamos dejarlo –miro fijamente sus ojos negros y suspiro.
—No es eso, es que yo..., yo... –empiezo insegura–, no reacciono bien ante la presión.
—Me he dado cuenta –sonríe–; aunque hemos empezado bien.
¿Qué te ha pasado luego?
Giro el rostro consciente de que no sirve de nada, porque el rubor de mis mejillas es apreciable desde kilómetros a la redonda. No es propio en mí avergonzarme de este modo, pero la extraña relación que mantengo con Franco últimamente me tiene muy confundida.
—La culpa es tuya –le reprocho con un deje de rencor en la voz–.
Eres demasiado bueno, y lo haces tan bien que a tu lado aún parezco más torpe –se echa a reír, pero ahora no puedo acompañar sus risas.
—¿Quieres que tropiece? Si es lo que quieres lo haré, solo tienes que pedírmelo –le miro extrañada.
—¡¿Cómo voy a pedirte algo así?! Debes hacerlo siempre lo mejor que sepas, si no, ¿qué sentido tiene ir a clase?
—Yo voy a clases de salsa solo por acompañarla a vos, me da exactamente igual el resultado que me den, o la posición en la que me dejen –me resulta increíble su argumento, no sé cómo reaccionar frente eso, es todo tan desconcertante–. A ver, Anna –dice deteniendo mi caminar y mirándome insistentemente a los ojos–, ¿qué quieres?
—¡Quiero aprender a bailar como tú! –espeto, y él, empieza a reír de nuevo.
—En ese caso, ven. Vamos a ensayar.
Me coge de la mano y corremos hasta su coche. No sé dónde me lleva, pero lo cierto es que no me importa. No pasan ni diez minutos y llegamos a su casa, un acogedor apartamento en el centro al que solo subí una vez, y ahora que lo pienso, lamenté haberlo hecho.
—Franco... No creo que...
—Os enseñaré –dice convencido. No puedo negarme, al fin y al cabo, es lo que quería.
Subimos a su casa, dejo mis cosas en el perchero de la entrada y camino insegura hacia el comedor mientras pone un CD en el reproductor. En cuanto encuentra la canción que quiere, se dirige hacia mí extendiendo los brazos. Suspiro algo desganada, pero le doy las manos para empezar a movernos.
—Tenés que procurar mover más las caderas, y sobre todo dejar de mirar el piso –me aconseja–. Sabés los pasos de memoria, solo es un tema de confianza en vos.
—Si no miro al suelo acabaré pisándote –le recuerdo.
—No es problema, estoy acostumbrado –sonríe.
Levanto la cabeza poco a poco. Es extraño, pero me siento valiente y dejo que me guíe con ritmo por su salón. Damos una vuelta, y al volver a estar de frente, tropiezo con sus pies.
—No pasa nada –dice sin dejar de moverse como si nada hubiese ocurrido.
Entonces me sujeta con firmeza atrayéndome hacia él, su mano abarca el final de mi cintura y su cuerpo se contonea de una forma que haría perder el equilibrio a cualquiera. No estoy convencida de que esto me ayude mucho; aunque admiro su esfuerzo por hacer que me sienta mejor. Embelesada por la suavidad y decisión de sus movimientos, me relajo y me dejo llevar, y solo entonces descubro que puedo flotar de verdad. Dejo de pensar en los pasos para centrarme en la música, y casi sin pensar, los movimientos van saliendo solos.
—¿Viste? Ya te sale con fluidez.
En cuanto nuestros cuerpos vuelven a unirse, miro a los ojos a Franco. Paso la mano por su hombro hasta detenerme en su brazo, palpando las líneas duras y trabajadas de las fibras de su musculatura.
Hasta ahora no había podido sentir en las yemas de mis dedos toda esa dureza, y mientras me concentro en ese nuevo detalle de su anatomía, nuestros rostros se han ido acercando hasta casi tocarse. La música ha quedado en un segundo plano, prácticamente hemos dejado de movernos a la espera de la reacción del otro. Sus manos ascienden sutilmente por mi columna, arqueándola mientras me recuesto contra él. Mi cuerpo adormecido después de tanto tiempo, reacciona en cuanto un impulso en forma de corriente eléctrica cierra el circuito a través de las venas. Le miro con mucha atención, y aproximándome con tiento, me dejo caer hasta que nuestros labios se encuentran por fin.
Su beso es dulce, rítmico y lento, lo ejecuta con tanta delicadeza que siento que me derrito como el chocolate al sol, y después de este, viene otro. Nuestras lenguas no tardan en enzarzarse correspondiendo a la necesidad de nuestro deseo.
Puede que se me haya ido la cabeza por completo, pero en este momento de vulnerabilidad decido ir más allá. Dirijo las manos hacia los botones de su camisa y los desabrocho uno a uno, descubriendo su pecho ligeramente poblado por un fino vello negro y rizado. Le acaricio y él me aprieta clavándome su erección, respondo a su acercamiento con un jadeo. La ropa me sobra y empiezo a bajarme el vestido beige, dejando al descubierto mi cuerpo cubierto tan solo por la fina lencería de encaje negro que he elegido esta mañana.
Entonces, sus brazos me rodean al tiempo que roza sutilmente mi cuello con los labios. Me inclino hacia atrás, dejando mi garganta expuesta y cierro los ojos, abandonándome a él por completo.
Estoy concentrada en sus caricias, disfrutando nuevamente de estos sentimientos que hacen reaccionar mi cuerpo. Es increíble lo mucho que echaba en falta el sexo.
Franco me hace despertar de mi ensoñación y tira de mí con cuidado, dirigiéndome al sofá que hay a mi espalda. Se inclina sobre mí y me tumba poco a poco. Me muerdo el labio inferior, intentando controlar mi deseo y le dejo llevar la iniciativa, concediéndole su tiempo para que me descubra a su ritmo, pero mi impaciencia me impulsa a actuar e infiltro las manos a través de su camisa abierta sin dejar de besarle. Sus dulces besos saben muy bien, y su olor a colonia...
Mmmmmm... Aspiro profundamente su aroma, me gusta, pese a que no es igual al de James. ¡OH, NO! ¡Otra vez no! ¡James, fuera de mi mente!
Cojo aire, pero esta vez para restablecer el orden en mis pensamientos y devuelvo sus besos de forma insistente. Mientras, mis manos descienden y se enroscan en el cinturón de sus pantalones, que empiezo a desabrochar con premura.
Eliminadas las barreras, le acaricio con suavidad sintiendo su palpitante erección entre mi mano, y sin darme cuenta, las piernas me empiezan a temblar por la emoción y el deseo contenido. Hacía tanto tiempo que no sentía esto, que me doy cuenta de que hasta ahora no estaba mentalmente preparada para intimar con alguien, y me encanta que ese alguien sea Franco.
Retira con cuidado mis braguitas y recorre mi vulva con los dedos separando los labios. Me acaricia de arriba abajo, produciéndome un ligero cosquilleo que me obliga a retorcerme bajo su contacto y me pongo aún más cachonda.
—Oh, Anna..., eres tan irresistible...
Me muevo acompañando el recorrido de sus insistentes dedos, pero él, no tarda en retirarlos de mí y rebuscar algo en una de las cajas de madera que hay sobre la mesa. Intento volver a centrarme en sus caricias, que ahora son menos, pues está concentrado intentando colocarse el preservativo con una sola mano. Suspiro para mis adentros, no sé por qué, este gesto nunca surge con naturalidad.
Decido ayudarle, pero en el instante en que pongo mis manos sobre su miembro, advierto que su excitación ha menguado. No le digo nada, intento volver a ponerle a tono lamiendo su labio inferior y metiendo despacio mi lengua en la boca, incluso llevo mis manos a la espalda para retirar el sujetador y liberar mis pechos, tersos y excitados.
Me besa con ganas, acariciando ambos senos al mismo tiempo de esa forma tan suya. Entonces percibo una presión en el orificio de mi vagina, está intentando introducir su miembro en mi interior, pero no está lo suficientemente rígido para eso.
Disimulo mi desilusión y me refriego contra él, intentando que el roce baste para volver a excitarle, pero todos mis intentos son en vano, no hay nada qué hacer. No puedo evitar sentirme cada vez más incómoda al presenciar cómo un espagueti flácido, intentara meterse dentro de mi cuerpo, pero él no cesa en su empeño y empuja, empuja mientras una de sus manos se adhiere a mi pezón derecho y lo estruja.
¡Joder, no me acordaba de esta manía suya! ¡No soporto este contacto, me repugna su afán de intentar ordeñarme como si fuese una vaca!
Pero ese molesto pellizco queda prácticamente olvidado cuando dando paso a la estupefacción, Franco se corre sin haber atinado a meterla. Busco consuelo en el blanco techo, ese mismo techo que a estas alturas conozco de memoria por la cantidad de veces que lo he mirado de este modo.
Cuando se separa de mí, lo miro fijamente con el rostro inexpresivo, mientras hace un nudo al preservativo y vuelve a abotonarse los vaqueros.
—No ha sido lo que esperábamos, lo sé, no entiendo qué ha pasado...
Me incorporo en el sofá mientras me pongo la ropa interior. Intento no prestarle demasiada atención ahora, estas cosas para un hombre son frustrantes, pero aun así, no puedo creer que tenga tan mala suerte.
—No pasa nada Franco –atajo–. A veces ocurre, es normal.
—No, no es normal... Es que me gustas tanto... –finjo una sonrisa desinteresada. ¡Que le gusto dice! ¡Madre mía... Pues menos mal!
—No te preocupes, enserio, no tiene importancia. Solo ha servido para recordarnos que no debemos acostarnos. Somos amigos, no deberíamos estropear eso.
—¡Pero a mí me gustás, Anna! Yo no quiero ser... –hace una amarga pausa–, solo amigo de vos –recojo mi vestido del suelo y me lo pongo con rapidez.
—Mira Franco..., lo hemos intentado y no ha funcionado. No hay más.
—Pero..., esto es un hecho aislado, puedo hacerlo mejor, de verdad.
Dame la oportunidad de volver a intentarlo –suspiro, termino de colocarme el pelo y me dirijo al perchero a recoger mis cosas.
—Mejor hagamos como si esto no hubiese pasado, ¿vale? –sonrío sincera–. ¿Nos vemos mañana en clase?
—Espera, Anna –dice interponiéndose en mi camino–, creo que deberíamos hablarlo...
—No hay nada de qué hablar –alzo una mano que abarca su mejilla en señal de cariño–. Todo está bien, ¿de acuerdo? Nos vemos mañana.
Y con esa promesa, abro la puerta de su apartamento y me voy.
Ahora me siento un ser despreciable; puede que lo sea. No se merece que le trate así, pero quedarme supondría que dijera algo que los dos lamentaríamos. ¡Ya no tengo quince años! Ahora busco una relación de verdad, ¡joder!, un hombre sin tantos miedos, alguien que sepa hacer disfrutar a una mujer. No tengo paciencia para intentar enseñarle, creo firmemente que en esta vida hay un momento para todo, y ahora es mi momento para disfrutar, experimentar y ser feliz en la medida de lo posible. No estoy hecha para las causas perdidas. Paso.
Entro en casa, donde vuelve a reinar la calma. Mónica está viendo la tele con Raúl, Lore frente a la pantalla del ordenador, y Elena poniendo una lavadora de color. Respiro la tranquilidad que hay en nuestro hogar y voy hacia mi habitación sin decir nada. Evito que me pregunten, no quiero contarles lo que ha pasado con Franco, porque, ¡vaya suerte la mía! Llevo seis meses sin sexo y casi se podría decir que vuelvo a ser virgen, ¡otra vez! Y para colmo, la única relación que tengo después de tanto tiempo acaba así. ¡Pa' matarme! ¡Si es que no tengo remedio! ¿Cuándo comprenderé que Franco y yo no estamos hechos para el sexo? Y mientras me formulo esta pregunta, pienso: Hay que ver lo que es la vida. James: tan cerrado, frio, distante, tan poco dado a las conversaciones pero increíblemente bueno en el sexo, capaz de hacerme sentir mejor que nadie hasta ahora. Y luego está Franco: hablador, carismático, cálido... ¡Y un horror en la cama!
Sonrío para mí con amargura, si es que voy de extremo a extremo incapaz de encontrar el término medio.