Capitulo 14
Peter Madsen entró en el camino de entrada, buscando automáticamente cualquier rastro de intrusos mientras aparcaba a la derecha de la vieja casa. Aquélla era la única parte del paisaje que debía estar cubierta de maleza, para ofrecerle un camuflaje adicional cuando llegara a casa. Estando a mediados de abril los jardines deberían haber empezado a florecer, pero su aspecto desolado reflejaba la personalidad de su dueño, pensó amargamente.
Desconectó el complejo e indetectable sistema de seguridad y entró. No había nada de valor en la casa. Estaba escasamente amueblada, y aparte del inmenso escritorio de su abuelo, no tenía nada que mereciera la pena.
Nunca había podido entender por qué compró la mesa de su abuelo. Se había enterado por casualidad de la subasta de las posesiones del doctor Wilton Wimberley y había acudido siguiendo un impulso, cuando él jamás actuaba por impulsos.
No había ningún miembro de su familia que pudiera reconocerlo. Sus padres habían muerto hacía tiempo, y él era hijo único. Los beneficios de la subasta se donarían a una cátedra a nombre de su abuelo en Oxford. Un modo muy eficaz de asegurar su legado, ya que sus descendientes le habían fallado. Se llevaría una gran alegría si alguien entrara en su casa y se llevara el maldito mueble, aunque pesaba una tonelada. Para su trabajo no necesitaba ningún escritorio, y siempre tenía cuidado de no dejar uu rastro de papeles.
No, no había instalado el sistema de seguridad para proteger la casa. Simplemente quería estar seguro de que no lo esperaba ninguna sorpresa desagradable las raras ocasiones en que bajaba a Wiftshire. Un buen ladrón sabría cómo burlar el sistema, pero sería imposible no dejar ninguna huella. Casi lamentó que nadie hubiese entrado. Evitar una trampa letal sería una buena distracción, aun en caso de que su suerte lo abandonara después de todos esos años.
De hecho, las cosas se estaban poniendo cada vez peor. Harry van Dorn era la primera misión que no había conseguido culminar, por lo que no era extraño que se sintiera herido en su orgullo profesional. Había muerto la persona equivocada. El había hecho todo lo posible por ella, ofreciéndole los instrumentos y las pistas necesarias para huir. No era culpa suya que no lo hubiese conseguido. La casa olía a humedad, vacío y ratones. Si pensaba venderla, tendría que contratar a un ejército de limpiadoras para dejarla a punto.
Ponerla a la venta era lo más sensato. Para cualquier idiota sentimental sería el hogar perfecto... Tejado de pizarra, ventanas romboidales y un suelo que había resistido trescientos años de reformas y complementos. Su ex mujer siempre se quejaba de que era un edificio anticuado, y odiaba el jardín. El nunca la había llevado al moderno piso de Londres donde pasaba casi todo el tiempo.
Le habría encantado y nunca había sabido su existencia. Era curioso, pero nunca pensaba en su ex mujer por su nombre, sólo por su relación. Eso fue parte del problema. Había elegido a la esposa perfecta y nunca le había importado lo más mínimo.
Annabelle. Annabelle Lawson... ¿Cómo podía haberlo olvidado? Aunque, ¿por qué debería recordarlo? Las mujeres entraban y salían continuamente de su vida. Algunas vivían, otras morían. Pero al final las olvidaba, y no iba a permitir que eso cambiara.
Pensó en encender la calefacción y entró en la cocina. La cocina Aga relucía en un rincón, y la chimenea de piedra permanecía limpia de cenizas. Se sentó junto a la vieja y deteriorada mesa de roble que su mujer había intentado cambiar por una mas moderna de plástico, y perdió la mirada en la oscuridad. La oyó acercarse, naturalmente, pero ella lo sabía. Madame Lambert, su superiora y jefa del Comité, parecía saberlo todo, incluida la certeza de que Peter la reconocería desde lejos y no la mataría antes de identificarla.
— ¿Desanimado, Peter? — le preguntó, deteniéndose en la puerta de la cocina. En cualquier otra persona habría parecido un efecto dramático, pero Madame Lambert disponía de un arsenal mucho mayor.
El se recostó en la silla de madera.
— ¿Alguna vez me has visto desanimado? —preguntó con voz serena.
—No, pero nunca habías fracasado en una misión hasta ahora.
— ¿De eso se trata? Creía que lo había dejado todo claro en mi informe. No me habría marchado de Londres si hubiera sabido que aún tenías preguntas.
—Tu informe estaba claro como el agua hasta el ultimo detalle, como siempre — dijo ella, entrando en la cocina. Era una mujer extraordinaria, cuya edad podía situarse entre los treinta y cinco y los sesenta. Su impecable aspecto la protegía como una armadura impenetrab1e. Nada ni nadie asustaba a Peter Madsen, pero Isobel Lambert casi lo conseguía.
— ¿Entonces por qué has venido?
—Quería asegurarme de que estabas bien. Es la primera misión que no consigues completar, y estaba un poco... preocupada.
— ¿Creías que iba a pegarme un tiro en la cabeza por no haber podido hacer lo mismo con Harry van Dorn? No lo veo muy probable.
— Me preocupaba más que decidieras presentar tu dimisión.
— Estoy emocionado —repuso él.
— ¿No creerás que mi preocupación es personal, verdad? Los dos llevamos en esto mucho tiempo y conocemos la tasa de mortalidad. Mi trabajo es asegurarme de que el Comité cuente con los mejores activos, y desde que Bastien se marchó, tú eres lo mejor que tenemos.
Peter arqueó una ceja y ella soltó una ligera carcajada.
—Lo siento. Desde que Bastien se marchó tú eres lo único bueno que nos queda —corrigió.
—No voy a dimitir —dijo él—. No estoy preparado para hacer nada más. Lo único que se me da bien es matar, y seguro que para eso siempre habrá una vacante en el Comité.
—Todo el mundo fracasa alguna que otra vez, Peter. Ahora serás aún mejor, sabiendo que no eres infalible. Tú también puedes fallar.
—Lo dices como si se me hubiera bajado la erección. «No te preocupes, cariño, le pasa a todo el mundo» —dijo, ocultando su ira con un tono de burla.
—Bueno, ¿no es eso lo que te ha pasado, metafóricamente hablando?
—Metafóricamente hablando, la fastidié. No me di cuenta de que Renaud se había cambiado de bando y esperé demasiado tiempo para volver y asegurarme de que Van Dorn estaba muerto —dijo. Sabía por qué había dudado. No quería tropezarse con Genevieve Spenser. No quería encontrársela muerta, pero tampoco quería encontrarla viva y tener que tomar una decisión al respecto.
Madame Lambert se limitó a encogerse de hombros.
—Todos cometemos errores... Y confío más en ti como ser humano que como un robot. Además, no tienes de qué preocuparte. Harry van Dorn está localizado, y ya tenemos a un hombre in situ. Esta operación siempre ha sido demasiado importante como para limitarse a un único plan. Cuando llegue el momento, nos ocuparemos de Van Dorn. Considera esto una experiencia de la que puedes aprender.
Peter resistió el impulso de soltar un bufido. Nadie se atrevería a bufar en presencia de Madame Lambert.
—Gracias por los ánimos. Y ahora ¿puedes decirme a qué has venido exactamente?
Isobel esbozó una perfecta sonrisa. No había una sola arruga en su exquisito rostro de porcelana, y Peter se preguntó cuántos liftings habría necesitado para tener una piel así.
—A decirte que te tomes un par de meses de descanso. Llevas trabajando sin descanso desde el otoño de dos mil uno. Necesitas unas vacaciones.
—A mí no me lo parece.
—Tu mujer te abandonó.
—Lo sé. Fue hace más de dos años, y se casó otra vez. Nunca llegamos a congeniar.
— ¿Y nunca tuvo ni la más remota idea de cómo te ganabas la vida realmente?
Tal vez su mujer hubiera albergado sospechas, pero no iba a confesárselo a Madame Lambert. Annabelle podía tener muy poca imaginación, pero no era estúpida. Seguramente se marchó antes de descubrir lo que no quería saber.
—Nunca sospechó nada.
— No iba a hacer que la mataran, Peter — dijo ella amablemente—. No soy Harry Thomason.
Peter nunca había estado dispuesto a correr ese riesgo. Thomason había sido un halcón despiadado, y se había retirado con honor tras supervisar incontables muertes innecesarias. El poder absoluto podía corromper a cualquiera, incluso a Madame Lambert.
—Esa pobre chica... —dijo ella—. ¿Qué mujer se atrevería a enfrentarse a ti?
Involuntariamente volvió a pensar en Genevieve, fulminándolo con la mirada, discutiendo con él, provocándolo aun sabiendo que estaba condenada. ¿Y de qué le había servido? Al menos habría tenido una pequeña venganza al saber que él no podía quitársela de la cabeza.
—Aún sigue viva.
Peter levantó la cabeza bruscamente y se encontró con la tranquila mirada de Madame Lambert.
—Pues claro que sigue viva —dijo—. Está casada con un dentista de Dorking.
—Estoy hablando de Genevieve Spenser. Ayudó a Renaud a sacar a Harry van Dorn de la isla, y éste se la llevó con él. Renaud no tuvo tanta suerte.
—La tiene Van Dorn? —preguntó, sin molestarse en fingir que no le importaba—. Estaría mejor muerta.
—Tal vez. Pero no hay nada que puedas hacer. Esta ya no es tu misión. La implicación personal es el primer paso hacia el desastre. Vas a mantenerte margen, y por eso te doy dos meses de permiso. Pagados, naturalmente.
—Al infierno con el dinero —espetó él— ¿Dónde está?
— ¿Estás pensando en rescatarla como un heroe andante? Este no es el Peter Madsen que conozco. A ti no te importa nadie ni nada. Eres el Hombre de Hielo.
— ¿Crees que de repente he desarrollado un corazón, Isobel? De ninguna manera. Se trata de mi orgullo profesional y de una responsabilidad personal. Si esa mujer tenía que morir, yo debería haberme ocupado de que así fuera, de una manera rápida e indolora.
—Ah, pero ¿lo habrías hecho?
Peter ignoró el comentario.
—Ya sabes qué clase de hombre es Harry van Dorn. No tenemos derecho a dejar a nadie a su merced.
—Tampoco tenemos la responsabilidad de evitarlo. Ella estuvo en el lugar equivocado en el momento equivocado. Lo sabes tan bien como yo.
— ¿De modo que no vas a ayudarla?
—No podemos comprometer la misión intentando sacarla de allí. Nuestro hombre ya tiene demasiadas ocupaciones. Por tanto, quiero que te la saques de la cabeza y te pases los dos próximos meses relajándote. Arregla un poco este lugar... tiene un aspecto horrible. Necesita urgentemente un toque femenino.
A Peter siempre se le había dado bien captar hasta la más sutil de las insinuaciones, pero Isobel Lambert era insuperable lanzando indirectas. Lo miró con tranquilidad, inexpresiva. Se lo había dicho por una razón.
—Me sigo olvidando de que no eres Thomason dijo.
—Intento no serlo. Disfruta de tus vacaciones. Eres consciente de que mientras estés de permiso el Comité no podrá hacer nada por ti, ¿verdad? Dependerás exclusivamente de ti mismo.
Peter estuvo a punto de sonreír, por primera vez varios días.
— Desde luego. No esperaba otra cosa.
— Te espero dentro de dos meses —dijo ella, dando1e un último vistazo a la cocina antes de salir—. Definitivamente, aquí hace falta un toque femenino.
Genevieve oyó voces. No era Juana de Arco, y aquella voz con acento tejano que rezumaba calor y compasión no era la voz de Dios. Era la voz de alguna criatura diabólica que apestaba a muerte y bourbon. Se había bebido el té, acuciaba por la paciente e implacable Anh, de pie a su lado.
—Bebe —le insistía con su pobre inglés.
Y Genevieve se lo bebió porque no tenía elección, esperando haber malinterpretado la advertencia implícita de Takashi O´Brien. Pero el té la había golpeado tan fuerte que apenas tuvo tiempo de mascullar una maldición antes de dejar caer la taza. Intentó contener los efectos, pero era como debatirse en una nube de malvaviscos... todo era blanco, espeso y pegajoso.
Las sábanas le apretaban tanto el cuerpo que no podía moverse. Sólo podía quedarse allí tumbada como una momia, deseando dar marcha atrás en el tiempo y volver al sofá del salón de Harry en la isla para detener lo inevitable. Pero las voces no se lo permitían. Una correspondía a Harry van Dorn, pero las palabras eran muy extrañas.
—Se ha acostado con él —decía—. Puedo ver su asquerosa huella. Deshazte de ella. Ya no me interesa.
—Como desee —respondió la suave voz de su ayudante, Takashi.
— Aunque tal vez sea posible divertirse un poco —dijo Harry—. No suelo jugar mucho con las mujeres blancas... Muchas personas preguntan por ellas cuando desaparecen. Pero ésta ya ha sido declarada muerta, así que puedo hacer lo que quiera y por el tiempo que quiera sin preocuparme por las repercusiones. ¿Por qué no la mantienes así hasta que yo vuelva?
—Por supuesto —dijo Takashi, siempre obediente—. Si no tiene ningún problema con lo que haya podido contagiarle Madsen.
¿Madsen? ¿Quién era Madsen?, se preguntó Genevieve, incómoda. De repente lo recordó. Pensó en abrir los ojos y decirles que los había oído, pero era como si le hubieran cosido los párpados y le hubiesen puesto encima un peso de cincuenta kilos. Los dos hombres estaban junto a ella, y Harry emitió un sonido de disgusto.
—Tienes razón, Jack, como siempre. ¿Qué haría yo sin ti? Me proteges de todos mis errores. De no ser por ti, se me habría acabado la diversión hace mucho.
Genevieve no necesitaba ver para saber que Takashi O’Brien estaba respondiendo con una reverencia, pero la carcajada de Harry se lo confirmó.
—Esto es lo que me gusta de los japos —dijo—. Siempre con reverencias y ceremonias. Comprendéis muy bien el significado de la lealtad. Sabes quién es el amo y morirías para protegerme.
— Por supuesto.
—Ocúpate tú de esta zorra. Diviértete un poco con ella, si quieres, pero asegúrate de que no quede ni rastro del cuerpo. Tengo mucho trabajo y no puedo consentir que nada se entrometa. Hay mucho dinero en juego, y ella lo está poniendo en peligro. Un paso en falso y todo el proyecto se vendrá abajo, haciéndome perder un billón de dólares. Y ya sabes cuánto me gusta el dinero, Jack.
—Sí, señor.
Genevieve habría dado lo que fuera por abrir los ojos y verle el rostro. Pero la niebla seguía rodeándola, y decidió que en el fondo le daba igual. Si Jack, o Takashi, iba a matarla no había mucho que pudiera hacer a esas alturas. Si tuviera tiempo, tal vez podría desliarse y ocultarse bajo la cama. Pero ni siquiera tenía fuerzas para abrir los ojos. Alguien se inclinó sobre ella, y unas manos amables palmearon las mantas que le aprisionaban el cuerpo.
— Te dije que no te bebieras el té — dijo una voz suave.
Pero entonces el hombre se marchó y Genevieve se quedó sola. Y como aún no había muerto, decidió que lo mejor era volver a dormirse.
Y eso hizo.