Capitulo 11

 

Peter no se permitía dormir hasta que la misión se hubiera llevado a cabo. Mientras tanto, podía cerrar los ojos y dejar que la satisfacción física le recorriera el cuerpo y la mente. No era la clase de hombre que perdiera tiempo en lamentaciones inútiles. Llevarse a Genevieve Spenser a la cama había sido un error. Pero no se arrepentía.

La había visto aterrorizada. Estaba seguro de haberle dado el mejor sexo de su vida, y sin embargo parecía destrozada más que encantada.

Su intención había sido agotarla hasta la extenuación y así tener unas cuantas horas para pensar en qué demonios iba a hacer con ella. Y sin embargo era él quien había quedado sumido en una somnolencia postcoital mientras ella deambulaba por ahí, completamente despejada.

No había sido la mejor amante que hubiera tenido, ni mucho menos. Se había acostado con profesionales, mujeres que adoraban el sexo y sus propios cuerpos y que sabían cómo sacarles el máximo partido a ambas cosas. Se había acostado con mujeres que lo amaban desesperadamente y con mujeres que lo odiaban. Se preguntó si Genevieve podría incluirse en esa última categoría. Era lo más probable.

Incluso había hecho el amor... hacía mucho, mucho tiempo. Helena había sido una pobre criatura frágil y asustada a la que él había sacado de Sarajevo y de la que se había enamorado al llegar a Inglaterra. Había sido una amante dulce y generosa y él habría estado dispuesto a morir por ella. Y casi lo había hecho.

En sus treinta y ocho años de vida, aquélla fue la única vez en que se permitió ser vulnerable. Aún conservaba la cicatriz que ella le hizo al intentar degollarlo. El Comité no le había informado que bajo esa apariencia inocente se ocultaba una traidora y una asesina cuyas habilidades casi superaban las suyas propias. Casi.

Genevieve Spenser se había mostrado irritada, resentida e inexperta. El había planeado cómo poseerla y no se había llevado ninguna sorpresa. Ella había respondido como se esperaba.

Pero sí había habido una sorpresa. Su propia respuesta.

Estaba bien entrenado para apartar cualquier pensamiento inquietante, y eso fue lo que hizo. No podía quedarse en la cama, fantaseando con una abogada que iba a dejar de existir para él en unas pocas horas. Genevieve llevaba ausente demasiado rato. El instinto lo hizo levantarse de un salto, sintiendo un extraño escalofrío.

Estaba flotando bocabajo en la piscina, con su largo pelo esparcido alrededor de ella como un halo. Un segundo más tarde Peter se había arrojado al agua y tiraba de ella hacia la parte menos profunda, maldiciendo mientras le apartaba el pelo del rostro.

Estaba pálida y debilitada, y él estaba tan furioso que la sacudió con fuerza mientras seguía increpándola.

— ¡Maldita zorra estúpida! ¿Qué narices crees que estás haciendo?

Ella empezó a toser y escupir agua y abrió los ojos.

—Ahorrarte la molestia —dijo.

El volvió a sacudirla, con más fuerza. No le importaba hacerle daño o dejarle magulladuras. Estaba cegado por la ira.

— ¿Por qué? Por amor de Dios, Genevieve, sólo nos hemos acostado... no es razón para hacerte la mártir.

Ella aún tenía aquella expresión dolida en los ojos. Ojos que lo habían desafiado durante los dos últimos días y que ahora estaban llenos de lágrimas.

— ¿Cómo has podido hacerme esto? —susurró ella—. Me lo has quitado todo. ¿Cómo has podido?

Con el agua por la cintura, Peter no tuvo más remedio que estrecharla entre sus brazos. La había destrozado por completo. Había hecho lo mejor que sabía hacer. Debería sentirse satisfecho de haber cumplido con su misión. Y sin embargo se sentía cómo si él también lo hubiera perdido todo. Ella no se resistió... no le quedaban fuerzas. Dejó que la abrazara y enterró la cara contra su pecho.

—El corazón te late con fuerza —dijo ella al cabo de un momento—. ¿Por qué?

El no quería pensar en ello. Estaba temblando, a pesar de que el agua y el aire eran cálidos.

— No vuelvas a hacerlo — le dijo con voz áspera.

—No tendré la oportunidad de volver a hacerlo, ¿verdad?

El le puso una mano bajo la barbilla y le levantó el rostro. Cerró los ojos y apoyó la frente en la suya. Así estuvo un largo rato, hasta que finalmente la besó. Fue un error mucho mayor que haberse acostado con ella. Genevieve le había derribado sus defensas y lo había dejado sin protección. La besó con todo su ser, como si la amara con todo su corazón y nunca hubiera besado a nadie.

De haber sido una persona distinta, se habría puesto a llorar. Pero, siendo como era, se limitó a besarla por todas partes. Los párpados, las mejillas, los labios, el cuello... Y ella lo besó a su vez, aferrándose a él mientras la llevaba hacia el agua más profunda, hasta que ambos estuvieron flotando en la mitad de la piscina. Lo besó mientras entrelazaba los dedos en sus cabellos y lo rodeaba con sus piernas.

Era una sensación lenta y dulce, y Peter estaba tan concentrado en la boca de Genevieve como en su entrepierna. Hasta que todo cambió y pudo sentir cómo crecía su deseo femenino. La apretó de espaldas contra la pared de la piscina y la poseyó con dureza, y en esa ocasión le permitió gritar al llegar al orgasmo, sin importarle quién pudiera oírlos, deleitándose con el sonido y con los espasmos que sacudían su cuerpo. La sostuvo en sus brazos hasta que ella recuperó la respiración y entonces volvió a empezar.

No pasó mucho tiempo hasta que ella estuvo sollozando contra su hombro.

—Por favor... —susurró con voz jadeante—. Por favor...

Peter sabía lo que deseaba. Se lo había arrebatado todo y ahora ella quería el mismo sacrificio por su parte. Y pensó que debería apartarse y dejar que el agua lo enfriara.

— Por favor — volvió a suplicar ella.

Y Peter se perdió en su ruego. La penetró una vez más, con ímpetu y frenesí, y con un grito ronco se vacío de cuerpo y alma. Se habrían hundido en el fondo si ella no se hubiera agarrado al borde.

—Oh, demonios —masculló él, y se apartó bruscamente de ella.

Ya no parecía asustada. Tenía los labios hinchados y apetitosos, y su imagen bastaba para excitarlo de nuevo, de modo que se dio la vuelta y nadó hasta el extremo opuesto de la piscina. Ella no se movió mientras él salía y se acercaba a pie. La agarró y la sacó del agua sin esfuerzo, dejándola de pie frente a él, desnuda y chorreando.

Le tomó la barbilla con la mano y la besó fugazmente.

—Tienes que dormir —dijo, agarrando la sábana del sueño y envolviéndole el cuerpo. La levantó en brazos, ignorando el sobresalto que le provocó, y la metió en la casa.

No quería llevarla de vuelta a su dormitorio y no podía llevarla al suyo propio. Había otras muchas posibilidades, así que la dejó simplemente en uno de los sofás del salón.

— Duérmete — le dijo.

Ella levantó el rostro hacia él. Aún seguía desnudo, y era imposible pasar por algo la reacción de su cuerpo. Pero ella cerró los ojos sin decir nada, y un momento después se había dormido. Estaba exhausta, drogada por el sexo y las emociones, y podría matarla de una forma rápida e indolora en aquel mismo instante.

Se dio cuenta de que la erección le había bajado. Genevieve estaría complacida de saber que no se había excitado por la idea de matarla, sino todo lo contrario. En realidad, la muerte nunca lo había excitado. Era sólo un trabajo que había que hacer, y no podía compararse a quienes lo hacían por la emoción. Como Renaud.

No iba a matarla. Lo había sabido desde mucho tiempo antes, casi desde el principio, aunque no hubiese querido admitirlo. Era un bastardo con el corazón de hielo y sin le menor moralidad, pero había ciertas líneas que no podía cruzar. Y eso incluía matar a los inocentes que se entrometieran en su misión.

Y eso era Genevieve. Una inocente. Aunque hubiese sido otra persona, su decisión seguiría siendo la misma. No tenía nada que ver que se hubiera acostado con ella. Si seguía intentando convencerse a sí mismo, tal vez algún día se lo creyera.

El era uno de los chicos buenos cuyo trabajo era matar a los chicos malos, y eso haría, sin placer ni remordimientos. Tan pronto como hubiera arreglado las cosas con Genevieve.

No podía garantizar su seguridad... era demasiado arriesgado. Pero ella era una mujer inteligente, y podría seguir el rastro de migas de pan que él dejara. Con un poco de suerte, nunca sabría que él le había permitido escapar. Si creía que había escapado por sus propios medios, recuperaría algo de la seguridad que él le había arrebatado.

Trabajó con su eficiencia acostumbrada, y cuando dejó una nota junto a ella sólo dudó un momento. Estaba ignorando un principio básico: «No pongas nada por escrito, no dejes ningún rastro tuyo». Había hecho las dos cosas, pero no le importaba. La nota desaparecía en la inminente explosión y no quedaría ningún rastro de ella.

Se sentó junto a Genevieve. Quería apartarle el pelo mojado de la cara, besarla por última vez y tal vez convencerse de que un beso significaba algo.

Pero no podía correr el riesgo de despertarla y de averiguar que aquel beso significaba precisamente todo aquello que más temía. Se suponía que no tenía miedo de nada. Le acercó una mano al rostro y la sostuvo por un momento a escasos centímetros de la piel.

Y entonces se dio la vuelta y se alejó. Para siempre.

 

Al despertarse en el último día de su vida, Genevieve se encontró envuelta como una momia en el sofá del salón.

Le costó unos momentos librarse de la mortaja, y casi no vio la nota en la mesa, junto a ella. No podía ser más escueta: «No entres en mi habitación».

Ni siquiera sabía cuál era la habitación de Peter, así que ¿cómo podría evitarla?

Volvió a cubrirse con la sábana y se levantó. La casa estaba rodeada de arbustos, pero desde los altos ventanales podía ver el océano, y era igualmente probable que alguien pudiera ver el interior de la casa. ¿Cuántas personas habría en la isla? ¿Tres? Peter, Hans y Renaud, la fuerza bruta. Cualquier otro involucrado en la operación se había llevado el yate de Harry. Y, naturalmente, Harry estaba en la isla, vivo o muerto. Tal vez Peter estuviera acostándose también con él.

Pero no tenía ninguna razón para acostarse con Harry. Lo tenía donde quería.

Tampoco había tenido ninguna razón para acostarse con ella, y sin embargo lo había hecho. Finalmente había sentido los acelerados latidos de su corazón y cómo temblaba en sus brazos. Por ella. ¿Era un triunfo o una derrota? No importaba. El tiempo se le acababa y no podía perder ni un solo minuto pensando en Peter Jensen.

Las prendas de Victorias Secret y los microbikinis eran impensables... al igual que los caftanes que le entorpecerían los movimientos si tenía que echar a correr.

Pero tampoco podía escapar envuelta en una sábana. Su ropa había desaparecido, pero tenía que haber algo más que pudiera ponerse. La ropa deportiva de Harry le había sentado muy bien en el yate. Con suerte podría encontrar algo similar en aquella mansión sin exponerse a las trampas mortales de Peter.

Su ropa había desaparecido, gracias a Peter. El cuchillo de carnicero yacía en el suelo junto a la cama. Tanteó el pomo de la puerta que comunicaba con la habitación contigua. Temía recibir una descarga eléctrica, pero el pomo giró fácilmente bajo su mano y pasó a otro dormitorio, donde no encontró ropa alguna. Pasó a otras dos tres habitaciones, sin encontrar nada. Sólo quedaban dos dormitorios: la suite principal y otro más pequeño.

Seguramente Peter se había quedado con la suite, de modo que abrió la pequeña habitación junto a la cocina, esperando encontrar un uniforme de criada, al menos. Se había equivocado. Aquélla era la habitación de Peter. Más pequeña que las habitaciones de los invitados, sencilla y funcional para el criado que había fingido ser.

La puerta corredera de cristal estaba abierta, y Genevieve vio un sendero que se abría entre la maleza y que se alejaba de la prisión. ¿Podría ser tan fácil escapar?

Se dio la vuelta y se quedó de piedra. Sobre la mesa había extendido un plano de la casa. Había sido dibujado minuciosamente y hasta el último detalle, e incluía el sistema de seguridad y toda la isla. Peter le estaba ofreciendo un plan de huida al extremo más alejado de la isla, donde había comida, bengalas y un aparato de radio. Si podía llegar hasta allí, podría ocultarse hasta que los demás se hubieran marchado y entonces pediría ayuda por radio, suponiendo que supiera cómo manejar la radio. Tenía una oportunidad para salvarse, simplemente porque Peter había subestimado sus habilidades.

Pero ¿realmente la había subestimado? En la mesa había una pistola. Una Luger de nueve milímetros con el cargador lleno. Pocas personas sabrían cómo usarla, pero era un arma idéntica a la que Genevieve había empleado para entrenarse, después de su agresión. Nunca había sido muy hábil con las armas de fuego, pero al menos sabía apuntar y disparar, y quizá aquello fuera suficiente.

¿Qué había pasado? ¿Se había vuelto Peter un descuidado de repente o había cambiado de opinión?

No importaba. No podía perder tiempo pensando en ello. Tenía que concentrarse en salir de allí lo más rápido posible.

Encontró una camiseta blanca y unos pantalones caquis en el armario. Los pantalones eran idénticos a los que había cortado en el yate. Parecía que, después de todo, no había llevado la ropa de Harry, sino la de Peter. No debería importarle. Pero le importaba.

No se molestó en buscar ropa interior. Se vistió rápidamente y se metió la pistola en la cintura, cubriéndola con la camiseta. Tendría que ir descalza; sus Manolo Blahniks habían desaparecido hacía tiempo, y no podía calzar los enormes zapatos de Peter.

A continuación estudió el mapa al detalle. Peter tal vez no se diera cuenta de que ella había estado allí si el plano seguía en su sitio. Genevieve tenía una memoria fotográfica, incluso en unas condiciones tan adversas. Todo lo que tenía que hacer era recordar el sendero hasta el búnker. Y hasta donde tenían a Harry.

Sería una idiota si intentara rescatarlo. ¿Qué podía hacer ella frente a tres terroristas?

Si no hubiese tenido la pistola, ni siquiera lo habría pensado. Pero, estando armada, tal vez hubiera una pequeña posibilidad de salvarlo. Además, no podría vivir en paz consigo misma si no lo intentaba. Se echó hacia atrás su larga y enmarañada melena y se dirigió hacia la puerta abierta. Peter le había dicho que todas las salidas estaban electrificadas. El plano detallaba el sistema de seguridad, pero no figuraba ningún apéndice eléctrico. Lo único que podía hacer era atravesar aquella puerta, y si moría intentándolo, que así fuera. En cualquier caso iba a morir.

Para asegurarse, saltó sobre el umbral con cuidado de que ninguna parte de su cuerpo rozará el marco. Aterrizó en la tierra, ilesa. Respiró hondo para llenarse los pulmones con el aire puro de la libertad, pero el hedor de la vegetación podrida era demasiado fuerte. Si conseguía volver sana y salva a Nueva York, jamás volvería a acercarse a un barco, al océano o a una isla.

Manhattan era una isla, pero no lo parecía. Allí se sentía fuerte y segura, donde sólo tenía que preocuparse por los atracadores y violadores... y por los psicópatas que estrellaban aviones en los rascacielos. Tal vez había estado viviendo en un mundo de fantasía.

Pero ya tendría tiempo para pensar en eso. Mientras tanto, tenía que encontrar el paradero de Harry y ver si aún estaba vivo. Si no lo estaba, podría correr a esconderse sin sentimiento de culpa.

Era lo mejor que podía esperar.